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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Gideon tembló incontrolablemente de miedo cuando se sentó acurrucado en un rincón de la celda, escuchando los gritos de angustia que los muros no conseguían amortiguar en absoluto. Un grito muy agudo rasgó el aire y, a continuación, se produjo un silencio ominoso, tan sólo roto ocasionalmente por el sonido de cadenas y los gemidos de los que seguían con vida. Gideon oyó cómo se aproximaban unas pisadas por el corredor. Los tacones de las botas metálicas hacían un ruido característico en el duro suelo de una sustancia similar a la piedra.

Las pisadas se detuvieron frente a la puerta. Gideon contuvo la respiración, tembloroso, y esperó con su corazón golpeando contra las costillas en un frenético ritmo de latidos causado por un irrefrenable terror. La puerta se abrió con un siseo y la dura luz penetró con fuerza en la celda, cegando al prisionero. Mientras sus ojos se ajustaban gradualmente a la luz, pudo distinguir la silueta de su atormentador: una figura delgada con una ligera joroba. De su cinturón colgaban cadenas cubiertas de garfios y ganchos, y sus brazos y piernas estaban cubiertos de cuchillas de las que goteaban unos fluidos inidentificables. De su mano colgaba un largo látigo cubierto de pequeñas púas que brillaban a la luz. Cuando la criatura se adelantó, Gideon pudo comprobar que era una mujer, aunque apenas reconocible como tal. Ella se llevó un extraño aparato a los labios y habló en su extraño idioma; un instante después, la arcana máquina pronunció la traducción en un entrecortado y arcaico gótico imperial.

—Ha llegado momento para ti, criatura-presa. Señor esperar a ti —rechinó la criatura, señalándole con un dedo enfundado en una garra de metal.

Gideon se puso en pie, tapándose como pudo con los harapos que quedaban de su uniforme, en un vano intento de recuperar un poco de dignidad. Mientras renqueaba corredor abajo, con sus pies llenos de ampollas y cuarteados a causa de torturas anteriores, intentó recordar desesperadamente cómo había caído en las garras de los depravados piratas Eldars. Sin embargo, la constante agonía y los elixires alienígenas habían borrado de su mente todo recuerdo del incidente, excepto por un vago conocimiento de que su vida no había sido siempre así, de que en algún momento había disfrutado de una vida diferente, aunque no podía recordar cuanto hacía de eso. En la Ciudad de la Oscuridad no existía diferencia entre el día y la noche para poder contar el tiempo transcurrido.

En cuanto penetró renqueante en el familiar resplandor de la sala de torturas, Gideon miró a su alrededor. Las paredes estaban cubiertas por diversos artefactos para causar dolor: algunos eran simples cuchillas curvas con formas extrañas; otros eran mas tecnológicos y estimulaban y amplificaban directamente las terminaciones nerviosas y los receptores del dolor del cerebro. Sin que nadie se lo ordenara, Gideon arrastró los pies hacia la losa manchada de sangre que servía de mesa de operaciones al Hemónculo y se estiró sobre ella boca abajo. Fue entonces cuando algo diferente atrajo su atención. Había alguien más en la habitación, alguien aparte de él y la Hemónculo. Dándose la vuelta, Gideon se sentó y observó a la sombría figura.

—¿Quién eres tú? —preguntó Gideon con voz rasposa.

—¡No preguntar! —el traductor de la Hemónculo ladró y la criatura realizó con una cuchilla un corte limpio y poco profundo que iba del cuello al abdomen, recorriendo el pecho de Gideon.

Mientras Gideon se retorcía de dolor, el extraño salió de entre las sombras y la lámpara de luz roja que colgaba sobre la losa le iluminó. El Eldar Oscuro vestía ropas largas y amplias, decoradas con motivos de plata tejidos en la tela que representaban escenas de torturas y orgías. Su cara era pálida y cadavérica, enmarcada por el recargado collar de sus ropajes.

Su pelo era negro como el azabache, afeitado en su totalidad excepto un largo mechón, y sus ojos tan oscuros que parecían desvanecerse en la oscuridad. Una cruel sonrisa se dibujó en sus labios y fijo su oscura y siniestra mirada en Gideon.

