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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Legión de la Cruz de Hierro
El contenido de este artículo pertenece a la saga No Oficial de Balhaus, que ha recibido el Sello de Calidad Wikihammer.

¡Disfrútala!


La densa bruma impedía distinguir lo que había unos pocos metros más allá de la improvisada trinchera en la que llevaban metidos más de una hora, que no era más que un embudo en el suelo formado por la explosión de un obús. A pesar de no poder ver nada, el panorama que había alrededor, con docenas de cadáveres horriblemente mutilados, miembros esparcidos y sangre mezclada con la arena en el suelo, dejaba claro que lo que les esperaba allí fuera era muy peligroso.

Ocultos entre aquella carnicería sólo quedaban un par de hombres con vida, uno asomando la cabeza con cuidado por encima del borde del embudo y otro en el fondo que trataba de vendarse una pierna, la cual mostraba una gran quemadura que cubría casi toda la piel de su muslo derecho junto con la propia tela del uniforme, hecha jirones y calcinada. Pese al dolor no emitía ningún sonido, sino que apretaba los dientes mientras trataba de aplicar un apósito y lo sujetaba con una tensa banda de tela autoadhesiva, lanzando alguna mirada furtiva hacia su compañero esperando noticias.

- ¿Los ves? –atinó a decir mientras terminaba la cura de emergencia atando burdamente los extremos de la venda.

- No veo una mierda, pero están ahí –contestó el otro-. Puedo oír cómo se mueven.

- Esta posición está jodida. En cuanto vuelvan no vamos a poder contenerlos...

El vigía bajó entonces hasta la altura del herido, quien echó un último vistazo a su vendaje y cogió el rifle comprobando que estuviera en buenas condiciones.

- Tenemos que replegarnos Hans –le dijo entonces mirándole la pierna.

- ¿Adónde quieres replegarte? –contestó con una mueca de dolor y recargando el arma con habilidad- Han matado a todo el pelotón y no sabemos dónde está el resto de la compañía...

- Si nos quedamos aquí estamos acabados, hay que moverse.

- Con esto yo ya no voy a ninguna parte –dijo haciendo un gesto con la cabeza señalando la pierna herida-. Vete tú, yo aún les daré un poco de guerra desde aquí, pero tendrás que ayudarme a subir hasta el borde…

- No voy a dejarte aquí, joder –interrumpió el otro-. ¿Eres imbécil? ¿Sabes lo que te harían esos putos monos verdes si te cogen con vida?

- La idea es que no lo hagan –contestó con una media sonrisa que enseguida se transformó en otra nueva mueca de dolor.

En ese momento se escuchó una voz gutural y profunda en el basto idioma de los Orkos, como si uno de ellos estuviera dando órdenes no muy lejos del lugar donde estaban, lo cual hizo que los dos soldados se pusieran alerta inmediatamente.

- ¡Ya vienen! –exclamó Hans mientras empezaba a arrastrarse con dificultad para subir la pendiente del embudo.

- Espera –lo detuvo su compañero poniéndole una mano en el hombro mientras agudizaba el oído.

Permanecieron unos segundos en silencio, hasta que dejó escucharse la potente voz.

- ¿Es que entiendes lo que dicen? –preguntó en un susurro.

- Algo –contestó-. Parece que no saben exactamente dónde estamos, pero sí que seguimos por la zona…está dando órdenes para que peinen los cráteres.

- Esos cabrones no va a parar hasta que nos encuentren, está claro.

- Tenemos que irnos –insistió el otro.

- No puedo dar ni un paso con esta pierna, Gunter. Es mejor que te largues.

- Ya te he dicho que no voy a dejarte aquí…

- Pues entonces estaremos muertos los dos. Hazme caso, no seas idiota…

- Vuelvo enseguida –dijo entonces trepando rápidamente la escasa pendiente del embudo de obús dejando a Hans allí solo.

Pasó un rato en el que se escucharon algunos sonidos metálicos que provenían de algún lugar indeterminado, pero que le pareció que podrían deberse al entrechocar de la armadura de alguna de aquellas bestias verdosas. Entonces oyó un murmullo y un instante después Gunter rodaba dentro del cráter sosteniendo algo muy voluminoso entre sus manos.

