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"La fe es el alma de cualquier ejército, ya esté revestida de religión primitiva o de verdad iluminada. Hace que hasta el soldado más inferior sea poderoso, al cobarde lo vuelve digno y con su bálsamo se puede soportar cualquier dificultad. La fe ennoblece todas las obras que emprende el soldado, aunque sean vulgares o viles, y les infunde la chispa dorada del propósito trascendente."

Lorgar Aureliano, Primarca de los Portadores de la Palabra

Los Portadores de la Palabra (originalmente conocidos como Heraldos Imperiales; Word Bearers en inglés) fueron la XVII Legión de Marines Espaciales creada por el Emperador para su Gran Cruzada. Su Primarca era Lorgar, quien creía que el Emperador era un Dios e hizo que su Legión construyese grandes catedrales en cada mundo que conquistaban. Al serles recriminado su lento avance, los Portadores de la Palabra se entregaron al Caos, e iniciaron una serie de sucesos que desembocarían en la Herejía de Horus. Tras su derrota, huyeron y se establecieron en Sicarus (en el Ojo del Terror) y el mundo forja de Ghalmek (en el Torbellino). Adoran al Caos Absoluto.

Historia[]

Si hay una jerarquía en la traición, entonces los Portadores de la Palabra se sientan en su círculo más alto. Antaño los guerreros más devotos y rigurosos, no tuvieron suficiente con caer, sino que arrastraron a sus Legiones hermanas consigo al abismo. Mientras que la traición de otros llegó como una tormenta, o como la germinación final de una semilla largo tiempo enterrada, la de los Portadores de la Palabra fue un veneno destilado a lo largo de décadas. Desde su fundación su devoción al Imperio y a la Gran Cruzada estuvo más allá de toda duda, pues eran los portadores de los ideales del Imperio, de su visión para el futuro de la Humanidad. Su lealtad jamás fue cuestionada, solo la forma de su devoción. Pero ahora su lealtad ya no puede verse más que como una máscara, y su fanatismo como un fallo que socavaría todo lo que una vez buscaron construir.

Orígenes: Los Heraldos Imperiales[]

Antes incluso de que las conquistas del Emperador alcanzasen los cielos, estaba claro que no estaba luchando una simple guerra de conquista, sino una de ideales. Las Guerras de Unificación, y después la Gran Cruzada, estaban pensadas para reunir a todos los hijos dispersos y divididos de la Humanidad bajo un gobierno único e iluminado. Aunque el Emperador destruía las fuerzas y los bastiones de aquellos que se le oponían, siempre estaba dispuesto a aceptar el vasallaje y el servicio de aquellos a los que derrotaba. Si deseaba que hubiese un auténtico Imperio de la Humanidad, tendría que acoger incluso a aquellos que se habían resistido inicialmente a su llamada. Como remarcó un comandante de las Guerras de Unificación: "Si matamos a todos los que se nos resistan reinaremos sobre un reino de cenizas". Pero con algunos la reconciliación jamás podría alcanzarse: la unidad tenía sus límites.

La racionalidad y la iluminación del conocimiento tenían sus limitaciones como motores de la Humanidad, por lo que la oscuridad de la barbarie tenía que ser hecha retroceder, quebrada y quemada para iluminar el camino hacia el futuro. La adoración de dioses y la proliferación de ideas y creencias que pudieran llevar a la superstición y la ignorancia eran malas hierbas que había que arrancar con la espada. De esta forma, los ejércitos del naciente Imperio estaban librando una guerra en la mente de los conquistados tanto como lo hacían en carne y hueso. Fue para librar esa primera guerra, la de la defensa y preservación de los ideales del Imperio, para lo que se creó la XVII Legión.

Desde sus primeros días, la Decimoséptima destacó entre sus Legiones hermanas en su deber y su apariencia. Aunque todos los Astartes luchaban con devoción absoluta, los guerreros de la Decimoséptima tenían un aire de fanatismo. Reclutados entre los hijos de enemigos exterminados, eran entrenados y criados para que conocieran los crímenes de sus antepasados y el precio del perdón. Mientras otros iban a la guerra con ánimo justiciero, la Decimoséptima luchaba con la fría furia que solo los condenados y redimidos pueden conocer. Severos y serios, pocos de ellos formaron los lazos con otras Legiones que eran habituales en aquellos días de juventud imperial. Para ellos no había gozo en la batalla, ni gloria en la conquista. Todo lo que importaba era que su deber fuese cumplido. Mientras otros reconocían e incluso respetaban a sus enemigos, la Decimoséptima no veía virtud alguna en el desafío del enemigo. Solo una vez que un enemigo era quebrado y doblegado hasta arrepentirse podía ser aceptado como merecedor de algo más que la ruina absoluta.

Mientras otras Legiones adquirieron nombres a lo largo de su historia, la Decimoséptima fue bautizada como los Heraldos Imperiales en su fundación. Que una entre veinte fuese destacada podría implicar algún favor especial, pero en realidad era un título que no reflejaba un honor especial, sino el lugar de la Legión en el propósito del Emperador. Allí donde los enemigos se alzasen contra el Emperador por su creencia en dioses o en las supersticiones de la Vieja Noche, sería la Decimoséptima la que les transmitiría el ultimátum del Emperador: retractaos o seréis destruidos. En las fortalezas de los demagogos y los enclaves de los cultos se presentaba un único guerrero de la XVII Legión. Revestido de armadura negra, con su cara oculta tras un yelmo con forma de cráneo y portando una maza con alas de águila, el heraldo hablaba de la verdad ofrecida por el Emperador y la futilidad de resistirse. Estos portadores de la palabra y la muerte eran escogidos de entre aquellos que habían mostrado una devoción suprema a la Verdad Imperial. Un puesto así jamás era revocado una vez concedido. Algunos, al ver a semejante guerrero, se rendían y renunciaban a sus falsas creencias. Otros se negaban. Muchos heraldos murieron a manos de enemigos desafiantes, derribados por manos humanas tras matar a cientos. Pero siempre, siguiendo al heraldo vestido de negro, llegaban los guerreros grises con el fuego y el trueno del cambio.

Las guerras libradas por los Heraldos Imperiales eran directas y funcionales. Mientras otras Legiones luchaban con un estilo que reflejaba su naturaleza, para la Decimoséptima la guerra era solo una herramienta. Para ellos la auténtica guerra empezaba mucho antes de disparar la primera bala y perduraba mucho más allá de la última gota de sangre derramada. Eran guerreros en una guerra librada en el reino de las creencias, una guerra en la que la verdad era la única arma verdadera.

Una vez completada la conquista, los Heraldos Imperiales buscaban obras que hablasen del poder de la hechicería, de falsos dioses y de ideas irracionales. Vaciaban las bibliotecas, dividiendo los contenidos en verdades y falsedades. Los ídolos y los símbolos de culto eran derribados y arrancados de los templos y los santuarios. Aquellos que habían preservado el veneno de la falsa fe eran arrastrados a piras hechas de libros amontonados y estatuas de madera. Todos ardían juntos. Aquellos que habían sido liberados de los grilletes de la ignorancia debían elegir entre abrazar la Verdad Imperial o unirse a la pira. Finalmente, los grandes edificios que habían acogido las mentiras del pasado eran derribados y reducidos a polvo. Solo entonces se marchaban la mayoría de guerreros, dejando a la salvada población con sus vidas iluminadas. Era un patrón que repitieron por toda la Antigua Terra, ganándose un segundo nombre. Pocos hablaban de la Decimoséptima Legión como los Heraldos Imperiales. Para las demás Legiones y el pueblo del recién nacido Imperio, eran los Iconoclastas.

Gran Cruzada[]

El Fuego de Colchis[]

Colchis

Colchis.

Colchis era un mundo de dioses antiguos. Se dice que la religión estaba en el aire, en el tacto de su sol y en el sabor del polvo. Para su pueblo, adorar a poderes superiores era tan natural para ellos como el latido de sus corazones y el llanto de sus hijos. Sometido a tradiciones feudales, antaño había sido un mundo tecnológico, pero esos días se olvidaron en la Vieja Noche. La vida era fácil para algunos y dura para otros, pero todos sabían las mismas verdades que sus padres habían sabido y sus madres les habían enseñado. Que las plagas llegaban y diezmaban generaciones enteras, pero que esos tiempos pasarían pues nada podía permanecer inmutable. Que la guerra caería sobre ellos como la lluvia y mancharía la tierra de sangre, pero que siempre había una promesa de gozo incluso cuando todo estaba perdido. Todos los hombres morían, y los reyes caían y otros los sucedían, pero los dioses permanecían.

Cuando el niño Lorgar cayó del cielo en Colchis, su Legión aún no había nacido en Terra, y la fe de Colchis era controlada por una organización sacerdotal llamada el Cónclave. Criado entre los sacerdotes por Kor Phaeron, Lorgar se convirtió en miembro del Cónclave. Pasado un tiempo se volvió contra quienes le habían criado, dirigiendo una cruzada para destruirlos no en nombre de los dioses, sino de un único dios, un dios de oro y luz que le había hablado en sueños. Cuando el Emperador alcanzó Colchis y desembarcó con Magnus el Rojo a su lado, no podía haber dudas en la mente de Lorgar de que se arrodillaba ante su dios. En torno a ellos, un planeta entero se hincó de rodillas y creyó lo mismo.