—Tú me interesas, juguete —dijo el Eldar en un perfecto gótico, moviendo la mano cubierta de largas unas para despedir al Hemónculo.

—¿Quién eres? —preguntó una vez más Gideon, deslizando sus piernas por el borde de la losa para poder sentarse más confortablemente.

—Soy el amo —respondió la figura con una mueca demoníaca—. Soy el que controla este lugar, y la mayor parte de la ciudad que nos rodea. Soy aquel ante el que todos se inclinan y me llaman Señor. Soy el sometedor de mundos, el destructor de sueños, el creador de pesadillas. Soy el rey pirata, el príncipe renegado. Soy todas estas cosas y muchas más, pues soy Asdrúbal Vect, y todos los guerreros del Corazón Negro son míos para cumplir mi voluntad.

Gideon cerró los ojos intentando comprender lo que le había dicho. Vect era el gobernante supremo y único de la Cábala del Corazón Negro; su nombre era pronunciado con respeto y terror por toda la ciudad. Antes de ser conducido a ese lugar, Gideon había sido prisionero de otra Cábala. Se rumoreaba que la mera posibilidad de haber disgustado a Vect había impelido al señor de la otra Cábala a entregarle una gran cantidad de esclavos, entre los que se encontraba Gideon, simplemente para apaciguar a este inmisericorde asesino.

—¿Por qué hace esto? —preguntó vacilantemente Gideon, no muy seguro de cuánto tiempo disfrutaría de la extraña benevolencia del señor supremo.

—¿Hacer qué exactamente? —replicó Vect, frunciendo el ceño. El Señor Eldar Oscuro levantó la muñeca hasta su boca y dijo alguna cosa en su propio idioma. Unos instantes después, un lacayo entró apresuradamente llevando dos sillas de patas estilizadas y respaldo curvo. Vect se sentó con sus fríos ojos permanentemente fijos en Gideon.

El lacayo trajo una jarra de cristal llena de líquido y una copa, y los colocó junto a Gideon antes de salir corriendo otra vez, sin cruzar jamás su mirada con la de Gideon o la de Vect.

—La tortura. El terror. Las incursiones, las matanzas, las mutilaciones, los saqueos. Todo. ¿Por qué? —respondió Gideon, humedeciendo su dedo en la sangre que manaba del corte en el pecho y levantándolo como muestra de lo que estaba diciendo.

—¿Y por qué no? —replicó Vect, mirándole realmente perplejo—. Tú no eres importante. Si no hubieras sido capturado por mis siervos y no cayeses víctima de alguna terrible enfermedad o accidente, igualmente morirías en otros veinte cortos años de tu planeta. ¿Por qué no puedo utilizar a una criatura tan insignificante para divertirme y alimentarme? No eres más que una presa, nada más.

—Tu gente es depravada y perversa. Toda una población que vive gracias al asesinato y el miedo es algo antinatural. ¿Cómo puede existir una raza así? —preguntó Gideon tranquilamente, sirviéndose él mismo la bebida y tomando un cauteloso sorbo.

—Como ya te he dicho, me interesas, así que voy a satisfacer tu curiosidad —replicó Vect con una voz tranquila pero autoritaria. Señaló la silla que quedaba libre con un ligero movimiento de cabeza. Gideon descendió de la losa y se sentó, agradecido por poder descansar los músculos y los huesos de su dolorida espalda.

—Voy a contarte la historia del más poderoso Señor de nuestros pueblos, pues su historia es la historia de la fundación de Commorragh, la historia de nuestra raza —dijo Vect mirando casi paternalmente a Gideon, a quien esta mirada asustó mucho más que las crueles que le había dedicado hasta ahora—. La mayor parte no podrás entenderla, y algunas partes no te las creerás. Tu especie sabe muy poco de nosotros, los pueblos Eldars. Eso está bien, pues el conocimiento es poder y no queremos que sepáis demasiado de nosotros.

