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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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PRIMERA PARTE


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UN RIVAL INDIGNO

El cielo estaba completamente despejado. Era un inmenso y agradable vacío turquesa, cuya monotonía era tan solo truncada por dos discos gemelos de intenso fulgor naranja. Aquel lugar era un caluroso yermo infinito donde no se podía vislumbrar más horizonte que la propia tierra, pálida y reseca como exigía el clima desértico. Una ligera corriente acariciaba su escultural figura obsequiándola con el dulce aroma de la muerte. Tras la corta batalla multitud de cadáveres frescos y sangrientos poblaban la castigada aldea, siendo unos de aspecto oscurecido apilados por sus semejantes para un posterior transporte.

La bruja inhaló con fuerza aquel embriagador perfume y se dispuso a concentrarse en la tarea que tenía por delante. Frente a ella había una figura robusta de tez morena y pelo castaño, dotada con ensanchados músculos además de una considerable talla. El guerrero varón lucía una simple armadura de tono marfileño con un respirador facial del mismo color, portando un recio cuchillo de combate en la mano derecha con filo y dientes de sierra. La lívida gladiadora iba parcialmente ataviada con una ceñida y sensual coraza negra como el ónice, su lustrosa melena recogida en una larga trenza y blandiendo una estilosa daga curva para rematar el conjunto. Ambos estaban dentro de una espaciosa y circular arena improvisada, cuyos límites eran conformados por una muralla de belicoso público.

Aquello nada tenía que ver con los ostentosos anfiteatros de Commorragh ni sus formidables contiendas. Su rival no era más que un insignificante soldado mon-keigh con el rostro medio cubierto por una careta. Le encantaría arrancársela después del golpe fatal y disfrutar de la expresión de su cara, pero la verdad es todo aquello resultaba humillante e indigno para alguien como ella. No obstante y por poco que le gustase la situación era la que era. Tras la contienda habían decidido organizar aquel pequeño divertimento antes de partir a su destino y simplemente no podía negarse. Además la muchedumbre que les envolvía se estaba impacientando, pues sus gargantas exigían que diese ya comienzo la perversa diversión.

-“¿Queréis dolor? ¿Queréis ver sangre y muerte? De acuerdo ¡Os complaceré enseguida!”- adoptando una elegante pose marcial se propuso acabar con aquel insecto de un primer y único embate. Cuanto menos durase aquella estúpida farsa tanto mejor.

El marchito suelo casi no sentía la presión de aquellos ágiles pies que desplazaban a la asesina con una velocidad de vértigo. El soldado permaneció cual estatua, completamente inmóvil ante la llegada de un ser que había segado más vidas de las que podía recordar. Cuando estuvo a solo un par de metros se desplazó al lado mediante un fugaz y borroso movimiento, seguido por un ineludible pinchazo dirigido a la garganta. Pero a mitad del ataque el humano se agachó y ella pudo notar un fuerte impacto en el tobillo, provocando que cayese sobre la polvorienta tierra. El mon-keigh le había hecho una especie de zancadilla, y este acto pronto hizo surgir burlonas risas alrededor.

Mediante un amplio giro de sus piernas efectuó una hábil maniobra alejándose del contrario e inmediatamente volvió a estar en pie. Su atractivo semblante se transformó en una máscara tan horrenda que si hubiese podido verlo hasta ella misma se habría sobrecogido. Con un rabioso grito que helaría la sangre del más valiente la gladiadora se abalanzó contra el soldado, lanzando sibilantes puñaladas con toda su energía y destreza. Aquella sedienta hoja curva parecía dotada de vida, buscando las zonas carentes de protección donde pudiera alimentarse. Tras unos interminables segundos defendiéndose del implacable vendaval de cortes su adversario respondió con un fiero tajo a media altura, viéndose ella forzada a retroceder dando un ágil salto. Ya no se oían risas entre la multitud sino enfervorizados gritos de aclamación. La luchadora exhibía bien alto su arma tintada de rojo brillante, mientras el fornido mon-keigh presentaba varios cortes sanguinolentos y la hoja de su cuchillo permanecía impoluta.

La homicida hekatarii había recuperado su orgullo pero no logró alcanzar su meta. Las heridas del humano eran superficiales; no consiguió cortar tendones, desgarrar músculos o apuñalar un órgano vital. Su contrincante había eludido con movimientos naturales y prácticos los ataques más peligrosos.

-“Tal vez te he subestimado pequeño, pero no me vas a poder esquivar siempre”- pensó mientras disponía su siguiente acometida.

Como impulsada por un invisible resorte cargó de nuevo, ejecutando una atlética acrobacia que la situaba cerca del costado derecho. Buscaba herir su brazo armado para dejarlo indefenso, pero él respondió con una eficaz voltereta en dirección opuesta y quedó fuera de alcance. Tras rodar permaneció un momento arrodillado y luego se levantó como si fuera un autómata.

- ¡Cobarde mon-keigh! ¿Y así esperas vencer? - gruñó volviendo al asalto de un modo mucho más directo.

Convencida de ser superior en velocidad y técnica arremetió de frente. El humano poseía una buena defensa aunque sus ataques no eran del mismo nivel. Atravesaría directamente su guardia o le daría caza en un contrataque; fuera como fuese al mon-keigh le quedaban unos instantes de vida. Tras protegerse de un par de arqueados cortes el soldado lanzó una recta puñalada dirigida al rostro, y ella aprovechó aquel regalo con un brillo eufórico en sus ojos. Encorvándose lo bastante para escapar de la trayectoria del cuchillo la drukhari lanzó a su vez un puntazo cuyo objetivo era la zona abdominal. Pero su enemigo logró reaccionar y giró el cuerpo, solo una fracción de segundo antes de que la afilada punta se colase entre las placas de su armadura. La daga raspó con fiereza el blindaje produciendo un estridente arañazo, mientras el puño del hombre descendía en ángulo oblicuo y estrelló el duro mango del arma contra la cabeza de su adversaria. Acto seguido y con un vertiginoso movimiento la hekatarii describió un elevado corte circular con su arma continuado por dos patadas de igual trayectoria, asemejándose por un momento a un pequeño torbellino. El guerrero se echó hacia atrás eludiendo la fiera respuesta por los pelos, perdiendo así la ocasión de rematar el trabajo.

El griterío se había vuelto ensordecedor, pero ella casi no lo escuchaba por su oído izquierdo del que manaba un fino hilo de sangre. El golpe le había medio aplastado la puntiaguda oreja y un monótono pitido hostigaba su mente. La herida como tal no le preocupaba, pero sí que se la hubiese infligido.

-"¿Cómo es posible? ¡Yo soy una hekatarii! ¡He vencido a rivales muy superiores! ¡Kaudillos, arcontes, bestias tiránidas...! ¿Qué eres tú en comparación? ¡Nada!¡Solo un miserable mon-keigh con excesiva suerte! Pero te aseguro que acabas de agotarla toda. Insolente basura... ¡Muere de una vez!"- tras esos pensamientos retrocedió unos pasos para luego embestir con los dientes apretados y una mirada enloquecida hasta el extremo.

Imprimió a sus torneados muslos toda la potencia de que era capaz pues la maniobra requería dicha entrega. Esprintando a máxima velocidad alcanzó una distancia propicia frente a su monolítico oponente, y entonces llevó a cabo su técnica más sofisticada y letal. Prácticamente violando las leyes de la física saltó de improviso por encima del soldado, inclinando en vuelo su disciplinado cuerpo hasta quedar casi colgada boca abajo. Desde aquella excelsa posición era capaz de alcanzar limpiamente tanto la cabeza como el cuello de sus atónitos contrincantes. No se trataba del acostumbrado salto para caer tras la espalda del oponente, sino de golpear estando cabeza abajo en el punto más elevado de la cabriola, volviendo así el ataque mucho más adelantado y sorpresivo. En el improbable caso de reaccionar a tiempo intentar un bloqueo o esquivar resultaba harto difícil, y contratacar algo impensable. Generalmente, tras el fatídico ataque ella aterrizaba de espaldas a su víctima y realizaba una burlona reverencia mirando al público, mientras el cuerpo que falleció sin apenas advertirlo se desplomaba detrás suyo. Bien cierto era que aquella sorprendente pirueta le otorgó célebres victorias en la Ciudad Siniestra, agasajando a las masas con un final realmente exquisito.

