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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Mención de Honor en el VII Certamen de Relatos. Escrito por Pau Arlandis.

Mutig miró a través de las vidrieras del techo de la fábrica esperando ver alguna nave. Era lo que solía hacer en cada descanso del trabajo. En los niveles inferiores donde vivía no se podía ver el cielo, pero aquí sí. Imaginaba las estrellas, los mundos más allá del suyo, y las aventuras que viviría si los visitase. Se imaginaba a sí mismo con una armadura antifrag esquivando las bombas de los enemigos, disparando a diestro y siniestro, clavando su bayoneta en el corazón de esos xenos tan terroríficos que poblaban la galaxia. Era un pensamiento reconfortante, una ilusión de valentía que le recorría el cuerpo y lo hacía sentir más vivo. Era emocionante. Imaginaba que, si tan solo alguien le diera una oportunidad, una sola oportunidad de poder abandonar su vida de obrero y recorrer la galaxia siendo la mano del Emperador, la tomaría sin dudar. Se lanzaría de cabeza. Por el Emperador. Entonces sonó la sirena de vuelta al trabajo y la vida real cayó sobre él como una losa de plasticemento. Si tan solo le dieran una oportunidad.

La vida de Mutig es la típica vida de un ciudadano libre en una colmena del sector 3: naces, trabajas para alimentar todas las bocas del imperio, te reproduces y mueres. Una existencia anodina, sin valentía, sin heroicidad, ni siquiera tenía nada de guerrero. Solo era un trabajador. Aunque la galaxia fuera una guerra continua, alguien tenía que trabajar. Las pocas veces que podía pensar en él mismo las pasaba soñando una vida más excitante y exótica. Una vida de duros soldados con valor que, solo con su astucia, lograban vencer a todo enemigo y hereje que encontraban. Mutig se imaginaba a sí mismo embutido en una de esas armaduras gigantes de los marines espaciales, levantando un pesadísimo bólter solo con sus manos y descargando toda su furia sobre los enemigos del Emperador.

Esa mañana, por encima de las vidrieras de colores de la fábrica vio pasar una nave con apariencia militar. Era raro encontrar una de esas, su forma no dejaba lugar a dudas para cualquier ciudadano del imperio: una lanzadera Aquila. Probablemente transportaba a un oficial o comisario de la guardia para, quien sabe, reclutar a pobres desgraciados como Mutig. En definitiva, alguien que le daría a Mutig su oportunidad soñada: una vida mejor. Se emocionó.

—Imagínate Nicht, ¡un oficial en nuestro sector! —comentó durante la cena a su mujer—. Imagínate que acude a nuestra fábrica a reclutar personal.

—Le dirías que no —contestó ella, comiendo indiferente.

—¿¡Perdón!? Para nada ¡Es mi sueño! —Se levantó de la silla con cierto dramatismo—. ¡Destrozar a un infame hereje! ¡Usar un bólter!

—Nadie usa bólteres.

—¡Los marines! —Mutig levantó los brazos.

—Mutig, cariño, te das cuenta de que no eres un marine, ¿no?

—Mira, Nicht —empezó, más calmado y volvió a sentarse—, yo creo que, bueno, un marine no podría ser, pero sí un guardia. Solo hay que ser humano, claro que podría.

—Cariño, ayer no querías entrar en el baño porque había una araña.

Mutig bajó los ojos y respiró con fuerza, indignado.

—Qué falta de fe, de verdad. ¡El problema es que nadie me da una oportunidad!

Esa noche soñaría, como tantas otras veces, con vivir en una nave de asalto viajando de planeta en planeta, arrancado corazones T’au o piernas de orko. Eran sueños preciosos para él. Sueños donde todo trascurría tal y como debía ser. Eran sueños que transportaban a Mutig a un lugar cercano al Emperador. Lo tenía claro.

Estaba en un lugar oscuro y poco definido. Al fin y al cabo, era un sueño. Sentía el pesado y frío tacto de su rifle láser en las manos. Resollaba como si acabase de correr mil kilómetros. Tenía sangre en su armadura. Una sangre azul y fría, pero que aun así expulsaba una pequeña línea de humo por su extrema acidez. «Xenos, no hay duda», pensó Mutig. De pronto, escuchó el grito de un humano cerca de él. Era su comisaria lanzando órdenes a todo el que viera con un arma entre las manos. Le señaló.

—¡Tú! Cubre el avance por el flanco derecho, hoy no va a ser el día en el que esta compañía retroceda. ¡Por el Emperador!

—¡Por el Emperador!

Mutig se lanzó hacia un lado de su cobertura con el rifle en ristre contra unas extrañas criaturas que apenas tenían forma. Clavó su bayoneta en el pecho de una de sus figuras y de él brotó más sangre azul. Como la de los reyes. La de los antiguos reyes del mundo que el Emperador expulsó.

Todo tenía sentido. Todo estaba bien.

—Esto es lo que hago cuando se me da una oportunidad, ¡¿veis?! —gritó Mutig hacia el vacío—. ¡¿Veis?!

En ese momento un enorme aguijón tomó forma delante de él. Se lanzaba hacia su pecho con una velocidad fuera de lo normal. Mutig despertó sobresaltado. Solo era un sueño. Aun así, sudaba copiosamente y se sentía cansado.

—No, así no es como sucedería. Llegaría a ser veterano. Lucharía en mil batallas. Estoy seguro. Tan solo tendrían que darme una oportunidad.

Al día siguiente en la fábrica sonó la alarma de descanso mucho antes de lo normal. Los cambios no eran bienvenidos, solían acompañar a malas consecuencias. Sin embargo, ese día Mutig tenía la sospecha de que todo iba a ser diferente. La nave de mando que vio el día anterior tenía que significar algo.

Al entrar en la sala de descanso todo el mundo se extrañó por la figura que se encontraba en el centro. Un hombre de aspecto severo y edad avanzaba que irradiaba seriedad y seguridad. Mutig solo había visto a un comisario en los hologramas y el cabello se le erizó al verlo en persona. El gran abrigo negro, con hombreras rojas y doradas y bordes rojos en el cuello y las mangas, así como la gorra negra picuda con bordes rojos de oficial no dejaba lugar a dudas: era un comisario de la guardia. Su visión fue tan espectacular para Mutig que pensó que ya se podía morir allí mismo. Todos allí sintieron a la vez respeto y miedo. Se hizo el silencio cuando comenzó a hablar.

—El Emperador me ha mandado a este inhóspito planeta a buscar a gente como vosotros. Gente de fe, dura y resistente, a la que no le tiemble el pulso a la hora de sacrificarse por el Emperador.

Mutig pensó para sí que era uno de esos hombres. Estaba seguro de ello.

—No os puedo prometer una vida de lujo, pero si una vida mejor. Más plena. Muchos moriréis, estoy seguro, pero incluso vuestra muerte será gloriosa. Incluso vuestra muerte servirá a un mayor propósito. Vuestra muerte no será en vano.

Hizo una pausa dramática, mirando a los ojos de los obreros. Mirando a Mutig.

—No lo penséis más. Esta puede ser vuestra única oportunidad para cambiar de vida y servir al Emperador como verdaderos guerreros. Mañana por la mañana, no acudáis a la fábrica, acudid a la mesa de reclutamiento temporal y que comience vuestra nueva vida.

Al día siguiente, Mutig miró a través de las vidrieras del techo de la fábrica esperando ver alguna nave. Era lo que solía hacer en cada descanso del trabajo.

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