La divinidad del Emperador[]

La creencia de que el Emperador era un dios no era novedosa. Desde los días de sus primeras conquistas, hubo algunos que susurraron que no era un mortal como los demás. Muchos de sus enemigos conquistados fueron los primeros en llamarle divino. Al afrontar su poder y la destrucción de todo lo que habían conocido, le llamaron con nombres antiguos, ya que era su único medio de asimilar lo sucedido. Algunos le llamaron ángel, otros, espíritu, unos cuantos, demonio, y otros fueron aún más allá. Dios lo llamaron, y pronunciaron oraciones en su nombre en las guardias nocturnas y bajo la luz de soles perdidos.

Que Lorgar creía que el Emperador era un dios está fuera de toda duda, y es probable que mantuviese esa creencia antes de conocer al objeto de su devoción, y la mantuvo incluso después de convertirse en el señor de una Legión encargada de purgar la idolatría y la superstición. En aquellos primeros años ocultó su convicción, sin afirmarla jamás públicamente pero sin negarla tampoco nunca. En todos los registros de sus palabras de aquella época, que son muy numerosos, hay infinitas alabanzas para la visión del Emperador y el rumbo que trazaba para la Humanidad, pero ni una palabra que afirmase su creencia específica en la divinidad del Emperador. La adoración de ídolos, las prácticas místicas y la falsedad de incontables dioses fueron condenadas todas sin medida, pero sobre la naturaleza de su señor y padre, Lorgar permaneció callado.

Parece probable que Lorgar compartiera sus creencias con otros, discutiendo y alimentando su fe junto a la suya. Dados los sucesos posteriores, podría ser fácil decir que figuras tales como Erebus y Kor Phaeron fueron sus principales confidentes, y quizá lo fuesen. Otros sin embargo también parecen haber jugado un papel igual de importante. Halik-gar, Sumo Heraldo de la Legión y su comandante antes del retorno de Lorgar, parece haber sido convertido por su señor genético, y con él iconoclastas tan devotos como Maedro Vessar y Ustun Cho. A través de estos y de otros más, Lorgar empezó a cambiar el alma de su Legión.

La reunión de Lorgar con la Decimoséptima no cambió la naturaleza de la Legión en su superficie, ni tampoco la forma en que libraban guerras, pero bajo la superficie la llegada de su padre genético cambió a los Heraldos Imperiales de un modo mucho más profundo. Las antiguas costumbres de devoto servicio no eran ya suficientes, la devoción a un ideal no bastaba, la victoria no era suficiente tampoco. La razón por la que uno luchaba, el fuego que alimentaba un paso tras otro en el camino de la verdad, eso lo era todo.

Si la victoria era segura, y quién podía dudarlo cuando las estrellas y los Sistemas caían ante la Cruzada del Emperador a cientos, entonces la auténtica victoria no se medía por la muerte y la sangre, sino por lo que cada guerrero llevaba en su interior. Lo que uno creía y la marca que dejaba en la Humanidad eran de la mayor importancia. Esta sensación de fervor exacerbado se extendió por la Decimoséptima como un incendio, como si la sola presencia de Lorgar hubiera elevado a sus hijos a una iluminación mayor.

Uno de los cambios tangibles que llegaron con el Primarca fue un aumento en la importancia del ceremonial. Los heraldos de la antigua Legión vestidos de negro y tocados con yelmos de calavera recibieron una nueva autoridad para mantener la fuerza moral de sus hermanos Legionarios. Los nuevos Capellanes serían el núcleo de la fortaleza de la Legión, mostrando el verdadero camino a través de sus palabras y sus actos, no solo a los conquistados sino también a los conquistadores. Cuando una ciudad ardía o un pueblo era exterminado, se hacía con la solemnidad de un rito. La proclamación de la muerte de los enemigos la hacía un Capellán con frases rituales mientras arrojaba las cenizas de los muertos y de los mundos desafiantes sobre las cabezas inclinadas de los guerreros. Nuevos términos y frases empezaron a entrar en el vocabulario de la XVII Legión, palabras que sabían al polvo y el incienso de Colchis: apóstol, athame, credo. Algunos incluso empezaron a referirse a las formas desviadas y peligrosas de pensar con un nombre que también procedía de las sombras de cultos perdidos: herejía.

El cambio tardó décadas en completarse. La XVII Legión era grande antes incluso de reunirse con su Primarca y Lorgar no era tan estúpido como para intentar un proyecto así en una sola fase. El Primarca dorado era un genio hablando al corazón de los hombres, y sus campañas para ganarse esos corazones eran tan sutiles y concienzudas como las que libraban otros como Fulgrim y Guilliman en el campo de batalla. Poco a poco, la fe se extendió de hermano en hermano. Los Capellanes, su nueva vanguardia de la fe, alteraron sutilmente el consejo que daban a sus hermanos de batalla. Nuevas estructuras de organización surgieron aparte de la vieja jerarquía militar, fraternidades que parecían tener mucho en común con las de otras Legiones pero que, en realidad, eran instrumentos para la propagación de la fe por las filas de la Decimoséptima. El eco de esta amplia y lenta conversión puede verse en los pasos que seguiría Lorgar para corromper a la mitad de las Legiones y arrastrar al Imperio a la oscuridad de la que había buscado antaño liberarlo.

Puede parecer extraño que unos guerreros que habían luchado para derribar dioses abrazasen esas mismas creencias, pero esto ignora la naturaleza básica del fanático. En su fuero interno necesitan una causa en torno a la cual construir su mundo. Esa causa puede ser cambiada siempre y cuando el calor de su llama les llene. En sus corazones, los Astartes de la Decimoséptima cayeron en las garras de la religión porque parte de ellos siempre había querido hacerlo, que hubiera algo más en que creer que la pura racionalidad.

El segundo factor que permitió a Lorgar convertir a su Legión a la creencia en la divinidad del Emperador fue la naturaleza de la propia Gran Cruzada. En incontables frentes las Legiones luchaban, sufrían bajas y reclutaban de nuevo. A medida que este desgaste mezclaba lo viejo con lo nuevo, también se diluyó la sangre de los iconoclastas Heraldos Imperiales con la de Colchis y la de docenas de mundos recién conquistados. Estos eran hijos que jamás habían visto la luz del Sol, ni habían conocido la Legión original. Aceptaron lo que se les enseñaba porque era la única verdad ofrecida. En el caso de los nativos de Colchis, la creencia en lo divino estaba grabada en cada uno de sus pensamientos desde el nacimiento.

Cuando todo estuvo hecho, cuando el último Heraldo Imperial hubo abrazado la fe, cuando el último de los viejos iconoclastas hubo muerto, Lorgar añadió una floritura ritual final para sellar su victoria. Los Heraldos Imperiales se convirtieron en los Portadores de la Palabra. Para el resto del Imperio, aún ignorante del cambio ocurrido en la Decimoséptima, el nombre reflejaba su misión de llevar la Verdad Imperial a toda la Humanidad. Para Lorgar era una afirmación de su propósito: dar a la Humanidad fe en el dios supremo.

La aritmética de la fe[]

Lorgar Aureliano boceto

Lorgar, el Urizen.

La fe en secreto puede ser sincera pero, al final, no puede satisfacer a un alma resuelta. Con la Gran Cruzada alcanzando su cénit, Lorgar afrontó la visión de los mundos que su Legión conquistaba: mundos rotos, mundos que habían vivido bajo el yugo de alienígenas, brujas y falsos dioses, mundos que ahora no tenían más que el frío consuelo de estar unidos con un universo que parecía no contener nada mayor que la verdad que veían volar sobre vientos cargados de ceniza. ¿Cómo podía él conocer la verdad y negársela a estos mundos? Al menos ese parece el camino que le llevó a cambiar su cruzada de la razón por una de fe.

A medida que los mundos y los Sistemas caían ante los Portadores de la Palabra, se les llevaba a creer en el Emperador como en un dios. Mientras otras Legiones dejaban conquistas a su paso como sangrientas pisadas entre las estrellas, los Portadores de la Palabra permanecían allí. En mitad de la devastación alzaban templos. Los Capellanes y los predicadores vasallos iban entre los conquistados hablando del dios que ahora reinaba sobre ellos. Los cimientos de nuevas ciudades se hundieron en las ascuas de las viejas. Los mundos que refundaban crecían y prosperaban. Sus gentes eran absolutamente leales al Imperio y al Emperador: eran fieles súbditos, pero estaban solos en mitad de una tierra profana. Aunque no se daban cuenta, su piedad estaba condenada desde el momento en el que los Portadores de la Palabra les convirtieron.

Los rumores llegaron primero: susurros pasados entre ejércitos que habían luchado junto a los Portadores de la Palabra. Empezaron a circular comentarios sobre las prácticas ritualistas de la Decimoséptima, del fervor de su celo y devoción por la Gran Cruzada. Algunos incluso llegaron a preguntarse si los antiguos Iconoclastas no habían sucumbido a las prácticas que perseguían. Los rumores se multiplicaron, pero si alcanzaron los círculos superiores del Imperio, no provocaron ninguna respuesta. La Gran Cruzada era una guerra de expansión extendida por toda la galaxia. Innumerables flotas y centenares de miles de ejércitos operaban separados por vastas distancias y unidos entre sí solo por los tenues lazos del viaje Disforme y la astrotelepatía. La enorme escala y dinámica de una empresa así hacía del conocimiento absoluto un lujo escaso. El Emperador y el Consejo de Guerra no tenían el tiempo ni los medios para hacer nada más que confiar en que aquellos que dirigían la Cruzada actuaban como desearía el Emperador. Los rumores, habladurías y desagradables sospechas no eran suficientes para cuestionar los motivos de una de las Legiones.

