A finales del 996.M41, antes de que el Sistema Cryptus hubiera tenido siquiera conocimiento de la existencia de la amenaza Tiránida, un leve ruego telepático surgido de Vitria llamó la atención del Ordo Tempestus...
Prólogo: El ataque a Vitria.[]
Vitria era un mundo en el corazón de la región conocida como Cicatriz Roja; aunque los hombres y mujeres del Sistema Vitria no eran ajenos a los conflictos, un nuevo enemigo había hecho su aparición en escena. La señal telepática contenía información acerca de asesinos xenos con múltiples extremidades que habitaban en las sombras y que se habían encontrado en la periferia de la capital del planeta. Fue cuestión de horas antes de que los señores del siempre vigilante Ordo Tempestus enviaran a sus agentes en una misión de erradicación.
Tal tarea se había encomendado a Uther Abraxes, del 11º de las Águilas Kappa, un hombre para quien el propio concepto de perder de tiempo era blasfemia. En cuestión de segundos el oficial había hecho llamar a sus hombres, que se estaban preparando para la batalla, y había ordenado a su piloto trazar un nuevo rumbo con la astronave Asalto Punitivo. Abraxes caminó con impaciencia por el pasillo revestido de hierro mientras su servocráneo, hecho con los restos de su predecesor y a quien él mismo había ejecutado por indecorosa vacilación en el cumplimiento del deber, le iba mostrando resumen de los datos. El tono robótico del cráneo relataba que una oleada de disturbios había desestabilizo el control de las autoridades vitrianas y una extraña estática confundía a todos aquellos que intentaban contactar con el planeta mediante mensajes astropáticos. A pesar de que la ramificación más cercana de la Flota Enjambre se encontraba en el Sector Octarius, todo lo que Abraxes escuchaba acerca de las anomalías en Vitria correspondía con lo que inteligencia había asociado a las primeras etapas de una invasión Tiránida.
De camino hacia las lanzaderas de las Cápsulas de Desembarco, Uther Abraxes irrumpió en el Sanctum Navigatoria en el corazón de la nave. Golpeó con su pistola láser sobre el escritorio de caoba curvo del único Navegante del Sanctum, exigiendo una explicación acerca de por qué aquella interferencia psíquica estaba ralentizando su avance. El Navegante era un hombre escuálido y desgarbado llamado Audacius Ghonst. Ghonst se quejó de una alarmante punzada de dolor que arañaba su tercer ojo cada vez que observaba la Disformidad en dirección al sistema Vitria. Avanzar más rápido era algo imposible, protestó, pues corrían el riesgo de quedarse sin las extraordinarias cualidades de aquella capacidad de visión que el Emperador le había otorgado. Ordenar tal cosa y que provocara tales efectos conllevaría ganarse la enemistad con la grandiosa y poderosa casa Ghonst, y sin duda eso provocaría la destitución fulminante y poco ceremoniosa de Abraxes. El Tempestor Prime se abalanzó sobre la mesa del Navegante y agarró la cabeza de Ghonst con ambas manos, golpeándola contra el marco de madera hasta que la oreja del místico no era más que un despojo sangriento. El Navegante dirigiría al Punitivo hacia el corazón de aquella anomalía, explicó Abraxes entre dientes con una mueca de tensión, o sufriría una rápida y humillante muerte en ese mismo instante.
Antes de una hora, el Punitivo aceleraba en dirección a su presa, volviendo al espacio real justo en el límite del sistema Vitria. Tales acciones habían acabado haciendo que Ghonst sufriera un aneurisma paralizante, pero Abraxes simplemente gruñó irritado, diciéndoles a los ayudantes del Navegante que si lo deseaban podían hablar con el Officio Prefectus.
Mientras el Punitivo entraba en la órbita de Vitria, Abraxes silenció las protestas del puente de mando y ordenó a sus Águilas Kappa prepararse para el pre-ataque. Tras llevar a cabo la típica y breve reunión para informar de la misión en los hangares de las Valkirias, Abraxes se sentó en la silla de mando a bordo de su nave de asalto, el Persecución Alada. Su técnico de comunicaciones y auspiciador, el Vástago Teratus, estaba rodeado de informes de socorro que surgían por doquier de la capital de Vitria. Efectivamente, había varios relatos apenas legibles acerca de avistamientos xenos en Viopolis. El Persecución lideró al escuadrón a través de la tormenta que cubría la ciudad, un descenso que gracias a los rastreadores de los Tempestus no tuvo mayor complejidad. Teratus utilizó los aúspex modificados del Persecución para escanear los edificios abandonados de los Muelles Marivit. El instinto de caza del auspiciador probó ser correcto de nuevo; había decenas de señales térmicas en los plateados muelles, y también había puntos verdes que se desplazaban a una velocidad sobrehumana. Estas lecturas eran más débiles que las termales de los ciudadanos de sangre caliente, y sus contornos dispersos mostraban que poseían múltiples miembros. El labio superior de Abraxes se flexionó mostrando su disgusto mientras sobrevolaban los muelles y el vasto océano de vidrio de Viopolis.
Las sospechas del comisariado eran correctas. El Tempestor Prime gritó sus órdenes para que la escuadra de valkirias se pusiera en rumbo de intercepción; las naves viraron bruscamente, despegándose del paisaje marino mientras ponían rumbo a los muelles de Viopolis. El Tempestor Prime creía en la ventaja que suponía el empleo del ataque sorpresa y hacerlo coordinadamente era crucial. Volviéndose sobre su silla de mando, hizo una rápida inspección visual de sus hombres. Asintió secamente cuando comprobó que estaban listos y preparados, como siempre, sin un solo dedo o cordón fuera de lugar. Los transportes valkiria se acercaron al lugar por encima de las afiladas puntas de los edificios y las almenas de los muelles. No redujeron su velocidad mientras sus puertas se abrían y los Vástagos Tempestus se lanzaban de dos en dos, con Abraxes al frente.
Los soldados de asalto se giraron mientras descendían en el aire antes de activar sus paracaídas gravíticos, adoptando una postura de ataque vertical, descendiendo con las piernas cruzadas y sus rifles láser sobrecargados apuntando hacia abajo. Tal era la precisión con la que se dispersaron que formaron una forma cuadrada perfectamente geométrica en el cielo, y muchos de los ciudadanos viopolitanos se quedaron mirándoles con asombro. La cegadora salva de disparos efectuada por las escuadras de Vástagos en descenso comenzó mucho antes de que la primera de sus botas tocara el suelo. Los disparos de precisión atravesaron la oscuridad de las estructuras de los muelles, reduciendo los techos a cuñas triangulares de vidrio. Las figuras xenos fueron reveladas bajo cada una de aquellas cúpulas destrozadas, con aquellas criaturas dispersándose a toda prisa, como insectos, bajo la luz de los focos del Persecución.
Pese a ello, los Tiránidos eran demasiado lentos para escapar a la repentina furia del ataque de los Vástagos Tempestus. Varios fueron empalados o aplastados por los escombros que se desprendían de los tejados de los muelles. Muchos más de ellos fueron acribillados por los punzantes láseres de los Vástagos que seguían descendiendo.
Para cuando Abraxes y sus escuadras cayeron sobre los escombros, cerca de una decena de destrozados cadáveres xenos yacían humeantes en charcos de sus propios fluidos. Las criaturas eran Genestealers, sin duda; viciosos horrores garrudos que figuraban en los registros del Ordo como un híbrido entre humano y Tiránido. Su existencia era una ofensa a la propia existencia de la Humanidad que revolvía el estómago, pero jamás debían ser subestimados como enemigos. El resto de aquella horrenda progenie había huido de vuelta a las sombras, aunque los aúspex de Teratus parpadeaban con desalentadora frecuencia mientras mostraban la ubicación de más criaturas en las proximidades.
Agazapados tras una estatua con dos brazos adicionales pintados con espray sobre su pecho, Abraxes consultó los datos que Teratus le iba transmitiendo en su monitor digital. Dos de las señales térmicas de los xenos eran mucho mayores que el resto, uno se hallaba cerca y la otra señal era apenas perceptible, escondida en el interior de las ruinas y que había pasado casi desapercibida durante el descenso sobre el planeta.
Con los ojos entrecerrados, el Tempestor Prime ordenó situarse en rumbo de intercepción de la figura más cercana; los Militarum Tempestus se abrieron paso a través de la oscuridad y los polvorientos túneles sección tras sección, con sus armas apoyadas en el hombro. Cuando Abraxes condujo a sus hombres por la penumbra de un abovedado atrio en ruinas, los Genestealers salieron de entre las sombras como si reaccionaran ante alguna especie de señal desconocida. Los Vástagos Tempestus, de sobra acostumbrados a bloquear las salidas de cualquier zona en la que entraban, pusieron sus tácticas de disparo en práctica. Los destellos de luz roja fueron disparados, haciendo que el propio aire chisporroteara. Las bulbosas cabezas empezaron a reventar, los torsos llenos de surcos fueron atravesados y los brazos acabados en garras cercenados a la altura de los hombros. Pero por cada Tiránido que caía hecho un despojo al suelo, otro se lanzaba a la carga tras él. De repente, un Genestealer, de tamaño tres veces superior a cualquiera de los de su progenie, se precipitó gritando desde uno de los pisos superiores que rodeaban el atrio.
Abraxes y sus hombres no hicieron más que retroceder ordenadamente, pues tenían muchas otras amenazas más cercanas que neutralizar. Los patrones de fuego cerrado se intercambiaron, formando una maraña de muerte de color rubí que segó a los Genestealers cercanos mientras su bestial líder seguía abalanzándose a la refriega. La siguiente oleada estaba casi sobre ellos; El Vástago Langnus murió convertido en un charco de sangre cuando un Genestealer le agarró de los miembros con sus cuatro garras y descuartizó su cuerpo. La petición de apoyo del Vástago Dechius fue acallada en seco cuando la garra de un Tiránido le arrancó la garganta, así como gran parte de su columna vertebral. El Vástago Eradicus vio como su placa pectoral de ceramita salía disparada y una garra con cuchillas como dagas se clavaba en su corazón.
Los Vástagos se defendieron con una eficiencia estoica. Los xenos eran veloces; sólo el recuerdo de su brutal entrenamiento mantenía a los Vástagos en aquel combate. Cerraron su formación más y más, estrechándose cada vez. Las precisas descargas de disparos, las puñaladas con cuchillos de combate y los guanteletes blindados combinaron sus ataques para mantener a los alienígenas a raya. En un lado, un Vástago se agachaba para dejar que un compañero hiciera explotar a un Tiránido que se acercaba demasiado, en otro, un Tempestor blandía su espada de energía para amputar una garra que iba directa hacia sus hombres. Teratus emitió una señal de alarma una fracción de segundo antes de que un líder de progenie descomunal se estrellara contra los Vástagos. Sus miembros acabados en cuchillas arrebataron las armas y decapitaron a los soldados con una destreza asombrosa. Algo en aquella cosa era tan enervante que hasta el propio Abraxes contuvo el aliento. Su piel se puso de punta bajo su uniforme como si tuviera vida propia y las runas mortis empezaron a brotar por todo el visor del casco, cada uno de ellos indicando que se había producido una baja entre sus hombres. Una intensa ira hizo alejarte todas las nubes de miedo que se cernían sobre él; el Tempestor Prime cogió una maza de energía ornamentada de debajo de su capa.
Abraxes saltó por encima del desmembrado cadáver de Langnus y lanzó un golpe con su arma de energía contra el desproporcionado cráneo de aquella gigantesca bestia. Incluso a pesar de estar de que el líder de progenie estaba descuartizando al Vástago Grestus, sus reflejos se mostraron temiblemente veloces. La bestia disparó un impacto de su garra, golpeando a Abraxes a la altura del hombro. Sus cuchillas se incrustaron en el brazo del Tempestor aunque en el proceso, el líder de progenie había dejado expuesta su cabeza durante unos instantes. Era todo lo que Abraxes necesitaba; alzó su otro brazo, que había tenido escondido bajo la capa, y estrelló un puñal largo justo entre los ojos del monstruo. Era una artimaña que ya había empleado para acabar con reyes traidores y señores de la guerra por igual. El líder de progenie se desplomó en el suelo entre un montón de sonidos de crujir de quitina mientras Abraxes se anotaba una de aquellas bestias-líder Tiránidas a su cuenta de bajas. Un coro de gritos procedente de las criaturas que infestaban los edificios de los muelles provocó un intenso eco, inquietando a todos los humanos con su angustioso llanto. Los Vástagos se armaron de valor ante sus consternados enemigos, golpeando y cargando contra el resto de Genestealers hasta que consiguieron interponer entre ellos y los aliens unos preciosos metros en los que poder dar mejor uso a sus armas de disparo. El fuego láser sobrecargado destelló una vez más, saturando el aire con el hedor a carne xenos chamuscada.
Sin siquiera mirar atrás, los Vástagos se dispusieron de nuevo pues recibían un nuevo grupo de contactos. Los paracaídas gravíticos golpearon contra las placas de ceramita a medida que los soldados formaban hexágonos defensivos. Era una formación que habían practicado juntos cada día desde su niñez en la Schola Progenium y jamás les había fallado. En grupos de dos o tres Genestealers estos se fueron lanzando a por ellos; donde uno de los Vástagos fallaba al intentar hacer morder el polvo a un enemigo, un compañero lanzaba un disparo de energía que atravesaba al xenos. Los Genestealers cayeron sobre ellos desde arriba, atacándoles desde nuevas direcciones, aunque en todas aquellas ocasiones Teratus les avisaba mediante señales de alarma justo a tiempo para que estos pudieran acabar con los enemigos nada más surgieran de entre las sombras.
En una formación apretada, las tropas se movieron por el borde del atrio, matando más y más xenos a cada segundo que pasaba. Algunos iban mirando hacia el centro de la cámara mientras avanzaban codo con codo con los que iban cerca de los muros a sus espaldas. Más Genestealers fueron brotando de entre las sombras pero no eran rival ante la pantalla de disparos que los Vástagos habían formado. Los ataques se fueron haciendo menos frecuentes cada vez y, de repente, cesaron tan súbitamente como habían comenzado. El único sonido que quedaba en el atrio fue el repicar de los sistemas de refrigeración de los rifles láser.
Rodeados por un semicírculo de xenos muertos, los Vástagos se mantenían en alerta. Ni un solo músculo se movió, ni una sola palabra se pronunció. Los segundos se volvieron minutos pero no surgieron de la oscuridad más caras con dientes como agujas ni cayeron más alienígenas aullantes desde los niveles superiores. Todo estaba en calma. El único movimiento que quedaba era el de los rastros de polvo de vidrio que se movía por entre los montones de cadáveres bajo la luz de la luna. Tras una breve señal de su oficial, los Vástagos empezaron a comprobar de forma sistemática los cadáveres de los xenos. Certeros disparos de ejecución atravesaron los cráneos de todos aquellos que aún podían albergar el menor indicio de vida en su interior. Abraxes ordenó a Teratus que ampliara el rango de sus aúspex al máximo. Su informe fue prosaico, como siempre: ni un solo signo termal de Genestealer merodeaba por los muelles. En verdad, no había signos en varios kilómetros a la redonda.
Abraxes revisó su dispositivo digital con una mirada vigilante, pues su instinto le decía que la batalla no había acabado todavía. Una débil señal parpadeó en el borde del visor del cascos del oficial, es más, no llegó siquiera a ser un parpadeo. Era un destellito que la mayoría de oficiales imperiales hubiera desdeñado como si fuera un problema técnico o un breve desajuste en el espíritu máquina del dispositivo. Pero Uther Abraxes no era un oficial corriente. Convocando a sus hombres con un chasquido de los dedos de su guantelete, el Tempestor Prime lideró el avance.
Abraxes comprobó las esquinas mientras se deslizaba por los polvorientos pasillos de aquellos abovedados muelles. Sentir la empuñadura de su pistola láser sobrecargada en la palma de la mano le tranquilizaba a pesar de que su hombro herido ardía bajo la tira plagada de anestésicos que se había aplicado a toda prisa. Desde su promoción a Tempestor Prime, tenía hombres que comprobaran las rutas por él, pero las viejas costumbres nunca mueren.
El entrenamiento del Militarum Tempestus estaba tan arraigado en su ser que los protocolos no podrían hacer que los olvidara. Para él era como respirar. El Tempestor Prime se permitió un pequeño gesto y los hombres que avanzaban en una ordenada falange tras él quedaron todos sumidos en un intenso silencio. Considerando que todos estaban embutidos de pies a cabeza en ceramita y armaplás, se supone que debían ser tan ruidosos como una escuadra antidisturbios de los Arbites pero, en vez de ello, probaron ser tan fluidos sus movimientos que solo se escuchaba el susurro del roce de las telas. Tras comprobar su dispositivo digital para confirmar que todos sus hombres operaban con plena eficiencia, Abraxes escaneó la oscuridad que se cernía ante él. Levantó una mano para detener el avance mientras evaluaba las rutas a seguir.
Los goteos de agua salada y los ocasionales chasqueos suaves de la retransmisión del aúspex de Teratus eran los únicos sonidos que quebraban el silencio reinante. Abraxes podía oler el hedor aceitoso de los cercanos Muelles Marivit a través de las conexiones de su casco. Había un rastro de sangre humana mezclado en aquel hedor, y algo más, un olor acre que se incrustó desagradablemente en su cerebro. Hubo un ligero movimiento sobre la muñeca de Abraxes y este se giró e hizo el gesto para que le informaran. Al instante, un par de Vástagos formaron a sus flancos para cubrirle, con sus rifles láser sobrecargados apuntando hacia los corredores plagados de sombras.
-Señor, aconsejo prestar atención al nor-noroseste. Firmado Teratus.
-Continúa con el informe, aprisa. Firmado Abraxes.
La irritación estaba quedando patente en sus gestos.
-Signos vitales humanos localizados cerca de una anomalía, y están disminuyendo. Transmitiendo información.
Abraxes se tensó cuando la ubicación que le indicaba Teratus se reflejó en su dispositivo. Estaba a menos de diez metros. Tal y como afirmaba el oficial de comunicaciones, se estaban desvaneciendo las señales vitales humanas, formando un punto azulado en el centro de una estructura cilíndrica cercana. Lo que Abraxes había supuesto que sería una chimenea ancha o un conducto de mantenimiento resultó ser, tras una inspección cercana, una habitación con su parte superior abierta a las estrellas del firmamento. En ella se hallaba un humano moribundo y, si la vaga mancha a su alrededor tenía algo que ver, su asesino. El Tempestor Prime extendió una mano con tres dedos extendidos señalando a los hombres más grandes de su escuadra. Los tres dieron un paso al frente, mientras le flanqueaban obedientemente mientras recorrían el corredor.
En un instante, la habitación se hallaba ante ellos tras un muro cubierto de pintadas. Abraxes sacó algo de debajo de su capa y, tras quitar un ladrillo de aquel muro con su puñal largo, lo sustituyó por una granada de penetración. Dio un paso atrás e instó a sus hombres a hacer lo mismo. Los dedos de su guantelete empezaron la cuenta atrás: cinco... cuatro... tres... dos... Al llegar a uno, la granada detonó provocando un estruendo ensordecedor. Instantes después, Abraxes y sus Vástagos atravesaban el muro con una fuerza similar a la de un escuadrón de Ogretes a la carga. Una sección entera del muro de vidrio se desplomó hacia fuera y Abraxes y sus hombres se lanzaron al frente, agachados con el arma lista para disparar. El Tempestor Prime oteó sus alrededores en un solo segundo, pero tal visión le acompañaría hasta el día de su muerte.
Allí, bajo la luz de la luna, brillaba una forma de vida Tiránida, con miembros imposiblemente largos y cubierto de espinas desde la cabeza hasta las pezuñas rematadas con garras. El monstruo retiraba los zarcillos de su boca de las fosas nasales de la figura, de vestimentas similares a las de un Astrópata. Abraxes sintió como la bilis le llegaba a la boca mientras se daba cuenta de que aquello era un lictor, un organismo roba-mentes de los Tiránidos. Cada uno de sus tentáculos bucales estaba recubierto de material cerebral, brillando con tonos rosáceos y grises a la luz de la luna.
La víctima de la criatura estaba gimiendo y retorciéndose débilmente mientras la bestia xenos lo acunaba como una madre haría con un hijo enfermo. Como uno solo, las tropas de asalto abrieron fuego pero la bestia era rápida como el rayo.
Alguna propiedad camaleónica de su piel hizo que fuera difícil acertarle. En un instante, ya estaba entre ellos con sus cuchillas parecidas a las de las mantis cortando y apuñalando. Sus miembros secundarios arañaron y se cerraron sobre la garganta del Vástago más cercano. Abraxes dio un paso atrás en aquel corredor, tirando por la borda todas sus tácticas sigilosas mientras gritaba exigiendo refuerzos por el comunicador. Sus hombres se plantaron codo con codo para protegerle, formando un muro de carne y armaduras donde antes estuviera un muro de vidrio.
Pudo escuchar a los que estaban al frente ser aplastados contra el astillado suelo por los agitados miembros de aquella espantosa bestia. El resto mantenía la sangre fría, disparando una descarga tras otra contra el torso de la criatura. Abraxes captó un destello de movimiento mientras el Lictor saltaba verticalmente fuera de aquella cámara cilíndrica. Trepó hasta arriba del todo y se fue.
La cámara retumbó con fuerza y la luna desapareció; el ruido de los motores resonó por aquella estructura y Abraxes escuchó el golpeteo de los proyectiles de bólter pesado. Un segundo después, la bestia xenos de miembros alargados se derrumbó ante ellos, con sus miembros bucales parecidos a tentáculos golpeando las escarpadas paredes. Una de las mitades de su cadáver se precipitó sobre las baldosas de la cámara con un crujido satisfactorio.
El Tempestor Prime sacó su maza de energía adornada con calaveras mientras su valkiria con refuerzos le sobrevolaba. Con un único y contundente golpe convirtió en papilla la cabeza llena de tentáculos de aquella bestia, sólo para asegurarse.
-Muy bien, Águilas -Dijo Uther Abraxes con tono neutro-. Iniciad el protocolo de limpieza -La mitad de los hombres del Tempestor Prime empezaron a recoger los restos de los muertos mientras el resto permanecía en alerta máxima, comprobando las lecturas y atentos a cualquier sonido de raspar de garras en la distancia. El médico, Arobedian, se dispuso a atender a los heridos mientras Abraxes se dedicaba un instante a investigar aquella cámara.
Había palabras escritas con sangre por las paredes; echó un vistazo más cercano, leyendo frases inconexas acerca de infinitos asesinos del vacío, que creaban la muerte a partir de la carne y otras acerca de un gran devorador al que no se le podrá arrebatar su festín. Una palabra destacaba en todo aquel delirio, una y otra vez: Cryptus. Era el nombre de un sistema solar binario que Abraxes pudo observar en el cielo sobre él, un sistema tan poblado por la vida humana que sería irresistible para la raza Tiránida.
iles de millones de almas ignorantes de su destino, aisladas del Imperio por la estática de la alienígena Mente Enjambre y listas para ser masacradas. Una fría sensación descendió por los hombros de Abraxes como si un manto de hielo hubiera cubierto su espalda. Alzó su dispositivo digital y pulsó la runa para contactar con el Comisariado.
Capítulo Uno: Terror en las Fronteras del Escudo.[]
A medida que las semanas se convirtieron en meses, la herida que iba provocando la rama de la Flota Enjambre se fue acercando. Las comunicaciones, ya fuera mediante los voco-escritos tradicionales o mediante comunicaciones astropáticas, se hicieron menos y menos fiables. Un sonido extraño y discordante sacudía el éter, escuchándose primero como un romper de olas en un distante océano y después convirtiéndose en un millón de silbantes susurros clavándose en la mente. Pese a ello, las gentes del Sistema Cryptus no cedieron ante las dudas que les acosaban.
Cualquier invasor que quisiera acceder a los mundos escudo debería hacer frente al frío letal del Aegis Diamando y moriría con seguridad en dicho proceso. En el remoto caso de que la flota enemiga descubriera el paso a través del túnel termal y lograra atravesarlo con vida, las armas del Cinturón Castellano darían pronto buena cuenta de ellos.
La flota alienígena quedaría congelada en su mayor parte y sería reducido a polvo sideral sin que los mundos de Cryptus tuvieran que disparar una sola de sus armas. Para cuando la bioluminiscencia de la Flota Enjambre fue avistada en la oscuridad del cielo nocturno, el extraño susurro que rondaba el éter había aumentado hasta ser un coro de murmullos alienígenas. Aquel sonido blanco infernal era tan intenso que taladraba las mentes de aquellos en comunión con el Empíreo, causando derrames cerebrales, embolias cerebrales e incluso ataques de locura que convertía a los psíquicos en poco más que seres inmersos en un balbuceo constante.
Aquellas naves que surcaran el vacío por encima del plano galáctico notaron que la señal era más débil, tal y como pasaba en los sistemas vecinos que se encontraban más cerca del núcleo galáctico. Solo aquellos en la trayectoria de avance de la Flota Enjambre se veían afectados por esta afección mental. De todo el personal imperial reunido en el sistema, solo los Navegantes de la Gran Armada de Cryptus se hacían una verdadera idea de la amenaza. Con el faro del Astronomicón oscurecido bajo estas inmensas oleadas de interferencias psíquicas, el plan del Imperio de enviar material bélico al sistema Cryptus quedaba inutilizado por este obstáculo.
Tal interferencia no sólo hacía que la Disformidad fuera innavegable, sino que evitaba que ninguna nave accediera al sistema mediante métodos convencionales. El frío extremo del Aegis Diamando formaba una barrera en ambas direcciones. La noticia se extendió lentamente por todo el Alto Mando de Cryptus, filtrándose a los gobernadores planetarios y a los oficiales del Astra Militarum encargados de protegerlos.
El sistema binario estaba cerrado a cal y canto, y sus defensores estaban solos.
Estacionadas en la fortaleza convento móvil de Lysios se encontraban las Adepta Sororitas, el brazo armado de la ya ampliamente presente Eclesiarquía en el sistema. Tras escuchar acerca de la creencia generalizada de que los Ojos de Cryptus pertenecían a un gigante celestial que juzgaba a los pecadores, el Ministorum envió a decenas de miles de Hermanas de Batalla para transmitir la verdad, que era evidente que los orbes rojos del firmamento eran los ojos del propio Emperador en vez de los de dicho gigante.
Tras haber pasado los últimos tres años promoviendo esta nueva creencia entre las mayoritariamente paganas gentes de Lysios, la canonesa Magda Gracia de la Sagrada Rosa agradeció la oportunidad de luchar en una guerra donde los límites del bien y del mal no quedaban difuminados, sino firmemente trazados.
Aunque las armas del sistema Cryptus eran incontables y su capacidad de mano de obra verdaderamente impresionante, sus principales defensas eran los cinturones de restos estelares que rodeaban el sistema. El fenómeno espacial conocido como Aegis Diamando era en sí mismo un poderoso escudo y las minas del Cinturón Castellano habían logrado mantener a raya a los Incursores Eldar, piratas renegados del Caos, e incluso a los ¡Waaagh! Orkos, durante milenios. Los planetas bajo los soles carmesíes eran conocidos como Mundos Escudo por un buen motivo. No podrían ser conquistados fácilmente.
