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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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El contenido de este artículo pertenece a la saga No Oficial de la Herejía de Dorn, que ha recibido el Sello de Calidad Wikihammer.

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Hallado y criado por las tribus de mutantes caníbales de Baal Secundus, Sanguinius creció despreciando a los humanos normales que habían intentado matarle de niño. Provocado por imágenes de su muerte a manos del Emperador, Sanguinius hizo un pacto con Nurgle para ocultar su verdadera naturaleza, una decisión que culminó en la condenación de toda su Legión, convertida en un ejército de involuntarios y cadavéricos portadores de plagas. Ahora los Ángeles Sangrientos atacan mundo tras mundo, arrastrados por la necesidad de obtener sangre fresca y limpia para diluir las toxinas que corren por sus venas.


Historia

Orígenes

Cuando Rupal alzó su lanza, listo para clavarla en el niño alado, algo le hizo detenerse. La criatura era evidentemente un mutante, y aun así había algo regio, casi divino, en el chico.

En sus tres décadas de vida, Rupal había matado a docenas de mutantes caníbales, pero este niño era diferente. Con la lanza aún en alto, se volvió para dirigirse a su pueblo, con la intención de hacerles entender que de alguna forma este chico podía significar la salvación para todo su mundo, cuando la flecha le impactó en el pecho.

Rupal se tambaleó hacia atrás y cayó, paralizado por la sorpresa y el efecto de los venenos. Sobrevivió el tiempo justo para ver a su pueblo huyendo aterrorizado de los mutantes emboscados, y a su retorcido líder observando al pequeño ángel. Con la negra mano de la muerte sobre su corazón, el último pensamiento de Rupal no fue para sí mismo, ni siquiera para su tribu, sino una desesperada esperanza de que el niño sobreviviese.

Antes incluso de que el joven Primarca de los Ángeles Sangrientos aterrizara en Baal Secundus, la historia de este satélite ya estaba llena de esfuerzos contra la adversidad. Aunque las lunas de Baal habían acogido antaño asentamientos humanos tecnológicamente avanzados y ricos, unas guerras terribles los habían destruido por completo hacía mucho. Todo lo que quedaba de la población humana original eran tribus que se aferraban a la existencia, carroñeando comida por un paisaje convertido en cristal irradiado y barro tóxico por las armas atómicas y biológicas de sus antepasados. Careciendo incluso de la protección más básica contra el duro ambiente radioactivo, la mutación y las enfermedades eran muy comunes, y solo los más fuertes y resistentes sobrevivían.

La vida de estas dispersas tribus de Cambiados, como se llamaban a sí mismos, estaba desprovista de todo sentimiento. La sombra de la muerte por inanición siempre estaba presente, y hacían lo que debían hacer para sobrevivir, incluyendo comer la carne de aquellos que habían perdido la batalla por la supervivencia, fuesen amigos o enemigos. La única cosa que aterraba los corazones de los Cambiados eran aquellas criaturas llamadas los Sin Rostro: implacables ejércitos de asesinos que parecían existir solo para cazarlos y exterminarlos. Desnudos de sus pesados trajes protectores y sus característicos cascos con visor de espejo no eran más que humanos, y aun así miraban con desprecio a cualquiera que portase el estigma de la mutación.

Así, cuando un grupo de Sin Rostro se encontró al joven Primarca yaciendo desprotegido en las ardientes arenas radioactivas, y vio las nacientes alas que sobresalían de su espalda, lo juzgaron como una abominación mutante. Si su convoy no hubiese sido atacado por una partida de guerra de los Cambiados, el mayor ser que jamás había puesto el pie en Baal Secundus habría sido asesinado allí mismo. La emboscada en las Cascadas del Ángel, que había salvado la vida del niño, era solo la última escaramuza de un conflicto sin fin, y el pequeño creció guardando un odio eterno y justo hacia los asesinos sin cara que habían tratado de matarle. Cuando maduró en una robusta adultez, aparentemente inmune al letal legado de su mundo, se convirtió en objeto de adoración para los Cambiados, y en figura de terror para los Sin Rostro. Sus alas, ahora completas y cubiertas de plumas del más puro blanco, le daban la apariencia de un ángel, al mismo tiempo terrible y divino. Por su habilidad y salvajismo, ambos bandos le conocieron como Sanguinius, el Ángel Sangriento.

Las tribus de los Cambiados se unieron bajo su bandera, y sintiendo que su extinción estaba cerca, los Sin Rostro también se unificaron. En las Cascadas del Ángel, el lugar en el que había sido hallado el Primarca, un poderoso ejército atacó a la creciente banda de Sanguinius. Acorralados por un lado por los acantilados, y por los cañones del enemigo por el otro, los Cambiados urgieron a su amado líder para que huyese volando en la oscuridad de la noche y se salvase, pero no los quiso abandonar. La primera luz del amanecer brillando sobre las prístinas alas de Sanguinius fue la señal para el inicio de un día de carnicería sin igual desde las guerras que habían asolado el satélite. Aunque los Cambiados estaban superados en número cinco a uno, habían sido entrenados en las artes de la guerra por un avatar de la destrucción al que amaban más que a la propia vida.

