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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Eclesiarquia templo

Templo del Culto Imperial

"Cuando los hombres olvidan su deber dejan de ser humanos y se convierten en algo inferior a las bestias. No tienen lugar en el seno de la Humanidad ni en el corazón del Emperador. Que mueran y sean por siempre olvidados."

Extraído de los Edictos Primarios del Santo Sínodo del Adeptus Ministorum

El Culto Imperial es la religión oficial del Imperio del hombre. Se consagra a la adoración del Dios-Emperador de la Humanidad como divinidad ascendida y salvadora del hombre. Aquellos que siguen las enseñanzas del Culto sostienen que el Emperador es una entidad espiritual viva y la única divinidad verdadera de la Humanidad. El Culto Imperial es dirigido por el Adeptus Ministorum, también conocido como la Eclesiarquía, cuyos miembros dedican sus vidas a extender la Palabra del Emperador y cumplir Su voluntad. Los sacerdotes de la Eclesiarquía toleran casi todas las variantes del Culto Imperial, pero toda adoración del Emperador debe acompañarse de varios valores imperiales, incluyendo, aunque no limitándose sólo a: lealtad política total e incuestionable a los Altos Señores de Terra y los diversos agentes del Adeptus Terra, diligencia en el cumplimiento de la voluntad del Emperador, creer en la máxima divinidad del Emperador, y contribuir al bienestar del Imperio, aunque sea sólo ayudando a mejorar el planeta de uno mismo, o incluso su ciudad o pueblo.

Historia[]

Origen[]

Aunque la mayoría de ciudadanos del Imperio piensan que el Emperador ha sido siempre adorado como Dios inmortal e omnipotente de la Humanidad a lo largo de la historia de ésta, los historiadores imperiales y los Hermanos de Batalla de los Capítulos de Marines Espaciales saben que esto no es cierto. Al principio de la Gran Cruzada llevada a cabo por el Emperador en el M31, el Imperio del Hombre funcionaba de manera muy diferente. En primer lugar, no había Eclesiarquía y la veneración del Emperador, culto conocido como Lectio Divinitatus, estaba mal vista y rotundamente condenada por el mismo Emperador. La doctrina imperial oficial, conocida como la Verdad Imperial, establecía que el Emperador era un ser extremadamente poderoso, el legítimo gobernador de la Humanidad y la perfecta personificación física, mental y espiritual de la raza humana, pero no importaba cuán superior fuera, seguía siendo un ser humano. Sin embargo, durante la Gran Cruzada, muchos ciudadanos ordinarios encontraron la razón y verdad traídas por el Emperador insuficientes para satisfacer sus más básicos deseos psicológicos o para proveerles de protección frente a las muy reales amenazas sobrenaturales que existían en el universo, y se lanzaron a su adoración como deidad para llenar sus necesidades espirituales.

Durante la Gran Cruzada aparecieron muchos cultos religiosos a lo largo del Imperio que adoraban al Emperador de la Humanidad como a un Dios, cada uno con sus pequeñas diferencias y variaciones. Estas formas de adoración aparecieron primero en aquellos planetas primitivos que habían retrocedido tecnológicamente durante la Era de los Conflictos.

Luego, el Señor de la Guerra y la mitad de las Legiones de Marines Espaciales se comprometieron con los Dioses Oscuros del Caos. La guerra civil que siguió a este acto de herejía llevó al Imperio al borde de la aniquilación y los traidores finalmente asaltaron el Palacio Imperial en Terra. La Herejía de Horus llegó a su fin cuando el Emperador mató a su antiguo Señor de la Guerra, pero él mismo resultó mortalmente herido y fue colocado en medio de las maquinarias de soporte vital del Trono Dorado. Este dispositivo arcano proyectó la mente del Emperador en la disformidad, asegurando que su presencia eterna todavía se sintiera a lo largo del dominio que había creado.

A raíz del sacrificio final del Emperador, se produjo un gran incremento en su adoración. Pero este fervor también vino acompañado por el miedo, porque si el Señor de la Guerra, el sirviente más fiable del Emperador, podía caer en la herejía, entonces, ¿en quién se podía confiar en el Imperio que permaneciera fiel? Una miríada de profetas aparecieron en toda la galaxia, cada uno profesando una versión diferente de la santa voluntad del Emperador y condenando a aquellos que desafiaban sus palabras como traidores a la Humanidad. Los proselitistas más obstinados atrajeron cultos de fanáticos seguidores a su causa, y con la fuerza de su número pudieron absorber o aniquilar por completo a otras sectas con menos adeptos.