Revelaciones tranquilizadoras[]
La confianza de los defensores del sistema alcanzó un punto álgido cuando la primera oleada de bionaves Tiránidas entró en el Escudo Brillante. En vez de organizarse en filas estrechas para intentar encontrar la forma de atravesar el cinturón de asteroides de forma segura, las naves de la Flota Enjambre se lanzaron directamente contra aquella anomalía bajo cero. Las pantallas de los auspiciadores de la Gran Armada de Cryptus mostraban los tentáculos de aquellas naves con forma de nautilus cayendo y tensándose como los dedos de un cadáver atrapado dentro de un lago helado. La lenta amenaza de las bionaves se desvaneció con cada informe e imagen de propaganda que iba monitorizándose.
No hubo excepciones; las naves Tiránidas quedaron reducidas a una ruina helada de color blanco por el letal frío del Aegis Diamando. Lo que antes era una flota de invasión había quedado reducido a un mero campo de restos espaciales, grupúsculos helados que empujaban y golpeaban los titánicos polígonos del Escudo Brillante.
Aun así, el inmenso avance que estaba llevando a cabo la flota tiránida siguió adelante. En los puentes de las naves insignia imperiales, que habían formado un cordón de seguridad alrededor de los mundos escudo, los cautos auspiciadores informaban con desenfadado interés acerca de que la ahora muerta Flota Enjambre se había dividido en seis grupos de menor tamaño.
Tal información fue considerada un detalle insignificante por el Alto Mando, pues los remanentes de la flota invasora serían destruidos sin importar cuanto se dispersaran. Henchidos de orgullo, muchos de los comandantes imperiales se convencieron a sí mismos de que el peligro ya había pasado, y no podían estar más equivocados.
Relato Oficial Armada Imperial: Lo que está muerto...
Guerra en los campos de la muerte[]
A pesar de que el Cinturón Castellano había quedado reducido a un panal rocoso, como baluarte defensivo su valor es incalculable. Cada asteroide está salpicado de fortalezas Aguila y posiciones de disparo clase Tempestus, y aunque se las ha dejado abandonadas para que se cubran de polvo desde que la última veta de metales preciosos fuera extraída por los cárteles criminales Asphodanos en 953.M41, han sobrevivido al pasar de las décadas completamente intactas.
El general Dhrost jamás creyó del todo en que el Escudo Brillante detendría el avance Tiránido. Pragmático hasta rozar el fatalismo, había ordenado a un selecto grupo de artilleros de Cadia y Tecnosacerdotes Visioingenieros que se separaran de sus compañías de artillería y se embarcaran rumbo al desértico cinturón de asteroides que había más allá del gigante gaseoso, Aeros. Allí se prepararían para la guerra que estaba por llegar, despertando a los ancestrales espíritus máquina y llenado los huecos de los asteroides con proyectiles de macro-cañones y misiles vortex pagados tiempo atrás por las élites criminales de Asphodex.
Dhrost no deseaba que sus artilleros asumieran la peor parte del ataque Tiránido, en su lugar les ordeno permanecer a la espera, escondidos en los oscuros pasadizos del Cinturón Castellano hasta que les llegara una señal pre-establecida. Su plan consistía en permitir que la vanguardia de la Rama Criptoide penetrara en el sistema sin obstáculos. Tan sólo tras dejar que pasara la primera oleada de naves podría el Cinturón disparar sus grandiosas armas. Con algo de suerte, lograrían distraerles e incluso aplastar a la siguiente oleada de bionaves antes de que pudieran servir de refuerzo a la vanguardia Tiránida.
Si los regimientos de Cadia luchaban a plena potencia, los invasores Tiránidos que ya hubieran entrado en el espacio del sistema Cryptus podrían ser contenidos y derrotados en la consiguiente guerra. Los refuerzos que los xenos esperarían de la segunda oleada de la invasión se verían interrumpidos y, quizás, les serían negados por la repentina tormenta de fuego que surgiría en medio de la Flota Enjambre. Al cortar el cuello de cada sub-ramificación invasora, Dhrost les daría a sus hombres una oportunidad de luchar y destruir a los invasores xenos oleada tras oleada. La teoría del oficial cadiano fue puesta a prueba cuando la rama Tiránida se adentró profundamente en el Cinturón Castellano y emergió por el otro lado.
Con un gran acto de sacrificio desinteresado, los hombres estacionados allí dieron sus vidas para dar una mejor oportunidad al resto de sus camaradas. Aplastarían a tantos como pudieran en la Flota Enjambre antes de que estos les sobrepasaran por completo.
El Gran Corral[]
Los cielos sobre Lysios se volvieron de un púrpura lívido a medida que la condenación se acercaba al planeta. Un sistema de comunicaciones estático iba indicando la cuenta atrás, pero los habitantes del planeta seguían divididos. Los paganos nómadas de Lysios, a pesar de haber recibido de todo, desde manuscritos a servocráneos de comunicaciones, solicitando su comparecencia, no pretendían cumplir con las zonas de exclusión imperiales. De hecho, ni siquiera cambiaron las rutas de sus caravanas un solo grado.
Aunque los nómadas se creían a salvo en sus enormes pecios, Magda Gracia había intentado explicarles que intentaban huir de un enemigo para lanzarse a los brazos de otro mucho peor. Si tan solo llegaba a infiltrarse una progenie de Genestealers en sus colosales máquinas, a cada uno de sus pasajeros les esperaba una muerte segura. Los nómadas lysiotas tendrían que desembarcar y defender sus hogares con todas las armas a su disposición, haciendo frente a los Tiránidos, o perecerían, cortados en pedazos en la oscuridad.
Redesplegándose unos cincuenta kilómetros por delante de las caravanas de transportes lysiotas, la Orden de la Sagrada Rosa condujo sus conventos-fortaleza y transportes más amplios a través de las ruinas cubiertas de limo de Aguapolita Prime. Allí tomaron posiciones como un bloqueo de carretera de kilómetros de ancho, forzando a las caravanas nómadas a detenerse entre salpicaduras saladas.
Las más veteranas de las Hermanas de Batalla desembarcaron de sus transportes para parlamentar con los ancianos de los indignados nómadas. Tras la reciente persecución religiosa llevada a cabo por los líderes de aquel mundo, las Sororitas no consiguieron demasiado. Las negociaciones se rompieron y la situación casi se había vuelto de abierta hostilidad cuando varios representantes vieron como desaparecía el limo, siendo absorbido a sus pies. Las algas agarraron a aquellos que estaban demasiado cerca de las ruinas, con sus verdes formar convertidas ahora en un blanco enfermizo. Unos extraños crustáceos correteaban por las sombras cortando y agarrando con una fuerza sorprendente, todos ellos portando un lívido caparazón púrpura similar a los de las bionaves que se observaban en el cielo.
Las Hermanas hicieron el signo del águila mientras los ancianos lysiotas murmuraban oraciones a Cryptus para alejar el mal que se arremolinaba a su alrededor. Muchos sopesaron la idea de que las bionaves que brillaban en el firmamento habían logrado extender su maligna influencia entre las criaturas nativas del planeta. Era como si la flora y la fauna del planeta estuvieran cambiando, pervertidas hasta ser una suerte de híbridos letales y agresivos que debían tanto de sus facciones a los xenos como a la propia naturaleza.
Los propios cielos se oscurecieron formando un crepúsculo sobrenatural. Aunque no podía entender su dialecto, la canonesa Gracia vio la sospecha los gestos de los ancianos nómadas y cambió de táctica. Los cryptitas y los imperiales tenían un enemigo común, y necesitaban colaborar para derrotarle.
Su ardiente convicción transformó la lógica subyacente de su discurso en un inspirador plan de batalla. Uno a uno, los ancianos nómadas estuvieron de acuerdo en reconocer a esta nueva líder en medio de aquel lugar. En menos de una hora, los pecios se abrían paso por la ciudad y habían formado un corral de fortalezas. Cada techada y fortificación estaba ocupada por nómadas lysiotas. Alrededor de esta muralla de vehículos monolíticos se estacionaron los tanques y transportes de las Adepta Sororitas, un círculo de heráldicas negras, blancas y rojas que rodeaban el anillo de bronce formado por los vehículos de los nómadas.
Allí aguantarían lo que estaba por llegar.
Podrían llover del cielo todas las Esporas Tiránidas que quisieran pero mientras la doble muralla de blindados permaneciera firme, sus interior quedaría libre de formas de vida xenos; los defensores ahora luchaban en un frente común. A medida que las manchas negras que mancillaban los lastimeros cielos se empezaban a transformar en esporas cargadas de progenies descendiendo en una cantidad impresionantes, se hizo aterradoramente claro el hecho de que el plan de Gracia sería puesto a prueba hasta el límite.
Lluvia de progenies[]
Una tormenta de esporas cubiertas de tentáculos se precipitó desde los cielos, vomitadas por las naves colmena tiránidas que se descendían lentamente sobre el planeta. La canonesa Gracia lanzó la señal de intercepción y por toda la ciudad los cañones cuádruples Icaro se giraron hacia arriba y liberaron su propia tormenta a los cielos. El fuego antiaéreo acabó quizás con una de cada diez de aquellas viles abominaciones, pero el número de estas no dejaba de crecer; primero era una de cada decena, luego una de cada veintena. Fuera donde fuera que el fuego de intercepción lograba dar en el blanco, los tiranocitos vomitaban material blanquianaranjado y un silbante icor, momentos antes de saturar el aire con su inmundicia.
Algunos de ellos fueron atravesados a la vez por algunos proyectiles de alta velocidad, haciendo que estallaran en conjunto. Las agitadas bestias-arma salían disparadas de sus destrozados sacos dentro de las esporas y se precipitaban al vacío, junto a una intensa lluvia de desperdicios biológicos que salpicaban sobre los blindados de las Sororitas y los pecios de los nómadas.
Por cada espora que era destruida en el aire, un puñado de ellas llegaba sin daño alguno. La mayoría de ellas golpeaba el suelo con un ruido sordo antes de liberar a sus pasajeros cubiertos de mucosidades en todas direcciones. Algunas reventaban al impactar, dando a luz a formas fetales de monstruosidades que rugían de furia alienígena cuando se erguían completamente. Otras se movían dando apoyo a los enjambres de bestias que habían surgido de sus horripilantes pétalos, con sus espeluznantes zarcillos acariciando el suelo como si se mostraran debilitadas.
Había esporas que aterrizaban con tanta fuerza que incrustaban la mitad de su cuerpo en la tierra, estas liberaban unas cuchillas quitinosas por sus laterales que cavaban en el terreno como lo haría un parásito sobre piel desprotegida. Estas extrañas esporas que se enterraban escupían sacos flácidos al cielo; membranas recubiertas de largos tentáculos rellenas de forma similar a los globos de gas, que flotaban en la distancia de forma errante e impredecible. Tan solo cuando una escuadra de Serafines se lanzó en las inmediaciones, con sus mochilas de salto emitiendo llamas azuladas, quedó claro el objetivo de aquellas esporas flotantes.
Aquellos sacos hinchados reventaron con tal fuerza que las hermanas más cercanas quedaron prácticamente hechas pedazos, sus compañeras fueron lanzadas hacia atrás entre gritos de consternación y dolor apagados por el canto mecánico de los disparos de fuego antiaéreo. Tras aquellas explosiones avanzaban de forma dispersa minas esporas más pequeñas, saboreando el aire en busca de presas con sus propios tentáculos sensores.
En tierra bajo las dispersos Serafines, los cada vez mayores enjambres de bestias-arma que habían brotado de las esporas se estaban congregando. Visto desde arriba, las progenies parecían como gotas de mercurio que resbalaban por una pendiente, fluyendo hasta quedar juntas y formar un charco, después una piscina y después una marea. La oleada de bioformas xenos se abalanzó por toda la ciudad cubierta de sal, un horror de formas de quitina púrpura hambrientas de la carne de sus enemigos. Magda Gracia dio la orden de fuego a discreción; por todos los alrededores de aquel gigantesco perímetro las Sororitas que se habían apostado en los niveles superiores de los edificios alzaron sus bólteres y abrieron fuego.
Los proyectiles de masa reactiva fueron trazando una línea de explosiones entre las bestias-arma más cercanas, haciendo que los restos de estos salieran disparados junto a trozos de algas. Sus compañeros de progenie saltaban sobre los caídos sin disminuir la velocidad de su avance, impulsados al frente por los siniestros organismos que les lideraban, situados en medio de la oleada.
Horrores de miembros como guadañas se desplazaban por los arcos y patios con una velocidad sobrenatural, la mampostería derruida de Lysios dificultaba su avance de la misma forma que lo haría el césped de los jardines de un gobernador planetario. Los salmos de batalla resonaron y los equipos de Vengadoras embutidas en armaduras blancas salieron de entre las sombras en las zonas altas de los edificios, cada una formando un marco donde antaño se encontraba la figura de algún santo imperial. Las Hermanas fruncían el ceño mientras observaban con disgusto el veloz avance de los xenos bajo ellas mientras sus bólteres pesados iban profiriendo una letanía de muerte, su estruendo iba resonando entre las ruinas cercanas.
Las Dominios y Celestes añadieron su potencia de fuego a las salvas. Todas las progenies Tiránidas que osaban adentrarse en terreno abierto eran hechas pedazos, aplastado por una potencia de fuego bólter mayor que el que cualquier compañía de los Marines Espaciales pudiera aspirar a poseer jamás. Donde quiera que una Hermana de Batalla necesitara recargar simplemente debía girarse y retroceder, su puesto sería ocupado por otra guerrera hambrienta de masacrar más criaturas de aquel enjambre. La matanza no había hecho más que comenzar.
La canonesa Gracia reiteró en sus órdenes: no permitir que ni a uno solo de aquellos organismos de ataque se acercara a menos de cincuenta metros del anillo exterior. Las perspicaces Hermanas de Batalla efectuaron disparos letales contra Gantes y Guerreros Tiránidos por igual hasta que aquel perímetro estaba rodeado por un cinturón de medio kilómetro de ancho de humeantes cadáveres xenos.
Las escuadras de Serafines brotaron de entre las ruinas cuando una bandada de Tiránidos alados se acercó demasiado, disparando salva tras salva con sus pistolas bólter y haciendo que llovieran cadáveres xenos destrozados.
Aquí y allá se abrían paso las bestias líder y aunque la tormenta de proyectiles bólter dejaba sus placas cubiertas de cráteres, estas no lograban frenar su avance. Allí donde una de estas criaturas llegaba a acercarse demasiado, un equipo de Dominios con armamento de fusión desembarcaba de sus Rhinos y vaporizaba a las monstruosidades a corta distancia.
Incluso los tiranocitos que caían de entre los cielos en medio del cordón eran neutralizados antes de que llegaran a aterrizar, reducidos a diáfanos chorros de restos orgánicos cuando los misiles salían despedidos desde los Exorcistas de Gracia.
El paisaje urbano se iluminaba intermitentemente con los destellos de la portentosa potencia de fuego desplegada mientras las Sororitas establecían una zona mortal donde ninguna criatura viviente podía adentrarse. Rodeados por el martilleo del fuego antiaéreo provocado por las baterías de los pecios, los nómadas empezaron a reconsiderar su posición como enemigos del Imperio; la lluvia de esporas no mostraba signos de acabar pero, con aliados tan temibles como las Adepta Sororitas combatiendo a su lado, la victoria de seguro estaba de su parte.
Ya fuera Cryptus o el propio Emperador, ambos parecían cosas demasiado distantes. Los soles gemelos se podían divisar a duras penas a través de los cielos plagados de esporas, observando la carnicería que se estaba produciendo ante ellos. Para las Adepta Sororitas cada minuto que pasaba era como una hora; las masas de cuerpos Tiránidos destrozados que rodeaban su perímetro habían llegado a unas proporciones demenciales, según los cálculos de Magda Gracia, ya sobrepasaban las decenas de miles de cadáveres.
Los casquillos cubrían el suelo casi por completo, una tintineante alfombra de bronce y plata que ocultaba el limo que se retorcía bajo sus pies.
Los blindados, pecios nómadas y ruinas lysiotas estaban salpicados por igual con los restos excretados por los Tiranocitos muertos. Silbantes trozos de material xeno iba deshaciéndose aquí y allá, burbujeando lentamente hasta disolverse. Sin hacer caso al éxito que habían tenido, las Adepta Sororitas mantuvieron su posición, con sus voces alzadas en una oración al Dios-Emperador. La lluvia de esporas todavía seguía golpeándoles desde arriba, oleada tras oleada de bestiasarma que surgían de entre las ruinas. Contra una defensa tan implacable como la formada por las Hermanas de Batalla los herejes, traidores, e incluso los Orkos, hubieran roto sus formaciones y huído hacía tiempo.
Pero el ataque Tiránido continuó.
La canonesa Gracia escupió un poco de saliva ensangrentada al mar de casquillos que tintineaban alrededor de sus tobillos. Había perdido unos pocos dientes por culpa de una espora que había acabado con varias Serafines, aunque los Tiránidos necesitarían algo más que eso para acabar con ella.
Desafortunadamente, la cantidad era algo que los Tiránidos poseían en abundancia, incluso a través de los destrozados muros de los manofactorums podía oirse el odioso siseo de aquellos xenos provenientes del vacío acercándose a toda velocidad.
Volviendo a la línea del frente, Gracia notó la bilis subiéndole por la garganta; prefería infinitamente más masacrar xenos que sus obligaciones anteriores ejecutando civiles, pero este enemigo no se detenía.
Incluso su táctica de concentrar fuego sobre los organismos de mayor tamaño no era del todo efectiva, pues solo les había otorgado leves momentos de respiro. Aunque nadie lo había mencionado en voz alta todavía, la misma idea empezaba a rondar sus mentes; se quedarían sin munición antes de que las bionaves se quedaran sin bestias.
Una sus guerreras Celestes retrocedió para recargar y ella avanzó para ocupar su lugar, descargando una ráfaga triple de un nuevo cargador. Cada uno de sus proyectiles golpeó un cuerpo Tiránido, detonando y provocando un reguero de viles fluídos.
-¡Maldigo a la Armada de Cryptus! -Gritó la canonesa mientras disparaba otras dos veces-. ¡Si hubieran hecho bien su trabajo, esto habría acabado hace mucho!
La hermana Elspeth, una mujer inmensa incluso sin su servoarmadura, se limitó a gruñir. El sudor recorría su amplia frente mientras vaciaba el cargador del bólter pesado sobre una forma alienígena que había logrado atravesar el cordón de fuego. Desencajó la cinta vacía de munición con la rodilla y rebuscó otra recarga. Sus intentos la dejaron con las manos vacías y su frustración le hizo lanzar una maldición a gritos.
Los clacs provocados por los bólteres vacíos empezaron a escucharse entre las ruinas superiores, confirmado por las plegarias y muestras de enfado. El pulso de Gracia se aceleró cuando empezó a sentir como la potencia de fuego de su orden empezaba a flaquear a su alrededor.
Los horrores xenos llegaban todavía, las criaturas más próximas quedaban envueltas en las ráfagas de disparos de los transportes que estaba en los límites del perímetro, a su izquierda, las descargas de disparos de fusión atravesaban las imponentes formas de un trío de Guerreros Tiránidos; uno fue partido en dos a la altura de la cintura y el torso de otro quedó se vaporizó.
Gracia unió su propia potencia de fuego a la carnicería, acabando con los últimos de aquella progenie y haciendo que las criaturas más pequeñas huyeran y se dispersaran. Su sonrisa de triunfo quedó iluminada brevemente por los destellos de su arma antes de que la pistola bólter que portaba se quedara también sin munición.
-Aquí vienen, Hermanas -Dijo a sus guerreras, con la voz tensa. Oteó las sombras por un instante, buscando a su bestia-némesis, pero no vio nada-. ¡Estad preparadas! -Continuó, forzándose a sí misma a no distraerse-. ¡Sed fuertes, pues el Emperador nos otorgará parte de su poder!
Sus hermanas gritaron asintiendo mientras los escurridizos seres surgieron formando una gran masa silbante. Estaban tan cerca que casi se les podía oler. De repente, una gran deflagración tuvo lugar en la zona baja de las ruinas a la derecha, llenando el aire con el empalagoso olor a prometio y haciendo que la masa principal retrocediera debido a las llamas. Una docena de supervivientes salió de entre las ruinas, tres de ellos murieron a causa de una última ráfaga de fuego bólter mientras el resto saltaba por encima de los tanques que rodeaban las ruinas, cada uno de aquellos Tiránidos era un cometa envuelto en llamas.
Gracia avanzó desde su posición de disparo profiriendo un grito de batalla alto y claro. Sus Celestes la siguieron de cerca, con la voz alzada profiriendo una oración pidiendo la bendición del Emperador. Se encontraron con los Tiránidos que se habían abierto paso, con su ceramita quebrando la quitina debido a la fuerza de su carga. Gracia lanzó un áspero grito triunfal cuando el borde de una de sus hombreras se incrustó en un cuello desnudo.
Los sermones dados por la canonesa momentos antes de la batalla habían sido claros, cortad la cabeza y el cuerpo morirá. Este era el momento de llevar a la práctica todo lo que había estado predicando. Estrelló su codo contra la boca de una bestia-líder cercana, notando como los dientes, afilados como agujas, se incrustaban en su armadura.
Una oración de fortaleza brotó de sus labios y cuando estrelló la culata de la pistola contra cabeza encrestada de la bestia, esta se abrió en dos en medio de un reguero de icores. Cerca de allí, sus compañeras de escuadra se internaron entre las criaturas xenos que habían atravesado el cordón. Pudo divisar a la Hermana Elspeth desgarrando a una bestia del tamaño de un poni que iba a por la Hermana Felicitas, antes de lanzarlo contra los escombros y aplastar su cuello hasta que dejó de revolverse. Gracia murmuró de agradecimiento al Emperador antes de darse la vuelta, justo para esquivar una garra afilada que pretendía apuñalarla. Mientras soltaba un gruñido arremetió con su puño blindado, golpeando otra boca que intentaba morderla.
De repente, un monstruo extremadamente corpulento se alzó sobre sus patas como zancos y lanzó su grotesca masa contra dos Rhinos. Sus bólteres de asalto hicieron saltar trozos de su caparazón quitinosos coronado de chimeneas sin llegar a frenar su avance lo más mínimo. La enorme masa de aquella cosa desplazó los transportes a un lado, abollando sus cascos a medida que se abría paso a través del cordón.
Gracia preparó una granada de penetración y la lanzó contra la cabeza de la criatura. La explosión resultante tuvo poco efecto en ella.
Mientras buscaba una forma de matar a aquel horror xenos, el tambaleante saco que colgaba en su vientre se ensanchó. Una constelación de ojos rojos repletos de malicia destelló desde aquella humedad oscuridad interior; la criatura gritó, aulló y envió una tormenta de espinas que surgieron de su caparazón, derribando a dos Hermanas. Casi a la vez, el horrendo orificio de su vientre se abrió de par en par, liberando torrentes de mucosa mientras liberaba horrores en una burda parodia de algo que podría considerarse un nacimiento.
Gracia quedó momentáneamente en shock, con su pistola bólter inmóvil en su mano. Buscó instintivamente en busca de aliados, en busca de una ruta de escape, en busca de algo que detuviera a aquella monstruosidad orgánica que iba hacia ella. Un simple disparo de bólter, milagrosamente no utilizado, descansaba cerca de una pila de despojos cercana. Abriendo manualmente la recámara de su pistola bólter, Gracia agarró el proyectil y lo introdujo en su pistola mientras el vil xeno liberaba otro puñado de criaturas menores.
La progenie de bestias se contoneaba al frente sobre sus piernas acabadas en pinzas, rugiendo a medida que se iban acercando. Los sonrientes gantes la rodearon, con sus armas simbiontes zumbando. Entre gritos, Gracia disparó la bala bendita contra la boca de la criatura; un instante después la enorme cabeza del Tiránido reventaba con un crujido húmedo y su horrible masa se desplomaba contra el suelo. La agonía de la bestia progenitora tuvo un eco que se repitió doce veces mientras su dolor sacudía las mentes de sus crías.
Una a una, las criaturas xenos menores empezaron a sufrir espasmos, temblando, y se desplomaban sin vida como había hecho la criatura mayor.
-¡Bendito sea el Emperador! -Llegó en un grito desde los arcos más altos-. ¡Esa... esa era la última de ellas! ¡Creo que lo hemos logrado!
La canonesa Gracia alzó la vista al cielo, una sensación de alivio atravesó su cuerpo. La lluvia de esporas había cesado.
Las sombras sobre Asphodex[]
A lo largo su viaje desde la Puerta de Cadia, Maelon Dhrost había memorizado todos los informes y metadossieres que ofrecían detalles sobre su destino, la masa urbanizada de Asphodex. Para cuando el general y sus Tropas de Choque de Cadia aterrizaron ya sabía más del actual estado del planeta que cualquier otro hombre vivo, y bastante más que propio gobernador planetario.
Las persistentes voco-informes habían confirmado que Flax, el autoproclamado Rey de Phodia, creía que la llegada de los xenos era poco más que una ligera molestia. Si los informes de datos eran correctos, Flax había llevado a cabo un esfuerzo poco más que simbólico para mantener el orden en sus dominios.
Se había preocupado por los actos inhumanos perpetrados por los señores del crimen. Cada año, las fuerzas armadas de la dinastia flaxiana lograban rodear a aquellos criminales lo suficientemente estúpidos como para dejarse coger y los enviaban a prisiones en orbitales en órbita baja, aunque todo esto solo ayudaba a que los miembros de las demás fraternidades criminales prosperaran. Durante años las constantes luchas internas por el poder entre los señores del crimen ahogaron distritos enteros de la ciudad bajo una oleada de violencia desatada, convirtiendo incluso las zonas más ricas en paisajes desolados.
A Flax todo esto daba igual; a lo largo de su larga y paranoica vida, este hombre había llevado a cabo la construcción de un imperio subterráneo que le servía tanto de fortaleza como de zona de recreo. Pagado gracias a las numerosas "contribuciones" de las organizaciones criminales que le mostraban su apoyo, sus numerosos túneles y habitaciones estaban resguardados de la vista tanto de hombres como de dioses. Sus pesadas puertas blindadas estaban protegidas por dispositivos genoidentificadores, haciendo que el paraiso subterráneo fuera inaccesible para cualquiera excepto la propia dinastía flaxiana.
Tras décadas preparándose para una invasión, Flax consideraba que su dinastía se hallaba a salvo de la bioflota xenos que emborronaba las estrellas. Dio el control de la superficie al Asta Militarum sin dudarlo un segundo, tan solo con una condición: debían permanecer en la superficie. Hacer lo contrario equivaldría a una declaración de guerra desde dos frentes en vez de uno. El general Dhrost no tenía tiempo para estos juegos por el poder entre la aristocracia y el crimen organizado; las propias nociones de ley y orden en tiempos de paz les eran ajenas.
Con los Tiránidos a punto de abalanzarse a por el planeta, la única distinción que Dhrost pretendía manejar era la de humanos y xenos. En su experiencia, sabía que los ciudadanos se amoldarían a las normas que se establecieran una vez comenzara a llover muerte desde el cielo. Flax les seguiría poco después. Según los cálculos del general, los sindicatos del crimen y los ejércitos gubernamentales del planeta se acabarían uniendo antes de que pasara un solo día.
