Wikihammer 40k

Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

LEE MÁS

Wikihammer 40k
Advertisement
Wikihammer 40k
12 085
páginas
Impriwars banner

Todoestrategia banner

Dornian Heresy logo
El contenido de este artículo pertenece a la saga No Oficial de la Herejía de Dorn, que ha recibido el Sello de Calidad Wikihammer.

¡Disfrútala!

Blindados con una suspicacia nacida de amargas experiencias, los Guerreros de Hierro han sido calificados a menudo de paranoicos, pero como los sucesos de la Herejía de Dorn demostraron, ni siquiera un hermano Astartes es implícitamente fiable. Como consumados maestros del asedio, fueron fundamentales en el éxito de la Gran Cruzada, y tras la Traición refortificaron el Imperio para resistir asaltos tanto desde dentro como desde fuera. Mientras otras Legiones han depositado su confianza en los peligrosos poderes psíquicos o en la superstición de la fe ciega, los Guerreros de Hierro dependen de gruesos muros, abrumadora potencia de fuego y meticulosa planificación para asegurar la victoria.

Historia[]

Orígenes[]

El Emperador creó a los Primarcas para que fuesen epítomes de la Humanidad que dirigiesen a Sus ejércitos de conquista, y sintiendo la amenaza que representaban, los Dioses del Caos dispersaron a los infantes por toda la galaxia. Prueba de las habilidades y la fuerza de voluntad que el Emperador les concedió es que, en la mayoría de casos, subieron a puestos de poder dentro de sus respectivas sociedades. En su Speculum Historiae, Carpinus hizo la famosa afirmación de que el carácter de cada uno de los Primarcas había sido moldeado por las culturas en las que se criaron, haciendo mención especial a Perturabo y a su mundo de juventud. Olympia era un mundo dividido en montañosas ciudades-Estado, cuyos conflictos no avanzaban debido a las pesadas fortificaciones y fuertes defensas que cada una había perfeccionado más y más a lo largo de los siglos. Cuando el Emperador alcanzó Olympia, Perturabo había llegado a dirigir los ejércitos de Lochos, una de las ciudades-Estado. Sus habilidades innatas le permitieron no solo diseñar a la perfección la invasión de varias de las ciudades-Estado vecinas, acabando con cientos de años de combates estancados, sino también desbaratar los ataques preventivos de aquellas que temían ser las siguientes.

Perturabo era un genio en las artes del asedio, pero cuando se trataba de interactuar con otros humanos, era frío y distante. Durante toda su juventud había estado acosado por la soledad y angustiado por el misterio de su propio origen. Esta desconexión no fue evidente cuando se reunió por primera vez con su verdadero padre, el Emperador. Reconociendo al instante el lazo que los unía, y descubriendo finalmente la razón de su existencia, Perturabo Le saludó con una calidez que no creía que existiese dentro de él. Mientras hablaban, Perturabo llegó a ver la Gran Cruzada de su padre como algo más que un simple ejercicio de derribo de las defensas de los mundos que se les opusieran, sino como un medio para extender el racionalismo y la iluminación a una galaxia atrapada por las supersticiones. Como primer paso, el Emperador le concedió el mando de la Cuarta Legión Astartes, y le ordenó unificar Olympia bajo su mando. Los antiguos gobernantes de las ciudades-Estado se enfurecieron por quedar reducidos a simples vasallos, pero dadas las circunstancias no tenían el poder necesario para evitarlo.

Perturabo remodeló a sus tropas según sus propios ideales, y los rebautizó como los Guerreros de Hierro, pero al hablar con sus Tecnomarines, vio que aún tenía mucho que aprender. Mientras su Legión se preparaba, Perturabo emprendió un viaje para conocer a los Tecnosacerdotes de Marte que, para alguien menos racionalista, podría haberse tomado por una peregrinación. Sorprendió a los Magos con su razonamiento analítico, y absorbió la sabiduría acumulada en el planeta rojo a un ritmo impresionante. Marte se convirtió casi en un segundo hogar para Perturabo, pero al final llegó la hora de que aplicase todo lo que había aprendido en la Gran Cruzada.

La Gran Cruzada[]

Perturabo había entrenado bien a su Legión, y las habilidades de los Guerreros de Hierro para la ingeniería de combate y la guerra de asedio les hacían muy efectivos anexionando mundos para el floreciente Imperio. Sin esfuerzo aparente, eran capaces de determinar la ruta más eficiente para evitar las defensas enemigas y derribar sus bastiones. Aunque los Guerreros de Hierro se hicieron esenciales para mantener el empuje de la Gran Cruzada, su comportamiento reservado hacía que demasiado a menudo el crédito de sus acciones fuese reclamado por otros. Perturabo tenía poca necesidad de alabanzas, pero reconocía el dañino efecto que esto estaba teniendo en la moral y la efectividad de sus Astartes, que no compartían su nivel de distanciamiento clínico.

