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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Quinto Clasificado del IV Certamen de Relatos.

+++Mensaje de voz de Marcus Válinor+++

+++Fecha indeterminada+++

+++Archivo sellado y clasificado como secreto por la Ordo Hereticus+++

Que nuestro Señor sea capaz de perdonar mi osadía, porque la Inquisición no lo hará.

Esta es la conclusión a la que la convivencia con la raza Eldar me ha hecho llegar: el Emperador se equivoca.

Acusadme de hereje si queréis, fanáticos. Tachadme de traidor una vez más. Después de todo, nunca fui aceptado por completo ni cuando luchaba en vuestras filas. Mi nombre es Marcus Válinor, Sargento de la octava Compañía de los Ultramarines.

Consideradme genéticamente defectuoso. Mandad a vuestros asesinos a darme caza. Confirmad lo que hoy me resulta evidente, e intentad silenciar la verdad, hipócritas bastardos. Servís sin daros cuenta a los poderes que tanto odiáis de cara a la población civil, y que tan secretamente os fascinan. Os habéis esforzado tanto en proteger a la Humanidad del Caos que habéis olvidado el hecho de que vosotros también sois corruptibles. Acabareis hundiéndonos a todos en la Disformidad.

La galaxia es un lugar de proporciones titánicas. La Humanidad pecó de arrogancia al creer no solo que podría apoderarse de toda ella, sino que sería capaz de abarcarla en entendimiento.

No quiero en absoluto restarle importancia a la labor de nuestro Señor y su Gran Cruzada. Una labor que puso en jaque a los señores del infierno, y trajo como respuesta la rebelión de Horus y la fragmentación del Imperio.

Alabado sea el Emperador por su valentía. La estabilidad y la cohesión que trajo su Cruzada atemorizaron a los Dioses Oscuros. Consciencias superiores que no iban a permitir que un mero mortal les pusiera en peligro. Alguien que se había embarcado en una labor que excedía en mucho la capacidad de cualquiera. Un reto demasiado grande para un solo hombre, pues eso es lo que era. Un hombre brillante, sí. Pero solo un hombre.

Ningún mortal puede sostener la galaxia en su mano. Los numerosos enemigos de la Humanidad no se lo permitirían: Tiránidos, Orkos, Necrones... Es esta guerra infinita lo que alimenta al Caos. Es esta inundación de sangre la que nos ahogará a todos.

Es hora de pedir ayuda a las razas afines al orden y la paz. Esos a quienes Él consideraba “xenos”. Esos a quienes había que exterminar a cualquier precio.

Para los Eldars, los hombres somos como recién nacidos. Jóvenes incautos sin el más mínimo respeto por lo que se esconde en los rincones oscuros de la galaxia o de cada una de nuestras consciencias. Demasiado ensimismados para aprender de los sabios y los moribundos. Demasiado arrogantes para darnos cuenta de qué arriesgamos, o de lo poco que parece importarnos perderlo.

Mi historia comienza con una hazaña que se ha tachado de traición. Un gesto de humanidad por mi parte. La última acción humana del último ser humano. He ahí nuestra desgracia. He ahí nuestra perdición.

Se dice que las almas de los Eldars son consumidas por el Dios del Caos Slaanesh al morir. Siempre es algo que me ha horrorizado. El hombre medio no podría soportar ese peso. Y sin embargo los Eldars hacen frente a su sino con un valor y una entereza dignos de admiración. Una admiración que una y otra vez cambiamos por ataques sanguinarios contra ellos, dando como resultado muertes que ceban aún más aquello contra lo que peleamos. Malditos sean los dioses que lo hacen posible, y maldita nuestra estupidez por permitir que suceda.

En el Imperio de la Humanidad, la valía de alguien se mide por las vidas que quita. Nadie valora el salvarlas. Y mucho menos si se trata de una vida xenos.

Mis compañeros quisieron rematar a la mujer Eldar herida tras la batalla. Había sido una contienda dura, y las bajas eran excesivas. Mis compañeros de unidad, no los llamaré hermanos, querían desquitarse limpiando el campo de batalla de supervivientes, pero me negué a que lo hicieran, al menos con ella. Cuando les expliqué lo que pasaría con su alma cuando la mataran se rieron de mí, y les animó aún mas a disponer de su vida.

Dejaron de reírse cuando vieron como mi Espada Sierra se interponía entre ellos y la mujer caída.

Las unidades de soporte vital hicieron un buen trabajo con ella, aunque su estado seguía siendo grave.

Mis acciones habían levantado ampollas de hostilidad. No paraba de oír murmullos a mis espaldas cada vez que me veían recorrer los pasillos de la nave, y de ver miradas hostiles cuando velaba a la prisionera en la sección de enfermería, Bólter en mano.

Pronto el asunto llegaría a oídos de los Inquisidores, y estos no tardarían en acabar con ambos. Eso si teníamos suerte.

Había derramado sangre con los Ultramarines, había matado a innumerables seres en toda la galaxia en nombre de Roboute Guilliman. Me había desvelado por el destino del Imperio y estaba dispuesto a dar mi vida por defender a los míos. Cuan triste fue el día en el que alcancé la certeza de que solo era otro artífice absurdo del final de los tiempos. La filosofía inmisericorde que había convertido a los Devoradores de Mundos en los perros rabiosos de Khorne podía verla ahora en los ojos de aquellos Ultramarines que prestaban oídos a las palabras de quienes se habían autoproclamado como vigilantes de la rectitud.

