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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Revisión del 04:05 9 jun 2018

Panorama de la Segunda Era de los Conflictos

Es el 51° milenio, y la guerra continúa.

No hubo ninguna gran conflagración o alguna calamitosa batalla final.

A través de la vastedad de la galaxia, el Imperio murió. No de forma explosiva, sino con un quejido. El Imperio galáctico de la Humanidad se desmoronó; sus enemigos eran demasiado numerosos, demasiado grandes y demasiado terribles para imaginarlos. El gran conflicto de Octarius no tuvo victoria, fue una guerra sin fin. En el feroz cisma de la contienda, el enjambre y el holocausto verde se fusionaron, mientras se formaba esta bestia barbárica que ambos vieron como de su misma estirpe. La nueva entidad se diseminó con una velocidad impensable tanto para Orko como para Tiránido. La guerra y el hambre se combinaron en un deseo singular de saquear, violar y rehacer todo a imagen y semejanza de este Nuevo Devorador.

Las pesadillas híbridas de este devorador eran regenerativas, y se reproducían a través de esporas, mezclándose en un gran horror que aniquilaría la galaxia, dejando nada más que fragmentos antes de abandonarla. Se alzaron centinelas metálicos de inquebrantable terror en algunos mundos, dejándolos a salvo del ¡Waaagh! del Nuevo Devorador, pero a su vez haciéndolos esclavos de estos vigilantes de plata, y convirtiéndolos en forraje para sus dioses de metal brillante.

Los Eldar, que se habían aferrado a la vida ya por tanto tiempo, lentamente se esfumaban de la existencia, un Mundo Astronave a la vez. Eventualmente, incluso los retumbantes corazones de los Avatares cayeron en silencio. Durante un tiempo, en los Mundos Astronave muertos, algo ronda a través del Circuito Infinito hasta el día de hoy. Desafortunadamente, el gran dios de los muertos, Ynnead, está atrapado dentro de este circuito, aullando su lastimera canción en la oscuridad, eternamente hambriento en su deseo de vengarse de La Sedienta.

Los T'au, ingenuos en su esperanza de unificación, se expandieron dentro de un reino de cadáveres y ceniza. Cada mundo con el que se encontraban yacía muerto. La difícil y desagradable tarea de terraformar cada mundo convirtió a los T'au en seres amargos y farisaicos. Estaban asqueados ante las acciones de sus predecesores, y clamaron que ya no intentarían entender a las demás razas, sino que las purgarían. Solo los T'au pueden ser confiables en estos mundos. Decidieron que los demás debían ser deshechos. Observando, el patrón largó su risa sardónica mientras sus títeres eran retorcidos dentro de horrores.

El Trono Dorado finalmente falló. Nadie sabe con certeza qué ocurrió con el Emperador, pues una vez colapsara el trono, no se volvió a recibir ninguna transmisión vox o astropática desde Terra una vez las tormentas de Disformidad consumieran el planeta. Los restos desperdigados de la humanidad no tenían ni los medios ni la voluntad de regresar. Todo lo que se sabe es que el Astronomicón murió junto con Terra, pulverizándose en la nada durante el transcurso de 500 años. Con el pasar de los siglos, el Imperio, su coherencia perdida por la separación de sus fuerzas contra el Nuevo Devorador y el repentino surgimiento de tormentas disformes, fue despedazado como vidrio. Aparecieron cultos caóticos en estampida a través de la humanidad, como sobrecargas eléctricas en una vieja red de energía.

Con la muerte del Emperador, la Inquisición finalmente perdió su fachada de unidad, y muchos murieron, asesinados por los más poderosos dentro de sus una vez sagradas filas. Los Lords Inquisidores más grandes se afianzaron sistemas enteros para sí mismos, volviéndose reyes feudales y regentes, uniendo multitudes dispersas de sus semejantes mortales a su alrededor con el fin de luchar por el poder de los gobernadores locales.