Con toda probabilidad, estarían demasiado asustados para hacer cualquier otra cosa. Mientras que las Adepta Sororitas habían llevado a cabo su gran perímetro sobre Lysios, Maelon Dhrost orquestó una red de defensa magistral por toda la ciudad-continente de Phodia. Los cadianos de Dhrost estaban bastante acostumbrados a mantener a los horrores de la galaxia a raya debido a sus muchos años luchando en la Puerta de Cadia, y sin duda estaban mejor versados en el arte del combate urbano que cualquier otra fuerza del Astra Militarum. Pretendían sacar el máximo provecho al denso paisaje urbano de Phodia.
El general había leído que los Tiránidos solían atacar en grandes oleadas y que los claustrofóbicos recovecos de la megametrópolis harían que el estilo de hacer la guerra tradicional sería imposible. Incluso disponiendo de millones de soldados bien entrenados a su servicio, los cadianos no podían esperar ganar a los Tiránidos en el cuerpo a cuerpo.
En opinion de Dhrost, sin embargo, no haría falta tal cosa. Aunque varios de sus Comisarios habían murmurado que la propia idea era una herejía, Dhrost pretendía dejar al enemigo las calles principales y las avenidas, sus hombres formarían centenares de cuellos de botella entre los edificios y callejones que cubrían el planeta. Si no mataban al enemigo a distancia, la élite urbana de Dhrost se encargaría de impedir que sacaran partido a su superioridad numérica, les harían frente en pequeñas plazas, escaleras y en oscuros corredores en vez de en campo abierto. Las ruinas de Phodia serían las rocas donde romperían las oleadas Tiránidas.
Si el plan del general Dhrost tenía éxito, cada nueva oleada de la invasión perdería cohesión, se dispersaría y retrocedería hasta no ser más que una ligera mancha.
El despliegue conjunto de incontables regimientos de guardias imperiales acabaron con el desorden que se extendía entre la población. Cada pelotón funcionaba como el engranaje de una máquina, colocando sacos de arena y enlazando líneas de defensa aegis con eficiencia metódica. Una vez que las calles se hallaron plagadas de defensas, se posicionaron en las zonas y pisos elevados de los manofactorums más estables, así como de los bloques habitables.
En dicho proceso desalojaron a la población que fueron encontrando, conduciendo a las gentes hacia los espaciopuertos fortificados para que fueran evacuados hacia la relativa seguridad del lado opuesto del planeta.
Los señores del crimen de Asphodex se opusieron firmemente a que sus territorios fueran ocupados por millones de los mejores guerreros del Astra Militarum, aunque ninguno fue tan valiente, o idiota, como para llevar a cabo nada más que alguna protesta simbólica. Debido a los rumores del enemigo al que en breve deberían hacer frente, los señores del crimen se contentaron con atender a su propia defensa. Era un testimonio tal del miedo que engendraban los rumores de la invasión Tiránida que ni un solo ciudadano volvió sus armas contra otro durante el tiempo previo al comienzo de la guerra. Todos jugarían algún papel en los días que estaban por llegar.
El Escudo puesto a prueba[]
Para cuando la primera oleada de esporas llegó, Phodia se había transformado en una fortaleza de escala continental que recordaba a la mismísima Cadia. A diferencia de lo acontecido en su planeta vecino, Lysios, donde la tormenta de esporas Tiránidas había sido respondida con un contra-bombardeo, los cadianos solo tomaron como objetivo a las criaturas aladas que aparecían de entre los cielos cubiertos de nubes.
Cualquier criatura que pudiera alcanzar potencialmente cualquier zona alta de los edificios quedaba iluminada por los reflectores, siendo cada una de aquellas blancas columnas una sentencia de muerte.
Los que quedaban señalados de esta forma eran destrozados por los tanques antiaéreos Hidra, por los cañones láser de ángulo vertical o por los misiles de penetración lanzados por los equipos de armas pesadas de los tejados. Una macabra llovizna de cadáveres de Gárgolas y Alcaudones Tiránidos se precipitaba sobre las zonas urbanas, pues su número quedó tan seriamente mermado que tan solo unos pocos cientos lograron llegar con cierta seguridad a las calles.
Incluso estos eran derribados al poco por los proyectiles de fuego láser, pues eran el objetivo prioritario para los soldados que se ocultaban en los edificios de la ciudad. La fase uno del plan de Dhrost se había completado.
Con la doctrina de fuego cadiana centrada en acabar con las bestias aladas del enjambre invasor, incontables miles de esporas enormes se estamparon intactas contra el suelo de rococemento de las calles de Phodia. Algunos de aquellas formas ovaladas cubiertas de limo se enterraron en aquel duro suelo de color gris para lanzar más minas espora al cielo mientras otras vomitaban a los seres que hospedaban cubiertos de una especie de fluídos anmióticos.
Pronto las polvorientas calles por las que pasaban quedaban cubiertas de un icor que no tenía nombre. En tan solo una hora, la tercera parte de la megametrópolis de Phodia estaba infestada de Tiránidos. Las plazas y carreteras de tonos grisáceos quedaron oscurecidas por la hirviente marea de quitina púrpura mientras las bionaves vomitaban incontables oleadas de xenos sobre la superficie del planeta.
Era una muestra horrible del poder de la fuerza invasora, una invasión a escala completa que se había llevado a cabo con tal velocidad que hasta los más feroces Waaagh Orkos habrían tenido problemas para intentar competir con ella.
La amenaza oculta[]
Colocar a un gran contingente de artilleros por todo el Cinturón Castellano no fue la única estratagema llevada a cabo por el general Dhrost para llevar a cabo las defensas planetarias. Al llegar al sistema, el comandante cadiano había ordenado que las prisiones orbitales que languidecían sobre la órbita de Asphodex fueran enviadas a toda velocidad hacia Perdita. Los criminales contenidos en los infinitos corredores plagados de celdas habrían conformado una considerable cantidad de biomasa.
Con un poco de suerte la Flota Enjambre se ramificaría aún más para intentar alimentarse de ellos y los defensores así se librarían de tener que enfrentarse a unos pocos millones de Tiránidos.
La Flota Enjambre había mordido el anzuelo y tras pasar por el Ageis Diamando envió a una parte de sus fuerzas rodeando el Cinturon Castellano hacia Perdita. Los cadianos estaban felices de ver como la Amenaza Oculta, como se les había codificado, se desviaban del frente principal del conflicto. Solo Dhrost y un puñado de hombres y mujeres de confianza sabían la verdad; habían sacrificado a cientos de miles de culpables para dar una mejor oportunidad de sobrevivir a los inocentes.
Separador provisional[]
Tras haber combatido a los ejércitos del Caos, Dhrost estaba bastante acostumbrado a concepto de "fuerza imparable", pero la velocidad de la hiperagresiva invasión Tiránida fue algo que le inquietó incluso a él. Sus hombres estaban concentrados en las bioformas aladas como se les había ordenado pero los informes que recibían constantemente indicaban la presencia de gigantescos monstruos xenos que vagaban por las calles sin oposición, arrancando las puertas blindadas con alarmante facilidad. En breve las hirvientes mareas de Tiránidos se abrirían paso hacia el interior de los edificios que los cadianos se esforzaban tanto en proteger, y sus ejércitos se dispersarían formando incontables bolsas de resistencia desorganizada en vez de un verdadero frente de batalla.
Peor aún, en aquellas áreas de la megametrópolis que aún eran ajenas a los estragos del conflicto que arruinaba Phodia, los Tiranocitos habían liberado a sus pasajeros directamente sobre los tejados de los edificios protegidos por las tropas de Cadia. Más de un pelotón se encontró en un enfrentamiento no solo para mantener a raya a los gigantescos Tiránidos de las calles, sino que también luchaban para hacer frente a las bioformas pequeñas que se abrian paso hacia abajo desde los techos a través de los respiraderos y estrechos corredores.
No importaban las dificultades, cada escuadra luchó sin pausa ni queja, pues no estaba en la forma de ser de los cadianos el rendirse. En algunas zonas, grupos de soldados disparaban tantas salvas de rifle láser como les era posible contra las progenies de Hormagantes que atestaban las escaleras, en otras, grupos de veteranos lanzaban granadas de fragmentación contra las masas Tiránidas de las calles. Cada vez que un Tiránido lograba sobrepasar el cordón de soldados y abrirse paso hacia los pisos superiores, los Sargentos y Comisarios les harían frente mediante espadas de energía y pistolas de plasma, limpiando las estancias una vez más o muriendo en el intento.
Allí donde un edificio finalmente caía ante las imparables masas del Enjambre, los tanques de supresión Wyvern sembrarían las estructuras de cadáveres con sus armamentos de racimo explosivos hasta que cada ventana escupiera solo retazos de polvo y sangre. Confiados por la superioridad aérea lograda durante las primeras horas de la invasión gracias al despliegue de fuego antiaéreo, las Valkirias se aproximaría a las humeantes ruinas para que sus pasajeros desciendan en rápel, reclamen de nuevo los edificios y vuelvan a enfrentarse a los enjambres de las calles una vez más. El denso aire de las calles de la ciudad se saturó al poco con el hedor de los cuerpos xenos chamuscados y un ligero remanente a sangre humana. En el distrito comercial de Phodia, los cadianos comenzaron la fase de reconquista del plan de Dhrost.
Los Ogretes toro juntaron sus escudos y despejaron las estrechas calles de gantes, con sus guanteletes granaderos lanzando cargas explosivas contra las apretadas filas de aquellas bestias-arma. Los transportes blindados chimera se detuvieron en filas, sus expertos conductores bloquearon las calles y canalizaron a las masivas hordas xenos hacia las plazas donde sus camaradas les esperaban para tenderles una emboscada. Haciendo buen uso de las tuberías de prometio que se extendían por toda la ciudad, los artilleros de los escuadrones de Hellhound combinaron sus disparos provocando una deflagración que redujo a las hordas Tiránidas a cenizas.
Incluso la artillería cadiana tuvo que desempeñar un papel en todo aquello, a pesar de estar casi a ciegas por las profusión de los edificios que se alzaban a su alrededor. Los sagaces ratlings, que Dhrost había ordenado permanecer por todas las guarniciones de Phodia, transmitían las coordenadas de las bestias-líder de los Tiránidos a los escuadrones de artillería. Momentos después, las áreas atestadas de Tiránidos se vieron saturadas con las ensordecedoras explosiones, tan fiero fue el bombardeo que el polvo de la techumbre de los pasos subterráneos se sacudió.
Los rugientes Tiránidos que surgían heridos del humo eran abatidos por el fuego de francotirador de los ratlings. Los diminutos abhumanos sonreían sombriamente en sus puestos mientras sus disparos impactaban en cuencas oculares y mandíbulas abiertas. Todos los ratlings iban llevando una cuenta de bajas intentando superar a sus compañeros.
Por cada edificio o plaza reclamados por el inmenso empuje de Dhrost, otra caía ante el asalto de la gran cantidad de bestias alienígenas. El asalto de los Tiránidos había mostrado ser tan implacable como Dhrost había previsto. Las órdenes de retirada empezaron a resonar por encima del condenador siseo de las bestias xenos que atravesaban las ventanas y subían a toda prisa por los peldaños de las escaleras. Los cadianos fueron cediendo piso tras piso, luchando una batalla tanto en vertical como en horizontal. La infantería de Cadia combatió furiosamente para reducir la horda, corriendo escaleras arriba cada vez que la situación se hacía más y más insostenible para comenzar todo el proceso una vez más. Dhrost autorizó el empleo de cargas de demolición para destruir las plantas inferiores si era necesario. Aunque el empleo de estas acabó provocando calamidades en varios distritos, en muchos otros las estructuras quedaban vacías pero estables, con sus puestos de ametralladoras disfrutando de las vistas de la carnicería que se producía más abajo.
Tras haber concentrado sus esfuerzos en los elementos aéreos de la invasión Tiránida, los cadianos estaban a salvo en las alturas. Allá donde una bestia con cuchillas afiladas o algún escurridizo ágil lograba acercarse demasiado se encontraba con una nube de proyectiles láser y llamas. Los Tiránidos combatieron con una extrema agresividad, pero raramente lograron acercarse lo suficiente para matar a sus oponentes. Incluso el bio-armamento de los organismos xenos más grandes se mostró bastante ineficaz. Las ventanas de los edificios de Phodia eran estrechas y alargadas, y los cadianos resguardados tras ellas estaban bien versados en las doctrinas de combate tras cobertura.
Para cuando llegó la puesta de sol de los soles tras el primer día de batalla, la furia de la embestida Tiránida se había visto ralentizada. El sentimiento de alivio entre las filas cadianas se hizo casi palpable. Un gran porcentaje de sus guerreros estaban ahora en las zonas altas de las estructuras que habían luchado por proteger, y lo más probable es que todos los ciudadanos que no hubieran huído hacia los puestos de seguridad hubieran sido ya asesinados. Sin embargo, la mayor parte de los regimientos desplegados sobre Asphodex aún funcionaban a pleno rendimiento. La creencia más extendida entre los hombres y mujeres de Cadia era que aquella guerra aún podía ser ganada.
Un destino tóxico[]
Cuando la Flota Enjambre Leviathan empezó a lanzar sus esporas a través de la delgada atmósfera de Ixoi, el comandante de tanque Dymetrin dirigió a sus regimientos en rumbo directo de intercepción. Sus escuadrones de Leman Russ, yendo a toda velocidad para ser los primeros en alcanzar a los objetivos, dispararon sus cañones de batalla a distancia máxima mientras se acercaban.
La puntería no era problema, pues los Tiránidos estaban invadiendo con tal despliegue de fuerzas que era difícil fallar. Dymetrin había sido siempre un firme defensor de la Táctica Imperial para tanques, y sus instrucciones para combatir a los xenos eran bastante claras: las falanges blindadas ignoraron a las escurridizas mareas de bestias menores que rayaban y pinchaban los blindajes de los tanques, centrando su fuego en su lugar sobre las bestias más grandes que podrían suponer un serio problema.
El tremendo peso de los tanques se hizo cargo por si solo de muchas de las amenazas menores, pues el regimiento de Dymetrin se mantenía en movimiento constante, aplastando los enjambres de bestias bajo sus orugas allí donde la marea de bioformas se mostraba más densa. El fuego caústico de las bio-armas salpicó sobre el blindaje de los Baneblade, Stormhammer y Leman Russ, pero sus espíritus máquina estaban listos para la batalla y las descomunales máquinas de guerra continuaron luchando.
Desde su trono de mando en el Mordisco de Tundra, Dymetrin emitió una serie de órdenes y doctrinas de disparo en cascada que habrían hecho que hasta el famoso Comandante de Tanque, Pask, asintiera de aprobación. La estéril superficie de la luna demostró ser un campo de tiro perfecto para los operativos de Dymetrin, y el recuento de bajas aumentó a una velocidad que resultaba gratificante.
Donde quiera que aparecieran, los tambaleantes Cárnifex eran abatidos y lanzados por los aires mediante una serie de salvas de cañón de batalla. Los Tiranos de Enjambre eran objetivos prioritarios para los escuadrones de Sentinels blindados que servían de escoltas para compañía de tanques. Los cañones láser de todos los Sentinel golpeaban a las criaturas guardaespaldas para después hacerlo con las bestias-líder, haciendo que se retorcieran sobre el polvo.
Las primeras horas de la batalla por Ixoi fue poco más que una masacre a gran escala. Las falanges de Dymetrin buscaban las áreas donde el ataque Tiránido era más feroz, permaneciendo fuera del alcance de las criaturas Tiránidas mayores o concentrando su fuego sobre ellas a medida que se fueron acercando. A medida que los combates se intensificaban, el polvo y los residuos ricos en isótopos empezaron a formar finas neblinas, pero aunque la visibilidad fuera escasa, los artilleros vostroyanos calibraron sus viso-oculares y continuaron con la matanza.
Caían más y más tiranocitos, liberando esta vez retorcidas criaturas serpentinas que excarvaban en la superficie de Ixoi mientras las vísceras anmióticas aún les chorreaban por la piel. Entre ellos se encontraban monstruos de brazos tentaculares con los rostros plagados de zarcillos apretados; algunos eran del tamaño de Sentinels, otros eran incluso mayores que los Leman Russ que atravesaban el paisaje aplastándolo todo a su paso en dirección a ellos. Allí donde dichas bestias hacían su aparición, la visibilidad se reducía drásticamente por culpa de una niebla de tonos pardos que se extendía a su alrededor y alrededor de los enjambres que les rodeaban. Dymetrin razonó que se trataba de una táctica deliberada, evolucionada para dar un refugio a los Tiránidos en los planetas en los que no podían disponer de cobertura, pero se hacía poco a la idea de que los extraños gases tenían un propósito mucho más mortal.
La guerra por Ixoi dio un nuevo giro dramático cuando las bestias subterráneas empezaron a emerger en la superficie de la luna cubierta de cráteres. Como si siguieran el rastro de cada tanque del campo de batalla debido a sus estruendosas vibraciones, las formas serpentinas fueron capaces de golpear justo en medio de cada uno de los escuadrones de blindados. Estallaron geíseres de polvo lunar por doquier y los recien aparecidos Mantifexes empezaron a clavar sus cuchillas en los flancos de los tanques. Allí donde se encontraban los tanques más grandes fue donde emergieron las bioformas más grandes, ansiosos de hacerse con sus presas. Los Baneblades y Stormhammers de las brigadas de tanques pesados de Dymetrin vieron sus cascos dañados por los punzantes miembros afilados de los gigantescos Trigones y Mawlocs, que eran atraidos por el retumbar estremecedor de estos.
Miembros afilados como guadañas se abrieron paso entre las capas de blindaje que sus comandantes habían pensado intraspasables; curiosamente, sin embargo, los Tiránidos volvían a retirarse tan pronto habían lanzado su asalto, desapareciendo entre las pardas brumas o enterrándose de nuevo en la superficie del planeta. Sin ser de los que desaprovechan su suerte, Dymetrin ordenó a sus ingenieros efectuar reparaciones de campo donde fuera posible y que los demás continuaran luchando. Solicitó a sus ayudantes que consultaran información de la táctica de tanques, pero entre sus apartados no se indicaba nada acerca de la naturaleza del ataque xeno del tipo atacar-y-desvanecerse. Tan sólo cuando las nubes de tonos amarillentos que se estaban extendiendo llegaron hasta su posición se dio cuenta de la horrible verdad.
Por donde merodeara una de aquellas criaturas plagadas de tentáculos, sus chimeneas dorsales expulsaban espesas nubes de esporas Tiránidas. Sus tentáculos bucales se agitaban como si ordenaran al miasma que se lanzara al ataque y... la niebla cobró vida, serpenteando hacia los tanques heridos como si fueran fantasmas sulfurosos de las leyendas vostroyanas. Dymetrin ordenó a su regimiento de tanques disparar sus proyectiles a discreción contra las bestias tentaculares ocultas en medio de la neblina, aunque tal cosa era compleja debido a la escasa visibilidad, haciendo que solo lograran causar alguna herida ocasional.
Entonces, los fantasmas sulfurosos se abrieron paso por entre las heridas de los cascos de los tanques, y comenzó la masacre.
Relato Oficial Guardia Imperial: Masacre
Una tormenta en ciernes[]
A medida que el primer día de la invasión Tiránida llegaba a su sangriento final, coros de Astrópatas veteranos empezaban a luchar para penetrar en la interferencia psíquica que envolvía los mundos. En ocasiones podían enviarse breves misivas a través de la profunda sombra psíquica de un mundo vecino a otro, pero incluso tal esfuerzo provocaba derrames cerebrales y rabiosos ataques de locura.
Al poco, los Comisarios que acompañaban a Dhrost se estacionaron en las inmediaciones de los cónclaves Astropáticos, ejecutando sin piedad a cualquiera que gritara que todo estaba perdido. Entre sus llantos y balbuceos, muchos Astrópatas profetizaron también que algo mucho peor estaba por llegar. Tal afirmación fue algo que los cruceros de evacuación estacionados en órbita alta confirmaron a regañadientes. La mayor parte de los enjambres Tiránidos estaba por llegar aún.
Sin embargo, la táctica de Dhrost en el Cinturon Castellano había otorgado a los defensores una valiosa oportunidad, y aunque el contacto con los vostroyanos desplegados en Ixoi se había perdido por completo, había aún un estado de ánimo de sombría determinación entre los mundos poblados que orbitaban alrededor de los Ojos de Cryptus. Los imperiales habían logrado aguantar al primer día de tormenta, y una gran parte de sus fuerzas no se había unido aún al conflicto. Si el sistema iba a ser devorado por los Tiránidos, este sería un duro estorbo para tal meta o, como pensaba Dhrost, harían que se les atragantara a aquellos monstruos surgidos del vacío.
Relato Oficial Guardia Imperial: Punto de ruptura
Capítulo Dos: Día Dos[]
Guerra Aérea de Aeros.[]
El gigante gaseoso, Aeros, estaba clasificado como mundo civilizado, a pesar de que sus plataformas sustentaban a un infima fracción de los miles de millones que atestaban Asphodex y Lysios. Los oprimidos mineros que trabajaban en las refinerías vieron la invasión Tiránida como un muy merecido descanso de sus labores cotidianas, retirándose a sus zonas habitacionales y soldando las escotillas tras ellos. En realidad cada una de aquellas plataformas grisáceas, suspendidas en el aire a distintas alturas por los tanques de helio, disponía de escasas defensas. Eran poco más que astronaves de transporte de cuerpo aplanado, bases de operaciones para las naves filtradoras que extraían las sustancias del gigante gaseoso y después las enviaba para ser condensadas en las refinerías de promethium.
Los meta dossieres de Dhrost detallaban incidentes relacionados con las bioflotas asaltando gigantes gaseosos imperiales. Tras su paso no quedaba más que un cúmulo de escombros y restos rocosos estériles a su paso. La raza Tiránida lo devoraría todo, no solo la carne y los huesos, en su constante ansia por multiplicarse y consumir.
Sabiendo que las tácticas convencionales del Astra Militarum serían inútiles en un gigante gaseoso, Dhrost envió a su división aérea a defender el planeta de la inevitable incursión. Bajo el mando del ambicioso Mayor Henrig Jenst, el recién formado 1444º Aéreo de Cadia tomaría posiciones en las azul-verdosas nieblas de Aeros sobre las plataformas de Ventor Alfa y Ventor Kai.
Empleando dichas bases flotantes como punto de encuentro, responderían con una fuerza letal a cualquier amenaza que se interpusiera en su camino. Conocedor de que su aliado gusta de liderar desde el frente, Dhrost había ordenado a Jenst un esfuerzo conjunto en vez de una búsqueda de gloria personal en batalla. Fue una orden que el mayor intentó acatar, aunque jamás lo admitiría, pues también veía en Dhrost un ejemplo a seguir.
Los pilotos de Valkiria de Jenst se familiarizaron rápidamente con las rejillas tridimensionales formadas por las plataformas mineras que salpicaban las capas exteriores del planeta. Era bueno que aquello se lograra deprisa, pues las sospechas de Dhrost eran correctas: una de las subramificaciones de mayor tamaño se dirigió directamente hacia Aeros con la inevitabilidad que solo muestra la propia muerte. El mayor Jenst, que por entonces había instaurado un sistema de códigos mediante parpadeos luminosos para reforzar las comunicaciones entre sus escuadrones, estaba más que preparado para la guerra que estaba por llegar. Si lograba resistir en aeros contra cualquier cosa que la flota enjambre pudiera lanzarle y mantener sus recursos alejados de los enjambres que todo lo devoran, sería ascendido para formar parte de los hombres de confianza del propio Dhrost, cosa que ansiaba.
Guerra en la niebla[]
La subramificación que se dirigía hacia Aeros se dividió una y otra vez mientras se aproximaba, formando hileras de Bionaves que rodearon el planeta con su abrazo tentacular. Entre las nieblas parduzcas bajo ellas, los escuadrones de naves de asalto salieron de las plataformas, siguiendo el avance de las naves Tiránidas, ansiosos por afrontar la inminente batalla.
La primera oleada de invasores xenos no se hizo esperar; masas y masas de enormes Esporas surgían de los temblorosos flancos de cada una de aquellas titánicas bio-barcazas, avanzando a una velocidad sorprendente. En lugar de atravesar las capas superiores del gigante de gas, al llegar a los estratos más poblados empezaron a disminuir su velocidad hasta detenerse por completo. Jenst ordenó el fuego a discreción contra toda forma de vida xenos que invadiera la línea de visión de sus fuerzas, pero aunque la armada cadiana se cobró una alta tasa de víctimas de la primera oleada, las esporas que hacían estallar con los cañones láser y bólteres pesados eran reemplazadas a una velocidad pasmosa. Antes de que hubiera transcurrido una hora una inquietante constelación de formas ovoides flotaba sobre nieblas de color turquesa, sus contenidos sin desvelar, así como sus intenciones.
No todas las entidades invasoras se quedaron a la deriva en un avance contenido; algunos de los organismos cubiertos de quitina fueron lanzados contra el planeta a una velocidad tal que se estrellaron contra las plataformas mineras, con sus apretados bordes duros como el diamante abriéndoles paso. Al poco, todas las plataformas estaban salpicadas por aquellas malditas criaturas, agrupándose como lapas a la parte inferior de una prisión flotante.
Las esporas, tanto las grandes como las pequeñas, eran lanzadas en gran número desde cada quiste de esporas, plagando la penumbra de tonos jade con esos sacos de fluidos tentaculares. A través de ese bosque de esporas se abrieron paso las cañoneras del Astra Militarum. Escuadrón tras escuadrón de Valkirias iba destrozando aquellas bioformas a medida que les iban poniendo a tiro, con sus pilotos manejando con gran destreza las disciplinas de fuego, algo que hizo que Jenst se sintiera orgulloso. A medida que las descargas resonaban sobre ellas, los quistes de esporas parecidos a zarpas retraían sus chimeneas carnosas, como lo haría una anémora sobresaltada, antes de revolverse de forma grotesca para escupir más Minas Espora.
A modo de respuesta los Veteranos de Cadia localizaron zonas de aterrizaje en las plataformas cercanas, haciendo saltar por los aires aquellas cosas horrendas a base de descargas de plasma y fusión. Los pelotones de infantería que ya estaban desplegados en aquellas zonas esperarían a que aquellas masas abrieran sus pseudo-bocas antes de arrojarles una granada de penetración en su interior. Era prioritario impedir que la Mente Enjambre plagara los estratos superiores del planeta con sus criaturas, pues si llegaban a formas una masa crítica sería una zona inmanejable, incluso para el más experimentado de los pilotos.
La Flota Enjambre no renunciaría a sus puestos avanzados con facilidad. Volvando a través de las azules neblinas llegaron las Gárgolas; sus estridentes chillidos iban perforando el cielo. El fuego de láser apuñalaba con sus finas trazas, surgiendo de entre las tropas apostadas en la plataforma con forma de cráneo de Ventor Alphus. Las criaturas aladas se lanzaron de cabeza contra la tormenta de disparos, por lo que cada pelotón de Veteranos envió a decenas de aquellas criaturas Gante inertes hacia las nieblas, rezumando icor por los orificios provocados por sus armas. Viendo en esto una oportunidad, Jenst ordenó a los escuadrones de Valkirias flanquear a cada enjambre, machacándoles con sus bólteres pesados y cohetes lanzados desde sus alerones.