- Ayúdame –le dijo entonces mostrando su botín, una larga ametralladora pesada Gantler con una buena ristra de munición que llevaba enroscada alrededor del cuello.

- ¿De dónde ha salido eso?

- De ahí al lado –contestó mientras revisaba rápidamente el mecanismo de disparo con ojo experto-. La llevaban Klaus y el otro tipo, no me acuerdo de su nombre, los de la segunda sección…

- Rolf –le recordó mientras recogía la ristra de balas de 10 milímetros y trataba de colocarla en la cámara de admisión.

- Lo que queda de ellos está ahí, en otro agujero. Joder, aquello parece un matadero…

- Pues lo mismo que esto –apostilló Hans-. Pero por lo menos con este trasto se van a llevar una sorpresa de cojones cuando vengan.

Un par de minutos más tarde el arma estaba montada y en posición al borde del embudo, mientras Gunter hacía otro fugaz viaje a un par de cráteres circundantes para recoger todo lo que les pudiera ser útil, además de munición y algún arma de mano.

- Tenemos diez granadas de fragmentación, dos incendiarias y cinco Verstümm, pero no he encontrado el tubo para lanzarlas –informó-. Aparte hay seis cargadores para nuestros BK…

- Será suficiente para mantenerlos entretenidos un rato –comentó-. Y ahora márchate de una vez…

- Como sigas con el mismo rollo no va a hacer falta que vengan esos mierdas a matarte, lo haré yo mismo.

- En serio Gunter déjate de bobadas, yo ya estoy jodido, esa descarga láser me ha fundido la pierna hasta el hueso, pero tú aún puedes escapar.

- Yo lanzaré las granadas –dijo ignorándole por completo como si estuviera hablando a alguien que no fuera él-. Tú mantén a raya a los que se les ocurra asomar la nariz con la MG44, y luego cogemos los fusiles cuando las cosas se pongan más feas.

- Héroe de los cojones –masculló Hans viendo que no había manera de convencer a su compañero y que por mucha que tratara de que se marchase no iba a hacerlo, lo cual era lo mismo que una sentencia de muerte.

Se quedaron los dos en guardia mientras escuchaban los gruñidos de los Orkos, quienes parecían no tener prisa en cerrar el cerco y comenzar a explorar los cráteres en su busca. La bruma empezaba a levantarse poco a poco, con lo cual se empezó a mostrar el dantesco espectáculo de lo sucedido allí horas antes. Gran parte del 10º Batallón de Infantería de Norsia se encontraba allí esparcido y triturado por la salvaje embestida de los Orkos, quienes se habían lanzado en un ataque frontal llegando al cuerpo a cuerpo con los sorprendidos soldados del Wehrgruppe. Cuando se encontraban en plena lucha, varias baterías de kañones pesados y kañones Zzap comenzaron a abrir fuego sin más sobre el amasijo de combatientes formado en la explanada, amigos y enemigos, con la consecuente carnicería. De esta manera el batallón fue completamente barrido, así como infinidad de Gretchins y Chikoz, mientras los artilleros Orkos aullaban de júbilo desde la lejanía por la masacre que acababan de cometer. El paisaje tras aquello quedó como si un gran taladro hubiera horadado la explanada mil veces, dejando todo plagado de cráteres humeantes y una densa bruma que se extendía entre los miles de cadáveres y despojos esparcidos por todas partes.

- Joder qué panorama –emitió Gunter absorto cuando la neblina se empezó a disipar y vio el sangriento resultado de lo que había ocurrido no mucho antes.

- Mierda, no queda nadie –corroboró Hans-. Se han fundido a todo el batallón…

Justo en ese momento, a unos quince metros de su posición, apareció repentinamente una criatura verdosa y pequeña con gesto estúpido, armada con un arma demasiado grande para su tamaño, probablemente recogida de las manos muertas de un Orko. El Gretchin localizó a los dos soldados al mismo tiempo, y antes de que un proyectil del fusil BK de Gunter atravesara su cabeza limpiamente, la criatura emitió un agudo grito con objeto de alertar seguramente al resto de su banda.

- ¡Prepárate! –gritó Gunter mientras volvía a esconderse y cogía una de las granadas de fragmentación.

