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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Legión de la Cruz de Hierro
El contenido de este artículo pertenece a la saga No Oficial de Balhaus, que ha recibido el Sello de Calidad Wikihammer.

¡Disfrútala!


- ¿Señor? –dijo el novato cuando se abrió la puerta automática con un sonido aspirado, asomando la rapada y enorme cabeza con temerosa lentitud.

- Entra –se escuchó firmemente desde el interior.

Obedeció de inmediato mientras se cerraba la puerta tras él, quedándose de pie, estático como si esperara otra orden. Era un individuo joven de más de dos metros de estatura, con un corpachón amplio y musculoso enfundado en un impecable uniforme negro que mostraba una simple insignia en la hombrera derecha que lo identificaba como soldado raso de la Legión de la Cruz de Hierro.

Frente a él, sentado a una mesa sobre la que había una gran pantalla táctil llena de símbolos y diagramas, había otro hombre más o menos del mismo aspecto, pero notablemente más mayor que el bisoño soldado que acababa de aparecer en la habitación. Su cabeza también rapada al estilo militar mostraba varias cicatrices, profundas marcas que contaban la historia de una larga vida de servicio, de hecho una de las más longevas dentro de la III División al parecer, pues según comentaban entre los recién llegados el teniente Dietrich von Haupt tenía más de mil años, si bien nadie lo sabía con certeza.

- Siéntate –le invitó con un gesto amable mientras señalaba una silla cercana a donde se encontraba él y proseguía con su labor, moviendo ágilmente sus dedos sobre la pantalla.

Se acercó con pasos pesados a través del habitáculo, un lugar espartano aunque moderno, limpio como un quirófano y donde tan solo había una cama perfectamente hecha, un pequeño servicio, la mesa con la pantalla conectada al Kampfcomm y un par de sillas, todo bajo varios focos de pulcra luz blanca. Se sentó en silencio esperando a que el teniente terminara de revisar los datos en la pantalla, enfrascado en algún complejo cálculo que él no podía entender. Pasaron los minutos sin que se dirigieran la palabra, pero al recién llegado no le resultó incómodo, pues sabía que dedicarle a un novato como él un minuto de tiempo por parte de alguien como el teniente era un privilegio del que pocos podían disfrutar y no se daba con frecuencia, pero era una especie de obligación para su superior.

- Muy bien –dijo el curtido soldado finalmente apartándose de la pantalla y mostrando una sonrisa agradable, girando su pesado cuerpo en la silla para encarar al invitado–. ¿Por dónde nos habíamos quedado?

Eran ya varias las veces que se entrevistaba con el teniente, el cual había sido asignado como su mentor dentro de la División para sorpresa y envidia del resto de novatos, quienes habían obtenido como mentores a otros oficiales que no tenían tanto renombre. Era común dentro de cada División que soldados más experimentados tuvieran charlas periódicas con los nuevos reclutas durante el primer ciclo de servicio, en las que comentaban asuntos que era necesario que conocieran aparte de la instrucción corriente como por ejemplo las costumbres dentro del cuerpo, el tipo de misiones que solían realizar, sus obligaciones más allá del reglamento y demás cosas que no venían explicadas en los manuales. Estas guías informales resultaban de mucha ayuda para que los nuevos reclutas, jóvenes inexpertos y ansiosos por encajar entre sus nuevos compañeros, pudieran ambientarse lo antes posible en su nuevo destino.

Sin embargo el teniente no había seguido ése patrón con él. Nada de charlas sobre la camaradería en la escuadrilla, los barracones, el cuidado de las armas o lecciones de combate. Desde un principio había evitado el contenido estándar que solía emplearse en esas sesiones para centrarse en cosas muy distintas, pues Dietrich von Haupt, además de teniente de la División III, era entre otras cosas un hábil tecnólogo, estudioso de la filosofía y erudito en historia, y en ningún caso habría perdido el tiempo explicando a un novato cómo limpiar convenientemente la recámara de un Eisentöd o algo parecido.

No, la intención del teniente era muy distinta, pues le aburrían sobremanera las charlas cuarteleras y la estricta reglamentación militar. Para eso –bromeaba– está la División II o la VI, que se toman las cosas mucho más en serio. Dietrich intentaba que los reclutas le escucharan pero también participaran de la conversación, la cual podía ir sobre cualquier tema interesante, y solía animar las charlas contando experiencias propias, opiniones y datos relevantes que venían al caso. Consideraba que aquello era mucho más enriquecedor que aprender a lustrarse las botas con betún o a dejar la cama lisa como una pista de aterrizaje en menos de un minuto, y a aquellos que les tocaba como mentor –tan solo un puñado entre miles cada ciclo-, encontraban sus entrevistas cautivadoras y amenas.

