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Príncipe Yriel eldar

El Príncipe Yriel de Iyanden.

"Dejad que el fuego se desate. Quemadlo. Quemadlo todo. No queda nada para nosotros aquí y ahora."

Príncipe Yriel durante la purga del mundo Exodita de Halathel, tras el asalto de la Flota Enjambre Naga en el 809.M41

El Príncipe Yriel, Gran Almirante y Autarca del Mundo Astronave Iyanden, es un brillante aunque algo imprudente comandante de la flota de Iyanden. Él no es de sangre pura Iyanden mas es honrado como uno de los mayores defensores y servidores de Iyanden. Al principio fue exiliado cuando lideró un ataque preventivo y exitoso contra una flota del Caos que dejó al Mundo Astronave abierto al ataque, causando la muerte de miles de Eldars. Jurando entre las sombras nunca poner un pie en su antiguo planeta natal, él y su equipo formaron una flota de corsarios, los Incursores Espeluznantes, que se hizo famosa en toda la galaxia en sólo unas décadas; un testimonio de la habilidad de Yriel. Él y su flota salvaron a Iyanden en su momento de mayor necesidad, en la invasión de los Tiránidos de la Flota Enjambre Kraken en el 992.M41. Cuando el Mundo Astronave estaba a punto de caer, Yriel y sus Incursores Espeluznantes volaron un agujero considerable en la flota tiránida y reforzaron las fuerzas de Iyanden dentro de los pasillos y superficie de Iyanden. El mismo Yriel mató al líder de las hordas, una criatura supuestamente invencible, con la Lanza del Crepúsculo, un artefacto maldito que contiene el poder de una supernova. Entonces Yriel fue restaurado a su posición como Autarca de Iyanden y gran almirante del Mundo Astronave.

Historia[]

Eldar principe Yriel

Gran Almirante de los Incursores Espeluznantes y bastardo de la Casa de Ulthanash, el Príncipe Yriel es un consumado comandante eldar. Yriel es un descendiente de la Casa de Ulthanash, uno de los linajes más antiguos y más nobles de los Eldars. En la mitología eldar, Ulthanash era amigo a Eldanesh, el mayor héroe de los eldar mortales, y luchó a su lado en numerosas y peligrosas batallas. Por desgracia, Ulthanash acabó enfrentándose a Eldanesh, y ello le hizo caminar por un sendero que trajo mucha aflicción sobre los incipientes eldar. Aunque los dos héroes lucharon como hermanos una vez más antes del final, desde entonces siempre ha habido desconfianza en los Mundos Astronave cuyos eldars pueden rastrear su linaje hasta la Casa de Ulthanash y aquellos que afirman ser descendientes de la Casa de Eldanesh.

En su juventud, y pese a su falta de experiencia, fue elegido para recorrer el Sendero del Mando; un nivel de confianza que muchos especularon injustificable, especialmente a la luz de los acontecimientos futuros. Antes de su éxito contra la Flota Enjambre Naga, Yriel siempre fue algo así como un paria, aislado por su condición de mestizo. La madre del príncipe puede que procediera del más noble de los linajes, pero su padre era otra cuestión. Aunque pocos hablan sobre el asunto en presencia de Yriel, abundan los rumores de que el padre del príncipe era un paria de otro mundo astronave, un nómada de título menor cuyos pies y alma seguían el Sendero del Exilio. De ser así, significaría que llevaba la sangre de Eldanesh y Ulthanash, de lo que daría cuenta con un monstruoso orgullo. Sin embargo, hay unos pocos que susurran que el padre de Yriel no era en absoluto un paria de un mundo astronave, sino que procedía de un reino mucho más oscuro. Esos mismos rumores sugieren que es el odio de Yriel hacia esta mitad oscura de su naturaleza lo que le impulsa a esforzarse continuamente en buscar nuevos retos.

El Golpe de la Naga[]

A medida que los siglos se apilaron, las Tormentas Disformes alrededor del Racimo Ybaric se desvanecieron, permitiendo el contacto con los Mundos Exoditas dentro del mismo. Por desgracia, tan pronto como se desvanecieron las tormentas un nuevo enemigo descendió sobre dichos planetas en el 131809.M41. La Flota Enjambre Naga, un remanente de la Flota Enjambre Behemoth, había fijado su mirada en los mundos repletos de biomasa del Racimo Ybaric. Como prueba de su disposición, el Mundo Astronave Iyanden y sus hermanos Malan'tai y Idharae respondieron casi inmediatamente pero, aun así, fueron demasiado lentos. Para cuando las primeras flotas Eldar trabaron combate con la Flota Enjambre Naga, Halathel, el mundo exodita más grande y próspero estaba casi invadido por los Tiránidos, y un segundo zarcillo de la flota enjambre estaba girando hacia el exterior del racimo, hacia el Mundo Paraíso de Eth-aelas. Los Exoditas de Halathel eran incapaces de abandonar las almas de sus parientes, contenidas en el Espíritu del Mundo y por ello comenzaron a fortificar el santuario del Espíritu del Mundo de Halathel, al tiempo que suplicaron la ayuda de los mundos astronave cercanos. El primer zarcillo superó a la baqueteada flota de Malan'tai para llegar a Halathel primero, y en el 801809.M41 lanzó oleadas de Esporas Micéticas en el planeta. Los defensores se retiraron al santuario del Espíritu del Mundo para hacer una última resistencia desesperada. Miles de Termagantes y Hormagantes se lanzaron contra las paredes de la capilla para agotar las reservas de municiones del enemigo, pero los Exoditas resistieron durante tres días y tres noches hasta que los tiránidos cesaron su asalto. Cuando los tiránidos lanzaron su segundo asalto sobre el santuario, este empequeñeció al primero en número y furia. Al anochecer, Naga había atravesado las defensas exteriores y comenzado a penetras por las brechas. El Señor de los Exoditas, Wei-yannil, se plantó frente al Tirano de Enjambre, liderando un asalto que haría ganar tiempo a los eldars en retirada. Ambos duelistas murieron en la lucha; Wei-yannil mató al Tirano de Enjambre, pero luego fue destrozado por la Guardia Tiránida. Con la muerte de la criatura sináptica, el enjambre tiránido perdió cohesión y se retiró.

Por encima de Halathel, una flota fresca de Iyanden comandada por el Almirante Draech se enfrentó a las Naves Enjambre que orbitaban alrededor del planeta. Pero incluso con la ayuda de las fuerzas de Malan'tai e Idharae, los Exoditas no pudieron rechazar a los invasores. Las fuerzas de Iyanden, bajo el mando del Almirante Draech, llegaron a Halathel solo para descubrir que su Espíritu del Mundo había sido destruido y sus defensores consumidos. Decidido a vengar a Halathel, la flota de Iyanden atacó a las naves enjambre en órbita, pero subestimó la letalidad de sus enemigos. La nave insignia de Draech, la Auspiciosa Iluminación de la Eternidad, fue destruida a principios de la batalla y durante ciertos momentos pareció que toda la flota eldar perecería junto al almirante. Sólo cuando un joven príncipe llamado Yriel tomó el mando la batalla cambió de sentido. Dándose cuenta de que las naves tiránidas más pequeñas quedarían anuladas si sus mayores eran destruidas, Yriel convergió sus fuerzas en estos objetivos, pero fue cuando el príncipe ordenó el envío de grupos de abordaje para destruir las naves desde el interior cuando tuvo éxito. Aunque se perdieron incontables vidas eldar y cientos de guerreros fantasmas habían sido destruidos, las naves enjambre cayeron. Al hacerlo, sus parientes más pequeños volaron en un frenesí descoordinado, convirtiéndoles en presa fácil. A pesar de que la fuerza de la Flota Enjambre Naga había disminuido considerablemente, su amenaza aún no había terminado. En el planeta bajo ellos, el santuario del Espíritu del Mundo fue tomado al fin por las fuerzas del Gran Devorador cuando decenas de Trigones surgieron de túneles excavados bajo las murallas de la capilla. En menos de una hora, los restos de los defensores eldar fueron masacrados y el Espíritu del Mundo destruido. Yriel, abrumado por la rabia, ordenó exterminar toda la vida de Halathel.

En los meses posteriores, las fuerzas de Yriel se unieron con las de Malan'tai e Idharae para luchar en cientos de combates contra los tiránidos, tanto en la oscuridad fría del espacio como en mitad del horror de mundos parcialmente devorados. Poco a poco, los tiránidos fueron purgados del Racimo Ybaric y la victoria pudo ser proclamada; aunque no sin un alto precio. Idharae, que nunca había sido el mundo astronave más poblado, perdió a muchos de sus guerreros defendiendo el mundo paraíso de Eth-aelas y sus pasillos quedaron por siempre como lugares vacíos y sin alegría. Malan'tai sufrió pérdidas aún peores y fue destruido cuando una forma de vida tiránida aberrante devoró el Circuito Infinito del mundo astronave y utilizó su poder para matar al resto de eldars vivos de Malan'tai.