Se dice que las tribus de los Cambiados comieron bien aquella noche.

La victoria en la Batalla de las Cascadas del Ángel rompió el poder de los Sin Rostro por todo Baal Secundus, y Sanguinius se aseguró de que no volverían a alzarse. Su ejército purgó cada pulgada de su destrozado mundo, y trajo innumerables trajes antirradiación como trofeos a su regreso. En los años siguientes, la pila de cascos (cada uno con la placa facial reflectante machacada simbólicamente) creció sin cesar en la base del acantilado de las Cascadas del Ángel. Así, con gran ceremonia Sanguinius y su guardia de honor se aproximaron al escondrijo de la última de todas las bandas de Sin Rostro, un complejo de búnkeres dañados que había quedado abandonado tras las guerras. Ninguna barrera ni muro pudieron detener la justa ira de Sanguinius. Fue el Ángel Sangriento de la venganza, hasta el momento en que los defensores activaron las armas biológicas que contenía el búnker.

Los letales patógenos mataron a Cambiados y Sin Rostro por igual, y derribaron incluso al poderoso Primarca. En su estado paralizado, Sanguinius fue acosado por sueños febriles de un gran poder que le buscaba por las estrellas. Recibió visiones de un Emperador que le saludaba y afirmaba ser su padre, pero que al descubrir su mutación se volvía contra él y demostraba no ser mejor que los Sin Rostro. Sanguinius sintió cómo su corazón era arrancado de su pecho por el gigante con armadura que acompañaba al Emperador, y presenció el genocidio de todas las tribus de Cambiados de Baal Secundus.

En el frío silencioso y funerario, una voz que se llamaba a sí misma "Nurgle" ofreció a Sanguinius una forma de evitar este destino para sí mismo y para su pueblo. Dijo que el Emperador podía ser derrotado, pero solo mediante el engaño. Si Sanguinius actuaba como un hijo leal, la presencia prometía que lo ocultaría con un atractivo que taparía sus verdaderas intenciones, y que haría que todos los que lo mirasen no vieran más que el más puro de los espíritus. Temiendo más por su pueblo que por su propia vida, Sanguinius aceptó con reticencia, y despertó. Tambaleándose fuera del búnker, vio la flota del Emperador llegar a la órbita, y a sus naves de desembarco rajar el cielo nocturno con fuego.

Protegido por el brillo de Nurgle, el Emperador, acompañado por Horus, aceptó gozoso a Sanguinius como hijo suyo. Ser descrito como "un alma pura, que creció impoluta en un mundo de mutantes caníbales" desgarró a Sanguinius, pero mantuvo la mascarada. Contra toda expectativa, incluso sus alas fueron tomadas como un signo de su naturaleza angelical más que como una mutación condenatoria. Sanguinius ansió desgarrar la garganta del Emperador en ese mismo momento, pero la imagen de su cuerpo sin vida a los pies de Horus detuvo su mano. Como regalo de despedida, el Emperador le cedió el control de la recién llegada Novena Legión Astartes, poderosos guerreros creados según el patrón genético del mismo Sanguinius. Estos legionarios terranos quedaron encargados de integrarle en la sociedad imperial, así como de exterminar a las tribus mutantes para que los colonos, que debían proporcionar en un futuro nuevos reclutas para la Legión, pudiesen prosperar.

Sanguinius se vio obligado a observar impotente cómo su Legión levantaba piras funerarias con los cuerpos de sus hermanos y hermanas Cambiados, pero poco a poco logró controlar sus acciones sin levantar sospechas. Frenó las purgas ordenando al grueso de la Legión que fuese a Baal Primaris para acabar primero con su población mutante. Esto le dio el tiempo que necesitaba para aprender todo lo que pudo sobre el proceso de creación de nuevos Marines, bajo el pretexto de que necesitarían nuevos reclutas para completar la Gran Cruzada del Emperador. Durante este tiempo, el asfixiante humo de las piras hizo que la vida en Baal Secundus fuese aún más letal que nunca. Al principio, Sanguinius vio esto como una bendición, pues los colonos imperiales enfermaban y eran presas fáciles, mientras que las tribus de Cambiados, inmunizados desde hacía mucho a un ambiente tan hostil, apenas eran afectadas. Cuando los Apotecarios hubieron completado la última hornada de semillas genéticas, cultivadas a partir de su propio cuerpo, Sanguinius pudo empezar a reconstruir su legión a su imagen y semejanza con los mutantes, al haber muerto todos sus hijos terranos en los desgastadores pogromos de Baal Primaris.

La Gran Cruzada

Sanguinius luchó por controlar sus emociones mientras el Capitán terrano, Thoros, hablaba de sus victorias contra la "basura mutante caníbal" en el casquete polar meridional. Claramente nervioso por la audiencia personal con su Primarca, Thoros intentaba impresionarle, pero su destino había quedado sellado cuando aterrizó en Baal con el Emperador. Decidiendo que ya había oído suficiente, Sanguinius lamió sus finos y angelicales labios y pronunció la pregunta que había hecho a todos los Ángeles Sangrientos terranos que habían acudido a su presencia en la última semana:

"¿Sangrarías por mí, hijo mío? ¿Llegarías a... morir por mí?"

