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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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White Weasel

Las húmedas paredes del túnel brillaban a la mortecina luz que se filtraba por las rejillas de ventilación repartidas por el techo. El asesino avanzaba con rapidez por el angosto sistema de alcantarillado de la supuestamente inexpugnable fortaleza del cardenal hereje: sus movimientos, tensos y calculados, le permitían moverse por entre esos túneles hediondos y anegados en el más sepulcral silencio. A su paso, hasta las ratas cesaban en sus irritantes chillidos, atemorizadas ante tan terrorífica figura.

Pronto, el inconfundible sonido de una sórdida y blasfema letanía demoníaca le permitió localizar la cripta que su presa había preparado para sus oscuros rituales en lo más profundo del subsuelo de su fortaleza.

Analizó el entorno en busca de una rejilla de acceso a la cripta lo suficientemente discreta como para poder observar sin ser observado... Ahí estaba, a un par de metros sobre su cabeza.

Un salto bien calculado le permitió llegar hasta un asidero desde donde pudo abrirla.

Luego observó a su presa, el Cardenal Saulus, archihereje declarado y traidor al Adeptus Ministorum y a su señor, el Emperador.

El traidor se afanaba en los impíos ritos demoníacos con los que pensaba llevar la condenación al planeta que se le había confiado para que guiara, el mundo colmena de Helsreach.

El asesino tuvo suerte; ya que tal y como su señor del Templo Eversor le ordenó, había conseguido llegar hasta el inaccesible templo antes de que los abyectos manejos del cardenal herético desgarraran el espacio material y facilitasen una puerta de acceso a los horrores innombrables del espacio disforme que barrerían sin piedad ese mundo.

Pero tras la sonriente calavera de la máscara facial del asesino, ningún hombre -si así podía llamársele- se mostraba satisfecho.

Sólo una idea pasaba por su cabeza: cumplir su misión, acabar con su presa.

Durante un breve instante, observó la disposición de la cripta que hacia las veces de templo: al fondo, sobre un podio, el cardenal recitaba los salmos malditos que extraía de un viejo códice que rezumaba sangre.

Rodeando al cardenal, varios Marines Renegados adoradores de Khorne prestaban la más absoluta atención a las maniobras de Saulus.

No había nadie más. Los gritos del hereje eran los únicos sonidos que resonaban con incontenida furia en las paredes mohosas de la oscura cripta.

El asesino Eversor actuó conforme a lo aprendido durante largos años en su templo: conocía a su enemigo, sabia lo poderosos que resultaban los Marines del Caos en combate personal, y también sabia que muy probablemente su pistola executor no podría atravesar la gruesa servoarmadura embebida de poder demoniaco de los servidores de Khorne.

Pero su condicionamiento de asesino implacable no albergaba lugar para la duda, ni para el miedo, ni para nada que no fuese acabar con la miserable vida de su presa ahí y ahora.

Con un silencioso y rápido movimiento, se puso a la espalda de uno de los Marines del Caos y apoyó su pistola executor en la juntura entre el casco y el peto del renegado.

Bastaron pocos segundos y un solo disparo para que el portador de la armadura muriera entre espasmos; tiempo suficiente para que el asesino pudiese aplicar el mismo tratamiento a un par más de enemigos.

Para entonces, los Marines del Caos restantes y el propio Saulus sabian que habia alguien más entre ellos.

Pero ya era demasiado tarde, puesto que mientras otro Marine caía con uno de los visores de su casco atravesado por una de las afiladas y ponzoñosas cuchillas del puño neuronal del asesino, el penúltimo de ellos recibía un disparo en plena membrana respiratoria, con lo que su cabeza reventó a los pocos segundos en el interior de su casco.

Sólo quedaba un Marine de Khorne.

Este parecía un poderoso paladín, ya que era notablemente más alto que los demás y blandía una enorme hacha sierra a dos manos cuyos dientes de ceramita giraban con un rugido ensordecedor que se alzaba por encima de los patéticos alaridos de ayuda que el cardenal hereje elevaba a los Dioses Oscuros.

El paladín trazó un enorme arco con su hacha en un intento de partir en dos al escurridizo asesino.

Por su parte, el asesino Eversor efectuó una rápida voltereta sobre su perplejo enemigo. Una vez a su espalda, lo estranguló sin miramientos con su puño neuronal, a la par que atravesaba su espalda con varios disparos: todo ello antes de que el paladín terminara de ejecutar su golpe.

El cuerpo sin vida del enorme paladín cayó sobre el resbaladizo suelo de la cripta con un ruido seco.

El asesino Eversor se giró hacia su presa, que lo miraba indolente, ajeno a la realidad que le esperaba.

—¡Atrás! —le gritó el cardenal—. ¡Los Dioses del Caos guían mi mano y protegen mi destino! ¡No te temo!

El asesino, mientras tanto, ascendía lentamente los peldaños hacia su ansiada presa con sus cadavéricos ojos rojos clavados en ella...

Fuentes[]

  • Codex: Asesinos (3ª Edición).
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