El ascenso de Yriel[]

Los eldars de Iyanden podían saborear un destino glorioso, y sus corazones ardían en deseos de reclamarlo. Nadie ejemplificaba más el estado de ánimo de Iyanden que el príncipe Yriel, ahora ascendido a Almirante de la Flota Iyanden. Yriel creía que el destino de Iyanden era reclamar las estrellas y, por otra parte, que él sería el arquitecto de su ascenso. Kelmon y otros en el Consejo de Videntes vieron los peligros de la arrogancia de Yriel y trataron de humillar al príncipe en multitud de ocasiones. Pensaron que si Yriel podía ser domesticado, su ejemplo podría enfriar el ardor de su gente. Por desgracia, todo esfuerzo en ese sentido quedó en nada. Mediante sus victorias, Yriel se había convertido en algo más que un héroe para la gente de Iyanden; era un heraldo de la llama que ardía de nuevo. Cada pequeña censura que Kelmon pudiese idear fue frustrada, pues la gente común de Iyanden no estaba inclinada a seguir los consejos de mentes más frías mientras Yriel conociese tales éxitos.

Al final, Yriel se encontró con un enemigo digno de su temple. Mientras Iyanden bordeaba el límite de lo que el Imperio conocía como el Sector Vidar, sus exploradores trajeron la noticia de que gran parte de ese sector era esclavo de una poderosa flota pirata, cuyas naves volaban bajo los colores de Argan Kallorax. Investigaciones posteriores determinaron que Kallorax era un renegado del Capítulo de Marines Espaciales de la Guardia del Cuervo, el cual juró lealtad al Caos tiempo ha. Tras su traición, Kallorax tomó el control de una pequeña pero efectiva banda de piratas y se dedicó a tallar su propia leyenda en sangre. Ahora, sus seguidores se contaban por miles: cultistas, renegados, traidores y sinvergüenzas; la escoria de una docena de sistemas estelares. Muchos planetas pagaban tributo a Kallorax, y todos los intentos del Imperio para destruirle hasta la fecha habían terminado en desastre.

Incluso la poderosa flota de Iyanden era eclipsada por el gran número de naves de guerra piratas a las órdenes de Kallorax. Muchos en el consejo de videntes alegaron razones en contra de enfrascarse en una batalla contra un enemigo tan arraigado, afirmando que deberían dejar que los humanos se matasen entre sí de cualquier manera adecuada a su naturaleza bárbara. Pero otros en el consejo consideraban que la amenaza de Kallorax debía ser eliminada de una vez por todas. Ninguno argumentó en este parecer más y con más fuerza que Yriel, pero incluso sus palabras no pudieron influir en sus compañeros. Al final, el punto muerto quedó roto cuando Kelmon Vistardiente, el más prominente de los videntes de Iyanden, apoyó la causa de Yriel. Esto fue de lo más inesperado, pues Kelmon había sido el detractor más vehemente del príncipe en los últimos años, siempre a la vanguardia de los intentos por reducir su influencia. Yriel desconfió de los motivos del vidente al principio, pero se olvidó rápidamente de sus sospechas cuando se hizo evidente que el apoyo de Kellamon aseguró que Iyanden se enfrentaría a la armada de Kallorax.

Kelmon nunca habló de por qué apoyó a Yriel. Mientras las largas jornadas de debate pasaban, el vidente había consultado a las runas pero sólo había encontrado ambigüedad. En todas las ocasiones el patrón había sido el mismo, con las runas del orgullo, la condenación y la salvación orbitando al de Asuryan. Estaba claro que se avecinaban grandes sucesos, e Yriel sería fundamental en ellos. En cuanto a la forma de dichos eventos, Kelmon no podía saberlo, pero después de haber probado y fallado durante muchos años en contener la arrogancia de Yriel, decidió alimentarla. Si Yriel estaba condenado, tal y como sugerían las runas, mejor que ardiese brillante y breve, en lugar de convertirse en un incendio cuyas llamas consumirían a todo el mundo astronave.

Guerra entre las estrellas[]

Durante casi una década, Yriel condujo a las fuerzas de Iyanden contra la flota de Kallorax. Guiado por sus instintos afilados y por las adivinaciones de los videntes del mundo astronave, Yriel se dedicó a aislar y destruir a las fuerzas de Kallorax. Esta no fue guerra en la cual las flotas se disponían una frente a otra para una gloriosa batalla, sino una de emboscadas y subterfugios. Yriel comenzó a monitorear las rutas espaciales en busca de llamadas de socorro, soltando a sus animales de presa sólo cuando había un ataque en marcha y los piratas estaban distraídos con su botín. Las naves mercantes que actuaban como cebos involuntarios rara vez sobrevivían, algo de muy poca prioridad para Yriel. Desde su punto de vista, era mucho mejor que los obtusos seres humanos fuesen útiles con sus muertes más que seguir contaminando la galaxia con su presencia. Aun así, unas pocas naves afortunadas sobrevivieron, naves cuyas tripulaciones se preguntaron qué clase de fuerza había labrado su salvación. La táctica de Yriel no se limitaban a ataques espaciales; cualquier instalación bajo el mando de Kallorax era un objetivo potencial. Los Incursores Vampiro llevaban a las fuerzas de ataque compuestas de Guardias Espectrales y Filos Espectrales contra las estaciones de combustible, bases de asteroides, puestos de vigilancia y patios de esclavos. Atacaban sin previo aviso y no dejaban nada salvo ruinas a su paso. Poco a poco, las cadenas de suministro de Kallorax menguaron y murieron.

Enfurecido por sus pérdidas, pero incapaz de llevar la lucha a un enemigo cuya base de operaciones era desconocida, Kallorax buscó la forma de "motivar" a sus subordinados. El miedo galvanizó a las tripulaciones de Kallorax allí donde la avaricia no pudo y pronto, los eldars experimentaron sus primeras pérdidas. Y aun así, la ira de Kallorax creció. En las contadas ocasiones en las cuales los piratas se las arreglaron para destruir una nave de entidad, las pérdidas que sufrieron convertían el éxito en un asunto pírrico. Las naves de Yriel eran simplemente demasiado rápidas y demasiado bien dirigidas para permitir a Kallorax otra cosa que la más trivial de las victorias. Así las cosas llegaron a los sucesos del planeta Agrion; en este se ubicaba un astillero orbital clave, desde el cual los piratas llevaban a cabo sus ataques. Aquí, Kallorax experimentó al fin un ataque eldar por sí mismo. Este combate fue hasta entonces lo más cercano a una acción naval convencional por parte de ambos bandos, con unas ochenta naves de Iyanden contra una flota pirata de casi el doble. Esta batalla fue también lo más cercano que llegó a estar Kallorax de una victoria, pues a mitad de la batalla sus fuerzas habían logrado destruir o incapacitar a una docena de naves capitales eldar. Desafortunadamente, este éxito le costó la mitad de sus propias fuerzas. Esto incluyó el orgullo de su flota, el Crucero Pesado clase Hades Segador Inmortal, cuyos motores de disformidad habían sido perforados al principio de la batalla por una salva precisa de la nave insignia de Yriel, la Llama de Asuryan.

Cuando las naves piratas al fin se retiraron en desbandada, Yriel ordenó a sus guerreros abordar el astillero. Por desgracia, los renegados a bordo del astillero reconocieron que no tenían ningún lugar adonde huir e hicieron pagar la temeridad de los invasores con sangre. Las fuerzas de Yriel sobrepasaron los hangares con bastante facilidad pero una vez dentro los Guerreros Especialistas en vanguardia fueron talados una tormenta de fuego de bólter. Decididos a no fallar, los eldars hicieron frente a la tormenta, pero la resistencia se intensificaba cuanto más se adentraban en las instalaciones. Los piratas tenían los beneficios de un centenar de batallas para ser usados, y cada punto de acceso fue defendido por barricadas y Sistemas de Cañones Ícaro. Reticente a perder más vidas a bordo del astillero, Yriel ordenó a los Guerreros Especialistas que se retirasen y desplegó a sus Guardianes Espectrales de la caza. Guiados por las órdenes precisas de los videntes, los espectros avanzaron a través de la tormenta de proyectiles y misiles, soportando golpes que desgarrarían a un eldar mortal. Las fuerzas de Kallorax huyeron cuando los Señores Espectrales derribaron las barricadas, pero no había ningún sitio donde esconderse de la venganza de los muertos. En una terrible batalla final, entre los canales de refrigeración del reactor del astillero, los guardianes espectrales recorrieron y limpiaron la estación de enemigos, para a continuación utilizar cargas de plasma para derribarlo.

La Ira de Kallorax[]

Tras la batalla de Agrion, Kallorax se enfrentó a una rebelión interna considerable. Aunque esta fue rápida y sangrientamente sofocada y los cuerpos de los cabecillas mutilados (pero no muertos) clavados en la proa de la lanzadera personal de Kallorax, el almirante pirata sabía que los desafíos a su poder solo aumentarían a menos que se las arreglara para poner fin a la depredación de los eldars. Kallorax instó a su cábala de hechiceros para que adivinasen la ubicación de la base eldar. Por desgracia para él, los videntes de Iyanden habían anticipado tal movimiento y habían tejido un escudo psíquico que ocultaba sus fuerzas a la vista de los hechiceros. En un arranque de ira, Kallorax ejecutó a sus hechiceros y en su lugar pactó con Demonios, ofreciendo un número cada vez mayor de vidas con la esperanza de atraer la atención de un ser lo suficientemente potente como para darle las respuestas que buscaba. Al final, después de segar una cifra impensable de vidas en piras de sacrificio, sólo una entidad concedió a Kallorax la información que deseaba. Este era N'kari, un demonio de Slaanesh cuyo monstruoso orgullo propio le permitía sentir a los eldar de Iyanden incluso a través de su escudo psíquico. N'kari concedió a Kallorax la ubicación del mundo astronave a cambio de una serie de joyas espirituales que los piratas habían tomado durante sus batallas y la promesa de más una vez Kallorax obtuviese su venganza. Ignorante de la función de las joyas espirituales, y por lo tanto desconcertado por el aparentemente intrascendente precio del servicio del demonio del caos, Kallorax aceptó y movilizó con rapidez toda nave de guerra a sus órdenes.