"Hace mucho, mucho tiempo, de hecho hace más de un millar de vuestras generaciones, nuestro pueblo gobernaba las estrellas. Pocas razas podían oponerse a nuestro poder, y todos los antiguos y malignos poderes que eran capaces de hacerlo en esa época estaban dormidos; y eramos lo suficientemente inteligentes para no sacarlos de su profundo sueño. Al contrario que los de tu raza, debo añadir, que son capaces de llamar a la muerte de todos los seres vivos con su torpe deambular. En cualquier caso, nadie podía desafiar nuestra voluntad. Nos expandimos por las estrellas, llevando la gloria y la belleza a innumerables mundos, como vosotros los humanos lleváis ahora la contaminación y la fealdad a las estrellas con vuestra mera presencia. No existía nada que no pudiéramos conseguir, pues nuestras mentes y nuestra tecnología se complementaban perfectamente. Un simple pensamiento podía ser atrapado y modelado por nuestras maravillosas máquinas, de forma que no teníamos que hacer nada tan miserable como hacer las cosas manualmente. Construimos criaturas artificiales para que trabajaran para nosotros, lucharan para nosotros y exploraran por nosotros.

"Como debes comprender, no nos limitábamos a asentarnos y contemplar complacidos cómo nuestras creaciones conquistaban la galaxia en nuestro nombre. ¡Claro que no! Nos consagrábamos a metas mucho más elevadas: la perfección de la literatura, el arte, la danza, el deporte y el teatro. Nuestra lucha por conseguir la perfección estética está íntimamente ligada a nuestra cultura, nuestra religión y nuestra política. Vosotros, débiles humanos, creéis que conocéis la tristeza y la alegría, pero vuestras emociones no son más que pálidos reflejos de los sentimientos de nuestro pueblo. No podéis comprender la felicidad como nosotros, ni las oscuras profundidades de la furia y la rabia. Somos una raza apasionada, y nuestra búsqueda de la perfección se hizo más y más importante. No había nada a lo que tuviéramos que temer, éramos los reyes de las estrellas. Así pues, ¿por qué no buscar todos los placeres que el universo podía ofrecernos? Esta idea se convirtió en el principio básico de nuestros pueblos, la autogratificación. ¿Por qué no debíamos probar todas las sensaciones que pudiéramos, pues la vida, como todas las formas de vida, no es más que algo transitorio e inevitablemente llega a un final? No es necesario preocuparse por el futuro, no es necesario lamentar el pasado, pues todo esto no son más que futilidades. No, es mucho mejor divertirse y vivir el momento sin tener en cuenta las consecuencias.

—¿Os convertisteis en una sociedad de hedonistas? —preguntó Gideon cuando la atención de Vect pareció diluirse en medio de sus pensamientos.

—¿Hmm? Sí, hedonistas es la palabra que vosotros utilizaríais —concedió Vect, volviendo a concentrarse en Gideon—. Como era de esperar, algunos se opusieron a ello. Estúpidos tradicionalistas cortos de miras que no podían compartir nuestra visión de la sociedad extática que queríamos crear. Se pronunciaron en contra de los cultos al placer, pero a su vez, muchos de ellos reconocieron los beneficios de llegar al total cumplimiento de los propios objetivos. Otros, desafortunadamente, no consiguieron entender la sabiduría de un comportamiento tan inteligente y siguieron hablando en contra de él. Algunos se arrojaron ellos mismos bajo las espadas, mientras que otros optaron por huir, temiendo que sobre nuestro pueblo cayera algún cataclismo, como si estuviéramos cometiendo algún pecado mortal y un rayo lanzado por los dioses nos fuera a destruir. Estos cobardes renunciaron a todos los placeres de la carne y de la menta y huyeron a los mundos más lejanos que encontraron; mundos primigenios donde nuestra semilla apenas había empezado a germinar. Fue un acierto que se marcharan, pues de esta forma nos libramos de todos los indecisos. Los cultos compitieron entre ellos para atraer el máximo número de seguidores, tratando de superar a los demás con sus extravagancias. ¡Oh, qué buenos tiempos! ¡Lástima que no volverán! -Vect cerró los ojos, temblando visiblemente al pensar en ello.