No pasaron ni diez segundos cuando las balas comenzaron a silbar por encima de sus cabezas, disparadas por un amplio grupo de Gretchins y algunos Orkos que se acercaban saltando por los cráteres como si fueran ranas sobre dos patas. Más allá podía distinguirse una densa marea verdosa, quizá un par de cientos más de ellos.

- ¡Ahora! –le chilló Gunter a su compañero a la vez que lanzaba la primera de las granadas contra los atacantes.

La MG44 empezó a escupir ráfagas a baja altura con su característico tableteo, las cuales alcanzaron de lleno a la primera línea de Gretchings que asomaba ya por el cráter más cercano despedazándolos con facilidad. Se sucedieron un par de explosiones provocadas por las granadas, y acto seguido el propio Gunter tomó su arma y comenzó a abatir a todos los atacantes que tenía a tiro. La refriega no duró más que un minuto, en el cual unos doce Orkos y por lo menos cincuenta Gretchings cayeron bajo las balas de los soldados de Balhaus, pero aquello sólo era el preludio de lo que se les venía encima.

Desde más allá se escucharon de nuevo las voces guturales de los Orkos, nada de aullidos chirriantes de sus servidores más pequeños, sino los atronadores gritos de los guerreros más grandes que se lanzaban al combate ansiosos por matar, precedidos por las ráfagas de sus Akribilladorez. Hans y Gunter dispararon sus armas contra la masa que se aproximaba causando muchas bajas entre los atacantes, hasta que la MG44 terminó su munición y tuvieron que usar sus fusiles y las pocas granadas que les quedaban.

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- ¿Queda alguien ahí? –preguntó el sargento de la VIII División a uno de sus hombres que se encontraba más adelantado.

El soldado se giró e hizo un gesto negativo con la cabeza.

- ¡Seguid avanzando! –ordenó entonces mientras trataba de no caer en el interior de uno de los interminables cráteres de la explanada. El rugido de los motores tras él se hizo más evidente cuando los tanques Grimmkrieg comenzaron a salvar los profundos desniveles poniendo a prueba sus cadenas.

Minutos más tarde uno de los soldados envuelto en un blindaje Vernichter pesado comunicó que había encontrado restos de Orkos muertos no hacía mucho tiempo en la zona Oeste de la explanada, los cuales parecían estar orientados hacia una posición específica. El sargento se las apañó para llegar hasta allí y comprobó que, en efecto, un grupo de Orkos yacían muertos en el suelo agujereados por balas del calibre de Balhaus.

- Hubo supervivientes del bombardeo –anunció-. Buscadlos. Es posible que aún haya alguno con vida.

Mientras sus hombres revisaban cráter por cráter, el sargento siguió el informe rastro de cadáveres verdosos directamente hasta el lugar donde parecía que los soldados habían intentado defenderse. Entonces llegó hasta un gran agujero en cuyo borde había una ametralladora MG44 sin munición, innumerables casquillos y algunas granadas Verstümm sin usar. Bajó hasta el fondo del embudo, donde había apilados por lo menos una docena de cuerpos Orkos, viendo que a un lado de ellos había un soldado tumbado boca arriba con un aparatoso vendaje en la pierna derecha y varios agujeros de gran calibre en su pecho. Apartó con esfuerzo un par de corpachones verdes y, como temía, bajo ellos encontró el cuerpo de un segundo soldado, el cual se había defendido en última instancia con su bayoneta antes de caer también atravesado por una garra de combate.

- Que venga un transporte hasta mi posición –ordenó entonces el sargento-. Hay que recoger dos cadáveres para llevárnoslos.

Aquello no era mucho, sobre todo teniendo en cuenta que de los miles de soldados que originalmente formaban el 10º de Norsia tan sólo parecían quedar un par de ellos reconocibles. No obstante el sargento sintió cierto pesar por ellos, pues daba la sensación de que se habían defendido como valientes contra una fuerza mucho mayor tras soportar el brutal bombardeo de la artillería, y ahora su División había llegado demasiado tarde para poder ayudarles. Los Orkos se habían retirado, no andarían demasiado lejos, así que apretó los dientes e hizo la señal de avanzar. Tarde o temprano darían con ellos y podrían vengar la muerte del batallón del Wehrgruppe, y también a aquellos dos soldados anónimos que sobrevivieron a lo impensable para morir poco después en nombre de Balhaus.

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