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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Paz Tau-Imperio

Puño Imperial en misión diplomática en el Imperio T'au.

El adepto Raphael Palmatus descendió por la rampa de su lanzadera y parpadeó ante el cegador resplandor de la luz de la tarde. El aire era caluroso y estancado, no soplaba ni gota de viento y podía sentir las gotas de sudor resbalando por su frente. Una sombra cayó sobre él cuando la gigantesca figura del Capitán Taelos de los Puños Imperiales se le unió en la plataforma de aterrizaje. El Marine Espacial no parecía afectado por el calor, a pesar de que lucía su pesada armadura y una capa de pieles ceremonial. La lanzadera había aterrizado sobre una estructura inmensamente alta y Palmatus pudo observar la ciudad Tau en muchos kilómetros a la redonda. A diferencia de la mayoría de ciudades imperiales, esta era elegante y muy abierta. Relucientes torres de mármol, acero blanco y cristal se levantaban majestuosas, interconectadas por pistas aéreas y puentes translúcidos que parecían desafiar la ley de la gravedad. Podía ver docenas de largos trenes gravitatorios serpenteando silenciosamente a través de la ciudad, cruzándose entre sí en un gracioso ballet y deteniéndose brevemente de vez en cuando en varias estructuras antes de volver a moverse.

Se abrió una sección de muro en la plataforma elevada y una figura con túnica salió a la luz del sol y se acercó a ellos. Palmatus se mantuvo inexpresivo al percatarse de que la figura que salía a su encuentro no era Tau, sino humana. El hombre tenía una complexión tan formidable como la de Taelos. Su piel estaba profundamente bronceada y marcada, tenía la textura del cuero viejo y sus ojos brillaban con una expresión de divertida ironía. Levantó una mano como saludo y Palmatus pudo ver la silueta de una desgastada Águila Imperial tatuada en su antebrazo.

—Saludos. Mi nombre es Harmon Delphi y os doy la bienvenida a T'olku —dijo el hombre. Palmatus se inclinó como respuesta, conteniendo su rabia ante aquel insulto calculado. El tatuaje en el brazo de Delphi indicaba que había sido un soldado del Emperador y, a los ojos imperiales, un desertor y un traidor. Estaba seguro de que Taelos también lo había visto, pero, afortunadamente, el Capitán no dijo nada.

—Agradezco vuestra bienvenida —contestó—, es un placer para nosotros encontrarnos aquí y espero impacientemente la oportunidad de iniciar mis conversaciones con Aun'O T'olku K'yna. Estoy seguro de que entre nosotros, él y yo, podremos resolver pacíficamente nuestra disputa sobre la colonia de Nimbosa.

—Sí... —empezó a decir Delphi, separando las manos en un gesto de disculpa—. Lamentablemente O'K'yna me ha pedido que os presente sus más sinceras disculpas, ya que se halla extremadamente ocupado en este instante y, de momento, le resulta imposible recibiros. Espera que le perdonéis por ello y, mientras tanto, os ofrece la hospitalidad de la ciudad.

Palmatus inclinó la cabeza educadamente, un indicativo de que recuperaba su anterior optimismo. Aun'O T'olku K'yna era un necio al querer jugar a estos estúpidos juegos. Cada día que perdiesen allí negociando, la venganza de la Flota Imperial se acercaba más a Nimbosa. Dijo graciosamente:

—Aun'O T'olku K'yna es muy considerado. Por favor, preséntale nuestro agradecimiento por su hospitalidad, pues estoy seguro de que disfrutaremos de nuestra estancia aquí. Ahora, si fueras tan amable, ¿nos llevarías a nuestras habitaciones?

Delphi sonrió y los guió a través de la abertura por la que había emergido a lo largo de una serie de desnudos pasillos blancos. A los pocos segundos, Palmatus estuvo totalmente desorientado, aunque sabía que estaban descendiendo hacia el centro de la torre. Sus habitaciones eran sencillas y funcionales, con todo lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas, pero poco más. Delphi los dejó, explicándoles que los Tau que había en el exterior de sus habitaciones serían sus guías durante el resto de la estancia. Palmatus sabía que "guía" realmente significaba "guardia" y que solo verían lo que Aun'O T'olku K'yna deseara que viesen.

