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Ángeles Sangrientos Orkos batalla warhammer 40k

De todos los planetas del Sector Vidar que podrían haber caído en manos del ¡Waaagh! de Mekánikoz Pizatripaz, Antax era el peor. Como uno de los principales Mundos Forja del Sector, era un sueño hecho realidad para cualquier Zakeador Orko: un lugar atiborrado desde sus catacumbas hasta su estación orbital con todo tipo de tecnología arcana, por no mencionar los estantes llenos con miles de enormes armas de disparo. Incluso teniendo en cuenta que una buena proporción del armamento que los Orkos lograsen robar acabaría sin duda destruido por los Mekánikoz (debido entre otras cosas a su método de experimentar fusionando varias armas en una, para ver qué ocurre), la caída de Antax fue una catástrofe para el Imperio.

Las líneas de suministro de centenares de regimientos de la Guardia Imperial y de una docena de Capítulos de Marines Espaciales quedaron cortadas, y además el enemigo iba a poder usar esas mismas armas contra sus legítimos dueños. Así pues, el Capitán Donatos Aphael de los Ángeles Sangrientos decidió responder, y pese a que sus Hermanos de Batalla estaban muy desgastados tras haber tomado parte en la batalla contra el Mundomáquina Necrón, abortó su viaje de vuelta a casa y puso rumbo hacia Antax.

Cuando la Barcaza de Batalla Filo de Venganza y su Crucero de escolta llegaron a la órbita del Mundo Forja, en seguida se hizo evidente a ojos de los Ángeles Sangrientos que la batalla había alcanzado una escala cataclísmica. La atmósfera exterior del planeta estaba anegada por los negruzcos restos de incontables naves espaciales a la deriva, algunas pertenecientes a la flota de defensa de Antax, otras claramente de manufactura Orka.

Las naves pielesverdes destruidas eran muchas más que las de la flota del Adeptus Mechanicus, lo cual significaba que los defensores de Antax se habían batido bien antes de ser masacrados. Al parecer, las únicas naves Orkas supervivientes habían aterrizado en el planeta, o bien se habían estrellado a poca distancia de las enormes torres de la Forja Prime del Adeptus Mechanicus (un objetivo demasiado goloso para dejarlo pasar). En respuesta a las órdenes de Aphael, la Filo de Venganza varió su órbita en torno al planeta y descargó un cegador bombardeo que hizo trizas a las naves Orkas estacionadas en la superficie.

Los cielos eran ahora de los Ángeles Sangrientos.

Se inicia el asalto[]

Apenas los cañones de la Barcaza de Batalla quedaron en silencio, Donatos Aphael reunió a sus Sargentos de alto rango y preparó un plan de ataque. No se había recibido ninguna comunicación que indicase la presencia de supervivientes del Adeptus Mechanicus en Antax, pero aún así la orden de Exterminatus sólo podía ser considerada como un último recurso, ya que los tesoros tecnológicos almacenados en las bóvedas del Mundo Forja eran demasiado valiosos para ser destruidos a la ligera.

Por tanto, los Orkos deberían ser erradicados del planeta uno a uno, aunque su número superaba las decenas de miles y los Ángeles Sangrientos no eran más que unos pocos centenares. No obstante, por suerte para el Imperio, el ¡Waaagh! se había separado. La única horda de gran tamaño permanecía estacionada alrededor de la Forja Prime, mientras que el resto de Orkos estaban diseminados en multitud de partidas de guerra, que recorrían la superficie de Antax en busca de tecnología que poder saquear.

Contra las partidas de guerra más pequeñas, Aphael envió a la mitad de sus Hermanos de Batalla, organizados en destacamentos de diez hombres y apoyados por las Cañoneras Stormraven. Sin embargo, el combate real tendría lugar en las sobras de la Forja Prime. La numerosa presencia de Orkos en esa zona parecía sugerir o que algunos de los defensores de Antax seguían vivos en aquel lugar, o que allí había algo especialmente valioso, y que por tanto merecía ser preservado por el grueso de las tropas Orkas. Fuera como fuese, los Ángeles Sangrientos no podían arriesgarse a lanzar más bombardeos orbitales.

Angeles Sangrientos orkos batalla wikihammer 40k

Ángeles Sangrientos contra Orkos

La batalla por Antax tendría que dirimirse cuerpo a cuerpo.