"¡Sí padre, por supuesto!"

"Perfecto, porque os necesito a todos vosotros hijos míos, para purgar nuestro sistema de la plaga mutante, en nombre de mi amado padre, el Emperador"

Lleno de un nuevo propósito, Sanguinius se puso manos a la obra, reconstruyendo a los Ángeles Sangrientos con reclutas extraídos exclusivamente de su propio pueblo, las maltratadas tribus mutantes de los Cambiados. Solo los individuos más duros eran capaces de sobrevivir sin protección en Baal Secundus, y por tanto eran aspirantes excelentes. Usando el conocimiento adquirido de los Apotecarios, estos nuevos iniciados recibieron la semilla genética y fueron encerrados durante un año en sus cámaras de soporte vital, parecidas a sarcófagos. Emergieron como ecos de su Primarca: más fuertes, más altos y más letales que antes, y tomaron las armaduras dejadas por los Legionarios terranos muertos.

Aunque Sanguinius pudo reconstituir las fuerzas de combate de primera línea de la Legión, no podía reemplazar el conocimiento técnico que se había perdido. Su forja yacía inactiva, y el único mantenimiento que se llevaba a cabo era el más básico, a manos de los servidores de la Legión. Nurgle volvió a hablar a Sanguinius, ofreciéndole ayuda en este asunto a cambio de permitírsele acceder más a sus almas, pero el pacto fue rechazado de plano. Sanguinius pretendía que los Ángeles Sangrientos dependiesen de los envíos de material del Mechanicum hasta que hubiesen dominado por sí mismos la intrincada producción de lo que necesitaban.

Sanguinius ansiaba aumentar simplemente sus fuerzas hasta el momento en que pudieran matar al Emperador, pero consciente de la necesidad de mantener la fachada de lealtad, ordenó a sus nuevos Ángeles Sangrientos que ocupasen su lugar en la Gran Cruzada. Para ocultar su verdadera naturaleza, rara vez lucharon junto a otras Legiones, y se mantuvieron distantes del Ejército Imperial. Siempre trataban a los extraños con toda la armadura puesta, y los oficiales escondían sus retorcidos rostros tras bellas máscaras de brillante oro. A pesar de todo esto, los rumores de su salvajismo en el campo de batalla se hicieron legendarios, junto a historias más oscuras sobre que bebían la sangre y devoraban la carne de sus enemigos.

Aunque eran ciertos, esos cuentos tan espeluznantes fueron fácilmente eclipsados por el éxito de las expediciones de los Ángeles Sangrientos, pero a la larga su fuerza empezó a decaer. La carencia de conocimientos técnicos de la Legión hacía que todo en sus vehículos, armaduras e incluso naves se volviese cada vez más ineficiente y poco fiable. Peor aún, una enfermedad atacó a la Legión, infectando sus heridas y absorbiendo su vitalidad. Cuando se descubrió que los peores síntomas de esta plaga podían ser aliviados con transfusiones de sangre, el desangramiento de sus víctimas pasó de ser un hábito cultural a una necesidad absoluta. Ante semejante adversidad, Sanguinius quedó más y más resentido contra su patrón. Desde que el pacto había sido rechazado, Nurgle había permanecido en silencio, sin responder a las preguntas sobre cuánto más debían los Ángeles Sangrientos mantener la pretensión de lealtad.

Cada mundo que la Legión conquistaba para el Imperio agotaba aún más sus recursos, convirtiendo sus ataques relámpago de sus primeras campañas en agotadoras guerras de desgaste. Sanguinius estaba regresando a Baal Secundus para restaurar las fuerzas de su Legión cuando recibió un comunicado astropático de Rogal Dorn, el Pretoriano del Emperador. El temor de Sanguinius a que sus verdaderas intenciones hubiesen sido descubiertas demostró ser cierto, pero en lugar de con ira, Dorn le saludó cálidamente como un compañero en la conspiración. Eliminó las sospechas de Sanguinius, y le pidió que llevase a los Ángeles Sangrientos a Terra mientras él se ocupaba de las tres Legiones incorruptibles en Istvaan V.

Esto era lo que los Ángeles Sangrientos habían estado esperando, pero no podía haber llegado en un momento peor. Destrozados por el desgaste, la enfermedad y los fallos de equipo, había pocas probabilidades de que llegasen a tiempo a Terra, y menos aún de que estuvieran en condiciones de matar al Emperador. Con un peso en el corazón, Sanguinius abrió su alma a Nurgle, y ordenó a sus hermanos que hiciesen lo mismo.

El Asedio de Terra

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Sanguinius y sus Ángeles Sangrientos rechazan a los Guerreros de Hierro en la Última Puerta.