-"Esta muerte es solo para rivales de altura. No mereces tal honor, pero haré una excepción"- la asesina hendiría la daga en aquel desprotegido e inmundo cogote y sumaría otra ejecución a su historial.

No obstante el mon-keigh reaccionó comenzando a darse la vuelta aunque sin duda era demasiado tarde, porque con una maléfica sonrisa la fémina se dispuso a liberar la energía de su ansioso brazo. Inesperadamente todo se volvió difuso, borroso, de un tono beige que enturbiaba la percepción. Privada de su objetivo en el momento más crítico la sedienta hoja dudó un instante, tras lo que actuó por puro instinto atravesando únicamente el seco aire. La gladiadora aterrizó con la visión todavía empañada y sintió como si un azote le propinase una brusca sacudida en la rodilla derecha. De inmediato su daga cortó furibundamente a ciegas intentado alcanzar al agresor, pero el sonido de unas pisadas dejaba claro que se estaba alejando.

La mente de la drukhari bullía tan rabiosa como confusa. Aquel artero humano le había lanzado un puñado de arena en el momento justo. Conocía de sobra aquel viejo y sucio truco pero... ¿cómo? ¿Cuándo pudo recogerla? ¡Jamás lo perdió de vista! Entonces recordó la voltereta, aquella tras la cual se mantuvo arrodillado un segundo antes de incorporarse. Debió tomar un puñado con su mano zurda ocultando el ardid tras la pierna, y la mantuvo cerrada todo el tiempo aguardando una ocasión.

Con los ojos enrojecidos pero la vista ya recuperada contempló al escurridizo mon-keigh. Entre ellos flotaba una amarillenta nube de partículas que retornaban suavemente a su lugar. Por doquier se escuchaban expresiones de asombro ante lo ocurrido, aunque en ese momento era la voz de su rival lo único que acertaba a oír. - La agilidad no lo es todo zorra, y nada me obliga a jugar limpio - exclamó el soldado con una voz apagada debido al respirador.

Aunque los commorritas no se rebajan a emplear lenguas extranjeras lo cierto es que pueden comprender algunas, y ella entendió cada palabra de aquella frase en bajo gótico. Era demasiado, no podía tolerar semejante vilipendio público y menos de aquel ínfimo ser. Pero en cuanto movió la pierna derecha una insufrible punzada castigó su rótula. El arma de su enemigo había causado un daño muy serio en la desprotegida articulación, probablemente hecho con la dañosa parte serrada. Ligamentos, tendón, cartílago y hueso estaban destrozados. No era un corte superficial como los del humano, y su cuchillo de combate ahora sí estaba bañado con sangre drukhari.

Su postura y expresión confirmaron a todos los presentes que tenía una pierna inutilizada, incluyendo desde luego a su feroz causante. Entonces, como si acabase de recibir una orden la actitud del musculoso guerrero cambió por completo. Su estrategia ya no era defensiva sino de incesante ataque. El combate había dado un giro de 180º, pues ahora la malherida hekatarii no podía hacer otra cosa que intentar protegerse. El culto al que pertenecía era conocido como "El Filo Invisible", y se caracterizaba por el empleo de una velocidad fulminante en combate. Ser más rápido y habilidoso suponía la clave del éxito, tanto que emplear toxinas como ayuda era considerado un recurso impropio, algo para torpes incapaces de matar con solo el toque de su arma. Lo malo era que su extraordinaria agilidad casi se había evaporado, pues le resultaría muy difícil desplazarse rauda y más aún realizar atléticos movimientos con una sola pierna.

Esa reducida movilidad permitió al mon-keigh acercarse hasta el punto de que sus cuerpos se trabasen. Él sujetaba su delgada muñeca y ella su poderoso antebrazo, ambos manteniendo a raya el miembro armado del otro. Pero la fuerza y determinación del humano eran mayores, inclinando la balanza claramente a su favor. Un tremendo rodillazo colisionó como un ariete contra el costillar derecho, y los frágiles huesos cedieron ante la presión emitiendo un sordo chasquido. La dura rodilla se alzó de nuevo, esta vez contra el inmovilizado brazo. Aquel choque unido a una brusca torcedura de muñeca bastó para que la tersa mano liberase de su encierro a la daga. Unos ojos muy abiertos observaban espantados su caída a cámara lenta, pudiendo apreciar hasta los más pequeños adornos en aquella obra de maléfica artesanía. De improviso otro golpe sacudió su cuerpo, pero este fue ya devastador. Hermosos labios reventaron, nacarados dientes se partieron y una fina mandíbula quedó desencajada. Notablemente aturdida por el daño solo pudo vislumbrar una pétrea testuz retornando a su posición natural.

La estaba destruyendo. Al igual que muchas otras gladiadoras ella iba desprovista de armadura en un lado de su anatomía, justamente el derecho. Esa arrogante provocación estaba siendo bien aprovechada por su adversario, al cual se vio finalmente obligada a reconocer como lo que en verdad era: un avezado luchador. Pero aún seguía de pie y ni en sueños se iba a dar por vencida. Mediante un esfuerzo nacido de la desesperación lanzó un brutal zarpazo dirigido al rostro con su mano izquierda que falló por milímetros, a la vez que pivotaba sobre su pierna buena y escapaba del agarre dando medio giro. Aprovechando esa inercia la trenza de su encarnado pelo dibujó un plateado arco en el aire, apoyando luego su mano en la tierra para alejarse con un acrobático salto sin perder en ningún momento la continuidad. A pocos metros de separación ambas figuras permanecían detenidas. La bronceada piel del soldado exhibía algunos tajos en el cuerpo y un profundo corte horizontal sobre la ceja, producto de una finísima cuchilla atada en la punta de aquella insidiosa coleta. Una cascada de color carmesí le inundaba por completo la cuenca, volviéndole casi tuerto a efectos de combatir. Ella por su parte exhibía muchísimo peor aspecto. Aquel seductor porte inicial quedó sustituido por una imagen francamente lastimosa.Su pose era la de alguien incapaz de mantenerse erguido, con muchas dificultades para respirar y una desfigurada boca que ni el más atrevido besaría.

-"Tengo que recuperar la daga. Tengo que luchar con mi brazo izquierdo. Tengo que... Un momento ¿Por qué están en silencio? ¿Por qué no escucho gritos? Y ese sucio mon-keigh... ¿Por qué no lo lleva? ¿Dónde está? ¿Dónde está su cuchillo?"- se preguntó angustiada, aunque ya conocía la respuesta.

Lentamente desvió la mirada hacia abajo y tal como temía allí lo encontró, clavado hasta la empuñadura entre sus perfectos senos. Resultaba comprensible que justo después de aquel demoledor cabezazo un filo penetrante le pasase inadvertido. Tras unos instantes de incredulidad sus manos temblorosas partieron hacia la herida, pero la aparición de una gran sombra hizo que se detuvieran.

- Perdón, pero creo que esto es mío - le dijo su corpulento enemigo con evidente sorna.

Tras asir con firmeza el mango del acerado cuchillo aquel hombre recuperó su arma, pero de un modo tan cruel y violento que ocasionó daños mucho más terribles en la extracción. De manera imparable aquel destructivo filo serrado se abrió camino lateralmente, seccionando parte del corazón y la cavidad pulmonar, traspasando músculos y hueso en una atroz carnicería hasta emerger por fin a la superficie con su feroz hambre ya saciada. Un breve surtidor de fluido carmesí emanó de la espantosa grieta manchando el blanquecino peto del carnicero, a lo que siguió un estruendoso bramido que ponía fin al efímero silencio de la audiencia.