Sin perder tiempo, Aphael y sus guerreros restantes empezaron su asalto con Cápsulas de Desembarco, cayendo sobre las defensas de los Orkos como rayos desde un cielo tormentoso. El bombardeo orbital aseguraba que, si bien los pielesverdes no serían sorprendidos por el ataque de los Ángeles Sangrientos, tampoco tendrían tiempo para prepararse contra el asalto aéreo, ya que entre el último disparo desde la órbita y el aterrizaje de la primera Cápsula de Desembarco sólo transcurrieron unos pocos minutos. Pizatripaz no había podido siquiera llamar al orden a sus tropas, cuando las escotillas de las Cápsulas de Desembarco se abrieron y una lluvia de de fuego de Bólter empezó a liquidar pielesverdes a buen ritmo.

Aprovechando la confusión, los Ángeles Sangrientos se lanzaron hacia delante por entre las losas rotas y las estatuas derribadas que rodeaban el complejo de Forja Prime, mientras machacaban a sus enemigos. En aquellos primeros instantes de la batalla centenares de Orkos cayeron presa de la furia de los Ángeles Sangrientos, pero entonces Pizatripaz lanzó su contraataque. Con un gutural estruendo que hizo temblar todo el campo de batalla, las puertas de la Forja Prime se abrieron de par en par para dejar salir una oleada de pielesverdes. El propio Pizatripaz mandaba a esta nueva horda desde el puente de mando de su Karro de Guerra, y rodeado de su guardia personal de Meganoblez, que avanzaban impávidos hacia la tormenta de disparos de Bólter.

Fue entonces cuando el plan de Aphael estuvo a punto de irse al traste. Al ver la horda que se les echaba encima, la Escuadra de Devastadores Atreon sucumbió a la Sed de Sangre, dejando caer sus Bólteres Pesados y cargando de cabeza contra los Orkos, sólo para ser tragados por la marea verde. Aphael maldijo para sus adentros al ver caer a sus Hermanos de Batalla, ya que la pérdida de la potencia de fuego de la Escuadra Atreon podía ser el factor que decantase el curso de la batalla. Aún peor, el propio Capitán podía sentir en su interior la incipiente llamada de la Sed de Sangre, el amargo sabor en su garganta, la incipiente furia de batalla poniendo a prueba su autocontrol en cada acción que emprendía.

Dominando el demonio que bullía dentro de sí mediante la pura fuerza de voluntad, Aphael reorganizó sus fuerzas para hacer frente a esta nueva amenaza. A cada momento más y más Hermanos de Batalla caían presas de la Sed de Sangre, y pese a que cada uno de ellos se llevaba por delante a un buen número de Orkos antes de sucumbir a la muerte o a las heridas, los pielesverdes eran muchísimos, y los Marines Espaciales eran muy pocos.

Las pilas de muertos y heridos seguían aumentando en ambos bandos, y Pizatripaz estaba llegando ya al combate acompañado por su guardia personal, listos para aplastar al molesto Capitán de los Ángeles Sangrientos que se interponía en su camino.

Pero entonces, Aphael echó mano de un último truco maestro.

La venganza de los Perdidos[]

En la vigilia del enfrentamiento contra el Mundomáquina Necrón, cerca de una docena de Hermanos de Batalla habían sucumbido a la Rabia Negra, sus mentes racionales subsumidas por los horrores de la caída de Sanguinius. En cualquier otro enfrentamiento, estos Ángeles Sangrientos perdidos habrían formado la Compañía de la Muerte de la fuerza de combate, operando como punta de lanza de los asaltos de Donatos Aphael.

Pero el papel de los Ángeles Sangrientos en esa batalla se había circunscrito al combate entre naves espaciales, con lo cual no había surgido oportunidad para que la Compañía de la Muerte cumpliese con su destino final en un estallido de gloria. Por lo tanto, Aphael había ordenado que aquellos que estaban afligidos por este mal fuesen puestos en estasis, de modo que su sacrificio pudiese aprovecharse en una hora de necesidad para el Capítulo; y esa hora acababa de llegar.

Ya antes de que Aphael abandonase la Barcaza de Batalla, los Sacerdotes Sanguinarios habían roto los sellos de las cámaras de estasis y llevado a cabo los ritos de renovación para despertar a la Compañía de la Muerte.