A la mañana siguiente, Palmatus se levantó temprano y, junto con Taelos y la escolta Tau, inició la exploración de la ciudad. Taelos era como un Diablo de Catachán enjaulado, incapaz de ocultar su impaciencia a pesar de los reproches de Palmatus. Le hubiese gustado que el Capitán de los Marines Espaciales dejara de demostrar su falta de educación, pero sabía que sería peor mostrar abiertamente su disgusto. Estaba seguro de que debían de estar espiándolos y no quería mostrar ninguna señal de división o fricción. Al salir el sol, brillante y cegador, se alegró de haberse aplicado los ungüentos de protección dérmica. Montaron en uno de los trenes gravitatorios plateados que había visto el día anterior y fueron transportados suavemente por los aires, con el suelo a cientos de metros. Los edificios que vio Palmatus estaban construidos con todo tipo de materiales lisos: Inmaculados paneles de piedra blanca, resplancedientes columnas de metal, graciosas cúpulas de cristal y bloques de luz transparentes. Cada uno de esos elementos estaba sobriamente detallado y ocasionalmente adornado con los símbolos Tau que los servidores del Xenolexicón todavía intentaban descifrar. Su estilo arquitectónico poseía una elegante simplicidad; ni uno solo de los edificios intentaba destacar sobre el resto y cada uno estaba diseñado para completar estilísticamente a su vecino.

El tren gravitatorio descendió gradualmente haciendo tirabuzones hacia el suelo a través de los niveles inferiores de la ciudad. Allí los edificios eran mucho más modestos y tenían un diseño más sencillo y un tamaño menor que el de los del centro de la ciudad. Relucientes porches y cúpulas geodésicas fueron quedando atrás y los ciudadanos Tau se volvieron cada vez más numerosos a medida que se cercaban a un gran estadio cubierto de plata en las afueras de la ciudad.

—¿A dónde vamos? —preguntó Palmatus al guía que los acompañaba.

El Tau giró su casco sin adornos hacia Palmatus y señaló la enorme estructura frente a ellos:

—Al Estadio de Batalla, a contemplar el enfrentamiento de los guerreros de la Casta del Fuego. Debería resultar bastante interesante, especialmente para usted, Capitán Taelos.

El Marine Espacial gruñó y asintió con la cabeza:

—Siempre es bueno saber cómo lucha tu enemigo.

—No somos enemigos vuestros, Capitán —replicó el Tau—, y, cuando hayáis contemplado a nuestros guerreros de la Casta del Fuego, no desearéis tenernos como tales.

—Soy un soldado —dijo abruptamente Taelos— y lucho donde me lo pide mi Emperador; y, si eso significa que sí vamos a ser enemigos, que así sea. Lo que yo desee o deje de desear no tiene ninguna importancia.

—Estoy seguro de que lo que el Capitán quiere decir —se apresuró a intervenir Palmatu— es que un hombre raramente desea tener enemigos, pero que, en última instancia, no tiene ningún control sobre su destino. Es nuestro ferviente deseo no convertirnos en enemigos vuestros.

El alienígena pareció aceptar aquella explicación y se volvió mientras el tren gravitatorio atravesaba una abertura en la piel del Estadio de Batalla.

