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=== Los hijos de Fenris (Relato Oficial) ===
 
=== Los hijos de Fenris (Relato Oficial) ===

Revisión del 01:10 6 ago 2017

Icono de esbozo Por orden de su Santísima Majestad, el Dios-Emperador de Terra. La Sagrada Inquisición declara este artículo En Construcción por nuestros escribas. Si encuentra algún problema o falta de devoción por su parte, notifíquelo, un acólito del Ordo Hereticus estará encantado de investigarlo.

Plantilla:MascotaGuillePatrocina

Khorne medio sin fondo

Cerberus el Rebañacráneos, mascota de los Poderes Ruinosos, patrocina este espacio para honrar a sus demoníacos señores. Pulsa sobre él y te introducirá en los misterios del Caos.

¡Sangre para el Dios de la Sangre! ¡Visitas para los artículos del Caos!


PRIMERA PARTE - LA MALDICION DE LOS WULFEN

La Maldición de los Wulfen

Prólogo: La Saga de los Perdidos

"Bajo un cielo lascivo que se había rendido a la locura, sobre los campos rotos, los engendros del Caos crujían entre las mandíbulas de los Lobos de la Muerte, y los Perdidos fueron encontrados una vez más."
Extracto de la Saga de los Perdidos.


La Saga de los Perdidos

Habían pasado diez mil años desde que Prospero ardió. Diez milenios de guerra y oscuridad, durante los cuales mucho fue olvidado, y mucho fue eliminado de los registros. Aunque todavía hay muchos que conocen la verdad de lo que sucedió ese terrible día, cuando los Mil Hijos sintieron la ira del Emperador por sus transgresiones en la hechicería.

Algunos sostienen que las buenas intenciones guiaron a los Mil Hijos al camino de la perdición. Otros aseguran que la XV Legión estaba formada por hechiceros que, mancillados por el Caos, tuvieron bien merecida su suerte. Sea cual sea la verdad, los hechiceros de Prospero fueron juzgados por deseo del Emperador, y la sentencia llevada a cabo por el poder conjunto de los Lobos Espaciales.

Como fieros cometas, los Lobos Espaciales cayeron sobre la ciudad capital de Prospero, Tizca. Centenares de cápsulas de desembarco tiñeron de negro, con sus estelas humeantes, el cielo azul: los Mil Hijos desplegaron hechizos prohibidos, en un afán desesperado por sobrevivir, y extendieron la destrucción entre las filas de los Lobos Espaciales pero, aunque la XV Legión luchó con toda su fuerza y engaños, no pudieron hacer frente al salvajismo fenrisiano.

Los Lobos Espaciales desgarraron las lineas de batalla Prosperinas, una tras otra. Su vanguardia era encabezada a la carga por los feroces guerreros de la Decimotercera Gran Compañía: éstos eran la estirpe del Wulfen, los más salvajes y feroces de una ya de por sí salvaje Legión de Marines Espaciales. Los hijos de Prospero caían a docenas ante los rugientes bolteres y chirriantes espadas-sierra de la Decimotercera Compañía, hasta que pareció que no habría ninguna esperanza para su supervivencia.

Pero la Legión invasora de Leman Russ vería desvanecerse su victoria final a causa del Primarca de los Mil Hijos, Magnus el Rojo: bajo su magia, los supervivientes de entre los Mil Hijos escaparon al juicio, huyendo al Ojo del Terror a través de un centelleante portal, y jurando venganza sobre aquellos que alguna vez fueron llamados sus hermanos.

La caza de los Lobos Espaciales había terminado. Prospero había sido arrasado, la fuerza de los Mil Hijos destruida y sus supervivientes habían huido. Con una guerra civil total bullendo a través del Imperio, Leman Russ consideró que la fuerza de su Legión sería necesaria en otros lugares. Sin embargo, no todos los hijos del Rey Lobo acataron su decisión, pues la Decimotercera Compañía persiguió a los Mil Hijos a través de su portal, intentando terminar la cacería. Algunos dicen que lo hicieron siguiendo una orden secreta de su Primarca, otros aseguran que la locura se adueñó de la estirpe del Wulfen aquel día, y desoyeron la orden y las palabras del Rey Lobo. Sea cual sea la verdad, la Decimotercera Compañía persiguió a su presa a las profundidades de la locura torbellinesca del Ojo del Terror, y entonces desaparecieron de la galaxia.