Para los habitantes de Terra, la completa enormidad de los actos de Dorn aún estaba por ser asimilada. La destrucción de Istvaan y el aprisionamiento del Emperador dentro de su propio palacio se parecían demasiado a las sangrientas guerras civiles de la Era de los Conflictos. La aparición de Sanguinius y sus Ángeles Sangrientos al emerger de sus naves de desembarco en el Espaciopuerto del Muro de la Eternidad les reveló la verdadera naturaleza del Caos. Estaban demacrados, cadavéricos y marcados por llagas supurantes, pero revitalizados por el poder de la Disformidad. Ni siquiera el brillo de Nurgle podía ocultar en qué se había convertido Sanguinius, ni el febril y hambriento brillo de sus ojos. Para los defensores, la rebelión de Dorn había sido impensable, pero los Ángeles Sangrientos eran algo salido de una pesadilla. Parando sólo brevemente para alimentarse tras su largo viaje, Sanguinius dirigió a sus Hermanos de Batalla al Palacio Imperial.

Dentro, saludaron a la media Legión de Puños Imperiales que Dorn había dejado atrás. Estos guardias de palacio se habían convertido en carceleros y tenían la misión de mantener encerrado al Emperador dentro del búnker blindado de su sala del trono hasta el regreso de Dorn desde Istvaan V. El odio que Sanguinius sentía hacia el Emperador era tan fuerte que a pesar de la carencia de armas de asedio de su Legión ordenó a sus Ángeles Sangrientos que dejasen sus puestos en los muros exteriores para atacar las fortificaciones de la sala del trono. Como era de esperar, el ataque falló, y en la confusión los Amos de la Noche atravesaron las fortificaciones abandonadas y atacaron brevemente, antes de volver a fundirse con la oscuridad. Esto provocó mucha tensión entre Sanguinius y el Primer Capitán Sigismund, el comandante del contingente de Puños Imperiales, y causaría aún más cuando las verdaderas intenciones de la incursión fuesen descubiertas.

La llegada de Dorn fue seguida poco después por la de los vengativos Hijos de Horus y los Guerreros de Hierro. Esto hizo que las Legiones del Caos intentasen penetrar en la sala del trono mientras rechazaban al mismo tiempo a los Leales que asediaban los muros exteriores del Palacio Imperial. Ansioso por redimirse de su anterior fracaso, y para evitar que su Legión fuese enviada con deshonor a aplastar las bolsas de resistencia que se estaban formando por todo el globo, Sanguinius se entregó totalmente a la defensa de los muros exteriores del palacio. Su mayor prueba llegó en el 55º día de asedio, cuando los Guerreros de Hierro abrieron una brecha en la Última Puerta. Mientras sus Ángeles Sangrientos repelían al enemigo y salían a destruir sus poderosas máquinas de guerra, Sanguinius se enfrentó a Perturabo en combate singular. Potenciado por el poder del Caos y aparentemente inmune al dolor, el Ángel Sangriento triunfó sobre su hermano, partiendo su espina dorsal sobre su rodilla. Entonces, en un acto que le hizo ganarse el odio eterno de los Guerreros de Hierro, Sanguinius absorbió toda la sangre del moribundo Perturabo y lo arrojó con desprecio entre sus desmoralizados hijos.

Entonces le llegó el turno a las Legiones Traidoras de abrir una brecha propia, esta vez en las paredes de adamantio de la sala interior del trono. Una vez dentro, se reveló que el anterior ataque de los Amos de la Noche había sido de hecho una distracción para permitir que el Emperador escapase. Sanguinius dirigió a sus Ángeles Sangrientos en una cacería por toda Terra para encontrar a su presa fugada, y allí por donde iban, la enfermedad y las plagas los seguían. Rápidamente encontraron que la nueva base del Emperador se hallaba en el Astronomicón, una extraña elección habiendo varios lugares más defendibles a su disposición. Al acercarse hacia el Astronomicón, los Ángeles Sangrientos cayeron en el último truco del Emperador: reconfigurar al faro psíquico para brillar con Su presencia, lo que debilitó las energías demoníacas en todo el planeta. Esto afecto no solo a las criaturas disformes, sino también a los propios Ángeles Sangrientos, que tanto dependían del favor de Nurgle.

Aunque se enfrentaban al grueso de las Legiones Leales, los Ángeles Sangrientos siguieron luchando y abriéndose camino hacia el Astronomicón. Cada paso y cada muerte los acercaban cada vez más al Emperador. Siguieron luchando incluso después de oír que la Herejía de Dorn había muerto con él, y que las demás Legiones Traidoras estaban huyendo del planeta. Todo lo que les quedaba era alcanzar al malherido Emperador que había sido devuelto al Astronomicón. Ante números muy superiores y bajas terribles, siguieron luchando, pero su esperanza murió finalmente cuando les llegó la noticia de que incluso los Bersérkeres de Khorne de los Lobos Espaciales habían hecho cambiar de rumbo a su flota.

Con amarga resignación, Sanguinius dirigió a los Ángeles Sangrientos de vuelta al Espaciopuerto del Muro de la Eternidad: fueron la primera Legión Traidora en llegar a Terra, y la última en marcharse.

