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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Nostramo fue el mundo adoptivo del Primarca Konrad Curze, más conocido allí como el Acechante Nocturno, y el mundo natal de la Legión Traidora de los Amos de la Noche. Fue sometido a exterminatus por el propio Konrad Curze poco antes del inicio de la Herejía de Horus.

Historia[]

Antecedentes[]

Nostramo era un mundo sin sol de sufrimiento, dolor y corrupción. Situado en el corazón de una cadena de planetas que habían conservado la capacidad de cruzar las estrellas durante la Era de los Conflictos, era un mundo de extensas ciudades, de humo, industria y el sudor de millones. La riqueza de Nostramo, pues allí había riqueza, se encontraba en las vetas de mineral de adamantio enterradas bajo su superficie. Mundos alejados de Nostramo se alimentaban de su producción, y hacía mucho que las minas horadaban sus entrañas. Sus ciudades eran madrigueras de piedra y hierro. Chimeneas kilométricas apuntaban hacia la noche eterna. Puentes de metal negro se entrecruzaban sobre las estrechas gargantas de calles y callejones. Mansiones, catedrales y fábricas crecían en medio del bosque de arrabales, y sus fachadas y tejados estaban llenos de gárgolas. El smog, proveniente del continuo refinamiento del adamantio, lo cubría todo como una capa que envolviese a un moribundo, convirtiendo la poca luz surgida de ventanas o lámparas en halos enfermizos.

El polvo, el humo y el hedor de las sustancias químicas llenaban el aire y penetraban en la piel de cada hombre, mujer y niño, recortando su esperanza de vida hasta el punto de que lo mejor que podía esperarse era un lento declive en medio de una agotadora servidumbre, sin jamás percibir el brillo de la esperanza ni la calidez de la auténtica felicidad. La gente de Nostramo era pálida, y en su mayoría delgada y cadavérica, con tendencia según la situación a la desconfianza, el humor negro o la insensibilidad. Debido a las características de su planeta, acabaron por desarrollar ojos oscuros adaptados para poder ver mejor en la oscuridad, aunque cegados por la luz. Los más morían tosiendo sangre y polvo negro en un catre mohoso, pero la muerte por enfermedades pulmonares o por graves daños óseos a causa de sustancias químicas inhaladas no era el peor fin que podía encontrarse en Nostramo.

La oscuridad poseía Nostramo en cuerpo y alma, y su existencia era un horror igual al de cualquier esclavitud bajo los xenos o pesadilla de la Era Oscura de la Tecnología. Si alguna vez había habido auténticas leyes, se habían desvanecido hacía mucho, engullidas por la avaricia de unos pocos y la desesperación de muchos. El asesinato era la divisa de la vida, y la fuerza se basaba en la violencia. Cada pecado, grande o pequeño, tenía su hogar en la infinita noche de Nostramo. Aquellos rememoradores que registraron su historia tras su anexión afirman que durante este tiempo los llantos y las súplicas eran sonidos siempre arrastrados por el viento, y cada niño crecía aprendiendo que la única ley era la del cuchillo, y el único derecho era el de los fuertes para hacer lo que quisieran con los débiles.

Bandas corruptas y asesinas, ya admitieran serlo o no, gobernaban cada rincón de Nostramo. Desde las alturas de la nobleza hasta el callejón más hondo, cada pulgada de Nostramo era el dominio, el territorio o el coto de caza de alguien. En las torres de casas de los arrabales, las bandas regían mediante el puro miedo, matando y torturando a placer y librando guerras con las salvajes manadas de marginados que se parecían más a animales que a hombres. Se dice que muchas de estas pandillas se comían a los muertos, y trataban a sus territorios como un depredador a su territorio de caza. En las minas y fábricas que aún mantenían en marcha la industria del planeta, las bandas usaban nombres que resonaban con una falsa autoridad: los Supervisores de Hierro, las Manos de Coregado, los Hijos del Sudor, etc. De grandes músculos y marcados por quemaduras de los hornos, caminaban por las calles con el ruido de las armas y el hedor de la muerte, imponiendo un orden que era poco más que esclavitud. En las áreas más ricas, los crápulas hijos e hijas de la corrupta nobleza se agrupaban en manadas, vestidos con disfraces como contoneantes pavos reales, y eran tan rápidos para matar con un cuchillo o una pistola como para lanzar un insulto: los Sin Alegría con sus caras pintadas de blanco, los Carroñeros Afilados con sus labios cortados para mostrar dientes limados de forma triangular… Así eran los vástagos de la clase gobernante del planeta.

Sin importar su posición, casi todas las bandas debían lealtad a uno de los innumerables barones, condes y señores, que a su vez servían a hombres y mujeres aún más poderosos, muchos de los cuales se hacían llamar por títulos cortesanos que recordaban a una nobleza largo tiempo olvidada. Aunque revestidos por los ornamentos del nacimiento, la sangre y el feudalismo, no había división entre los gobernantes de Nostramo y sus señores criminales: eran todos uno y lo mismo, crueles monarcas de reinos construidos sobre el pecado. Ilgana, la Duquesa de los Suspiros, Balthius, Vástago de los Amaranthii y Tyberon, Señor de la Rueda, eran solo unos pocos de los que vivían en el tiempo en que Konrad Curze vivió a la sombra de su mal gobierno.