Y no se les ha visto desde entonces...

Los hermanos perdidos

Ojo del Terror

Sobre el Mundo Colmena de Nurades, Harald Deathwolf y su Gran Compañía luchaban contra una gran horda de Demonios que había surgido de una infernal grieta disforme. En su lucha final contra las criaturas del Caos en las regiones septentrionales del planeta, los Lobos de la Muerte fueron sobrepasados en número. Apoyándose espalda contra espalda, combatiendo hasta la extenuación, se preparaban para abrazar la muerte, con el bolter y la espada sierra en sus manos. Entonces la salvación llegó.

Mientras Harald preparaba a su Caballería de Lobos de Trueno para una última y gloriosa carga, se le erizaron los vellos de la nuca. Observó cómo, a su alrededor, aparecían unas enormes figuras atravesando la Horda Demoníaca. Desangradores, Portadores de Plaga, Diablillas y Horrores por igual no pudieron hacer frente al salvajismo de éstos guerreros. Los Lobos de la Muerte elevaron al cielo su aullido y gritos de guerra mientras se preparaban para ayudar a éstos misteriosos salvadores... y, para su asombro, fueron respondidos por éstos. Mientras la batalla se recrudecía, el verdadero rostro de los aliados de los Lobos Espaciales quedó revelado. Eran enormes y bestiales terrores, bañados en sangre, demasiado monstruosos para ser contemplados. Pero su inconfundible y ajada armadura gris de combate y las marcas distintivas de la Hélice Canis eran pruebas suficientes. Éstos guerreros eran Lobos Espaciales.

Cuando la batalla concluyó, Harald ordenó que se custodiase a los recién llegados y se les llevase a salvo a la Fortaleza-Monasterio de El Colmillo en Fenris. Allí quedó claro que, para bien o para mal, la Decimotercera Gran Compañía había regresado...

Capítulo 1: Ecos de perdición

Horror en Nurades

Horror en Nurades

La Tormenta Disforme que engulló al asolado mundo colmena de Nurades lo hizo con una furia terrible. Su llegada fue imprevista, no fue anticipada por oscuros portentos o perturbaciones empíricas como en otras ocasiones. En un momento, la vida del planeta cambió de desarrollarse como siempre lo había hecho a ver cómo los cielos planetarios se iluminaban con llamas caleidoscópicas, mientras las leyes de la naturaleza eran alteradas sin remisión.

Las mutaciones y una insanidad caníbal se propagaron por la población, miles de millones de personas, hasta que todas las ciudades colmena cayeron, presas de los gritos y las balas de una rebelión herética. La corteza del planeta convulsionó cuando retorcidas espirales de hueso se abrieron paso desde las profundidades. Ardientes cráneos llovían desde los cielos, y allá donde golpeaban, hordas de farfullantes Demonios se derramaban para atacar las asediadas fuerzas de defensa planetarias. Viendo cómo se avecinaba la condenación de su mundo, el Gobernador Planetario de Nurades hizo que sus Astrópatas enviasen un desesperado grito de socorro. No quedó sin respuesta.

Pasaron las semanas, y la perdición del planeta parecía certera. Justo cuando los últimos flecos de esperanza se estaban quemando, el Mar de Estrellas se abrió para la llegada de los Lobos de la Muerte, la Gran Compañía del Señor Harald Deathwolf. Las naves de guerra de los Lobos Espaciales golpearon a través de las tormentas de fuego en la atmósfera a una velocidad abrasadora, con los guerreros de a bordo hambrientos por obtener gloria y rescatar a los habitantes de Nurades de su fatal destino. Las cañoneras y las cápsulas de desembarco aterrizaron en la superficie del planeta, sus cascos blasonados con el emblema y la heráldica del Señor Deathwolf, la Mandíbula Feroz. Desde el interior de éstas naves, los Lobos Espaciales comenzaron su cacería.

Montado sobre su enorme Lobo de Trueno, Diente de Hielo, el Señor Lobo lideró raudos ataques relámpago, uno tras otro, para reclamar el planeta mancillado. A los pies de la monolítica Colmena Predomitus, la imparable carga de la Caballería Lobo de Trueno de Harald destrozó la línea de batalla demoníaca y - tras una costosa y salvaje batalla - envió finalmente de vuelta a la Disformidad a una gran cohorte de Demonios sanguinarios. Y entre el martilleo repiqueteante del subsuelo del Industrium, los Lobos de Trueno mantuvieron una guerra de escaramuzas contra la masiva caballería demoníaca del Heraldo de Tzeentch Slithertwyst: emergieron de las infernales instalaciones laberínticas ensangrentados pero victoriosos, antes de lanzarse a romper el asedio de la Colmena Genos y rescatar al Gobernador Planetario. Aunque transcurrieron largas semanas de guerra infernal, los Lobos de la Muerte permanecieron confiados y templados, permitiendo que su amplia experiencia militar y su intuición de cazadores mantuviesen a sus enemigos en inferioridad.