La Iglesia también se destruyó, convirtiéndose en nada más que sectas menores. Todas excepto Ophelia. Las Adepta Sororitas se retiraron de todos los mundos que pudieron, y se reunieron en Ophelia y los sistemas cercanos. Ophelia se convirtió en un vil osario para el Eclesiarca, quien había enloquecido por todo lo que había vislumbrado. Él reunió a sus Canonesas, sus Santas Patronas y cazadoras de brujas y puso a billones bajo la antorcha. Todo sistema dentro del rango de saltos cortos disformes (pues los Navegantes no eran capaces de soportar saltos largos debido a las tormentas disformes) desde Ophelia eran aterrorizados por la iglesia imperial, quienes buscaban desesperadamente a quienes culpar por esta pesadilla.

Se dijo que durante estos días, se habían creado miles de 'Imperios Secundarios' del cadáver descuartizado del Imperio de la Humanidad. Cada uno afirmaba legitimidad y clamaba ser liderado por un regente elegido por el Emperador cuando murió finalmente. Algunos decían incluso que eran el propio Emperador renacido. La humanidad, demasiado asustada en sus apiñadas masas, creía esta herejía sin cuestionamientos, demasiado asustada de imaginar un universo sin su padre y protector.

Los nobles Marines Espaciales tuvieron un poco más de suerte. Muchos Capítulos se desintegraron completamente cuando sus fuerzas, quienes luchaban en misiones individuales por toda la galaxia, se dieron cuenta que no podían regresar ante sus Señores de Capítulo. En la oscuridad y la soledad, muchos Astartes escogieron el único camino que conocían: la guerra. Se volvieron renegados y en ocasiones bandidos, saqueando mundos imperiales por esfuerzo de guerra, como dirían al justificar sus acciones. Se decía que las partidas de guerra de los Cicatrices Blancas y la Guardia del Cuervo eran las peores, pues eran muy rápidas e implacables en sus pillajes.

Los Templarios Negros mantuvieron mucho de su antiguo fervor, y continuaron con sus cruzadas. Se volvieron servidores totales del Dios-Emperador, y el Gran Mariscal Dorstros declaró una nueva y mayor cruzada: Destruir a todo ser humano que no se sometiera a ellos y al Dios-Emperador, y purgarlo todo y a todos. Su fanatismo los cegó de sus propias herejías, mientras más Astartes sin líder, desesperados por órdenes y un propósito, se unieron bajo el estandarte de la cruzada de los Templarios Negros. Millones de variopintos soldados de la Guardia Imperial y multitudes de cultos flagelantes se unieron a la marcha de la cruzada a través de las estrellas. Pronto, sus agotados números, drenados por las guerras contra el Nuevo Devorador, habían casi alcanzado los dos mil Astartes, representando el segundo mayor grupo de Marines Espaciales aún en existencia (precedidos solo por Gran Sicarium). Sin embargo, no importa qué tan grande se vuelva su cruzada, los Templarios no eran más que una banda de fanáticos delirantes.

Ultramar fue renombrada Gran Sicarium, bajo su nuevo líder, Cato Sicarius. Su reino se convirtió en un sitio sagrado para otros sucesores de los Ultramarines, sus fracturados remanentes reunidos alrededor de Ultramar como un enjambre de moscas. Sicarius se autoproclamó Alto Rey, decretando que todos aquellos bajo su protección debían venerarlo como el dios que era. Sicarius se convirtió en el gobernador de su pequeño imperio propio, y los angélicos Marines y mortales bajo su disposición se convirtieron en sus servidores. Sobre la misma Macragge, se edificó la fortaleza de obsidiana; las cabezas de Agemman y Calgar fueron puestas en grandes picas de acero. Una sombría demostración del deseo de Sicarius de dominarlo todo. Ultramar se volvió un lugar muy oscuro durante esos siglos.

Aquellos mundos forja aún intactos luego del colapso del Imperio cayeron ante invasiones caóticas o del Culto del Dragón. Algunos fueron desbandados por partidas de guerra rivales, desesperados por conseguir Tecnosacerdotes esclavos para ayudarles a trabajar en sus tecnologías robadas. Estos esclavos fueron trocados como moneda entre los mayores Imperios Secundarios, como se les conoce ahora. Algunos mundos forja simplemente se sellaron y aislaron completamente de la galaxia; sus Fabricadores prefirieron por primera vez la ignorancia sobre el conocimiento de lo que yacía allá afuera.