—Pero volvamos a nuestro héroe —rió Vect, mirando a Gideon con una maliciosa mirada en sus ojos—. Mientras los cultos al placer iban creciendo en poder y derramaban complacientemente la sangre de sus rivales por las calles, Nuestro-Futuro-Señor no era más que un niño. Fue entonces cuando una gran cantidad de los nuestros sucumbió a una repentina aprensión. Nuestros Videntes empezaron a profetizar un terrible destino. Muchos se ofendieron profundamente por aquellos en que se había convertido nuestra sociedad, y les entró un pánico atroz. Construyeron las inmensas naves que vosotros denomináis Mundos Astronave y partieron hacia las estrellas. Eso también fue algo bueno, pues de esta forma nos libramos de todas aquellas mentes que albergaban dudas, y tan solo quedamos los auténticos buscadores del placer. El tipo de satisfacciones que estos buscadores podían alcanzar ni te las puedes llegar a imaginar. Pero, como iba diciendo, nuestro Señor no era mas que un niño que servía en uno de los templos del placer más poderosos. Su destino era ser sacrificado para mayor gloria del templo, en una noche especial, una noche oscura que tan solo tiene lugar una vez cada mil años, cuando incluso las estrellas amortiguan su brillo.

Vect se acercó a Gideon y con gran destreza cogió la copa de cristal y bebió un sorbo de su nectarino contenido antes de volver a recostarse. Sus ojos volvieron a quedar en blanco durante unos instantes, y a continuación, con un visible esfuerzo volvió al presente.

—Afortunadamente para nuestro pueblo, ese sacrificio no llegó a producirse. Fue esa misma noche cuando nació el Gran Enemigo. Incluso vosotros los humanos habéis oído hablar de este acontecimiento. Nuestro héroe estaba en el altar, su cuerpo desnudo ante el filo asesino, ungido con los mas exquisitos perfumes y aceites, y su mente embelesada por los elixires que había tomado para prepararse para tan glorioso evento. Cuando el afilado instrumento entró en contacto con su cuello... Su grito en el momento del nacimiento recorrió toda la galaxia, extinguiendo estrellas y prácticamente aniquilando nuestra raza. A su grito se unieron los de las muertes de incontables millones de mis compatriotas; sus espíritus fueron arrancados de sus cuerpos por el voraz devorador que es el Gran Enemigo. Casi todos los nuestros murieron esa misma noche, las víctimas de La-Que-No-Debe-Ser-Mentado cayeron sin vida al suelo, como pellejos vacíos de toda sustancia. Algunos sobrevivieron, pero no sin sufrir algún tipo de pérdida. Entre ellos, hay aquellos cuyos espíritus quedaron atrapados entre el mundo real y el reino del Caos. Se volvieron locos, pues parte de su mente seguía en el mundo racional, mientras que la otra mitad era atormentada con visiones del Ultramundo. Muchos se suicidaron, otros se vieron dominados por una devastadora furia asesina y vagaron por las calles matando a todo aquel que se cruzaba en su camino, incendiando edificios, rompiendo las bellamente esculpidas estatuas y destruyendo los intrincados y ornamentados jardines.

La cara de Vect quedó distorsionada por la angustía al imaginarse la trágica caída de su raza. En un instante habían perdido todo lo que tenían y se habían convertido en una raza condenada a vivir siempre al borde de la extinción, aterrorizada por el dios que habían creado.

—Nuestro Señor, a pesar de su juventud, no estaba tan enganchado a los placeres y el éxtasis de nuestro pueblo, al igual que muchos otros hijos que no estaban tan fuertemente ligados al Gran Enemigo. Este joven esclavo era un líder carismático. De todos los supervivientes de su culto, él fue el primero en reaccionar. Recogió tantas armas como pudo conseguir y reunió a los pocos supervivientes de su templo.