La primera vez que se sentaron juntos el veterano teniente le explicó sus intenciones, lo cual dejó algo perplejo al recluta, quien esperaba una mera retahíla de consejos paternalistas que se repetirían a lo largo del tiempo hasta que su mentor considerara que estaba preparado para desenvolverse solo. Cuando le preguntó directamente sobre qué quería hablar se quedó allí como un estúpido en silencio, sin saber cómo reaccionar o qué decir, pero el veterano teniente atajó la situación proponiéndole varios temas como la situación actual de Balhaus en la galaxia, la expansión del Imperio de la Humanidad, la tecnología Tau, las guerras con el Caos o los enfrentamientos con las múltiples razas xenos. Sorprendido pero muy interesado el recluta había elegido el segundo asunto, pues siempre había sentido curiosidad por el Emperador y la historia de Terra desde sus primeros días de estudio en la academia antes de que lo destinaran a la División III. El teniente se sintió complacido con la elección ya que también él era muy aficionado a los hechos acaecidos en los anteriores milenios con el Imperio, así que había comenzado a hablar poniendo de relieve los acontecimientos más relevantes desde las épocas más lejanas, mucho antes de que Balhaus siquiera existiese.

- Comentábamos la expansión de la Verdad Imperial por la galaxia –dijo el recluta tratando de situar el tema.

- Ah, sí –contestó el teniente recordando la última conversación–. ¿Has leído el texto de Mathias Schwenmüller que te comenté, el análisis de la Gran Cruzada?

El novato asintió como un alumno que esperara que el profesor le preguntase la lección tras estudiarla a conciencia. Había pasado muchas horas en la holoteca leyendo –e incluso memorizando- los pasajes de aquel libro recomendado por el teniente, el cual se hablaba en profundidad sobre el Emperador, del Trono Dorado, los Altos Señores de Terra, el Adeptus Astartes, la Gran Cuzada y un sinfín de conceptos más cuyo estudio le resultaría beneficioso para avanzar en su conversación, pues el teniente sabía perfectamente que en la academia esos temas se trataban de una forma algo superficial y más como un asunto de cultura general que como algo objeto de análisis.

- Bien –prosiguió entonces el veterano–. La Verdad Imperial.

Se levantó y comenzó a caminar por la sala con las manos a la espalda, mirando al suelo mientras parecía hacer memoria de algún dato importante.

- ¿Qué opinas de ella? –preguntó entonces deteniéndose mientras le miraba fijamente, mostrando repentino interés por su respuesta.

El novato se quedó algo azorado, pero enseguida se repuso pensando que si bien no tenía experiencia alguna –nunca había visto a un ser humano del Imperio, a un Marine Espacial o cualquier otro sujeto representativo más que holoimágenes, libros o grabaciones- sí que tenía suficientes conocimientos teóricos como para aventurar una opinión.

- Yo creo que es una mera utopía –contestó entonces tratando de mostrarse tajante.

- Explícate –le animo el teniente.

Se tomó unos segundos para ordenar sus pensamientos y no embarullar la respuesta, hasta que por fin se soltó.

- La base de la Verdad Imperial no parecía descabellada –continuó-. Unir a todos los seres humanos de la galaxia bajo una misma bandera eliminando la religión, las supersticiones y los antiguos dogmas parece que era el camino lógico para establecer la especie humana como dominante en el cosmos. No obstante era sólo una idea, la práctica de la misma fue algo muy diferente. Además la imposición de la Verdad Imperial por la fuerza no parece que fuese un camino correcto.

- ¿Por qué? –indagó Dietrich sentándose de nuevo y atento a sus palabras- Si la idea era buena, ¿por qué no aplicarla con toda la determinación posible?

La manera que tenía el teniente de hacerle discurrir era muy directa, pero sin embargo no le resultaba molesta, pues poco a poco se iba sintiendo más cómodo a medida que compartía sus ideas.

- Porque el hecho de aceptar por la fuerza una creencia específica no supone consentir en la misma sin más –contestó.

- Así es –convino Dietrich-. Sabemos que muchas civilizaciones humanas aisladas y esparcidas por la galaxia que vivían perfectamente solas fueron prácticamente masacradas cuando la Verdad Imperial llegó hasta ellos y los propagandistas y filósofos enviados por el Emperador no fueron capaces de instaurarla por las buenas. Los Astartes se encargaron de su “aceptación” mediante la violencia cuando las palabras no calaban.

- Lo cual dejó resquemores y odios latentes –completó el recluta-, pese a que en apariencia la Verdad Imperial estuviese instaurada.

