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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Sexto Clasificado en el V Certamen de Relatos. Escrito por Alberto Navarro.

Las gigantescas puertas del hangar tres se abrieron para dar salida al behemot mecánico, que inició su paso lentamente por las yermas tierras de Panteas, el pequeño mundo forja del Subsector Nova. El titán clase Imperator, con más de cincuenta metros de altura, era un monstruo de adamantio capaz de descargar una potencia de fuego terrorífica y borrar del mapa fortalezas o ejércitos en cuestión de segundos. Por encima de su cuerpo, se encontraba un enorme templo-fortaleza que servía de cuartel general móvil para las tropas imperiales y que también estaba equipado con un arsenal de poderosas armas. Un auténtico portador de muerte, la obra maestra del Adeptus Mechanicus.

El inquisidor Garren Cross y su equipo de acólitos se dirigían al encuentro del enorme titán, a bordo de la Nebulosa, una nave de transporte imperial pilotada por la experimentada capitana Valentia Low. Habían descubierto demasiado tarde lo que el infame Dimas Krane se traía entre manos. Krane se había infiltrado en el manufactorum más importante del planeta. Allí había seleccionado cuidadosamente a su objetivo y había sembrado en él la semilla de la corrupción, extendiéndose como un cáncer por su alma. El princeps Bael Raas era el amo de la voluntad del titán Imperator y había decidido acabar sus días de servicio a un Imperio tan podrido como el cuerpo que descansaba en el Trono Dorado de Terra.

Bael Raas dominaba el Espíritu Máquina del Imperator con una enorme fuerza de voluntad. Su tripulación estaba formada por dos moderati encargados del armamento y un equipo de mecánicos y servidores de mantenimiento. Éstos aún eran leales al Imperio, pero seguirían las instrucciones del princeps, ignorantes de su traición. Bael les había engañado, haciéndoles creer que estaban realizando un simulacro de combate para detectar posibles anomalías. Pero su misión era únicamente mantenerlo operativo para evitar que la Inquisición accediera al titán y detuviera a Krane antes de que éste finalizara la última fase de su plan. Dimas Krane era un agente especializado en abastecer a las fuerzas del Caos con milicias y armamentos de todo tipo. Eran innumerables los conversos que habían alimentado las filas del Caos gracias a él. Había conseguido poderosos objetos que los Marines Espaciales del Caos utilizaban para sembrar la muerte por toda la galaxia. Poder ofrecer como trofeo uno de los escasísimos titanes Emperador sería uno de sus mayores éxitos. Y sería bien recompensado por ello. Los Dioses Oscuros así lo habían demostrado. Con cada uno de sus éxitos, Dimas se veía imbuido por un vigor renovado. Aunque contaba ya con más de cuatro siglos, no aparentaba más de cuarenta años estándar. Su piel era pálida y tenía el pelo corto color platino. No era corpulento ni demasiado alto, pero su simple presencia imponía el suficiente respeto como para saber que no había que jugar con él.

Krane, junto a tres de sus secuaces, se encontraban en ese momento en la basílica central del templo que descansaba sobre los hombros del Imperator, un espacio con el tamaño suficiente como para albergar a trescientos soldados imperiales. Con el titán en movimiento y protegido por sus armas y escudos de vacío, la Inquisición no podría evitar que Dimas realizara el ritual. Abriría una grieta disforme para que los demonios poseyeran al Espíritu Máquina y a toda la tripulación del titán. Un Imperator demoníaco sería un gran paso en el camino de Dimas a la inmortalidad, su mayor anhelo.

Unos niveles por debajo de Dimas, el princeps Bael Raas observó desde su puesto de control como algo en el cielo se dirigía hacia ellos a toda velocidad.

-Atención, se acerca una aeronave hostil a nuestra posición -informó el princeps-. Preparad las armas y abrid fuego.

-Señor, es un transporte imperial -informó uno de los moderati.

-Destruidla -ordenó Raas.

-Se están comunicando con nosotros, deberíamos…

-¡Destruidla he dicho, será mi responsabilidad! -sentenció el princeps cortando la comunicación con la Nebulosa.