"Todos juntos recorrieron las calles, buscando en los otros templos del placer. Algunos no aceptaron su liderazgo y su sangre manó junto a la de sus seguidores. Otros fueron más sabios y tomaron las armas en su nombre. Otros también habían empezado a reaccionar y estaban matando a los que no querían doblegarse ante ellos, aceptando gustosamente a los que les suplicaban que los dirigiesen. Con el paso del tiempo en esa eterna pesadilla de falsa realidad, pues el surgimiento del Gran Enemigo creó el vórtice conocido por vosotros como el Ojo del Terror, que engulló nuestros Mundos Ancestrales, nuestro héroe comprendió que La-Que-Tiene-Mucha-Sed no iba a conformarse con lo que había tomado de nuestro pueblo, pues su hambre jamás podría quedar saciada. Ella tenía nuestros espíritus en un puño y, aunque temporalmente mitigada Su sed por la gran masacre de Su nacimiento, Ella seguía necesitando beber. Nuestro-Futuro-Señor notó Su sed envolviéndole en su manto y también la vio en las caras de los demás, mientras su esencia era lentamente absorbida por la Pesadilla-Que-Devora.

Vect tomó otro sorbo de la copa y rió brevemente, formando una extraña sonrisa con sus labios. Sacudiendo la cabeza como para rechazar un pensamiento, dirigió su mirada a Gideon. Las oscuras cuencas de sus ojos reflejaban la luz roja de la lámpara.

—Parecía que tan sólo había una forma de escapar de Ella, y era dejar sus hogares y abandonar el mundo físico para siempre. Y vinimos aquí, al reino entre los mundos que habíamos creado para atravesar la galaxia a salvo de cualquier peligro. Aquí la fuerza del Gran Enemigo es bastante débil, aunque para horror de nuestro Señor, no desapareció por completo. Había conseguido un poco más de tiempo para su pueblo, pero no era más que un breve instante. Otros muchos le siguieron, eligiendo cada uno el lugar de su agrado, construyendo nuevos templos con grandes palacios a su alrededor. Aquí, donde estas sentado en estos momentos, se encontraba una de las salas del primer Templo del Corazón Negro. ¿Sabes que eres una persona privilegiada? Pocos sobreviven para conseguir llegar hasta aquí. La mayor parte se derrumban incluso antes de llegar al segundo nivel. Posiblemente sea por esto por lo que me interesas.

—Recordadme que os dé las gracias por tan gran honor —dijo Gideon con amargura, apurando el contenido de la copa.

—Lo haré —replicó Vect. Sus ojos se endurecieron, provocando un escalofrío que recorrió la espina dorsal de Gideon.

—Como supongo que ya debes haber deducido —dijo Vect al prisionero olvidando rápidamente su disgusto—, a medida que más y más gente de mi raza llegó y construyó templos y casas, palacios y mansiones, este lugar empezó a crecer hasta convertirse en la ciudad que algunos de vosotros denomináis Commorragh. Pero mientras todavía estaban erigiendo las estatuas de sus señores y amos, nuestro gran líder empezó a observar el mundo que había más allá. Vio criaturas arrastrándose por los reinos de nuestra raza; feos mon-keigh como vosotros, los humanos y los brutales Orkos; los insufribles Kroot y otros. En esos momentos, desagradables bestias de más allá del vacío estaban devastando nuestro reino y esas jóvenes y débiles razas intentaban inútilmente detener su expansión. Merecéis ser exterminados, pero no hasta que hayáis cumplido vuestra función.

—¿Y cuál es esta función? —preguntó Gideon, estirando las piernas y observando las numerosas cicatrices que indicaban donde la carne había sido desgarrada y los huesos repetidamente partidos.

—Alimentarnos y divertirnos, evidentemente —respondió el Señor de la Cábala con una maligna sonrisa.

"Nuestro fundador observó el mundo exterior, horrorizado por las bestias que se multiplicaban en nuestros reinos. Pero entonces tuvo una idea. Tal vez La-Que-Tiene-Mucha-Sed podía beber de otros, además de nosotros. Envió algunos de sus guerreros a capturar unos cuantos de los humanos que estaban expandiéndose desde un insignificante mundo azul en el brazo occidental de la espiral. Sus mejores consejeros y expertos los examinaron y, a pesar de su primitivismo, comprobaron que contenían la esencia vital de la vida; la chispa del espíritu que convierte una forma corpórea en un ser vivo.