La expresión de aquella macilenta faz reflejaba una mezcla de incomprensión y dolor; un indescriptible dolor alojado en lo más hondo de sus entrañas que debilitaba en vez de insuflar energía; un dolor que iba más allá del tormento físico pues también denotaba su imperdonable fracaso. Una hekatarii con asombrosas habilidades de combate vencida por un despreciable humano. Su envidiable pericia y fabulosos reflejos aumentados por los mejores psicofármacos no bastaron contra él. ¿Estaba soñando quizás? Sí, era la única explicación. Pero no dejaba de sentir como la vida se le escapaba por aquella enorme fisura, y pensó en todos los elaborados planes que aún debía llevar a cabo. Mediante la confabulación y el asesinato primero ascendería hasta el estatus de súcubo, y luego se convertiría en la concubina predilecta del arconte que auspiciaba su culto, hasta que llegado el momento idóneo también lo retirase del tablero como a las anteriores piezas. Progresivamente todo se oscurecía, los sonidos se amortiguaban y la realidad de su entorno perdía consistencia. Con dulce parsimonia estaba dejando de notar su cuerpo y tampoco sentía la vital necesidad de inspirar. Sus grandes ambiciones de poder ya no le parecían tan importantes, ni siquiera le molestaba aquella denigrante derrota. De hecho ya la estaba olvidando, pues el contenido de su memoria parecía esfumarse junto con todo lo demás. Estaba dormida pero le invadía un irresistible sopor ¿Era posible? Daba igual aquella extraña sensación porque solo anhelaba descanso. Sus ojos esmeralda permanecían abiertos mientras los de su espíritu se cerraban lentamente. Tenía sueño,tenía tanto sueño...

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- Se acabó, así que venga id aflojando todos - exclamó el enjuto soldado, con una sonrisa de oreja a oreja y su mano abierta como signo para reclamar las ganancias.

- Cabrones afortunados - dijo con disgusto el primer guardia imperial en pagar su deuda.

"Todavía no me lo creo", "Irá drogado hasta las cejas como esa puta", "Jodida saltimbanqui inútil" o "Ha tenido muchísima suerte" eran comentarios que provenían de los malhumorados guardias; aunque probablemente ninguno creía en realidad tales excusas. -"Si ellos supieran"- pensaba riendo para sus adentros el encargado de recoger las apuestas. Soltando un dilatado repertorio de maldiciones y palabrotas, uno a uno los altaneros soldados depositaban sus bienes en un amplio saco: bastante dinero, muchos paquetes de lho y algunas botellas de amasec. Lo cierto es que ellos mismos habían propuesto que se apostase, pero les incomodaba bastante haber perdido en algo que suponían ganado de antemano, y más ante tropas de una humilde fuerza de defensa planetaria. Eran hombres del 4º regimiento de los Vigilantes de Tessangor, la principal unidad a cargo de proteger el sistema estelar donde se encontraban.

Estos guardias de infantería mecanizada eran tipos rudos y hoscos, pertrechados con sombrías armaduras de caparazón y potentes carabinas láser. Aquellos mundos que guardaban eran objeto de incursiones por parte de los perversos drukhari, y aunque las planeaban intentando evitar encuentros con los Vigilantes lo cierto es que ya se habían enfrentado a ellos más de una docena de veces. Patrullaban sin descanso con el propósito de responder a los ataques antes de que los commorritas se hubiesen ido, pero desafortunadamente por lo general llegaban tarde, encontrándose con ciudadanos masacrados y la ausencia de otros que desde luego iban a correr peor suerte. Pero esta vez ocurrió algo distinto; el azar dispuso que fueran a su encuentro sin saberlo.

Kelian era un mundo muy pequeño y árido sin ninguna importancia estratégica, con escasas ciudades y salpicado de pueblos en medio de extensos desiertos. No poseía más riqueza que algunos yacimientos de promethium, siendo por tanto uno de los planetas más olvidados del sistema. Esto lo convertía en una presa muy fácil para los habitantes de Commorragh, que llevaban años aterrorizando a las indefensas aldeas. La fuerza de defensa planetaria local era escasa y no disponía de un equipamiento moderno, además de verse forzada -junto con los arbites- a permanecer mayoritariamente en los grandes núcleos de población. La pérdida de aldeanos era siempre descorazonadora, pero las urbes debían contar con protección suficiente o podría suceder una verdadera hecatombe. Se suplicaba ayuda al gobernador planetario, quien a su vez pedía al Departamento Munitorum que les enviase refuerzos o al menos rebajara su diezmo de tropas; por desgracia tales solicitudes eran completamente desoídas. Sin embargo una compañía de los Vigilantes recibió la orden de acudir a un mundo cercano para hacer frente a unos piratas orkos. En ese momento andaban cortos de combustible para sus vehículos, así que desviaron un poco su ruta para reabastecerse en el postergado Kelian. Tras aterrizar y dirigirse con premura hacia el depósito donde los esperaban divisaron en la lejanía algunos Incursores drukhari, sobrevolando el yermo en línea recta hacia un poblado cercano. Los guardias imperiales acudieron al rescate y se produjo una breve pero encarnizada refriega, donde los commorritas no tuvieron más opción que acabar huyendo a toda velocidad en sus gravíticas naves.

Justo al finalizar el combate llegó la fuerza de defensa local a bordo de tres de Chimeras y varios camiones blindados. Eran los llamados Infantes de Kelian e iban todos recubiertos de polvo, aunque eso no variaba en mucho el color crema de su indumentaria. Los Vigilantes de Tessangor en cambio se mostraban como amenazadoras efigies azul oscuro, de aspecto semejante a los drukharis que yacían muertos a sus pies. Estaban subiendo en los transportes a sus compañeros fallecidos para darles adecuada sepultura en cuanto fuese posible, pero aún no habían decidido que hacer con la prisionera. Resulta que capturaron indemne a una bruja y la tenían maniatada en espera de su ejecución, hasta que el teniente de los recién llegados Infantes hizo una insólita sugerencia: quería pelear a muerte con ella. Tras unos instantes de asombro (y posteriores risas) finalmente el capitán de los Vigilantes accedió a permitir tan desigual encuentro. No era algo que se viese todos los días, y mucho menos esperaban aquel desenlace.

-“Y yo convencido de que acabaría disparando”- el capitán miraba al tejado de una blanqueada casucha. Allí estaba apostado un francotirador de los Infantes de Kelian, listo para abatir a la gladiadora si las cosas se ponían demasiado feas para su oficial superior. El sentido común impuso esa precaución en un intento por evitar una escena desmoralizadora para los hombres, pero obviamente aun así el keliano corría un grandísimo peligro. La regla era simple: si el tirador disparaba ellos perdían, pero aquel rifle permaneció mudo todo el encuentro.

-Atrás muchachos. Venga, dejadme pasar ¡Apartaos he dicho!- acabó gritando el medico que intentaba abrirse camino entre la densa maleza de uniformes. Una eufórica algarabía rodeaba al teniente Bryll. Sus hombres le vitoreaban con toda la fuerza de sus pulmones y se disponían a levantarlo en volandas.

- ¡Quietos panda de locos! ¿Pero no veis que está herido? - les frenó el sanitario asomando su cabeza entre la apretujada aglomeración.

- Tranquilo, estoy bien - el teniente alzaba la palma con un gesto cansado y con la otra se quitó el respirador para exhibir una sonrisa.

- ¿Le doy un espejo? Si me lo permite yo juzgaré como está - replicó irónicamente al tiempo que aplicaba una gasa sobre el profundo corte encima del ojo.

- Mi enhorabuena teniente, estoy francamente impresionado. Sé muy bien que pelear cuerpo a cuerpo contra esos demonios es lo menos recomendable ¿Qué hace alguien de su talento en una fuerza de defensa? Debería estar en la Guardia Imperial - el capitán se había acercado aprovechando el pequeño despeje creado por el doctor, y le tendía su mano enguantada en muestra del más sincero respeto.