- A... la orden... señor…

El megabólter Vulcan y el cañón Hellstorm abrieron fuego contra la Nebulosa. La capitana Valentia Low consiguió esquivar milagrosamente las mortales andanadas de disparos y aceleró para sobrevolar al titán, antes de que el resto de armas tuviesen tiempo de disparar. Debido a su pequeño tamaño y a su velocidad, la aeronave era un objetivo difícil para el titán, que estaba diseñado para la destrucción de objetivos de mayor tamaño. Aún así volver a ponerse a tiro era demasiado arriesgado, así que la Nebulosa viró elegantemente y se colocó por debajo del cuerpo central del titán, entre las dos gigantescas patas, a salvo de sus temibles armas y avanzando a su misma velocidad.

-Debemos acceder al Imperator de inmediato -dijo el inquisidor Cross-. No podemos permitir que Krane lleve a cabo el ritual. No habría nada en el planeta capaz de detener a esta máquina.

-Desde tierra es imposible con el titán en movimiento -comentó Jen, que observaba las enormes patas metálicas por el cristal blindado de proa.

-Cierto -asintió la capitana Low-. Y tampoco tiene zonas para desembarcar en la plataforma superior.

-Por eso crearemos nuestra propia zona -dijo Cross-. Abriremos un agujero para acceder al templo.

-Pero la Nebulosa no tiene ningún armamento lo suficientemente poderoso como para atravesar los escudos o el blindaje del titán -dijo Valentia Low.

-Lo sé, Val -dijo Cross-. Pero el titán dispone de un destructor turboláser en el punto más alto de su estructura. Justo debajo de esa arma se encuentra la cúpula del templo, casi con total seguridad la zona en la que ahora mismo Krane esté llevando a cabo los preparativos del ritual.

"Nuestra mejor opción es atraer el turboláser hacia la cúpula y que realice un disparo que vuele la cubierta. Con un poco de suerte el agujero será lo suficientemente grande como para que podamos acceder con la Nebulosa al interior del templo.

Jen Lox se volvió hacia el inquisidor. Su rostro desconcertado se acentuó cuando arqueó una de sus cejas.

-¿Y como diablos pretendes que logremos eso? -preguntó Jen-. Nos desintegrarán...

-Inquisidor, con todos mis respetos, eso es un suicidio, no lo conseguiremos –el interrogador Darko Haldorf negaba con la cabeza. Garren Cross esbozó una leve sonrisa y señaló elegantemente a Crista Vess, que se encontraba algo separada del resto del grupo. La psíquica en ese momento supo cuál era su papel en el plan del inquisidor.

-Bien, yo me encargaré de las armas -afirmó Crista segura de sí misma, acercándose al grupo-. Controlaré la voluntad de los dos moderati encargados de las armas del titán. Les obligaré a que disparen el turboláser contra la cúpula y evitaré que disparen el resto de armas hasta que la Nebulosa acceda al interior de la basílica.

-¿Podemos estar seguros de que el princeps no interferirá? -preguntó dubitativo Haldorf-. Él es quien controla el Espíritu Máquina del titán.

- Yo lo mantendré a raya con un bloqueo psíquico -aseguró Cross.

- Ten mucho cuidado Garren -le advirtió Valentia.

Valentia Low tenía motivos para preocuparse por el inquisidor. Las posibilidades de acabar siendo el banquete de un demonio de la disformidad aumentaban considerablemente cuando el objetivo de un poder psíquico era una criatura corrompida por el Caos. Sin embargo Garren Cross era un inquisidor del Ordo Malleus. Un cazador de demonios. Un sirviente del Emperador de la Humanidad con una voluntad extraordinaria. Fallar no era una opción.

Dimas Krane terminó su herético símbolo. Una enorme estrella de ocho puntas pintada en el centro de la basílica, adornada en su perímetro con runas blasfemas. Había utilizado para ello sangre humana, extraída de cuerpos que habían sido mutilados en atroces sacrificios. Humanos inocentes, en su mayoría. Aunque no todos. Al agente del Caos se le escapó una sonrisa cuando recordó lo que había sucedido con sus secuaces hacía tan solo una hora, en aquel mismo lugar.