Tras la Herejía

Tras su derrota en Terra, los Ángeles Sangrientos regresaron directamente a Baal Secundus. Esperaban reconstruir sus peligrosamente desgastadas fuerzas con vistas a un segundo intento de matar al Emperador, pero se encontraron con que su mundo había muerto. Los cambios atmosféricos que habían observado antes de partir hacia la Gran Cruzada se habían acelerado enormemente en su ausencia, cubriendo la luna con nieblas pestilentes y acres. No estaba claro si esto fue un retorcido regalo de Nurgle por sus servicios, o un castigo por su fracaso en Terra, pero en cualquier caso el resultado era el mismo. Las tribus de los Cambiados, que habían sobrevivido a los Sin Rostro, a los despiadados desiertos radiactivos, e incluso a las masacres de los Astartes terranos, habían sido finalmente aniquilados.

Maldiciendo el nombre de Nurgle, Sanguinius ordenó que su Legión se dividiese en Grandes Compañías, con la esperanza de que sus flotas más pequeñas y móviles pudiesen evadir mejor a la Armada Imperial y cubrir un área más amplia para hallar nuevos reclutas para su causa. Aunque su objetivo era reconstruir sus filas, pronto se reveló que la enfermedad que los aquejaba era mucho más debilitante de lo que habían sospechado. La frecuencia con la que se requería recibir sangre nueva para aliviar los síntomas aumentó, obligando a los Ángeles Sangrientos a centrarse más en obtener cautivos que en reclutar. Peor todavía, su necesidad de sujetos sanos significaba que conquistar un planeta y desangrarlo no servía de nada, pues su propia presencia corrompía rápidamente a la población con las plagas de Nurgle.

Los Sacerdotes Sanguinarios del Apothecarion tuvieron que acostumbrarse no solo a transfundir sangre a sus hermanos, sino también a transplantar órganos para reemplazar los atrofiados por la acumulación de toxinas. En los casos más graves, el veneno pudría el mismo cerebro, causando una violenta locura llamada Rabia Negra que los convertía en un peligro tanto para sus enemigos como para sus aliados. Conocidos entre sus hermanos como los Perdidos, estas criaturas son encerradas en las bodegas más oscuras de sus naves, alimentadas solo por los profanos poderes de la Disformidad.

Con este constante desgaste en sus números, además de la agotadora batalla por simplemente seguir con vida, los Ángeles Sangrientos han acabado limitándose a disfrutar castigando a los mundos imperiales que asaltan. Sanguinius, sin embargo, nunca ha olvidado su propósito original, y se mueve de flota en flota urgiéndoles a prepararse para el tan retrasado segundo ataque a Terra. Hay una tensión entre los Ángeles Sangrientos y su deidad patrona que se ha mantenido a lo largo de los milenios desde aquel mal comprendido primer pacto en Baal Secundus. Nurgle nunca ha logrado obligar a Sanguinius a someterse totalmente a su voluntad, pero a pesar de eso el Dios de la Plaga tampoco ha mostrado interés o capacidad de convertir a una Legión más obediente a una adoración más entregada. Es posible que ver cómo los Ángeles Sangrientos luchan desesperadamente contra la agotadora entropía de sus "dones" le entretenga más que la ciega adoración que recibe de sus seguidores más obedientes.

Doctrina de combate

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Incluso de joven, dirigiendo a sus tribus a la guerra contra los Sin Rostro, Sanguinius volaba muy por encima del campo de batalla antes de lanzarse en picado para destrozar el centro de la línea enemiga. Este simple gozo, procedente de un tiempo anterior a que su vida quedara atada a Nurgle o al Emperador, ha sido imprimido en el alma de todos y cada uno de los Ángeles Sangrientos, y se refleja en el estilo de combate de la Legión. Escuadras de Asalto altamente móviles forman la vanguardia de todo ejército de los Ángeles Sangrientos, y la competitividad por ganarse un puesto entre sus filas es feroz. Careciendo del conocimiento técnico necesario para crear o incluso mantener los modelos tradicionales de propulsores de salto Astartes, un hermano debe sellar su propio pacto para crear y alimentar a su motor demoníaco. Estos arcaicos aparatos emiten un sonido discordante más parecido al zumbido de un enjambre de moscas que al rugido de una turbina a reacción. Al sumarlo a los de sus hermanos de escuadra, se forman armonías antinaturales que pueden hacer que sus oponentes huyan de terror antes que enfrentarse a ellos.

Apoyando a la ola de asalto vienen escuadras de infantería montadas en vehículos que, a pesar de su corroída y desvencijada, pueden alcanzar velocidades remarcables. Estas Escuadras Tácticas y Aniquiladoras proveen de un inestimable fuego de cobertura, y una vez que la batalla ha concluido acordonan a los supervivientes enemigos para que puedan ser probados en busca de compatibilidad de tejidos por los Sacerdotes Sanguinarios. Algunos de los que quedan son cedidos por el comandante a los hermanos que considera que han luchado más valientemente para que sacien su sed, pero la mayoría son dejados con vida. No obstante, esto no se hace por bondad. Al huir a otros asentamientos, estos refugiados extienden la semilla de la enfermedad por la tierra.

Cuando los Ángeles Sangrientos desean asegurar la caída de un planeta, retrasarán su regreso a las flotas de plaga y centrarán su atención más allá de las incursiones a pequeña escala. En tales casos desatan todo el poder de su arsenal necrótico, y se convierten en verdaderos portadores del poder de Nurgle. La tierra enferma y el nauseabundo olor a muerte llena el aire. Las víctimas de las enfermedades procedentes de los asentamientos menores son empujadas como rebaños por millones hacia los bastiones de los defensores. Solo cuando la moral enemiga está por los suelos y sus reservas de munición empiezan a agotarse es cuando los Ángeles Sangrientos atacan.