Esta frustración pudo ser una de las razones que convirtió la rivalidad entre los Guerreros de Hierro y los Puños Imperiales de Rogal Dorn sobre desacuerdos en metodología de asedio en un odio directo. La campaña en el planeta Schravann había sido tan dura que habían llegado a acudir cuatro Primarcas antes de poder concluirla. En el banquete celebrado para festejar la victoria, Horus Lupercal de los Lobos Lunares alabó cálidamente a los Guerreros de Hierro por sus logros, que incluían la destrucción de la ciudadela final del enemigo, y proclamó que Perturabo era el mayor experto en asedios del Imperio. Rogal Dorn, sin embargo, se mostró en desacuerdo, y dijo que el Palacio Imperial en Terra, que había diseñado él y que sus Puños Imperiales defendían, era inexpugnable, y a prueba de cualquier ataque. Perturabo, con fría lógica, señaló que habiendo estudiado los planos, había localizado varios puntos débiles que un atacante determinado podía aprovechar, y además estimó que si surgiera la necesidad, sus Guerreros de Hierro podrían penetrar los muros en dos meses. Al oír esto, la sala estalló en gritos, pues los Puños Imperiales acusaban a Perturabo de tener intenciones traicioneras y de planear asesinar al Emperador. Entre las acusaciones y los insultos, la verdadera intención de Perturabo (ofrecer sugerencias sobre cómo podía mejorarse la seguridad del Emperador) fue ignorada, y solo la intervención de Horus y Fulgrim impidió que la discusión degenerara en un derramamiento de sangre. Como era de esperar, Schravann fue el último planeta en que las dos Legiones lucharon juntas.

Tras muchas décadas de éxito, el empuje de la Gran Cruzada empezó a flaquear. Se había alejado de Terra a tal ritmo que las líneas de suministros se habían extendido demasiado y quedado vulnerables. Horus, uno de los pocos Primarcas a los que Perturabo podía realmente llamar amigo suyo, le pidió consejo sobre el problema que amenazaba con detener sus progresos. Afirmó que varios mundos estratégicamente importantes estaban cayendo presa de incursores, o incluso intentando separarse del Imperio, y que las fuerzas encargadas de guardarlos no estaban a la altura de la tarea. Cuando Horus pidió a Perturabo su opinión sobre la mejor forma de solucionar todo esto, su recomendación fue que esos mundos estratégicos fuesen guarnecidos por Astartes, y sabiendo que su Legión era la mejor dotada para esta misión, ofreció a sus Guerreros de Hierro.

Horus reprimió su sonrisa hasta que su hermano hubo salido de la habitación. Si se le pidiera abiertamente que desangrase la fuerza de su Legión guarneciendo la retaguardia de la Cruzada, Perturabo se habría negado con todo el derecho, pero un hombre muy sabio había dicho una vez que la mejor forma de hacer que alguien haga algo es hacerle creer que era idea suya todo el tiempo. Perturabo era tan clínicamente lógico que todo lo que había tenido que hacer era presentarle los hechos desnudos (adecuadamente arreglados, por supuesto) y pedirle que determinase imparcialmente el curso más racional de actuación... Casi había sido demasiado fácil.


Aunque la lógica de esto era innegable, tuvo un efecto desastroso en la moral de la Legión. Se convirtieron en guerreros sin guerra, aislados y dispersos por toda la galaxia en grupos tan pequeños que a veces no eran más que una escuadra. Con las líneas de suministros aseguradas, las expediciones siguieron alejándose aún más de Terra, lo que a su vez requirió la creación de aún más guarniciones. El número de Guerreros de Hierro en las líneas del frente se redujo hasta el punto de que ya no podían operar eficientemente por sí mismos, y se volvieron cada vez más dependientes de otros para llevar a cabo sus planes de batalla.

Esto pasó a un primer plano en Ullanor, donde Horus fue nombrado Señor de la Guerra de la Gran Cruzada en lugar del Emperador. Este honor se debía en parte al número sin precedentes de mundos anexionados por los Hijos de Horus, un número que no habría sido ni mucho menos tan alto de no haber sido por el sacrificio y el apoyo de los Guerreros de Hierro. Con una frágil calma que ocultaba su tensión, Perturabo discutió esto con el Señor de la Guerra. Usando una lógica irrefutable, explicó que los mundos guarnecidos habían sido estabilizados hasta el punto de que las habilidades de su Legión estaban siendo desperdiciadas. Siguió presionando, señalando la creciente resistencia que las expediciones estaban encontrando, y afirmando que en su opinión su Legión era la más adecuada para reforzar la ofensiva. Ante esta descripción clínica de la situación, Horus cedió, y percibiendo que su hambre de combatir podía ser usada para beneficio de la Gran Cruzada, reasignó casi la mitad de las guarniciones a los Puños Imperiales.

Liberados de los sofocantes confines de las interminables tareas de guarnición, los Guerreros de Hierro regresaron a las líneas del frente con un entusiasmo poco habitual en ellos. Demostraron su valía de tal forma, que el Señor de la Guerra no tuvo más remedio que liberar a la otra mitad de su Legión. Desde la purga de las madrigueras Hrud en Gugann, que habían resistido a las fuerzas imperiales durante décadas, al derrumbe de las fortalezas de cristal viviente de los Khugee, parecía que nada podía detener su implacable avance. Incluso la desastrosa noticia de que los Ultramarines se disponían a separarse del Imperio fue tomada como una oportunidad de demostrar sus capacidades. Aunque detestaba poner a su Legión bajo el mando de Rogal Dorn, quien dirigiría el asalto, Perturabo ofreció a los Guerreros de Hierro para ayudar en la derrota de Guilliman en Istvaan.