-Chicos… mmm… sé que esto va a ser una faena para vosotros, pero es que... se ha acabado la sangre y… bueno… aún no he terminado…

-¿Q-qué quieres decir con eso, Dimas…? -preguntó Adrien mientras acercaba lentamente la mano a la funda donde guardaba su pistola láser.

-Tranquilo, eh, eh, vamos. Solo necesito un poco de sangre de los tres. Estamos juntos en esto. Yo también aportaré mi propia sangre. Venga, Adrien, acércate, quiero ver esas muñecas.

-D-de acuerdo. T-ten c-cuidado Dimas.

-No te preocupes Adrien -dijo Dimas acercando el enorme cuchillo ritualista al acólito-. Muy bien, así, junta las manos un poco más. Solo será un momento...

-¡¡Aaaaaarrrggh, mis manoooos!! -el alarido de dolor de Adrien resonó por toda la basílica. Sus manos cayeron inertes al suelo mientras la sangre salía a borbotones de sus brazos.

-¿¡Pero qué has hecho!? -gritó aterrorizado Luca.

-¡Joder Krane, no necesitabas mutilarlo! -exclamó Dargen.

-Oh, ya lo creo que sí -dijo Dimas Krane mientras desenfundaba su pistola de agujas-. Vosotros solo lleváis cuchillos. Él era el único que me podía disparar.

-Hijo de… ¡Corre, Luca!… Aarrgh.

-Dimas, por favor no, no me mates… aaahh... ugh.

-Mis manooooos, mis man... oooaargh.

Después de recordar divertido aquel momento, Dimas se puso serio de nuevo. Se arrodilló en el centro de la estrella y comenzó a recitar oraciones oscuras. Las runas alrededor de la estrella brillaron intensamente. El aire del interior de la basílica comenzó a enrarecerse y un fuerte olor a azufre inundó la sala. El plano de la realidad se rasgó y de la nada apareció una pequeña grieta de la disfomidad.

De pronto un ruido ensordecedor. El enorme turboláser del titán impactó en la cúpula de su propia basílica y ésta se derrumbó causando una lluvia de cascotes que originó una densa polvareda en el interior de la sala. Los reflejos de Dimas le permitieron esquivar los enormes cascotes, que a punto estuvieron de aplastarlo.

La Nebulosa apareció por el enorme agujero creado y descendió hasta posarse sobre la zona que estaba libre de escombros. El equipo imperial al completo desembarcó de la nave. El inquisidor Garren Cross. El interrogador Darko Haldorf. La capitana Valentia Low. La soldado Jen Lox. Y la psíquica Crista Vess, aún envuelta en un halo de crepitante energía azulada. En el extremo opuesto de la basílica, cubierto de polvo, se encontraba Krane. A poca distancia de él, la pequeña fisura disforme, del tamaño de un servocráneo, brillaba con maligna energía.

-Se acabó Dimas Krane, agente de los Poderes Ruinosos -sentenció Cross-. Esta ha sido tu última jugada.

-No, mi querido inquisidor… -dijo Krane con una burlona sonrisa-. El juego no ha hecho más que empezar.

Krane extendió los brazos y continuó recitando. La grieta disforme empezó a aumentar de tamaño. Jen Lox abrió fuego rápidamente con su pistola láser, perforando el pulmón derecho de Krane, que cayó al suelo malherido. Pero no pudo evitar que el traidor pronunciara la última palabra del ritual.

- ¡Aaarrrggh! -rugió de dolor Krane -¡¡D-disfrutad de la fiesta de bienvenida ja ja ja, aaarrrggh!!

No tuvieron tiempo de rematar a Krane. La grieta alcanzó rápidamente el tamaño de un Dreadnought, tras lo cual comenzó a escupir demonios sedientos de sangre que ocultaron la figura del hereje.

- ¡Disparad a discreción! -gritó poderosamente Cross.

El grupo comenzó a descargar toda la potencia de fuego disponible. Los demonios eran devueltos a la Disformidad a fuerza de disparos y ráfagas psíquicas, pero en lugar de disminuir, su número cada vez era mayor, a la vez que aumentaba el tamaño de la grieta.

-¡Que el Emperador nos proteja, son demasiados! -gritó desesperanzado Haldorf.

En ese momento la baliza teleportadora que llevaba incorporada la armadura de exterminador de Cross emitió un zumbido.