- Por favor, le pido que no me recomiende a nadie porque estoy donde debo estar. Y no dude que todos nosotros agradecemos inmensamente su presencia. Andábamos próximos cuando recibimos un aviso de alerta, pero no lo bastante. Si no hubiera sido por ustedes mucha gente de este pueblo... En fin, ambos lo sabemos de sobra"- respondió Bryll estrechándole con firmeza la mano.

- No han tenido ocasión de hacerles el menor daño. Interceptamos a tiempo a esa escoria y huyeron como ratas ante hombres armados que sí les podían plantar cara – el oficial supuraba un desprecio casi tangible. A todo correr los aterrados aldeanos se habían encerrado a cal y canto en sus casas, con el sonido de la batalla retumbando en su cerebro y dando pábulo a sus peores miedos. Otros pueblos ya habían recibido la visita de aquellos diablos, y todos rezaban cada día porque no les tocase nunca.

- Capitán ya estamos listos para irnos. Todo recogido y todos preparados señor - les interrumpió un sargento de los Vigilantes efectuando una ligera inclinación de su cabeza y el saludo del águila. Habían terminado de cargar en los vehículos el equipo, los heridos y por último a sus camaradas muertos, quedándose sin compañía los múltiples cadáveres de raza drukhari.

- No podemos entretenernos más. Cuanto antes llenemos los camiones cisterna antes volveremos a estar en órbita, así que tendréis que encargaros de la limpieza – la mano del capitán señalaba los dispersos y exánimes cuerpos.

- Recoger esta basura no será desagradable, sino un verdadero placer. Pero creo que si os vais nosotros recibiremos las felicitaciones – le advirtió mirando hacia unas casas próximas. Tras el aviso de que ya no había peligro puertas y ventanas se abrían tímidamente, dejando entrar con claridad unas voces que amainaban el terror de sus ocupantes, despejando la corrosiva duda sobre quien había prevalecido al final. Sollozando y con lágrimas de alegría daban gracias al Emperador por librarles de un atormentador destino.

- No las necesitamos. Derrotar a estos cobardes xenos es pago más que suficiente. Cuando escaparon di orden de advertir a los lugareños que permaneciesen encerrados en sus hogares hasta que les avisásemos, pero era un leve engaño para ganar tiempo. Consideré preferible que al salir no viesen guardias muertos, sino solo drukharis desparramados. Bueno, aquí nos despedimos entonces. Si cambia de idea hay sitio para usted en mi regimiento, tan solo hágamelo saber. Recuerde, 4º de Vigilantes de Tessangor y capitán Trebesius - le contestó el oficial.

- Muchas gracias señor, pero mi sitio está aquí. Que la luz del Emperador les guíe y proteja siempre – deseó Bryll con marcialidad.

- Adiós teniente. Mis hombres andarán molestos por perder la apuesta pero estoy seguro de que jamás olvidarán el espectáculo que nos ha brindado. Su pericia en combate es… algo fuera de serie. Por cierto, no se olviden de recoger ”eso” - señaló con la vista a la fallecida gladiadora. Sus vidriosas pupilas miraban al infinito, como si aún permaneciese viva pero de algún modo el tiempo la hubiera congelado.

- Claro que no. De hecho hasta puede que haga disecar su cabeza como trofeo, aunque tal y como le dejé la cara no sé si es buena idea -bromeó el teniente mientras el capitán Trebesius dejaba escapar una ligera risa al marcharse con su tropa. Acto seguido una autoritaria voz a punto de perder la paciencia obligó al líder keliano a moverse de una vez por todas.

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Sentado en un viejo taburete de madera observó por el ventanal la llegaba del atardecer y como los dos fulgurantes soles iniciaban su retiro. Bryll estaba siendo curado dentro de una vivienda del pueblo tras sortear la efusiva e interminable gratitud de sus habitantes, a los que se explicó repetidamente que sus salvadores fueron los Vigilantes de Tessangor. Afuera los soldados ayudaban a reparar los desperfectos que ocasionó la batalla, después de haber amontonado en sus vehículos todos los cadáveres de infames xenos.

- He acabado teniente. Parecía peor de lo que era, aunque necesitará un poco de reposo si no quiere que se le reabran algunas heridas. Respecto a su sangre por suerte está limpia de toxinas según el análisis. Ah, ¡y no vuelva ha cometer una barbaridad como la de hoy o tendrá que buscarse otro cirujano! ¿Entendido? - le regañó el curtido sanitario, aunque su tono denotaba una evidente alegría por saber que Bryll se encontraba bien.

- Hubo un momento en que estuve a punto de apretar el gatillo. Ojala los aldeanos hubiesen podido ver la pelea - había un Infante sentado a su derecha. Se trataba del soldado Meyer, el francotirador que actuó como su salvaguarda durante la lucha a muerte. Habían entablado amistad hace pocas semanas y resultaba habitual verlos juntos.

- Lo importante es que la han visto los hombres y ha elevado su moral - el teniente se levantaba con cuidado debido a la tensión de los vendajes.

- Y mucho sin duda, aunque no es lo único que ha crecido - el soldado daba un par de palmadas a su abultado zurrón. - Salió bien pero ha corrido un gran riesgo señor, aunque comprendo que tenía que hacerlo. Permítame preguntarle una cosa ¿A ese capitán no le extrañó su destreza? ¿Ni que acudiésemos tan pronto?

- Supongo que le pareció sospechosa, pero tenía asuntos más urgentes que atender. Respecto a lo otro le dije que patrullábamos por la zona cuando recibimos la alerta, gracias a una nave de transporte que los avistó casualmente. No era buena idea ponerse a explicarle la verdad - contestó Bryll.

- No, desde luego. Todos ansiábamos este momento, pero esa maldita ventisca nos ha impedido llegar cuando debíamos. La providencia concedió a este pueblo el regalo de los Vigilantes, pero la mayoría de esos bastardos drukhari ha logrado huir – el francotirador se sentía tan decepcionado como furioso.

- No han conseguido lo que buscaban, de modo que volverán pronto. Dudo que sea aquí pero atacarán nuevamente y esta vez lo lograremos. Por la mismísima Terra que ni un cataclismo nos lo va a impedir"- Bryll contemplaba de nuevo el vacío arenal tras la ventana, con una irreprimible cólera interior que desembocaba en sus apretados puños.

 
SEGUNDA PARTE



ACOGIDA

Unas veloces y oscuras formas surcaban el baldío paisaje en pos de la distante mancha blanquecina. A sus tripulantes se les había expulsado jornadas atrás, obligados a regresar con las manos vacías. Nunca se habían topado con una fuerte oposición en aquel planeta, pero retirarse era algo por lo que no iban a pasar de nuevo. Esta vez fueron más numerosos y también precavidos.Habiendo comprobado que aquel erial no albergaba presencia alguna en varios kilómetros los Incursores partieron hacia su objetivo. Este otro pueblo era más pequeño que el anterior y supondría un botín menos jugoso, pero se hallaba tan apartado que las tropas locales ni se acordarían de él.

Cuando la primera embarcación gravítica alcanzó los aledaños del lugar sus malignos pasajeros saltaron a tierra firme, y más transportes sobrevolaron las angostas calles soltando aquella infecciosa carga. Los habitantes huían despavoridos en un vano intento por salvar la vida, pero con semejantes diablos no había posibilidad alguna de escape. Guerreros de la cábala y brujas perseguían a los futuros esclavos, desplazándose con gran soltura y ávidos por infligir dolor.

-“Así me gusta patético humano. Corre, corre cuanto puedas”- pensó maliciosamente el alástor seguido de cerca por un par de sus guerreros. El aldeano frenó en seco cuando su carrera le condujo a un estrecho callejón, sin otra salida que volviendo sobre sus pasos.

- “Estúpido ¿Tanto miedo tienes que has olvidado cómo es tu propio hogar? Pero que criatura más lamentable” - reía el veterano drukhari preparándose a emplear su látigo agonizador. Procuraba no matar con él a los prisioneros, aunque a veces se entusiasmaba en exceso con su afán de hacerlos sufrir.