La prodigiosa escala del interior del Estadio dejó pasmado a Palmatus. El techo se encontraba a muchos metros sobre su cabeza, sostenido por medios desconocidos ya que no había ninguna columna visible. Los escasos conocimientos que Palmatus tenía de la construcción le gritaban que era imposible que una estructura de esa magnitud se tuviera en pie. El estadio se dividía en arenas de varios tamaños, cada una modeldada de diferentes maneras para representar un escenario de guerra distinto. Había arenas que representaban selvas, arenas urbanas, desérticas, cubiertas de agua, etcétera, esparcidas por todo el estadio. El tren gravitatorio se deslizó hasta detenerse encima de unos edificios prefabricados, equipo minero y varios vehículos blindados. La analogía no se le escapó a Palmatus. Aquella era una recreación a pequeña escala de la colonia de Nimbosa y, aunque los vehículos no eran más que toscas imitaciones, su similitud con los diseños imperiales era inconfundible.

Varias figuras de gran tamaño avanzaban por la colonia: guerreros embutidos en pesadas armaduras de combate. Cada uno portaba un arma de aspecto amenazador y, además, iba equipado con una segunda arma montada en el hombro de la armadura. Frente a ellos, dos escuadras de guerreros de la Casta del Fuego con armaduras más ligeras avanzaban por la colonia disparando desde cubierto y apoyándose mutuamente. Una de las copias de tanque imperial avanzó rugiendo y disparando sus armas, obligando a las tropas de vanguardia a ponerse a cubierto. Todas a una, las armas de las armaduras de combate fijaron sus armas sobre el tanque, dispararon y lo volaron con una espectacular explosión que hizo saltar la torreta varios metros por el aire. La falsa colonia fue tomada con facilidad y el tren gravitatorio se puso en marcha de nuevo.

Durante las dos horas siguientes, Palmatus y Taelos contemplaron a los guerreros de la Casta del Fuego entrenarse en todo tipo de zonas de guerra y manejar todo tipo de armamento, equipo y vehículos exóticos. Cuando volvieron a la luz del día, Palmatus se percató de que Taelos sentía ahora mucho más respeto por la forma Tau de hacer la guerra.

Cuando el tren gravitatorio surcó de nuevo el cielo del centro de la ciudad, el guía tau se quitó el casco y se situó junto a él. Su cara lucía los mismos rasgos típicamente planos de los Tau, pero en el centro de su frente lucía una cresta de hueso prominente con forma de diamante. Un lustroso cabello negro le caía de la cabeza en una melena laboriosamente enjoyada y sus pupilas eran dos rendijas negras.

El alienígena fijó su mirada en Palmatus y dijo:

—Has visto de lo que son capaces mis guerreros, Raphael. ¿No te das cuenta de la estupidez que representa vuestra resistencia continua contra nuestros colonos en Nimbosa? Respeto a vuestra gente, son valientes y han hecho todo lo que su honor exigía, pero no pueden plantarnos cara. Has venido aquí para iniciar largas y tediosas negociaciones con el único propósito de retrasar nuestro ataque y dar tiempo a vuestras tropas para que alcancen Nimbosa. Eso no sucederá. Los Kor me han dicho que vuestras naves están a muchos meses de viaje y Nimbosa será nuestra mucho antes.

El Capitán Taelos empezó a hablar, pero Palmatus le interrumpió:

—Supongo que eres Aun'O T'olku K'yna.

—Tengo ese honor, sí —contestó el Etéreo Tau inclinando la cabeza.

—Entonces deberías saber que, en cuanto nuestras naves lleguen a Nimbosa, lucharemos contra ti. El Emperador no abandona los mundos que sus sirvientes reclaman en Su nombre.

—Sois un hombre sabio, Raphael Palmatus y, a pesar de sus modestas palabras, sé que vuestro consejero militar no es un soldado ordinario... Deberíais regresar junto a vuestro Emperador y explicarle lo que habéis visto aquí. Explicadle toda la gente que morirá en su nombre y preguntadle si vale la pena pagar ese precio por interponeros en nuestro camino.

—¡Lucharemos contra ti, alienígena! —farfulló el Capitán Taelos con rabia—. ¡Lucharemos contra ti hasta la última gota de sangre!

—Lo sé —repuso el Tau con tristeza, y se dio la vuelta.

Fuentes[]

  • Codex: Tau (3ª Edición).
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