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El Capitán Stein miró hacia el desolador paisaje. Durante tres días el armamento más pesado de la Guardia Imperial había arrasado el bosque de Ymnar. Donde los árboles habían una vez crecido en filas sin fin ahora había un fango espeso y rojo y la pulpa de la madera. Cráteres chamuscados salpicaban el paisaje como la viruela y rocas enormes yacían desmenuzadas donde las explosiones las habían alcanzado la tierra todavía humeaba, y el Capitán Stein adivinó que estaría aún caliente al tacto. Estuvo agradecido por estar aislado del calor y del hedor por su pesada armadura de Exterminador.
—¿Se terminó? —preguntó, casi para sí mismo—. ¿Esto realmente ha terminado?
—¡Terminado! —gritó otro hombre—. Capitán, esto aún no ha comenzado.
El Inquisidor Kryptman indicó hacia el sur. Su mano nudosa se movió y zumbó cuando los tejidos protésicos y el óseo-acero se activaron. El Capitán Stein vio un destello de diamante brillante y escarlata sobre el anillo de cobre que adornaba la mano bio-reconstruida. El Sello Inquisitorial.
—Ya los veo, mi señor Inquisidor —dijo el Capitán. Su visión, aunque muchas veces más penetrante que la de un hombre ordinario, apenas valía para revelar movimientos diminutos en la distancia. Gradualmente, como si respondiendo a una señal común, el suelo torturado se movió, moviéndose a causa de una fuerza nunca vista.
—Esto no tardará ahora, Capitán —advirtió Kryptman—, conozco a este enemigo. Usted no puede matarlos con armas y espadas. Envíe a los Confesores y los Capellanes a sus puestos, y diga a cada guerrero que se prepare para la mayor batalla de su vida.
—¡Demonios! —gritó Stein—. ¡Quiera el Emperador protegernos!
El inquisidor Lord Kryptman cabeceó.
—Así es, Capitán: la fe es el arma más poderosa de su arsenal ahora.
Fuentes[]
- Codex Imperial (2ª Edición).