De improviso su brazo quedó detenido por una inquietante sospecha, una sensación de alarma avisándole de que algo no iba bien; entonces se dio cuenta de que muchas cosas no encajaban ¿Dónde estaban las mujeres y niños? No vieron a ninguno ¿Todos los aldeanos vestían igual? Sí, portaban unos largos hábitos deshilachados… e idénticos. Las capuchas ocultaban sus cabezas, un trapo sus rostros y amplias mangas sus brazos ¿Qué hacían cuando ellos irrumpieron? No soltaron ningún objeto en su huida como evidenciaba el despejado suelo ¿Corrían asustados realmente? A su llegada no emitieron ni una voz temblorosa, ni un solo grito de alarma; ni siquiera la fragancia del miedo contaminaba el aire. Escrutó mejor la estampa del acorralado mon-keigh, cuyas resistentes botas no hacían juego en absoluto con aquellos harapos. Habiendo por fin comprendido la mano del alástor buscó rauda su pistola cristalina, pero docenas de intermitentes fogonazos que desgarraban las mangas del hábito pusieron fin a la existencia de aquel trío de asesinos. El lugareño nunca fue la presa, sino el cazador.

De inmediato por múltiples zonas del lugar se produjeron escenas similares. Amarillentos destellos de luz junto a un sordo repiqueteo condenaban a muerte a los confiados drukhari. Montones de seres oscuros cayeron bruscamente, algunos sin saber siquiera qué les había ocurrido. Los fugitivos habían parado de correr y muchos se despojaban fácilmente del ahora inservible disfraz, revelando la verdadera identidad de aquellos artífices de tan exitosa emboscada: los Infantes de Kelian.

Recuperados de la sorpresa inicial los invasores se dispusieron a combatir, furiosos por no entender como podían estar esperándoles y en especial por no ser ellos los que atacasen a traición. Pequeñas olas negras desembarcaban de los Incursores mientras sus artilleros buscaban al enemigo, junto con ornamentados aeropatines que surcaban el aire como exhalaciones. Soldados imperiales cuyo uniforme era pálido como aquel mar de arena retrocedían buscando parapetarse, mientras los commorritas invadían el pueblo y se colocaban en posiciones ventajosas. Aquella encerrona preliminar había costado cara a los invasores, pero ellos seguían siendo mucho más numerosos además de superarles en potencia de fuego y velocidad. No era la misma situación que contra los Vigilantes de Tessangor; destruirían a ese puñado de milicianos ilusos en menos de lo que se tardaba en vender una esclava virgen.

El temible y enigmático armamento invocó su oscuro poder. Cristales y rayos de luz negra desataron un arrasador huracán sobre los blancos muros defensores, que se evaporaban como nieve regada por un hervoroso líquido. Los infernales daban mortíferas pasadas sobre los humanos, hiriendo y decapitando a placer entre lunáticas risas e imprecaciones. Lanzas oscuras escupían su vil contenido desde las naves reventando la tierra y desintegrando rocas, paredes y cuerpos por igual. Las piedras y ladrillos de aquellas débiles estructuras no otorgaban apenas protección frente a las armas de Commorragh. Ahora aquel grupo de mon-keigh prácticamente se limitaba a resistir, pues batallando contra enemigos en guardia ya no eran tan eficaces. Su derrota era solo cuestión de tiempo, de muy poco tiempo.

- ¡Meyer!¿A qué esperas? ¡Hazlo ya! - gritó el teniente Bryll por el intercomunicador de su solapa.

- Aún no lo veo señor - fue la fría respuesta.

- ¡Pues encuéntralo enseguida! ¿Me oyes? ¡Es una orden soldado! - vociferó de nuevo con énfasis. La situación se volvía más insostenible a cada segundo.

-"Vamos, ¿dónde estás maldita escoria?"- Meyer seguía explorando las naves drukhari con su mira telescópica. Le suponía un gran esfuerzo ignorar a todos los enemigos que desfilaban ante su ojo, pero reprimió sus deseos y continuó la búsqueda. De repente su objetivo pasó como un rayo ante la inquiridora lente. No iba a bordo de un Incursor como él creía, sino pilotando un deslizador Ponzoña que sembraba la destrucción mediante curvos filos y envenenados cristales. La ominosa figura cesó el ataque y se detuvo un momento cerca de una escuadra de cabalistas. El conductor se asomaba por la cabina medio abierta e impartía concisas órdenes con el brazo a sus malvadas tropas.

-"¡Ya te tengo!"- el dedo de Meyer palpaba con avidez el gatillo. La pequeña nave se puso otra vez en marcha y esperó paciente hasta que volase en su dirección. Una estrepitosa y violenta sacudida zarandeó la copa del árbol, de la que cayeron hojas secas, polvo y un humeante casquillo. Tras su efímero viaje de cientos de metros se produjo el impacto, pero nada detenía el inexorable avance del proyectil que continuaba su marcha quebrando vidrio, horadando metal y traspasando la carne igual que si todo fuese blanda gelatina. El transporte Ponzoña bajó de altura hasta que se estrelló contra la esquina de una casucha, saliendo despedidos todos sus tripulantes que presagiaban un durísimo aterrizaje.

-El arconte ha caído. Repito, arconte caído- comunicó gozoso el francotirador.

- ¡Cortina y despliegue! ¡Cortina y despliegue! ¡Ahora! - ordenó Bryll de inmediato. Sus obedientes Infantes comenzaron a lanzar objetos cilíndricos y ajustarse unas gafas que portaban en sus cascos. Rápidamente el poblado empezó a ocultarse por una nube blanca, una etérea neblina que aumentaba cada vez más en intensidad hasta que el aire perdió toda transparencia. Algunos drukhari se rieron ante el uso de aquella táctica. Si ellos no podían ver los humanos tampoco, que además eran solo un pequeño grupo disperso. Y ni soñando les valdría para escapar puesto que en cualquier dirección no había más que yermo. De ser ese su plan Incursores e infernales iban a recogerlos como a fruta madura.

- Nuestro momento por fin ha llegado ¡Adelante Infantes de Kelian! ¡Cargad! ¡Victoria o muerte! – las palabras del teniente restallaron por el comunicador.

- ¡Victoria o muerte! - resonó la proclama como un gran trueno por todo el lugar. Entonces el negro corazón de todos los commorritas allí presentes dio un vuelco. No fue el grito de guerra de unos cuantos enemigos a punto de sucumbir, sino un clamor de docenas de hombres que se oyó en todas partes. –“Por las Musas Oscuras, ¿de dónde han salido?”- pensaron la mayoría intentando verlos tras la densa humareda.

La emboscada del principio había sido en realidad un señuelo, una treta para que los enemigos se internasen en la aldea en pos de una represalia fácil. Tras abatir a su jefe saturaron el ambiente del pueblo mediante granadas de humo, y cuando la visibilidad empezaba a ser casi nula emergieron de las casas el resto de soldados ocultos. Todo el pelotón del teniente Bryll se movía rodeando a los cegados drukhari, pero con la inestimable ventaja de llevar lentes de visión térmica. Tal equipo no era común entre las fuerzas de defensa planetaria pero en Kelian había zonas donde las tormentas de arena y polvo eran frecuentes, así que por ello disponían de algunas unidades. En varias azoteas aparecieron Infantes que se ocultaban bajo sucias mantas, y en tierra unos Chimeras camuflados junto a muros abandonaban el mismo tipo de disfraz al son de sus rugientes motores. Ahora sí, la trampa se había cerrado.

