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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Engrosadas sus filas con los nuevos reclutas procedentes de Chemos y la Tierra, los Hijos del Emperador reunieron, finalmente, una fuerza capaz de emprender su propia cruzada, así que Fulgrim dirigió orgullosamente a sus guerreros hacia lo desconocido. Llevó la palabra del Emperador a innumerables mundos y aplastó toda resistencia con la certeza de que quien luchaba contra el Emperador luchaba contra la propia Humanidad. De entre las crecientes filas de su Legión, Fulgrim escogió a unos pocos individuos, los más bravos, fuertes y nobles, les nombró Maestres Comandantes y asignó a cada uno el mando de una Compañía completa. Fulgrim los instruyó personalmente y se aseguró de que fueran merecedores de representar al Emperador. A su vez, los Maestres Comandantes transmitían las palabras de Fulgrim a los oficiales bajo su mando, quienes las transmitían a sus escuadras. De esta forma, a través de sus líderes, cada Marine Espacial de la Legión de los Hijos del Emperador seguía al Emperador en persona. Para honrar a este último, debían buscar la perfección en todas las cosas: la doctrina de batalla se obedecía al pie de la letra, las tácticas y estrategias se estudiaban hasta el más mínimo detalle, y se perfeccionaban del mismo modo, y los decretos del Emperador eran memorizados literalmente por cada Marine Espacial. Aunque los Hijos del Emperador, como otras Legiones, consideraban al Emperador un hombre y no un dios, su reverencia y adoración hacia él rozaban el fanatismo.
 
Engrosadas sus filas con los nuevos reclutas procedentes de Chemos y la Tierra, los Hijos del Emperador reunieron, finalmente, una fuerza capaz de emprender su propia cruzada, así que Fulgrim dirigió orgullosamente a sus guerreros hacia lo desconocido. Llevó la palabra del Emperador a innumerables mundos y aplastó toda resistencia con la certeza de que quien luchaba contra el Emperador luchaba contra la propia Humanidad. De entre las crecientes filas de su Legión, Fulgrim escogió a unos pocos individuos, los más bravos, fuertes y nobles, les nombró Maestres Comandantes y asignó a cada uno el mando de una Compañía completa. Fulgrim los instruyó personalmente y se aseguró de que fueran merecedores de representar al Emperador. A su vez, los Maestres Comandantes transmitían las palabras de Fulgrim a los oficiales bajo su mando, quienes las transmitían a sus escuadras. De esta forma, a través de sus líderes, cada Marine Espacial de la Legión de los Hijos del Emperador seguía al Emperador en persona. Para honrar a este último, debían buscar la perfección en todas las cosas: la doctrina de batalla se obedecía al pie de la letra, las tácticas y estrategias se estudiaban hasta el más mínimo detalle, y se perfeccionaban del mismo modo, y los decretos del Emperador eran memorizados literalmente por cada Marine Espacial. Aunque los Hijos del Emperador, como otras Legiones, consideraban al Emperador un hombre y no un dios, su reverencia y adoración hacia él rozaban el fanatismo.
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Revisión del 18:12 25 nov 2006

Fulgrim

Miniatura representando a Fulgrim

Primarca de Los Hijos del Emperador

Origen

Orígenes

Hace mucho tiempo, durante la Era de los Conflictos, el viaje por la disformidad se volvió imposible y todos los mundos colonizados por la humanidad quedaron aislados y se vieron obligados a valerse por sí mismos sin ayuda de sus vecinos en otros sistemas estelares. El Libram ex Dominar, uno de los escasos textos de aquel tiempo que han sobrevivido hasta nuestros días, explica que Chemos era uno de estos mundos, una colonia minera que dependía del comercio interestelar para obtener comida. Los gobernantes del planeta pusieron todo su empeño en extraer suficiente alimento en bruto de aquel hostil entorno para alimentar a los suyos; pero, pese a ello, Chemos era un planeta agonizante. Esto cambió cuando, cierto día, los guardias de los muros de Callax, la fortaleza-factoría más grande que quedaba en el planeta, divisaron un meteoro que caía del cielo y que dejó un rastro de fuego entre las nubes antes de impactar a escasamente una milla de donde se encontraban. Aunque no se podía desperdiciar demasiada mano de obra, el Ejecutivo de Callax envió a un puñado de exploradores a investigar el lugar del impacto con la esperanza de encontrar alguna evidencia de que hubiera supervivientes humanos en otros mundos. Lo que encontraron forma parte de la leyenda.