Al final no fueron los rumores de religiosidad los que sacaron los errores de los Portadores de la Palabra a la luz, sino la aritmética de la conquista. Conquistar mundos costaba tiempo y recursos, pero reconstruirlos y hacerles creer en el Emperador como divinidad llevaba aún más tiempo. A lo largo de los años, el ritmo de conquista de los Portadores de la Palabra se había ralentizado enormemente. Mientras otros sometían docenas de mundos, los Portadores de la Palabra solo tomaban un puñado. La diferencia acabó por ser demasiado grande para ser ignorada. La burocracia militar que había crecido en torno al Concilio de Guerra envió expediciones a un cúmulo de planetas conquistados por los Portadores de la Palabra. ¿Había algún factor que causaba mayores dificultades a los Portadores de la Palabra que al resto? Los emisarios y expediciones encontraron su respuesta.

La Legión no se había visto frenada por la resistencia, sino porque se entretenían tras sus conquistas. La reconstrucción de la fe de un planeta llevaba tiempo, al igual que la reconstrucción de ciudades y el alzamiento de templos desde los que se pudiera mantener la fe. Y la fe concedida a los mundos que conquistaban era la creencia de que el Emperador era un dios.

Censura[]

Cyrene

Cyrene Valantion, Confesora de la Legión, superviviente de la Destrucción de Monarchia.

Una vez se descubrió la verdad, fue cuestión de tiempo que el Emperador censurase a los Portadores de la Palabra. Los eslabones de la cadena de causas y efectos están mal registrados, pero parece que el Emperador esperó un tiempo después de que llegaran los primeros informes a su corte. Se sabe que envió misiones a examinar muchos más mundos conquistados por los Portadores de la Palabra. Solo podemos especular sobre la razón de esto: quizás no quería creer que su hijo hubiera hecho algo así, quizás quería asegurarse, quizás simplemente reunía información antes de actuar. Algunas fuentes indican que el Emperador se dirigió a Lorgar durante este tiempo, y que incluso le dijo que si persistía tendría que sufrir las consecuencias. No podemos saber ya si esto es cierto, pues mucho se ha olvidado y mucho más no debe ser recordado. En cualquier caso, al final el Emperador actuó.

El Emperador se apartó de sus empresas y llamó a otro de sus hijos a su lado. Roboute Guilliman, Primarca de la XIII Legión, tenía una reputación de liderazgo cuidadoso y honestidad inflexible. Nadie más fue testigo de lo que padre e hijo hablaron, y Lord Guilliman se negó siempre a hablar de ello, pero quizás se pueda adivinar por qué el Emperador escogió a los Ultramarines para aplicar su censura. Parece evidente que el Emperador no deseaba quebrar a Lorgar o a sus hijos, sino simplemente encauzarlos de nuevo en la dirección correcta. La XIII Legión tenía un historial ejemplar de victorias y de mundos conquistados. Ultramar era entonces un reino creciente de centenares de Sistemas obedientes y prósperos. Por toda la galaxia habían hecho crecer las fronteras del Imperio con energía y pensando en lo que debería seguir a la guerra. Eran el espejo y la sombra de los Portadores de la Palabra, similares en tantas cosas y distintos en otras tantas: un ejemplo viviente de lo que los Portadores de la Palabra podían ser. Quizás ese era el mensaje implicado por la elección de los Ultramarines: que había esperanza más allá de la vergüenza que habían de sufrir. Fueran cuales fueran las sutilezas del mensaje de la censura, este sería entregado, no obstante, de una forma que no podía dejar dudas de su significado.

En el 964.M30, cuarenta y tres años antes del inicio de la Herejía de Horus, el Emperador, acompañado por Malcador el Sigilita y Roboute Guilliman, dirigió a toda la Legión de los Ultramarines y a una fuerza de la Legio Custodes al planeta Khur, muy querido por los Portadores de la Palabra, para destruir su capital, Monarchia, llamada la "Ciudad Perfecta" por la intensa devoción religiosa y el alto número de catedrales y monumentos dedicados a la adoración del Emperador como el dios de la Humanidad. Tras la destrucción de la urbe por los Ultramarines y la llegada de toda la Legión de los Portadores de la Palabra, formada por cien mil Marines Espaciales, se ordenó a estos que formasen a la vista de las humeantes ruinas de Monarchia, donde fueron humillados y reprendidos por el Emperador. Este forzó psíquicamente a todos los presentes, incluido Lorgar, que se arrodillaran ante él sobre las cenizas de la ciudad que representaba todo aquello que habían creído y hecho, y les explicó que le habían fallado a él y a la Humanidad. Él no era un dios, y no permitiría que eso se creyera en sus dominios. El Emperador partió dejando a un Primarca escarmentado y a una Legión humillada. Lorgar quedó aturdido por el reproche de su padre y su rechazo a su veneración, y cayó en una profunda melancolía. Algunos dirían que todo lo que ocurrió después nació de ese momento.

Renacimiento[]

Cara Erebus Horus Heresy

Grabado del rostro de Erebus durante la Gran Cruzada.

A partir de Monarchia, la historia de la Decimoséptima Legión se divide en dos. Una es la historia de la Legión que todos creyeron durante décadas, según la cual los Portadores de la Palabra salían del pozo del pasado y abrazaban su auténtica vocación, una historia falsa. La segunda es una historia sombría, la que de verdad ocurrió y se escondió tras una máscara de aparente lealtad. Nunca podremos saber esta verdadera historia, y lo que sabemos no son más que destellos distorsionados.

En la superficie, la respuesta de Lorgar a la censura del Emperador fue retirarse. Durante un tiempo su Legión parece haber jugado un papel escaso en la Gran Cruzada. Cuando retornaron, fue evidente que eran una fuerza cambiada. Donde antes se entretenían tras cada conquista, ahora avanzaban con una fuerza implacable. Quemaron mundos, hicieron caer civilizaciones enteras de rodillas, y una estela de rápidas conquistas se extendió tras ellos como una capa sangrienta. Se dice que el Emperador quedó agradado porque su hijo hubiera entendido su error y se convirtiera en aquello que estaba destinado a ser. Para todos los demás, los Portadores de la Palabra parecían poseídos por una furia penitente y un sombrío deseo de quemar el pasado. Todos fueron engañados.

Parece probable que Lorgar quedase sacudido por la ruptura de su universo, pero ¿qué provocó eso? En la época algunos pensaron que la Decimoséptima se había retirado avergonzada, y que su regreso a la Cruzada estaba alimentado por un deseo de expiación. Una lectura tan amable de los acontecimientos ya no resulta creíble. En vez de eso, parece que la caída de Lorgar comenzó después de Monarchia, y que los Poderes Ruinosos de la Disformidad se acercaron a él en su momento de duda y le ofrecieron lo que el Emperador le había negado: un poder superior en el que creer.

Caos portadores de la palabra kor phaeron

Kor Phaeron, Primer Capitán de los Portadores de la Palabra y padre adoptivo de Lorgar

¿Cuáles fueron las voces que le aconsejaron, y las manos que lo arrastraron a la condenación? De nuevo mucho permanece oculto, pero varios candidatos parecen probables. Kor Phaeron, padre adoptivo de Lorgar en Colchis y uno de sus consejeros cercanos, parece una fuente plausible de veneno, igual que el Primer Capellán Erebus. Ambos conocían a fondo la Vieja Fe de Colchis, una fe que probablemente había estado corrompida por los poderes de la Disformidad desde mucho antes de la caída de Lorgar desde los cielos. La palabra "Peregrinación" es también uno de los pocos fragmentos que ha emergido como relacionado con aquel tiempo, aunque su significado preciso solo puede conjeturarse hoy día. Lo que no podemos dudar es que los Portadores de la Palabra que se reincorporaron a la Gran Cruzada ya no servían al Emperador.

Durante más de cuatro décadas la XVII Legión vistió una falsa fachada de lealtad y plantó las semillas que acabarían floreciendo en la Herejía de Horus. La naturaleza exacta de estos preparativos solo puede suponerse, pero mucho se puede deducir a partir del carácter de Lorgar y de las atrocidades que ocurrirían. Primero, parece probable que la renovada energía de los Portadores de la Palabra fuese una tapadera para su rápido crecimiento, así como de la siembra de su nuevo credo corruptor en los mundos del Imperio. También debió ser en este periodo cuando se purgó a la Legión de sus disidentes. Los últimos viejos Iconoclastas, los pocos terranos y aquellos que no adoptarían la nueva fe debieron ser pasados discretamente a cuchillo. La corrupción de gran parte del aparato gubernativo del Imperio también debió ocurrir en esta época. Así fue como cuando Horus finalmente cayó, Lorgar ya había preparado el terreno para la guerra.

La Peregrinación de Lorgar[]

Primarca Lorgar Aureliano Portadores de la Palabra

El Urizen durante su Peregrinación al Ojo del Terror.

"Lo único que siempre quise fue la verdad. Recordad estas palabras mientras leéis las que siguen. Nunca decidí derribar el reino de mentiras de mi padre por un sentido de orgullo inapropiado. Nunca quise desangrar hasta la médula a la especie, purgando media galaxia de vida humana en esta amarga cruzada. Nunca deseé nada de esto, aunque conozco las razones por las que debe hacerse. Pero lo único que siempre quise fue la verdad."