Con la extinción de los fuegos disformes en los cielos, los Lobos de la Muerte avanzaron hacia los dominios polares del Norte. Allí, un último enclave de Demonios había reclamado para sí una cadena de fortificaciones abandonadas, que los habitantes de Nurades tenían por malditas y encantadas según los antiguos rumores. Si algo son los fenrisianos es supersticiosos, pero tras la refriega de las semanas anteriores haría falta algo más que una antigua leyenda local para echarles atrás en su cometido. Aún así, avanzaron con cautela hacia ésta última resistencia, recelosos de algún truco final del Caos.

Extraños salvadores

La emboscada se materializó cuando los Lobos de la Muerte se acercaron al corazón de las fortalezas abandonadas: derrumbándose, los bastiones y búnkeres se iluminaron con una luz infernal, mientras los Demonios surgieron tras unos velos ilusorios, dispuestos a atacar. Los Cazadores Grises y los Garras Sangrientas fueron reducidos a cenizas allá donde estaban cuando cayó una lluvia de fuego demoníaco desde lo alto de las fortalezas. Juggernauts que bufaban sin cesar cargaron en estampida al corazón del ejército de los Lobos Espaciales, aplastando a diestro y siniestro servoarmaduras y los cuerpos que éstas contenían, mientras que los Desangradores que los montaban arremetían con humeantes espadas infernales. En todas partes, la luz de la luna mostraba un ambiente violento, mientras los Lobos de la Muerte se encontraron rodeados y combatiendo en todos los frentes.

Pese a la cautela de los Lobos Espaciales, la sorpresa del ataque fue total, y Harald Deathwolf maldijo la triquiñuela sobrenatural, cualesquiera que fuese, que había confundido sus sentidos. Pese a todo, los Lobos Espaciales lucharon duro y resistieron. Apuntando sus bólteres y lanzallamas, dispararon al enemigo, enviando al aire ráfagas de icor demoníaco. El propio Harald lideró la carga en un contraataque viciado, mientras él y Canis Nacido-Lobo se abrieron paso a través de una inmensa maraña de Portadores de Plaga, en un intento de escapar de la trampa. Poco a poco, se vieron obligados a retroceder, cuando las llamas disformes volvieron a llover desde lo alto, impulsadas por Demonios de Tzeentch que hacían siniestras cabriolas a través de las azoteas.

Los Lobos de la Muerte se vieron atrapados en un lazo muy prieto, ajustado desde lo alto por oleada tras oleada de fuego cambiante. Con los colmillos al descubierto, lucharon espalda contra espalda, abrazando la cobertura que podían obtener contra los bombardeos tzeentchianos. Era un despliegue desafiante, pero Harald Deathwolf pudo ver que, si no hacían algo rápido, sus guerreros serían aniquilados en breve. El Señor Lobo frunció el ceño con seriedad mientras dio orden a su Caballería Lobo de Trueno para agruparse a su alrededor. Prepararían una última ofensiva, intentando ganar el mayor tiempo posible para que sus hermanos de a pie pudiesen escapar.

Fue entonces, en ese preciso momento, cuando los collares se elevaron alrededor del cuello de Harald: enormes figuras estaban de repente sueltas entre los Demonios que se agolpaban en las azoteas, destrozando a los Horrores con una increíble ferocidad. El icor llovía sobre la batalla, reemplazando la devastadora tormenta de fuego de los instantes previos. Los Lobos de la Muerte elevaron un aullante grito de guerra, y todos ellos se quedaron ojipláticos de la sorpresa al ver cómo su grito era respondido por un monstruoso aullido proclamado por las figuras en lo alto.