No pasó mucho tiempo antes de que los exploradores de Iyanden llevasen a casa la noticia de que una poderosa flota pirata convergía sobre el mundo astronave. Muchos quedaron consternados, enfrentados ante el mismo ataque que habían tratado de evitar. Yriel no perdió el tiempo desviando las recriminaciones que cayeron sobre sus hombros. En lugar de ello, reunió a sus propias naves y golpeó a la flota del Caos mientras todavía estaba lejos de Iyanden. Yriel estaba tan confiado en la victoria que movilizó a todas las naves que poseía el mundo astronave, desde los inmensos Acorazados clase Guardián hasta los más pequeños Cazas Estrella Oscura.

La Batalla de la Luna Ardiente[]

Así comenzó la batalla de la Luna Ardiente; el mayor enfrentamiento naval visto en esa parte de la galaxia desde hace muchos siglos. La flota de Kallorax, aunque maltrecha por los ataques previos de Yriel, seguía eclipsando a las fuerzas de Iyanden, y los eldars se vieron obligados a depender de cada ápice de su astucia. Afortunadamente, el enorme tamaño de la armada de Kallorax pronto comenzó a obrar en su contra cuando Yriel ordenó a sus naves que cargasen a toda velocidad y disparasen a quemarropa. A tales velocidades, incluso los experimentados artilleros eldar apenas podrían aspirar a ofrecer fuego de precisión, pero ese no era el plan de Yriel. Tan pegadas y mal tripuladas estaban las naves de Kallorax que muy muy pocas de sus salvas dañaron a las naves eldar a las que estaban destinadas; en su lugar abrieron graves heridas en los cascos de sus aliados, masacrando a sus tripulaciones y silenciando baterías de cañones. A medida que secciones completas de naves del Caos se apagaban, los ágiles bombarderos eldar se colaban en las zonas silenciadas para infligir aún más daño, volando en ocasiones por la mismísima superestructura devastada para destruir sistemas vitales. Algunos de estos pilotos atrevidos fueron consumidos en las explosiones subsiguientes; otros escaparon de forma segura de la onda energética al espacio abierto. Sin embargo, no todo en la batalla iba a favor de los Eldar. Por más pesadas que fuesen las naves de Kallorax, su gran potencia de fuego era devastador. Incluso el más mínimo error por parte de un timonel eldar podía resultar desastroso. Las mortíferas salvas de proyectiles, misiles y torpedos podían triturar las delicadas paletas de dirección y velas solares de las naves eldar en un abrir y cerrar de ojos, dejándolas a la deriva o fuera de control, y por tanto presa fácil para una segunda salva. Muchas de las naves de Yriel quedaban paralizadas por una bala perdida; otras se vieron desbordadas por el sin fin de cazas y Dragones Infernales que pululaban y bullían en el vacío entre los duelos de naves.

En el centro de la línea de batalla, la Llama de Asuryan competía con la recién ascendida nave insignia de Kallorax, el Hambre de Motín. La nave del caos era mucho más vasta que la nave de Yriel pero aquí, como en todas partes, la victoria era para el combatiente más rápido, no el más musculoso. Zambulléndose bajo la estela de ondas de los torpedos de la nave del caos, la Llama de Asuryan arrancó un gran cuajo del casco del Hambre de Motín. Al instante, los Incursores Vampiro ya estaban en el espacio entre naves y avanzando, desplegando equipos de abordaje de Yriel, compuestos de filos espectrales, en el corazón mismo de la superestructura de mando. Las sirenas sonaban cuando Kallorax ordenó a la Guardia Sombría, su círculo más cercano de Marines Espaciales Renegados, que cerrase la brecha. Estos eran veteranos de mil incursiones, asesinos de colonias enteras; eran seres de negro corazón que habían matado a los mejores guerreros de los Adeptus Astartes a las órdenes de su amo y ahora marchaban para masacrar a pérfidos xenos en su nombre. Mas no todas las fuerzas de asalto de Yriel habían llegado al Hambre de Motín en Incursores Vampiro. Al igual que Kallorax, el príncipe eldar había comprometido a sus mejores guerreros para esta batalla. Estos eran los Caballeros Espectrales, y eran demasiado grandes para ser acomodados dentro del fino casco de un incursor vampiro. En su lugar, estos habían utilizado sus jets de salto para cruzar el vacío entre las dos naves, abriéndose paso a través del casco destrozado de la Hambre de Motín y hacia las cámaras abovedadas de más allá para unirse a la lucha.

Duelo a Muerte[]

Príncipe eldar y almirante traidor se batieron en duelo mientras sus vasallos luchaban y morían a su alrededor. La Guardia Sombra se esforzaba furiosamente, y moría con igual tenacidad pues las armaduras de hueso espectral reforzado de los guardianes espectrales eran casi impenetrables a sus golpes y cada barrido de un hacha de filo espectral se cobraba la vida de un enemigo. Mientras tanto, Yriel y Kallorax seguían luchando. El señor de los piratas era un bruto pesado, balanceando su engorrosa hacha disforme con la fuerza suficiente como para romper una puerta blindada. Yriel eludía cada golpe de gracia sin esfuerzo y se adelantaba para aterrizar sus propios golpes impecables a cada oportunidad que se le presentaba. Kallorax reía, pues los golpes de Yriel no eran más que las picaduras de un insecto molesto. Un enemigo con la cabeza más fría habría restado importancia a estas burlas, pero el orgullo de Yriel sí oyó las burlas y le estimuló a tomar cada vez mayores riesgos.

Por dos veces la hoja irregular del arma de Kallorax pasó a un pelo de la frente del príncipe eldar; tan cerca, de hecho, que Yriel imaginó que podía oír la voz susurrante del demonio atado al arma. Una vez más, el señor pirata atacó e Yriel esquivó el golpe, pero esta vez, Kallorax conectó un guantelete blindado en el pecho del xenos. Las placas de la armadura del vientre Yriel se endurecieron para absorber el impacto, pero aun así la fuerza del golpe fue tal que estampó al príncipe en un mamparo. Aturdido, Yriel cayó de rodillas. Al sentir su triunfo hormigueando en sus dedos Kallorax avanzó con su hacha preparaba para un golpe final. Reuniendo todo el ingenio que pudo, Yriel cargó, agachándose bajo la trayectoria del hacha y enterrando la espada hasta la empuñadura en el pecho de Kallorax. De pronto, el señor pirata sintió que sus fuerzas escapaban de su cuerpo. Mascullando una última maldición, el astarte cayó muerto como una losa.

Un acto mortal de malicia[]

Pocos en la Guardia Sombría sobrevivieron a su maestro, pero Yriel tuvo poco tiempo en deleitarse con su victoria, o incluso completar la destrucción de la Hambre de Motín. Apenas había caído Kallorax cuando un desesperado mensaje telepático desde la Llama de Asuryan advirtió a Yriel que una punta de lanza de tres cruceros del Caos había roto el cordón eldar y avanzaba a toda velocidad hacia Iyanden. Yriel sabía que tres cruceros era una fuerza risible para ser enviada contra todo un mundo astronave, pero supuso que Kallorax también, lo que significaba la existencia de alguna estratagema subyacente. Sabiendo que la Llama de Asuryan era la única nave lo suficientemente cerca para interceptar los cruceros, e incapaz de dejar el asunto en manos de otro, Yriel abandonó su ataque contra el Hambre de Motín. No tardó mucho en estar una vez más a bordo de su propia nave, empujando sus motores al límite.

La Llama de Asuryan liquidó a una de las naves del caos en cuestión de minutos, con sus baterías de proa cobrando vida para enviar al crucero, cuyos motores renqueaban, a la lista de muertos. Una segunda nave fue destruida unos minutos más tarde cuando sus motores ardieron por última vez como supernovas, mientras sus reactores quedaron expuestos al espacio y detonaron. Para entonces sólo quedaba un crucero del caos, y la tripulación de la nave de Yriel sabía que su victoria era segura. Aunque el mundo astronave carecía de escoltas, pues Yriel había requisado todas las naves de combate para su ataque, un crucero no podía esperar mantener sus baterías de armas lo suficiente como para causar graves daños. A continuación, los sensores de la Llama detectaron el lanzamiento de torpedos desde el crucero, y todo cambió. Un abanico de tres docenas de torpedos, un gesto lamentable que normalmente habría sido ridículo contra una nave del tamaño de Iyanden. Por desgracia, los sensores de la Llama mostraron que no se trataba de las ojivas ordinarias, sino torpedos ciclónicos mejorados; una de las muchas herramientas del Imperio para sus Exterminatus. Tales armas eran más que conocidas por su pobre precisión y poca utilidad contra naves de guerra, pero un mundo astronave era mucho más grande y mucho más lento. Incluso si una de esas cabezas impactaba, el daño sería incalculable.