Tales estrategias son efectivas contra todos los enemigos salvo los más resueltos, pero aun así hay un arma final y terrible en su arsenal: las hordas sin mente de los Perdidos. Aunque son innegablemente letales en combate, los Perdidos son totalmente imposibles de controlar, incapaces de distinguir amigos de enemigos. Al margen de esas consideraciones tácticas, los Perdidos son terribles recordatorios del destino que les espera a todos ellos. Por esta razón, solo las circunstancias más desesperadas llevarían a un comandante Ángel Sangriento a permitir su uso en combate.

Organización

Los Ángeles Sangrientos conservan la misma estructura organizativa básica que tenían durante la Gran Cruzada, y reverencian a Sanguinius como su Primarca y origen de su existencia. Sin embargo, su estatus de renegados, junto con la necesidad de realizar incursiones extensas para mantener a raya la Rabia Negra, han hecho necesario dividir a la Legión en Grandes Compañías separadas. Debido a las vastas distancias que separan a las flotas de plaga, cada Capitán de Gran Compañía tiene una gran independencia y autonomía, aunque en ocasiones dos o más flotas se unen para llevar a cabo ataques particularmente grandes y audaces.

Cada Gran Compañía y, de hecho, cada nave de la flota de plaga, tiene su propio cuerpo de Sacerdotes Sanguinarios y Maestros de los Ritos, poderosos individuos que poseen una gran influencia. Sin los Sacerdotes Sanguinarios del Apothecarion para mantener controlada a la Rabia Negra, los Ángeles Sangrientos caerían rápidamente al nivel de simples bestias sin mente. Los Maestros de los Ritos son responsables de las naves, armas y armaduras de la Legión. Gran parte del conocimiento técnico necesario para un mantenimiento adecuado se perdió durante la sangrienta reforma de Sanguinius de la Legión original, y lo que sobrevivió quedó inutilizado ante la corrosiva influencia de Nurgle. En lugar de eso, los Maestros de los Ritos usan su hechicería para invocar y atar a la miríada de entidades demoníacas que habitan en todo su equipo, desde las naves de plaga, a sus vehículos e incluso a las armaduras que visten.

El propio Sanguinius se mueve entre las distintas flotas de plaga, acompañado por su Guardia de Honor de antiguos veteranos. Mientras otros Primarcas que se pasaron al Caos hace mucho que se convirtieron en Príncipes Demonio, Sanguinius sigue siendo tan mortal y terrible como lo era en el Asedio de Terra. Solo con estar en presencia de Sanguinius, aprender de sus milenios de experiencia y restaurar sus desgastadas reservas de semilla genética llena a cada Gran Compañía con una voluntad y un propósito renovados. Se espera mucho de una flota acompañada por Sanguinius, y la pena por defraudar al Primarca es sufrir el mismo macabro destino que le ocurrió a los originales Astartes terranos de la Legión.

Al ser una Legión basada en su flota, los Ángeles Sangrientos aprovechan toda oportunidad que se les presenta para añadir más naves a su servicio. Esto lo hacen no solo abordando y reclamando otras astronaves, sino también infectando a la tripulación con las plagas de Nurgle, dejándolos como naves fantasma fáciles de rastrear. El ejemplo más audaz de esto se dio en Puerto Mandíbula en el M34, cuando una incursión aparentemente menor permitió a los Ángeles Sangrientos contaminar los suministros para la mayor parte de la Flota de Batalla Gótica. Más de cuarenta naves, incluidas una docena de naves capitanas, cayeron ante el contagio y se convirtieron en parte de la flota de plaga.

Mundo natal

Fue en el nivel más profundo de la desierta Fortaleza-Monasterio donde encontraron los huesos: pilas y pilas de ellos en todas direcciones. Habían encontrado cientos de sitios como este en todo Baal Secundus, pero cuando el Capitán de Batalla Garro comenzó a andar sobre ellos se dio cuenta de que este era distinto. No se habían hecho polvo bajo sus botas blindadas como lo habría hecho un hueso normal. Arrodillándose para examinarlos más de cerca, descubrió que esto no era otra fosa de huesos cualquiera, sino la tumba de miles y miles de Astartes. Recogió un fémur de los montones y vio, con un escalofrío helado, que a pesar de su naturaleza cerámicamente endurecida, mostraba signos evidentes de haber sido mordisqueado. Antes de que pudiera considerar el significado de lo que tenía ante sí, llegó la orden del propio Mortarion de que se retiraran de vuelta a las Stormbirds. Mientras retrocedían cautelosamente de vuelta a través de las catacumbas, Garro notó que el hermano Decius se estremecía y se agarraba el brazo. A pesar de las protestas de su protegido, el cuchillo de la criatura disforme le había causado claramente más daño del que admitía. Todo este planeta era la muerte encarnada, y cuanto antes el Apotecario Voyen tratase la herida de Decius, más feliz sería Garro.