Finalmente, surgió un culto supremo: el Templo del Emperador Salvador. Aunque inicialmente se fundó en Terra, sus innumerables devotos tenían poder en toda la galaxia y en todos los estratos de la sociedad imperial, desde los supervisores de manufactorums hasta nobles consejeros u oficiales militares de alto rango. Aquellas organizaciones que no se adhirieron a las enseñanzas nucleares del Templo del Emperador Salvador se enfrentaron a amonestaciones paralizantes: los gobernadores planetarios que rechazaron las restricciones de la orden se encontraron que suministros vitales de alimentos y material se desviaban de sus mundos, mientras que aquellos entre la población que no profesaban fe suficiente eran asignados a las tareas que ostentaban las tasas de mortalidad más altas existentes o simplemente eran eliminados directamente como herejes.

Templo del Emperador Salvador[]

El más fuerte de todos estos primeros cultos imperiales era el Templo del Emperador Salvador. Este culto tenía la ventaja de que su base estaba situada en Terra y de que su líder había sido un exitoso y respetado oficial del Ejército Imperial, quien había luchado durante la Batalla de Terra, defendiendo el corazón del Imperio. Este líder se había cambiado el nombre a Fatidicus y había empezado a predicar sus enseñanzas sobre la divinidad del Emperador a todo aquel que quisiera escucharle. Su doctrina se extendió entre los miembros de la Guardia Imperial y la Armada Imperial, pero también entre pequeños escribas y adeptos menores del Adeptus Terra. La fe fue extendida entonces por esos individuos a otros planetas. Cuando Fatidicus murió a la edad de 120 años estándar, el Templo tenía más de mil millones de seguidores en Terra e incontables fieles en todo el Segmentum Solar.

Tras el caos y la anarquía de la Herejía de Horus, el Templo del Emperador Salvador transmitió un mensaje de esperanza y reunificación a través de una fe común. Aquellos cultos que rechazaron ser absorbidos, o que no pudieron serlo, se vieron perseguidos por masas fanáticas que preferían la teología del Emperador Salvador. Oficialmente, el Templo condenaba esta violencia realizada en su nombre. Esta evolución culminó en el M32, para cuando casi dos terceras partes de la población del Imperio seguían las enseñanzas del Templo del Emperador Salvador. Las excepciones eran los Marines Espaciales, que nunca habían aceptado formalmente la divinididad del Emperador, y el Adeptus Mechanicus, que tenía su propia forma de adoración en el Culto Mechanicus. La importancia, influencia y poder del Templo superaron rápidamente a los de cualquier otro culto dedicado a la adoración del Emperador.

En el 32º milenio este culto fue declarado la religión oficial del Imperio, se le entregó el título oficial gubernamental de Adeptus Ministorum y fue incorporado en el Adeptus Terra una vez los Altos Señores de Terra se dieron cuenta de lo útil que podría ser la religión para proteger, unificar y motivar a los ciudadanos del Imperio frente a la miríada de peligros de la galaxia. Los restantes cultos que diferían en su teología principal del Credo Imperial enseñado por la Eclesiarquía fueron perseguidos y en su mayoría destruidos.

A los pocos siglos, el Eclesiarca Veneris II recibió un asiento entre los Altos Señores de Terra, y tras 300 años este asiento se hizo permanente. El poder político de la Eclesiarquía siguió creciendo, incrementando su control sobre las mentes y creencias de la ciudadanía imperial. Aquellos que no seguían su doctrina eran declarados infieles y herejes, desterrados, y en ocasiones incluso ejecutados. El vasto territorio del Imperio fue organizado en diócesis dirigidas por Cardenales de la Eclesiarquía. Estas poderosas figuras religiosas y políticas eran las responsables de los misioneros y predicadores de cientos de mundos. Por todo el Imperio se construyeron espléndidos santuarios, templos impresionantes y catedrales majestuosas dedicadas al Dios-Emperador de la Humanidad. Pronto millones de peregrinos empezaron a viajar a través de la galaxia para visitar puntos religiosos especialmente importantes, como mundos en los que algún Santo Imperial había realizado su más famoso milagro. Con el tiempo, el creciente número de peregrinos que llegaba a algunos mundos se convirtió en una actividad económica, y planetas enteros se dedicaron a la adoración, directamente gobernados por el Adeptus Ministorum como Mundos Santuario. Aquellos Mundos Santuario particularmente importantes podían convertirse en la sede de una diócesis, por lo que un Cardenal establecería allí su residencia. Estos planetas pasaron a ser conocidos como Mundos Cardenalicios.