Por todo Aeros, las progenies aladas se lanzaban sobre las plataformas mineras como enjambres de langostas que se abalanzaba sobre una cosecha de carne humana. La quitina de las criaturas se resquebrajaba y salía despedida mientras estas iban lanzando ácido venenoso sobre los guardias imperiales de debajo. Después se iban apartando para dejar paso a las monstruosidades que se refugiaban entre ellas. Bioformas titánicas emergieron de entre las progenies, majestuosos y temibles como los dragones de las leyendas cadianas. Su envergadura rivalizadaba (y en ocasiones superaba abiertamente) a las aeronaves de asalto que se disponían a interceptarlas.
Estos nuevos terrores aéreos llegaron hasta las agrupaciones de tropas de Cadia tras las chimeneas de la refinería de las plataformas mineras. Los Aeróvoros efectuaban maniobras agresivas para engancharse o clavar las púas de sus colas óseas entre el fuselaje de las Valkirias, con las bestias más grandes de entre los suyos abriendo de par en par una aeronave de asalto tras otra con la misma facilidad que un soldado de Catachán hambriento abriría un paquete de raciones tras otro con su cuchillo.
Las Harpías de alas membranosas como murciélagos acosaban a las tropas veteranas con chirridos a un volumen tan abominable, que los soldados retrocedían de vuelta a los barracones. Esos mismos demonios les iban siguiendo de cerca, lanzando a los incautos que podían por el borde de las plataformas con sus alas garrudas. Cada alarido de muerte de los que iban cayendo desaparecía cuando las Harpías chillaban, descendiendo de nuevo para hacerse con presas fáciles.
El Mayor Jenst, que jamás había rechazado una ocasión para manejar el mismo las cosas, lograba pilotar a duras penas. Ignorando a las horrandas criaturas que atacaban a sus veteranos ahí abajo, se lanzó contra un Tirano de Enjambre alado que revoloteaba por encima de Ventor Alphus. Su cañón láser atravesó la niebla, amputando la pierna izquierda de la criatura. La bestia-líder herida se apartó cuando la Valkiria llegó a su altura y después se lanzó a perseguirla.
Jenst echó un vistazo a la fuente de alimentación que había en la parte trasera de la cabina; también alcanzó a ver el biomorfo de cañón largo que se alzaba entre los miembros del Tirano de Enjambre. El arma xenos disparó con un espasmo un proyectil cristalino contra la nave, y los augures de esta empezaron a emitir furiosas señales de alarma. La cabina se sumió en la oscuridad mientras el Espíritu Máquina de la nave hacía frente a los daños provocados en su fuselaje por los fragmento de munición penetrante de la bioarma. Sin apartar la vista de la escena que se sucedía en la parte trasera de la cabina, el Mayor dió un volantazo y giró con fuerza el control de dirección, haciendo que la inmensa nave hiciera una pirueta lateral.
Un chillido aterrador se extendió por el compartimento de los pasajeros. No había logrado deshacerse de la monstruosidad alada que llevaba en cola; lejos de tal cosa, de hecho, la bestia había logrado hundir sus miembros parecidos a guadañas en la parte trasera de la Valkiria. Las alas de la aeronave de Jenst emitían señales de aviso rojas mientras se agitaban violentamente y daban vueltas en el aire, pero el Tiránido no pensaba dejar escapar su premio. Solo cuando Deigr se puso a la cola y atacó el torso de la criatura con precisión quirúrgica con su cañón láser fue cuando esta cayó, con sus miembros plegándose como un arácnido de proporciones monstruosas. Las alas de la nave de Jenst volvieron a brillar con las luces normales a modo de agradecimiento mientras volvía a lanzarse al combate.
La caza alada[]
De vuelta a Ventor Alphus, un trío de Aeróvoros revoloteaba por encima de las apretadas fuerzas de Cadia que se extendían por entre las chimeneas de la refinería. Las criaturas hacían pasadas bajas, rociando ácido con sus mandíbulas ovaladas hasta que la carne de los hombres que buscaban refugio a sus pies empezaba a hervir. Cuando un escuadrón de Valkirias se aproximó para interceptarlos, los tentáclidos emergieron de debajo de las alas de los Aeróvoros y se retorcieron por los cielos como serpientes en dirección al escuadrón.
Muchos de aquellos misiles vivientes cayeron ante las andanadas de fuego del bólter pesado, pero no todos. Algunos tentáclidos fueron lo suficientemente rápidos como para aferrarse a alguna de las Valkirias, provocando una descarga eléctrica que envolvió a toda la nave. Aquellos transportes atrapados en dichas descargas de bioelectricidad se ennegrecieron por dentro y por fuera, con su pintura abrasada y sus sistemas electrónicos tostados. Se desplomaron en vertical hacia las nieblas, muertos como un trozo de carbón quemado, con sus pasajeros gritando de dolor segundos antes de perecer igualmente.
Jenst ordenó a aquellas Valkirias que ya hubieran desembarcado a sus pasajeros que se reunieran en Ventor Alphus, con la corazonada de que el nexo sería crucial para las tropas de Aeros. Tres escuadrones abandonaron los conectores de combustible en lo alto de una estación de vapor aerosiana, despegando desde sus plataformas para unirse al combate. La propia Valkiria de Jenst se abrió paso a tiros por entre criaturas aladas no mayores que un cánido rastreador, con algunas de las criaturas estampándose contra el parabrisas de la aeronave a medida que esta aceleraba para volver a las plataformas. El tiempo de la planificación y la cautela había pasado; ahora tocaba llevar a cabo el ataque. Jenst dio la orden de disparar a plena potencia a dos escuadrones más, a medida que estos se iban acercando.
Trazas de color rubí atravesaron el cielo infestado de esporas a medida que los cañones láser se abrían paso hacia los gigantes alados que estaban sobre las plataformas. Dos de aquellos tiránidos recibieron impactos directos, efectuando tirabuzones descontrolados con sus últimos estertores de vida. La Valkiria Llamada del Credo se abrió paso matando, lanzándose directamente contra un grupo de Esporas Mucóticas. Las abultadas bioformas detonaron con una serie de explosiones húmedas, arrancando una de las alas de la aeronave y enviando sus restos brutalmente despedazados directamente contra las nieblas de tonos jade.
Los escuadrones de Valkirias picaron a través de los cielos que se alzaban sobre la plataforma, con sus artilleros apostados con las piernas fuertemente clavadas al fuselaje mientras disparaban rabiosamente contra las masas de gárgolas tiránidas que se volvían para interceptarles. El voco-oficial de Jenst, Ferrock, siempre ansioso por exhibir sus habilidades, lanzó una carga de demolición en medio de aquella marea de seres. Como era habitual, la coordinación fue impecable; decenas de tiránidos se desvanecieron en medio de un fuego abrasador que dejó solo una espesa nube de color rojizo-grisáceo. Jenst viró para alejarse de la onda expansiva de la explosión con un gruñido entre sus labios, apartandose justo a tiempo para esquivar a un Aeróvoro que pretendía golpear la cabina de la nave.
A su alrededor, las bestias aladas Tiránidas caían por doquier, exterminados por el decidido asalto de los mejores de la fuerza Aerea de Cadia. Los soldados de la plataforma a sus pies enviaron fuego de láser y plasma que atravesaba las alas membranosas y los pálidos vientres de las criaturas, mientras lograban cubrirse tras sus parapetos cuando los cuerpos inertes de los xenos más grandes se estrellaban contra el suelo. Se formó un punto de reunión en medio de aquella locura que era el espacio aéreo de Aeros. Los pilotos luminosos de las alas de la nave de Jenst cambiaron de los tonos defensivos a los colores de ataque, indicando a su escuadrón el patrón a seguir. Por fin podían hacer frente de verdad a sus enemigos; la matanza podía comenzar.
Hubo entonces un chirrido estridente mientras algo temible, blanco como el hueso y de proporciones gigantescas, surgió de entre las nieblas. Sus alas, cada una tan larga como un pelotón de Valkirias en fila, emitieron un estruendo a medida que le daban fuerza para avanzar hacia Ventor Alphus.
Las Valkirias que aseguraban el perímetro efectuaron maniobras evasivas, pero era demasiado tarde... los miembros con biocañones de aquella monstruosidad emitieron una contracción al abrir fuego. Dos esferas blancas alcanzaron a sendas Valkirias justo cuando estas ajustaban sus lanzaderas de misiles hacia la criatura, sus partes posteriores se desintegraron. Los pasajeros eran lanzados por la apertura mientras las naves se precipitaban a la muerte entre las densas nieblas.
Tras eso, la bestia de panda pálida se encontraba ya en medio de otro escuadrón de Valkirias, con las mandíbulas abiertas de par en par. Al estirar su largo cuello golpeó la cabina del Vigilor y uno de los artilleros de Jenst murió convirtiéndose en una tormenta de critales rotos manchados de sangre. Las alas de aquella monstruosidad retumbaron mientras la alzaban, aplastando a otra Valkiria y lanzando sus restos contra la masa de cadianos a la izquierda de la plataforma inferior. Varios hombres fueron consumidos por las llamas provocadas por aquellos restos destrozados que iban rodando sin control por Ventor Alphus hasta desaparecer por uno de los bordes convertido en una tormenta de llamas.
En las proximidades, un escuadrón de Valkirias se precipitó en picado, con sus misiles hellstrike en dirección a la parte baja de cada una de aquellas alas. Un instante antes del impacto, el gigante blanco se lanzó hacia abajo como si fuera una piedra, recogiendo sus alas y perdiéndose entre las nieblas inferiores nuevamente. Jenst podía escuchar las órdenes de Dhrost en su mente, ordenándole concentrarse en sus tropas como un todo, no centrándose solamente en la batalla que se sucedía ante él.
Por todas las placas de datos de su cabina, los signos de baja por muerte en combate de sus camaradas empezaron a marcarse y llenar las pantallas. Apretó los dientes y lanzó su Valkiria en persecución de la criatura. Era un error fatal, pues aunque Jenst y sus hombres se lanzaron hacia la niebla, nunca regresaron.
Las bestias de Tartoros[]
A diferencia de sus camaradas del resto de mundos del sistema, los cadianos apostados en Tartoros recibían información general de toda la guerra que se extendía por todo el Sistema Cryptus. Con sus Visioingenieros bendiciendo por tercera vez los cronotransmisores del Magnovitrium, los oficiales encargados de la defensa de Tartoros estaban, en comparación, muy bien informados.
Dhrost había desplegado una red de emisores para informar de las batallas urbanas que se desarrollaran en Phodia, la defensa estóica del Adepta Sororitas de las caravanas de Lysios e incluso la guerra aérea acontecida en el gigante gaseoso, Aeros. Cada planeta del sistema había sido sometido a un bombardeo de esporas xenos que habían vomitado guerreros desde su interior en cantidades incontables. Dado que una ramificación se había extendido hacia ellos en las últimas noches, pronto Tartoros podría sufrir el mismo destino. Había que prepararse y hacer frente a la furia del asalto xenos con su propia ira vengadora.
El Comisario Mayor Strengel, líder de las fuerzas de Cadia en Tartoros, era un hombre que mostraba una devoción fanática hacia el credo imperial de cara a la galería. En su corazón, sin embargo, acechaban atisbos de duda. Con cada informe y pantallazo que lograba llegar a Tartoros, sus dudas se iban acrecentando. Los Tiránidos eran un enemigo tan numeroso que sus bio-flotas podían verse atravesando el cielo nocturno como unas viles manchas marrones que ensuciaban la honesta oscuridad propia de las bóvedas celestes en la noche. Con apenas diez mil cadianos bajo su mando, y quizás el doble de esa cifra en civiles, el Comisario Mayor Strengel no estaba seguro de como podrían mantener a las inmensas hordas lejos de las preciadas granjas solares del sistema Cryptus.
La ramificación que se dirigía a Tartoros crecía y el ambiente entre los defensores se volvió tenso y seco como la yesca. Strengel en persona revisó cada uno de los inmensos complejos en las cúpulas para realzar la moral de las tropas, contándoles a sus hombres que las bestias que se aproximaban eran minúsculas y asustadizas, y que probablemente morirían en el primer día de enfrentamiento, por lo que no había de qué preocuparse. Atrapados entre las tormentas radiactivas de las estrellas de Cryptus y la furia de las líneas cadianas, nada podría sobrevivir demasiado. En general, las afirmaciones del Comisario fueron convincentes. Mientras Strengel efectuaba su última ronda la noche antes de la invasión, se preocupó de convencerse a sí mismo también.
Las esporas acorazadas que cayeron como una tormenta al día siguiente eran mayores de lo que cualquier hubiera previsto gracias a las imágenes captadas en Lysios. Se estrellaron contra la árida superficie de Tartoros entre nubes de polvo, cada una abriéndose al aterrizar, regurgitando su repugnante contenido.
Los defensores de Tartoros estaban preparados, pues habían visto actuar a estas criaturas con anterioridad en las grabaciones de Lysios y Asphodex. Sin embargo, las bestias que se abrían paso de entre las fibrosas vísceras de las esporas de transporte no se parecían a las bestias-arma que surgieron en los otros mundos en cantidades infinitas.
En vez de liberar a enjambres de criaturas, las esporas liberaban a monstruosidades individuales, desplegándose de entre la escurridiza biomateria de su organismo huésped y lanzando rugidos a los soles carmesíe que se alzaban sobre ellos. Con sus miembros armados abriendo camino, las bestias pisotearon a medida que avanzaban hacia las cúpulas más cercanas con propósitos temibles.
El Comisario Mayor Strengel sintió como el miedo se agarraba a su garganta a medida que los comunicadores resonaban una y otra vez. Miles, quizás decenas de miles de Tiranocitos se habían abalanzado desde los cielos, y cada uno de aquellos meteoritos de carne dio a luz a un terror acorazado.
Desde cada línea defensiva Aegis y trincheras de diseño "Martir" del planeta surgieron andanadas de disparos que castigaron a aquellos monstruos que se lanzaban a la carga. El estruendo de los bólteres pesados se convirtió en un ruido de percusión que se extendió por doquier. Los proyectiles de masa reactiva del tamaño de puños golpearon los caparazones quitinosos sin mayor efecto que el que tendría una pedrada. Los misiles perforantes se incrustaron en las placas protectoras de los monstruos más grandes, pero incluso los impactos directos no provocaban más que enojo en sus objetivos. Los equipos armados con rifles de plasma concentraron sus disparos, pero bajo las intensas energías de los soles de Cryptus se sobrecalentaban con facilidad. Pese a todo, los especialistas seguían apretando el gatillo, convirtiendo a los horrores xenos más próximos en nubes de ceniza dispersas.
Fue entonces cuando los Tiránidos devolvieron el fuego; dondequiera que las filas de cadianos eran más apretadas, los organismos artilleros lanzaban sus disparos a partir de armas simbiones fusionadas con sus extremidades anteriores. Las bestias más grandes lanzaban proyectiles esféricos a las filas cadianas sin causarles daño, ya que detonaban contra los escudos de vacío provocando cegadores destellos de luz. Unos zumbantes seres como escarabajos surgían de extraños nidos con extremidades, solo para crujir y quemarse en el aire.
Cristales revestidos de veneno se desintegraban antes de impactar contra los cadianos y las esporas eyectadas contra ellos quedaban reducidas a poco más que bocanadas de vapor de tonos oscuros. Los escudos de vacío, diseñados como sistema de defensa contra armamento de clase Titán, estaban haciendo un gran trabajo contra la biomunición empleada por los Tiránidos.
Tras estacionarse en la más amplia de las granjas solares, el Comisario Mayor Strengel se tomó un instante para valorar la situación. Se sorprendió de ver a su propia compañía de infantería imbatida en la cúpula de los hornos. Sin embargo, el redespliegue no era una opción pues incluso en tiempos de paz, atravesar la devastada superficie de Tartoros conllevaba una dolorosa muerte provocada por la radiación. Llegaban más y más informes de terrores que acechaban en los eriales, y diligigentemente, tan pronto llegaban Strengel devolvía órdenes de aguantar las posiciones con un tono tan resuelto como pudiera permitirse. Sin embargo, la falta de actividad por su parte le corroía por dentro como si fuera ácido. Cuando los Tiranocitos cayeron finalmente alrededor de su posición, casi sintió alivio al comprobar que la agonía que le corroía llegaba a su fin.
Un grupo de criaturas-espora aterrizó provocando un golpeteo mojado a poco más de un kilómetro de los muros de la cúpula de los hornos. Sus armazones laterales de quitina se alzaron y dentre ellos brotaron seis masas quitinosas en posición fetal, desplegándose de tal forma que al poco ya estaba lanzándose a la carga. Entre ellos se alzaban masivas bestias con grandes cuchillas y horrendas bioarmas que escupían muerte contra las posiciones de los defensores. Durante un temible instante, la mirada de Strengel se cruzó con la de la bestia, antes de dejar más distancia entre él y la pesada amenaza que se abalanzaba contra ellos.
El Comisario Mayor empezó a gritar órdenes, orquestando a los equipos de cañones láser para que abatieran a las bestias más cercanas, disparándoles hasta asegurarse de que estaban muertas. Sus hombres obedecieron diligentemente, aplicando disciplinas de fuego y disparando con certeza en las brevísimas pausas del escudo de vacío. Casi a la vez, la enorme bestia que hacía de punta de lanza para la carga recibió tres disparos de cañón láser en su torso. Un icor humeante brotó de cada uno de los lugares donde había recibido un impacto, salpicando el entorno desértico a su alrededor. Otros tres impactos y la bestia al fin se detuvo mientras sus mandíbulas decoradas con cornamenta se estrellaban contra el suelo, dejando un surco de tierra removida.
El equipo de armas pesadas estaba pivotando sus armas cuando el cadáver de la criatura se retorció, sufrió un espasmo y se alzó de nuevo, con las aperturas provocadas en su cuerpo selladas, donde antes fluyera un icor ahora había nuevos y brillantes tejidos. Strengel parpadeó atónito, ordenando a sus hombres apuntar sobre el objetivo original, ladrándoles que acabaran con él con presteza. La bestia volvió a ser apuñalada por descargas láser, casi cegadores debido a su intensidad. Esta vez pareciera que era capaz de absorber mucho más castigo, por lo que un equipo de soldados con rifles de plasma añadió la rabia incandescente de sus armas al fusilamiento que se estaba produciendo, provocando que la criatura se desplomara de nuevo contra el polvo.
En todos lados, las fuerzas de Cadia estaban adoptando la misma táctica, concentrando sus disparos sobre el terror xenos más cercano de forma exclusiva. Era una estrategia dictada por su propio instinto de supervivencia, igual que lo eran las órdenes dadas por Strengel. Muchas de las unidades del Comisario Mayor no podían escuchar otra cosa que la estática electromagnética que recorría la vocorred, pero ningún soldado quería enfrentarse a aquellas aberraciones cuerpo a cuerpo.
Las cúpulas de vacío actuaban de forma autónoma, siendo cada una de ellas una especie de isla que resistía frente a un diluvio de horrores. Su táctica de superviviencia estaba funcionando, de momento al menos. Una, después dos, después media docena de bestias eran abatidas antes de llegar a las cúpulas, sus cadáveres salpicaban la superficie del planeta como berrugas provocadas por la radiación.
Sin embargo, al concentrar sus disparos en las criaturas más cercanas, los cadianos habían desatendido a las criaturas que se dirigían hacia las instalaciones que contenían los generadores.
El Escudo se rompe[]
En las cercanías de la cúpula de los hornos, el Cárnifex que lideraba la carga volvió a alzarse con un rugido atronador. El fulgor naranja de los Ojos de Cryptus podía entreverse por los humeantes agujeros de su caparazón y por los recovecos de su pierna destrozada, que era poco más que un jirón de carne informe. Volvió a colocarse de nuevo en posición, aunque esta vez iba arrastrándose por el suelo. Los equipos de cañones láser lanzaron una nueva oleada de salvas contra el monstruo, que volvía a intentar alzarse con equilibrio. Uno de los disparos reventó una de las protusiones óseas de la espalda de la bestia pero aun así, se mantuvo firme, a pesar de tener una pierna destrozada también.
El polvo se alzó a medidaque volvía a avanzar a medio galope. Strengel apenas tuvo tiempo de maldecir su suerte cuando el Carnifex atravesó el escudo de vacío de la cúpula de los hornos y se estrelló contra el complejo de generadores. Sus mandíbulas con cornamenta arrancaron las enormes bobinas del Dornium, rajándolos a través del alambre y desperdigando sus matrices semicirculares por el polvo. Sus cuchillas afiladas cortaron las capas reforzadas de los conductos y el cableado con una facilidad pasmosa, arrancando las entrañas de cada generador a medida que el enorme bioformo avanzaba. Una descarga eléctrica restalló en un halo alrededor de la bestia a medida que esta se internaba en la instalación, destrozándolo todo a su paso, dejando tras de sí regueros de material despedazado.
Por todo Tartoros, el resto de bestias ariete empezaron a emular las acciones de su inmatable espécimen alfa. Los Carnifexes se abrieron paso hasta los generatoriums y los complejos de modulación, lanzándose con sus desproporcionadas garras a por ellos mientras rugían y pisoteaban. Por aquí y allá, los Harúspexes lanzaban sus lenguas dentadas para atrapar a los incautos servidores, tirando de estos hacia sus entrañas llenas de ácidos.
En combate cerrado las bestias-ariete eran prácticamente imparables. Los impactos de fuego láser eran ignorados, los disparos de fusión y las detonaciones de cargas de demolición fueron rápidamente acallados cuando las bestias aplastaron a quienes se mostraban tan presuntuosos como para acercarse a ellos para atacarles. Inmensas humaredas con forma de champión se alzaron en el horizonte a medida que los condensadores iban desconectándose y los bancos de radiación dañados empezaban a iluminar el cielo nocturno. En tan solo una hora, una compleja red de maravillas tecnológicas de valor incalculable había quedado reducida a chatarra chisporroteante.
Con los escudos de vacío apagados, el desastre empezó a extenderse con celeridad. El olor a ozono y a pelo quemado llenó el aire a medida que las tropas de Cadia intentaban un contraataque en medio de un sofocante calor, tratando desesperadamente de mantener a las bestias dentro del perímetro. Aquellas cosas parecían ser prácticamente inmunes a las heridas, al dolor e incluso a la letal radiación que emitían los soles de Cryptus.
Tan solo la concentración de descargas de armamento pesado parecía hacer algo sobre tales enemigos. A unos pocos cientos de metros de cada uno de los destrozados complejos, las bioarmas viraron de nuevo de vuelta a sus objetivos. Esta vez no había ninguna barrera que interceptara sus descargas. Las granjas solares de la Cúpula de Garviel formaron sinuosas siluetas al abrasarse por el bio-plasma lanzado por las armas-simbiontes que algunas bestias llevaban acopladas a la espalda. Cada una de aquellas resplandecientes esferas explotó entre las filas cadianas que se interpusieron, reduciéndoles a poco más que despojos chamuscados.
En la Cúpula de la Criptopuerta, donde los pelotones defendían la intalación que se resguardecían tras sus líneas de trincheras, las monstruosidades de pisadas atronadoras avanzaban liberando montones de zumbantes enjambres desde sus miembros anteriores. Nubes negras de seres de aspecto similar a escarabajos se abrieron paso entre las armaduras y se adentraron en la carne de aquellos incautos que se creían a salvo. El muro de metros de ancho de la Cúpula de Traventius fue quebrado como la cáscara de un huevo por los cañones quebrantadores de los Tiranofexes que se movían pesadamente hacia allí.
Los equipos de armas especiales de Cadia se escabulleron hacia las zonas exteriores de cada uno de aquellos complejos asediados, provocando que la carne de las bestias se llenara de ampollas gracias a un muro grasiento de llamas que les lanzaron con sus lanzallamas; pero ni siquiera aquel infierno hizo que el avance de aquellas criaturas fuera siquiera más lento. Potentes ácidos salían disparados de sus miembros, reduciendo a decenas de hombres a poco más que montones de sangre infecta.
En la Cúpula de los Hornos, el Comisario Mayor Strengel decidió que había tenido suficiente. Su defensa había sido aplastada con brutal eficiencia. Todo lo que podía hacerse era contraatacar.
Relato Oficial Guardia Imperial: Sacrificio en vano.
Parásitos de la Sub-ciudad[]
Relato Oficial Tiránidos: ¡Ha vuelto!
Un nuevo día envió leves destellos de luz a los vetustos paisajes urbanos de Phodia, los miembros del Alto Mando de Cadia apostado en Asphodex se permitieron un atisbo de esperanza. La primera oleada de invasores Tiránidos había sido repelida y Dhrost había recibido un comunicado del Gobernador Planetario Flax indicando que él y sus ejércitos privados se unirían al combate después de todo.
Al ser cuestionado en cuanto a su ausencia hasta el momento, el Gobernador respondió con excusas, explicando que estaba llevando a cabo tareas para salvaguardar a sus ciudadanos despejando las rutas de evacuación. La opinión predominante entre los oficiales de Cadia fue que aquella serpiente se creía ahora más a salvo tras la protección de la Guardia Imperial que agazapado en sus cámaras subterráneas. Pese a todo, Dhrost dió la bienvenida a la idea de contar con refuerzos. Con la opulenta fuerza que formaban las fuerzas de la Dinastía Flaxiana a su lado, los cadianos podrían consolidar sus posiciones e incluso arrebatar enclaves de importancia estratégica de garras de aquellos infinitos enjambres.
Al mediodía las nubes se cernían sobre Asphodex empezaron a oscurecerse de nuevo. Los astrópatas cadianos y los psíquicos de Phodia empezaron a temblar de miedo, con sus ojos saliéndose de sus órbitas y sus manos tensas en parálisis. Por doquier, la misma frase era murmurada por las bocas de cientos de Psíquicos: "El Dragón se ha retirado, solo para atacar de nuevo".
Las horas pasaban lentamente, las tropas de Augustus Flax se unieron a las tropas de Cadia con una prisa casi indecorosa. Al principio esto fue causa de comentarios jocosos entre la soldadesca hasta que Dhrost se percató de la argucia escondida tras este cambio de parecer táctico del aristócrata. Reaccionando con preteza, el general ordenó que cada alcantarilla o acceso subterráneo estuviera rodeado por tantos hombres como sus oficiales pudieran disponer.
La orden de Dhrost llegó segundos tarde. Mientras que los últimos miembros de la Dinastía Flaxiana abandonaban a toda prisa su imperio subterráneo, los organismos infiltradores Tiránidos se lanzaron finalmente a por sus presas. Las rejillas de las calles fueron abiertas de par en par por montones de garras aceradas por todo el distrito y los Genestealers salieron a borbotones de los túneles como insectos que brotan de sus nidos escondidos, dispersándose por las calles con su velocidad sobrenatural.
Lanzando improperios que habrían hecho sonrojarse a un soldado de Catachán, Dhrost ordenó a sus escuadrones de Hellhounds y Chimeras avanzar. Los tanques escupieron llamas y proyectiles a través de cada acceso en el que las tripulaciones percibieron movimiento. La tripulación del Antorcha de Maelon disparó alegremente su armamento contra las tuberías de promethium que recorrían la megalópolis. La conflagración resultante fue espectacular.