Primeras líneas del Libro de Lorgar, Primer Cántico del Caos

La verdad de los acontecimientos que siguieron a la destrucción de Monarchia puede ser averiguada por aquellos eruditos dispuestos a investigar en fuentes potencialmente heréticas. Sintiéndose traicionado por el Emperador, Lorgar se retiró a sus aposentos en su nave insignia, la Fidelitas Lex, negándose a recibir a todos excepto a Kor Phaeron, el Primer Capitán y Cardenal de los Portadores de la Palabra. Kor Phaeron había sido el padre adoptivo de Lorgar y le había criado desde su infancia en Colchis como un miembro del Cónclave. Kor Phaeron le había servido después como principal lugarteniente y consejero desde que se convirtió en el teócrata de todo Colchis. Lorgar también llamó a su lado al Primer Capellán Erebus, que había sido un consejero de confianza desde hacía mucho también. Kor Phaeron y Erebus simpatizaban con las ansias religiosas no correspondidas de Lorgar, y sentían que la Legión de los Portadores de la Palabra debería servir a dioses verdaderamente dignos de su veneración. Kor Phaeron y Erebus le explicaron que conocían a dioses así, los seres divinos antaño adorados por la Vieja Fe de Colchis: los Dioses del Caos, que no solo aceptaban la fanática adoración que Lorgar ofrecía, sino que la exigían. Así, las semillas de la Herejía de Horus quedaron plantadas primero entre los Portadores de la Palabra. Intrigado, Lorgar exigió que la Legión encontrase a estos dioses, y Kor Phaeron y Erebus, que habían sido ambos devotos secretos del Caos durante décadas, propusieron un peregrinaje.

La idea de "la Peregrinación", un viaje al lugar legendario donde los mortales podían interactuar directamente con los dioses, era una antigua idea mitológica presente en muchos mundos humanos de la galaxia, incluido Colchis. Por supuesto, ese lugar, la Disformidad, existía, y uno podía descubrir allí la Verdad Primordial del universo: que el Inmaterium estaba dominado por las poderosas entidades espirituales conocidas como los Dioses del Caos. Animado por Kor Phaeron y Erebus, Lorgar viajó con el Capítulo del Sol Serrado de su Legión a lo que entonces eran las fronteras del espacio conocido, integrándose en la 1301ª Flota Expedicionaria de la Gran Cruzada. En este momento, Lorgar aún no había caído en la corrupción del Caos, pero sí había dado la espalda al Emperador como divinidad indigna de su adoración. Lorgar creía que el Emperador se equivocaba al condenar el instinto natural de la Humanidad de buscar lo divino como una superstición, y pretendía descubrir si de verdad había deidades dignas del respeto de la Humanidad. A este fin, aunque Lorgar ya no sentía ningún amor ni respeto por el Emperador, él y su Decimoséptima Legión se reintegraron en la Gran Cruzada, a modo de fachada para enmascarar su Peregrinación.

Los Portadores de la Palabra también fueron acompañados en esta Peregrinación por cinco miembros de la Legio Custodes que habían sido enviados por el Emperador para vigilar todas sus actividades e impedir que recayesen en sus errores. La búsqueda de cualquier pizca de información disponible sobre la Verdad Primordial o la naturaleza del lugar donde los dioses y los mortales pudieran encontrarse llevó finalmente en el 966.M30 (dos años después de la destrucción de Monarchia) a la 1301ª Flota Expedicionaria al Sistema Cadiano junto a la mayor Tormenta Disforme del universo, conocida posteriormente en el Imperio como el Ojo del Terror. El Señor de los Astrópatas de la Expedición advirtió a Lorgar de que unas "voces" inusuales en la Disformidad se oían cerca de la gran Fisura Disforme, voces que hablaban directamente al Primarca también. Estas eran las voces de las entidades del Caos del Inmaterium. Fue en ese Sistema donde Lorgar descubriría que sus sospechas eran correctas y que todas las religiones de la galaxia que tanto se parecían a la Vieja Fe de Colchis no eran meras coincidencias, sino expresiones distintas de veneración a la misma verdad universal que era la existencia del Caos.

Se tomó la decisión de mantenerse en órbita sobre Cadia y desembarcar las fuerzas de la 1301ª Flota en aquel por entonces desconocido mundo, designado oficialmente como 1301-12. La fuerza de desembarco se componía de unidades del Ejército Imperial, los Portadores de la Palabra, la Legio Custodes y la Legio Cibernetica. El ejército, encabezado por Lorgar, fue recibido por un gran número de tribus humanas bárbaras, descritas como "vestidas con harapos y armadas con lanzas rematadas con puntas de sílex... pero que mostraban poco temor." Destacaban sobre todo los ojos violetas de los bárbaros, que reflejaban la luz del propio Ojo del Terror en el espectro visible. A pesar de las protestas y peticiones del Custodio Vendatha de ejecutar a los paganos, los Portadores de la Palabra se acercaron a los nativos. Una extraña mujer emergió de la multitud y se dirigió directamente al Primarca, llamándole Lorgar Aureliano y dándole la bienvenida a Cadia. Esta mujer, la sacerdotisa del Caos Ingethel, acabaría llevando al Primarca por un camino de iluminación espiritual que marcó el inicio de su caída en la herejía. Después, la sacerdotisa inició un ritual que la hizo transformarse en el Príncipe Demonio Yngethel el Ascendido, y llevó a la nave exploradora Lamento de Orfeo al interior del Ojo del Terror.

Dentro del Ojo del Terror, el Capítulo del Sol Serrado de la Legión de los Portadores de la Palabra fue testigo de primera mano del fracaso del antiguo imperio Eldar al ver en aquella región del espacio sus Mundos Ancestrales purgados de toda vida. Yngethel, por supuesto, mintió a los Portadores de la Palabra sobre el nacimiento del Dios del Caos Slaanesh, afirmando que los Eldars habían fracasado como especie y sufrido la Caída porque en el momento de su ascensión no fueron capaces de aceptar la Verdad Primordial y servir al Caos. Dieron vida a un Dios del Placer, pero no sintieron gozo cuando nació. Su nuevo dios, Slaanesh, había cobrado conciencia en el M30 y descubierto que sus adoradores le abandonaban por ignorancia y miedo, y del dolor del Príncipe del Placer nació la infinita tormenta del Gran Ojo, un eco de los llantos natales del nuevo y rechazado dios de los Eldars. La naturaleza de la Verdad Primordial fue revelada a los Portadores de la Palabra en las cenizas del imperio Eldar, e Yngethel les advirtió que para que la especie humana sobreviviese no debía cometer los mismos pecados que los Eldars y aceptar la adoración al Caos.

Los Marines Espaciales supervivientes del Sol Serrado regresaron a Cadia y relataron a Lorgar todo lo que había ocurrido y todo lo que habían aprendido dentro del Ojo, el lugar donde los mortales y los dioses podían encontrarse. Tras visitar él mismo el Ojo del Terror y aceptar convertirse en el siervo de los Dioses del Caos, Lorgar ordenó un Exterminatus sobre Cadia, exterminando a su población para que nadie más pudiese encontrarse con el secreto de la Verdad Primordial que solo le había sido revelado a él. No obstante, la posición extremadamente estratégica del planeta hizo que fuese útil para el Imperio tras la Gran Purga, y en el M32 se enviaron colonos imperiales a asentarse allí, convirtiéndose en los ancestros de la actual población cadiana. Quizás como resultado de la proximidad del Ojo del Terror, esta nueva población también desarrolló rápidamente los inusuales ojos violetas que mostraban los habitantes originales del planeta.

Esta "verdad" cambió a Lorgar y los Portadores de la Palabra para siempre al ser expuestos a los Poderes Ruinosos del Caos y lentamente corrompidos, siendo la primera de las Legiones Astartes en adorar a los Dioses de Caos y convertirse en traidores al Emperador en sus corazones. Lorgar y los Portadores de la Palabra pasaron los restantes años de la Gran Cruzada intentando iluminar a la Humanidad acerca de la verdadera naturaleza espiritual de la Creación, recurriendo a la manipulación y el engaño para atraer a nueve de los Primarcas a la causa del Caos como sus Dioses exigían, siendo el más notorio el Señor de la Guerra Horus. Cuando se hizo evidente que la Humanidad no podía ser iluminada por el Caos sin ser primero destetada a la fuerza, con un gran precio pagado en sangre, de la falsa Verdad Imperial, Lorgar ayudó a orquestar la terrible Atrocidad de Istvaan III y la Masacre del Desembarco en Istvaan V así como la Herejía de Horus en general. Cuando Horus declaró abiertamente su rebelión contra el Emperador, los Portadores de la Palabra fueron una de las primeras Legiones en apoyarlo a él y a su causa. Los mundos que habían conquistado desde su conversión al Caos también se unieron a los Traidores, siendo secretamente corrompidos para adorar a los Poderes Ruinosos en los días finales de la Gran Cruzada.

Herejía de Horus[]

Lorgar y Angron atacan a los Ultramarines

Los Primarcas Lorgar y Angron atacan a los Ultramarines

Al revelarse la Herejía de Horus, el Acorazado Abismo Furioso de los Portadores de la Palabra partió hacia Ultramar justo después de su construcción en la luna joviana de Thule. La primera víctima del Abismo Furioso fue la nave de los Ultramarines, Puño de Macragge, que iba de camino al espaciopuerto de Vangelis. Los Astrópatas del Puño de Macragge lograron mandar un aviso, que fue recibido en la forma de un muy poderoso grito psíquico en el espaciopuerto de Vangelis. Viendo imágenes de Macragge y del futuro terror, el Capitán Lysimachus Cestus, Comandante de Flota de los Ultramarines, reunió rápidamente una pequeña flota de siete naves: el Iracundo (comandado por Cestus, actuaba de nave insignia), sus escoltas (Intrépido, Desatado, Ferox, Feroz y Espada de Fuego) y la nave Luna Menguante de los Mil Hijos. La flotilla persiguió al Abismo Furioso y entabló combate con él, sufriendo graves pérdidas (todas las naves, salvo el Iracundo y la Espada de Fuego fueron destruidas), hasta que el Abismo Furioso saltó a la Disformidad para seguir viaje hacia Ultramar. El Iracundo y la Espada de Fuego saltaron también, pero el Abismo Furioso soltó una mina psiónica que perturbó el Inmaterium y destrozó las protecciones de la Espada de Fuego, que fue destrozada por Demonios. Cestus logró destruir finalmente al Acorazado de los Portadores en el Sistema Macragge, a apenas un Sistema de distancia de su objetivo final.