-¡Sí, Haldorf, el Emperador nos protege! -pronunció con un tono victorioso Cross-. ¡Los hijos de Titán acuden en nuestra ayuda!

La teleportación fue un éxito. Una escuadra de cinco exterminadores del capítulo de los Caballeros Grises apareció junto al inquisidor y unió su fuerza a la del séquito inquisitorial. Los refuerzos que Cross había solicitado al Ordo Malleus no podían haber llegado en un momento más oportuno. Los exterminadores formaron un perímetro de defensa alrededor del grupo de Cross y descargaron una intensa lluvia de disparos con sus bólteres de asalto.

Crista no podía ver a Krane entre la enorme marea de demonios, así que intentó expandir su poder mental para localizarlo. Aún estaba agotada tras el control de los moderati y estar rodeada de demonios no ayudaba. Pero la psíquica dio con el aura oscura del hereje y notaba como ésta se alejaba de su posición.

-¡Garren, Krane trata de escapar, siento que se aleja! -exclamó la psíquica.

-¡No podemos avanzar con todos estos engendros, Crista!

-¡Inquisidor! -el sargento de los exterminadores pidió la palabra mientras continuaba descargando toda su munición contra las criaturas de la disformidad-. Le abriremos paso a través de la horda de demonios. Nosotros nos quedaremos aquí conteniendo a estos monstruos mientras van tras él.

-De acuerdo. Sargento...

-Galleus, a su servicio.

-Gracias, hermano Galleus. Ábranos camino.

Los exterminadores y el grupo de Cross iniciaron el avance con paso firme, abriéndose paso a través de la horda de demonios. Las armas némesis de los Caballeros Grises, relucientes de poder, cobraron protagonismo y los marines demostraron el dominio marcial que tenían con ellas. Cross y su equipo permanecían en el centro de la formación efectuando disparos a quemarropa, protegidos por las armaduras tácticas dreadnought.

Pero aún con su extraordinaria fortaleza y habilidad, los exterminadores no lograban repeler todos los ataques que los demonios les asestaban. El casco del hermano Theos cedió ante los incisivos ataques demoníacos y se partió por la mitad. Uno de los demonios extendió sus garras hasta la cabeza del exterminador y las hundió hasta el cerebro del marine espacial.

-¡¡Theooos, nooooo!! -exclamó impotente el hermano Bethor.

-Resistid, hermanos -dijo Galleus-, pues la luz del Emperador está con nosotros. ¡Devolved a estas viles criaturas a su reino demencial!

-Lo estamos consiguiendo, ya falta poco -dijo Haldorf.

El grupo rompió el muro que formaba la última fila de demonios y llegó hasta el punto en el que Dimas Krane había iniciado la huida. Se encontraban ante dos puertas. Una daba acceso a la torre oeste. La otra llevaba a niveles inferiores del titán.

-Krane ha escapado por la torre oeste -dijo Crista Vess.

-De acuerdo. Crista y Darko id a por Krane -ordenó Cross-. Jen y Valentia dirigíos por la otra puerta al puesto de control del princeps y acabad con él. Yo me quedaré con los Caballeros Grises y les ayudaré en la tarea de contención.

El séquito de Cross obedeció fielmente sus órdenes y se dividió para dirigirse hacia sus dos objetivos. El inquisidor empuñó su espada psíquica y se unió a la batalla en sustitución del marine espacial caído.

-Gracias inquisidor -dijo Galleus.

-Nos habéis salvado. Es lo menos que puedo hacer.

Dimas avanzó tambaleándose por la gran sala de la torre oeste. Sin parar el paso, se sacó una cápsula metálica de uno de los bolsillos de su chaleco y se tomó el líquido que contenía. En unos segundos la herida de su pecho empezó a cicatrizar. Siguió su huida atravesando varias cámaras hasta que encontró la antesala donde se situaba uno de los portones de salida que las tropas imperiales utilizaban en sus asaltos desde el titán. Se acercó a ella y accionó el mecanismo de apertura. El portón se abrió lentamente, originando una fría corriente de aire. Dimas observó el encapotado cielo gris de Panteas. Se deshizo de su largo abrigo y a la vista quedó el artilugio que le había salvado la vida varias veces. Un propulsor de salto compacto, de tecnología xeno, conseguido durante una de sus búsquedas de artilugios.