A diferencia de la desatada y abrumadora potencia destructiva del ataque drukhari los kelianos efectuaron un asalto mucho menos aparatoso, pero con una sencillez tan solo equiparable a su eficacia. No portaban rifles láser ni otro armamento sofisticado, sino antiguas armas de proyectiles sólidos cargadas con munición antiblindaje. De forma metódica los soldados empezaron a masacrar a los commorritas con un interminable tableteo. Bajo el visor de infrarrojos sus despreciables formas se manifestaban tras el humo, inquietas y mirando en todas direcciones infructuosamente. En aquella situación de combate próximo, frente a enemigos cegados, privados de líder y con un blindaje ligero sus viejas ametralladoras eran el instrumento perfecto. Los Incursores permanecían adyacentes al poblado, incapaces de navegar o abrir fuego en un conjunto de apretadas viviendas ocultas por una masa brumosa; infernales sobrevolaban el lugar sin poder ser de ayuda por la misma razón, pero pronto dejaron de ser meros espectadores para convertirse literalmente en dianas. Ráfagas de balas perforantes surgían de la niebla buscando agujerear pálida carne enemiga. Varios cayeron de sus aeropatines mientras el resto esquivaba como podía los invisibles ataques. Por su parte el trío de Chimeras despertó del letargo a sus bólteres pesados y estos aguijonearon sin piedad los siniestros Incursores, que caían pesadamente con su aerodinámico blindaje demolido. Al verse directamente amenazados los artilleros de las negruzcas naves no dudaron en abrir fuego contra la masa blanca, intentando destruir al agresor e importándoles poco matar a sus compañeros. Ante aquella desesperada situación algunos guerreros de la cábala atrapados en la nube comenzaron a disparar a lo loco sus rifles cristalinos y otros arrojaban granadas de gas tóxico, las cuales emanaban un letal humo verde que tintaba el blanquecino. Pero esto de poco sirvió ya que herían a más aliados que enemigos, y todos los Infantes portaban respiradores con un efectivo filtro que se podían colocar fácilmente; vivir en un clima tan polvoriento tenía sus ventajas. La injusta lucha se recrudecía a cada instante. Las bocachas de las ametralladoras casi se ponían al rojo por sus incesantes ladridos, granadas de fragmentación causaban estragos entre los invasores y miles de cobrizos casquillos alfombraban el suelo junto a decenas de cadáveres acribillados. Pero el beneficio de tener una cúpula humosa para camuflarse era algo costoso y perecedero. Para sumir en una espesa bruma aquel pueblecito de estrechas calles gastaron todos los botes de humo que lograron reunir, y el aire ya comenzaba a perder blancura reclamando su limpia transparencia natural.

El viento había estado en calma para fortuna de los soldados, pero ahora una creciente brisa estaba desplazando la vaporosa niebla. Aquella progresiva desaparición del tono albino en la atmósfera era un bálsamo para los drukhari, comparable al valiosísimo dolor y sufrimiento que siempre anhelaban. Ahora sus ojos distinguían las nebulosas figuras de aquellos tramposos mon-keigh, moviéndose y disparando en la torpe manera característica de su raza. -“Por todas las cuchillas envenenadas de la Ciudad Siniestra que lamentareis haber nacido”- maldijo más de uno.

- ¡Fuera visores!¡Repito!!Fuera visores! - ordenó Bryll por el intercomunicador. Las gafas cumplieron bien su cometido pero ahora suponían un estorbo.

La artimaña del humo permitió el aniquilamiento de docenas de viles enemigos, pero los oscuros esclavistas eran todavía numerosos y a los Infantes de Kelian no les quedaban más ases en la manga. Habían logrado equilibrar las fuerzas y ahora tenían posibilidad de vencer. En un pasado reciente muchos de aquellos soldados perdieron familiares y amigos a manos de los drukhari. Nunca sabían dónde o cuando sería su ataque, y lo único que podían hacer era enterrar mutilados cuerpos y elaborar la lista de desparecidos. Jamás llegaron a combatirlos hasta ese día, así que no iban a dejarlos escapar. O vencer o morir.

Con el aire ya más despejado el combate se intensificó hasta alcanzar unas cotas de violencia mucho mayores. Ahora los sombríos guerreros de a pie eran capaces de apuntar con sus rifles o correr directamente hacia sus víctimas. Los infernales volvieron a la carga junto a unos artilleros que ya no disparaban a ciegas. Una miríada de cortantes y venenosos fragmentos se enfrentaba a otra de penetrantes dardos de metal. Criminales en deslizadores y hábiles brujas eludían las andanadas buscando derramar sangre con sus cuchillas. Las granadas imperiales detonaban con mortíferos estallidos, pero no eran rival para las tremendas explosiones de luz oscura que derruían casas y muros. Las poderosas lanzas de los Incursores martilleaban aquella aldea sin piedad ni descanso. Un impacto directo reventó uno de los Chimeras, y otro hizo estallar una tapia que servía de parapeto a media docena de kelianos.

- ¡Meyer! ¡Los artilleros! ¡Deprisa! - chilló Bryll exigiéndole ayuda.

- Ya lo sé teniente - el francotirador estaba intentando conservar la calma. Meyer se hallaba a kilómetro y medio de distancia, subido a un solitario árbol desde el que tenía una buena panorámica. La cortina gigante de humo le impedía apoyar a sus compañeros. Su visor no era térmico, y aunque lo fuese estaba demasiado lejos como para serle útil. Veía los infernales revoloteando pero resultaban un blanco difícil y tampoco quería delatarse aún. Su máxima prioridad eran los artilleros de los Incursores, por desventura situados al otro extremo del pueblo, tras la niebla. A diferencia de los que ya luchaban allí dentro él debía esperar más. Tenía que aguardar a que el humo se desvaneciese lo bastante para poder verlos bien. Las continuas explosiones ponían a prueba su paciencia, pero Meyer poseía unos nervios de acero."Todavía no, todavía no"- se repetía a sí mismo.

Un alto casco fue atravesado de parte a parte por algo invisible e inaudible, implosionando después el cerebro en su interior de un modo horripilante y estrepitoso debido al efecto de la velocidad supersónica. "Gira un poco a la derecha, solo un poquito condenada bazofia"- como si satisficiese su petición aquel otro artillero giró el arma para buscar otro objetivo, perdiendo así la égida de su sólida aspillera y dando vía libre a un nuevo proyectil. Otro casquillo salía de su prisión y otra pérfida alma abandonaba su inmundo cuerpo. Una bala de rifle por una vida drukhari era un canje maravilloso.

Un par de infernales se percataron de lo que ocurría y pusieron sus aeropatines a máxima potencia dirigiéndose al arbóreo escondite. Se escuchó una resonante detonación que puso fin al trayecto de uno, mientras el otro efectuaba un sinuoso vuelo con bucles y rizos. El escurridizo homicida logró alcanzar una distancia desde la que podía disparar las armas cristalinas de su deslizador. Con una rauda pasada acribillaría el follaje y también al "pájaro" oculto. Irónicamente fue él quien acabó hecho un colador, pues dos hombres brotaron cuales plantas entre la marchita maleza circundante y abrieron fuego con sus carabinas automáticas. Meyer era como una pieza de artillería y aquella pareja de soldados las tropas asignadas a su defensa.

- ¡Adelante hijos de Kelian, no flaqueéis! ¡Muerte al invasor! - pero la arenga del teniente no era necesaria en absoluto. Aquellos hombres no combatían por un Imperio que los menospreciaba sino por su gente y por sí mismos. No hacía falta un superior que exigiese obediencia mediante despiadados castigos o amenazas de muerte. Por extraño que pareciese ni uno solo sentía el más mínimo temor, pues su desmesurado odio no dejaba espacio a ninguna emoción de debilidad. Colmados de aquel visceral sentimiento clamaban venganza sin tener un ápice de miedo, sin vacilar ni detenerse ante nada. No era fanatismo alocado e imprudente sino lúcida y férrea determinación; algo que rayaba en lo sobrehumano, muy anormal para unos simples defensores locales. Tal seguridad, valor y entrega no podría insuflarlas ni el más temido de los comisarios.