En el centro del cráter, rodeado por los restos incandescentes de una cápsula de estasis, había un niño apenas mayor que un bebé. A los huérfanos se les solía dar muerte en Chemos debido a que el Ejecutivo no podía malgastar recursos en individuos incapaces de devolver trabajando en las fábricas la inversión que se hacía en ellos; no obstante, el Capitán de los exploradores de Callax lo miró a los ojos y vio en él algo más que un humano normal. Desafiando la tradición, el Capitán de los exploradores apeló al Ejecutivo y, a causa del valor que tenía el Capitán para Callax, se le permitió adoptar al niño como si fuese su propio hijo. Le puso el nombre de una antigua leyenda olvidada hacía tiempo por los habitantes de Chemos: Fulgrim, el dios mítico de la creación. El niño llamado como la leyenda iba a crear pronto la suya propia; una leyenda que sería conocida por todos los habitantes de su planeta.

Fulgrim creció anormalmente rápido y se convirtió en un hombre fuerte y capaz. Con la mitad de años que sus compañeros de trabajo ya era capaz de cumplir sus obligaciones hacia el Ejecutivo y de trabajar durante varios días sin descanso. No solo era eficiente en el sentido físico; sino que, además, asimiló con rapidez la tecnología de las máquinas con que trabajaba y empezó a pensar en la manera de mejorarlas. En el decimoquinto aniversario de su caída del cielo, Fulgrim ascendió de la categoría de obrero a la de ingeniero y, después, a la de miembro del Ejecutivo. Cuando supo del lento deterioro de Callax y otros asentamientos de Chemos, Fulgrim se autoimpuso la misión de salvar su mundo.

Uno a uno, convenció a sus compañeros del Ejecutivo de que era necesario acabar con la degradación que estaba destruyendo Chemos. Bajo el liderazgo de Fulgrim, los equipos de ingenieros viajaron lejos de las fortalezas-factoría y reocuparon puestos de exploración en las regiones más inhóspitas del planeta. Se reabrieron y ampliaron las minas antiguas y se llevaron más y más minerales a Callax, lo que permitió la construcción de máquinas más sofisticadas. La eficacia del reciclaje aumentó hasta que, finalmente, Callax fue capaz de producir más de lo que consumía. Al ver a su gente prosperar, Fulgrim se sintió orgulloso de fomentar el resurgir del arte y la cultura, que habían sido sacrificados hacía tiempo en aras de la supervivencia. Cuando Callax creció, el resto de asentamientos empezaron a aliarse con Fulgrim. Cincuenta años después de que Fulgrim cayera del cielo, ya era el único gobernante de Chemos.

Poco después, el aislamiento del planeta terminó. Del cielo gris descendió una flota de naves de desembarco blindadas y plagadas de cicatrices de guerra que llevaban el mismo símbolo: un águila de dos cabezas. Al ver esto, algunos recuerdos fragmentados despertaron en la memoria de Fulgrim. Chemos no tenía ningún ejército regular, pero la zona de desembarco de las naves había sido rodeada por los Cuidadores del Orden, los soldados-policía responsables de mantener el orden en las fortalezas-factoría. Fulgrim ordenó a los Cuidadores del Orden que bajaran las armas y les dijo que permitieran a los visitantes entrar en Callax.