El mensaje astropático que recibió como respuesta era tan corto como críptico. Simplemente decía: "Una Legión que no puede ni siquiera conservar su mundo natal no puede enfrentarse a otros Astartes." Tras ponerse urgentemente en contacto con Olympia, descubrieron que las revueltas se habían extendido por todo el planeta. Las muchedumbres furiosas avanzaban sin oposición por las calles, atacando edificios imperiales y pidiendo el regreso a la independencia. Parecía que los antiguos gobernantes de las ciudades-Estado habían pasado del resentimiento amargado a una revuelta abierta en sus intentos por recuperar el poder. En la confusión nadie pensó en preguntarse cómo Dorn se había enterado tan rápidamente de las revueltas, y para cuando lo hicieron, la Herejía ya se había cobrado a tres Legiones Leales.

La Herejía de Dorn[]

Con su mundo natal sumido en las revueltas, Perturabo ordenó a los Guerreros de Hierro que regresasen a Olympia a toda prisa. Mientras viajaban, el Señor de la Guerra Horus les informó de la traición de Dorn en Istvaan, y de las fuerzas demoníacas que se disponían a hundir al Imperio en una guerra civil galáctica. Aunque Perturabo se burló inicialmente de la existencia de tales criaturas de pesadilla, parecía que su desconfianza hacia Dorn había estado bien fundada. Solo mucho después, tras la matanza de la Herejía y de los mundos de la Jaula de Hierro, se reveló toda la extensión de los planes de Dorn. Istvaan V había sido diseñado como una trampa para aplastar a las Legiones que Dorn no había podido convertir a la adoración a los Poderes Ruinosos. En lugar de arriesgarse a que los Guerreros de Hierro descubriesen la emboscada de Istvaan, los agentes de Dorn habían fomentado el alzamiento de Olympia para alejarlos de la inminente guerra. Afortunadamente, habían subestimado la fuerza de la recién reforzada guarnición de Olympia, que fue capaz de reimponer rápidamente el orden y empezó a eliminar a los demagogos del Caos y a sus equivocados seguidores. Confiado al saber que su mundo natal estaba asegurado, Perturabo redirigió su flota hacia el planeta que con toda seguridad sería el destino final de Dorn: Terra.

Aunque anteriormente habían odiado sus Mundos Guarnición, durante su viaje se hizo evidente lo efectivos que eran manteniendo el orden, y el vital papel que jugaban al mantener abiertas las líneas de suministro para los Leales. Mucho menos bienvenidas fueron las guarniciones que habían cedido recientemente a los Puños Imperiales, que estaban cumpliendo básicamente la misma función en favor de la causa Traidora. No había tiempo para arrasarlas, pero Perturabo juró a su Legión que regresarían a recuperarlas tan pronto como la insurrección de Dorn hubiese sido aplastada. Por encima de todo, debían alcanzar Terra y salvar al Emperador, pues perderlo a Él sería perderlo todo.

Este mantra fue mucho más difícil de soportar cuando escucharon las súplicas de sus aliados en Marte. Estaban siendo atacados no solo por sus hermanos corruptos por el Caos y las Legiones Titánicas Traidoras, sino también por los Astartes de los Manos de Hierro, de quienes se decía que se estaban preparando para desatar alguna terrible arma en las profundidades del Laberinto de Noctis. Perturabo ansiaba ir a Marte, pero con los Hijos de Horus listos para desembarcar en Terra, no tenían otra opción que seguir camino. Las desesperadas peticiones del Mechanicum se convirtieron pronto en amargas y furiosas amenazas, y en el ultimátum de que si no acudían de inmediato, estarían "muertos por toda la eternidad" para ellos. Todo tipo de venenosas acusaciones fueron pronunciadas, llamando a los Guerreros de Hierro rompedores de juramentos y cosas peores, de forma que la flota había bloqueado sus frecuencias mucho antes de que las transmisiones globales del planeta rojo cayesen en un ominoso silencio.

La guerra rugió a lo largo y ancho de Terra, pero los Guerreros de Hierro se vieron atraídos inexorablemente hacia el Palacio Imperial. Era la autoproclamada obra maestra de Dorn en el campo de la ingeniería defensiva, la causa de la disputa entre ellos desde Schravann. Ahora disfrutarían derribándolo ladrillo a ladrillo. El Señor de la Guerra les había ordenado solo mantener a los Traidores encerrados dentro, lo que ralentizaría su avance hacia la entrada de la sala del trono del Emperador. Cuanto más tiempo permaneciesen distraídos y sin enterarse de Su verdadera localización, más tiempo tendría el Señor de la Humanidad para lograr que Sus planes se cumpliesen. Perturabo, no obstante, no estaba satisfecho simplemente con bombardear desde lejos el palacio. Quería romper los muros y demostrar a Dorn, de una vez por todas, la superioridad en el asedio de su Legión.

Los Guerreros de Hierro probaron las defensas y defensores del palacio con vigor, obteniendo valiosos datos sobre las debilidades de su diseño, pero perdiendo a muchos Hermanos de Batalla en el proceso. Al ver esto, Horus le dijo que retrocediese, pues esos hermanos serían necesarios después. Incluso Konrad Curze, desde el otro lado del planeta, contactó con Perturabo y le rogó que retrocediese. Los Guerreros de Hierro, sin embargo, no habían dado la espalda a liberar los Mundos Guarnición ni a ayudar a sus amigos del Mechanicum para no enfrentarse con su enemigo más odiado y desaprovechar la oportunidad de acabar con la Herejía de Dorn de una vez por todas.