El eco de unas horribles y profundas carcajadas me despertaba cada noche. La risa babosa del depredador que está a punto de devorar una presa esquiva. Risas lejanas y malvadas, más allá del entendimiento humano, y del mundo material que se mofaban de mí. Solo el recuerdo de aquella vida salvada, de aquella flor que había evitado que fuera pisoteada las hacía enmudecer.

Una vida… Si tan solo fuera capaz de salvar una vida digna de ser salvada, quizás no acabaríamos todos fagocitados por la Disformidad. Solo un hombre… Solo una vida…

Las unidades de soporte vital son fáciles de mover. Los galardones obtenidos en el campo de batalla te permiten acceso total a la zona de hangares. La experiencia pilotando te permite evitar los láseres defensivos de la nave que antaño te cobijara. Pero no hay nada que te impida morir de hambre o de asfixia si en una lanzadera de exploración no encuentras rápidamente una nave que te dé permiso de atraque o un planeta que no vaya a hacerte desaparecer del cielo en cuanto te acerques a su atmósfera.

Los balbuceos ininteligibles de la mujer herida no eran de ninguna ayuda. Mis conocimientos de asistencia sanitaria se limitaban a los aprendidos en la instrucción, pero incluso yo sabía que moriría pronto si no encontrábamos a su gente.

Con el combustible que me quedaba salté a la posición donde creí más probable que nos encontráramos con ellos. O al menos aquella a donde fui capaz de llegar con el combustible que me quedaba.

Suspendidos en la nada solo nos restaba esperar. Lancé un mensaje sin destinatario con la grabación de las palabras de ella con la esperanza de que quienes lo recibieran fueran los indicados. El resto del tiempo me limité a cuidarla lo mejor que pude. Secar su sudor, limpiar su herida y sujetar su mano mientras se agitaba de dolor.

Los susurros de ese ininteligible idioma creaban un agradable contraste con el oscuro silencio de la galaxia. Sus palabras sonaban antiguas y orgullosas. El idioma de los primeros seres civilizados. Las palabras de una cultura en la cima de la existencia antes de caer en la tragedia. El idioma de los primeros seres pensantes que ahora se susurraban en un hilo de voz exangüe, tal vez pidiendo auxilio a unos dioses que hacía tiempo habían sido aniquilados.

Me alegré por ella cuando aquella gigantesca astronave Eldar apareció ante nosotros sin la más mínima alerta en mi radar. No tuve miedo cuando aquel gigante estelar fagocitó nuestro extenuado pecio. Nunca he temido a la muerte. Quizás haya sido eso lo que me ha hecho tan buen guerrero. Algunos me llaman valiente. Yo más bien me considero un hombre desesperado.

No creía probable que mis captores perdonaran mi vida. Había visto cómo los míos trataban a los prisioneros Eldars, y sabía que no merecía piedad por su parte. Tampoco me importaba. Llevaba cansado de librar batallas sin sentido demasiado tiempo, pero hasta ese momento no había sido consciente de ello.

Cambiar mi vida por la suya. Arrebatar un bocado, por muy pequeño que fuera, de las fauces de la Disformidad, me parecía una forma apropiada de abandonar una alienante existencia donde los dioses son prohibidos o asesinados y a los hombres se les niega la paz del fin de los tiempos.

Una suave luz azulada inundó mi nave al abrir la compuerta de carga. Una luz que me mostraba un maravilloso mundo vivo en el interior de aquella mole alienígena. Exóticas especies vegetales convivían en armonía con el material que estructuraba la nave en perfecta simbiosis. Una banda de pájaros surcaba el amplio espacio del hangar mientras las estrellas nos observaban a todos desde una alta cúpula transparente.

Así fue como conocí los Mundos Astronave. Los Eldars, una raza nómada, habían hecho de aquellas gigantescas naves su hogar. Un cálido hogar de fraternidad y perfecta convivencia, como pude comprobar posteriormente.

Mis compañeros de viaje, al contrario de lo que supuse, no acabaron con mi vida. Ni siquiera me trataron con hostilidad. Sus Videntes, como llaman a sus líderes, debieron ver algo en mí durante las largas entrevistas que tuve con ellos que les hizo no considerarme una amenaza.

El tiempo que he estado en su compañía ha supuesto para mí la única etapa en mi vida en la que puedo afirmar que me he sentido en paz. Una cultura orgullosa que se atreve a no bajar la cabeza a pesar de su creciente declive. Una sociedad fraternal tan justa entre los suyos como mortal con sus enemigos. Una gente que me ha acogido entre ellos como a un amigo a pesar de ser un xenos.

Me he cobijado en su cálida arquitectura. Me he maravillado con su arte, emocionándome con su música y su danza. Me he reído con las parodias que sus Arlequines han escenificado sobre mí, y he admirado su técnica de combate en los entrenamientos de los que he formado parte. He recorrido durante horas sus gigantescos cementerios de Joyas Espirituales, y he llorado con la historia de su debacle.

Ahora participo en sus batallas, poniendo fin a la vida de sus enemigos. Defendiendo a una gente de quienes no soy digno de considerarme hermano.

Una raza afín al Imperio del Hombre cuya única ambición es la de sobrevivir. Un poderoso aliado contra el Caos y el resto de razas hostiles, así como alguien digno de nuestra confianza y lealtad.

Envío esta grabación al corazón del Ser Humano, con la esperanza de provocar un cambio. De establecer una alianza. De caminar hacia la paz y el orden. Acabemos con esta incesante guerra sin clemencia entre nosotros. Atemoricemos a la oscuridad con nuestro armónico progreso.

Es cierto que solo soy un hombre. Pero que Isha, diosa Eldar de la regeneración nos ayude a todos si eso no es suficiente.

+++Fin de la grabación+++

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