Hora de un aterrizaje de emergencia, se dijo a sí mismo.

Atravesó la enorme puerta y saltó al vacío justo en el momento en el que Darko Haldorf y Crista Vess, entraban en la antesala y observaban la escena.

-¡Maldición, ha huido! -se lamentó Haldorf.

-¡Bastardo, te encontraremos de nuevo y acabaremos contigo! -exclamó Crista.

-Ya no podemos hacer nada, señorita Vess. Deprisa, volvamos con el inquisidor. Necesitará nuestra ayuda.

El sargento Galleus sentía como los incisivos ataques de los demonios hacían saltar pedazos de ceramita y plastiacero de su armadura y ya lograban dañar su cuerpo. Ni tan siquiera se había permitido el lujo de contar cuántos demonios había evaporado; cincuenta, cien… no podía entretenerse en contarlos.

El hermano Castar cayó y su cuerpo desapareció bajo la marea de bestias infernales. Tres Caballeros Grises y un Inquisidor frente a una horda de demonios. El hermano Jael se percató en ese momento de que la grieta se estaba cerrando y lo comunicó a sus compañeros. Por primera vez en esa batalla el número de demonios disminuía.

-¡Un último esfuerzo, hoy venceremos de nuevo a las tinieblas! -gritó Galleus con todas sus fuerzas. -¡Por el Emperador!

Uno tras otro, los demonios del Caos fueron desvaneciéndose, pero esta vez ninguna criatura ocupaba el espacio de la anterior. Las fuerzas empezaron a fallarles, pero Darko y Crista reaparecieron de nuevo en la basílica y se unieron a la batalla. Su ayuda acabó de inclinar la balanza en favor de los defensores imperiales.

Cuando el último de los demonios desapareció, los supervivientes de la basílica sintieron como el titán se detenía.

-Parece que Valentia y Jen han acabado con el princeps -dijo Cross orgulloso a la par que exhausto-. El titán está a salvo.

-Sí, pero Krane ha escapado -afirmó Crista.

-No, Crista -le corrigió el inquisidor. -Nadie escapa de mí. Le’ilani se encargará de Krane.

-¿Quién es Le’ilani? -preguntaron al unísono Haldorf y Crista.

Dimas Krane corrió por los yermos con toda la velocidad que sus piernas le permitían. Su propulsor se había quedado sin energía rápidamente. Era el precio a pagar por un modelo tan compacto. Se puso en contacto con su nave e indicó a su piloto unas coordenadas seguras para que lo recogieran. Dimas se giró por un momento y a lo lejos vio como el titán se había parado.

-Todo el maldito plan ha fracasado… Lo vas a pagar caro, Garren Cross, ¡por el Panteón que lo harás, desgraciado!

Cuando Dimas llegó al punto de extracción, la nave ya se encontraba allí, esperándolo. A pocos metros de distancia de la nave, Dimas activó su comunicador y dio orden de que abrieran la puerta de embarque. La puerta fue abriéndose poco a poco formando una rampa de acceso, y mientras se desplegaba, los cuerpos desmembrados de los últimos miembros del séquito de Dimas se deslizaban por ella, formando una macabra alfombra sanguinolenta. El agente del Caos observó atónito como del interior de la nave emergía una sensual fémina vestida con una sintipiel negra.

Dimas profirió una maldición y disparó su pistola de agujas. Con una rapidez antinatural, la Asesina Callidus Le’ilani esquivó los disparos y redujo a la nada la distancia que le separaba de su objetivo. Krane no tuvo tiempo de desenfundar su cuchillo. Con un fugaz y elegante movimiento ascendente de su brazo izquierdo, Le’ilani asestó una terrible cuchillada diagonal al torso de Dimas.

El hereje cayó al suelo completamente derrotado y Le’ilani puso una de sus botas sobre el pecho ensangrentado de su enemigo.

-Nadie escapa del inquisidor Garren Cross -susurró la Asesina.

Lo último que vio Dimas Krane antes de morir fue como la Hoja Fásica C’tan de Le'ilani se introducía en una de sus cuencas oculares.

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