El siseo de las llamas fue respondido por gritos humanos, pues aún había ciudadanos phodianos que veía en aquellos conductos su hogar, pero en la mayoría de los casos el crepitar de aquel infierno fue contestado por el gratificante chirrido de los xenos quemándose vivos.
A medida que los tanques cadianos recorrían las calles, los esquivos Lictores y Genestealers empezaron a surgir de sus zonas ocultas entre las ruinas y los edificios devastados. Las bestias aterrizaban ágilmente sobre los tanques que pasaban bajo ellos, acuchillando a los artilleros y comandantes de tanque, así como se abrían paso a través del casco con sus garras aceradas hasta internarse en su interior.
Los Chimeras avanzaban sin rumbo fijo, adentrándose con sus orugas en el interior de edificios en llamas mientras la sangre salpicaba por sus escotillas. Por doquier, los Hellhounds volvaban para detonar con un sonido sordo, rociando promethium ardiendo alrededor de la calle. Fue entonces cuando quedó claro lo que de Flax iba a aportar a las fuerzas cadianas.
Las llamas que se extendieron entre los suburbios inferiores de los distritos de Phodia habían logrado acabar con un inmenso número de Genestealers, aunque quizás los Hellhounds se habían excedido. Los cadianos apostados en las zonas superiores de la urbe empezaron a toser y a ahogarse con las densas nubes de humo negro y grasiento que se alzaba hacia ellos. Aquellos que habían logrado hacerse con las zonas inferiores tuvieron que retirarse a zonas altas debido a la furia de las llamas. Dhrost temía que su celeridad en el asunto de los Genestealers quizás les saldría cara.
Antes de que hubiera pasado un solo minuto, montones de infiernos se habían desatado por toda la ciudad, abrasando a los callejones frecuentados por los Genestealers y extendiéndose por los conductos, quemando a las progenies de su interior. Espíritus hechos de llamas vivientes salían de las zonas cadianas acordonadas con el objetivo de reducir a los Tiránidos de las calles a cenizas. Figuras de aspecto de querubín bailaban y cacareaban cerca del cordón, con las llamas brotando de sus manos antes de devorar a los Termagantes y forzar al resto de sus progenies a dispersarse como una horda de cucarachas asustadas.
Avanzando en medio de toda aquella procesión incendiaria llegaron las fuerzas de psíquicos personales de Augustus Flax, con sus gabardinas de cuero ondeando. El más alto de ellos portaba serpientes de fuego enroscadas en sus antebrazos que se lanzaron contra los Genestealers que se apegotonaban entre las sombras. Otro iba más flotando que andando hacia sus enemigos, haciendo gestos como si estuviera aplastando insectos invisibles. En las calles, un par de desquiciados Carnifexes simplemente... implosionaron. Sus icores y entrañas salpicando en todas direcciones. Un tercer psíquico, con su brillante cráneo reluciendo de color blanco, esbozó un gesto desdeñoso con su mano. En las cercanías, una progenie de Hormagantes que se abalanzaba hacia él se detuvo y todos sus miembros cayeron de lado al suelo. Muertos.
Alentados por el éxito de sus líderes, el resto de canturreantes psíquicos menores surgieron de entre las ruinas en poder de los flaxianos. Unieron sus voces en un suave coro de ira y miedo, lanzando rayos de fuerza psicokinéticos contra las fuerzas de escurridizos xenos que se resguardaban en los edificios circundantes.
Los soldados cadianos y flaxianos unieron sus salvas de disparos a las descargas. No solo se había contenido la infestación Tiránida, sino que había sido contraatacada con éxito. Con los enjambres incapaces de abrirse paso a través del cordón que los cadianos habían establecido, Dhrost tuvo tiempo suficiente como para adjuntar a los psíquicos de Flax a la estructura de mando del ejército de Cadia y tenerlos en cuenta en sus próximos planes. Aún mejor, el Tecnosacerdote Acoblestis recibió un comunicado indicando que un Tempestor Prime se uniría sus fuerzas al contingente.
El general se permitió a sí mismo tener cierta esperanza, planificando ya una larga lista de planes para la amarga y larga guerra de reconquista. Lo que aún no había tenido en cuenta era que los psíquicos flaxianos apenas habían provocado reacción alguna en la Mente Enjambre.
Un Nuevo Horror[]
Al comienzo, el asalto Tiránido llegó igual que las primeras gotas de lluvia en una tormenta. Cada espora en descenso era reducida a una llovizna de masa informe por los cañones automáticos de los escuadrones de Hidras y los cañones cuádruples Ícaro. Entonces, al igual que el trueno que resuena recorriendo los torturados cielos, el diluvio de esporas se intensificó hasta que llegaron por millares.
Dondequiera que aterrizaban cerca de la zona de cuarentena orquestada por Dhrost, los equipos de armas especiales de Cadia se desplegaban por las calles armados con rifles de fusión y de plasma. Recorriendo edificio a edificio, hostigaban a los Tiranocitos, apresurándose a destruirlos antes de que dieran a luz a su letal contenido. Tan pronto como se acercaban, sin embargo, los soldados se batían en retirada profiriendo gritos, arañándose la cabeza y quitándose los cascos para poder taparse sus oídos mientras de ellos brotaba la sangre, olvidándose de sus objetivos.
Primero llegaron los Zoántropos, desenroscando sus largas colas a medida que sus abultadas cabezas se alzaban levitando en alto. Los disparos de láser les golpearon desde las azoteas donde se apostaban los nidos de tiradores cercanos. Hasta el más certero de los disparos quedó dispersado por las sobrenaturales energías que rodeaban a las criaturas; los misiles de penetración que iban a golpearles explotaban antes de alcanzar el blanco, que salía ileso.
Entre las filas de estos monstruos había evoluciones de su género, cada uno luciendo una columna de materia psicoconductiva que crepitaba en la parte trasera de cada una de sus abultadas cabezas. Sus miembros vestigiales se retorcían y daban breves espasmos a medida que estos horrores flotantes avanzaban. Lanzaban un vistazo ciego a los tejados de los alrededores, con sus afilados dientes haciendo muecas extrañas bajo sus anchos yelmos de densa quitina. Allí donde centraban su atención, los francotiradores caían desde las ventanas y fortines, agarrándose el pecho, donde tenían el corazón, antes de aterrizar y acabar convertidos en un amasijo de miembros y entrañas sanguinolentos en las calles. Con cada muerte, la aureola de energía alrededor de estos seres crecía en intensidad hasta volverse tan brillante, que el solo hecho de observarlos era doloroso.
Un escuadrón de Sentinels blindados salió de un callejón cercano, flanqueando a sus objetivos, con sus cañones láser sobrecargando el escudo protector de uno de los Zoántropos y haciendo reventar su cráneo formando un reguero de icor negro que salpicó en todas direcciones. El líder del grupo, uno de aquella especie de ladrones de almas, se volvió en su dirección. Una abrasadora columna de energía brotó de la cabeza de la bestia, destruyendo a los tres andadores, reduciéndoles a una masa de hierro fundido.
A menos de cien metros de allí un Baneblade atravesaba una gran avenida, su cañón principal giró sobre su eje para lanzar un proyectil del tamaño de un hombre contra una progenie de Genestealers que correteaban por las calles. La mayoría saltaron por los aires hechos pedazos, pero los que sobrevivieron, a pesar de salir medio quemados y ennegrecidos, se volvieron para correr hacia el tanque superpesado.
Cogidos por sorpresa, los artilleros viraron los bólteres pesados y empezaron a abrir fuego sobre ellos, pero los Genestealers habían logrado su objetivo. Tres Zoántropos fueron oscilando hacia el lateral del Baneblade surgiendo de unas ruinas cercanas, clavando sus lanzas de energía etéreas en su casco. Los rayos psíquicos penetraron el blindaje del behemoth como si fueran cuchillas atravesando la carne desnuda, rajando al gigantesco tanque en tres.
Una nube de vapor ardiente salió propulsada de su generador principal en estado crítico y un pelotón de infantería cercano quedó reducido a una amalgama de carne abrasada. Tras las progenies de Zoántropos llegaron esporas enormes, que se abrían de par en par como si unas garras invisibles las partieran. De su interior salieron Tiranos de Enjambre de crestas vistosas, con sus cuerpos protegidos tras unas criaturas que hacían de guardaespaldas, que se agolpaban de forma apretada ante ellos. Los destellos de cañonazos láser impactaron en ellos, pero la protección ofrecida por los Guardias Tiránidos era demasiado densa para que pudiera acertar en los Tiranos.
Un disparo perdido golpeó en una de aquellas cabezas sin ojos al interponerse en la trayectoria de uno de los destellos sin preocuparse de su propia seguridad.
Como si hubieran sido convocados ante la presencia del Tirano de Enjambre, las criaturas que formaban enjambres que se habían dispersado tras el ataque de las tropas de Flax brotaron por doquier. Esta vez los escurridizos xenos con cuchillas y perforacarnes no se dispersaron por las calles, sino que formaron en hileras tras los masivos brutos con tenazas de cangrejo que se habían abierto paso entre las tuberías de la ciudad. Emergiendo de la base de los edificios ocupados, ascendieron por las ruinas y fortificaciones para abalanzars sobre los cadianos y Ratlings apostados en los tejados. Dhrost ordenó a sus Ogretes efectuar un contraataque, y los tambaleantes abhumanos se lanzaron a la carga contra los Tiránidos con mazas de energía y escudos burdos. Las criaturas abandonaban sus escaladas entre siseos y se lanzaron, con sus garras por delante, sobre los asaltantes. Uno de los Ogretes disparó su guantelete granadero a quemarropa, abrasando con el promethium de su munición a la masa de Gantes que salian en tropel de las tuberías. Las criaturas chillaban mientras se quemaban, acuchillando y arañando todo a su alrededor con una energía frenética.
Fue entonces cuando los Tiranos de Enjambre y sus bestias-guardaespaldas se unieron a la refriega, apartando los paveses blindados de los Ogretes Toro que llegaban de refuerzo y acuchillando con sus robustos miembros acabados en espadas los resistentes cuerpos de sus adversarios. Uno de los Tiranos de Enjambre siseó mientras alzaba un gran trozo de carne de Ogrete clavado en una de sus garras, arrojando el resto del cadáver sobre el resto de su escuadra. Bramando de terror, los abhumanos rompieron la formación y echaron a correr.
La famosa disciplina de las Tropas de Choque de Cadia estaba empezando a flaquear al fin. Dondequiera que un equipo de armas pesada cadiano sumaba sus disparos a la batalla, un grupo de Genestealers se deslizaban con rapidez hacia ellos, con las bestias que les dirigían silbando con las mandíbulas entreabiertas. Los que se cruzaban con las miradas de tonos rubí de aquellas bestias se encontraron con sus ojos acuchillados y sus mandíbulas partidas mientras el resonar de los disparos de los nidos de armas iba acallandose cada vez más. Los Genestealers al fin se habían abalanzado sobre ellos, y la carnicería había comenzado.
Por doquier, las esporas iban provocando decenas de muertes entre las filas de Cadia. Los disparos de cañón venenoso de los Quistes de Esporas que salpicaban las plazas resonaban a medida que sus cristales destrozaban los espíritus máquina de los blindados con enormes destellos de bioelectricidad. Los Sacerdotes de Ministorum cargaron contra los Guerreros Tiránidos que rondaban por las calles, con sus furiosos sermones ahogados por los chirridos de los Termagantes que se amontonaban para interceptarles. Los Neuróntropos recorrían las calles y avenidas como si supervisaran la masacre, con su escolta de Zoántropos reduciendo a cadianos y Ogretes a esqueletos carbonizados. Sobre el apisaje urbano, elresonante estruendo de un trueno dio paso al gutural rugido de los motores de las aeronaves. De repente, escuadrón tras escuadrón de Valkirias descendieron desde las nubes, mostrando los orgullosos colores de los Águilas de Kappa en contraste con los torturados cielos.
El Militarum Tempestus se unía a la lucha.
Las rugientes aeronaves descendieron sobre la calle más ancha en formación cerrada, con sus cañones láser de proa barriendo la zona de aterrizaje. Las puertas de las cabinas de transporte se abrieron y asomaron los bólteres pesados, arrojando ráfagas y ráfagas de proyectiles hacia las puertas y ventanas hasta que estas detonaban al igual que las progenies que se agazapaban en su interior. Los Vástagos Tempestus saltaron de la parte posterior de sus Valkirias en perfectaformación, emplando sus paracaídas gravíticos con soltura mientras descendían lentamente sobre la ciudad disparando a discreció sus rifles láser sobrecargados. La propia nave de Abraxes, el Persecución Alada, tuvo que desviarse a un lado cuando un trío de esporas acorazadas se precipitaron por la plaza en su dirección. La nave de asalto frenó, empleando sus motores de descenso vertical y dando media vuelta. Los misiles apostados bajo sus alas salieron volando hacia los carnosos ovoides y les golpearon, abrasando capa tras capa de materia xenos.
El resto de Valkirias formó a su alrededor, formando un círculo concéntrico cerca de otro grupo de esporas, golpeándolas con sus propios misiles hasta que llenaron la plaza de humo blanco debido a las llamas provocadas por las detonaciones. Poco a poco, el Militarum Tempestus iría purgando la ciudad hasta erradicar todos los restos de corrupción alienígena.
Los cadianos estaban retirándose por toda la ciudad. Cada pelotón trataba cedía terreno a duras penas mientras las rutas de evacuación estaban bloqueadas por las tropas de Flax. Salían horrores psíquicos de cada calle, los Genestealers recorrían las ruinas apuñalando a aquellos demasiado lentos o demasiado testarudos como para rendirse y huir. Hasta la línea de suministros estaba colapsada. Las señales de socorro y solicitando ayuda luchaban contra la estática en cada una de las frecuencias. Tan solo la zona de desembarco, una zona de evacuación que había sido despejada de edificios, permanecía verde sobre el monitor de Dhrost. Los restos de la élite urbana estaban enzarzados en una cruenta lucha por llegar los primeros a las naves de huida mientras las tripulaciones de tanques y tropas de infantería cubrían la retirada con sus patrones de disparo superpuestos que tan bien habían aprendido en Cadia. El frente se estaba acercando.
Alrededor de aquel lugar se sucedían escenas de pesadilla. Los guardias imperiales se retiraban mientras los psíquicos gritaban agonizantes cuando el propio poder de sus mentes les acababa consumiendo. Los cadáveres de los Ogretes se apilaban a decenas por las avenidas principales, todos a medio devorar por las criaturas devoradoras tiránidas que se arremolinaban a su alrededor.
Cavidades tubulares tan gruesas como las secuoyas de Cadia iban descendiendo de los cielos y, allá donde hicieran tierra, se formaban cráteres rodeados de fauces con forma de bocas que iba acumulando la biomasa líquida que los Tiránidos recogían de las calles. A la carrera, los supervivientes de Cadia iban llegando a aquella zona con cuentagotas para detenerse al poco, con sus rifles colgando del hombro, percatándose de que la zona de evacuación estaba llenándose de Tiránidos provenientes de todas direcciones. Los cargueros de evacuación quedaron enterrados bajo las hordas de bioformos, algunos de ellos tan grandes como un bloque de pisos. Ni los hombres de la Dinastía Flaxiana, ni del propio general Maelon Dhrost, volvieron a ser vistos.
Relato Oficial Guardia Imperial: Llega la caballería
La Ira de Shelsie[]
En Lysios, el Adepta Sororitas se había ganado un respiro al fin. Tras haber rehabilitado las líneas de suministros y haberse librado de la escoria xenos que les asaltó, las órdenes de hermanas estaban heridas y ensangrentadas pero aún estaban en pie, dispuestas a combatir. A pesar de sentirse acosada por un terror que la perseguía de día y en sus sueños, la Canonesa Gracia mantenía una disciplina intachable.
Convencida de que al fin los pueblos nómadas la escucharían tras su angosta huida del enjambre, había pedido a su orden que pusiera en marcha a su red de servocráneos y megáfonos, para que la palabra del Emperador resonara de nuevo.
Los soles gemelos se alzaron sobre aquel paisaje salpicado de algas, iluminando a la Canonesa. Con el Libro de San Lucius en alto, recitó un sermón tan apasionado que las gentes se subían a lo alto de sus vehículos y asomaban las cabezas para escuchar con atención. Habló a todos acerca de la sagrada luz del Astronomicón, la llama desafiante que arde en el corazón de cada humano, y acerca de la maldad de los alienígenas, los herejes y los mutantes. Habló sobre la necesidad de luchar, de que la situación era crítica y de que el convoy debía moverse ya que aún podía hacerlo.
De vez en cuando alguno de los más obstinados le gritaba obscenidades o lanzaban plegarias a los gigantes celestes para que acabaran con ella, pero tales cosas iban acallándose con el paso de los minutos. Cuando el horizonte se tornó grisaceo-purpúreo, ocultando la luz de las estrellas binarias, los abucheos se detuvieron por completo. Fue entonces cuando los Lictores atacaron.
Se produjo una gran conmoción entre las Hermanas Celestes que rodeaban con orgullo a su Canonesa. La sangre empezó a salpicar por doquier cuando una cosa alta y asquerosamente veloz saltó sobre las filas de las Sororitas, agitando sus miembros superiores como una mantis antes de decapitar a la Hermana Elspeth antes de que pudiera alzar su bólter pesado. Las pistolas rugieron y los lanzallamas ardieron, pero la criatura desapareció como si de un mal sueño se tratara.
Desde lo alto del tanque Exorcista que había elegido como púlpito, Magda Gracia se abalanzó hacia delante con un grito de sorpresa. Una de aquellas bestias de miembros alargados surgió de la sombra del tanque abalanzandose a por ella, con sus miembros como cuchillas intentando apuñalarla. La criatura solo golpeó el metal, pues la Canonesa había rodado por el casco ante el ímpetu de la bestia en lugar de enzarzarse en combate con él. Se agazapó al lado del Exorcista. Sin asomarse siquiera sacó su pistola de la funda y disparó por encima de su cabeza, apretando rabiosamente el gatillo. Su corazonada fue un acierto, ya que uno de los proyectiles golpeó los ojos de la criatura y detonó, cubriendo la parte superior del Exorcista con materia craneal.
En el silencio que siguió a aquel instante los lysiotas empezaron a murmurar entre ellos. Algunos empezaron a rezar. Ante ellos estaba la asesina de dragones por la que elevaban sus plegarias, que su nuevo Emperador había enviado para protegerles de todo mal. Algunos proclamaron que aquella mujer había sido enviada para dirigirles, mientras arrojaban símbolos sagrados hechos de algas secas a los pies de la Canonesa como muestra de agradecimiento.
Los vehículos empezaron a retumbar y moverse. En verdad, los ancianos nómadas habían necesitado poco más para convencerse, pues habían pasado ya demasiado tiempo parados. El horizonte que se alzaba ante ellos estaba cubierto de densas nubes de esporas Tiránidas, aunque el verdadero peligro residia en la otra dirección. La luna de Ixoi asomaba desde el sur, una señal que la gente de Lysios temía más que al propio enjambre de criaturas xenos.
Relato Oficial Adepta Sororitas: Fe
Magda Gracia rezaba en voz baja mientras indicaba a otro escuadrón de blindados cubiertos de limo que siguieran avanzando. Los pecios rastreadores se estaban moviendo ahora al menos pero se estaban quedando sin tiempo. Grupos dispersos de agradecidos nómadas iban acercándose y arrodillándose ante ella como agradecimiento hasta que el agua ya llegaba por las rodillas, llamándole cosas como Santa Gracia o la "Perdición de los Camaleones" (nombre de alguna de sus heréticas figuras mitológicas paganas).
Había pasado la mayor parte del tiempo re-educando a aquellos palurdos lysiotas para que abandonaran tales creencias a golpe de bólter y ahora... pasaba aquello. Por fin había logrado un avance, aunque escaso, y ahora que estaba allí, no disponía de tiempo para afianzarlo. La visión de Ixoi aproximándose sobre las nubes había provocado que los nómadas se movieran de nuevo. Ahora se encontraban entre el infierno y aquella alta marea, igual que en sus antiguos relatos.
Nunca quedó tan claro. La penumbra arrojada por las nubes artificiales hacían que fuera difícil de explicar pero la Canonesa estaba convencida de que el horizonte estaba más elevado de lo que debería ser. La coordinación era crucial para que su plan surtiera efecto, pues las naves de evacuación que había solicitado a Dhrost no permanecerían en el planeta durante demasiado tiempo. Aunque había argumentado que la formación circular en la que llevaban a la población era por motivos puramente defensivos, en verdad el motivo real era porque los estaban empleando como cebo.
Su trabajo se había cumplido tras lograr atraer a los voraces Tiránidos, con los nómadas escapando mientras las Adepta Sororitas aguantaban contra las inmensas hordas vivientes que les perseguían, aguantando la posición y evacuándoles momentos antes de que el tsunami arrasara la zona de combate con su letal impacto. Los Tiránidos, ansiosos y fieros, no harían una distinción entre la población y los miembros de la Órdenes bajo su mando.
Ya habían atacado a las Hermanas de Batalla una vez sin vacilar, y sabía que lo harían de nuevo. Así que efectivamente, por el aspecto de la concentración de nubes formada por xenos que se arremolinaban hacia su posición una vez más, o estaban demasiado hambrientos o eran demasiado estúpidos para ver más allá de lo que era su presa. Madga sabía que su plan era desesperado, pero contra las casi infinitas hordas de aquellos enjambres no tenía otra opción. En el peor de los casos, no serían los nómadas lysiotas los que tendrían que mantener el frente, ellos estarían huyendo a toda velocidad mientras las Hermanas de Batalla les conseguían tiempo. Si el Adepta Sororitas tenía suerte y llegaba a las naves de evacuación de Dhrost tal y como habían planeado, sería en todo caso en el último instante, aunque lo más probable es que todo aquello ni siquiera llegara a suceder.
Gracia oteó el horizonte una última vez mientras su ojo biónico iba comparando lo que observaba con los foto-informes. La capa verdi-gris que se alzaba en el paisaje estaba creciendo. Era cuestión de horas que aquello reventara, un gigantesco impacto de fuerzas que podría salvar al mundo... o condenarlo por completo.
- Vamos, vamos... - dijo por lo bajo. - Picad el anzuelo sanguijuelas estelares... es ahora o nunca...- Echó un vistazo a la caravana de blindados que se extendían en la distancia y entonces su respiración se pausó en un instante que pareció una eternidad. Algunos de los vehículos parecían estar girando, retrocediendo de vuelta para hacer de refuerzo de las Sororitas. - No... - susurró. - No, quizás no... Se suponía que tendríais que estar huyendo...
La Canonesa se arrodilló junto a los restos de una estatua derruida y comenzó a orar.
Cuando la segunda oleada de Tiránidos atacó Lysios, no fue solo desde los cielos, sino también desde debajo. La caravana de rastreadores se había dividido en dos columnas distintas, una de ellas estaba volviendo hacia la posición de las Sororitas. La Hermana Dialogus se aproximó a Gracia de forma respetuosa atravesando el oleaje, para informarle de que habían recibido un comunicado de voz entrecortado de parte de los ancianos nómadas. Tras el sermón recibido, varios de ellos se habían convertido al Credo Imperial. Estaban volviendo para combatir junto a sus salvadoras o para morir como mártires a los ojos del Emperador.
La Canonesa rió de forma sombría y sin humor. No había una forma ordenada de hacer que aquella inmensa amalgama de tribus pudiera subirse a las naves de evacuación de Dhrost junto a las Sororitas cuando la línea del frente se viera saturada de Tiránidos. Volviendo para ayudar a sus nuevas aliadas, los nómadas se estaban condenando, a ellos y a las Sororitas. Todos acabarían en la tumba, juntos. Fue entonces cuando una serie de explosiones se produjeron por doquier por toda la ciudad abnegada.
Bioformas serpentinas se fueron alzando como una plaga de muertos vivientes, con agua llena de limo recorriendo sus mandíbulas abiertas. De forma casi simultánea, los cielos se abrieron y miles de enormes esporas se estamparon contra las calles cubiertas de suciedad.
Para cuando aquellas formas grotescas descendieron, las Adepta Sororitas ya estaban embarcando en sus Rhinos e Immolators. Los Exorcistas lanzaron sus misiles al cielo para despejar una ruta de escape en la ciudad, impidiendo con ellos que los Tiránidos aterrizaran en las calles que ellas pretendían atravesar.
Los restos vaporizados de las esporas salpicaban por los alrededores de la ruta que la columna blindada empezó a recorrer.
La Flota Enjambre no estaba dispuesta a renunciar a su premio. Los serpentinos Mántifexes y Trigones atravesaron las calles, sacudiendo el agua a medida que avanzaban hacia la columna del Adepta Sororitas.
Las garras gárfio perforaron las placas superficiales de los Rhinos que lideraban la marcha mientras que las bestias más grandes tiraban a los transportes a un lado con las Hermanas de Batalla en su interior mientras estas no cejaban de disparar con sus proyectiles de masa reactiva contra sus caparazones de quitina.
Asomándose por la escotilla superior para manejar el bólter de asalto de su Rhino, la Canonesa Gracia disparó ráfagas de munición bólter contra las bocas abiertas y los amarillentos ojos de aquellos xenos. A su alrededor, las palas excavadoras iban aplastando a los alienígenas y los escombros por igual, mientras el cañón de fusión de los Retributors reducían a los enemigos en su camino a nubes de ceniza maloliente.
A pesar de que brotaban bestias del suelo cada pocas docenas de metros, las Sororitas estaban llevando a cabo su plan de escape con precisión. La columna enfiló hacia las naves de evacuación. Desde su posición privilegiada sobrevolando la columna blindada, las escuadras de Serafines de Gracia pudieron observar no solo un inmenso muro de agua que se acercaba a la columna desde el sur, sino también a dos oleadas de Tiránidos que les rodeaban desde el este y el oeste, cerrándose como una boca. A media distancia se extendía la caravana de los nómadas, muchos de sus enormes vehículos aún soltando humo y llamas en sus zonas superiores, pero algunos ya habían empezado a detenerse.
Los comunicadores se llenaron con el estruendo y los gritos pidiendo explicaciones, las ocasionales blasfemias de la gente del sistema Cryptus y los salmos imperiales en medio de un caos provocado por la primera guerra de fe entre las poblaciones nómadas. En lugar de huir en la forma que Gracia había planeado, un grupo de rastreadores estaba volviendo a la ciudad, con sus armas de proa disparando. A medida que las calles de delante quedaban inundadas de enjambres de bestias, una serie de detonaciones de artillería se sucedieron, arrojando geiseres de agua, rocas y cuerpos Tiránidos por los aires.
Sacando partido a como se estaba sucediendo los acontecimientos, las Hermanas de Batalla condujeron sus vehículos hacia los humeantes cráteres, avanzando así más rápido que por las calles.
Las Serafines descendieron de los cielos liberando una cortina de fuego con sus lanzallamas de mano sobre las progenies que formaban enjambres en un intento de detener la columna blindada. En los flancos, los Inmolators concentraron sus disparos de fusión sobre los Trigones y Mawlocs que iban emergiéndo del suelo. Las criaturas que sobrevivían a ello eran golpeadas por el potente cántico de los bólteres de las Hermanas de Batalla que se asomaban por las escotillas superiores de sus transportes.