Ahora Yriel maldecía su locura al desmantelar las defensas de Iyanden; los torpedos eran demasiado pequeños, demasiado rápidos y estaban demasiado lejos como para que las armas de la Llama pudieran cazarlos. Esto no habría importado si una escuadrilla de cazas hubiera permanecido a bordo de la astronave, pero sin nada que poder hacer para salvar su hogar, Yriel apuntó el armamento de la Llama contra el tercer y último crucero que pronto quedó convertido en una ruina de escoria y metal retorcido. Pero sus ojos nunca se marcharon de Iyanden, y los elegantes torpedos estaban casi encima. Chispas brillantes de luz se encendieron cuando la tormenta de fuego de las baterías láser de defensa de la astronave buscaron a los torpedos. Aquí y allá, las explosiones iluminaron la oscuridad cuando las ojivas fueron golpeadas y convertidas en nubes de metralla y vapor. Con todo, las baterías rastrearon y destruyeron treinta y cinco de los torpedos, pero merced a un cruel giro del destino, el trigésimo sexto evadió todos los esfuerzos eldar e impactó. El torpedo golpeó al mundo astronave alto en el cuadrante superior de babor. Hubo un destello de luz brillante y una porción de casco-hueso espectral de la astronave simplemente fue vaporizado. Yriel miró, impotente, como los incendios se extendieron a través de casco exterior de la astronave y corrieron a través de los conductos expuestos por la explosión y lloró ante la terrible belleza ante su vista.

Sabiendo que no podía hacer nada por los muertos, Yriel ordenó a la Llama de Asuryan que diese la vuelta y regresara a la batalla. Pasaron muchas horas antes de que las últimas naves del caos fueron destruidas; pero tal era la ira de los eldar que ni una sola escapó. Yriel vio poco de la batalla; la visión de Iyanden incendiada aún bailaba ante sus ojos y no pudo encontrar nada para apartar la imagen de sus pensamientos. No dijo ni una palabra más hasta que la batalla terminó. Yriel había ganado la Batalla de la Luna Ardiente, pero el coste era mayor de lo que había sido preparado para pagar. No pocas de las naves de Iyanden había sido destruidas, y las restantes se encontraban con una necesidad de extensas reparaciones. El daño al propio mundo astronave era mucho peor. Decenas de miles de Eldar habían muerto al instante cuando el torpedo ciclónico golpeó; peor aún, sus joyas espirituales habían sido destruidas en el mismo momento, condenando a los muertos a sufrir cruel abrazo de Slaanesh.

El Precio de la Arrogancia[]

Yriel estaba afligido por los muertos, pero no lloró. Él sabía que su destino hubiera sido el de todo Iyanden de no haber realizado un ataque preventivo contra la flota de Kallorax. Se dijo a sí mismo que eran necesarios algunos sacrificios si debía cumplir el destino de Iyanden, y estaba seguro de que las muertes a bordo de la astronave cobrarían poca importancia cuando se sopesaran con su gran victoria. En esto, Yriel calculó muy mal el estado de ánimo de su gente. Se habían perdido más que vidas cuando el torpedo impactó. El Fuego de la Creación en el corazón del santuario de Asuryan, una llama que había ardido desde el viaje inaugural del mundo astronave, era historia. Era un presagio de desesperación que incluso el más torpe podía comprender; Iyanden ya no era digno de su gran destino. Las advertencias de Kelmon sobre Yriel fueron recordadas y finalmente aceptadas. Así Yriel no fue agasajado y honrado como él había anticipado, sino convidados a justificar sus acciones. Yriel se indignó al ser siquiera interrogado por ello. Junto con sus seguidores más cercanos, marchó voluntariamente al exilio, declarando sombríamente que no volvería a poner los pies en Iyanden.Kelmon observó la marcha del príncipe caído en desgracia con un torbellino de emociones. Se alegró de que la locura del mundo astronave se había al fin consumido a sí misma, pero quedó consternado por el precio. Iyanden había sufrido graves daños y había perdido no sólo a su mejor Almirante, sino también una parte considerable de la flota, pues muchas naves habían elegido marchar al exilio junto a Yriel. Kelmon sabía que al fomentar la precipitación de Yriel era tan responsable como el príncipe de lo sucedido, pero sacó fuerza del hecho de que sus acciones habían evitado un desastre mayor. O eso es lo que pensaba, pues el humor de Kelmon se agrió cuando arrojó las runas de nuevo, mostrándole el mismo patrón que antes. Las runas del orgullo, la condenación y la salvación estaban en órbita alrededor de Asuryan; cualquiera que fuese el destino al que aludían todavía no había sido evitado.

La Condenación de Iyanden[]

Nunca, en todos los milenios precedentes, Iyanden había sido humillada tanto. El daño físico causado en el mundo astronave no tenía precedentes, pero la pérdida de la Llama de Asuryan provocó una herida mucho más grave en la psique colectiva de Iyanden. Sin embargo, sobrevendría una amenaza aún mayor. Es probable que Yriel nunca hubiera vuelto a la casa que le había desdeñado de no ocurrir que Iyanden se enfrentó a la aniquilación, debido al asalto de la Flota Enjambre Kraken en el 992.M41. Cuando volvieron los Tiránidos, lo hicieron en mayor número que nunca. Con su flota ahora completamente destruida, Iyanden estaba completamente rodeada mientras las nubes de esporas caían sobre ella, infectando al mundo astronave. Formas retorcidas luchaban por salir de la hermosa armonía de la arquitectura de Iyanden. Un horrible grito psíquico resonó por toda la infraestructura de la astronave cuando hordas hirvientes de xenos con garras fueron vomitados en su corazón. Grandes batallas estallaron en todo Iyanden; la lucha era amarga y cuerpo a cuerpo, a menudo con las fueras separadas por el ancho de una pared de hueso espectral.

Kelmon Vistardiente, Vidente Mayor del Consejo de Iyanden, sabía que, salvo un milagro, Iyanden estaba condenado. Consultó una y otra vez consultó las runas, desesperado por encontrar un atisbo de esperanza pero la respuesta era la misma; las runas del orgullo, la condenación y la salvación circulando alrededor de Asuryan. A medida que los tiránidos pululaban a través de Iyanden, Kelmon se aisló en las Cámaras de la Luz Estelar, sus salas de meditación, y buscó la iluminación. Los Tiránidos avanzaban como nunca antes, pero Kelmon se mantuvo oculto en las Cámaras de la Luz Estelar. Su desesperada obsesión absorbía al vidente, por lo que no prestó atención a las repercusiones que su ausencia provocaba en el ánimo de su gente. Finalmente emergió de las Cámaras de la Luz Estelar, reunió a los videntes que quedaban y los llevó a la Cúpula de los Videntes de Cristal. Tenían que enviar un mensaje, les dijo, uno que tendría que romper la sombra en la disformidad si querían tener una mínima posibilidad de supervivencia. Trabajando en equipo, los videntes supervivientes de Iyanden enviaron un haz concentrado de energía psíquica a través de la asfixiante presencia de la mente colmena, apartando a un lado los tentáculos que se retorcían con luz telepática. La mente de Kelmon fue disparada por años luz de espacio vacío para al final tocar la de Yriel, el gran exiliado de Iyanden. En su desesperación, Kelmon había planeado ofrecer una disculpa, prometer que el nombre de Yriel sería restaurado aunque sólo si regresaba para defender su casa. Con todo, no tuvo oportunidad de decir ninguna de estas cosas. Apenas Kelmon se puso en contacto con él cuando el suelo cayó y los tiránidos invadieron cúpula. Media docena de videntes fueron asesinados en el mismo momento de la invasión, ya fuera por las ráfagas bio-eléctricas de Trigones o las oleadas del Termagantes que les siguieron. Kelmon sintió que el contacto se perdió, maldijo su mala suerte e hizo descender fuego antinatural sobre sus atacantes.

El Exiliado Regresa[]

A muchos años luz de distancia, Yriel experimentó el contacto de Kelmon como un sueño despierto, lleno de oscuridad y emoción. Vio fragmentos de Tiránidos arrasando por las cúpulas en ruinas de su antiguo hogar; vio las agujas de hueso espectral destrozadas y vio los cuerpos destrozados de los muertos apilarse en los pasillos. Yriel no tenía necesidad de oír las palabras que Kelmon pensó decir, pues la verdad era evidente. Iyanden estaba luchando por su supervivencia. Tenía volver a casa, pero no lo haría solo. Yriel no había estado ocioso en los cincuenta años tras abandonar Iyanden. Para entonces había forjado junto a sus seguidores una flota pirata conocida como los Incursores Espeluznantes. Operando en muchas de las antiguas fortalezas de Kallorax, Yriel había continuado la guerra contra el Caos. En el camino chocó con el Imperio de la Humanidad en numerosas veces. Al darse cuenta de que no podían derrotar a Yriel en un combate convencional, los humanos habían intentado fomentar la rivalidad entre los Incursores Espeluznantes y otras dos compañías de piratas: los Incursores Oscuros de Xian y el Comando Escarlata. Esto fracasó rápidamente cuando Yriel simplemente tomó el control de las flotas rivales. Después convocaría un consejo de sus capitanes de la flota y anunció su intención de volver a Iyanden. Les advirtió que estaba casi seguro que navegaba hacia las garras de la muerte y sólo se llevaría a los dispuestos a seguirle. Ningún capitán decidió quedarse atrás. Aunque parias, los piratas seguían siendo eldars y, por tanto, dotados de un sentido del deber que eclipsaba los inferiores códigos de honor de otras razas. Lucharían.