Tras la Herejía, sin nada en Baal Secundus a lo que llamar hogar, los Ángeles Sangrientos pasaron a establecerse en su flota, para así atacar más fácilmente al Imperio. A diferencia de la mayoría de Legiones del Caos, nunca se han sentido atraídos por el Ojo del Terror, y desde luego no les ha tentado habitar un mundo demoníaco creado a imagen y semejanza de Nurgle. Aunque los Ángeles Sangrientos ya habían dado la espalda al lugar, las Cruzadas en masa de Abaddon contra los hogares de las Legiones del Caos acabaron por llegar hasta allí. Para entonces, los cambios provocados por Nurgle estaban tan avanzados que incluso Mortarion de la Guardia de la Muerte, criado en la nociva niebla química de Barbarus, no se arriesgó a poner pie en el planeta sin antes sellar concienzudamente su armadura. Los Leales encontraron algo parecido a un mundo demoníaco, habitado solo por las pútridas entidades disformes del Dios de la Plaga. Las fuerzas imperiales se retiraron a la órbita, y sometieron a Baal Secundus a un bombardeo atómico sostenido que superó en ferocidad incluso al que ya había sufrido en su Gran Guerra hacía milenios.

La tres veces devastada luna fue declarada Perdita y puesta en cuarentena por el Imperio hasta que fue absorbida por la siempre creciente frontera del Segmentum Ultramar. Ya fuese por arrogancia o por ignorancia, los Ultramarines decidieron colonizar lo que quedaba del satélite. La subsiguiente plaga y las acciones renegadas del Capítulo fundado para guardar el área sacudieron el Segmentum Ultramar durante casi un siglo.

Reclutamiento

Como si reaccionaran a la presencia del Sacerdote Sanguinario Pelter, los sonidos de arañazos del interior del cofre grabado con símbolos pasaron de insistentes a frenéticos. Pelter descorrió el cerrojo y echó atrás la tapa, y por el aire subió una veintena de insectos, cada uno del tamaño de una mano humana. No eran como las ubicuas nubes de moscas que seguían a la Legión, sino que estaban forjados en latón y contenían atada una entidad demoníaca menor. Eran otro ejemplo de la habilidad del Maestro de los Ritos, capaces de identificar a aquellos adecuados para su exsanguinación y cosecha de órganos. Sin ellos, la Legión habría caído hacía mucho en la ruina. El enjambre se elevó, y después avanzó hacia las desastradas filas de cautivos que los Ángeles Sangrientos habían reunido. Gimieron ante la visión de los insectos que se les acercaban, pero debido al miedo inspirado en ellos por los Astartes, ningún cautivo intentó escapar. Los insectos de color verdigrís moteado aterrizaron sobre caras petrificadas para tomar muestras de lágrimas, o saltaron sobre heridas vendadas para probar la sangre que había debajo con lenguas brillantes parecidas a jeringuillas. Alarmado por el agudo pitido que indicaba compatibilidad de tejidos, uno de los cautivos se revolvió contra el insecto metálico, destrozando sus manos contra los afilados bordes de sus iridiscentes alas. Este cayó al suelo, y fue pisoteado hasta que la entidad se liberó de su envoltorio. Antes de que el hedor a putrefacción y azufre se hubiera dispersado, Pelter hizo que sacaran al hombre de la multitud. Tenía que convertirlo en un ejemplo, y después de todo, sería una vergüenza desperdiciar sangre compatible...


Aunque las tribus de los Cambiados de Baal Secundus ya no son más que un recuerdo, pueden encontrarse mutantes en la periferia de toda sociedad humana. Los cautivos que portan el estigma son arrojados a la profunda y fétida oscuridad de las bodegas de las naves, y los que son lo bastante resistentes como para sobrevivir hasta que sus captores hayan terminado de cosechar órganos y sangre de los otros prisioneros son examinados en mayor profundidad para comprobar si son compatibles con la semilla genética de los Ángeles Sangrientos. Si son considerados dignos, los aspirantes son sometidos a una batería de procesos quirúrgicos y ritos de sangre para implantar y activar la semilla de Sanguinius, antes de ser enterrados en un sarcófago medicae durante un año. Estos arcanos mecanismos alimentan y guían los cambios introducidos por los distintos implantes para que cuando finalmente se abran, emerjan ensangrentados pero convertidos en un eco de su cadavérico Primarca. Mediante una combinación de psicoadoctrinamiento y transferencia genética reciben los recuerdos y los rasgos de carácter de Sanguinius en sus primeros días en Baal Secundus. De esta forma renacen compartiendo un lazo irrompible y un propósito único.

Los que fracasan en los procesos de selección sirven a la Legión durante el resto de sus vidas, guardando y atendiendo a sus señores Astartes mientras duermen dentro de sus sarcófagos. En parte esto se debe al miedo, pero un motivo más poderoso es la desesperada esperanza de que sus actos convenzan a sus amos de considerarlos dignos de ser Astartes después de todo. Dada la miríada de enfermedades que proliferan a bordo de las flotas de los Ángeles Sangrientos, la esperanza de vida de la mayoría de estos siervos se mide en semanas o meses. Algunos, sin embargo, se ganan el favor de Nurgle y desarrollan una relación simbiótica con sus enfermedades, tratando a cada llaga y a cada pústula como una agónica bendición.