Cuando los Portadores de la Palabra atacaron a los Ultramarines, su asalto a Calth fue dirigido por el mayor campeón de Lorgar, el antiguo Señor de la Fe y Primer Capitán, Kor Phaeron. Este juró destruir completamente el planeta, y estuvo realmente cerca de lograrlo. Desde su Barcaza de Batalla, ahora renombrada Infidus Imperator, Kor Phaeron dirigió una invasión a gran escala de todo el Sistema Calth. Los tres planetas hermanos de Calth fueron destruidos con ataques geonucleares. Su antaño suave sol fue rodeado de metales nocivos y sustancias que aumentaron diez veces la radiación de la estrella. Un siglo tras el fin de la Herejía, los últimos restos de la atmósfera de Calth se quemaron y el planeta se quedó sin aire, obligando a su población a vivir en gigantescas cavernas subterráneas.

Caos Portadores de la palabra

Portadores de la Palabra corruptos

La guerra de Calth fue devastadora y terrorífica. Los Ultramarines quedaron impactados ante los millones de cultistas del Caos que los Portadores usaban de escudos humanos, y horrorizados por las hordas de Demonios que invocaban. Los Portadores de la Palabra, por su parte, habían subestimado la tenacidad y resolución de su enemigo. Al final, Kor Phaeron fue derrotado cuando refuerzos de Macragge acudieron para expulsar a los Marines Traidores de la superficie de Calth. Kor Phaeron huyó al Torbellino, una turbulenta región de la galaxia donde el Inmaterium se filtra en el Materium.

El propio Lorgar dirigió al resto de su Legión en una campaña de destrucción del resto del Reino de Ultramar, en la conocida como Cruzada de las Sombras, con el objetivo de no solo asestar un golpe que debilitase a los Ultramarines, sino también de vengarse de sus antiguos hermanos. Esta cruzada terminó en el planeta Nuceria, en el que el Primarca Angron ascendió a la demonicidad. Tras esto, Lorgar envió a su Legión contra Terra, donde ayudó a derribar el dominio del Señor al que una vez había adorado con el fanatismo de un celote. Al final, Horus fue derrotado, y las Legiones Traidoras se vieron obligadas a huir. Los Portadores de la Palabra hicieron lo mismo, y se establecieron en Sicarus, desde donde continúan atacando, saqueando y destruyendo el Imperio.

Hacia la época de la Herejía, se calcula que la Legión contaba con unos 150.000 Marines Espaciales, aunque sin duda este número era mucho mayor.

Tras la Herejía[]

Simbolo caos portadores palabra estandarte

Estandarte de la Legión renacida en el Caos

"Pronunciad las palabras de Lorgar y viviréis para siempre en la gloria del Caos. Rechazadlas y cada uno de vosotros morirá hoy mismo."

Ultimátum dado a las puertas de Moegh IV.

Desde el Mundo Demoníaco de Sicarus, Lorgar vigila a su Legión y orquesta la enorme corrupción interna que el Imperio sufre a manos de sus cultos y sectas del Caos. A diferencia de la mayoría de Legiones Traidoras, los Portadores de la Palabra siguen siendo una fuerza unificada, aunque algo desorganizada, cuyo órgano central de mando es el Consejo Oscuro, que gobierna en ausencia de Lorgar.

Desde las dos bases principales de la Legión, Sicarus y el Mundo Forja Oscuro de Ghalmek (en el Torbellino), los Portadores lanzan retorcidas guerras santas contra el Imperio. En cada planeta que atacan, plantan una semilla de herejía que, en un futuro, contribuirá a su siempre creciente red de cultos. Sin embargo, a veces esto los lleva a competir con los esfuerzos de la Legión Alfa. Aunque ambas Legiones se han unido varias veces para participar en las Cruzadas Negras de Abaddon el Saqueador, normalmente mantienen un enfrentamiento y una rivalidad amargos. No obstante, estas no son más que meras distracciones, pues su guerra contra el Imperio es total, y no pretenden detenerla hasta que todo icono del Emperador quede destrozado a sus pies.

Mas hacia la frontera de la Franja Este y el Segmentum Ultima hay aquí y allá bastiones pequeños y medianos donde los amargados guerreros de los Portadores de la Palabra maquinan y lanzan ataques contra el Reino de Ultramar y todo aquel mundo imperial o xenos que quede a su alcance. Acciones como la de Docus Minoris o Ur-Clemait contra el Imperio T'au o contra Eydolim, Calth y Talassar contra el Imperio de la Humanidad son solo muestras de sus actividades.

Allí en esos oscuros confines M'kar, Kor Megron o Ergan Korba manejan a varias partidas de guerra de tamaño de los antiguos Capítulos de la Legión en una continua y sedienta espiral de venganza contra el Imperio y los Ultramarines. A su vez tratan de coordinar a todos los Renegados, rebeldes y mutantes de la zona en sangrientas rebeliones.

Acciones notables[]

La naturaleza cambiante de la XVII Legión dejó cicatrices en su historial bélico. Del mismo modo que la marea deja marcas a medida que cambia la forma de la costa, también la reinvención en serie de la XVII Legión puede verse en sus honores de batalla. Esto no quiere decir que su historia carezca de renombre: otras Legiones pudieron tener muchos más éxitos, pero la Decimoséptima libró batallas que resonaron por el creciente Imperio. Sus victorias nunca eran meras demostraciones de poder o de habilidad en combate, sino de la superioridad de sus ideales. Durante sus inicios, estos ideales y los del Imperio eran idénticos, pero después fueron amargados por falsas creencias, y finalmente oscurecidos por la traición que crecía tras una máscara de lealtad.

Antes de la Herejía[]

  • Conquista de Fortrea Quintus (M30).
  • Purga de Cuarenta y Siete-Dieciséis (ca. 964.M30).

Herejía de Horus[]

Tras la Herejía[]

  • La Guerra de las Estatuas: La Hermandad Iconoclasta invade el mundo de Premio del Conquistador. El planeta albergó una vez un gran triunfo imperial, y está cubierto de estatuas de decenas de metros de altura que representan a los Primarcas y al Emperador. Los Portadores de la Palabra y sus cultistas desfiguran muchas de las estatuas y derriban muchas más con cuerdas y cargas de fusión, haciéndolas caer mientras las llamas de una guerra a escala planetaria rugen a su alrededor. Los Ciclópeos, una Legión Titánica del cercano Vellung, lanzan una contrainvasión desde sus enormes naves de desembarco y se cobran un alto precio en vidas de los Portadores de la Palabra, pero los dioses máquina son derribados también cuando los Marines Espaciales del Caos realizan un gran ritual en nombre de Tzeentch que infunde una apariencia de vida a las estatuas desfiguradas.
  • La Contracruzada: Durante la Cruzada de Thorados, los Templarios Negros abren una cicatriz incandescente de venganza a través del rebelde sector Invernus. Los Portadores de la Palabra que instigaron la insurrección lanzan su propia flota cruzada, chocando contra los Templarios Negros en un centenar de campos de batalla. La guerra aumenta enormemente de escala a medida que otras Legiones Traidoras y huestes de Demonios se unen a la lucha. Para cuando las dos cruzadas se estancan y detienen, el antaño populoso sector ha sido diezmado, y seis de sus mundos están consumidos por llamas radiactivas.
  • El Faro de la Santa: El mundo santuario de Nepthys Madrigal es el último bastión de la resistencia contra la incursión Disforme dirigida por Lord Vilplaga, un Gran Demonio de Nurgle. Tan sagrado es el terreno y tan valientes sus defensoras del Adepta Sororitas, que cada brote de la jugada inicial de Vilplaga, la Viruela Mortal, es contenido y santificado en cuestión de minutos. Frustrada, la Gran Inmundicia reclama una vieja deuda al Apóstol Oscuro Kor Daradan. Ese mismo mes, los Portadores de la Palabra atacan Nepthys Madrigal. Como mortales, no son repelidos por los sellos de destierro del planeta, y cruzan las barreras que mantienen a raya a los Demonios. Se enfrentan a las Hermanas de Batalla con tanto vigor que obligan a evacuar a toda la población del planeta. El conflicto se convierte en una guerra de desgaste en la que los Marines Espaciales del Caos priorizan el derribo de los templos y altares del Culto Imperial, rompiendo sus guardas. El planeta cae ante una oleada de contagios y el subsiguiente asalto de Portadores de Plaga.
  • El Diezmo de Sangre: Los diplomáticos T'au establecen una incómoda paz en el planeta de Ur-Clemait, un mundo que ha sufrido una guerra civil desde hace mucho. Aunque la mayor parte de la población parece contenta con el alto el fuego impuesto por los T'au, los ancianos y los sacerdotes de la vieja fe están consternados, insistiendo en que debe seguir entregándose el “diezmo de sangre”. Los perplejos T'au siguen asimilando el planeta, pero antes de que acabe el año los Portadores de la Palabra llegan para cobrar el diezmo por la fuerza. Atacan Ur-Clemait con todas sus fuerzas, cantando oraciones de apaciguamiento a los Dioses Oscuros mientras matan a humanos y xenos por igual. La Casta del Fuego T'au planta cara a la invasión, y el planeta se hunde en una guerra constante mucho peor que los antiguos conflictos rituales.
  • Las Lunas Malditas de Thranix: Los Portadores de la Palabra emplean cultos industriales para grabar a fuego estrellas de ocho puntas en las lunas de Thranix. El mundo capital al que orbitan sufre una oleada de posesiones demoníacas poco después.
  • Marea de Demonios: El mundo fronterizo de Cuencogachas se convierte en el escenario de un sacrificio en masa meticulosamente planeado, no sólo de humanos, sino también de Korzarioz Orkos capturados, Proscritos Eldars y embajadores T’au. A pesar de la intervención del Mundo Astronave Alaitoc, los Portadores de la Palabra completan su ritual. La Gran Fisura se abre a través de las rutas espaciales que rodean Cuencogachas, aislándolo y dejándolo a merced de los Apóstoles Oscuros que diseñaron su perdición.
  • Los Pilones Negros de Irradium Alpha: Enviados por Abaddon para destruir los megalitos nulificadores de lo que parece ser un mundo desierto, los Portadores de la Palabra se ven obligados a librar una agotadora batalla terrestre cuando un enjambre canóptico autorreparante emerge a la superficie del planeta al frente de un asalto Necrón. Los Portadores de la Palabra solo logran librarse del contraataque y completar su misión invocando Demonios de Khorne con ofrendas de su propia sangre.
  • La Guerra de los Falsos Profetas: El Culto de la Impureza arraiga después de que los Portadores de la Palabra sean avistados en la ruta de peregrinación de Macharia. Sus miembros medran en secreto, usando como único signo exterior de su lealtad una blasfema burla de un sello de pureza Astartes fundido sobre la piel que cubre sus corazones. Dirigido a distancia mediante portentos enviados por los Apóstoles Oscuros, el culto se extiende por todo el Segmentum Pacificus antes de unirse para lanzar una enorme guerra civil en la que seis Capítulos de Marines Espaciales se enfrentan a miles de millones de los Perdidos y Condenados.
  • El Fin del Exilio: Tras el devastador clímax de la Herejía de Horus en Terra, Lorgar se retira cada vez más de los asuntos del mundo material y se recluye indefinidamente, enclaustrándose en un santuario cerrado del planeta Sicarius para expiar sus actos. Mientras el 41º Milenio llega a su fin y la Gran Fisura hierve a través del cielo, se extienden los rumores de que Lorgar ha concluido su confinamiento autoimpuesto, y de que se le ha visto recorriendo los dominios de los mortales envuelto en un terrible esplendor, predicando la palabra del Caos al frente de una fuerza de Portadores de la Palabra de increíble fortaleza y convicción.