Ataque de los Incursores Espeluznantes[]

Eldar principe yriel vs tiranidos

Yriel se enfrenta a los tiránidos en Iyanden

Cuando más pofundas se habían hundido garras del Kraken en las defensas de Iyanden y la llama del desafío de los eldars quedó casi apagada, el príncipe corsario condujo a sus asaltantes en un glorioso retorno. Al igual que la ardiente Lanza de Khaine, las fuerzas de Yriel rompieron el bloqueo de la Flota Enjambre Kraken y arrancaron el corazón del enjambre. A continuación, sin pausa, golpearon en dos oleadas más. Ni una sola nave tiránida pudo sobrepasar el torbellino de plasma hacia el mundo astronave, aunque el precio pagado por los Incursores fue sentido. Casi un centenar de naves habían atacado con Yriel, y apenas un tercio de ellas quedaban para cuando la segunda oleada tiránida no era más que restos salpicados de icor. Ensangrentados, pero firmes, los Incursores se dispusieron a vender hasta la última de sus vidas con el fin de repeler el próximo asalto xenos. Ojos vigilantes observaban los escáneres, esperando el primer indicio que revelaría el inicio del siguiente asalto; un asalto que nunca llegó. La amenaza espacial había sido derrotada.

La batalla en el espacio había sido ganada, pero bajo los cielos de Iyanden, la batalla por el alma del mundo astronave seguía haciendo estragos. Ante la derrota en el espacio, las hordas tiránidas se lanzaron contra los eldars con renovada ferocidad. Este inesperado asalto golpeó especialmente la Fortaleza de la Luna Roja e hizo temblar a sus defensores. Ya no había una defensa coordinada de Iyanden, sólo una serie de bolsas de resistencia condenadas, luchando por sobrevivir un momento más. Iyanna Arienal reunió cuantos guardianes espectrales pudo y formó un rompeolas de muertos que esperaba haría ganar tiempo para que los vivos contraatacaran. Cañones Espectrales y Cañones de Distorsión ardieron entre las ruinas mientras los antepasados renacidos perecían de nuevo para salvar a cuantos descendientes podían. No resistieron mucho tiempo. Este ataque era dirigido por un tirano de enjambre más grande que cualquiera que los eldars habían visto. Ni shuriken ni espada podían penetrar la piel de la criatura, y cada barrido de sus garras reducía a un guadián espectral a una marioneta desecha.

En un acto de lealtad que restauró a Yriel como un héroe, el Príncipe Incursor y su gente desembarcaron de sus naves para reforzar a las vacilantes tropas de tierra. Él mismo dirigió la carga, y ni una de las abominaciones de la Mente Enjambre pudo oponérsele, pues él había tomado la Lanza del Crepúsculo de su lugar de descanso en el Santuario de Ulthanash. Esta era una legendaria arma maldita, probablemente tan fatal para el portador como para sus enemigos, pero era demasiado tarde como para que Yriel prestase atención a cualquier peligro personal. El Tirano de Enjambre cargó para enfrentarse al príncipe eldar, pero la fuerza y la ferocidad salvajes de la criatura no eran rival para las impresionantes energías de la Lanza del Crepúsculo. Con un movimiento fluido, Yriel introdujo el arma en las fauces del monstruo y salió por la parte posterior de su cráneo quitinoso. Fue un golpe perfecto como jamás se había visto. Con un grito clamoroso, el tirano se desplomó y murió a los pies de Yriel. Los últimos ecos del grito postrero del monstruo señaló la derrota de las hordas xenos. Rota su red sináptica, los tiránidos restantes dejaron de atacar como uno y se volvieron entre sí. En ese instante, los cazadores se convirtieron en la presa cuando los eldars que aún tenían fuerzas para soportar sus armas cargaron para reclamar venganza por los muertos. Iyanden había sido salvado.

El Precio de la Victoria[]

"Es posible que hayamos ganado la batalla, pero nuestros antepasados han perdido sus almas."

Príncipe Yriel

La victoria en Iyanden era vacía, pues aunque los defensores del mundo astronave habían repelido a los invasores, casi no habían dejado vivos para presenciarla. Iyanden estaba en ruinas, una sombra de su antigua gloria. Cuatro quintas partes de la población yacían muerta o moribunda en las salas marcadas por la guerra; un terrible golpe para la decadente raza eldar. Entre los muertos estaba Kelmon Vistardiente, rodeado de los cuerpos de una docena de tiránidos carbonizados por el fuego psíquico. La otrora elegante y majestuosa flota de Iyanden había quedado reducida a una fracción ínfima, cuyos restos sin vida orbitaban alrededor de todo el mundo astronave. El hermoso paisaje del hogar eldar ahora estaba cubierto de cadáveres tiránidos ennegrecidos. La arquitectura estaba devastada; torres esbeltas de hueso espectral y magníficas cúpulas de cristal rotas y devastadas. Peor aún, las mismas almas contenidas en sendas joyas espirituales y que habían sido destruidas por los tiránidos se habían perdido para siempre. Sin embargo, incluso en la oscuridad, la esperanza perduró. Taec Ojodeplata asumió el lugar de Kelmon a la cabeza del consejo y le pidió a Yriel que se quedara. Iyanden necesitaba a todos sus hijos e hijas si quería sobrevivir. Yriel no respondió al principio. Podía sentir las funestas energías de la Lanza del Crepúsculo corriendo a través de él y sabía que su destino había cambiado para siempre al cogerla. Sin embargo, Yriel también sabía que no podía abandonar Iyanden una segunda vez. Y así el hijo de la Casa de Ulthanash volvió a casa.

Un Mundo Astronave dividido[]

"Es nuestro deber reavivar el fuego de la esperanza en nuestro pueblo, no pelearnos entre sí sobre quién da vida a la llama."

Vidente Taec Ojodeplata

El ataque de Kraken no sólo había roto el equilibrio entre la vida y la muerte, sino que también había destruido la unidad de Iyanden y los Eldar que quedaban, vivos y muertos, devinieron en dos facciones. Uno, en el que Yriel era la voz más alta, deseaba continuar la guerra contra el Caos. Ya no creían que el poder del mundo astronave fuera suficiente para lograr una victoria duradera, pero no desesperarían. El otro creía que Iyanden podría resurgir de las cenizas como en el mito del ave fénix y que las fuerzas del mundo astronave no debían ser desperdiciadas en una cruzada fatalista. Esta segunda facción fue mucho menor, al menos al principio, pero muchas personas influyentes, entre ellas la Guardiana de Almas Iyanna Arienal, hincharon sus filas. Al final fue Ojodeplata, como jefe del consejo de Iyanden, quien debía mantener la paz entre estas dos facciones. A Yriel se le concederían cualesquiera que fuesen las fuerzas necesarias con el fin de realizar sus campañas, pero no hasta el punto de que Iyanden quedase sin protección o que Iyanna Arienal no pudiera perseguir sus objetivos de devolver la grandeza al mundo astronave. De este modo Ojodeplata mantuvo el equilibrio entre la muerte y la vida. Era una solución que no agradó a ninguna de las facciones, pero mantuvo a Iyanden unida.

El Príncipe y el Vidente[]

Ahora la lucha contra el Caos consumía toda la vida de Yriel, interrumpida sólo cuando otros enemigos se acercaban lo suficiente como para poner en peligro a Iyanden. Una y otra vez, Yriel lideró a los ejércitos y flotas del mundo astronave contra fuerzas que les superaban ampliamente en número. En otro Autarca, esto quizás hubiera llevado al desastre, pero los días imprudentes de Yriel quedaron atrás y nunca volvió a propasarse. Para sus partidarios, Yriel era un héroe, una mano de Khaine que había llegado para aplastar a los enemigos de la astronave. Para sus detractores, él era el mayor peligro de Iyanden. Los rumores afirmaban que el príncipe no dormía ni comía, que ahora la Lanza del Crepúsculo sustentaba su vida incluso al tiempo que se la robaba. Contaban de cómo Yriel podía sentir la mano de la muerte sobre su hombro y que este constante recordatorio lo llevó a buscar un legado duradero para su pueblo antes de que la muerte le reclamase.

Iyanna Arienal y sus seguidores no se mantenían ociosos ante las acciones de Yriel. Habían arrojado sus esperanzas en una antigua profecía; la del Fénix Renacido, que hablaba del renacimiento de la raza Eldar. Bajo la dirección de Iyanna, estos buscaron las Lágrimas de Morai-Heg, fragmentos de piedras preciosas que poseían magia antigua con las que la guardiana de almas, dijo, verían logrado el renacimiento. Las lágrimas se encontraban perdidas desde hace miles de años y los seguidores de Iyanna buscaron pistas sobre su paradero con más frecuencia que las gemas en sí. La búsqueda llevó a los eldars a contactar con humanos, orkos y otras razas primitivas. Con algunas razas pudieron comerciar, en las pocas ocasiones en las que Iyanna era capaz de bajar para tratar con ellos de igual a igual. Sin embargo, la mayoría de las veces sólo la amenaza de la fuerza daba éxito a la búsqueda. Sólo la recuperación de la primera lágrima dejó una docena de mundos en ruinas y otros tantos quedaron temeroso de que los eldars volvieran a matar a los supervivientes.