La tranquila aldea se había convertido en un paraje saturado de muerte y desolación. La mitad de las casas estaban derruidas y todas las fachadas presentaban docenas de impactos. Cráteres renegridos, charcos de sangre y deshechos trozos corporales decoraban la primitiva tierra tierra. Montones de muertos y heridos yacían por los suelos y varios vehículos ardían tras haberse destruido mutuamente. Cristalinos proyectiles penetraban las marfileñas armaduras antifrag ocasionando su letal contenido una muerte agoniosa, y en oposición ráfagas perforadoras atravesaban las negras corazas segmentadas quitando la vida con rapidez. Varios Infantes gritaban por el insoportable tormento del veneno y algunos commoritas ametrallados se desplomaban habiendo muerto antes de caer al suelo. Ya fuera lenta y dolorosa o limpia y rápida la muerte acechaba con impaciencia a todos por igual.

En medio del intenso fuego cruzado algunas brujas lograban sortear espectacularmente las balas para caer sobre los humanos desatando una orgía mutiladora. Poco podían hacer cuerpo a cuerpo frente a tales adversarias. Una iba corriendo de lado por la pared de una casa hasta que saltó en dirección a un enemigo que estaba de espaldas. Los tímpanos del sentenciado hombre retumbaron y el esbelto cuerpo sufrió una espantosa transformación en pleno aire. Un terrible cañonazo desgarró aquel femenino torso salpicando de rojo a la potencial víctima. El soldado se dio la vuelta y pudo ver a la drukhari tendida con los intestinos expuestos y la ausencia de medio brazo. Nuevamente sonó el cañón y el rostro de la gladiadora quedó totalmente destruido, transmutado en una repugnante amalgama informe de carne ensangrentada y metal. Varios hombres habían tirado sus armas para desenfundar unas amenazadoras escopetas que portaban a la espalda. Reservaron aquella última baza para cuando les atacasen cuerpo a cuerpo, una situación en la que por muy decididos que fuesen llevaban las de perder. Su despedazadora metralla las convertía en una herramienta de brutal exterminio para todo lo que se acercase demasiado.


Bryll disparó su ametralladora abatiendo al infernal que acababa de cercenar la cabeza de un Infante apostado en una azotea. Una hekatarii le asaltó por el flanco buscando ensartarlo con su empalador, pero acabó con la espalda triturada por el oportuno escopetazo de un soldado que la iba persiguiendo. No obstante una gigantesca hoja cubierta por runas interrumpió el goce del keliano, amputando horrendamente su tronco con un mandoble diagonal desde el cuello hasta la cadera. Bryll se giró para encañonar al íncubo pero este lanzó un tajo horizontal que partió el cañón de su arma y casi le cuesta una mano. Al retroceder intentando sacar su pistola la mala suerte hizo que tropezara con unos cascotes y perdió el equilibrio. Aquel sangriento espadón manchado de viscosas entrañas se alzaba sobre el caído teniente, sabedor de que no le daría tiempo a disparar su arma. Lo que desconocía sin embargo es que otro ya estaba apuntando por él. La gorguera del íncubo emitió un seco crujido y este dejó caer su inacabable espada, cubriendo su reventado cuello con ambas manos hasta que la pistola de Bryll ladró con rabia finalizando el trabajo.

- Arriba teniente, que aún no hemos terminado – declaró su salvador, que ya estaba buscando con su implacable mira telescópica otro valioso blanco.

Con un gruñido el oficial se puso en pie y recogió la escopeta de aquel desafortunado compañero partido en dos por el íncubo. Veía que un grupo de kelianos estaba pasando dificultades y corrió en su ayuda. Disparando a cubierto tras los ventanucos de una casa medio derruida los soldados habían barrido a los guerreros cabalistas, aunque no a la horda de atormentados que avanzaban resistiendo todo castigo. Con sus cuerpos llenos de boquetes y metralla arremetían contra los valientes soldados empuñando hoces y pesados cuchillos. Sangre y miembros humanos saltaban por los aires como si aquellos engendros fuesen actores representando una dantesca escena. Bryll hizo tronar con saña la escopeta y acabó con un par de aberraciones, pero su eficaz arma no era suficiente contra el inmenso grotesco que se le abalanzó enloquecido. Con su abominable zarpa metálica rasgó el espacio que ocupaba un momento después de que rodase esquivando el golpe fatal. Justo a continuación una sonora lluvia de proyectiles machacó a los atormentados y el grotesco haciendo estallar en cachos sus asquerosas fisonomías. Tras haber lidiado con los transportes drukhari los bólteres pesados del Chimera superviviente escupían ahora su temible munición explosiva contra aquel desfile de horrores. Un alejado hemónculo azuzaba colérico al resto de su hueste, sintiendo de improviso como en su tórax se abrió una artificial oquedad. La blanca pared tras él fue rociada de un negro y pestilente icor, cayendo a continuación de rodillas su abyecto dueño.

-"Remiéndate si puedes, alimaña del infierno"- Meyer apretaba nuevamente el gatillo y la bala se adentró en la abierta y nauseabunda caverna que aquella criatura tenía por boca. Tras el vomitivo resultado desechó el cargador vacío y puso otro para seguir haciendo justicia. Nunca imaginó que fuese a vivir un día tan glorioso.

El fragor del combate estaba disminuyendo igual que la cantidad de sus partícipes. Ninguno surcaba ya el cielo y en tierra luchaban más figuras claras que oscuras. Los estampidos del rifle de Meyer resultaban ahora perfectamente audibles, anunciando a sus compañeros cuando sonaba que había un drukhari menos. El Chimera avanzaba imparable exterminando enemigos y los invasores finalmente tuvieron que admitir su inminente derrota. Los kelianos corrían en persecución de los commorritas que salían de la aldea intentando llegar a sus transportes. El problema era que solo había quedado un Incursor operativo, el resto eran chatarra oscurecida e incapaz de elevarse. Sin pensarlo dos veces los pocos tripulantes de la nave escaparon sin mirar atrás. "De ser al revés ellos harían lo mismo"- pensó convencido el piloto. Aquellos drukhari gritaron furiosos al ver que su única salvación los abandonaba. Completamente expuestos en aquel desnudo campo de tiro su ejecución no se hizo esperar. Ametralladoras, bólteres y el infalible rifle de francotirador los asesinaron a todos y cada uno por la espalda, quedando el descolorido yermo salpicado de manchas negras. Ni siquiera había enemigos heridos en la aldea, puesto que en batalla eran rematados sin ninguna misericordia. Los únicos que salvaron el pellejo fueron un grupo que tiró sus armas en señal de rendición. El exiguo puñado de cabalistas estaba defendiendo el lugar donde cayó su jefe. Lo habían podido sacar del Ponzoña pero estaba un tanto magullado y presentaba una fea herida de bala en el hombro. Viéndose rodeados de armas ansiosas por vomitar su contenido aquellos drukhari, muy a su pesar, se pusieron de rodillas y levantaron los brazos. La lucha había concluido; armas desfasadas vencieron a modernas; resolución y odio triunfaron sobre maldad y sufrimiento; kelianos derrotaron a commorritas, y como una broma del destino esclavistas terminaron siendo prisioneros.


El coste en vidas fue mayúsculo y la humilde aldea quedó casi irreconocible. Los exhaustos restos del pelotón de Infantes atendían en la medida de sus posibilidades a los heridos, y al quitarse algunos la mascarilla un repulsivo e intenso aluvión de fetidez penetró en sus fosas nasales. Era el olor de una cruenta matanza fresca, combinado con asfixiante humo y aderezado de virulenta toxicidad. Aquel entorno de muerte ahora se podía observar con calma, y la imagen que ofrecía era un cuadro aún más sobrecogedor que cuando bullía de aniquilación.

Bryll se dirigió hacía el malherido comandante drukhari. Meyer no consiguió darle un tiro mortal, hecho que pensándolo bien le complacía enormemente. Paró a unos tres metros de distancia y las miradas de ambos se cruzaron. Quince de sus hombres rodeaban a todos los vencidos deseando la menor excusa para vaciar sus cargadores.