Semilla genética

El Sargento Yorah de los Devoradores de Mundos blandió su hacha sierra en un arco cerrado y decapitó al chillón mutante en mitad de su salto. Estaban siendo retrasados, y cada segundo acercaba más al cascarón de la nave de plaga al planeta. Ordenó al Hermano Kellion que despejase el pasillo con su bólter pesado y comprobó el auspex en busca de la mejor ruta hacia los sistemas de soporte vital. Eran tan pocos –una sola escuadra contra toda una nave enemiga– que su única oportunidad era destruir a los Ángeles Sangrientos antes de que pudieran despertarse. En los segundos que Yorah había tardado en determinar la ruta correcta, su auspex se había llenado de pitidos de aproximación. A pesar del peligro, urgió a sus hermanos para que siguieran luchando. Eran los hijos de Angron, sin igual en la disciplina marcial. Prevalecerían contra esta basura del Caos.


La semilla genética original portada por los Legionarios terranos de la Novena Legión era estable, eficiente y pura, pero tanto ellos como su línea genética fueron borrados de la existencia. Sin que Sanguinius lo supiera, no solo su alma sino también su carne fue corrompida por Nurgle, y en consecuencia también los implantes preparados a partir de esta para crear a los nuevos Ángeles Sangrientos. Debido a esto, la línea genética de Sanguinius se ha convertido en una maldición, actuando como la marca de Nurgle sobre todo Marine que la porte. Estos implantes actúan más como un único organismo parasitario que como simples trozos de carne. Absorben agresivamente los nutrientes y la vitalidad de su anfitrión, provocando el característico aspecto cadavérico y demacrado de los Ángeles Sangrientos. A cambio, los implantes producen una variedad casi infinita de potentes enfermedades de las que el Marine se convierte en portador. La semilla genética protege al anfitrión de los peores síntomas, y también se protege a sí misma volviendo al portador notoriamente resistente a los daños, o al menos permitiéndole ignorarlos hasta que se acaba la batalla.

El efecto de todo esto es una acumulación de toxinas en la corriente sanguínea que daña a los órganos, y que si se deja sin control penetra en el cerebro causando la locura de la Rabia Negra. Los Sacerdotes Sanguinarios tratan los síntomas administrando transfusiones frecuentes de sangre no infectada, aunque in extremis puede ser bebida y utilizada por el cuerpo mediante una adaptación única del implante del preomnor, o segundo estómago. Los Ángeles Sangrientos pasan gran parte de sus largos viajes por la Disformidad entre incursiones dentro de sus sarcófagos, despertándose solo al acercarse al siguiente planeta. Cada sarcófago incorpora arcanos equipos de soporte vital que filtran las toxinas de su sangre y permiten al Marine entrar en un estado mejorado de animación suspendida para enlentecer su constante declive.

Aunque la semilla genética se cobra un terrible precio en su portador, esto empeora mucho más si los implantes se dañan de cualquier forma. A fin de regenerarse, recurren con aún más intensidad a los recursos del cuerpo y liberan toxinas más potentes, lo que hace necesarias más transfusiones y transplantes. No hace falta decir que la única vez en que las glándulas progenoides de un Ángel Sangriento son retiradas es en el momento de su muerte, pues hacerlo antes sería pedir una debilitadora enfermedad.

Creencias

Aunque el principio que siempre ha guiado a los Ángeles Sangrientos es provocar la muerte del Emperador, en la práctica esto queda olvidado demasiado a menudo por la necesidad de saciar su sed con la sangre de sus víctimas. A pesar de que el destino de Sanguinius y de los Ángeles Sangrientos está atado intrínsecamente al de Nurgle, la relación entre ellos es muy diferente a la que hay en las demás Legiones dedicadas en exclusiva a otro de los Dioses del Caos. Mientras que los Lobos Espaciales, la Guardia del Cuervo y los Cicatrices Blancas son devotos entregados, los Ángeles Sangrientos extienden enfermedades por la galaxia no porque les guste hacerlo, sino por dañar al odiado Imperio. En cualquier caso no tienen mucha elección, pues necesitan hacer incursiones a lo largo y ancho de las estrellas para obtener la sangre pura que requieren para sobrevivir, y saben muy bien que lograr el objetivo de Nurgle de infectar a toda la galaxia llevaría en definitiva a su propia extinción.

Grito de guerra

Durante la Gran Cruzada, los Ángeles Sangrientos tuvieron cuidado de no levantar sospechas, y por tanto iban al combate jurando lealtad al Emperador. Desde la Herejía son bastante más honestos y abiertos sobre sus lealtades y motivaciones, y el grito de guerra "¡Por sangre y por Sanguinius!" se ha hecho muy popular.

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Herejía de Dorn - Historia y Legado de la Traición de Dorn (No Oficial).

Fuentes

Extraído y traducido de The Dornian Heresy - The Legio Imprint, creado por el foro Bolter and Chainsword.

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