Que los Portadores de la Palabra se queden con sus cantos vacíos y sus letanías de fe, pensó Perturabo. Para él, no había mejor coro que el profundo rugido de sus poderosas armas de asedio. La sutil deficiencia que había detectado en la gran puerta se estaba volviendo cada vez más pronunciada con cada impacto: una descarga más bastaría. A su alrededor, su Legión estaba preparada, con cada hermano de batalla consciente de su papel en el inminente asalto a la brecha. Mientras la artillería recargaba y se disponía a disparar otra vez, Perturabo reflexionó sobre el urgente y casi incoherente vocomensaje que había recibido de Curze no hacía ni diez minutos atrás. Todo eso de las terribles profecías y visiones, que le advertían de su muerte si procedía con el ataque, y no a manos de Dorn, sino de Sanguinius, sonaba ridículo en el mejor de los casos, y propio de brujería herética en el peor. El Palacio Imperial era la obra maestra de Dorn, y si estaba a punto de ser penetrada, sin duda él estaría allí.

Las inmensas armas de asedio dispararon de nuevo, y la Última Puerta se partió a lo largo de la falla con un poderosísimo crujido y un tufo a muerte putrescente. Dirigió a su Legión en una carga contra la brecha, ignorando los intermitentes disparos desde las fortificaciones que había muy por encima de ellos. Delante, un cálido y fétido viento deshizo el polvo y el humo que habían ocultado la puerta para revelar a Sanguinius, decadente pero lleno de una terrible energía infernal. En un instante de terror, Perturabo se dio cuenta de que la predicción de Curze podría ser cierta. Podría haberse retirado en ese mismo momento. Podría haber vivido para luchar otro día, pero se habría muerto por dentro. Ese no era el hombre que él era, ni el que jamás sería.

Maldiciendo al Rey Oscuro por plantar aquella persistente semilla de duda en su mente, Perturabo rugió su desafío y cargó contra la bestia putrefacta que una vez había sido su hermano.


En el quincuagésimoquinto día del asedio, los Guerreros de Hierro abrieron una brecha en el supuestamente impenetrable palacio de Dorn, y al hacerlo demostraron su superioridad sobre los Puños Imperiales en la guerra de asedio. Sin embargo, su ataque fue rechazado, aunque no por Rogal Dorn, sino por Sanguinius y sus Ángeles Sangrientos. Hacia el final de la batalla cientos de sus hermanos yacían muertos en el barro, pero nada partió tanto sus fríos corazones como la visión del destrozado cuerpo de Perturabo. Devastados por la pérdida sin sentido de su Primarca, los Guerreros de Hierro se reagruparon para lanzar otro asalto contra la Última Puerta. Ignorando incluso las órdenes del Señor de la Guerra Horus, parecían resueltos a unirse a Perturabo en la muerte, y solo mediante la intervención personal del mismísimo Emperador recuperaron los Guerreros de Hierro la cordura. Con gran reticencia se retiraron para fortificar el nuevo centro de la resistencia imperial: el Astronomicón.

Estos bastiones se hicieron vitales cuando los Traidores atravesaron finalmente los muros de la sala del trono y descubrieron que habían sido engañados. Los Guerreros de Hierro demostraron ser tan valientes en la defensa como en el ataque, y sus esfuerzos fueron decisivos no solo para mantener a raya a las Legiones Traidoras, sino también para infligirles horrendas bajas en el proceso. Su conocimiento técnico también fue importantísimo en la tarea de reconfigurar el Astronomicón, primero para debilitar a las legiones demoníacas de toda Terra, y después, tras el fin de la Herejía, para mantener al críticamente malherido Emperador vivo en cuerpo y alma.

Los Mundos de la Jaula de Hierro[]

Aunque Dorn estaba muerto y sus esbirros huían apresuradamente de Terra, las Legiones del Caos estaban lejos de ser derrotadas. Brutales conflictos internos aún rugían a través del Imperio, y los Astartes Traidores en retirada hacían todo lo posible por avivar las llamas de la guerra a su paso. En algunos mundos se detuvieron más tiempo, creando putrefactos centros de corrupción con los que hacer caer a los planetas circundantes. Los peores de todos eran los mundos firmemente guarnecidos por los Puños Imperiales. Su presencia, y el efecto que tenían para la causa Traidora, habían sido una carga pesada de soportar, y por tanto antes de que las cenizas se hubiesen enfriado en Terra, la Legión partió para cumplir el juramento de Perturabo de recuperarlos.

Su misión recibió una nueva dosis de urgencia por las provocadoras transmisiones que llegaban de estos mundos. Hablaban de poblaciones enteras puestas a trabajar hasta la muerte y sacrificadas a los Dioses Oscuros para convertir cada planeta en una fortaleza. La decisión del Señor de la Legión de que cada Gran Compañía atacase simultáneamente a un mundo diferente para evitar que terminasen sus fortificaciones fue bienvenida inicialmente como un bravo golpe digno de Perturabo. En realidad, era simplemente la acción de un hombre llevado por el dolor, e incapaz de igualar la habilidad y el juicio de su difunto Primarca. Cada Gran Compañía tenía lazos con un mundo distinto, y las discusiones sobre cuál debería ser liberado primero habían amenazado con desgarrar la Legión. Llegaron para descubrir que habían sido engañados, y que las fortificaciones ya estaban completas. El duelo por su Primarca perdido había borrado todo rastro de su distanciamiento analítico, y así, en una docena de mundos las ya desgastadas Grandes Compañías entraron voluntariamente en las trampas que les habían sido preparadas.