Los Wulfen atacan a los Demonios

Una vez terminaron con los últimos de entre sus desgarbadas presas, las enormes figuras saltaron desde las azoteas, golpeando a la horda demoníaca con el agitar de sus miembros, cubiertos de garras. Durante un breve instante, Harald Deathwolf observó la escena, completamente en shock. Las figuras eran enormes, terrores bestiales salpicados de la cabeza a los pies por la sangre de los Demonios. Pero mientras atravesaban a sus devanados enemigos y los Lobos de la Muerte se unían al combate, no había lugar para la duda; la abollada servoarmadura y las características cánidas de los recién llegados les marcaba, más allá de la confusión, como guerreros de los Lobos Espaciales.

Sangre bajo la luz de la luna

Harald Lobomuerto

Desde el momento en el que los recién llegados se incorporaron a la refriega, la marea de la batalla cambió de rumbo: las bestias guerreras de tamaño inconmensurable se movían a una velocidad terrible, apuñalando y rastrillando con sus garras, colmillos y puñales de mano dentados. Ningún demonio podía hacer frente a una ferocidad animal tan exacerbada: zumbantes Drones de Plaga fueron derribados desde el aire e incluso Desangradores y Portadores de Plaga fueron descuartizados o desmembrados, órgano a órgano.

Buscando su oportunidad, los Lobos de la Muerte avanzaron filas con aullidos de furia: las hachas se hundían con golpes sordos entre la carne sobrenatural, y los miembros y cabezas de los Demonios se desperdigaban en chorros de sangre candente. Los Colmillos Largos - ahora que al fin habían obtenido un espacio para poder luchar en sus propios términos - enviaron descargas asesinas a las líneas enemigas, ahora en desbandada. Harald Deathwolf luchó con furia para vengar a sus hermanos de manada caídos en la refriega, aunque cada vez que él apuñalaba o hendía sus armas, detenido o bloqueado ataques enemigos, sus ojos se fijaban siempre en los recién llegados.

Reventados y llevados a la rendición, los últimos restos de la horda demoníaca fueron derrotados al fin, y con su derrota llegó la calma a las ruinas, iluminadas bajo la luz de la luna. El viento ululaba de forma violenta entre las tambaleantes ruinas, y la arena y las gastadas piezas de fundición crujían bajo los pies mientras los Lobos de la Muerte recuperaban los cadáveres de sus caídos.

En aquella súbita calma, todos los ojos se fijaron en los recién llegados, cuyas enormes siluetas se habían reagrupado, formando una sólida manada que merodeaba entre las profundas sombras de un derruido bastión. Aunque sus características bestiales se habían ensombrecido, sus ojos reflejaban la luz lunar y refulgían como chispas de hielo en las tinieblas. Ningún Lobo Espacial hizo ademán alguno de acercarse, pues todos quisieron dejar tal honor a su alfa.

Harald Deathwolf bajó, mediante un giro, del ancho lomo de Diente de Hielo, y avanzó lentamente hacia los gruñientes recién llegados. El Señor Lobo mantenía sus manos lo suficientemente alejadas de sus armas, esperando así ofrecer un signo de nula hostilidad. Mantuvo su espalda erguida y los ojos afianzados al frente, manteniendo con su mirada la mirada fija del guerrero más salvaje y grande de aquellos. Lentamente, paso a paso, Harald se adentró desde la luz lunar a la penumbra, hasta que estuvo frente a las masivas figuras.

Incluso encorvadas, aquellas criaturas miraban desde arriba al Señor Deathwolf. Sus largos y poderosos miembros y anchos pechos apenas estaban cubiertos por pobres armaduras, mientras sus caras eran lupinas y bestiales. Sobre ellos pendía un tufo ácido, una extraña mezcolanza de estimulantes de combate de los Marines Espaciales y almizcle animal. Deathwolf advirtió la inteligencia en aquellos ojos color ámbar, y reconoció un eco retorcido de sus propias características en aquellas bestias que se alzaban frente a él; fue el símbolo desgastado en la armadura de los guerreros lo que realmente provocó que el corazón de Harald Deathwolf latiese con mayor intensidad: allí, inconfundible pese a los arañazos y mordiscos, había un símbolo fenrisiano no visto en aproximadamente diez mil años. Pese a ser sin duda monstruosos y retorcidos, los recién llegados portaban la heráldica de la Decimotercera Gran Compañía - la de la Marca de la estirpe del Wulfen.

El más grande de los brutales guerreros se cernió sobre Harald durante un largo instante, con un murmullante gruñido contenido profundamente en su pecho, hasta que de pronto se arrodilló sobre una pierna: el gesto significaba nobleza guerrera. En una rápida secuencia, el resto de sus enormes compañeros de manada siguió su liderazgo, haciendo lo mismo.