Reclutamiento[]

No se conoce mucho sobre los métodos de reclutamiento de los Portadores de la Palabra, ni de los planetas donde lo llevaban a cabo. Antes de que la Gran Cruzada fuese declarada, los Heraldos Imperiales eran reclutados entre los hijos de los enemigos del Emperador que no se hubiesen rendido frente a sus fuerzas. Estos jóvenes eran adoctrinados en los ideales del Emperador, y en el rechazo a todo lo que sus antepasados representaban.

Tras la reunión de Lorgar con su Legión, los Portadores de la Palabra comenzaron a ser reclutados de entre la juventud de Colchis, donde se les introducía en los ideales que la Legión defendían según el momento, bien fuese la adoración al Emperador o a los Poderes Ruinosos. Aunque no se sabe mucho sobre sus métodos de selección y entrenamiento, parece que el Astartes no cortaba completamente sus lazos con el pasado, pues algunos de ellos conservaban reliquias de su vida como simples humanos, mientras que otros eran reclutados junto a sus hermanos, sirviendo juntos como Marines Espaciales.

Además de Colchis, se sabe que los Portadores de la Palabra reclutaron candidatos también en otros planetas a lo largo de la Gran Cruzada, y posteriormente durante la Herejía de Horus, pero no se conoce mucho sobre cuales eran estos planetas ni de qué tipo de proceso llevaban a cabo.

[En construcción, disculpen las molestias.]

Doctrina de combate[]

Aniquilador portadores de la palabra caos

En batalla, los Portadores de la Palabra actúan como asesinos fanáticos, avanzando a la sombra de enormes estandartes del Caos y todo tipo de reliquias paganas, recitando catecismos mientras combaten, y acabando con su enemigo por no ser capaz de ver la luz de la Palabra y haber fracasado en su iluminación.

Estos guerreros siguen las órdenes de sus Apóstoles Oscuros al pie de la letra, con fe y lealtad ciegas, y estos interpretan la voluntad de Lorgar de muchas y variadas formas. La estrategia para la victoria se puede encontrar en las entrañas de un prisionero específico, una alineación concreta en las estrellas, o en la forma de unos huesos lanzados. Los Apóstoles decretan como se debe luchar una batalla, y los Portadores de la Palabra obedecen sin rechistar. Antes de la batalla, los Apóstoles Oscuros se reúnen en plegaria ritual, entonando cánticos blasfemos y doctrinas prohibidas para reafirmar su fe en los Dioses.

El avance impecable de los Portadores de la Palabra es una visión terrorífica, y sus cantos monótonos e ininteligibles y el redoble de sus instrumentos es suficiente para quebrar la voluntad más férrea. Antes de cada batalla, el enemigo puede oír susurros y murmullos que vienen de todas partes y ninguna al mismo tiempo, y que destrozan los nervios y siembran el miedo de quién los escuche. La victoria de estos guerreros solo llega cuando todos sus enemigos han muerto, o caído esclavizados, y su fe les impide dar un paso atrás, marchando fanáticamente a la victoria de la misma manera que a la derrota.

En la mayoría de ocasiones, acompañando a los guerreros de la Legión marchan a la batalla acompañados de hordas de fanáticos Cultistas, procedentes de mundos conquistados o de los miles de esclavos de la Legión, a los cuales utilizan como carne de cañón o como distracción, enviándolos en la primera oleada de sus ataques. Además, los Apóstoles Oscuros realizan oscuros rituales previos a cada batalla, con el objetivo de llamar a los Demonios del Caos para combatir a su lado. Una vez obtienen el apoyo en combate de aquellas criaturas a las que consideran divinas, el fervor de los Portadores de la Palabra se multiplica.

Organización[]

Antes de la Herejía[]

Los Portadores de la Palabra seguían en su mayor parte la organización básica original del resto de Legiones Astartes. Los guerreros se agrupaban en escuadras, las escuadras en Compañías y las Compañías en Capítulos. Esta estructura funcional casi no cambió desde que la Legión usaba el nombre de los Heraldos Imperiales hasta su traición en Istvaan V. El redescubrimiento de su Primarca y la llegada de reclutas de Colchis apenas alteró la estructura básica de la Legión, aunque sí le añadió capas adicionales de organización. Estas tenían que ver no con la composición de las unidades en el campo de batalla, sino con la ideología de esas unidades.

Los Portadores de la Palabra empleaban todas las configuraciones de escuadra vistas en otras Legiones, mostrando una tendencia a mantener su tamaño elevado. Mientras a otras Legiones les bastaba o incluso preferían tener unidades formadas por un puñado de guerreros, los Portadores de la Palabra solían mantener sus unidades de línea con una fuerza mucho mayor. Las escuadras de veinte Astartes eran normales en todas las Compañías y Capítulos, y solían adoptar la configuración Táctica. Estas escuadras formaban el núcleo de la Legión y eran la piedra angular de su filosofía bélica: el avance agresivo de todos los guerreros disponibles.

Las escuadras pertenecían a su vez a Compañías, a menudo de un centenar de hermanos de batalla pero a veces mayores o menores según la naturaleza de su función. Los Portadores de la Palabra tendían a dedicar cada Compañía a una función militar, designándolas como Compañías de Asalto, Compañías Rompelíneas, Compañías de Reconocimiento, etc. Estas Compañías solían desplegarse combinadas entre sí, mostrando una vez más la preferencia de los Portadores de la Palabra por los ataques en masa y los asaltos aplastantes.

Las Compañías se agrupaban en Capítulos de entre 500 y 3000 guerreros. Cada Capítulo tenía un nombre y un sello basados en las constelaciones de Colchis: el Sol Serrado, el Trono de Huesos, la Luna Creciente, la Mano Llorosa, el Látigo Enrollado, la Puerta Exaltada, la Runa Retorcida, la Brida del Castigo y el Cáliz de la Noche estaban presentes en las filas de la Legión. Estas grandes formaciones solían ser los bloques que componían las campañas de los Portadores de la Palabra. La mayoría de Flotas Expedicionarias de la Legión solían llevar al menos un Capítulo completo, y las más grandes podían transportar a varios.

Caos simbolo portadores palabra heraldica

Aunque sus métodos de combate solían ser aplicados de forma competente, siempre mostraron un gusto por el simbolismo. La guerra no era solo un proceso, era un mensaje, y por eso los Portadores de la Palabra a menudo incluían notas espectaculares en sus campañas para reforzarlo. Varias formaciones únicas de la Legión reflejan esta tendencia. Por ejemplo, el Capítulo de la Guadaña Quebrada consistía en artillería blindada, tanques de asedio y escuadras mecanizadas con lanzallamas. Su misión era arrasar ciudades y bastiones en un solo ataque y no dejar más que escombros carbonizados. También destaca el Círculo Ceniciento. Descendiendo de los cielos sobre propulsores de salto, sus miembros eran destructores de falsos dioses, ángeles cenicientos enviados a reducir las bibliotecas y santuarios a cenizas con sus lanzallamas y, donde era necesaria una destrucción verdaderamente duradera, fósfex. Distribuidos por los Capítulos pero distinguiéndose como un grupo aparte, solo los más dedicados podían entrar en sus filas. Muchos pasaron por el Círculo Ceniciento antes de ascender a Capellanes.