Primera Guerra de Fe[]

La única amenaza para la Eclesiarquía era la Confederación de la Luz. Establecida en el planeta Dimmamar, los ideales de pobreza y vida humilde de esta fe penitente contradecían claramente las enseñanzas de la Eclesiarquía, cuya visión era que los sacrificios en dinero y bienes al Adeptus Ministorum en forma de impuestos, diezmos y otras ofrendas eran necesarios para mejorar el acceso a la salvación de los ciudadanos del Imperio y asegurar que la luz del Emperador llegara a todos los rincones de la galaxia a través de sus Misiones. Los agentes del Ministorum encontraron extremadamente difícil infiltrarse en la Confederación, y la Eclesiarquía recurrió a la violencia, apoyada por los votos unánimes del Senado de los Altos Señores de Terra, quien declaró el inicio de la primera Guerra de Fe, en gran medida para impedir que la estabilidad del Imperio fuera afectada por el surgimiento de la pluralidad religiosa. La Confederación fue declarada hereje y las fuerzas de la Guardia Imperial, la Armada y miles de zelotes fanáticos de las Fratrías Templarias fueron llamados para su destrucción. Únicamente sobrevivieron unas pocas células y santuarios escondidos, y el poder de la Eclesiarquía sobre las mentes de los hombres se volvió incuestionable, para bien o para mal. Al final del 33º Milenio todos los mundos imperiales contaban con su propia catedral, y las arcas de la Eclesiarquía se encontraban llenas con las ofrendas y diezmos de los miles de millones de creyentes del Dios-Emperador. Esta riqueza fue despilfarrada para levantar más y mayores iglesias y catedrales y para financiar las Guerras de Fe, dirigidas más a salvaguardar los bienes y poder político de la Eclesiarquía que a salvar las almas de la Humanidad.

Era de la Apostasía[]

La Era de la Apostasía en el 36º Milenio fue uno de los mayores desestabilizadores de la historia del Imperio tras la Herejía de Horus, empezando durante la larga puja por el dominio del Imperio entre el Administratum y la Eclesiarquía. El Alto Señor Goge Vandire, 361º Señor del Administratum, era un tirano hambriento de poder que acabó por ganar el control directo sobre la Eclesiarquía y el Administratum usurpando el puesto de Eclesiarca. Esto le convirtió en el hombre más poderoso del Imperio, y le permitió gobernar a placer incluso por encima de las leyes del Emperador. Su gobierno terminó siendo conocido como el Reinado del Terror, y consistió en una serie de purgas masivas en la Eclesiarquía, y la muerte y asesinato de incontables personas, percibidas como traidoras y conspiradoras. Este periodo terminó en parte  gracias a la nueva Confederación de la Luz del predicador Sebastian Thor, una secta del Culto Imperial que buscaba acabar con la corrupción de Goge Vandire sobre la teología imperial y en parte a que Alicia Dominica, líder de las Hijas del Emperador, recibió la iluminación en la sala del Trono Dorado gracias al Capitán General del Adeptus Custodes y decapitó al demente Eclesiarca Vandire.

La reforma[]

"Que la palabra del Emperador sea escuchada una vez más dondequiera que los hombres se reúnan y miren hacia las estrellas. Deben saber que el el Emperador los contempla desde el Trono Dorado, donde sea que se hallen de esta galaxia oscurecida."

Cardenal Bloo

A pesar de que finalizara el Reinado de la Sangre, la Era de la Apostasía siguió dando coletazos durante varios siglos más. El Imperio estaba envuelto en guerras internas entre las distintas facciones que habían amasado poder durante el tiempo de la anarquía y amargas tormentas de disformidad rugían en todos los segmentums. La única región donde verdaderamente había regresado la paz y el orden era aquella donde se hallaba Sebastian Thor aunque todavía quedaba mucho trabajo por hacer antes de que el gobierno imperial pudiera ser restablecido.

La primera tarea, llevada a cabo por el Fabricador General de Marte y varios Señores de Capítulo de los Marines Espaciales fue el reestablecimiento del Consejo de los Altos Señores de Terra. Cuando finalmente se recuperó cierta apariencia apropiada de gobierno todavía quedaba una vacante por ocupar, el cargo de Eclesiarca. No se encontró a nadie que estuviera dispuesto o pudiera ocupar la posición que Vandire había desprestigiado y abusado. El nuevo Senatorum Imperialis decretó que Sebastian Thor debería desplazarse a Terra de inmediato.