Harald Deathwolf puso una mano enguantada sobre el hombro del líder de las criaturas, instándole a levantarse una vez más. Entonces, el Señor Lobo habló, y aunque sus palabras eran difícilmente audibles para los guerreros de su Gran Compañía, ninguno pudo dejar de escuchar la respuesta lastimosa del líder de manada de los recién llegados:

"Somos... hermanos. Somos... Wulfen"

El silbido profundo del viento llenó el silencio que se produjo a continuación. Entonces, Harald Deathwolf se dio la vuelta y regresó a donde le esperaba Diente de Hielo, con sus cinchas balanceándose y sus garras desnudas. Harald ordenó con potencia mientras avanzaba, instando a sus guerreros a un súbito retomar de la marcha: los Lobos de la Muerte habían terminado su labor en ese mundo, anunció el Señor Lobo en un tono que no permitió réplica alguna. Los Demonios habían sido desterrados, y el Gobernador Planetario era bien capaz de pacificar la rebeldía de la población por sí mismo. Pero había un nuevo objetivo que tenía prioridad sobre cualquier otro: éstos Wulfen, decretó Harald, debían de ser llevados de vuelta a El Colmillo sin demora. Si realmente eran quienes parecían ser, entonces su llegada era extremadamente trascendental.

Mientras los Lobos Espaciales se preparaban para su extracción de la superficie de Nurades, ninguno tenía dudas sobre el estado de ánimo sombrío de su señor, y nadie fue capaz de malinterpretar que ordenase que una "guardia de honor" armada de Cazadores Grises acompañase en todo momento a los recién regresados Wulfen: estaba claro para los Lobos de la Muerte que éste momento histórico no había llenado de felicidad a Harald Deathwolf, sino en su lugar de un profundo disgusto.

Wulfen en Nurades

El decreto del Viejo Lobo

Reunión de los Señores Lobo en Fenris

Pocas semanas después del increíble descubrimiento realizado por los Lobos de la Muerte, el Señor del Capítulo Logan Grimnar reunió a sus Señores Lobo en El Colmillo. Éstos se habían apresurado en regresar a su mundo natal, y fue considerado un buen presagio que el Mar de Estrellas se abriese con calma a su paso. Ahora, Grimnar y sus súbditos ocuparon su lugar en el Gran Anular para debatir el retorno de los Wulfen.

Éste era un asunto espinoso que yacía frente a ellos: ¿qué significaba el regreso de los hermanos de la Decimotercera Compañía, y qué debería hacerse al respecto? Grimnar comenzó revelando que, a la par que se hacía el descubrimiento en Nurades, distintas Tormentas Disformes habían sido detectadas sobre mundos imperiales, desde Atrapan a Fimnir. Los fenómenos ya habían sido dispersados, pero sus firmas empíricas aún permanecían activas, como grandes faros. Aunque su discurso era limitado, el Líder de Manada Wulfen - que se llamaba a sí mismo Yngvir - había repetido, una y otra vez, que más hermanos suyos estaban al llegar, y que ellos habían sido transportados a través de la tormenta.

Ulrik el Matador habló a continuación. Para frustración del Sacerdote Lobo, Yngvir podía recordar poco sobre su pasado. Pero seguramente, asintió Ulrik con sus ojos iluminados, la aparición de los Wulfen era un presagio: el retorno del propio Russ tenía que estar próximo. Con ésta frase, el Salón del Gran Lobo estalló con júbilo. Gunnar Luna Roja pidió a Ulrik ver pruebas fehacientes de tal afirmación, e incluso Kjarl Ceñosangre advirtió que éste presagio podría ser, de hecho, mucho más sombrío. Egil Lobo de Hierro preguntó si estaban completamente seguros que éstas criaturas eran realmente de la estirpe de los Wulfen y, si así era, su forma bestial era algún tipo de terrible perversión de la Canis Helix, o una maldición que con el tiempo tendrían que afrontar todos los Lobos Espaciales? Erik Morkai masculló que aquello no importaba, mientras los Wulfen pudiesen ejercer de armas adecuadamente mortales. Al mismo tiempo, Bran Fauceroja se puso en pie, furioso, exigiendo saber si Lobo de Hierro pensaba lo mismo de sus afamadas y salvajes manadas de guerra.