El Caos se volvió un furioso torrente en estos oscuros milenios, alzándose a niveles de corrupción no vistos desde la Era de los Conflictos. Mundos enteros fueron arrastrados a la disformidad, y planetas enteros fueron invadidos por psíquicos renegados, locos, y monstruosos Marines Espaciales. Las Legiones Traidoras ya eran virtualmente indistinguibles de las bandas rabiosas de sus contrapartes leales. Algunos grupos masacraban en nombre de los Poderes Ruinosos, otros solo masacraban.

Abaddón el Saqueador se apoderó de inmensas extensiones de espacio alrededor del Ojo del Terror, siendo cuidadoso de no molestar al Nuevo Devorador, como si tropezara a su alrededor. Esquivándolo como lo haría un nadador ágil ante un cardumen de peces carnívoros, lo evitó. Abaddón y su 78° Cruzada Negra se abalanzaban sobre el Sistema Solar. Aquí es donde se cuenta la leyenda de la Guerra de las Dos Esferas. Allí, Abaddón se enfrentó al ejército del Dragón Trascendente, un vasto ejército de Mechanicus caídos y los mismos centinelas plateados que ya habían plagado miles de mundos.

La confrontación fue de escalas épicas. Magia disforme, maquinaria y armamento demoníaco batallaron contra dispositivos arcanos de inimaginable poder, y vastas filas de Necrones y Parias que cubrían cada mundo sólido en el Sistema Solar como una alfombra argéntea. Al final, Abaddón fue forzado a retirarse y rodear la nube de Oort. El Dragón había asegurado el Sistema Solar como suyo.

Suyo, salvo una única orbe de terquedad dura como un diamante: Titán. Se levantó una fortaleza de piedra, sus puertas selladas para los Necrones con adamantio y cañones pesados, su alma sellada para Abaddón por el frío acero de la jaula de fe que encerraba a los corazones de los Caballeros Grises y la Guardia Custodia atrapados sobre el mundo. Todos los demás humanos habían muerto, sin embargo, los viejos guerreros seguían en pie, como una sombra de las glorias pasadas del Imperio.

En las turbulentas energías de la disformidad, los Dioses del Caos también sufrieron, pues con el fin del Emperador, algo más se estaba gestando. Nacido después de la muerte del Señor Carroña de Terra, el Niño Estelar amamantó de la rábida locura religiosa del moribundo Imperio, consumiendo cada alma restante en Terra en sus dolores de parto. Esto fue lo que destruyó al Astronomicón. Ophelia se convirtió en un foco para este oscuro celo. Durante el alba del quincuagésimo milenio, el Niño Estelar se transformó en el Padre Estelar, y la Disformidad pasó a ser un gran campo de batalla. Por un breve instante (o quizás una eternidad, en la disformidad nunca se está seguro) el Padre Estelar llegó a ser un factor dominante sobre sus enemigos del Caos. Entonces, dentro de la enfermiza inevitabilidad del Gran Juego del Caos, el Padre Estelar se volvió uno entre los cinco, un dios de orden entre dioses del Caos.

Donde ellos esparcían el caos, Él esparcía la opresión. Mientras los otros demonios eran pesadillas salvajes que desgarraban almas, sus demonios eran autómatas sin rostro, que esclavizaban las almas de los humanos en servidumbre. Los demonios del Padre Estelar surgieron del Ojo del Terror y se disgregaron por la galaxia a miles de mundos durante el último milenio de esta oscura era. Eran esferas de oro impoluto, demonios dorados sin rostro y billones de humanos vacíos e inconscientes. Los habitantes de estos mundos rondaban por la superficie sin ninguna razón en particular hasta que simplemente morían de hambre o fatiga.

Es el 51° milenio, y no puedo despertar de esta pesadilla. ¡No puedo despertar!


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