En lo que se conoció como la Campaña de la Jaula de Hierro, los Guerreros de Hierro se vieron atrapados en sangrientos puntos muertos. Carecían de las fuerzas suficientes para romper decisivamente las fortificaciones interconectadas y potenciadas por el Caos del enemigo, y poseían demasiado orgullo para retirarse del combate. Una y otra vez asaltaron bastiones, solo para descubrir que el enemigo ya se había retirado, y que el lugar por el que habían sangrado para conquistarlo se había convertido en el siguiente matadero. Aunque soportaron sus pérdidas estoicamente, la frustración por no llegar nunca a enfrentarse directamente al enemigo los devoraba por dentro. Eran acosados por los recuerdos del asedio al Palacio Imperial, donde habían penetrado a cambio de un alto precio solo para ver que su enemigo más odiado no estaba por ninguna parte.

A medida que la Jaula de Hierro se cerraba cada vez más, la misma historia se repetía en cada planeta. Por culpa del demoledor desgaste los Guerreros de Hierro estaban siendo llevados al punto de extinción. Cuando apenas un cuarto de ellos seguía capacitado para luchar, los Traidores pasaron finalmente a la ofensiva. Reconociendo su inminente destrucción, pero aun así agradeciendo la oportunidad de enfrentarse cara a cara al enemigo, solo la oportuna intervención de Abaddon, al mando de una coalición de Astartes Leales, evitó su aniquilación y rompió la Jaula de Hierro.

Habiéndose resignado a su destino, Kruger se sorprendió de sentir cómo el peso del Traidor era retirado de su pecho. Parpadeando para apartar la sangre de sus ojos, percibió a malas penas al destrozado cadáver del Puño Imperial siendo alzado y arrojado sin esfuerzo a un lado. A pesar de que llevaba el casco de Exterminador puesto, Kruger no podía equivocarse al reconocer a su salvador. Con un asentimiento agradecido, tomó la mano ofrecida por Abaddon y se alzó tambaleante hasta estar de pie. Aturdido, sin palabras, miró el campo de batalla y vio Astartes vistiendo los colores de la Guardia de la Muerte, los Mil Hijos, los Amos de la Noche, los Portadores de la Palabra y los rebautizados Templarios Negros de Abaddon cayendo sobre los Puños Imperiales y acabando con ellos.

"Disculpas por nuestra intervención en vuestra zona de guerra, Herrero de Guerra Kruger," resonó el grave gruñido, "pero las habilidades de los Guerreros de Hierro son necesarias en Terra. Tenemos un Imperio que reconstruir."


Refortificando el Imperio[]

Con la galaxia destrozada por la devastación de la Herejía de Dorn, los Guerreros de Hierro recibieron la misión de refortificar primero Terra, y después el resto del Imperio. Reconstruyeron y extendieron las fortificaciones en torno al Astronomicón, convirtiéndolo en una ciudad blindada aún más imponente que el viejo Palacio Imperial. Habiendo visto lo efectivos que habían sido los Mundos Guarnición para imponer el orden, la Legión regresó una vez más a ese formato. Se eligieron mundos de importancia estratégica, incluyendo los que guardaban las principales rutas a través del Imperio, los centros de producción industrial, y en particular los Mundos Fortaleza Praeses que vigilan en torno al Ojo del Terror.

Desprovistos del apoyo del Adeptus Mechanicus, en su lugar tomaron tributos de los Mundos Guarnición. Esto tomó la forma de materias primas, productos militares y, para ayudar a cimentar la relación con los planetas que defendían, reclutas. Para asegurarse de que el error de la Gran Cruzada – quedarse rápidamente sobreextendidos y aislados – no se repetiría, crecieron más allá de sus niveles anteriores a la Herejía. Esto se complementó además con el añadido de vastos números de servidores de combate, máquinas de guerra y otros ingenios destructores más especializados. Esto les permitió ser activos en la defensa y golpear a sus enemigos antes de que ellos tuvieran la oportunidad de atacarles. Otro factor que impulsó su expansión fue que, aunque apreciaban la intervención de Abaddon en la ruptura de la Jaula de Hierro, la idea de estar en deuda de esa manera, incluso con un aliado cercano, iba ahora contra su naturaleza.

Su desconfianza no se reserva solo para sus hermanos Astartes. Tales son su desdén hacia la precisión de la artillería empleada por el Ejército y la Armada Imperiales, y las pérdidas que sufrieron por su incompetencia, que la creación de su propia fuerza de artillería pesada se convirtió en una alta prioridad. Del mismo modo, la fría relación con los Adeptos de Marte se negó a caldearse tras la Herejía, volviéndose en todo caso aún más gélida a medida que el Mechanicum caía en la superstición. Para cubrir esa carencia, los Guerreros de Hierro construyeron máquinas de guerra siguiendo patrones parecidos a los enormes Ordinati, a los imponentes bípodes clase Caballero e incluso, se rumorea, a los Titanes. Los Adeptos de Marte se quejaron amargamente por esto, afirmando que tales creaciones debían haber sido saqueadas, pero los Guerreros de Hierro mantienen desafiantemente que son solo los resultados de su propio ingenio. Aunque se ha visto con seguridad cómo la Legión ha recuperado objetos dañados pertenecientes al Mechanicus del campo de batalla, tales aparatos siempre son entregados escrupulosamente a su mundo forja de origen.