Y así siguieron, los ánimos caldeados y los insultos volando hasta que, finalmente, Krom Ojodragón demandó que consultasen a Bjorn Garra Implacable. Un tenso silencio se apoderó de la estancia cuando Ulrik reveló que él ya lo había intentado, pero que el anciano no despertaría. Ragnar Blackmane rompió el silencio: no importaba si los Wulfen eran un regalo o una maldición, la máxima prioridad tenía que ser reunirlos rápidamente en Fenris, antes que cualquiera pudiese descubrirlos. Si la Inquisición, o incluso alguno de sus Capítulos hermanos encontraba a los retornados Wulfen, sin duda llegarían a incómodas conclusiones acerca suya. Aunque se pronunciaron juramentos entre murmullos, todos sabían que Ragnar tenía razón, y el debate concluyó cuando Grimnar anunció su decreto: las Grandes Compañías viajarían a los lugares en donde habían arreciado las tormentas disformes, recuperarían a sus hermanos Wulfen y éstos serían escoltados y honrados como guerreros fenrisianos, salvo que la verdad probase que fuesen otra cosa. A cambio, éstos guerreros recién regresados liderarían a los Lobos Espaciales al encuentro de su largamente perdido Primarca.

Garras de hierro

Desde su retorno a El Colmillo, Harald Deathwolf había acuartelado a los Wulfen en una de las muchas galerías heladas de la fortaleza, bajo la custodia de Cazadores Grises uno a uno elegidos por él. Fue mientras los guerreros regresados languidecían allí cuando el reputado Sacerdote de Hierro Hrothgar Swordfang se aplicó en prepararles para las guerras del Capítulo.

Wulfen con cuchilla gélida

Siguiendo las órdenes del Gran Lobo, el Sacerdote de Hierro Swordfang se movió entre las filas de Wulfen con su séquito de Servidores: Logan Grimnar había decretado que Swordfang armaría y proveería de armaduras nuevas a los Wulfen, preparándoles para luchar junto a sus hermanos. Cauto al principio, el Sacerdote de Hierro pronto se acostumbró a la presencia de los salvajes guerreros; de hecho cuanto más tiempo pasaba entre los Wulfen, más se sentía el Sacerdote de Hierro poseído por una energía incansable que dirigió a su trabajo. El primer paso era determinar qué podría salvarse de la arcaica equipación de combate de los Wulfen: la armadura de combate que llevaban los brutales guerreros era poco menos que chatarra. Pero, y ésto ocurría con todos ellos, se negaban a deshacerse de una prenda tan familiar ya para ellos. Dos Servidores fueron desmembrados por furiosos golpes fuertes de garras antes que los Wulfen finalmente se desprendiesen de su abollada armadura. Fue reemplazada por una armadura de combate forjada por la propia mano de Swordfang: sus dimensiones habían sido aumentadas y sus sistemas adaptados para acomodarse a la enorme corpulencia de los Wulfen. Una vez dotados de ella, los Wulfen se acostumbraron rápido a su nueva vestimenta, la cual les permitía ser más rápidos y fuertes de lo que jamás se habían sentido antes.

Wulfen con Martillo Trueno y Escudo Tormenta

Las dagas de mano que utilizaban Yngvir y sus compañeros de manada eran sin duda armas muy efectivas, pero para el ojo experimentado de un Sacerdote de Hierro quedó pronto claro que, con su corpulencia y gran masa muscular, los Wulfen podrían portar armas más grandes y más potentes con facilidad.

Tras invalidar las objeciones de los centinelas de Harald Deathwolf, el Sacerdote de Hierro comenzó con las pruebas de armas con una voluntad. Para su sorpresa, Swordfang encontró la reticencia inicial de los Wulfen; los enormes guerreros manejaban espadas sierra y hachas torpemente, pues las armas empequeñecían en sus enormes puños. Los salvajes guerreros abandonaron dichas armas cuando fueron espoleados a combatir por los servidores de prácticas que Swordfang preparó como sus oponentes, pues prefirieron desgarrar a los cyborgs miembro a miembro con sus manos. Impávido, el Sacerdote de Hierro aumentó el tamaño y fuerza de las armas, evitando crear algo demasiado complejo. Finalmente, encontró el gratificante éxito cuando muchos de los Wulfen se hicieron al uso de los martillos trueno y los escudos tormenta. Con su gran fuerza, los Wulfen eran capaces de portar éstas armas con una increíble velocidad, aplastando un Servidor de combate tras otro.