Poco a poco, el equilibrio de poder dentro de Iyanden comenzó a cambiar. Las victorias de Yriel llegaban a un precio cada vez mayor y aparentemente con pocos beneficios. Iyanna, por el contrario, dio al pueblo de Iyanden un sentido de esperanza y de progreso. Mientras cada uno de los triunfos de Yriel eran sino otra costosa victoria en una guerra que no tenía un fin perceptible, cada Lágrima de Morai-Heg que Iyanna recuperaba era un paso más cerca de cumplir la profecía. En unos pocos años, la facción de Iyanna Arienal había crecido tanto que ahora eclipsaba a la de Yriel. Ahora la vidente de espíritus podía contar con la lealtad de casi todos los guardianes espectrales de la astronave y buena parte de los vivos. Sin embargo, Taec Ojodeplata mantuvo su neutralidad y por lo tanto mantuvo un (casi) armonioso equilibrio en el mundo astronave.

Muchos peligros surgieron a los que Iyanden tuvo que enfrentarse en esta época; la horda demoníaca de M'Kar el Renacido y los Necrones de la Dinastía Sautekh, por nombrar dos ejemplos. Incluso una flota sectorial de la Armada Imperial, dirigida por el ambicioso pero lamentablemente demasiado confiado Alto Comodoro Rassoloth, levantó su brazo contra el mundo astronave. Yriel despachó a todos ellos con facilidad pero por desgracia, cada victoria era coronada por la tragedia, pues eran destruidas las joyas espirituales de los guardianes espectrales, cuyas almas viajaban a la disformidad para ser devoradas por Slaanesh. Pero si los guardianes espectrales no combatían, el mundo astronave sería destruido y el circuito infinito moriría con ellos. Por ello su sacrificio era genuinamente noble; mejor que unos pocos caminasen voluntarios al olvido que todos fuesen consumidos.

¡Waaagh! Rekkfist[]

Sólo una amenaza en todo este tiempo estuvo cerca de poner fin a Iyanden: las fuerzas del ¡Waaagh! Rekkfist. Cuando el mundo astronave entró en el Sistema Antellas, las runas advirtieron a Ojodeplata que los planetas en el camino de Iyanden estaban masivamente infestados por orkos; cualquier intento atravesarlos terminaría en desastre. La retirada tampoco era una opción; la flota de Iyanden ya había combatido a varios Kruzeroz Matamuchoz y la presencia del mundo astronave era más que sabida por los orkos. La única esperanza para los eldars era dar rienda suelta a un ataque preventivo contra el Imperio de Rekkfist. Se dice que la escala de la amenaza orkoide era tal que Yriel y Iyanna dejaron a un lado sus diferencias y acordaron trabajar en equipo; las necesidades de la supervivencia trascendían la santidad de la ideología. Aunque Iyanna no fue tan lejos como para poner a sus partidarios bajo el mando de Yriel, ofreció al príncipe toda la asistencia y dejó de dudar de su liderazgo en público. Parecía que la gran amenaza presentada por los orkos había unido a las dos facciones de Iyanden como ningún esfuerzo pacífico jamás podría haber logrado.

La Batalla de Antellas comienza[]

Superando fácilmente en tácticas a la flota orkoide, Yriel lanzó una serie de ataques audaces en los destartalados astilleros y puestos de combate en órbita alrededor de Antellas Prime. Neutralizadas las defensas planetarias, Iyanna Arienal llevó a sus propias fuerzas hasta la superficie pero no para luchar una guerra convencional, sino para llevar a los orkos al caos. La mayoría de los tomó eran guardianes, pero también condujo a guerreros que conocía por sus habilidades de rastreo y acoso en silencio; Cazadores Carmesíes, Arañas de Disformidad, Escorpiones Asesinos y Exploradores. Atacaron el oscuro bosque de Antellas Prime, empuñando el terror y las sombras como armas. Las patrullas orkas fueron atacadas y eliminadas; los Kaudillos eran eliminados desde lejos por rifles de exploradores o de cerca con sus cuchillas de energía. Estos ataques extendieron la inquietud entre los orkos rápidamente. Los de Rekkfist amaban una pelea tanto como cualquiera de su especie, pero ningún orko habían visto a un eldar y vivido para contarlo, y así los rumores de un enemigo sobrenatural se propagaron rápidamente. El mismo Rekkfist no creía los rumores, pero también era pragmático y ordenó que los bosques fuesen incendiados. Durante la siguiente semana, cada Achicharradorez y Kemakema en Antellas fue usado intensivamente y pronto el antiguo bosque estuvo en llamas. Ahora las fuerzas de Iyanna no tenían más remedio que aparecer y luchar.

Mientras tanto, en los oscuros límites del Sistema Antellas, Iyanden tenía sus propios problemas. Los golpes de Yriel habían mutilado o destruido muchas de las naves espaciales orkas y las que quedaban estaban demasiado lejos como para ser una amenaza para Iyanden o las fuerzas de Antellas. Por desgracia, fue entonces cuando un enorme constructo salió de la disformidad casi encima de Iyanden. Este no era un simple Kruzero, sino un vasto Pezio Ezpacial, un conglomerado de naves, asteroides y restos fusionados en el Immaterium reutilizado para los usos orkoides. En un primer momento, Taec Ojodeplata temío que Iyanden hubiese sido emboscada deliberadamente, pero lo reconsidero rápidamente; los Orkos eran incapaces de guiar una nave tan monstruosa con la suficiente precisión. Esto no era un plan de los pielesverdes, sino la mala fortuna. Probablemente, la nave había tenido la intención de unirse a las fuerzas de Rekkfist o era un rezagado del ¡Waaagh! que habían alcanzado Antellas. Entre la imprevisibilidad inherente a la conducta orka y los caprichos de la Disformidad, no era de extrañar que las runas no lo hubiesen advertido.

Durante un instante, tanto el mundo astronave como el pezio quedaron en silencio ante la súbita aparición del contrario; entonces, como si se tratara de alguna señal convenida, las baterías de armas en ambas naves se iluminaron y los misiles volaron a través del vacío. Un segundo más tarde, la flota de Yriel viró de nuevo hacia Iyanden. El plan era que conduciría a sus fuerzas en ayuda de Iyanna una vez las naves orkas hubiesen sido rechazados, pero la llegada del pezio lo cambió todo. En una situación normal, incluso un pezio tenía poco que hacer frente a un mundo astronave, pero Iyanden no era más que una sombra de su antiguo poder. Afortunadamente, el príncipe había dejado la mitad de sus naves operativas a modo de pantalla contra cualquier amenaza inesperada. Por desgracia, tal era el tamaño y la cantidad de sistemas redundantes incrustados en el pezio que este absorbió toda la potencia de fuego combinada de Iyanden y su flota sin ni siquiera un estremecimiento. Los torpedos de abordaje impactaron y se internaron en Iyanden, vomitando a miles de orkos en las cúpulas de la astronave. Ojodeplata organizó la defensa, dirigiendo los esfuerzos de los guardianes espectrales que permanecían a bordo de la astronave, mientras que los Guardianes de Almas trabajaban para despertar a los demás desde el circuito infinito. No fue suficiente. Los orkos estaban por todas partes y su abrumadora superioridad numérica triunfó allí donde la fuerza no podía.

Mientras tanto, en Antellas Prime, Iyanna Arienal tenía su propia sorpresa que deparar al ¡Waaagh! Rekkfist. A medida que los orkos avanzaban a través de los páramos de ceniza del bosque y cargaban su ejército, envió una señal telepática a lo alto de las montañas, convocando a los Cazas Espectrales Hemlock a la refriega. Estos elegantes cazas habían estado ocultos desde que Iyanna aterrizó en Antellas Prime. Tenía la intención de utilizarlos, y sus guadañas de distorsión, como la piedra angular de una estrategia de terror cuidadosamente construida, llegaron para derrotar a la horda de Rekkfist. Ochenta cazas gritaron a baja altura sobre los orkos en plena carga, superando sus bramidos con los de sus armas. Entonces, y de una sentada, la berrea se detuvo. Los orkos se desplomaron sin vida en el suelo, sus almas enviadas a la hambrienta disformidad. Kamiones y Motoz se detuvieron en seco, con sus tripulantes muertos sobre los controles. Kohetez y proyectiles antiaéreos surcaron los cielos cuando los orkos supervivientes trataron de derribar los siniestros cazas eldar, pero el daño ya estaba hecho; la horda de Rekkfist había sido desorganizada e Iyanna lanzó a sus fuerzas terrestres para aprovechar el desorden. Maltrecho pero en pie, Rekkfist rugió en busca refuerzos y en todo Antellas Prime los Mekánikoz y sus Llevalejoz cobraron vida a medida que inundaron la zona de nuevas tropas. Cuando estos comenzaron a llegar, Iyanna reconsideró las fuerzas desplegadas contra ella y sabía que no podía prevalecer. ¿Dónde estaba Yriel? se preguntó, maldiciendo en silencio al príncipe por abandonar a sus tropas.

Yriel golpea[]

En el espacio, la flota de Yriel se unió al fin a la batalla por Iyanden. El príncipe se sintió brevemente tentado a desembarcar con sus guerreros y luchar a bordo del mundo astronave, como hiciera contra la Flota Enjambre Kraken, pero descartó la idea con rapidez. El pezio machacaba el casco exterior de Iyanden con proyectiles y kohetez incluso cuando lanzaba más torpedos de abordaje hacia el mundo astronave. No podría haber victoria alguna hasta que el pezio fuese destruido. Tras desplegar la mitad de sus naves para interceptar y destruir los torpedos de abordaje, Yriel llevó al resto en vuelo rasante sobre la superficie del pezio, volando los puntales y remaches que unían a las diferentes naves en ruinas y asteroides cautivos que formaban su casco. Después de una docena de incursiones el casco comenzó a romperse, cuyos restos giraron perezosamente en el espacio por la fuerza de las explosiones. Miles de pielesverdes fueron succionados hacia el espacio cuando la integridad estructural del pezio cayó. Con una sonrisa sombría, Yriel llevó la flota de regreso a Iyanden.