Sin embargo, Thor estaba en aquel momento lejos del centro de poder imperial, predicando en los planetas del norte galáctico y restaurando la fe de todos aquellos que la habían perdido. Rechazó repetidas solicitudes para asistir al consejo de Terra, hasta que un mensajero fue enviado para llevarlo personalmente ante los Altos Señores. Aun así, Thor rechazó la orden, aduciendo que su trabajo aún no estaba concluído. Exasperados e insultados, los Altos Señores finalmente declararon a Thor traidor y enviaron un ejército para detenerlo y llevarlo por la fuerza a Terra. La multitud se aprestó a defender a su adorado líder, pero Thor finalmente consintió presentarse ante los Altos Señores, confiando su seguridad a la voluntad del Emperador.

Cuando finalmente Thor se presentó ante los Altos Señores, se inició su juicio. Miles de personas acudieron a presenciar el proceso, emprendiendo arduas peregrinaciones desde todos los rincones de la Galaxia. El juicio duró meses, y muchos de los que desearon presenciarlo llegaron años después de que hubiere terminado. Sebastian Thor fue imputado por innumerables cargos pero uno a uno los fue refutando. Siempre había predicado contra la corrupción y la injusticia y nunca había ordenado a sus seguidores tomar las armas contra los guerreros del Imperio. Miles de testigos hablaron en defensa de Thor, desde los más altos oficiales de la Guardia Imperial y de la Armada, hasta el más bajo de los soldados y escribas. Finalmente, los Altos Señores se retiraron para considerar su veredicto.

El veredicto fue emitido tres días después por el Capitán General del Adeptus Custodes. Se dice que cuando Sebastian Thor fue declarado inocente de todos los cargos presentados contra él, repicaron todas y cada una de las campanas de Terra mientras piadosas multitudes cantaban sus alabanzas a todo pulmón. Sin embargo, los Altos Señores debían hacer otra proclamación: Sebastian Thor fue proclamado Eclesiarca para mayor alegría de los fieles que llenaba las calles. Tan grave era la necesidad del Imperio tras el calamitoso Reinado de la Sangre que solo un hombre tan puro, inocente y concienzado como Thor podría unir a los dispares pueblos.

Sin embargo, Thor se negó, afirmando que el trabajo en que estaba comprometido no podía ser promulgado desde un trono en el Palacio Eclesiarcal ya que solo podía llevarse a cabo entre los necesitados de la Galaxia. Los Altos Señores estallaron en indignación, pero el Capitán General de los Adeptus Custodes llevó a Thor a un lado y le susurró un solo mensaje al oído. Aunque nadie logró oir lo que pasó entre los dos hombres, comúnmente se dice que a Thor le dieron dos opciones muy claras: dejar Terra como Eclesiarca o como cadáver.

Para adulación de las masas, Thor anunció que aceptaba el cargo, pero con ciertas condiciones: debía tener el respaldo inquebrantable de los Altos Señores de Terra y se le debía permitir realizar los cambios que quisiera en el Santo Sínodo. Los Altos Señores estuvieron de acuerdo y Sebastian Thor fue debidamente designado como 292º Eclesiarca.

Durante la mayor parte del siguiente siglo, Thor trabajó incansablemente para reconstruir el Ministorum y, con ello, el vapuleado Imperio. Estableció el Sínodo Ministra en Ophelia VII, una sede secundaria que debatiría y realizaría los pronunciamientos del Santo Sínodo de Terra. Este cambio aseguraría que un solo hombre no podría poseer el poder total sobre la iglesia como tenia Vandire. Además reorganizó las diócesis, dividiéndolas en cuerpos más pequeños para que un número mayor de representantes regionales se reunieran en los Sínodos, asegurando doblemente que una única facción no podría imponer su dominio con facilidad.

Las Fratrías Templarias fueron desarticuladas y disueltas por completo, y se prohibió a la Eclesiarquía mediante el Decreto Pasivo mantener a ningún hombre armado bajo su mando. Su papel fue tomado por el Adepta Sororitas.

