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Baal

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La Sangre fue la tribu baalita que encontró a Sanguinius. Cuando la gente de la tribu lo encontró se dividieron en dos bandos: unos creian que debian matarlo porque era mutante y los otros decian que se lo quedaban porque aparte de las alas era un ser perfecto. Al final se lo quedaron.

Sanguinius[]

Al igual que el resto de Primarcas, Sanguinius alcanzó un gran tamaño, como sus alas. Estas eran tan blancas y virginales como las de un cisne, pero fuertes como las del Águila Imperial. Con ellas volaba por encima de los aterrorizados y devotos habitantes de Baal.

Solo un año después de que fuera encontrado en La Cuna del Ángel, Sanguinius era ya más alto que ninguno de los hombres que nunca se hubiesen visto en Baal o en sus lunas. Sus formas eran perfectas y su belleza era tal que muchos no se atrevían a mirarlo por si su visión cegaba su impura mirada. Podía caminar bajo los más duros rayos del sol mientras su familia adoptiva tenía que parapetarse de ellos con unos pesados trajes antirradiación. Podía abrirse camino entre las rocas con sus propias manos, paralizar a un animal con su mirada y elevarse en los cielos para echar un vistazo desde los aires tal y como lo haría un dios. Al tiempo que Sanguinius maduraba, la tribu prosperó bajo su guía.

La transcripción de un mito baalita llevada a cabo por el eminente erudito Hyriontericus Lucidio (2.342.345.M33) ha sido preservada con sumo cuidado entre los tomos altar de los Ángeles Sangrientos. Las palabras de la siguiente cita fueron recogidas inalteradas en el libro de Lucidio Escritura Baalita, transcritas tal y como las pronunció el anciano Imrait'il'thax:

"Ellos, los mutantes caníbales, eran cientos, muchos más que nosotros. Lanzaban cuchillas por boca, miraban con ojos, agarraban espadas roñosas y escudos con manos. Sabíamonos muertos en aquel instante. Entonces el Ángel llegó para ayudarnos. Él, el Inmaculado, no quería que nos sucediera nada malo. Primero lanzó un rayo blanco y, luego, con la muerte andando su lado, una cosa roja. Sus ojos y corona parecían ardiendo, intensos. Una brillante corona de violencia, una tormenta de arena de destrucción. Quedámonos perplejos ante la belleza de su danza. Y luego no había mutantes, solo silencio y bajó ante nosotros, goteando sangre, y permaneció inmóvil como una lápida".

Sanguinius pronto llegó a lo más alto de la sociedad de Baal Secundus y, bajo su liderazgo, las tribus baalitas purasangre se unieron para combatir a los mutantes que se habían extendido como una plaga por Baal. Aunque eran muchos menos, los purasangres ganaron la guerra contra los desalmados mutantes. El divino y perfecto liderazgo de Sanguinius, junto con su absoluta maestría en el combate cuerpo a cuerpo, acabó con la epidemia que amenazaba con infestar todo Baal Secundus. En batalla, su ira era total e imparable. Y pasó lo inevitable: Sanguinius empezó a ser adorado como un dios por sus seguidores. Pensaban que el paraíso aguardaba a todos aquellos que siguiesen los pasos carmesíes del Ángel.

Y fue así como, cuando el Emperador llegó a Baal, su hijo perdido se sentaba en la cabecera del Cónclave de la Sangre. La Suma Majestad de la Humanidad había interpretado correctamente los símbolos que le habían hecho creer que uno de los primarcas se hallaba en Baal Secundus y condujo a sus mejores hombres hasta la superficie de este planeta.

[Nota: En este punto, los eruditos dejan de relatar la historia según las fuentes baalitas (aunque estas fueron registradas diligentemente), puesto que el séquito del Padre de la Humanidad incluía muchos personajes distinguidos y escribas artesanos que recogieron todo lo que sucedió en aquel momento.]

Se sabe que el Emperador entró en la sala excavada en la roca viva del Monte Serafín durante el clímax del Cónclave de la Sangre. Sanguinius estaba secundado por diez mil purasangres. El Emperador caminó entre sus filas, una figura dorada que sobresalía entre los guerreros de La Sangre. Pero el Emperador sabía ser humilde de igual manera que era divino y se mantuvo allí como un servidor más del Primarca. Sanguinius ofreció un discurso que alegró las almas de sus gentes y que les dio algo más que esperanza. Cuando acabó, se elevó sobre ellos con sus alas y los hombres prorrumpieron en un grito que retumbó en toda la sala. Ahora, el Emperador sabía sin duda que se encontraba ante uno de sus hijos perdidos.

Cuando el Emperador se acercó a él, Sanguinius reconoció inmediatamente al Emperador. Muchos piensan que la habilidad de Sanguinius para ver el futuro le había avisado de la llegada del Emperador, lo que explicaría su reacción. Cayó a sus pies mientras lágrimas de cristal corrían por sus mejillas. Donde estas caían, crecían flores de alabastro sobre la arena de Baal Secundus. El Emperador le obligó a que se levantara y le mirara a los ojos. Vio que su hijo era puro de obra y pensamiento y que poseía parte de su propia fuerza y nobleza.

Así fue como nacieron los Ángeles Sangrientos bajo el abrasador sol de Baal. Lamentablemente no se sabe nada mas de la tribu, pero se supone que sigue viajando por Baal secundus

De interés[]

Fuentes[]

Codex Ángeles Sangrientos 5ª Edición. Games Workshop. Todos los derechos reservados.

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