Merece la pena mencionar que a lo largo de toda su historia la Decimoséptima Legión hizo un uso extenso de auxiliares vinculados. En la época en que las Guerras de Unificación se empezaban a confundir con la Gran Cruzada, la Decimoséptima solía reclutar bandas de seguidores militantes de entre aquellos a quienes habían conquistado. Esta práctica continuó durante toda la Gran Cruzada, y estas formaciones eran tan a menudo multitudes fanáticas como ejércitos profesionales, pero su presencia en el campo de batalla permitía a la Legión desplegar siempre una fuerza enormemente superior en número al enemigo.

Jerarquía de mando[]

Lorgar era a la vez el comandante y el padre espiritual de su Legión. La jerarquía de autoridad dentro de la Legión reflejaba esta naturaleza dual, dividida entre lo militar y lo espiritual, entre la mente y el corazón. Por un lado, la Legión seguía líneas simples y robustas de autoridad. Un Señor de Capítulo dirigía cada Capítulo, un Capitán cada Compañía y un Sargento cada escuadra. Era común que un Señor de Capítulo nombrase a uno de sus Capitanes como "Subcomandante" para que actuase como su lugarteniente. Por otro, había una segunda estructura espiritual. Los Capellanes, aunque nominalmente estaban asignados a las Compañías y Capítulos, en realidad formaban una hermandad aparte. Si bien todos ellos eran guerreros, sus preocupaciones no se centraban en el mando directo, sino en la fuerza del espíritu de sus hermanos, la claridad de su propósito y la pureza de sus acciones. Cada Capellán tenía un puesto en su propia jerarquía, con niveles ascendentes de conocimiento y respeto. Los Sumos Capellanes eran su círculo gobernante, y en su centro se encontraba el Primer Capellán.

Las dos ramas de autoridad de los Portadores de la Palabra a menudo se entrecruzaban y difuminaban. Aunque teóricamente estaban separadas, ningún Capitán de línea cuestionaría la autoridad de un Capellán veterano. Dado que las razones para luchar eran tan importantes para los Portadores de la Palabra como la victoria, las decisiones sobre el curso de la guerra o la batalla a menudo eran tomadas por los Capellanes y puestas en práctica por los comandantes. Este difuminado y fusión de la autoridad espiritual y militar también estaba presente en el círculo interior de Lorgar. Este grupo hacía las veces de consejo gobernante de la Legión, e incluía tanto a comandantes como a Capellanes. Dentro de este pequeño grupo, había dos hombres que concentraban más poder y autoridad que todos los demás. Los nombres de Kor Phaeron y Erebus resuenan ahora cargados de infamia, y uno no puede evitar preguntarse si el destino del Imperio no habría sido distinto si estos dos no hubieran sido los consejeros de más confianza de Lorgar.

Disposición bélica al inicio de la Herejía[]

Las fuerzas de los Portadores de la Palabra en la fecha de la Masacre del Desembarco en Istvaan V se estimaban en torno a los 140.000 Astartes. Los sucesos posteriores demostrarían que esta cifra era falsa. Cuatro décadas antes, cuando la Legión fue reprendida en Khur, tenía aproximadamente cien mil hombres. Que habían aumentado notablemente su reclutamiento era evidente, pero en vez de incorporar a 40.000 Hermanos de Batalla, los Portadores de la Palabra habían alcanzado un tamaño mucho mayor. El reclutamiento en masa en cada mundo que conquistaban y el uso de implantes rápidos de semilla genética y de hipnoadoctrinamiento hicieron que según algunos informes sus fuerzas rivalizasen con las de los Ultramarines. Ciertamente, la escala de sus acciones durante las fases iniciales de la guerra, y las bajas que sufrieron, indican que pocas Legiones más podrían haber estado cerca de sus cifras.

Además del crecimiento numérico de los Portadores de la Palabra, la cantidad de partidas de guerra vasallas y de fanáticos medio salvajes que les acompañaban alcanzó cotas extraordinarias. En la fase de exterminio de la Masacre del Desembarco, un superviviente estimó que una horda de cincuenta mil hombres asaltó el enclave Leal de Nurin. Que tales fuerzas fueran masacradas, y a pesar de eso muchas más fuesen desatadas en un planeta tras otro en los años subsiguientes, muestra que tras los propios Portadores de la Palabra había millones de hombres deseosos de morir a sus órdenes.

Dadas las acciones de las naves de la llamada clase Abismo en las campañas posteriores, también se revela que Lorgar había aumentado la fuerza naval de su Legión, posiblemente incluso por encima de la de los Puños Imperiales, que en su día se creía que controlaban la mayor flota de las Legiones Astartes. Semejante fortalecimiento, y la delicadeza con la que fue ocultado, indican que Lorgar fue a la guerra listo para entregarse a la carnicería que comenzaría a continuación.

Tras la Herejía[]

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Portador de la Palabra

Los Portadores de la Palabra no adoran a los Dioses del Caos por separado. En lugar de eso, los veneran a todos como un Panteón Oscuro. Los hijos de Lorgar ven a aquellos que limitan su adoración a un solo Dios del Caos con desprecio, y están parcialmente en desacuerdo con los Hijos del Emperador por su decadencia. Los Portadores dependen de los Demonios como tropas de asalto, como escudos vivientes y como grueso de sus ejércitos. Sus Marines Espaciales del Caos son empleados en misiones vitales. Se sabe que poseen una enorme base de cultistas, y los llevan utilizando en batalla como carne de cañón y distracciones (a diferencia de la Legión Alfa) desde la Gran Cruzada.

Los Portadores de la Palabra son famosos por ser la única Legión Traidora que aún posee un cuerpo de Capellanes, ahora llamados Apóstoles Oscuros. Los Portadores siguen las palabras de sus Apóstoles Oscuros con fe absoluta durante la batalla. Los Apóstoles Oscuros adivinan de varias formas cómo luchar y ganar una batalla, y los guerreros de la Hueste obedecen sin dudar. Antes del combate, los Portadores se reúnen en oración ritual, cantando himnos y sermones para afirmar su fe en el poder del Caos. A menudo estos cánticos son respondidos, y es normal ver a los Portadores de la Palabra luchando junto a entidades demoníacas.

Desde el Concilio Oscuro, este maligno sacerdocio impone un estricto régimen de adoración al Panteón del Caos a sus camaradas Portadores, y es muy probable que también los dirijan en la lucha. Cada Apóstol recibe un ejército propio, conocido como Hueste. Sus números varían, desde 100 Marines, a más de 1000.

La organización de estas Huestes también varía muchísimo, y puede cambiar dependiendo de los caprichos del Apóstol Oscuro que la dirige. A menudo cambian la jerarquía interna por razones que sólo ellos conocen. Estos cambios a menudo resultan en formaciones tácticas aparentemente inflexibles. Los Portadores de la Palabra aceptan estas alteraciones sin dudar.

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La Hueste más grande conocida contaba con más de 2000 Marines Espaciales. El tamaño de esta fuerza hizo necesario que su Apóstol Oscuro fuera ayudado por dos lugartenientes, su Primer Acólito y un campeón con el título de Corifeo. El papel del Corifeo es ser el intermediario entre el Apóstol Oscuro y su Hueste. Esto permite al Apóstol ser visto como una figura principalmente espiritual y distante. Además, el Corifeo se encarga de tomar la mayor parte de las decisiones tácticas, dejando al Apóstol Oscuro libre para comulgar con los Poderes Ruinosos, alimentar el odio de la Hueste y considerar asuntos estratégicos. Adicionalmente, la Hueste contaba con un Portador de Iconos y una unidad de élite de más de 200 Exterminadores del Caos conocidos como los Ungidos.

La estructura más habitual de una Hueste es una aproximadamente equivalente a la de una Compañía de Marines Espaciales, dividida en unidades de unos 12 guerreros. Cada una es dirigida por un campeón de los Portadores de la Palabra que se esfuerza por convertirse en un líder tan devoto como el Apóstol Oscuro, esperando ser elegido un día para sucederle cuando muera.

Los Portadores de la Palabra marchan a la batalla bajo sus estandartes, aullando catecismos de odio a sus enemigos mientras los tambores resuenan con dolorosos truenos. El imparable avance de los Portadores es una vista terrorífica, pues sus monótonos cantos y el redoble de sus tambores pueden quebrar hasta la voluntad más fuerte. La indestructible fe de los Portadores de la Palabra en la veracidad de su causa los ha hecho marchar hacia una muerte segura, y aun así negarse a retroceder. Una batalla termina o con la victoria, o con la destrucción absoluta de la Hueste.

Creencias[]

Durante la época de la Gran Cruzada, los Portadores de la Palabra se caracterizaron por ser una Legión de sacerdotes además de guerreros, que extendían la fe en el Emperador como un dios por los planetas que conquistaban, y en estos erigían enormes complejos catedralicios dedicados a la adoración del maestro de la Humanidad. Fueron la primera Legión en contar con un cuerpo de Capellanes, sacerdotes encargados de mantener la fe entre sus hermanos y de dirigir los cultos que se realizaban para el Emperador. Esta fe suponía que sus avances fuesen especialmente lentos, y además entraba en conflicto directo con el espíritu secular que el Emperador deseaba otorgar a su nuevo Imperio, por lo que la Legión al completo fue castigada en el planeta Monarchia por el propio Emperador.