A pesar de los esfuerzos de la flota, un sinnúmero de torpedos habían alcanzado Iyanden y los orkos se habían extendido a lo largo y ancho del mundo astronave. Los pielesverdes evitaban las salas fantasmales, pues el clamor de las voces de los espíritus les hacían sentirse incómodos, pero ocasionaron mucho daño en otras partes. Taec Ojodeplata había optado por la retirada ante la horda, vendiendo terreno a cambio de tiempo para que otros guardianes espectrales pudieran ser despertados y llamados a la lucha, pero al final, se quedó sin lugares a los que retirarse. Entonces, cuando el clarividente se preparaba para lo que sabía que sería el asalto final, la salvación provino del lugar más inesperado. Sin previo aviso, el Portal de la Telaraña de Iyanden se encendió y una fuerza nueva y siniestra irrumpió en la astronave. Eran los guerreros de la Kábala de los Espectros y el Culto de la Mano Desollada; los crueles Drukhari de Commorragh habían llegado en ayuda de sus primos. Como un viento de hojas barrieron los pasillos y salas de Iyanden, dejando cadáveres pieles verdes mutilados en su estela. Al ver vacilar a los Orkos, aunque sin saber la causa, Ojodeplata instó a sus propias fuerzas a contraatacar. Para cuando Yriel llegó, ni un orko quedaba con vida dentro de las salas de Iyanden.

Momentos después, la flota de Yriel estaba en movimiento de nuevo, esta vez llevando refuerzos hacia Antellas Prime, donde Iyanna Arienal seguía asediada. Para sorpresa de todos, los Arcontes ofrecieron su ayuda una vez más, explicando que encontraban sumamente divertido los escarceos nigrománticos de Iyanden y que estarían encantados de ser testigos de más ocasiones. Disgustado, pero incapaz de rechazar cualquier clase ayuda, Yriel acordó permitir que sus primos oscuros embarcaran en sus naves.

La Caída de Rekkfist[]

Yriel llegó a Antellas Prime justo para descubrir una guerra caótica y fragmentada en marcha. Si Rekkfist hubiera sido capaz de reunir a sus partidas de guerra en una sola masa, habrían abrumado con seguridad a las fuerzas de Iyanna. Así las cosas, los llevalejoz orkos habían escupido refuerzos de Rekkfist por todo el continente septentrional. Habían convergido sí, pero poco a poco, y los eldars habían aprovechado la oportunidad para aislar y destruir a partidas de guerra dispersas. Los guerreros de Iyanna eran más rápidos y mucho más maniobrables que los orkos, pero los Eldar tenía otra ventaja añadida; los guardianes espectrales eran incansables y podían continuar la lucha mucho después de que sus parientes de carne y hueso se cansasen. No obstante, los eldars sabían que esta era una lucha que no podían ganar sin la ayuda del resto del mundo astronave. Por lo tanto, no hubo nadie en la hueste de Iyanna que no se alegrara cuando la flota de Yriel se colocó en órbita sobre sus cabezas.

Los rápidos Incursores de los Drukhari fueron los primeros en entrar en combates, cuyas tripulaciones reían salvajemente mientras sus Rifles Cristalinos se cobraban su peaje con sangre de pielesverdes. Ágiles Brujas surgieron de las cubiertas de sus naves toda velocidad, deseosas de practicar sus depravadas actividades. Luego vinieron los Expoliadores, cuyas lanzas oscuras redujeron kamionez y tanques en ruinas humeantes. Finalmente, el Incursor Vampiro de Yriel aterrizó en la posición de Iyanna Arienal, desembarcando guardianes, guerreros especialistas y guardianes espectrales en el grueso de la lucha. Al frente de ellos venía el mismísimo Yriel, con la Lanza del Crepúsculo brillando con malicia en sus manos. Yriel no tenía palabras para Iyana Arienal, ni ella para él; cualquier diferencia que hubiera entre ellos fue dejada a un lado, pues ahora se enfrentaban a un enemigo común que pagarían un alto precio por los daños infligidos a su mundo astronave.

Y así fue. Aunque la lucha se prolongó durante casi tres días, cuando acabó, el poder del ¡Waaagh! Rekkfist había sido roto para siempre. Rekkfist estaba muerto, ejecutado a manos de Yriel cuando el príncipe lideró una carga suicida contra el corazón de la marea verde. Yriel también habría muerto allí, aplastado por el pie de un gigantesco Pizoteador, si Iyanna Arienal no hubiera tenido la previsión de ordenar a dos Caballeros Espectrales que ganatizasen la seguridad del almirante. Aun siendo rivales, la guardiana de almas sabía que un Iyanden sin Yriel no sobreviviría mucho tiempo. Así las cosas, los cañones espectrales pesados detuvieron al Pizoteador y lo dejaron echar humo, e Yriel vivió para luchar otro día.

El lugarteniente de Rekkfist, Snakra, trató de rescatar la batalla lanzando escuadrones enteros de Dakkajets a la lucha. El aire quedó lleno de gruñidos mecánicos cuando los cañones de gran calibre abierto fuego contra las posiciones eldar. Sin decir una palabra, los guardianes espectrales formaron un muro impenetrable alrededor de los cuerpos de los vivos y, pese a que sus caparazones fueron fracturados y rotos merced a la potencia de los orkos, su sacrificio aseguró a los vivos. Un momento más tarde, un estampido sónico hizo eco sobre el valle; los Dakkajets cayeron de los cielos cuando los Cazas Estiletes dejaron a los orkos para el desguace. Finalmente, y después de mucho trabajo, los eldars dominaban un campo de batalla cubierto de cuerpos mutilados. No todos los orkos habían sido eliminados, pues algunos habían huido a las colinas, quizá para recuperar algún día Antellas Prime. Yriel e Iyanna les dejaron ir; la amenaza contra Iyanden había sido vencida. Tampoco hicieron objeciones a los cientos de pielesverdes enjaulados que los Drukhari se habían llevado por la telaraña como "pago por los servicios prestados." Los xenos habían desafiado la supremacía de los eldars, e iban a pagar un alto precio en el reino de sombras de Commorragh.

Un breve respiro[]

Con los orkos del ¡Waaagh! Rekkfist derrotados, los eldars de Iyanden experimentaron al fin unos pocos años de relativa paz. Por supuesto, aun hubo guerras y batallas que librar, pues la galaxia era un hogar cruel y la lanza de Yriel rara vez se vio feliz descansado. Pero éstos, al menos, no eran conflictos por la supervivencia de Iyanden; desde entonces ningún pie extranjero pisó sin invitación los sagrados recintos de la astronave. Este período de relativa calma permitió a los Cantantes de Hueso llevar a cabo un gran número de reparaciones; a medida que el milenio llegaba a su fin, sus constantes trabajos tuvieron como recompensa que una parte sustancial de la astronave fuese restaurada en toda la gloria. Si disponían de otros mil años, argumentaron los aedas, Iyanden quizás sería restaurada. A pesar de todo, Iyanna Arienal continuó su búsqueda para cumplir la profecía del Fénix Renacido. Ya contaba con la mitad de las lágrimas de Morai-Heg descubiertas, o al menos eso dijo, aunque no compartía detalles de su objetivo final incluso con sus seguidores más cercanos. En esas raras ocasiones en las que se la pudo encontrar a bordo de la astronave, Iyanna podía ser encontrada en comunión con Olari Moldeasueños, uno de los más antiguos de cantantes de hueso de Iyanden. Se rumoreaba que solo hablaban del circuito infinito del mundo astronave, aunque se desconocía la razón tras ello.

El Legado del Kraken[]

Una decisión desesperada del pasado regresaba a Iyanden. En las postrimerías de la batalla contra la Flota Enjambre Kraken, los videntes del mundo astronave habían creado una tormenta disforme artificial para bloquear la persecución de los tiránidos. Cientos de bio-naves se habían sumido en esa tormenta antinatural y los eldars asumieron que todos habían sido destruidos, o al menos desterrado a donde no podrían causar ningún daño inmediato. Por desgracia, este no fue el caso. Prevenidos por las profecías de Taec Ojodeplata, los eldars de Iyanden supieron que las caprichosas corrientes de la disformidad habían lanzado al tentáculo del Kraken de nuevo en el espacio real. Peor aún, las bio-naves habían vuelto a aparecer cerca de Dûriel, un mundo conocido por el Imperio como Valedor, directamente en la trayectoria de la Flota Enjambre Leviathan. Las dos flotas no podían encontrarse, pues de lo contrario se formaría una potente e imparable cepa de que emergería para amenazar a Iyanden de nuevo. Los tiránidos tenían que ser detenidos, y tenía que ser en Dûriel.

Iyanden sabía que sus fuerzas estaban demasiado lejos como para llegar a Dûriel a tiempo, y eran muy pocas como para garantizar la victoria, pero no tendría que hacerlo solos. Biel-Tan pronto prometió su ayuda, e incluso los oscuros parientes de Commorragh acordaron unirse a la lucha. De hecho, fueron los Drukhari quienes proporcionaron la solución; un dispositivo disparado psíquicamente que podría provocar que el núcleo fundido del planeta se convirtiera en una furia catastrófica, destruyendo Dûriel y a todo tiránido sobre este. Este dispositivo era conocido como el Corazón de Fuego, pero no podría ser detonado a distancia; Dûriel podría ser destruido, pero sería preciso que los videntes que activasen el Corazón de Fuego perecieran junto a el.