Actualidad[]

En el M41, el Culto Imperial tiene un poder e influencia inigualables en el Imperio. La herejía contra él es duramente castigada. La religión es administrada de manera oficial por los clérigos de la Eclesiarquía. El Culto Imperial es la religión oficial del Imperio, y en muchos aspectos la religión es el Estado en sí, ya que es el pegamento que une a la Humanidad en el servicio al Emperador y al Imperio. Los preceptos del Culto Imperial, conocidos como el Credo Imperial, incluyen la creencia de que toda la Humanidad tiene que estar incluida dentro del Imperio, sin importar dónde se encuentre, el total aborrecimiento de los alienígenas como amenaza a la legítima dominación de la Galaxia por la Humanidad, y el entendimiento de que los psíquicos no autorizados y los mutantes son una oscura amenaza para la Humanidad que debe ser controlada. Todos estos preceptos tienen sus orígenes en lo que el mismo Emperador predicó durante la Gran Cruzada del M31, aunque ignoran su enseñanza más fundamental, que fue que él no era una divinidad y que los seres humanos debían dejar atrás la superstición y la trampa de las religiones organizadas en favor de un racionalismo científico. Irónicamente, debido a la existencia del Caos y a la verdadera naturaleza psíquica del Inmaterium, el Culto Imperial se ha convertido en una poderosa protección para la Humanidad frente a los peligros que representan los Poderes Ruinosos.

Credo[]

Eclesiarquia devotos creyentes

Devotos seguidores del Credo Imperial

Los dogmas del Culto Imperial, también conocidos como el Credo Imperial, son en verdad altamente flexibles y son adaptados por los Misioneros del Adeptus Ministorum para que encajen en la cultura nativa, otras religiones y prácticas culturales de cualquier mundo existente. De esta manera, las prácticas del Culto Imperial llevadas a cabo en un planeta podrían parecer aberrantes en otro. El Adeptus Ministorum tolera esta vasta diversidad de prácticas y creencias, ya que sería imposible mantener la fe mediante una adherencia rígida a una ortodoxia estandarizada. Sin embargo, la Eclesiarquía hace cumplir varios dogmas básicos del Credo Imperial, cuyo desvío o variación es considerada herejía. Estos preceptos incluyen las siguientes creencias:

  • Que el Dios-Emperador de la Humanidad caminó una vez entre los hombres con su forma y que Él es y siempre ha sido el verdadero Dios de la Humanidad.
  • Que el Dios-Emperador es el único y verdadero Dios de la Humanidad, sin importar las anteriores creencias de cualquier hombre o mujer.
  • Todo ser humano tiene un lugar en el plan divino del Dios-Emperador.
  • Es el deber de todo creyente obedecer sin cuestionar a las autoridades del gobierno imperial y sus superiores, quienes hablan en el nombre del Emperador.

Otro tema recurrente en la fe imperial es el de el Fin de los Tiempos, el cual ganó especial protagonismo a finales del M41. Generalmente asociado al Fin de los Tiempos se halla la idea de que el Emperador se alzará del Trono Dorado y completará la tarea empezada hace diez mil años terranos, y protegerá a los fieles de todos los males de la galaxia. Aunque la mayoría observa el Fin de los Tiempos como un tiempo de liberación y salvación espiritual, muchos en la Eclesiarquía creen que el Dios-Emperador se erigirá en juez de toda la Humanidad, y aquellos que carezcan de fe en Él serán maldecidos por toda la eternidad.

Aparte de estos dogmas centrales del Credo Imperial, existe todo un cuerpo de preceptos adicionales, sancionados o no, que varían de un Sector a otro e incluso de un mundo a otro, y que son sujetos de constante debate entre la jerarquía del Ministorum. La naturaleza de la vida después de la muerte es uno de los temas más debatidos, con muchas enseñanzas mencionando una vida eterna en la que el fiel tomará lugar al lado del Emperador de la Humanidad por toda la eternidad. Sin embargo, otros miembros del Santo Sínodo mantienen una versión diferente del más allá, y la naturaleza de la creencia en una vida tras la muerte varía mucho dependiendo de la cultura y la sofisticación tecnológica de cada mundo imperial.

Saber más[]

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Fuentes[]

  • Codex Imperialis.
  • Codex: Hermanas de Batalla (2ª Edición).
  • Dark Heresy: Blood of Martyrs (Juego de Rol).
  • Serie de Novelas de la Herejía de Horus.
  • Realm of Chaos: Slaves to Darkness.
  • Warhammer 40,000: Rogue Trader (1ª Edición).
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