Esto llenó de un amargo resentimiento a todos los soldados de la Legión, incluido el propio Primarca, ya que la respuesta del fanatismo a un castigo por la misma razón de su fe no está sino llena de dolor. Esto, combinado con la inquebrantable fe imbricada en su Semilla genética, les impulsó a buscar la iluminación y el consuelo en otra religión, lo que les acabó arrojando al completo como Legión a las garras del Caos. De entre todas las Legiones Traidoras, los Portadores de la Palabra probablemente sean los que con más intensidad se entregaron a la adoración de los Cuatro Dioses del Caos, y esto se reflejaba en todos sus actos, desde los rituales rutinarios que llevan a cabo en las bodegas de sus naves, hasta en sus acciones en el campo de batalla.

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Erebus, Primer Apóstol de la Hueste

Dirigidos en su fe por los Apóstoles Oscuros, los Portadores de la Palabra adornan sus armaduras con runas colchisianas y, a partir de su caída en el Caos, también con toda otra serie de grabados esotéricos y hexagramáticos destinados a obtener la aprobación de los Dioses o de mostrar el poder de la Disformidad a aliados y enemigos. De manera regular realizan rituales destinados a complacer a las entidades de la Disformidad y a unir a los hermanos de la Legión, y en batalla avanzan entonando cánticos blasfemos mientras torturan a sus enemigos, empalando o crucificando sus sangrientos restos mientras se reúnen para rezar alrededor de sus cadáveres.

Empujados por esta fe fanática para las criaturas de la Disformidad, muchos Portadores de la Palabra creen que por medio de la comunión con un Demonio podrán ser iluminados y alzarse por encima de las limitaciones de los mortales. Por ello, muchos de estos creyentes se someten voluntariamente a los procesos para ser huésped para un Demonio y convertirse en un Poseído, una mezcla entre Marine Espacial y Demonio, más fuerte que cualquier Astartes corriente. Estas criaturas son adoradas por el restos de sus hermanos, considerados un ser superior, a semejanza de lo que los Gal Vorbak fueron durante los tiempos de la Herejía de Horus.

Los Portadores de la Palabra adoran el Libro de Lorgar como una obra de inspiración divina, y todos sus oficiales están obligados a portar una copia del mismo. De este libro proceden los salmos y catecismos que los Apóstoles Oscuros obligan a entonar en periódicos rituales a todos los legionarios. Son estos sacerdotes paganos los que dirigen a los Portadores de la Palabra en sus oraciones y horas de estudio sobre los saberes oscuros, y son también los encargados de leer los prodigios antes de cada batalla.

En cuanto a su antigua fe, los Portadores de la Palabra albergan un amargo odio por el Imperio y todo lo que este representa, y especialmente por la Fe Imperial y la Eclesiarquía, pues no solo representan la antítesis del mensaje de la Palabra de Lorgar, en el que el Caos es la Verdad hacia la que debe avanzar la Humanidad, y la fe al Emperador una mentira creada para limitarles; sino que además la fe en el "Dios Emperador" es un reflejo de su antigua fe, y por lo tanto la razón de su odio. Este odio les lleva a atacar planetas con una gran presencia de la Eclesiarquía, donde destruyen todo rastro de la adoración del Emperador para sustituirlo por estatuas y trofeos del Caos, y obligan a sus habitantes a levantar enormes catedrales del Caos.

Semilla genética[]

"El código escrito en vuestros cuerpos es más puro que el de la mayoría [...] y no tendréis ningún fallo único. [...] Ningún Astartes es tan leal a su primarca como los guerreros de la XVII lo son a Lorgar"

Yngethel a Argel Tal en los laboratorios en el Himalaya

Al contrario de muchas de sus Legiones hermanas, la Semilla genética de los Portadores de la Palabra era especialmente estable, y no presentaba ninguna desviación notable de la norma. Sin embargo, una pequeña desviación genética les empuja a creer con más fuerza que el resto de los Marines Espaciales en sus convicciones, como si de alguna forma en sus cerebros la fe hacia sus principios y hacia su padre fuese más fuerte que en los demás. Esto les hacía tener una convicción absoluta en la Palabra de su Primarca y en el servicio al Imperio durante todas sus guerras en la Gran Cruzada, y del mismo modo les condujo a convertirse en fanáticos adoradores del Caos tras su traición en la Herejía de Horus.

Apariencia[]

Antes de la Herejía de Horus, vestían servoarmaduras gris granito, cubiertas de textos sagrados, y su emblema era un libro con una llama superpuesta. Tras su humillación por el Emperador y según la Legión caía en el Caos, las escrituras sagradas de las armaduras fueron cambiadas por pasajes del Libro de Lorgar y de textos profanos de Colchis.

Durante la rebelión contra el Imperio, cambiaron su color al granate, con hombreras negras y ribetes y relieves con el color del metal bruñido, y en su emblema añadieron un rostro demoníaco en el libro ardiente. Poco después de la derrota en Terra, las hombreras de la armadura pasaron también a ser rojas, siendo pintadas de negro solo en ocasiones de luto, y su emblema pasó a ser simplemente una cabeza rugiente de Demonio, conocida por la Legión como Latros Sacrum.

Miembros conocidos[]

Pre-Herejía[]

  • Arguleon Veq - También conocido como Karnulon. Campeón del Caos.
  • Sor Talgron - Capitán de la 34ª Compañía y representante de Lorgar en Terra.
  • Ahraneth - Portaestandarte de la 34ª Compañía (muerto en Precepton Primus).
  • Dal Ahk - Maestro de comunicaciones de la 34ª Compañía.
  • Loth - Sargento de reconocimiento.
  • Telakhas - Sargento de asalto.
  • Kol Badar - Sargento de escuadra de Exterminadores Cataphractii.
  • Burias Drak'Shal - Campeón del Caos poseído por un demonio y el portaestandarte de la 34ª Cofradía.
  • Baelanos - Capitán de Asalto del Abismo Furioso.
  • Ikthalon - Hermano-Capitán del Abismo Furioso.
  • Reskiel - Sargento-Comandante del Abismo Furioso.
  • Malforian - Señor del Armamento del Abismo Furioso.
  • Kal Zedej - Sargento de cuadro y comandante de la nave Vorkaudar.
  • Ledak - Cuadro Yesa Takdar, 256º Compañía.
  • Rovel - Cuadro Yesa Takdar, 256º Compañía.
  • Zardu Layak el Apóstol Carmesí - Comandante de los Silentes.
  • Volkhar Wreth - Predicador al servicio de la Hueste Cruzada.

Post-Herejía[]

  • Jarulek - Apóstol Oscuro (muerto).
  • Marduk - Primer Acólito de Jarulek, luego Apóstol Oscuro.
  • Kol Badar - Corifeo de Jarulek y luego de Marduk.
  • Garand - Señor de la Guerra de las Mil Huestes.
  • Iskavan el Odiado - Apóstol Oscuro (muerto).
  • Kor Megron - Príncipe Demonio, Señor de los Desertores.
  • Ergan Korba - Apóstol Oscuro, Señor de la Hermandad de los Condenados.
  • Sargon Eregesh - Apóstol Oscuro del Capítulo de la Cabeza de Bronce. Nativo de Colchis.
  • Vog el Castigador de Mundos, el Apóstata de Charybdis. Apóstol Oscuro exterminador
  • Amatnim Ur-Nabas Lash - Señor del Caos
  • Lakmhu - Apòstol Oscuro

Naves conocidas[]

  • Dama Bendita (Acorazado, hermano del Abismo Furioso) - Activo durante la Herejía de Horus.
  • Trisagion (Acorazado, hermano del Abismo Furioso) - Activo durante la Herejía, sirvió como nave insignia de Lorgar tras la destrucción del Fidelitas Lex.
  • Llama de Pureza Infernus (Acorazado) - Activo durante la Herejía.
  • Kamiel (Acorazado) - Activo durante la Herejía.
  • Página Oscura (Crucero) - Dirigido por el Capellán Tanus Kreed, activo durante la Herejía.
  • Dominus Sanctus (Crucero) - Activo durante la Herejía.
  • Corona de Colchis - Nave activa durante la Herejía.
  • Lanza de Sedros - Nave activa durante la Herejía.
  • Reverencia Infinita - Nave perdida en la Disformidad.
  • Gregorian - Nave perdida en la Disformidad.
  • Espada de Balthamir - Nave activa durante la Herejía.
  • Mártir Saturnino - Nave activa durante la Herejía.
  • Rapidez del Fiel (Transporte) - Nave activa durante la Herejía.
  • Camomante - Nave activa durante la Herejía.

Leer más[]

Lista de Ejércitos de Marines Espaciales.

Lista de Legiones Traidoras y Capítulos Renegados.

Pintura: Portadores de la Palabra.

Fuentes[]

  • Codex: Marines Espaciales del Caos (4ª, 6ª y 8ª edición).
  • Suplemento: Legiones Traidoras (7ª edición).
  • Batalla por el Abismo, por Ben Counter.
  • El Primer Hereje, por Aaron Dembski-Bowden.
  • Traidor, por Aaron Dembski-Bowden.
  • Despertar Psíquico: Fe y Furia (8ª edición).
  • Warhammer 40,000: Reglamento (6ª Edición): Campaña Iconoclasta.
  • Index Astartes IV.
  • Deathwatch: First Founding (Juego de rol).
  • Herejía de Horus: Visiones de Muerte, por Alan Merrett.
  • Apóstol Oscuro, por Anthony Reynolds.
  • Credo Oscuro, por Anthony Reynolds.
  • Mundo Demonio, por Ben Counter.
  • El Legado del Capítulo, por Graham McNeill.
  • Trilogía de los Ángeles Sangrientos, por James Swallow.
  • En el Torbellino - Tenebrae, por Mark Brendan.
  • Apocalipsis, novela de Josh Reynolds
  • Videojuego Warhammer 40,000: Dawn of War - Dark Crusade.
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