Wulfen con Hacha Gélida

Los antiguos salones de El Colmillo están decorados con armas reliquia que son datadas de hace algunos milenios. Muchas han estado colgadas in situ durante tanto tiempo que los Fenrisianos las aprecian como simple decoración marcial. Fue una de esas armas la que tomó un Wulfen al noveno día de pruebas, con sus garras rodeando el mango de un gran hacha gélida con la duda de los vagos recuerdos. Swordfang observó cómo el Wulfen sopesaba un arma que durante mucho tiempo se pensó que era ceremonial, y los ojos del Sacerdote de Hierro contemplaron cómo el Wulfen gruñó y partió en dos una estatua de mármol con un sencillo pero atronador golpe. Una vez logró calmar a los Cazadores Grises, dispuestos a calmar al portador del hacha con ráfagas de bólter, Swordfang podía al fin ser capaz de meditar seriamente dicha revelación: si había un arma reliquia hecha para ser utilizada por la mano de un Wulfen, entonces... habría más? Habrían existido dichos guerreros en el pasado del Capítulo, o se predijo entonces su eventual llegada? La búsqueda que se produjo creó aún más armas gélidas de prodigioso tamaño, al igual que un módulo lanzagranadas disparado por impulsos acoplado sin problemas al patrón de actividad neural distintivo de los Wulfen. Dando instrucciones para que la búsqueda siguiese, Swordfang se apresuró en informar a Grimnar de los progresos. Los Wulfen estaban listos para la guerra.

A través del Mar de Estrellas

Entre aullidos salvajes y el retumbar de grandes tambores de guerra fenrisianos, los Lobos Espaciales se prepararon para salir a navegar por el Mar de Estrellas: cada Gran Compañía siguió un camino distinto, persiguiendo los peculiares faros de las Tormentas Disformes. Fueron momentos de grandes aventuras y batallas desesperadas, durante las cuales los Lobos Espaciales se apresuraron en recuperar a los antiguos de su especie de innumerables campos de batalla, salvando a innumerables ciudadanos imperiales de horrores demoníacos, escribiéndose así nuevas sagas en la sangre de sus enemigos.

Mapa Estelar01

El Viaje del Coldfang: El Crucero de Asalto Colmillo Gélido parte de Fenris, viajando escoltado al Sistema Anvarheim. Allí forma un punto de reunión; cada manada de Wulfen recién recuperada es llevada al Colmillo Gélido para ser estudiados y rearmados. Sólo cuando todos los hermanos perdidos hayan sido recuperados, el Crucero de Asalto les transportará a El Colmillo con la debida ceremonia.

El Caldero del Gigante: Viajando a través de los torbellinos generados por la Disformidad que rodean el gigante gaseoso Fimnir, la Gran Compañía de Bran Fauceroja toma tierra sobre las plataformas de minería del vapor que circundan el planeta. Abriéndose paso a través de los cadáveres de los mineros poseídos por el Caos, los guerreros de Fauceroja se unen a los Wulfen que han ido a encontrar, en una gloriosa y sangrienta carnicería de sus enemigos. Sólo la cercanía de otras fuerzas imperiales obliga a Fauceroja a abandonar el combate antes de limpiar por completo la infestación.

Spartha IV: La Gran Compañía de Engir Kraken alcanza el turbulento planeta Spartha IV para encontrar a sus objetivos demoníacos ya desterrados, y a los Eldars del Mundo Astronave de Ulthwé cazando a los Wulfen entre las mesa-tormentas del cinturón ciclónico del planeta. Los Eldars son expulsados, salvando las miles de vidas de mineros de minerales locales. A pesar de los crecientes recelos, Kraken recupera a los Wulfen supervivientes y parte de nuevo.

Mapa Estelar02

Fenris: Entusiasmado por poder mostrar arrepentimiento tras sus errores en Alaric Prime, Krom Ojodragón hace un juramento desinteresado; él y su Gran Compañía permanecerán vigilantes en El Colmillo durante la ausencia de sus hermanos, renunciando a la gloria de la caza por el honor de una larga vigilia.

Dragos: La Gran Compañía de Ragnar Blackmane aterriza en el mundo de Dragos, batallando a través de junglas infestadas y encantadas por los Demonios, para recuperar a sus camaradas de la Decimotercera Compañía. Cuando cada manada es recuperada, Blackmane los envía a Anvarheim en veloces naves de guerra, mientras sus fuerzas luchan y recuperan a numerosos efectivos del Adeptus Mechanicus de estaciones de investigación situadas en las profundidades selváticas.