El Ascenso del Rey Oscuro[]

Konrad Curze alcanzó la madurez solo. Cuando su cápsula descendió de los cielos de Nostramo, lo hizo como un cometa que se estrelló en una ciudad oscura, pero de su carga Nostramo permaneció ignorante. Como un joven chico solitario, salvaje y cauteloso, se estremeció en las sombras de edificios rotos y sobre los tejados, viviendo como un carroñero y matando a cualquiera que intentase convertirle en su presa, pues incluso de niño tenía una fuerza terrorífica y una voluntad infatigable unidas a una inteligencia sobrehumana y vigilante. Los gritos de la gente rogando bajo el cuchillo del torturador fueron sus canciones de cuna, y cuando dormía, soñaba con guerras aguardando en las estrellas, con muertos amontonados en mundos que nunca había visto, y se despertaba con los gritos de los moribundos en sus oídos y descubría que eran reales. Incluso en la oscuridad, aislado y silencioso, era más una pesadilla que un semidiós. Mataba para sobrevivir, y descubrió que no era no era como aquellos a los que mataba. Eran lentos y débiles en comparación con él, y caían fácilmente ante sus manos, sus puños y sus dientes. Devoró la carne de las alimañas para sobrevivir y cuando eso no bastó, la de los muertos.

En este caldero de pecados aprendió: su mente tomaba los susurros de pensamientos de la carne que comía, y absorbía el idioma y el arte de asesinar de aquellos a los que observaba. Se empapó de todo lo que la oscuridad le podía enseñar, asimilándolo como solo la mente de un Primarca podía. Pero el resultado de este salvaje tutelaje no fue un simple asesino ni una bestia. Quizás algo del propósito superior del Emperador susurró a Curze. Podría haber sido como el resto de nostramanos, un asesino y un criminal. Dada su naturaleza quién puede dudar de que se habría convertido en el corrupto rey de todo lo que le rodeaba, pero no lo hizo. En vez de eso, el chico que se había criado entre las alimañas y alimentándose de los muertos eligió cambiar su mundo llevándole justicia.

Empezó matando a aquellos que se cruzaban en su camino, convirtiendo la colmena de Nostramo Quintus en su coto de caza. El pecado le había rodeado desde su primer aliento, y no había necesidad de buscarlo. Asesinos y matones callejeros empezaron a desaparecer, y después bandas enteras. Sus cuerpos aparecieron mutilados y crucificados en las paredes de los edificios. Tiras de piel arrancada colgaban de los puentes y cabezas cortadas sonreían desde las barandillas. Un nombre empezó a seguir sus hazañas, un nombre que oyó susurrar a los habitantes de su mundo, a la vez con miedo y esperanza. "El Acechante Nocturno" fue el temible nombre que le dieron: un espíritu vengador, un ángel de la justicia ciega, un asesino al que los otros asesinos temían. Empezaron a cazarle, las bandas, los matones de los nobles y los sindicatos del crimen por igual; y esto le convino pues en cualquier caso le acercaba sus presas. Mató a la mayoría de los que fueron tras él, y dejó a unos pocos vivir para llevar su mensaje a las malignas cortes y príncipes de Nostramo. Sin manos y sin ojos, pero con sus lenguas aún intactas, los mutilados mensajeros solo pronunciaban llorando un mensaje: "He venido a por vosotros", decían.

El Acechante Nocturno siguió los susurros, los rumores y las verdades arrancadas de los labios de pandilleros despellejados. Mató y mutiló hasta que las calles enmudecieron y su nombre no fue más una oración por la justicia sino una súplica de los temerosos y todo el planeta quedó subyugado por puro terror. Cuando las ciudades durmieron en silencio y el sonido de los disparos fue un murmullo escaso, fue ante la aristocracia del pecado y les dio a elegir: o se arrodillaban ante él y seguían su ley, o serían destruidos. Algunos nunca abandonaron aquel primer concilio, pero el resto se inclinó ante su nuevo amo, la figura que se había convertido en la representación del miedo en el planeta. Nostramo pertenecía al Acechante Nocturno.

Bajo su reinado, las ciudades de Nostramo prosperaron, convirtiéndose en centros productivos y prósperos, si bien silenciosos y dominados por el miedo. Era un régimen inestable, que dependía de la presencia del Acechante para mantener a sus súbditos a ralla y que se desmoronaría en su ausencia.

Gran Cruzada y destrucción[]

Casi un siglo después de que la Gran Cruzada diera comienzo, el Emperador llegó a Nostramo. Su llegada llevó la luz del sol a aquel mundo envuelto en noche por primera vez. Aquellos que presenciaron la reunión del Primarca y su creador dijeron que Konrad Curze se sometió a la voluntad del Emperador como si ya la hubiera visto, como si estuviera representando un papel que durante mucho tiempo había temido que recaería en él. Desde ese momento, la VIII Legión quedó encaminada hacia la destrucción.