Las fuerzas imperiales estaban logrando mantener a sus enemigos a raya a pesar de la fe y algún que otro sangriento sinsentido; pero tan pronto como se retiraban, los enjambres Tiránidos les perseguían. Era como tirar piedras al mar.
De las nubes descendieron las naves de la flota de Dhrost, con sus cascos parcialmente disueltos en algunos puntos debido a la marea de bioarmas enemigas que se habían visto forzados a atravesar. La esperanza se abrió paso en los corazones de las Sororitas mientras se dirigían a las gigantescas naves, algunas de las cuales ya estaban bajando sus rampas de salvamento. Las armas tronaron mientras los blindados nómadas colocaban sus propios puentes para que los refugiados pudieran dirigirse camino de la salvación que ofrecían los transportes del Astra Militarum.
Fue entonces cuando la Ira de Shelse golpeó la ciudad con furia apocalíptica.
Relato Oficial Adepta Sororitas: Redención
La Canonesa se giró sobre su escotilla para observar con asombro como aquel desastre se hacía con la batalla. La marea que se aproximaba era más poderosa que cualquier máquina que los miembros del Mechanicus hubieran podido construir jamás y más voraz que cualquier horda de rabiosos Tiránidos.
El inmenso tonelaje del agua y los escombros estaba pulverizando tanto a mártires como a monstruos.
Gracia sintió una sensación de triunfo extenderse en su interior. A pesar del asombroso número de xenos, los enjambres Tiránidos de la ciudad hundida estaban siendo consumidos por completo. Pero no estaban solos. A Gracia se le partió el corazón cuando vió a unas cientos de Hermanas ser tragadas por la corriente de auqellas rugientes aguas, aplastadas dentro de sus servoarmaduras mientras las fuerzas de aquel fenómeno las pulverizaban contra el suelo.
Uno tras otro, los blindados de las Sororitas en la retaguardia de la columna que estaba avanzando hacia las naves de avacuación, fueron absorbidos, reducidos a poco más que escoria por la violencia de las aguas.
La Canonesa centró sus esfuerzos en la salvación que ofrecían las naves asentadas cerca de un par de enormes blindados nómadas que estaban disparando sus cañones automáticos contra los enjambres, con sus rampas abiertas mientras la población nómada corría hacia el interior de las astronaves.
Ordenó a la columna avanzar a toda potencia mientras la marea seguía creciendo en tamaño y furia a cada instante. Agradeciendo al Emperador por la robusta constitución de los blindados imperiales, Gracia envió ráfagas de disparos bólter contra los alienígenas serpentinos que les iban saliendo al paso entre las ruinas.
Puede que las Órdenes tuvieran una oportunidad de lograrlo todavía. Súbitamente, el Rhino de Gracia se alzaba por la gran rampa de una de las naves de evacuación mientras los refugiados lysiotas se apartaban a la carrera cuando la columna blindada se abrió paso entre ellos.
Un nudo de gente formado en su mayoría por mujeres y niños recorrían las rampas, con los rostros llorosos o llenos de angustia. Los xenos serpentinos se acercaban por todas partes. No lo lograrían.
Saltando desde la escotilla superior y aterrizándo con un sonoro crujir metálico sobre la rejilla de la rampa, se dirigió a los refugiados. -¡Entrad! - gritó, agarrando a los ciudadanos mientras disparaba su pistola bólter contra los Tiránidos que les perseguían.
Los civiles iban pasando a toda prisa, llorando aterrados mientras se abrían paso hacia el interior de la oscuridad de las naves de evacuación. El Adepta Sororitas había salvado a más población del planeta de lo que Gracia había podido esperar, pero les había salido muy caro. La rampa empezó a cerrarse a medida que los capitanes de las naves decidieron que habían esperado suficiente.
Gracia gritó enfadada por su comunicador, exigiendoles que esperaran unos segundos para salvar unas cuantas vidas más. Algo parpadeó en el filo de sus ojos, se giró y pudo ver a una figura monstruosa cubierta de filos surgiendo de entre la oscuridad de los pistones de la rampa.
Sus seis ojos brillaban en la penumbra, una visión que le había atormentado durante años. La horrenda criatura llevaba todavía las marcas de las detonaciones de las otras veces que Gracia había acabado con ella. - Te mataré una y mil veces si es necesario - gritó Gracia, apuntando su pistola contra la marea de tentáculos alimentadores que poseía la criatura en el rostro.
La pistola hizo un clic seco. La masa de tentáculos salió disparada, agarrándose a su casco y quitándoselo.
Gracia rugió un desafío mientras las garras, similares a las de una mantis, bajaron en cruz hacia su cuello desprotegido. Entonces, acuchillada desde dos lados, la Santa Mártir de Lysios encontró al fin la redención que tanto anhelaba.
El Escudo de rompe[]
Desde una punta a otra del sistema Cryptus, los tentáculos del Leviathan rodearon a su presa. La invasión se había adaptado con asombrosa rapidez a las adversas condiciones de cada uno de aquellos mundos, identificando como hacerles frente, ya fuera por circunstancias atmosféricas, geológicas o humanocéntricas. Cada una de las facetas de sus mundos-presa era tan solo un obstáculo que debía superarse. Gracias a la fiera hiperevolución Tiránida, lograron superarlos, todos ellos en un periodo de menos de tres días.
El hecho de que un sistema tan poblado y bien defendido cayera ante la Flota Enjambre era algo muy impactante. Más terrorífico aún fue el hecho de que el sistema Cryptus cayera ante los Tiránidos más rápido que cualquier otra de las anteriores conquistas del Gran Devorador como Thandros, Ichar o Kiltor.
Los Tiránidos estaban aprendiendo del Imperio en igual medida que el Imperio trataba de aprender de ellos. Los ejércitos de la Humanidad, sin embargo, habían aprendido durante milenios mientras que a los Tiránidos les había llevado mucho menos tiempo. Los xenos habían aprendido la lección y daban a luz a nuevos y aún más letales organismos para sumarlos a sus enjambres.
En esta escalada táctica para obtener información, la singular inteligencia de la Mente Enjambre absorbía los dispersos retazos que aprendían sus flotas de forma instantánea. Cada criatura sináptica poseía una inteligencia común dirigida por esta. Por el contrario, el Imperio aún dudaba en como basar su doctrina de combate a dichos niveles. Sus sistemas, mundos y ciudades se veían aislados por la extraña interferencia provocada por la Mente Enjambre, y dondequiera que los Tiránidos descendían de los cielos, los defensores sabían que debían enfrentarse a la invasión en solitario.
Sobrepasados, superados en número y con sus estrategias derrumbándose, los restos de la población del sistema Cryptus huyó de sus mundos en ruinas lo mejor que pudieron. Los cadianos no pudieron hacer frente a las nuevas variantes de bestias tóxicas y bioformos psíquicos que se habían abalanzado sobre ellos, enemigos contra los que el propio Militarum Tempestus no estaba lo suficientemente bien equipado para combatirles. Apenas un millón de refugiados había alcanzado la seguridad de las zonas de evacuación que quedaron intactas. E incluso así, muchas de las naves y cruceros que se suponía que les transportarían a lugar seguro fueron interceptados y derribados por los Aeróvoros Tiránidos.
Cuando las naves de desembarco despegaron de la superficie de Lysios, el planeta maldito se había convertido ya en el único símbolo de una gran victoria imperial del sistema. El Adepta Sororitas había logrado llevar a cabo un plan de batalla que tuvo un alto coste en vidas, atraer a los Tiránidos hasta la sombra de las mareas que arrasaban el planeta con cada ciclo lunar. Sin embargo, la masa de conversos que la Canonesa Magda Gracia se había esforzado tanto en formar se alzó en el momento más inoportuno.
La mitad de la población que esperaba rescatar retornó y se colocó a la retaguardia de sus fuerzas justo cuando el tsunami se estrelló contra los defensores y los Tiránidos. Apenas un millar de Adepta Sororitas y nómadas lysiotas lograron escapar del planeta antes de que unos grotescos capilares alimentadores descendieran para absorber todo: las saladas aguas y los cadáveres sobre el mundo. La propia Magda Gracia cayó cuando estaba a punto de salvarse, asesinada por un Lictor que la persiguió desde su primer combate con los Tiránidos en Desseran. Ella pensaba que la criatura era el demonio, pero tan solo era otra de las criaturas dadas a luz por la Mente Enjambre, creada, desechada, absorbida y reconstruida, igual que ya lo fuera mil veces antes.
Ixoi, la luna cuya inmensa masa era responsable de la devastación de Lysios, fue envuelto por una niebla de esporas tan densa que su color cambió por completo. Salpicando sus paisajes se encontraban los restos de incontables vehículos, desde los empleados para minería hasta los orgullosos tanques de los Primeros Nacidos Vostroyanos. Cada blindado había quedado reducido a montones de escoria metálica por culpa de las nubes tóxicas que envolvían el planeta. Los defensores quedaron reducidos a poco más que esqueletos, cubiertos de unos hilillos de polvo y restos que antaño fueran armaduras antifrag. Las Naves Colmena descendieron sus partes alimentadoras sobre el planeta, bebiéndose aquel cóctel putrefacto y venenoso con el que los Tiránidos ya habían predigerido el mundo.
Asphodex fue invadido por completo: por enjambres desatados el primer día de la invasión, por los Genestealers que infestaban la sub-ciudad y los extraños nuevos bioformos que fueron liberados sobre ellos en sus horas finales. La Flota Enjambre Leviathan, cuando se vio herida por el poder combinado de las Tropas de Choque de Cadia y los soldados de la Dinastía Flaxiana, evolucionó a sus criaturas de combate otorgándoles un potencial psíquico sin precedentes. Contra ellos, las defensas convencionales no pudieron ofrecer resistencia.
En la confusión ocurrida en las últimas horas antes del final, Augustus Flax se retiró a su fortaleza subterránea, mientras que Dhrost simplemente desapareció, ni siquiera se volvió a saber que había pasado con su escuadra de mando. Si el general todavía vivía, lo estaría con una inmensa sensación de culpa y rabia en su interior, pues cerca del noventa y ocho porciento de sus fuerzas habían perecido.
El orbe jade de Aeros, que una vez fuera un reino de constantes y cambiantes nieblas etéreas, se había convertido en un miasma ponzoñoso del tamaño de un planeta. Esporas de toda clase plagaban todos los estratos de su atmósfera, con tamaños que comprendían desde lo microscópico a lo gigantesco. El primer día, las Valkirias de la fuerza aérea cadiana hicieron pagarlo muy caro a los enjambres alados Tiránidos que las bionaves lanzaban desde fuera del planeta.
El segundo día, sin embargo, la atmósfera se había visto tan plagada de esporas que la visibilidad había llegado a niveles insostenibles. Los escuadrones imperiales de Jenst se vieron obligados a retirarse, dando el planeta por perdido con la esperanza de lograr una victoria en cualquier otro lugar.
Tartoros ya estaba perdido, sus generadores de vacío fueron reducidos a ruinas y sus defensores se habían abrasado vivos por la radiación, o habían sido cazados por bestias-ariete del tamaño de casas.
Ninguna clase de refuerzo se enfrentó a las tormentas solares para socorrerles, ni ninguna nave de salvamento llegó para salvar lo que se pudiera de su superficie. El Magnovitrium, fuente de energía que dió vida al resto del sistema, flotaba a la deriva en los cielos, inservible. Sus gigantescas lentes ya solo reflejaban a las monstruosidades Tiránidas cebándose mientras devoraban los cadáveres de los guerreros de Cadia sobre el planeta.
Desde las cúpulas derruidas de Tartoros hasta las defensas muertas del Cinturón Castellano, los Tiránidos habían comenzado a alimentarse de su captura tras la victoria. El poderoso Imperio se había encontrado con la horma de su zapato y más, con sus ejércitos humillados y uno de sus sistemas de mayor riqueza conquistado en el periodo de tiempo de unas pocas y aterradoras noches.
A lo largo de toda la rama Tiránida, la Sombra de la Disformidad era más amplia y potente que nunca, y casi todas las señales de auxilio o de solicitud de cuarentena fueron absorbidas por ella, sin que nadie los escuchara jamás. Tan solo uno de aquellos mensajes de socorro se hizo eco en la Disformidad.
Quizás fue el hecho de que fuera una sola señal la que le diera esa potencia psíquica. Quizás fuera el hecho de que se pareciera más a una sentencia de muerte que a una llamada de auxilio. Pero aquella señal desesperada llegó a una Flota Imperial, pero aquella no solo tenía el poder de responderla, sino que además poseía la fuerza para actuar, aunque quizás ya fuera demasiado tarde.
Para cuando los posibles salvadores llegaran al sistema, puede que se estuvieran condenando a sí mismos.
Pero era el Imperio de la Humanidad, y sus defensores nunca habían rechazado enfrentarse a su mismísima condenación.
Capítulo 3: El destino de Phodia[]
Relato Oficial Ángeles Sangrientos: Por Baal
Karlaen, Capitán de la 1ª Compañía de los Ángeles Sangrientos, observaba el mundo de Asphodex a sus pies. Tras la distorsión generada por los escudos de vacío de la Barcaza de Batalla, las pesadas nubes grises del planeta estaban atravesadas por enfermizas hebras púrpuras, cada una de ellas viva con miles de millones de pequeñas formas retorcidas. Mientras observaba, oscuras formas pasaban frente al masivo puerto de vigía de la nave, cada una de ellas una brillante forma alargada que reflejaba débilmente la luz de los soles gemelos de Cryptus. Las bionaves se movían sobre la atmósfera superior del planeta y Karlaen pudo ver perturbaciones en las nubes bajo ellas, como huracanes vistos desde arriba. Las bionaves se estaban alimentando y en breves acabarían con toda la vida de Asphodex.
El Capitán había visto mundos bajo el control del Gran Devorador muchas veces en el pasado y estos raramente sobrevivían una vez que la Mente Enjambre había logrado rodearlo con sus tentáculos. No, lo que podía ver era un mundo condenado y allá abajo no quedaría nada más que sangre y muerte bajo las pesadas nubes. Sin embargo, sus órdenes eran claras, transmitidas directamente por el Comandante Dante en el concilio del Gran Sacerdote Sanguinario Córbulo. A pesar de que Karlaen no guardaba enemistad alguna con Córbulo, no podía entender qué podía motivar el hecho de enviar a la 1ª Compañía de Exterminadores a realizar tal tarea. Las primeras oleadas de asalto de los Ángeles Sangrientos se estaban preparando para caer sobre las ruinas de Phodia, la capital de Asphodex. Aquella misión era un desperdicio de potencial, si el Gobernador Augustus seguía con vida, no sería durante mucho rato. Y era el deber de Karlaen encontrarlo y así se haría.
Su hermano sargento de mayor confianza, Alphaeus, estaba a su lado. Karlaen hizo un gesto a Alphaeus y le acompañó al teleportarium a la barcaza de combate. Al poco sus hermanos estaban a su alrededor, un grupo de Exterminadores formando sobre la plataforma, revisando sus armas y recitando sus juramentos mientras el Tecnomarine y los servidores del Capítulo cantaban plegarias a la sagrada maquinaria. Había pocas cosas que generaran siquiera una sombra de miedo en el corazón de Karlaen pero detestaba emplear el teleportarium. Había algo intrínsecamente malo en cómo funcionaba aquella máquina. Aunque era tácticamente útil y múltiples batallas habían sido ganadas gracias a la súbita aparición de los Exterminadores.
Ya no había tiempo para seguir pensando; los escudos de presión se cargaron y cobraron vida mientras las plegarias del Tecnomarine alcanzaban su punto álgido. Y entonces no quedó nada excepto vacío y en una completa depravación sensorial Karlaen se olvidó de que estaba hecho de carne y sangre por un segundo. Entonces sus sentidos se saturaron de estímulos con una oleada de sonido y olores, y moviéndose como uno solo, los Exterminadores avanzaron como uno solo.
Llegan los Ángeles Sangrientos[]
El Sistema Cryptus se encuentra cerca del Sistema Baal y ambos se consideran vitales para la defensa del sector. Cuando las oleadas de la Flota Enjambre Leviathan se extendieron por los mundos de Cryptus, el Imperio se lanzó a defenderlos. En sus muchos mundos, las filas del Astra Militarum, Adepta Sororitas y las fuerzas de defensa planetaria de la dinastía Flaxiana se unieron bajo la luz de los soles gemelos de Cryptus y se armaron de valor para repeler el asalto en ciernes. Los defensores confiaron en que su número y sus formidables defensas orbitales, desplegadas por todos los rincones del sistema, les darían la victoria. Pero no fue suficiente. En un círculo, las esporas oscurecieron los cielos de los cinco mundos de Cryptus: Tartoros, Asphodex, Lysios, Ixoi y Aeros. Aunque los defensores del Imperio lucharon con valentía, se enfrentaron a un enemigo aparentemente infinito y uno tras otro, los planetas fueron cayendo.
En el torbellino de aquella guerra desesperada, los capítulos de los Ángeles Sangrientos y los Desgarradores de Carne lanzaron su asalto en gran número. Llegando demasiado tarde para salvar Cryptus de la destrucción, Dante ordenó a sus guerreros en su lugar que privaran a los Tiránidos de su festín, acabando con las infraestructuras alienígenas y acabando con sus organismos alimentadores.
Si este sistema se perdía, al menos podrían disminuir la biomasa que los Tiránidos podrían lanzar contra Baal. Atravesando la oscuridad, la flota de los Marines Espaciales se abrió paso hacia el núcleo del sistema. Abriéndose paso a través de los restos aún en llamas de los sistemas defensivos, la flota volvió sus baterías de cañones contra toda bionave que se cruzó en su camino.
Sin embargo, desconocido incluso por muchos entre sus miembros, los Ángeles Sangrientos habían venido, no solo para detener el avance del Devorador o salvar a la gente de Cryptus. El gran Sacerdote Sanguinario Córbulo buscaba una cura para la Sed de Sangre, la maldición hereditaria que afligía a sus hermanos de batalla, maldiciéndoles y volviéndoles unos psicópatas sedientos de sangre en batalla y, finalmente, volviéndoles locos. Córbulo había seguido una sinuosa visión disforme hasta el sistema Satys. Entonces, descubrió el elixir satryx, una potente infusión rejuvenecedora exportada para todas las gentes del sistema Cryptus para protegerles de la destructiva radiación de sus soles rojos. Córbulo pensaba que en aquellos secretos del elixir se encontraba la cura para su Capítulo ya que Baal también languidecía bajo los hinchados soles rojos, con su gente maldita por el maldito toque de la mutación.
Después de que Satys cayera ante los Tiránidos, el Hermano Córbulo se reincorporó a la flota de los Ángeles Sangrientos. Allí, volvió con todos los conocimientos adquiridos y sugirió un plan al comandante Dante.
El Señor del Capítulo vio el mérito de la búsqueda de Córbulo, confiando en la sabiduría del sacerdote en tales menesteres, así como su sabiduría en el legado genético del Capítulo. Tras horas de reunión y discusión, Dante y sus consejeros llamaron al Capitán Karlaen. El Capitán de la 1ª Compañía se unió a su señor bajo las arqueadas cúpulas abovedadas del Filo de Venganza, la nave insignia de Dante, mientras se dirigían a toda prisa hacia el sistema Cryptus. Bajo la parpadeante luz de los holoproyectores, el Señor del Capítulo informó al Capitán de que no solo tendría el honor de liderar la vanguardia de su asalto sino que además llevaría a cabo una misión muy especial.
Secretos en la sangre[]
El mundo de Asphodex ha estado cubierto durante una eternidad de gruesas capas de nubes tóxicas, expulsadas a la atmósfera por la gigantesca ciudad de Phodia, del tamaño de un continente. Bajo aquellos cielos de sempiterna oscuridad, miles de millones de almas trabajaban en manufactorums y maquinaria de vapor bajo el azote de señores del crimen que tejían sus redes desde las sombras, controlando con su poder la mayor parte de Asphodex. Por el contrario, el Gobernador Planetario Augustus Flax se mostraba como poco más que un pelele que mostrar en público, pues el anciano sólo supervisaba ceremonias vacías de significado y llevaba a cabo espectáculos que poco tenían que ver con la actividad del resto del planeta.
La búsqueda de Córbulo en Satys y sus sistemas circundantes revelaron que Flax y su familia poseían un tipo de mutación genética que hacía innecesario el empleo de satryx para sobrevivir. Mientras la flota se aproximaba a Asphodex, las instrucciones dadas por el Gran sacerdote sanguinario fueron claras: había que encontrar al Gobernador o a sus hijos y traerlos de vuelta. Si esto llegaba a convertirse en una tarea imposible, con una muestra de su sangre sería suficiente.
Así que, mientras la flota de los Ángeles Sangrientos comenzaba su asalto sobre Asphodex, la fuerza de combate Deathstorm se teleportó en la ciudad en ruinas de Phodia. Con un destello relampagueante, Karlaen y cuatro escuadras de Exterminadores se materializaron en una amplia plaza.
Las figuras de pesado blindaje estaban ante los destrozados restos del palacio del Gobernador planetario, una estructura seriamente dañada por los días de feroces batallas que había sufrido. Karlaen ya podía observar como la ciudad estaba siendo consumida; inquietantes estructuras alienígenas crecían en espiral alrededor de las ruinas mientas que las chimeneas de esporas habían reemplazado muchas de las grandiosas infraestructuras de la ciudad. Entre los escombros, chirriantes organismos alimentadores se daban un festín con los muertos mientras sombras de múltiples miembros se movían por doquier en los límites que la vista de Karlaen podía alcanzar.
Tras echar un amplio vistazo a la plaza, escanearon los restos descubriendo un paisaje plagado de cadáveres en descomposición de los soldados de la Guardia Imperial y los ardientes restos de los tanques de batalla imperiales. Mientras los Ángeles Sangrientos avanzaban, Karlaen iba comprobando los augures de su armadura, escaneando cualquier signo de vida. Los ecos de los auspex de largo alcance de la flota se habían mostrado frustrantemente imprecisos; muchos de los datos recopilados por los Ángeles Sangrientos que estaban en Asphodex habían sido transmitidos por los restos orbitales de los sistemas de comunicaciones, con sus datos siendo de días pasados en el mejor de los casos.
A pesar de que las comunicaciones crepitaban y chirriaban por las interferencias causadas por la Flota Enjambre, Karlaen se hizo una rápida imagen mental del distrito del Tribuno, en el centro del cual se encontraban la plaza y el palacio. Parecía que por las órdenes y peticiones de ayuda llenas de pánico enviadas por la vocorred imperial que la batalla se había desplazado a otro frente, quedando la plaza abandonada hacía días. Los combates estaban sucediéndose ahora en los distritos de las fábricas, donde los remanentes del Astra Militarum y los regimientos de las Fuerzas de Defensa Planetaria de la dinastía flaxiana estaban llevando a cabo una desesperada resistencia final. Activando las magnolentes de su ojo biónico, Karlaen podía ver enjambres de biohorrores alados arremolinándose en el horizonte sobre los manufactorums como un gran tornado oscuro de colmillos y garras. Pero aquello no era de su incumbencia. En tan solo un día más, los restantes miembros de la 1ª Compañía de los Ángeles Sangrientos y las fuerzas de la 2ª Compañía al completo, apoyadas por su Capítulo sucesor, los Desgarradores de Carne, llevarían a cabo un asalto planetario y entonces la auténtica guerra de para aniquilar a aquellas bestias daría comienzo.
Karlaen ordenó a sus hermanos que adentraran en las ruinas del palacio, esperando encontrar cualquier señal de Augustus Flax o a algún miembro de su familia. Formando un frente de gigantes enfundados en armaduras carmesíes, los Ángeles Sangrientos avanzaron hacia las sombras de la puerta phodiana, la vasta entrada al palacio. Mientras subían los peldaños, cada uno de cien metros de ancho, Karlaen comprobó el nivel de devastación dejado atrás por el Astra Militarum, pues habían realizado una especie de resistencia desesperada en aquel lugar y los cadáveres de los guardias imperiales se apilaban en gran número tras los sacos de arena ensangrentados de los emplazamientos. El icor alienígena y las bestias-arma carbonizadas yacían donde habían sido abatidas formando una maraña de garras y dientes. Karlaen pasó andando sobre el cadáver de un oficial de la Guardia Imperial; el muerto aún sujetaba, desafiante, la pistola bólter. Entonces el Capitán lideró a sus Exterminadores al interior del oscuro palacio.
Al otro lado de la plaza, bajo los destrozados restos de una estatua del Emperador, un par de ojos alienígenas observaban el avance de los Ángeles Sangrientos. Con un movimiento simple pero fluido, la criatura se deslizó de nuevo entre las ruinas para reunir a su progenie, con sus alargados miembros acabados en cuchillas rechinando sobre la piedra mientras una horda de criaturas menores se arremolinaba ante él.
La Cámara del Tribunal[]
El interior del palacio era un desastre al igual que lo era la plaza del exterior. Mientras los Exterminadores avanzaban por los corredores plagados de sombras, sus detectores recogieron los signos de una feroz batalla ocurrida en ellos. Los muros antaño cubiertos de exquisitas obras de arte estaban recorridos por los destrozos de fuego láser y estaban saturados de cráteres dejados por proyectiles pesados. El suelo estaba sembrado de muertos, tanto Tiránidos como humanos, formando una alfombra de carne sanguinolenta y huesos. Por todos lados había muestras de que la Mente Enjambre estaba comenzando a consumir Asphodex: enjambres de Devoradores se afanaban en devorar los cadáveres amontonados mientras unas enormes y burbujeantes piscinas digestivas esperaban a que estos llegaran con su recompensa.
Karlaen dio la orden a sus escuadras de Exterminadores de que se dispersaran y buscaran los restos del Gobernador, dirigiendo él personalmente a la escuadra Alphaeus. Mientras el resto de escuadras se desvanecía en la oscuridad, el Capitán dirigió a sus propios Exterminadores, adentrándose más profundamente en las ruinas.
El Capitán se abrió camino a través de un emplazamiento de bólter pesado, con el cadáver decapitado de su artillero aún tirado sobre el arma. Karlaen entró en lo que en su día sería la cámara del tribunal del gobernador, donde tendría audiencias con los señores de los distintos distritos. Siendo de la amplitud suficiente para albergar un escuadrón de Stormravens, la cámara estaba rodeada por estatuas derrumbadas y ruinas retorcidas, su piso estaba lleno de escombros y los restos de cientos de ciudadanos imperiales yacían formando enormes y sangrientos montículos. En lo alto, el gran techo abovedado se perdía en las sombras y Karlaen sintió una sensación punzante familiar en la parte posterior de la cabeza: había enemigos aproximándose, y lo sabía antes de que sus sentidos siquiera pudiera encontrarlos. Por un breve momento, la escuadra Alphaeus se situó en el umbral de la cámara, escaneando los muertos con sus augures y el cañón de sus armas. Entonces Karlaen hizo señas para que todos avanzaran; en algún sitio de aquel lugar encontrarían los restos de Flax.