Capellan angeles sangrientos

Capellán en acción

Esta nueva tropa fue puesta bajo el mando de los Capellanes de la Compañía de la fuerza de combate, y embarcada a bordo de la Stormraven Gloria Roja. Además, la Compañía de la Muerte no lucharía sola: mientras los Sacerdotes Sanguinarios despertaban a estos guerreros malditos, en las entrañas de la nave Filo de Venganza los Tecnomarines sincronizaban sus mentes para revivir a un personaje muerto hacía largo tiempo: El mítico Dreadnought de la Compañía de la Muerte, Morleo Moriar el Elegido. Susurrando una serie de himnos y salmos de despertar y revitalización, los Tecnomarines disiparon la niebla que mantenía adormecida la enloquecida mente de Moriar, mientras cargaban su estructura de adamantio con todo tipo de armas de guerra, y oficiaban para él los sacramentos de sacrificio. Por tanto, cuando la Stormraven Gloria Roja despegó de los hangares de la Filo de Venganza, lo hizo llevando a bordo a una Compañía de la Muerte completa, y al temible Moriar colgando bajo sus alas.

La Gloria Roja atacó sin previo aviso, cayendo desde las alturas como un ángel vengador. En su primera pasada, disparó los misiles acoplados bajo sus alas, que impactaron directamente al Karro de Guerra de Pizatripaz, convirtiendolo en un montón de fragmentos de metal incandescentes y mandando al furioso Kaudillo Orko a volar una buena distancia. En la segunda pasada, centró la furia de sus Bólteres Huracán y sus Cañones de Asalto en la horda de pielesverdes, machacando Orkos a diestra y siniestra y alejándose luego hasta estar fuera del alcance del fuego de respuesta enemigo. En su tercera pasada, las escotillas de la Cañonera se abrieron a baja altura, los agarres que sujetaban a Moriar se soltaron, y la Compañía de la Muerte se dejó caer hacia el fragor de la batalla.

La Compañía de la Muerte estaba en desventaja numérica, rodeada por el enemigo y sin esperanza de sobrevivir. Sin embargo, tanto la esperanza como la supervivencia eran conceptos que a estas alturas ya estaban más allá de su entendimiento. Empezaron a rajar y a sajar Orkos con sus Espadas Sierra y sus armas de energía, y cuando esas armas se perdieron o quedaron inservibles, siguieron atacando a los pielesverdes con sus propias manos, e incluso a dentelladas.

Heridas que serían mortales para cualquier otro marine espacial sólo conseguían ralentizar momentáneamente a los integrantes de la Compañía de la Muerte. Los Orkos de Pizatripaz, que nunca antes se habían enfrentado a un enemigo tan temerario y encolerizado, entraron en pánico y empezaron a arrollarse unos a otros en su intento de escapar de la ira de aquellos salvajes guerreros cuya armadura estaba completamente bañada por la brillante sangre de los Chikoz. Durante un instante, la escolta de Meganoblez del Kaudillo Pizatripaz logró frenar el avance de la Compañía de la Muerte (ni siquiera la fuerza sobrehumana que les proporcionaba su furia asesina era capaz de penetrar el blindaje de los Noblez) pero entonces Moriar cargó hacia ellos con su cuerpo forrado de adamantio, haciéndolos picadillo con sus poderosos golpes.

Una victoria nacida de la furia[]

Al ver como la Compañía de la Muerte destrozaba el contraataque de Pizatripaz, el resto de los Ángeles Sangrientos redoblaron sus esfuerzos. Con un temible rugido de liberación, Donatos Aphael sucumbió finalmente a la cólera de la batalla que le reconcomía el alma. Aquél ya no era un momento para estrategias conservadoras y detallistas, sino para la rabia liberada. El Capitán cargó contra el enemigo a través de un suelo anegado de sangre, y los demás Hijos de Sanguinius respondieron a su grito de guerra y le siguieron, surgiendo de sus posiciones defensivas para abalanzarse contra los estupefactos Orkos, convirtiendo la aparente debilidad de la Sed de Sangre en una ventaja de combate, en una fuente de fuerza interior.

El Kaudillo Pizatripaz, viendo que sus sueños de saqueo y riqueza se convertían súbitamente en una pesadilla de muerte y dolor, pidió más refuerzos, pero el resto de destacamentos de Aphael había hecho a la perfección su trabajo y todas las partidas de guerra Orkas habían sido aniquiladas o estaban demasiado ocupadas luchando por su vida. Todas las tropas de que disponía el Kaudillo estaban ya trabadas en combate, luchando y muriendo en torno a él. Para cuando Pizatripaz fue finalmente abatido, partido en dos por el propio Moriar, el ¡Waaagh! había perdido ya toda su fuerza. Menos de una hora después, con la Sed de Sangre por fin aplacada y todos los Orkos muertos, se pudo iniciar la búsqueda de supervivientes. Antax pertenecía de nuevo al Imperio.

Fuentes[]

  • Codex: Ángeles Sangrientos (5ª Edición).
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