Fulgrim se reunió en su espartana residencia con los guerreros con armadura procedentes de las estrellas. Sus caras lucían las cicatrices de muchas batallas y de sus hombros colgaban pergaminos que contenían listas de sus victorias. Sus armaduras y sus armas estaban muy bien trabajadas y sus estandartes y pendones eran obras de arte. Fulgrim se dio cuenta de que aquellos hombres no eran meramente avanzados, sino que eran civilizados: sus hermanos perdidos de las estrellas habían conservado las artes que había esperado devolver a Chemos desde hacía tantos años. De entre estos guerreros, su líder, el Emperador de la Humanidad, dio un paso al frente. Fulgrim lo contempló y, sin mediar palabra, se arrodilló y le ofreció su espada. Ese día, Fulgrim juró servir al Imperio con todo su corazón.

Por boca del mismo Emperador, Fulgrim supo de la existencia de la Tierra, de la Gran Cruzada puesta en marcha para reconquistar la galaxia y de sus propios orígenes. Aunque la historia era fantástica, Fulgrim sabía que era cierta; así que, cuando el Emperador se lo pidió, viajó a la Tierra para unirse a su Legión, Los Hijos del Emperador. A diferencia del resto de Legiones que lucharon en la Gran Cruzada, los Hijos del Emperador eran poco numerosos debido a que un accidente había destruido la práctica totalidad de su reserva genética y, con su Primarca perdido, el proceso de reconstrucción había sido lento. Fulgrim tomó el mando de doscientos guerreros, los cuales, por aquel entonces, eran todos los efectivos que podía reunir la Legión. A ellos les asignó la sagrada misión de difundir la sabiduría del Emperador por todas las estrellas del cielo. El Libro de los Primarcas cuenta que les decía: "Somos sus hijos. Que todo aquel que nos mire lo sepa. Solo debido a la imperfección podemos fallarle, así que ¡no le fallaremos!".

Tan impresionado quedó el Emperador por las palabras de su recién reencontrado hijo que concedió a la Legión de Fulgrim un honor único: a los Hijos del Emperador se les permitiría lucir el Águila Imperial en el pectoral de su armadura y serían, por lo tanto, la única Legión que podría lucir el símbolo de esa manera. Fulgrim estaba ansioso por empezar su conquista de las regiones desconocidas de la galaxia, pero se dio cuenta de que sus doscientos guerreros eran demasiado escasos para emprender una cruzada por cuenta propia. Con la bendición del Emperador, él y su Legión se unieron a los Lobos Lunares. Así, Fulgrim luchó codo con codo con su hermano Horus y le ayudó en su recién asignada misión de pacificar la Franja Este de la galaxia. El Señor de la Guerra en persona alabó a Fulgrim y su Legión declarando que eran la personificación del Adeptus Astartes.

Engrosadas sus filas con los nuevos reclutas procedentes de Chemos y la Tierra, los Hijos del Emperador reunieron, finalmente, una fuerza capaz de emprender su propia cruzada, así que Fulgrim dirigió orgullosamente a sus guerreros hacia lo desconocido. Llevó la palabra del Emperador a innumerables mundos y aplastó toda resistencia con la certeza de que quien luchaba contra el Emperador luchaba contra la propia Humanidad. De entre las crecientes filas de su Legión, Fulgrim escogió a unos pocos individuos, los más bravos, fuertes y nobles, les nombró Maestres Comandantes y asignó a cada uno el mando de una Compañía completa. Fulgrim los instruyó personalmente y se aseguró de que fueran merecedores de representar al Emperador. A su vez, los Maestres Comandantes transmitían las palabras de Fulgrim a los oficiales bajo su mando, quienes las transmitían a sus escuadras. De esta forma, a través de sus líderes, cada Marine Espacial de la Legión de los Hijos del Emperador seguía al Emperador en persona. Para honrar a este último, debían buscar la perfección en todas las cosas: la doctrina de batalla se obedecía al pie de la letra, las tácticas y estrategias se estudiaban hasta el más mínimo detalle, y se perfeccionaban del mismo modo, y los decretos del Emperador eran memorizados literalmente por cada Marine Espacial. Aunque los Hijos del Emperador, como otras Legiones, consideraban al Emperador un hombre y no un dios, su reverencia y adoración hacia él rozaban el fanatismo.

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