- Vaya, vaya. Mira quién tenemos aquí. El nuevo señor de los Aguijones Vítreos supongo, una de las cábalas más insignificantes en el distrito de la Ciudad Vieja. ¿Qué fue del arconte Kruban? Espera, no me lo digas. Tuvo un repentino y trágico accidente, algo explosivo ¿He acertado, Rámixer?- el tono burlesco de Bryll no lograba camuflar su ira interna.

En una fracción de segundo su descubierto rostro pasó de exudar furia e impotencia a una total incredulidad. Aquel mon-keigh sabía el nombre y ubicación de su cábala en Commorragh.También conocía el de su anterior líder así como el suyo propio, además de insinuar que había ocupado su puesto tras morir en una explosión ¿Cómo era conocedor de todo eso? Sin olvidar que pese a hablarle en bajo gótico pronunció aquellos nombres en lengua drukhari ¿Quién era ese humano?

- ¿No me recuerdas? Oh, pero qué tonto soy. Ahora sí, ¿verdad? - el teniente se despojaba del respirador mostrando sus rígidas facciones. En su combate contra la gladiadora lo llevó puesto para evitar que le pudiese reconocer, pero en ese instante no deseaba ni por asomo conservar el anonimato.

- ¡! - fue la única palabra que articuló estupefacto, con la efigie del soldado impresa en sus retinas. Sus ojos le estaban enseñando una imagen imposible que la razón no podía admitir. Estaba seguro de que la bomba los destruyó a todos. Tenía que estar muerto.

- Sí viejo amigo, yo. Al ir encadenado por fuera del Incursor salí despedido junto con un trozo de fuselaje. Los demás perecieron como bien sabes, pero en mi caso acabé solo maltrecho y con un tímpano reventado. Luego tuve la fortuna de que me encontraran antes de morir deshidratado en el desierto, de modo que aquí estoy ¿Sorprendido?- Bryll rebosaba complacencia viendo como el semblante de Rámixer dejaba paulatinamente de denotar asombro.

Aciagos recuerdos volvieron a surgir del pozo donde los arrojó en un inútil deseo de sepultarlos. Hace poco más de un año los drukhari asaltaron un pueblo donde él y algunos de sus hombres se estaban reabasteciendo de agua y víveres. Mataron una veintena de personas para saciar su execrable apetito de maldad e hicieron prisioneros al resto. Al llegar a la Ciudad Siniestra consiguió en un descuido empujar a un guerrero cuando cruzaban por una elevada pasarela, que cayó berreando hasta acabar macabramente empalado en una puntiaguda estaca. El teniente buscaba morir matando para evitar lo que le aguardaba, pero aquel acto pareció divertir a sus captores y solo se limitaron a encadenarlo mejor. Estaba en manos de la cábala del Aguijón Vítreo, la única que damnificaba Kelian y siempre en busca de esclavos más que de orquestar matanzas. En vez de torturarlo salvajemente le hicieron trabajar sin descanso en aberrantes fábricas. Pronto lo llevaron a un vasto coliseo, donde tuvo que luchar por su vida contra otros kelianos para deleite de la inenarrable audiencia. Acabó con sus propios hombres, con aldeanos, con mujeres y hasta con llorosos niños pequeños. Unos luchaban por vivir, otros se orinaban encima suplicando piedad y algunos entregaban su cuerpo a una muerte rápida. Se decía a sí mismo que les otorgaba paz, que les ahorraba sufrimiento, pero en definitiva era él quien los mataba y él quien sobrevivía. También peleaba contra commoritas caídos en desgracia - por el motivo que fuese - , venciendo inopinadamente a guerreros esclavos, mercenarios y hasta alguna bruja traidora. Le asignaron la tarea de eliminar la basura, por así decirlo. Y lo hacía bien, quizás demasiado bien. Muchos iban a verle luchar para estar presentes cuando cayese; no se querían perder tan dulce momento. En otras ocasiones despertaba en su hogar, en Kelian, justo antes de producirse un inmisericorde ataque. Maniatado al Incursor del arconte contemplaba el saqueo y exterminio de su gente. Veía sus caras al subir presos al transporte, preguntándose a cuales tendría que matar en la arena. Al ponerse en marcha volvían a dormirle y despertaba otra vez en Commorragh, cambiando así una pesadilla por otra. Pero en la última incursión Kruban fue traicionado, pues antes de traspasar el portal que los devolvería a la Ciudad Siniestra un artefacto explosivo detonó en la nave exterminando al arconte y sus guerreros más allegados. Bryll sospechó que fue obra del draconte Rámixer, aunque eso nada le importaba. Unos venturosos mercaderes que regresaban de un viaje le hallaron y atendieron. En unas semanas se encontró de nuevo al frente de su pelotón, narrando la increíble y tortuosa historia a sus camaradas de armas, aunque omitió bastantes hechos terribles para que no lo repudiasen. Por otra parte todos coincidieron en que debía ser un secreto. Alguien que ha sobrevivido meses en Commorragh y vuelve para contarlo despertaría el interés de la Inquisición, y no para darle la enhorabuena precisamente.

- Te estarás preguntando como hemos previsto vuestra visita. Resulta que al entrar y salir repetidamente de vuestra maldita dimensión noté extraños cambios, unas alteraciones que me mantuvieron vivo durante las luchas del anfiteatro. De alguna manera mi habilidad y reflejos aumentaban a la par que mi furia, de forma que cuanto más odio sentía más rápido reaccionaba; y créeme, albergaba odio de sobra en mi interior. Lo siguiente fueron las visiones. Presentía con antelación dónde iba a producirse vuestro siguiente cobarde ataque a Kelian; dónde ibais a sembrar muerte y sufrimiento a mi gente. Me veía maniatado delante de una aldea cuya población atormentabais, sin poder hacer nada por evitarlo. Poco tiempo después la predicción siempre se convertía en realidad ¿Divertido, eh? Pero ese poder místico o lo que quiera que sea me ha permitido ofreceros esta bienvenida. Los habitantes del pueblo fueron evacuados en los camiones que vinimos, y luego os aguardamos vestidos y pertrechados para la ocasión - concluyó guiñándole un ojo.

- Fascinante todo eso, pero dime… ¿qué haréis con nosotros? ¿Ejecutarnos? ¿Torturarnos? ¿Esclavizarnos? ¿Obligarnos a luchar a muerte como hicimos contigo? Tiemblo de miedo, humano - escupió desafiante Rámixer.

- Nada parecido. Simplemente os vamos a encerrar por separado y tirar la llave. Estaréis muy tranquilos - Bryll posó una gélida mirada en su enemigo, que parecía haberse petrificado tras escuchar aquellas palabras.

- Pero... pero eso me marchitará poco a poco ¡Me iré pudriendo lentamente! ¡Y oiré como la Sedienta me llama! ¡La oiré viniendo a por mí!- el arconte conocía bien aquel suplicio, pues lo impartió muchas veces a otros drukhari como castigo ejemplar.

- Venga, no me digas que crees esas estúpidas supersticiones. Los únicos que estarán deseosos de veros serán los habitantes de esta región. Ya me imagino la cola de personas ansiosas por echaros un detenido vistazo tras los barrotes. Y tú por supuesto serás la atracción principal ¿Qué te parece la idea? - dijo Bryll con suma crueldad, consciente de lo insufrible que era la humillación para tan altiva raza.

- ¡Asqueroso mon-keigh! - nada más oír tal afrenta Rámixer se le abalanzó colérico, pero el fuego de la escopeta desmenuzó su mano derecha y se detuvo emitiendo un ahogado gemido.

- Tranquilo puerco, que aún te queda mucha vida por delante.

Atadlos bien y pedid por radio que vengan a recogernos, así como ayuda para esta catástrofe - ordenó contemplando la devastación reinante. Bryll no deseaba tener otra visión premonitoria, no quería más muertes. Pero el odio en su interior sí lo anhelaba. Un odio que sin pretenderlo contagiaba a sus hombres, un odio que era necesario alimentar. Sí, todos ansiaban que volviesen los drukhari.

FIN

Escritor

Pesadilla333

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