Antes de que el transporte pesado se hubiera siquiera detenido del todo, el Hermano Teniente ya estaba fuera de su silla de mando y avanzaba a través de la cubierta inferior de carga. A su orden, fila tras fila de plataformas móviles de armas trinaron en sus bahías de tránsito cuando los servidores de armas que los controlaban despertaron. Caminó decidido hacia las puertas traseras de la bodega, hasta que algo llamó su atención: el tatuaje designatorio de la piel reseca de un servidor. Los primeros caracteres, JZ03, eran los mismos que había en su brazo... Ambos procedían del mismo Mundo Guarnición. La Legión afirmaba a bombo y platillo cómo el reclutamiento en esos mundos forjaba un lazo irrompible, pero la sucia verdad era que a menos que nacieras en Olympia, tu destino era servir como uno de estos servidores de ojos muertos. Él había sido la excepción, por supuesto. Mediante pura habilidad, determinación y astucia había subido por la escala de mando, pero ni eso detuvo la desconfianza y la falta de respeto que tan casualmente le eran dirigidas. Como si le leyera sus pensamientos, la conexión de mando cobró vida con un crujido.

"Mestizo, ¿qué te entretiene? ¡Abre esas malditas puertas!", llegó el familiar tono imperioso de Fennix, su oficial "superior". Se tragó su ácida respuesta, archivó mentalmente el insulto para una venganza posterior y dio la señal para abrir las puertas de carga. Según los escaneos de auspex, la instalación de semilla genética Traidora parecía sorprendentemente protegida, presumiendo de batallones de blindados, infantería ¡e incluso Titanes! La inminente batalla iba a ser sangrienta y brutal. Bien, pensó el Teniente Honsou. Así era justo como le gustaban.


De todos los Astartes Traidores que amenazan al Imperio, son los de la antigua VII Legión, los Puños Imperiales, los que atraen la mayor parte de la atención de la Legión. Ya se llamen a sí mismos la Legión Negra, los Vástagos de Dorn o los Puños Carmesíes, los Guerreros de Hierro aprovechan toda oportunidad que se les presenta para enfrentarse a ellos. La elusiva naturaleza de los Ángeles Sangrientos ha hecho que sea rarísimo poder llevarlos a una batalla decisiva. La excepción a esta regla tuvo lugar en Mackan a finales del M37, cuando atrajeron a la Legión de la Plaga a una trampa que resultó en la masacre de la mayor parte de dos Grandes Compañías, y que dio a los Guerreros de Hierro cierta venganza por la muerte de su Primarca.

Esta concentración en las Legiones del Caos, especialmente en torno al Ojo del Terror, ha hecho que no se pueda prestar tanta atención a la frontera con el Segmentum Ultramar de Guilliman. A pesar del tamaño y el poder de la Legión, ni siquiera ellos pueden cubrir toda su longitud. Los mundos bajo su égida resisten este implacable avance mejor que los que los rodean, lo que ha provocado que pequeños enclaves imperiales queden asediados en lo profundo del espacio de Ultramar.

Organización[]

Tras los horrores de los Mundos de la Jaula de Hierro, y la vergüenza de ser salvados por las Cruzadas en masa de Abaddon, los Guerreros de Hierrro resolvieron no volver a ponerse en una situación semejante. Con este fin han reclutado agresivamente nuevos miembros, para que sus Grandes Compañías contengan muchos más que los mil combatientes Astartes que tenían antes de la Herejía. La mayoría de Herreros de Guerra pueden dirigir ahora al menos a cinco mil Hermanos de Batalla, y a veinte veces ese número de servidores. El cimiento de cada Gran Compañía es su Arsenal, y la calidad y cantidad de su producción es una fuente de gran orgullo. En lugar de ser un departamento separado, el Apothecarion está supeditado al Señor de la Forja, y es tan responsable de crear y mantener al ejército de servidores de la Legión como de atender a sus hermanos Astartes.

Su innata suspicacia hace estallar frecuentes rivalidades dentro de la Legión, y la competición entre Tenientes es favorecida positivamente por los Herreros de Guerra, con el fin de empujarles a acometer mayores esfuerzos, y solo se la interrumpe cuando amenaza con resultar destructiva para la Legión. Cada Teniente dirige a cientos de Marines, escuadrones de vehículos blindados y piezas de artillería suficientes para arrasar ciudades enteras. Periódicamente, estos veteranos endurecidos en batalla son retirados del frente para ocuparse de las tareas de guarnición, durante las cuales pueden recuperarse, reparar su equipo y recomponer sus fuerzas. La misión de proteger sus Mundos Guarnición es vital, pues los tributos que aportan son absolutamente necesarios para el crecimiento continuado de los Guerreros de Hierro. Perder un Mundo Guarnición es una terrible vergüenza, que un Herrero de Guerra se esforzará tremendamente por corregir.

La muerte de un Herrero de Guerra, especialmente si no ha nombrado un sucesor claro, es un tiempo de gran agitación, pues la ambición y las amargas rivalidades salen a la luz. En raras ocasiones la lucha por el poder es tan extrema que el único recurso es pedir permiso al Concilio de Herreros de Guerra para dividir las fuerzas y crear una nueva Gran Compañía. Esto ha hecho que el número de Grandes Compañías aumente más allá de las doce originales, pero tales decisiones no se toman a la ligera. La mayoría de potenciales Herreros de Guerra consideran preferible esperar a que las mareas de las batallas y la mortalidad los eleven al mando de una Gran Compañía completa que apoderarse rápidamente de una debilitada, con la consiguiente vulnerabilidad que supondría.