—¿Quiere decir el alma? —dijo Gideon, acercándose un poco y prestando más atención a la disgresiva historia de los antiguos Eldars.

—¿Alma? ¡Alma! Alma. Alma —Vect parecía que estaba tratando de identificar la palabra repitiéndola con diferentes acentos y entonaciones, como si estuviera paladeando un buen vino. La palabra parecía como si estuviera dando vueltas por su boca y garganta durante unos momentos—. Qué pueblo más fascinante sois. Una fascinación primitiva, pero fascinación al fin y al cabo. Vuestro idioma es tan básico. Creéis que podéis capturar todo el contenido de la vida y la esencia en una sola palabra. Increíble...

El Señor de los Eldars Oscuros volvió de su ensimismamiento y volvió a hablar por el comunicador de su muñeca. Unos instantes después la puerta se abrió con un siseo y la mujer Hemónculo volvió a entrar.

—No-no lo entiendo —tartamudeó Gideon yendo con la mirada repetidamente de un Eldar Oscuro al otro.

—¿No? —dijo Vect con sorna—. Eso debe ser terrible para ti.

El líder Eldar Oscuro se levantó y cogió la copa de los entumecidos dedos de Gideon. Vect la olió delicadamente.

—Una bebida muy buena —dijo Vect, ingiriendo lo que quedaba de su contenido y dejando caer la copa al suelo, donde se rompió en miles de pequeños fragmentos—. Es una lástima que parte de las sustancias utilizadas en su destilación no reaccionen demasiado bien con el sistema digestivo humano. He oído decir que los dolores de estómago pueden durar muchos días antes de llegar el final.

—No habéis acabado vuestra historia —insinuó Gideon, esperando desesperadamente que lo que había dicho Vect no fuera mas que otra broma cruel.

—No, no lo he hecho —respondió Vect con una mirada de falsa inocencia—. Supongo que te gustaría saber cómo acaba.

—Me gustaría —susurró Gideon bajando la cabeza sumisamente.

—Qué mala suerte —le dijo Vect mientras se giraba y se dirigía hacia la puerta—, porque no saber el final de la historia te hará volverte loco, ¿verdad? En estos momentos que todavía puedes pensar de forma lúcida, intentarás deducir el final de la historia. La duda te roerá las entrañas, como un roedor hace con su comida, destruyendo los últimos vestigios de tu cordura. Es una lástima, pues realmente me interesabas.

—¡Debía tener otra razón para contarme todo eso! —exigió saber Gideon, tirando la silla al ponerse de pie y girarse hacia Vect.

—Oh, sí —Vect asintió con un leve movimiento de cabeza—. Me he divertido mucho contándote esta historia. No es divertido hacerlo con cualquiera de mis sirvientes, pues ellos ya la conocen. Una historia debe contarse, pues ese es el propósito con que se ha creado. Igual que tú existes para satisfacerme, simplemente eso.

El Eldar Oscuro ya casi había abandonado la habitación cuando Gideon le gritó:

—¡Así pues, todo era mentira! ¡Una mera invención!

—No —Vect se giró en redondo y se quitó el collar para mostrar el cuello. Una cicatriz de un dedo de largo le recorría el cuello.

—¿Por qué yo? —suplicó Gideon cayendo de rodillas.

Miró suplicantemente a la Hemónculo, que le devolvió la mirada con una mueca. Sin decir ni una palabra señaló hacia la losa manchada de sangre. Mientras se cerraba la puerta, Gideon pudo oír la maligna risa de Vect resonando por las paredes del corredor y la voz del Señor Eldar Oscuro que llegaba a la sala de torturas.

—¿Por qué no?

Fuentes[]

Relato escrito por Gav Thorpe.

  • White Dwarf nº 241 (Edición española).
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