Las Legiones solían cambiar tras el descubrimiento de su Primarca y de su mundo de adopción. En el caso de la VIII Legión, Nostramo y Curze la condenaron, pero al principio pareció la menos cambiada de todas tras el reencuentro con su señor genético. Hubo cambios, por supuesto, pero muchos fueron pequeños. El nostramano se convirtió en el idioma de la VIII Legión, y sus rizadas runas y sibilantes términos se extendieron a medida que los reclutas nostramanos empezaron a superar en número a los viejos terranos. El carácter de la VIII Legión también empezó a incluir un sentido del humor oscuro y cruel y un fatalismo sarcástico. Nuevas tradiciones, que eran retorcidos reflejos de los ritos pandilleros y costumbres de Nostramo, fueron adoptadas por la Legión, como pintar de rojo los guanteletes de los Legionarios condenados para indicar que una sentencia de muerte pendía sobre ellos pero no se cumpliría hasta que dejasen de ser útiles para su señor. Los títulos honoríficos portados por muchos de los oficiales de la Legión comenzaron a imitar los de las cortes de Nostramo.

Estos cambios, aunque notorios, no alcanzaron el corazón de la naturaleza de la VIII Legión, sino que en todo caso la llegada de Konrad Curze intensificó el impulso justiciero de castigo. Sus tácticas y métodos de guerrear no cambiaron un ápice, y la integración de los guerreros terranos y nostramanos fue de las más rápidas de todas las Legiones Astartes. La vieja Legión y la nueva encajaban como las dos caras de una moneda: ambas habían surgido de la oscuridad para imponer el orden en el caos, a partir de hombres nacidos en lugares rechazados y carentes de luz.

La verdad, no obstante, es que la reunión del Primarca con su Legión fue el principio de una espiral descendente que llevaría a los Amos de la Noche a nuevas cotas de horror y nihilismo. Tras la partida de Curze, Nostramo se liberó de su paz impuesta y retornó a sus antiguos pecados. A partir de entonces, Nostramo no envió a la Octava Legión la flor y nata de su juventud, sino escoria callejera empapada en sangre y crueldad. Algunos afirman que esto empezó a envenenar a la Legión, retorciendo su propósito y convirtiendo a muchos Amos de la Noche en simples asesinos dotados con la fuerza de semidioses. Esta tesis, sin embargo, ignora intencionadamente una serie de factores, entre los cuales destaca el liderazgo de Konrad Curze sobre su Legión. Es probable que llegara a despreciar a su propia Legión, pero seguía siendo su señor. En lugar de refrenarla la hizo seguir avanzando, pacificando mediante atrocidades planeta tras planeta. En ocasiones parece haber habido una causa para tales métodos, pero a menudo la única explicación para el diezmado de poblaciones, las fosas de despellejamiento y las ciudades crucificadas parece ser que los Amos de la Noche disfrutaban con ello. Habían dejado de ser monstruos necesarios para ser simplemente monstruos.

La muerte de Nostramo llegó al final de una larga cadena de sucesos en la que los Amos de la Noche acabaron de desprenderse de su honor. La falta de moderación en los métodos de los Amos de la Noche había atraído el desprecio y la hostilidad de otras Legiones. A medida que el desagrado hacia ellos crecía, Curze se vio cada vez más acosado por visiones y portentos de ruina, calamidad y traición. Vio roto todo lo que había aspirado a ser, destrozado el orden y la justicia de la galaxia, y a sus hijos convertidos en monstruos sin causa ni propósito. Curze se recluyó cada vez más, y la poca luz que aún brillaba en su ser se apagó, dejándole solo oscuridad y los aullidos de un futuro perdido.

Cada vez más perdido en su propia alma, Curze confió su pesar a Fulgrim, el único hermano con el que tuvo confianza. Fulgrim traicionó esa confianza, contando a Rogal Dorn sus preocupaciones sobre que Curze sucumbiera a la locura. La situación estalló en el Sistema Cheraut, cuando Curze perdió el control y casi mató a Rogal Dorn. Huyendo de la ira de Dorn, Curze regresó a la oscura periferia que siempre había sido su refugio. Fue entonces cuando llegaron a sus oídos noticias de Nostramo. El mundo que había rescatado de la barbarie había retornado al crimen y la corrupción. Los hombres dejados para gobernar en su ausencia habían sucumbido a la avaricia, y las ciudades del mundo sin sol volvían a resonar con los gritos de muerte. El juicio de Curze fue simple y rápido: los Amos de la Noche reunieron sus naves en órbita y, enfocando sus cañones en el cráter que dejó el Primarca cuando aterrizó como infante, destruyeron Nostramo. Como Primarca y Señor de Cruzadas, tenía derecho a liberar o destruir como viera conveniente, pero en el momento en que Nostramo murió, los Amos de la Noche perdieron su último resquicio de autocontrol, aunque haría falta la traición de otros para sacar este cambio a la luz.

Fuentes[]

  • The Horus Heresy II.
  • Black Crusade - The Tome of Blood, p. 26.
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