El Señor de la Legión de los Guerreros de Hierro[]

Tras la muerte de Perturabo, el puesto de Señor de la Legión fue tomado por el Herrero de Guerra de la Primera Gran Compañía. Tristemente, su habilidad táctica era mucho menor de la necesaria, y los lanzó de cabeza a los mataderos de los Mundos de la Jaula de Hierro. Murió, junto con muchos cientos de sus hermanos, en el infierno helado de Alta Parsanea, y por su estupidez su nombre ha sido borrado de la historia. Desde entonces, el poder supremo ha recaído en el Concilio de Herreros de Guerra, y aunque el líder de la Primera Gran Compañía aún porta el título de Señor de la Legión, más allá de hablar por los Guerreros de Hierro ante los Altos Señores de Terra, su papel es principalmente ceremonial.

Doctrina de combate[]

Para aquellos ajenos a la Legión, los Guerreros de Hierro simplemente despliegan una potencia de fuego aplastante para machacar a sus enemigos hasta someterlos, antes de asaltar a los supervivientes. En realidad, su planteamiento es mucho más analítico, sutil y sobre todo, efectivo. Conservan el fino intelecto de Perturabo, y ven la derrota del enemigo como un puzle que descomponer. En la defensa sacan gran provecho de las posiciones fijas, los búnkeres y los emplazamientos de armas pesadas, que permiten que incluso un número pequeño de Guerreros de Hierro puedan defender eficientemente una gran área. Cada aspecto es optimizado para obtener líneas de visión claras y campos de fuego interconectados. El terreno, los obstáculos y los campos de minas encaminan al enemigo casi subliminalmente hacia zonas óptimas de disparo, y el uso extensivo de efectivos servidores de armas libera a los Astartes para que actúen como una reserva capaz de responder a las situaciones inesperadas, y para su inevitable contraataque. También pueden analizar rápidamente una situación y reaccionar de acuerdo a sus características. El ejemplo más famoso de esto tuvo lugar cuando la infantería de la Tercera Gran Compañía convirtió las destrozadas faldas de la colmena Fortunas en un matadero apenas horas después de llegar. Esto detuvo el asalto pielverde el tiempo suficiente para que los Guerreros de Hierro desplegaran todo el poder de su arsenal desde la órbita y derrotasen a la horda enemiga de una vez por todas.

En el ataque aplican el mismo enfoque clínico. Poderosos escáneres, bombardeos a lo largo de la línea enemiga y fintas de infiltración tantean las fortalezas y debilidades del enemigo, e informan de su estrategia. Cada Gran Compañía emplea unas tácticas diferentes, basadas en la filosofía de su Herrero de Guerra y en el equipo de su Arsenal. La mayoría siguen la tradicional estrategia de una blitzkrieg blindada en masa de Vindicators y Fellblades, respaldados por infantería mecanizada montada en Land Raiders. La Octava y la Decimotercera, sin embargo, prefieren rodear completamente las defensas enemigas, empleando extensos dispositivos teleportadores o vehículos tuneladores respectivamente, para golpear directamente en el corazón de la fortaleza enemiga. Otras usan equipos aún más exóticos, como los inmensos Ordinati de la Sexta, la Novena y la Decimosexta, y los poderosos bípodes Caballero de la Vigésima que parecen gigantes incluso al lado de los Dreadnoughts. Antes de la Herejía, los Guerreros de Hierro trabajaban codo con codo con las fuerzas de Marte, y el Scriptorum Maxis de Olympia menciona muchas ocasiones en las que Perturabo fue al combate a bordo de la cápsula de asalto Corvus de un Titán Warlord. Aún persisten los rumores de que la Primera Gran Compañía todavía tiene acceso a tales armas, pero si alguna vez han sido empleadas, ningún enemigo presente ha vivido para contarlo.

Mundo natal[]

Bajo el gobierno de los Guerreros de Hierro, el adamantio y la ceramita se unieron a la piedra de las canteras para convertir a Olympia en un mundo fortaleza de proporciones nunca antes vistas. Las ciudades-Estado originales se han convertido en imponentes colmenas blindadas dedicadas al sostenimiento de la Legión. Coronadas con escudos de vacío y láseres de defensa, sus cimas llegan muy por encima de las nubes. La competición entre las colmenas por proporcionar armas, vehículos y reclutas para los Astartes es intensa, y no siempre amistosa. Desde el alzamiento al inicio de la Herejía de Dorn, la población ha sido sometida a estrictos controles. Cualquier cosa que pudiera interrumpir el eficiente funcionamiento del planeta es aplastada sin contemplaciones, ya se trate de equivocados subversivos, agentes de los Poderes Ruinosos o la excesiva rivalidad entre las enfrentadas colmenas.

Olympia está en el centro de una red de producción que se extiende a través del Imperio, con una producción que rivaliza con la de algunos de los mayores mundos forja. Los tributos de materias primas acuden desde los Mundos Guarnición, y a cambio, armas de la mejor calidad viajan de vuelta para aprovisionar a los Guerreros de Hierro en sus campañas. A este fin, Olympia está rodeada por astilleros orbitales, colectores solares, puertos espaciales y plataformas de defensa. La naturaleza fortificada de Olympia se extiende mucho más allá de esto, no obstante, con flotas de naves de guerra, campos de minas y sistemas de alerta temprana dispuestos a retar a cualquier visitante no autorizado.