El líder de la progenie estaba situado sobre una viga a diez metros sobre los Ángeles Sangrientos mientras estos recorrían la sala. Sus vacíos ojos carmesíes se guían su avance por entre los cuerpos mientras su voluntad psíquica se extendía por entre todas las criaturas Tiránidas que se encontraban por las ruinas del palacio. El líder de progenie había habitado en Asphodex mucho antes de que llegara la Leviathan; la gente de Phodia le conocía como el Engendro de Cryptus, pensando que era el vengativo hijo de su deidad solar, quien, incapaz de ver a través de las espesas nubes del planeta enviaba a su prole a repartir justicia contra los malvados. Aunque la mayoría de los ciudadanos de Phodia hacían de menos aquel relato diciendo que el Engendro era un cuento para niños, empleado para explicar el destino de aquellos que se desvanecían en la noche, aquellos que se habían cruzado en su camino sabían mejor lo que pasaba. Tristemente, pocos de ellos vivían lo suficiente para poder relatar tales sucesos.
Con su lengua carmesí chasqueando para paladear el aire, el líder de progenie se arrastró hacia la cámara mientras sus pensamientos alienígenas recorrían las mentes de los Tiránidos cercanos y con un gran chirrido húmedo, las criaturas Tiránidas del palacio empezaron a agitarse. Prestando atención a la silenciosa llamada del líder de progenie, progenies de horrores de múltiples miembros empezaron a surgir de entre los escombros, reuniéndose todas en la cámara del tribunal.
Karlaen llegó a la primera pila de cadáveres mutilados y apartó los cuerpos cercanos, esperando determinar si los hombres de Flax habían muerto en aquel lugar. A medida que los restos sanguinolentos caían aleatoriamente por el suelo, el Ángel Sangriento activó las lentes de bioescáner de su ojo biónico. En el destello verdoso de los datos del auspex Karlaen observó una especie de remante vital que aún quedaba bajo aquellos cuerpos. En aquel momento el Capitán se dio cuenta de donde se encontraba: no estaba rodeado por pilas de cuerpos si no por una progenie oculta de Genestealers.
Gritando una advertencia para alertar a sus hermanos, Karlaen descargó una rugiente descarga de fuego bólter en la pila de cadáveres. El Genestealer que brotó de bajo su escondite de cuerpos acabó convertido en una niebla púrpura pero otros empezaron a surgir de los alrededores. Por encima del estruendo de los disparos de bólter de asalto, el Capitán pudo ver como los montículos reventaban y de ellos brotaban más y más seres. De los restos, Genestealers recubiertos de icor cargaban contra los Exterminadores.
Lazos de sangre[]
El aire apestaba con el fuerte olor a promethium y a xenos incinerado. El lanzallamas pesado de la escuadra convirtió a muchos Genestealers en antorchas vivientes aunque esto no detuvo su asalto. Karlaen no recibía lecturas de que hubiera criaturas mayores, pero los Genestealers brotaban de todos lados mostrando un desprecio tal por su propia supervivencia que la influencia de la Mente Enjambre quedó patente. Los Ángeles Sangrientos no podrían llevar a cabo su misión bajo tales condiciones.
El Capitán ordenó a sus hombres que se retiraran a uno de los pasajes laterales de la cámara, alejándose de la trampa Tiránida. Mientras los veteranos de la 1ª Compañía se retiraban, fueron saturando el aire con proyectiles de bólter; la tormenta de proyectiles de masa reactiva destrozó los restos irregulares de los cuerpos de los fallecidos y acabó con las pocas criaturas escurridizas que restaban. Karlaen intentó comunicarse con el resto de escuadras de Exterminadores mientras sus hermanos se retiraban. Sin embargo, tras escanear las frecuencias descubrieron que el canal de voz solo devolvía estática; parecía que Karlaen y sus hermanos de batalla estaban solos.
Los Exterminadores se abrieron paso a tiros hasta el túnel pero a medida que sus armas se silenciaban podían observar como los silbantes Genestealers se deslizaban por doquier con una velocidad aterradora. Las criaturas se abalanzaban contra los Ángeles Sangrientos y, aunque muchos eran hechos pedazos por los disparos de bólter de asalto o aplastados por los puños de combate, la velocidad de los xenos superó las capacidades de sus rivales. La mayoría se desvanecían de nuevo antes de que los Exterminadores pudieran preparar sus armas, tan solo para aparecer de súbito de nuevo, golpear y desaparecer otra vez.
Fue entonces cuando el hermano Aphrae cayó de rodillas mientras un Genestealer atravesaba su guardia e incrustaba sus aviesas garras entre las placas de ceramita de sus piernas. En ese mismo instante el techo resonó con una cacofonía de silbidos. Los que los Ángeles Sangrientos habían creído que era una cúpula con vidrieras escondida entre las sombras era de hecho otro montón de Genestealers agazapados en el techo. Karlaen intentó abrirse paso luchando hasta llegar junto a Aphrae pero los Genestealers caían de tal forma que se interponían entre ellos. El Capitán solo pudo ver como el Exterminador desaparecía bajo una montaña de horrores alienígenas. Karlaen echó un último vistazo hacia donde Aphrae había caído y se lanzó al túnel. A cada segundo que pasaba, más y más Genestealers se iban arremolinando tras él.
Los Exterminadores hicieron recuento de municiones y estado mientras se adentraban en la oscuridad de aquella puerta arqueada. Sus armaduras estaban cubiertas de sangre y muchas de sus placas de blindaje estaban dañadas por los tajos provocados por garras quitinosas. Sus bólteres de asalto estaban al rojo vivo de disparar de forma tan intensa y constante y los tanques de combustible del hermano Bartelo estaban casi secos. Karlaen podía escucha un ruido constante, una cacofonía de silbidos, rascares y siseos anunciando que los Tiránidos se estaban reuniendo en gran número.
En cuestión de segundos el enjambre sabría de su situación y los xenos se abalanzarían sobre ellos, ahogándoles en un mar de garras y colmillos. Karlaen empleó de nuevo su comunicador, con la esperanza de que el resto de sus escuadras de Exterminadores o cualquier otra unidad de vanguardia de los Ángeles Sangrientos que estaba invadiendo Phodia le respondieran. Sin embargo, todo lo que pudo escuchar por el transmisor fue el chirrido de la estática y unos susurros alienígenas.
Cazadores en la oscuridad[]
Las ruinas empezaron a cobrar vida por doquier, silbando y aullando. Iluminados por los destellos de las explosiones lejanas, los Tiránidos se deslizaron por la oscuridad convertidos en una turba difusa de mandíbulas dispersas y garras brillantes.
La escuadra de Karlaen se había retirado hasta uno de los pasillos de entrada mientras escapaba de la Cámara del Tribunal esperando ganar algo de cobertura. Los Genestealers se movieron por entre las ruinas a su alrededor como sombras mercuriales; la fluidez de sus movimientos gestaba una imagen terrorífica de contemplar. Los Ángeles Sangrientos intentaban seguir sus movimientos con las armas pero las criaturas desaparecían entre la cobertura antes de que sus disparos pudieran alcanzarles. Era una batalla de velocidad contra fuerza, donde tan solo la armadura Exterminador mantenía a los Astartes con vida.
Presionados por ambos frentes en el corredor, Karlaen dirigió a sus hermanos en una estampida lejos de la Cámara del Tribunal adentrándose en el palacio en ruinas. En ocasiones, media docena de Genestealers surgían de las sombras para asaltarles y acuchillarles con sus garras mientras que otras bestias mantenían la distancia, disparándoles y esperando a que los Exterminadores gastaran su preciada munición. Pese a todo, Karlaen seguía con su misión e incluso mientras intentaba guiar a sus hermanos a través de la trampa de los acosadores alienígenas, se mantenía alerta buscando el paradero del Gobernador.
Chocando contra el centro de control de seguridad del palacio, Karlaen al fin encontró lo que andaba buscando: los restos de un servidor extremadamente delgado yacían en el suelo, con su frente marcada con el icono de la dinastía flaxiana. Arrancando la cabeza del servidor, se la colgó del cinturón para investigarla más tarde. De repente, un cascarón cristalino surgió de la oscuridad, haciendo explosión a los pies del hermano Bartelo haciendo que cayera al suelo. Tres Guerreros Tiránidos se alzaron de entre las ruinas, uno de ellos alzando un largo biocañón para realizar un segundo disparo. Las bestias de largas piernas se abrieron paso a través de estatuas caídas y los escombros del palacio con sus serpenteantes látigos orgánicos y espadas óseas siseando en dirección hacia los Marines Espaciales. La armadura Exterminador era capaz de detener muchos impactos, pero no todos.
El hermano Bartelo acababa de ponerse de pie cuando un vapor humeante surgió de su armadura cuando una espada ósea cubierta de sangre y entrañas brotó por su pecho. El hermano sargento Alphaeus se giró a tiempo para decapitar a la bestia con su espada de energía pero ya era demasiado tarde para su hermano, Bartelo caía contra el suelo uniéndose a los incontables muertos imperiales que cubrían el suelo. Karlaen comprendió que si permanecían allí demasiado tiempo los Tiránidos les sobrepasarían. Sin decir palabra, el Capitán siguió con su plan; no fallaría al comandante Dante.
Hacia el punto alfa[]
Aunque Karlaen combatía contra la progenie de guerreros Tiránidos, su mente estaba buscando la forma de decantar la batalla a su favor contra los xenos. La parte más primitiva de su cerebro estaba centrada en el intenso combate mientras que su parte táctica escudriñaba las ensombrecidas ruinas a su alrededor. El punto de retirada fijado para sus fuerzas de vanguardia era la plaza. Si su escuadra podía llegar a la plaza, podrían tener un lugar despejado donde desatar toda su potencia de fuego y serían capaces de ponerse en contacto con el resto de escuadras. Sin embargo, para llegar a las grandes puertas del palacio y la plaza de más allá, tendrían que deshacer sus pasos a través de la Cámara del Tribunal, siempre y cuando el Capitán no encontrara otra forma de llegar.
Karlaen trazó una línea recta desde su posición hasta la plaza, ordenando a sus hermanos que formaran a su lado. Con un poderoso grito, el Capitán cargó contra el muro. En el último instante descargó un impacto con el Martillo de Baal, abriendo un gran agujero en la pared. Estancia tras estancia, su escuadra se abrió paso a golpes y disparos entre las ruinas, dejando tras de sí un reguero de mampostería destrozada y muchos guerreros Tiránidos convertidos en despojos sanguinolentos. Al fin, con un devastador golpe con su martillo, Karlaen llevó a su escuadra hasta la plaza del Ascenso del Emperador.
Mientras el Capitán salía de las ruinas el comunicador cobraba vida de nuevo, libre de las interferencias de las ruinas del palacio. Desde la otra punta de la ciudad en llamas llegaron unas crepitantes respuestas, sis escuadras informando rodeados del bramido de los disparos y gritos alienígenas. Karlaen se hizo a la idea de que no habría ayuda inmediata para la escuadra Alphaeus; sus hermanos de batalla estaban bajo el asalto enemigo por todas partes pero nadie había encontrado aún rastro alguno de Flax. Sin embargo la misión iba a continuar y Karlaen dirigió a sus hombres hacia la plaza.
En el terreno abierto, los Exterminadores se reunieron ante una estatua caída del Emperador, formando un abanico para cuando los primeros Genestealers brotaron del agujero que Karlaen había dejado en los muros del palacio, con las siseantes criaturas escabulléndose entre la cobertura y abalanzándose hacia delante. Dejando de lado la oscura rabia que crecía en él al ver la estatua del Emperador caído, el Capitán se centró en dirigir a sus hermanos. Coordinando sus disciplinas de fuego y protocolos de combate cuerpo a cuerpo, los Exterminadores
Repelieron todos los asaltos, y esta vez eran capaces de mantener a raya a los Genestealers y guerreros Tiránidos por igual. Finalmente el ataque xenos cesó y un misterioso silencio cubrió la plaza.
Los Ángeles Sangrientos emplearon aquel momento de respiro para recargar sus armas y hacer recuento de bajas. A Karlaen le dio tiempo a activar la cabeza del servidor, enganchándole cables de su armadura a su húmedo cuello convertido en muñón. La cabeza cobró vida de forma alarmante, escupiendo advertencias de peligro. Trozo a trozo, el Capitán reconstruyó el relato del servidor, que parecía haber intentado dirigirse a la fortaleza subterránea cuando los Tiránidos lanzaron su ataque. El Gobernador estaba con vida, dijo, e informó a Karlaen acerca de cómo encontrarle.
Una inteligencia antinatural[]
Mientras los Ángeles Sangrientos planeaban su próximo movimiento, el líder de la progenie observaba en la oscuridad. Reflejado sobre el reluciente caparazón de la criatura, el horizonte ardía con los fuegos de la batalla. Las humaredas llevadas por el viento nocturno provocadas por las distantes explosiones no eran sino una seña de la feroz batalla que se sucedía a cientos de kilómetros en la distancia entre las fuerzas restantes de la Guardia Imperial y los regimientos de defensa planetaria de la Dinastía Flaxiana. Incluso en la distancia, el Engendro de Cryptus podía ver que los Exterminadores se preparaban para llevar a cabo su siguiente movimiento, observando como la fila de guerreros carmesíes se abría paso de nuevo hacia las ruinas del palacio. Las mentes de los Ángeles Sangrientos eran como libros abiertos para la criatura, con sus pensamientos arrastrándose hasta él como el olor de una presa transportado por la brisa nocturna.
Llamando a sus hijos una vez más, el Líder de Progenie se aproximó. Apenas acababa de pasar la medianoche cuando la progenie de Genestealers atacó de nuevo. Pero esta vez las cosas fueron distintas. Karlaen lo supo en el preciso instante en el que vió a las criaturas escabulléndose entre los escombros. Había una mejor coordinación en este asalto, pretendían atacarles desde todos los frentes. Se movían agachados entre la cobertura que ofrecían los escombros, usando las sombras para pasar desapercibidos excepto por los ocasionales reflejos de quitina o alguna que otra cabeza ovalada moviendose en la oscuridad. Con todo, Karlaen dio la orden y los Exterminadores tomaron posiciones para repelerles de nuevo.
Justo antes de que los Genestealers salieran de la cobertura, el Hermano-Sargento Alphaeus y su escuadra dudaron y retrocedieron, apartándose del frente. Era como si hubieran lanzado una especie de red invisible sobre los Ángeles Sangrientos y estos forcejearan con ella para intentar colocarse en posición y alzar las armas. El Hermano-Sargento estaba gritándo y mascullando por el comunicador, algo acerca de unas voces alienígenas. Y entonces Karlaen también pudo sentirlas. Una poderosa presencia psíquica estaba en su mente, indiscutiblemente xenos, pero horrendamente humana.
El capitán escaneó los alrededores con sus lentes augures rastreando las sombras, buscando la fuente de aquel ataque mental. Entonces lo vió: un líder de la progenie, mayor que ningún otro que hubiera visto en sus décadas enfrentándose a los Tiránidos. La criatura estaba agazapada sobre la estatua de Psyanna, patrona de los santos dementes. Su presencia psíquica era temiblemente poderosa, y a Karlaen le estaba costando todo su esfuerzo mental mantenerlo fuera de su cabeza. A medida que Karlaen alzaba su bólter para abrir fuego, la figura se desvaneció. El Hermano-Capitán maldijo. Era tan solo un truco psíquico, y no iba a permitirse ceder ante él. Por todo su alrededor, los Ángeles Sangrientos de Karlaen luchaban contra los Genestealers con dientes y garras. En algunas zonas los Exterminadores lograban ahuyentarles para después barrerles mediante fuego bólter y la potencia del lanzallamas pesado, cuyas llamas iluminaron aquella oscuridad.
Los Genestealers siguieron surgiendo de las sombras para empalar a los Ángeles Sangrientos con sus cuchillas. Algunos de aquellos alienígenas lo lograron, provocando un reguero de sangre y trozos de ceramita, mientras que otros explotaban en pedazos a causa de las ráfagas de fuego bólter. Aquellos xenos que lograban acercarse demasiado caían ante los crepitantes puños de combate, convirtiéndose en una lluvia de vísceras. Y pese a todo esto, los hermanos de Karlaen estaban librando también una lucha interna contra el dominio psíquico del líder de la progenie, una lucha que estaban perdiendo poco a poco.
La ira del líder de la progeníe[]
Karlaen cargó contra la oscuridad donde vió por última vez al Líder de la Progenie. El engaño psíquico urdido por la criatura le ocultaba a pesar de que el Capitán Ángel Sangriento luchaba incesantemente por acallar los incesantes murmullos alienígenas que plagaban su mente. Afortunadamente para Karlaen, no contaba solo con su mente para lograr sus fines, así que encendió el Espíritu Máquina de sus lentes de escaneo. A través de una densa bruma de imágenes, el Capitán vió que el líder de la progenie había saltado de la estatua y se dirigía hacia él. Con un pensamiento, Karlaen dirigió el sensor de puntería hacia donde indicaban las lentes y abrió fuego con su bólter de asalto. Antes de que le alcanzaran los proyectiles, el Engendro de Cryptus se escabulló, rodando por entre los escombros y lanzandose sobre el Marine Espacial.
Los músculos alienígenas se enfrentaron contra el poder de un Adeptus Astartes con Karlaen bloqueando una serie de ataques de garras a una velocidad exagerada con su martillo. Incluso con su gran pericia en combate la velocidad del Líder de Progenie era antinatural, sus garras lograban golpearle en el pecho y las hombreras, dejando largos y profundos surcos. Los golpes de Karlaen casi lograron impactar al líder de la Progenie en varias ocasiones, pero en todas ellas este lograba evitarlas en el último instante. El ser saltó desde una estatua derruida hasta una pila de escombros, lanzando golpeas lacerantes contra Karlaen mientras ambos combatían en aquella plaza en ruinas. Con cada uno de sus viciosos impactos, el líder de progenie estaba agotando al Ángel Sangriento.
Un segundo fallo en su defensa fue todo lo que necesitó. Karlaen se lanzó en un contraataque feroz mientras el Líder se escabullía de vuelta a la estatua de Psyanna. Karlaen vio como su martillo golpeaba la pierna cubierta de arañazos blancos de la estatua demasiado tarde y, aunque intentó esquivarla, la estatua se derrumbó sobre él. Atrapado bajo los masivos brazos extendidos de Psyanna, Karlaen pudo observar como el Engendro de Cryptus avanzaba hacia él.
Muerte desde el cielo[]
Karlaen pudo ver su reflejo en los relucientes ojos rojos del Líder de Progenie: una expresión de desafío mezclado con ira por haber sido superado de aquella forma. Entonces percibió algo más. Más allá de aquella bestia, arriba en los cielos que ahora empezaban a llenarse con los primeros rayos del amanecer, pudo observar como unas figuras oscuras descendían desde lo alto. Al principio pensó que serían más esporas, marcando el inicio de un nuevo ataque Tiránido. Después empezaron a adoptar la forma de Cápsulas de Desembarco oscuras, junto a guerreros con alas de fuego. Finalmente Karlaen pudo verlos como lo que en verdad eran: la Compañía de la Muerte.
Como si pudiera leer los pensamientos del Capitán, el Líder de Progenie se giró para observar como descendía la Compañía de la Muerte desde los cielos. Con un movimiento rápido, la criatura lanzó una de sus garras contra el pecho de Karlaen, mientras este gruñía preso del repentino dolor. Aunque no le mató; en vez de eso, alargó su lengua para lamer la sangre que recorría sus garras, antes de desvanecerse en la oscuridad previa al amanecer.
Los Genestealers se estaban lanzando en masa sobre la escuadra Alphaeus, provocando un desesperado cuerpo a cuerpo en la plaza. Los salvajes siseos y gritos alienígenas fueron acallados por el estruendo de los bólteres y el aullido de las espada-sierras. Como una tormenta de color negro, la Compañía de la Muerte se sumó a la refriega, la brutalidad de los Genestealers palidecía ante la furia de los Ángeles Sangrientos. Los dientes de adamantium desgarraron la quitina formando charcos de entrañas púrpuras mientras los puños de combate y los martillos trueno decidían a los alienígenas a masas informes.
El Hermano-Sargento Raphen lideraba a la Compañía de la Muerte, con el rostro distorsionado por culpa de la Rabia Negra, que llenaba su mente con la sagrada ira del Primarca. Raphen no daba órdenes, pues estas no eran necesarias, aunque sus hermanos luchaban y formaban a la par. Parte de la mente de Raphen se aferraba a que sus hermanos revestidos en armaduras negras y él luchaban por la absolución, aunque dicha parte estaba ahogada en recuerdos de casi diez milenios de antigüedad.
La fuerza del Imperio[]
La Compañía de la Muerte se dedicó a masacrar a los Tiránidos que rodeaban la plaza, lanzando sus ataques con una furia indiscriminada. Un segundo antes, los Ángeles Sangrientos estaban llevando a cabo su última resistencia, cercados alrededor de un monumento al Emperador. Ahora eran los Tiránidos los que estaban retrocediendo, con la Compañía de la Muerte presionando más y más hacia el palacio, aplastando a los Genestealers que huían y las chimeneas de esporas que se encontraban por el camino entre las ruinas cercanas.
El Hermano-Sargento Raphen se elevó por encima de las ruinas con su propulsor de salto, oteando los alrededores. A sus ojos, los restos destrozados del palacio tenían una disposición distinta, así como la luz del día, ya que para él aquel entorno no era otro que la Puerta del Emperador, en Terra. Saliendo de entre los escombros, los Marines Espaciales Traidores empezaban a materializarse, sus serpentinos movimientos y sus siseos húmedos no arrancaban dicha imagen de la mente de Raphen. Gruñendo un desafío en nombre del Emperador, el Hermano-Sargento se lanzó al ataque. Entonces surgió un bramido que resonó por toda la plaza y una inmensa bestia del tamaño de un Rhino se abrió paso de entre los escombros arrasandolo todo.
Apuntando su masivo bio-cañón contra los mimebros de la Compañía de la Muerte más cercanos, la gigantesca bestia disparó una ráfaga de munición viviente. El horrendo proyectil estalló en una maraña de zarcillos constrictores plagados de espinas que apresaron a los Marines Espaciales, enganchándoles al suelo. Uno de los guerreros en armadura negra se abalanzó a por la bestia, con la espadasierra en alto con las dos manos; sin embargo, el aire alrededor de la mandíbula de la bestia empezó a brillar y el sonido grave de plasma en ebullición empezó a percibirse. Con un destello cegador de fluídos supercalientes, el Marine Espacial se desvaneció antes de descargar golpe alguno, incinerado antes de llegar a su objetivo.
Los Exterminadores se pusieron en formación, listos para afrontar a la carga de la criatura pero entonces otro combatiente se unió a la pelea. El Dreadnought de la Compañía de la Muerte, Cassor, salió de entre las ruinas, aplastando a su paso escombros y cadáveres xenos con suma facilidad. El Cárnifex se giró para hacer frente al recien llegado, dejando escapar un grito inhumano antes de avanzar a la carrera por la plaza. Karlaen observó como luchaban entre los escombros, máquina contra bestia, con las inmensas garras de la criatura clavándose en el blindaje del Dreadnought mientras este empalaba al monstruo con sus chisporroteantes cuchillas sangrientas. Entonces, el Cárnifex atravesó con una de sus garras al Dreadnought, clavándolo en el suelo para, posteriormente, ir abriendo poco a poco la mandíbula, con el fulgor del plasma hirviente brillando en su interior. Sin embargo, antes de que el monstruo pudiera lanzar su bilis, el Dreadnought alzó su rifle de fusión montado en el puño y, con un silbido sordo, la parte posterior de la cabeza de la bestia se evaporó en una nube de humo de fluidos desintegrados.
Con la muerte del Cárnifex, el combate cesó al poco. Los supervivientes de la Compañía de la Muerte, cubiertos de entrañas, habían despejado la plaza y ahora se dirigían al interior de las ruinas del palacio. Cassor, liberado de la presa de la bestia, marchó tras ellos, con los pesados pasos de la máquina fracturando las losas de la plaza. Karlaen logró liberarse, se puso de pie e hizo balance de la situación. Varios hermanos de batalla habían sido asesinados y varios más estaban severamente heridos. Sin embargo, el trabajo de Karlaen no había acabado y se estaba quedando sin tiempo muy deprisa. La Mente Enjambre lanzaría a sus enjambres contra la fuerza de combate Deathstorm a no mucho tardar, y ni siquiera la Compañía de la Muerte podría salvarles de la destrucción. Si iba a localizar al Gobernador Flax y hacer que las muertes de sus hermanos no hubieran sido en vano, debía darse prisa.
Laberintos de sombras[]
Empleando la información obtenida de la cabeza del servidor, el Capitán Karlaen se adentró en las ruinas del palacio del Gobernador para hallar la entrada a la subciudad. A su lado marchaban los supervivientes de la escuadra Alphaeus, reforzados por los remanentes de otras escuadras de Exterminadores que habían logrado atravesar las ruinas.
Mientras avanzaban por aquel lugar, los Exterminadores pudieron apreciar el trabajo de la Compañía de la Muerte; cadáveres alienígenas descuartizados recientemente yacían sobre el polvo y los escombros. Adentrándose en la Cámara del Tribunal de nuevo, el Capitán se colocó cara a cara con el Hermano-Sargento Raphen y el Dreadnought de la Compañía de la Muerte, Cassor. Los miembros de la Compñía de la Muerte supervivientes estaban arrodillados ante los humanos y Tiránidos muertos, con sus armaduras chorreando las vísceras alienígenas que les salpicaban. Por un instante, Karlaen cruzó la mirada con Raphen, viendo como la rabia y la locura se entremezclaban tras los azulados ojos del Sargento.
A través de aquella bruma de locura, el Sargento reconoció al Capitán Exterminador, aunque no sabía de donde. Quizás hubieran luchado juntos sobre los muros del Palacio del Emperador o, tal vez, estaban a punto de prepararse para asaltar la barcaza de combate del Architraidor. En cualquier caso, cuando el Capitán le ordenó liderar el avance en la guarida de sus enemigos, Raphen ni siquiera dudó. El Capitán activó el cripto-cierre oculto en el centro de la cámara y una sección del suelo se abrió hacia arriba, provocando una breve avalancha de cuerpos desmembrados. Con las armas en ristre, la fuerza de combate se adentró en la oscuridad de las profundidades.
Durante casi una hora, los Ángeles Sangrientos caminaron a través de la subciudad: una masa de ruinas, canales y túneles, goteando todas ellas con las aguas de la superficie. De vez en cuando se encontraban con una puerta blindada de plastiacero cubierta de torretas con cañones automáticos autónomos. En cada una de ellas, Karlaen sostuvo la cabeza cercenada del servidor, usando aquella cabeza que hablaba en susurros binarios con los espíritus máquina de los portones para que les permitieran pasar. Finalmente, los Ángeles Sangrientos avanzaron a través de una gran sala que controlaba las presiones interiores y exteriores, con su puerta blindada dentada apartándose para revelar la fortaleza subterránea del Gobernador Planetario Flax.
Tras atravesar la penumbra de la sub-ciudad, le llevó un instante a los sentidos automatizados de Karlaen adaptarse al esplendor gótico que se alzaba ante él. En el exterior, la ciudad era una ruina empapada cubierta de densas nubes de esporas e infestada de Tiránidos, pero en aquel lugar no había rastro alguno de alienígenas. Las enormes estructuras se alzaban el línea, vacías en aquellas calles resquebrajadas, mientras en lo alto un resplandor iluminaba las ruinas subterráneas como si el dorado sol de Terra se alzara sobre ellas. Karlaen dejó de perderse entre la opulencia de aquella pequeña ciudad en decadencia y se centró en encontrar a Augustus Flax.