- Exacto, pero piensa un momento en esto: A medida que se imponía sistema tras sistema ¿cuándo se desmoronó la idea unificadora del Emperador? Es decir ¿cuándo dejó de ser válida la idea de la Verdad Imperial?

El recluta caviló unos instantes.

- Con la traición de Horus –aventuró-. Lo que el Imperio llama la Herejía.

- Ese fue el cénit –corrigió el teniente-. El suceso más representativo con el que dieron comienzo los siete años terrícolas de guerra civil. Pero no. El momento en el que todo se fue al traste fue cuando el Emperador decidió enclaustrarse en Terra permitiendo que los Primarcas tomaran las riendas de la instauración de su Verdad Imperial, y a la postre el control del conglomerado de civilizaciones que habían subyugado bajo la misma. El rostro del novato, normalmente impasible, mostró un leve gesto de extrañeza, cosa que no pasó inadvertida para su mentor.

- Es la naturaleza humana –explicó-. Dicen que el Emperador era infalible y omnisciente, de hecho todo su séquito de fanáticos aún lo sigue defendiendo después de diez milenios, pero me temo que su adorado líder cometió un error garrafal. Creyó que su legado se mantendría o incluso seguiría expandiéndose dejándolo en manos de sus famosos Primarcas…que tienes claro quiénes eran ¿verdad?

Asintió con la cabeza, esperando para ver cómo concluía su explicación.

- Creó veinte hijos a partir de su propia semilla genética –continuó-. En cierta forma el proceso se parece a nuestra selección de genotipos, aunque seguramente el suyo era más rudimentario. Por desgracia para él en el “diseño” de sus chicos se olvidaron de que existen ciertas pequeñas imperfecciones inherentes a la condición humana, como la envidia y la corruptibilidad. Campo abonado para que el Caos hiciera acto de presencia, como se vio después. En mi opinión en el mismo momento en que el Emperador se quitó de en medio y confió en su prole para dirigir sus asuntos se acabó la Verdad Imperial. Aunque a decir verdad, como idea creo que desde un principio estaba completamente lastrada…

- ¿Por qué? –inquirió el recluta con curiosidad.

- Porque como te decía es la naturaleza humana –explicó-. No es simplemente que los hombres sean proclives a la corrupción, sino que muchos de los billones de pobladores en los mundos imperiales, incluso algunos Primarcas como Lorgar, eran incapaces de vivir sus vidas sin tener una entidad a la que adorar y considerarla como principio y fin de todo. Es decir, el mismo que desde el primer momento trató de imponer la lógica y la racionalidad entre todos los humanos frente a la superstición y las religiones fue irónicamente elevado al nivel de deidad antes incluso de que se produjera la Herejía, luego es obvio que la Verdad Imperial estaba condenada desde el principio. Lo que vino después, la Eclesiarquía, el Culto Imperial, los Inquisidores y demás fueron una consecuencia directa de la incapacidad de algunos hombres de vivir sin un dios por el que sacrificarse y también por el que matar…

- Pero nosotros no –interrumpió el recluta entonces planteando una nueva cuestión-. Quiero decir, los hijos de Balhaus. Nosotros también somos humanos, tal y como muchas otras civilizaciones en la galaxia que actualmente forman parte del Imperio, pero entre nosotros sin embargo no existe la semilla de la superstición religiosa ni la necesidad de sumisión a una entidad superior...

- Porque nuestra evolución desde un principio fue completamente distinta –explicó el teniente-. Desde el mismo nacimiento de Balhaus sus primeros pobladores estaban orientados hacia otra forma de vida, una basada en el conocimiento, la tecnología y el empirismo, no en el miedo absoluto a un ser místico impuesto, a su credo servilista y a sus seguidores fanáticos y violentos. El paso de las generaciones, el tamiz genético y los hechos sucedidos a lo largo de nuestra historia permiten que nuestros ciudadanos sean inmunes a la tentación de dejarse llevar por el camino simple de la religión y los dogmas irracionales.

- ¿Somos pues diferentes a los demás seres humanos? –concluyó entonces el recluta.

- En realidad sí. Después de seis mil años de existencia nos hemos diferenciado de ellos en muchos aspectos, no sólo genéticamente, sino también en cuanto a nuestro desarrollo intelectual y evolutivo. Sin embargo no somos los únicos. La galaxia es inmensa, hay sistemas donde la mano del Imperio no ha llegado y en la que existirán humanos que han seguido sus propios caminos. Puede que haya muchos como nosotros, o tal vez ninguno.