El Espaciopuerto Alexiares[]

Diseñado por Perturabo tras su primera visita a Marte, pero no completado hasta dos mil años después de su muerte, el Espaciopuerto Alexiares es una de las maravillas tecnológicas del Imperio. Asentado en una órbita geosincrónica sobre el Monte Anticetus, la montaña más alta de Olympia, es el conducto principal para la entrada y salida de materiales del planeta. Haciendo descender cables de adamantio a través de la atmósfera hasta que alcanzaron la estación base en la cima de la montaña, crearon ascensores capaces de trasladar grandes cantidades de bienes desde la órbita a la superficie y viceversa de una forma muy eficiente. Una vez cerrado y presurizado, el espaciopuerto se convirtió a efectos prácticos en el edificio más alto del Imperio, presumiendo de una capacidad y eficiencia muy superiores a los del transporte mediante lanzaderas orbitales. Dado su estatus icónico, su vital papel en la industria, y el daño causado por todo Marte cuando los ascensores orbitales de Uranius Patera fueron destruidos durante la Herejía, se toma el mayor de los cuidados a la hora de proteger a esta estructura de todo ataque.

Creencias[]

La Legión es metódica y fríamente lógica, y sus miembros están convencidos de que cualquier problema u obstáculo acabará por rendirse ante ellos con tiempo. Las peores tragedias en su historia, como la batalla en la Última Puerta o la Campaña de la Jaula de Hierro han ocurrido cuando se han entregado a la pasión en lugar de a la razón. Las amargas experiencias les han hecho desconfiar de los demás, y en respuesta se han esforzado por blindarse ante cualquier posibilidad de ser traicionados de nuevo. Siguen siendo firmemente leales al Emperador, y respetan sobremanera la galaxia secular y racional que había intentado construir, así que muestran poco interés por la deificación que defienden los Portadores de la Palabra. De un modo parecido, las prácticas esotéricas como el uso de los poderes psíquicos son tratadas con una profunda desconfianza. Aunque aceptan a regañadientes el vital papel que cumplen los Astrópatas y los Navegantes en el funcionamiento del Imperio, el estudio de esas cosas es visto como una vocación poco adecuada para un Guerrero de Hierro. En ausencia de Bibliotecarios dotados con poderes psíquicos para combatir contra los peligros del Demonio y la Bruja, los Guerreros de Hierro han aplicado sus habilidades tecnológicas a la tarea. Para las Grandes Compañías que montan guardia en torno al Ojo del Terror, los campos y armas de nulidad procedentes de las forjas de Olympia son más apreciados incluso que un suministro abundante de munición. Estos objetos son entendidos como otro tipo de fortaleza, una que los protege contra las insidiosas criaturas y los enloquecidos susurros de la Disformidad.

Semilla genética[]

Además de la fría y analítica lógica de Perturabo, rasgos como la suspicacia e incluso paranoia han pasado a sus Marines Espaciales. Inicialmente, la semilla genética de los Guerreros de Hierro era un modelo de eficiencia, pero a lo largo de los milenios un lento pero constante deterioro ha aparecido en algunos de sus implantes. Aunque el ocuglobo, el órgano de Larraman y la omofágea funcionan bien en los nuevos iniciados, con el tiempo pierden su efectividad. Estas deficiencias han sido tratadas siempre que se ha podido con el uso de implantes biónicos, así que es normal que los veteranos reciban ojos biónicos, y que dependan mucho de la información aportada por los sentidos automáticos de su armadura.

Un implante que no ha mostrado ninguna señal de degradación a lo largo de los milenios es el nodo catalepsiano, que permite al cerebro permanecer alerta durante largos periodos y reduce la necesidad de dormir. Dados sus extensos deberes como tropas de guarnición, este es un rasgo vital para su supervivencia, pues un Guerrero de Hierro sin una perfecta habilidad para permanecer alerta ante el acercamiento del enemigo no viviría lo bastante como para pasar su semilla genética a la siguiente generación.

El Apotecario Jefe Ansul dejó el despacho del Señor de la Forja conteniendo a duras penas su rabia. ¡Primero amonestado por no alcanzar el objetivo de nuevos iniciados pedido por el Herrero de Guerra, y después reprendido por los crecientes niveles de inestabilidad genética! El hombre sabía la razón del deterioro tan bien como él. Una y otra vez, durante milenios, los Apothecarions habían sido obligados a relajar los controles sobre la pureza de la semilla genética para alcanzar los reclutamientos exigidos. Sus protestas no habían sido toleradas, y su ruego de que se implementasen controles más estrictos sobre la semilla genética había sido rechazado. Incluso sus advertencias sobre el efecto de la actual proximidad de la Gran Compañía al Ojo del Terror habían sido ignoradas como si no tuvieran importancia.

Durante los últimos diez mil años habían sido cómplices en la contaminación de la línea genética de Perturabo. Ansul había deseado agarrar al hombre y sacudirlo hasta borrar de él tanta complacencia, pero sabía que poner una mano sobre su señor supondría su muerte. Pensó en las muchas veces que había tratado al arrogante idiota en el campo de batalla, salvando su vida incontables veces, y se dio cuenta de que quizá había otra forma de tratar el problema...


Grito de guerra[]

Su grito favorito es "¡Hierro Dentro, Hierro Fuera!", que simboliza su rígida e inflexible voluntad, y el grueso blindaje con la que se rodean.

Leer más[]

Herejía de Dorn - Historia y Legado de la Traición de Dorn (No Oficial).

Fuentes[]

Extraído y traducido de The Dornian Heresy - The Legio Imprint, creado por el foro Bolter and Chainsword.

Advertisement