La muerte roja de Dûriel[]

En el 778999.M41, Dûriel se convirtió en un crisol de la guerra cuando los eldars lucharon para evitar la fusión de Flotas Enjambre Kraken y Leviatán. La Corte del Rey Joven de Biel-Tan fue la primera en poner el pie en Dûriel, y por lo tanto llevó el peso de los combates iniciales, pero las fuerzas de Iyanden pronto descubrieron que sus propias batallas comenzaron antes de que incluso llegaran a su destino. Lo impensable había ocurrido; los Tiránidos habían penetrado en la Telaraña. Cuando la vanguardia de Iyanden confirmó que el portal de la telaraña de Dûriel había sido comprometido, Taec Ojodeplata ordenó a los guardianes espectrales de la astronave que dirigieran el contraataque. Una pared de implacables formas de hueso espectral bloquearon los brillantes túneles de la telaraña, una barrera que sólo las más poderosas bio-abominaciones podrían penetrar. Cañones solares y de distorsión abrieron fuego, y la infestación tiránida fue detenida. Entonces el Avatar de Iyanden, renacido en rabia y fuego, entró en la batalla. A medida que el gigante de metal fundido se hundió en las líneas tiránidas, la gloria de Khaine barrió por delante de los guardianes y guardianes espectrales que vinieron tras su paso. Aquellos tiránidos que no fueron abatidos o desgarrados por el armamento shuriken fueron pisoteados cuando los eldar de Iyanden se abrieron paso a través del portal de telaraña y sobre la superficie del asediado Dûriel.

Llegaron justo para encontrarse la batalla final por Dûriel en marcha sobre la cima de la montaña conocida como el Pico de Dios. A medida que los videntes de Biel-Tan doblegaban el Corazón de Fuego a su voluntad, los eldars y Drukhari lucharon por mantener a los enjambres tiránidos a raya. El aire resonó con rugidos de xenos y el silbido del fuego shuriken. Una y otra vez los tiránidos se lanzaron contra las posiciones eldar, al tiempo que la implacable voluntad de la mente enjambre sondeaba en busca de una debilidad para explotarla. No encontró una. Los eldars lucharon hasta el último segundo antes de que el planeta se fundiera bajo ellos. Taec Ojodeplata pereció allí, guiando a los guardianes espectrales de la Casa Illumenwë mientras contenían a los enjambres tiránidos el tiempo suficiente para que los últimos eldars escapasen. En los cielos, Yriel condujo a la flota de Iyanden contra las bio-naves de la Flota Enjambre Kraken, aprovechando su experiencia para destruir hasta la última bio-forma. Incluso entonces, al final, pareció como si la mente enjambre pudiera obtener su premio, la preciada bio-información codificada en los enjambres de Kraken, pero un último ataque de cazas de los Drukhari retrasaron la reabsorción el tiempo suficiente como para que el Corazón de Fuego cumpliese su objetivo. Aunque se habían sacrificado muchas vidas, la unión de las flotas enjambre había sido detenida. De nuevo Iyanden estaba a salvo.

Llega el Fin de los Días[]

Aunque Iyanden había perdido comparativamente pocos guerreros durante la derrota de las flotas enjambre, estas fueron difíciles de soportar. Muchos de sus videntes habían muerto durante la batalla crucial en el Pico de Dios, Taec Ojodepiedra entre ellos, y la ausencia de su sabiduría perjudicaría severamente al mundo astronave en el futuro. Muchos pensaron que Iyanna Arienal también había muerto. Ella había estado todo el tiempo junto a él y la mayoría había asumido que el destino de la guardiana había sido el mismo. Sin embargo, este miedo fue infundado pues Iyanna fue descubierta entre los heridos. Trató de permanecer al lado de Taec, insistió, pero el vidente le había ordenado retirarse y continuar con su trabajo. En cuanto a Yriel, estaba cansado hasta los huesos. Intuía que Dûriel había sido su última batalla y que la Lanza del Crepúsculo había quemado lo que quedaba de su alma. Durante casi diez años había luchado contra los enemigos de su mundo astronave sin descanso y sin compañía; cualquiera que fuese la esperanza que le quedara no era por su propio destino, sino por el de los suyos.

En las profundidades de la noche, Yriel regresó al Santuario de Ulthanash, de donde había tomado la Lanza del Crepúsculo hace ya muchos años. No hubo despedidas y no habló de su propósito. Nadie interrumpió su paso. El príncipe no tardó en penetrar en el santuario, antes el relicario donde la Lanza del Crepúsculo yació tiempo ha. Inclinó la cabeza, con la intención de devolver el arma al reposo que le correspondía, a pesar de que el acto podría costarle su vida. Con una última oración en voz baja a Asuryan, empezó a bajar la Lanza del Crepúsculo hacia su cuna, deteniéndose sólo cuando la sintió una mano sobre la suya. Yriel alzó la vista y contempló la oscura y suave máscara de la Vidente de Sombras Sylandri Caminavelos, a quien no había visto desde que tomara por primera vez la lanza.

La vidente de sombras contó al príncipe que su trabajo aún no había terminado; la noche estaba descendiendo sobre la galaxia, pero la oportunidad de un imperio restaurado esperaba al amanecer. A medida que Yriel escuchaba, las paredes de la capilla parpadearon con imágenes vibrantes de mundos en llamas, de demonios sueltos entre las estrellas y de los dioses eldar renacer en gloria. Yriel sintió que su alma crecía y se volvía fuerte de nuevo, aunque si se trataba de las palabras de la vidente de sombras, su tacto o las imágenes que veía los causantes de este cambio, no lo sabía. Yriel llevó la Lanza del Crepúsculo a su lado una vez más y después la alzó, más alta de lo que había estado en muchos años. En ese momento vio que tenía muchas más batallas que luchar; que aún no era el momento de que su alma conociese la paz. Las ilusiones de caminavelos se desvanecieron el hizo señas a Yriel desde las sombras de la capilla. Apretando su agarre sobre la Lanza del Crepúsculo, Yriel la siguió. Pasaría mucho tiempo antes de que fuese visto de nuevo en aquella parte de la galaxia. Mientras tanto, la historia del mundo astronave Iyanden continuaría, pero ¿Con qué fin? Ni siquiera los dioses podían saberlo.

Renacimiento[]

Pese a la falta de modestia y temperamento de la mayoría de sus iguales en el Sendero del Mando, Yriel ha demostrado ser a menudo el mejor y más brillante de todos los líderes militares de Iyanden. Cuando el Mundo Astronave se vió amenazado por un inmenso pecio espacial de Nurgle tras la estela de la fractura de Biel-Tan, fue el abordaje de Yriel lo que repelió la invasión. Por este acto heróico, el Autarca pagó el más alto precio; en las profundidades del navío infernal, Yriel cayó en combate contra el Príncipe Demonio Gara’gugul’gor.

Su cuerpo apestado, expulsado al vacío espacial, fue recuperado por las afligidas gentes de Iyanden, y parecía que la historia del caprichoso príncipe había llegado a su trágico final. Cuando el destino parecía sellado, sin embargo, había alguien a bordo del Mundo Astronave con poder sobre la mismísima muerte, Yvraine, la emisaria de Ynnead, que tomando la Lanza del Crepúsculo atravesó el cuerpo de Yriel, revelando que el antiguo artefacto era una de las, largo tiempo perdidas, Espadas Ancestrales. La hoja maldita devolvió una gran porción de la fuerza vital que había robado a Yriel durante años y el Autarca se alzó como uno de los Renacidos. Así su condena a manos de la Lanza había sido prevenida por este hecho, devolviéndole años de vida. Es bueno que así sea, porque en estos tiempos desesperados, Iyanden necesita a su hijo predilecto más que nunca.

Armamento[]

Yriel va armado con una armadura pesada, un escudo de energía, granadas de plasma, el Ojo de la Furia (un dispositivo monocular que dispara a quienes él mira) y la maldita Lanza del Crepúsculo, que se dice que encierra la energía de un sol moribundo.

Curiosidades[]

Yriel apareció por primera vez en el universo de Warhammer 40,000 como el "autoproclamado Lord Príncipe Yriel", y su trasfondo establecía originalmente que el Imperio de la Humanidad había fomentado la rivalidad entre Yriel y otras bandas de Corsarios Eldars, provocando luchas internas, pero que la derrota y absorción de dos de estos grupos (los Incursores Negros de Xian y el Mando Escarlata) convirtieron a Yriel en el pirata Eldar más poderoso de la galaxia.

Miniatura[]

Fuentes[]

Extraído y adaptado de Wikihammer 40K UK.

  • Battlefleet Gothic Compendium (2010).
  • Battlefleet Gothic Resources: "Yriel's Raiders".
  • Codex: Eldars (Ediciones 4ª, 6ª y 8ª).
  • Codex: Tiránidos (Ediciones 5ª y 6ª).
  • Suplemento Codex: Mundo Astronave Iyanden (6ª Edición).
  • Warhammer 40,000: Chapter Approved.
  • Warhammer 40,000: Planetsrike (3ª Edición).
  • White Dwarf Nº 164 (Edición Inglesa).
  • Rogue Trader: Core Rulebook (Juego de Rol).
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