Los hijos perdidos de Cryptus[]
Los Ángeles Sangrientos se abrieron paso a través de aquel aire viciado, sus bólteres realizaban escaneos constantes en busca de objetivos, con sus sentidos alerta ante cualquier peligro. Entonces Karlaen percibió el susurro de una música lejana flotando en el aire, una melodía inquietante que ensalzaba la gloria de la Dinastía Flaxiana. Siguiendo aquel sonido, el Capitán se encontró frente a un inmenso jardín central salpicado de flores alienígenas. En el centro de dicho jardín, rodeado de servidores de tonos pálidos de porcelana, un anciano se recostaba sobre un diván flotante cubierto de sedas y cojines. Karlaen dijo a sus tropas que mantuvieran la posición, llevando consigo solo al Hermano-Sargento Alphaeus. Después avanzaron hacia el Gobernador Planetario Augustus Flax.
Fue solo cuando Karlaen llegó ante Flax que se dio cuenta de que no se hallaba en un jardín, sino en los restos de un decadente festejo. Hombres y mujeres de alta alcurnia yacían inconscientes por doquier sobre la hierba, con botellas de extraños licores e incensarios de colores oscuros tirados a su alrededor. A medida que el gigante de cabellos dorados se cernía sobre él, los ojos de Flax se dirigieron poco a poco hacia Karlaen. Se reflejó en ellos un fugaz destello de terror, ahuyentado rápidamente por otras emociones. El Ángel Sangriento no perdió el tiempo y, sin protocolo alguno hacia Flax, le solicitó que le acompañara, a sus hermanos ya él, hacia la plaza y de ahí hacia la flota de evacuación. El Gobernador sacudió su cabeza y suspiró. Él no podía escapar de aquel lugar, pues la bestia le había arrebatado su libertad y no renunciaría jamás a su premio. Y así fue como el sórdido relato del Engendro de Cryptus salió a la luz.
Hacía ya muchas décadas, los padres de Flax viajaron a Satys en una misión para pactar acuerdos comerciales y, cuando volvieron, su madre trajo consigo a un niño, diciendo que era el hermano de Augustus. Tristemente, no era como ningún niño que el Gobernador hubiera visto con anterioridad, y aunque sus padres parecía que no veían aquel horror, Flax sí podía. Durante décadas, aquel crío monstruoso estuvo escondido bajo el palacio; los rumores se extendieron entre los servidores del palacio, todos acerca de criminales y disidentes que se adentraban en las catacumbas y jamás regresaban. El día que el padre del Gobernador Flax murió y al fin Augustus se hizo con el control de Asphodex, el recien nombrado Gobernador descendió a la sub-ciudad para acabar con su hermano, pero descubrió que este se había ido, desvaneciéndose en la sub-ciudad de Phodia. Así nació el Engendro de Cryptus.
A medida que el relato llegaba a su conclusión, Flax les contó que su "hermano" no había acabado con él tan solo para poder verle sufrir y, que si intentaba escapar, estaría condenado. Rodeando al anciano, la fuerza de combate se preparó para partir. En ese instante, los servidores automáticos empezaron a emitir una cacofonía de advertencias. Sus impasivas caras de tonos perla avisaban de una brecha de seguridad: "Compuerta Epsilon, abierta. Compuerta Gamma, abierta. Red de defensa occidental, desconectada". Y entonces todas las luces se apagaron.
El retorno de la pesadilla[]
Karlaen activó las lentes termales de su ojo biónico, viendo como la oscuridad se plagaba de imágenes brillantes. Más allá del cálido resplandor de los nobles y los Ángeles Sangrientos, el Capitán pudo observar formas fría de múltiples miembros atravesando las calles del distrito. Karlaen dio una serie de rápidas órdenes a sus hermanos: la Compañía de la Muerte mantendría a la progenie de Genestealers a raya mientras los Exterminadores volvían a la plaza por el tunel, acompañados de Flax. En la oscuridad, bajo el cielo oculto por la ciudad superior, la Compañía de la Muerte se lanzó a la carga para enfrentarse a los invasores. Estaban ansiosos por dar uso a sus espadas una vez más y su implacable furia daría tiempo a Karlaen y su escuadra para retirarse y cumplir al fin su misión.
Raphen se sumergió en una maraña de edificios imperiales, con su chisporroteante martillo trueno preparado para atacar. Cada Genestealer exterminado por la Compañía de la Muerte era uno menos que podría llegar hasta los Exterminadores e interrumpir su ruta hacia la superficie. Pese a todo, algunas de aquellas criaturas lograban atravesar la línea de Marines Espaciales de armaduras negras y, al poco, los gritos de muerte de los nobles se sumaron al estruendo de la batalla. Los destellos de las luces de sus armaduras danzaban salvajemente a medida que iban atravesando los edificios en ruinas; los Exterminadores se retiraban hacia la puerta por la que habían llegado, con Flax protegido por ellos. Cuando algún Genestealer se ponía a tiro, estruendosas descargas de fuego de bólter de asalto se encargaban de mantenerlo a raya. Poco a poco, los Exterminadores se retiraron, decididos a llevar al Gobernador hasta Córbulo.
Las enormes esclusas del alcantarillado de la ciudad superior se abrieron, liberando a más alienígenas invasores junto a un torrente de agua contra la batalla que tenía lugar abajo. Cascadas de agua de lluvia ennegrecida se estrellaron contra las partes inferiores a medida que la luz del día iluminaba aquel jardín cubierto de sangre. En medio de aquel aguacero, una inmensa bestia de asedio, con su cabeza cubierta con carne descolorida donde antes hubiera una temible herida, avanzó contra las filas de la Compañía de la Muerte. Por los bordes de las ruinas emergieron Guerreros Tiránidos, con sus relucientes espadas reflejando la luz.
El Dreadnought, Cassor, contuvo a la bestia de mayor tamaño, mientras sus puños plagados de cuchillas pulverizaban a cualquier xeno que se aproximara. Una vez más, el Dreadnought y el Cárnifex se enzarzaron en un combate a muerte, con sus puños con cuchillas enfrentándose a poderosas garras afiladas.
Viendo como un Genestealer lograba traspasar las línas de la Compañía de la Muerte, Karlaen ordenó a Alphaeus y a Flax que siguieran hacia la puerta mientras el Capitán se lanzaba a bloquear el paso al alienígena. Las ráfagas de bólter recorrieron las oscuras calles mientras la bestia se escabullía, acercándose con una velocidad pasmosa. Momentos antes de que la criatura pudiera golpearle, uno de los proyectiles de Karlaen le impactó, liberando un reguero de sangre. Fue en aquel momento que el Engendro de Cryptus descendió sobre Flax y la escuadra Alphaeus. Karlaen pudo girarse justo en el instante en el que el líder de la progenie lanzaba al Hermano-Sargento a un lado y se llevaba al Gobernador mientras este gritaba desesperado. El Capitán cargó contra la puerta mientras el Engendro de Cryptus se desvanecía en su interior, siguiendo al xenos hacia la oscuridad antes de que esta se cerrara tras él.
Una sangrienta retribución[]
No era coincidencia que Karlaen hubiera sido elegido para liderar la misión para rescatar a Augustus Flax. Mientras que el Comandante Dante había decidido mantener a la mayor parte de las fuerzas de la 1ª Compañía en reserva como refuerzo para el aterrizaje de los Ángeles Sangrientos, había sido el Gran Sacerdote Sanguinario Córbulo quien había sugerido que las escuadras enviadas a encontrar al Gobernador estuvieran lideradas por el Capitán de la 1ª Compañía. El Sacerdote estaba al tanto del genio táctico de Karlaen y su enfoque pragmático hacia la guerra. Sin embargo, fue el historial de Karlaen lo que atrajo la atención de Córbulo. Una vez, hacía ya largo tiempo, el liderazgo de Karlaen había conducido a sus hermanos a una masacre, siendo el Capitán el único superviviente. Dante había perdonado aquel error, pero Córbulo sabía que Karlaen jamás se lo había perdonado a sí mismo.
Esos mismos recuerdos eran los que recorrían los pensamientos de Karlaen mientras avanzaba en solitario por los laberínticos túneles bajo el palacio, con los ensombrecidos cimientos alzándose a su alrededor como si fueran una segunda ciudad, reflejando la que se extendía en la superficie. En algún lugar por delante, el agua que recorría las alcantarillas de Phodia podía escucharse, así como la lluvia que caía en las capas superiores. Apagando las luces de su armadura, el Capitán se dispuso a perseguir a su objetivo tan solo con sus lentes sensoras.
En la periferia de su visión, formas azules fantasmales se movían y danzaban en la oscuridad, brincando de un bloque a otro. Era la prole del líder de la progenie, y estos eran sus dominios. Revisando su bólter de asalto pudo comprobar que le quedaba menos de la mitad del cargador; tendría que usar el arma con moderación. Alzó su martillo trueno, quizás un arma más efectiva incluso a la hora de pulverizar a los Genestealers.
Dos criaturas llegaron a su posición a medida que Karlaen llegaba al primer cierre genético. Escabulléndose en la oscuridad, intentaban efectuar un ataque desde dos frentes a la vez. Con un calculado movimiento, Karlaen golpeó al primero con su martillo, dejando que las garras del otro atraparan su mano libre. En ese instante, mientras los dos Tiránidos estaban sobre él, activó el campo de energía de su martillo mientras lanzaba un golpe contra una pared cercana.
El primer Genestealer explotó formando una lluvia de entrañas abrasadas cuando el campo crepitante se estrelló contra él; el segundo, por su parte, quedó incrustado contra el muro. Centrando su atención en la bestia ahora atrapada, Karlaen rodeó el cuello de la misma con sus dedos reforzados con servos y apretó. Durante un largo instante la criatura se retorció siseando y gruñendo hasta que, con un crujido húmedo, quedó inerte. Lanzando sus restos al suelo, el Capitán Ángel Sangriento abrió las puertas.
La Prole de Cryptus atacó a Karlaen muchas más veces a medida que este se abría paso entre las ruinas. En cada ocasión llegaban en grupos de dos o tres, abalanzandose desde la oscuridad o saltando desde posiciones elevadas. En todas las ocasiones, los sensores de Karlaen le permitieron trazar sus movimientos y preparar su martillo. A pesar de eso, las constantes emboscadas xenos estaban debilitándole. La sangre fluía por más de media docena de cortes en su armadura y Karlaen podía sentir como la Sed Roja se agitaba en su interior. Su ira y su rabia estaban subiendo a la superficie de su ser. Centrándose, el Capitán Ángel Sangriento canalizó sus emociones en encontrar al líder de la progenie, y descuartizarlo en pedazos.
Igual que había pasado con la ciudad superior, las calles inferiores estaban sucumbiendo poco a poco a la influencia de los alienígenas invasores. Túneles de alcantarillado que antes transportaban agua de lluvia proveniente de las calles de arriba estaban ahora plagadas de extrañas ramificaciones cubiertas de púas y en sus aguas se retorcían criaturas apenas visibles. Los decrépitos edificios que un día formaron los cimientos de aquella ciudad estaban plagados de crecimientos de naturaleza xenos. Estos eran conocidos como arterias de alimentación de la Flota Enjambre, excavadas en lo profundo de la tierra para alimentarse de la sangre misma de Asphodex.
En más de una ocasión, los enjambres de Devoradores brotaban de entre los escombros para alimentarse del rastro de muerte que Karlaen dejaba a su paso; pero quedaban rápidamente disuadidos gracias al poder de su martillo y sus pesadas botas de ceramita blindada. Finalmente, Karlaen llegó a un cruce de caminos entre dos enormes edificios. En aquel lugar se encontraban cuatro puentes que atravesaban un abismo en la oscuridad; arriba descansaban los restos en ruinas del palacio y a sus pies, el rugido atronador de las alcantarillas de Phodia. De pie cerca de donde aquellos puentes se interconectaban, el Engendro de Cryptus se alzaba sobre un inconsciente Augustus Flax, acariciando los enmarañados y ensangrentados pelos del anciano con sus garras. Karlaen pudo ver como otras formas se acercaban, acechantes, de entre las ruinas de los alrededores, así como saliendo de debajo de los puentes: más hijos de Cryptus. Si disparaba al Líder de Progenie, Karlaen se arriesgaba a destruir la plataforma sobre la que los puentes se interconectaban, así como a perder al Gobernador Planetario lanzándolo al vacío, así que avanzó lentamente hacia él, con el martillo preparado.
Mientras caminaba hacia la interconexión de puentes, el líder de la progenie lanzó una mirada en su dirección y desató un brutal ataque telepático, aunque esta vez Karlaen estaba listo para afrontarlo. A pesar de sus heridas, su determinación no había disminuido ni un ápice, y el Ángel Sangriento combatió contra aquellos susurros alienígenas. Fijó sus ojos en los de la bestia y esta en los suyos, intentando adentrarse en su mente. Todo esto paso en el tiempo de media docena de segundos y, tan pronto como el asalto psíquico falló, la progenie de Genestealers se lanzó a despedazar a Karlaen.
El Ángel Sangriento luchó con furia desmedida, dejando que su furia fluyera hacia sus enemigos pero intentando mantener la Sed Roja a raya. Los Genestealers saltaban desde el puente solo para ser aplastados por el poderoso martillo trueno del Capitán; sus cuerpos marchitos caían dando tumbos en la oscuridad. Dos Genestealers brotaron de los laterales del puente, uno cayendo ante su martillo y el otro partido en dos por su atronador bólter de asalto. El arma rechinó al quedar vacío su cargador mientras la criatura cayó violentamente contra las aguas de debajo. Debajo tras de sí el cuerpo del inconsciente Flax, el líder de la progenie saltó al frente para enfrentarse al Capitán sobre el puente.
Martillo contra garras[]
El Marine Espacial y el Tiránido combatieron, martillo contra garra. Karlaen luchó como un juggernaut blindado. Mientras, el líder de la progenie esquivaba sus golpes de martillo pero siendo incapaz de quebrar las armadura del Marine. Restringido a estrechos los límites del puente, Karlaen apenas tenía espacio para lanzar golpes adecuados o propinarle a la criatura un golpe mortal. Al poco, hombre y bestia se enzarzaron, los dos brazos de Karlaen contra los cuatro del Engendro, tratando desesperadamente de mantener a aquella criatura a raya. Con horrendos propósitos, la terrorífica fuerza del Tiránido forzó al Ángel Sangriento a postrarse de rodillas.
Karlaen apretó los dientes y gruño al líder de la progenie a la cara. A los pocos centímetros, los destellantes ojos carmesíes de la criatura no reflejaban nada de lo que pudiera pasar por su cerebro alienígena, y con dolorosa lentitud, el Engendro abrió sus fauces. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, Karlaen se deshizo del agarre, ignorando aquellas temibles garras enemigas, mientras estampaba el bólter de asalto vacío contra la mandíbula abierta de la bestia con un gancho. Aquel momento de destracción rompió el agarre que ejercía la criatura, lo que permitió a Karlaen empujarla, alzando su martillo de nuevo. Esta vez lanzó un golpe, no contra la criatura, sino contra el puente bajo sus garras.
Formando una lluvia de metales retorcidos, el martillo trueno desintegró aquella parte del paso elevado y, con un chirrido de metal torturado, una gran sección del puente se vino abajo, enviando al Líder de Progenie dando tumbos hacia la oscuridad. Fue una caída silenciosa, con sus extremidades intentando agarrarse a la nada. Al final de la caida giró su cabeza para mirar directamente a los ojos de Karlaen, antes de desvanecerse entre las torrenciales aguas. Durante un instante el Marine Espacial se quedó quieto, sus corazones martilleaban en su pecho, y la sangre recorría su armadura. Al poco, rodeó el hueco dejado en el puente, acercándose al inconsciente cuerpo de Flax y echándoselo al hombro.
Última defensa en la cámara del tribunal[]
El Capitán Karlaen surgió de entre las ruinas del palacio y ante él se extendió la visión de una carnicería. Las llamas se extendían por toda la ciudad, llenando las torres en ruinas con su fuego y sus ardientes nubes de humo asfixiante. Los organismos Tiránidos siseaban y chillaban cuando eran consumidos por las brasas, huyendo ante el infierno que se aproximaba. En la distancia, Karlaen pudo observar las nubes de humo con aspecto de setas se elevaban mientras grupos de fulgores destellaban tanto en lo alto, como en tierra. El Capitán no necesitaba escuchar su comunicador para saber lo que estaba pasando: la flota de los Ángeles Sangrientos había comenzado el bombardeo pre-eliminar de Phodia y en breve desembarcarían las fuerzas de Dante.
Sin tropas o sistemas automáticos que lo impidieran, los fuegos provocados por la artillería estaban fuera de control por toda aquella ciudad devastada, incinerando a los defensores imperiales y a los xenos por igual.
Protegiendo a Flax de las llamas, Karlaen trazó una ruta hacia la Plaza del Ascenso del Emperador. Los Tiránidos salían a borbotones de todos los ruinosos edificios en llamas, y aquellos que se acercaron demasiado o intentaban interponerse en el camino de Karlaen pronto debían afrontar el poder de su martillo. Hasta el momento los enjambres Tiránidos estaban descoordinados, aunque aquello no duraría. La Mente Enjambre ejercería pronto su control sobre los enjambres, y entonces el verdadero ataque tendría lugar.
Para cuando Karlaen alcanzó la plaza pudo ver a progenies de Gantes y Gárgolas rodeando las humaredas pero de sus hermanos no había rastro alguno. Tras esconder a Flax bajo la estatua caída del Emperador, Karlaen buscó alguna señal del Adeptus Astartes. Buscando desde un lugar elevado, encontró el canal que necesitaba y a través de un incesante crepitar de estática envió los datos de su posición. Pasaron unos instantes llenos de tensión hasta que una respuesta llegó indicando que debía mantener la posición hasta que se pusieran en marcha el plan de extracción. Rastreando el mar de humo, Karlaen oteó las humaredas en busca de enemigos. Tras el gris velo de las nubes surgieron oscuras formas en movimiento, las grandes caminando sin problemas tras las criaturas más pequeñas.
Entonces, saliendo de entre aquella neblina, un solitario Genestealer se materializó, lanzándose a por el Capitán. Su bólter de asalto todavía estaba vacío, por lo que Karlaen alzó su martillo y descargó un golpe brutal que convirtió a la criatura en una masa sanguinolenta. Entonces vió a otras formas con múltiples brazos adentrándose en la plaza en un número cada vez mayor. No pasaría mucho antes de que aquellos Tiránidos pasaran de ser unos pocos a una oleada imparable de colmillos y garras.
Pasaron largos y sangrientos minutos hasta que al final Karlaen acabó rodeado de cadáveres Tiránidos. El humo se había hecho más espeso, impidiendo ver más allá de unas pocas decenas de metros. Los que antes hubiera sido una zona pobremente iluminada por los rayos del sol pasó a ser una zona de penumbra intensa, casi oscurecida por completo. El cansancio acumulado por la batalla traía consigo un peligro adicional, pues Karlaen podía sentir como la rabia que tanto se había esforzado por reprimir intentaba liberarse de nuevo. A pesar del dolor de las heridas y de las espesas nubes de humo que recorrían la plaza, Karlaen observó como sus enemigos se agrupaban de nuevo. De entre los cúmulos de humo y las chisporroteantes áscuas una maligna figura emergió; Karlaen observó con sombría resignación como el Engendro de Cryptus se ponía a la vista.
Incluso a pesar de que su caparazón estaba quebrado y cubierto de suciedad, se movía con fluidez y con una fuerza temible. A su lado, una progenie de Genestealers rugió, rodeando lentamente al Capitán. Karlaen alzó su martillo y se preparó para el combate final. De repente, las llamas envolvieron a los Genestealers de la retaguardia mientras el estruendo del fuego bólter llenó el aire. Como dioses vengadores, la escuadra Zachreal emergió de entre las ruinas del palacio, disparando contra el enjambre. Al frente estaba Cassor, con su armadura cubierta de arañazos y raspones. Desde lo alto, las turbinas aullaron cuando Raphen y los supervivientes de la Compañía de la Muerte descendieron con alas de fuego. Pese a todo, los Ángeles Sangrientos eran solo un puñado frente a una horda Tiránida, que crecía a cada segundo que pasaba.
De la ciudad circundante surgieron horrores que se adentraron en la plaza mientras que los Ángeles Sangrientos les combatían en un frente irregular alrededor de la estatua caída del Ascenso del Emperador. En medio de toda aquella confusión, Karlaen buscó al líder de la progenie, gritándo desafíos mientras se abría paso por el enjambre. Alzándose sobre las ruinas, el líder de la progenie respondió a su llamada, atacando a Karlaen tanto física como mentalmente, con una furia mucho mayor que la mostrada en ninguno de sus anteriores encuentros.
A los pocos segundos el Ángel Sangriento ya estaba retrocediendo, mientras que su armadura Exterminador apenas podía resistir los golpes del líder de la Progenie.
Todos los esfuerzos de Karlaen se centraban en defenderse de las garras de la criatura y mantenerle lejos de su mente, a pesar de que el control de sus propias emociones empezaba a flaquearle. La Sed Roja brotó en Karlaen y la ira y el odio salieron a la superficie. Con un grito de combate incoherente, el Capitán dejó a un lado la razón y permitió que la rabia hiciera presa de él.
El golpe final[]
El Ángel Sangriento y el Líder de Progenie se golpearon entre ellos, la furia desenfrenada de la criatura enfrentándose al odio irracional del Capitán. La armadura de Karlaen estaba quebrada en decenas de sitios pero a este no parecía importarle, golpeando al Tiránido con su martillo y sus puños.
Sin ser vistos por el Capitán, la mayoría de miembros de la Compañía de la Muerte dieron sus vidas para acabar con los xenos mientras que el resto de su escuadra aguantaba a duras penas contra oleadas infinitas de Tiránidos. Raphen solo veía filas interminables de frenéticos traidores cargando contra él desde el humo. Gritaba el nombre del Primarca con cada golpe de martillo, tirando a sus enemigos muertos contra los escombros o las pilas de cadáveres que empezaban a amontonarse. En el centro de la plaza, el antiguo sargento echó un vistazo a la caída figura de la estatua del Emperador y lloró como si el Señor de la Humanidad hubiera sido derrotado. Convirtiendo su profunda pena en rabia, Raphen rodeó la estatua junto a sus hermanos, empuñando su furia como un arma más.
Una progenie de enormes Guerreros Tiránidos se lanzó a por ellos; Raphen destrozó la pierna del primero antes de saltar por encima de su cuerpo para atacar al segundo. Mientras su martillo trueno empuñado a dos manos iba reduciendo a aquellos xenos a pulpa sanguinolenta, una lasciva espada ósea rompió su defensa y atravesó sus dos corazones. Durante un segundo Raphen vivió, y antes de que la oscuridad le apresara, el Ángel Sangriento vió lo que en verdad eran sus adversarios, con sus mandíbulas y garras aceradas alienígenas cubiertas de sangre.
En lo alto sobre la pelea, una cañonera Stormraven se abrió paso en la atmósfera, con la ciudad de Phodia en llamas, provocando una visión infernal. A través de los remolinos y tornados que se alzaban hasta las nubes, el piloto pudo ver Arpías y Gárgolas Tiránidas yendo hacia él. Mandando un rápido comunicado a los Exterminadores que combatían abajo, la Stormraven viró su morro hacia el planeta, abriendose paso entre los Tiránidos a tiros.
Mientras tanto la batalla continuaba en tierra. Cassor estaba solo contra enormes bio-bestias que iban brotando de entre las llamas, con sus alrededores plagados de cuerpos muertos de los xenos y sus compañeros de la Compañía de la Muerte.
A pesar de la locura provocada por la Rabia Negra, Cassor vió a Karlaen precipitarse contra el suelo debido a la inmensidad del líder de la progenie. Abriendose paso de forma atronadora por toda la plaza, la máquina de guerra incrustó uno de sus puños rematados en cuchillas en la espalda de aquella criatura, arrojando al ser a un lado debido de a la fuerza del impacto. Sin embargo, en aquel instante de furia, Cassor encontró su final. El Cárnifex, todavía llevando las cicatrices provocadas por sus anteriores encuentros, partió a Cassor desde detrás. Desde el suelo, Karlaen vió como el Dreadnought era destrozado con garras alienígenas. El Capitán, todavía preso de una rabia demente, se puso en pie y, tras no encontrar los restos del líder de la progenie, se lanzó a por el Cárnifex que estaba destrozando a Cassor.
Su primer golpe aturdió a la criatura antes siquiera de que esta pudiera sacar las garras del destrozado Dreadnought, mientras que una serie de sucesivos golpes adicionales redujeron su cabeza a poco más que una papilla palpitante de restos y entrañas sangrientas. Girándose para encontrar nuevas presas, Karlaen vió la sombra de la Stormraven descendiendo desde los cielos a la vez que veía al herido Engendro de Cryptus cojeando hacia las ruinas del palacio. Durante un largo instante Karlaen se quedó mirando a su odiado enemigo, pensando en perseguirle, pero algo le retuvo. No podía salvar al Gobernador Flax y matar al líder de la progenie a la vez. Con ese pensamiento, la Sed Roja se disipó en su interior y el cumplir su deber es todo lo que quedó en su mente.
Tras un último vistazo a aquella maldita criatura, el Capitán se retiró hacia el lugar donde había ocultado a Flax, junto a sus hermanos supervivientes. A su alrededor, un rugiente mar de xenos empezaba a rodearles. A toda prisa subieron al Gobernador a la cañonera que esperaba. Lo último que el Capitán vió antes de que subiera la rampa y la Stormraven se perdiera en los cielos fueron dos ojos rojos que le observaban a través del humo.
Relato Oficial Ángeles Sangrientos: Informe de misión
El Capitán Karlaen descendió por la rampa del Stormraven hacia la plataforma de Puerto Helos, con la niebla que emanaba de sus tuberías arremolinándose alrededor de sus botas de ceramita. Para sorpresa de Karlaen, la figura dorada de su Señor de Capítulo se alzaba ante él, por lo que el reflexivo Capitán se arrodilló.
-Levántese e informe, Capitán -Ordenó Dante, con un tono tan neutro que no mostraba emoción alguna que permitiera saber algo del hombre tras la máscara mortuoria.
Con frases cortas y precisas, Karlaen explicó como transcurrió la misión en la ruinas, así como los servidores del Capítulo se habían llevado al desconcertado Flax a la órbita, donde esta aguardaba. Dante interrumpió al Capitán tan solo una par de veces para preguntar acerca de aquel extraño líder de la progenie. Aun así, Karlaen sabía que había otras preocupaciones rondando los pensamientos de su señor y, aunque quería solicitar permiso para caza a aquella aberración, se mordió la lengua.
-Ha hecho bien, Capitán. Córbulo se alegrará al saber que ha asegurado correctamente su premio -Entonces Dante se mantuvo en silencio, observando la ciudad en llamas que se extendía debajo-. Desearía poder ofreceros un respiro, Capitán, pero le necesito de nuevo.
Karlaen inclinó su cabeza con respeto y respondió: -Contadme, mi señor, y lo que solicitéis será hecho.
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