El recluta se quedó absorto tras aquellas palabras, imaginando civilizaciones establecidas en el otro extremo de la galaxia que pudieran compartir ideales similares a los de Balhaus o que hubieran evolucionado como ellos, lejos del Imperio y de la luz de su Astronomicón. Aunque quizá no hubiera nadie como ellos.

- Instaurar un credo común significa anular los credos previos –continuó Dietrich desviándose hacia el punto anterior-. El Emperador quería que los seres humanos se libraran del lastre de los antiguos dogmas que habían pervivido a lo largo de milenios, que olvidaran todo lo que generación tras generación habían dado por sentado y habían aprendido, creando una nueva raza libre de supersticiones. En resumen, quiso cambiar la condición humana a medida que sus tentáculos alcanzaban los confines de la galaxia y descubrían nuevas civilizaciones. Aparte de pretencioso eso tiene varias connotaciones de tiranía, pues los que eran conquistados no tenían la opción de aceptar o no aceptar las nuevas reglas, ya que si no las aceptaban los Astartes los machacaban con bombas. No, en ese aspecto el Emperador no era un libertador, sino un dictador, aunque la teoría original de la Verdad Imperial pareciese una buena idea, pero ni siquiera los más cercanos a él estaban de acuerdo con ella.

- ¿Te refieres a Lorgar? –inquirió el joven soldado.

- Entre otros. Lorgar fue el máximo exponente con su Lectio Divinitatus y sus Portadores de la Palabra. Pese a que su tarea durante la Gran Cruzada era llevar la Verdad Imperial a todos los mundos conocidos y por conocer, el Primarca estaba obsesionado con la divinidad del Emperador, algo completamente contrario al objeto de su misión, lo cual era herencia directa de su simple naturaleza humana independientemente de la manipulación genética con la que fue creado.

- Y fue víctima de la influencia del Caos gracias a ello –añadió el recluta.

- Correcto. Esa es la razón por la cual el Caos ha conseguido tantas veces esparcir la corrupción a lo largo de tantos lugares. Ahí donde hay humanos siempre hay posibilidades de que el Caos haga acto de presencia. La debilidad de su naturaleza cuando no tienen principios sólidos a los que aferrarse los hace susceptibles de ser poseídos por los poderes ruinosos. El recluta meditó sobre ello y se imaginó con sobrecogimiento a los billones y billones de humanos repartidos a lo largo del Universo que podían ser recipientes de la maligna semilla del Caos, lo cual tenía además una funesta consecuencia, que los frentes donde podría reproducirse eran infinitos.

- La guerra con los poderes ruinosos nunca terminará mientras haya posibles víctimas para su corrupción –dijo Dietrich como si pudiera interpretar fielmente su pensamiento y corroborando sus conclusiones-. Es más, el verdadero objetivo del Emperador con su Verdad, que era erradicar de la humanidad las debilidades que los hacían susceptibles de ser infectados por el Caos para convertirlos en una unidad que pudiera enfrentarse a los dioses oscuros, es algo irrealizable en tanto en cuanto no cambie el interior del propio hombre. La aparición de la Eclesiarquía y todas sus entidades derivadas no hicieron más que impedir esa posibilidad.

- Pero se supone que la Eclesiarquía combate el Caos –apostilló el recluta.

- Sí, pero aboga constantemente por la divinidad del Emperador de manera fanática, luego no hace más que repetir el mismo error que el Primarca Lorgar, además de perpetuar el misticismo entre toda la población del Imperio anulando cualquier tipo de libertad. Y ése es precisamente el origen de la inconformidad, del descontento y del miedo, que son la vía más rápida para que la influencia del Caos pueda extenderse.

Las palabras del teniente cayeron como bloques de plomo sobre el pensamiento del joven novato, haciéndole comprender la complejidad de la situación y cómo afectaba eso a la propia existencia del ser humano.

- Creo que es suficiente por hoy –dijo el teniente despertándolo de su ensoñación-. Con esto tendrás bastante que pensar hasta nuestra próxima charla. Para la siguiente trata de leer los textos de Werner von Staufmann sobre el Adeptus Astartes, contiene información muy buena sobre la fundación de los capítulos y sus acciones tras la Herejía de Horus. Están disponibles en la holoteca.

- A la orden –dijo el recluta levantándose de inmediato.

- Hasta la próxima entonces –se despidió el teniente dedicándose de nuevo a su pantalla y sus cálculos como si estuviera solo.

El recluta salió del habitáculo inmerso de nuevo su pensamiento en todos los conceptos que habían comentado. Ahora tenía prácticas de tiro, pero sólo deseaba llegar a su escuadrilla para sentarse junto a sus compañeros y compartir con ellos lo que el teniente le había explicado.

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