Hades Reach: Haciendo frente a salvajes tormentas solares y lagos de fuego sentiente, los guerreros de Kjarl Ceñosangre derrotan a una hueste de Demonios liderada por los Escribas Azules, de cara a recuperar a sus hermanos Wulfen.

Mapa Estelar03

Atrapan: La situación en éste mundo prisión ya es grave cuando la Gran Compañía de Bjorn Tormentoso aterriza pues, perdidos entre los reclusos, los Wulfen están creando una auténtica matanza. Tormentoso da la orden de soltar a sus perros de guerra, abriéndose éstos paso a través de bandas armadas de reclusos, para poder rescatar a los Wulfen. Durante la refriega, Tormentoso experimenta un estado de furia salvaje que sólo se frena cuando la lucha termina.

Suldabrax: Mientras recupera a los Wulfen desde las nubes de hierro de éste extraño mundo, Erik Morkai supera a un Príncipe Demonio de Slaanesh en combate singular, salvando las vidas de más de mil millones de ciudadanos imperiales.

Emberghul: La distorsión espacial de una Tormenta Disforme que rodea Emberghul provoca que la Gran Compañía de Gunnar Luna Roja aterrice en el planeta meros instantes después de haber emprendido la marcha desde El Colmillo. Asistidos por los poderes proféticos de su Sacerdote Rúnico, Skaerl Wyrdseer, los Lobos Espaciales son capaces de atrapar a los Demonios invasores en una serie de emboscadas electrizantes y rescatar a los Wulfen en unas pocas horas.

Fuerza de Asalto Acechante Blanco

Barridos por el vacío, los Lobos de la Muerte siguieron la trayectoria de la tormenta que los llevaría al encuentro de los mayores de su especie, tan largamente añorados. Sus naves aparecieron a través de la Disformidad como una manada de lobos que irrumpe destrozando ramas a través de un bosque oscuro y peligroso. Siempre a su vanguardia estaba situado el Crucero de Asalto personal de Harald Deathwolf, el Alpha Fang. Mientras ésta rápida y depredadora flota se acercaba más y más a la Tormenta Disforme, el Señor Lobo reclutó su partida de caza de entre los mejores guerreros de su Gran Compañía. Bautizado como Fuerza de Asalto Acechante Blanco, éste sería el ejército que Harald en persona lideraría al combate.

Montando sobre el lomo de su canosa montura, Diente de Hielo, Harald se preparó para liderar su ejército en lo que prometía ser una caza cuanto menos extraña: la presa no era un enemigo, sino un amigo, según aseguraba Grimnar. En realidad Harald quería creerlo también, pero su instinto le advertía poderosamente, y su precaución al respecto era en todo momento intensa. El Señor Lobo sabía que la flexibilidad táctica y los agudos instintos de cazador que poseía serían necesarios para primero localizar, y después rescatar con seguridad, a los Wulfen de un mundo que estaba arrastrándose frente a las entidades demoníacas.

Los Jinetes de Morkai eran todos héroes, una banda de implacables cazadores cuyo coraje y ferocidad eran conocidos. Ésta Guardia del Lobo montada en Caballería Lobo de Trueno sería el núcleo principal de la fuerza de Harald: eran lo suficientemente rápidos y resistentes como para mantener seguros a los Wulfen tan pronto como fuesen localizados, y pacificarlos si tuviese que llegarse a tal extremo. Portando una amalgama de martillos trueno, hachas gélidas y espadas sierra, ésta temible banda de guerreros estaba bien equipada para el combate cuerpo a cuerpo. Sus corpulentos Lobos de Trueno daban a los Jinetes de Morkai gran resistencia y fuerza salvaje, combinándose dichas bestias y la Guardia del Lobo para crear una fuerza imparable. Harald sabía que podría contar con éstos héroes de sagas cantadas incluso si ésta caza resultaba baldía.

La experiencia sería clave de verdad en ésta extraña y peligrosa caza. Así, cuando Harald dividió su Gran Compañía en fuerzas de asalto preparadas para las batallas venideras, el Señor Lobo se aseguró que su Guardia del Lobo restante - incluyendo a Canis Nacido-Lobo - cabalgase al frente de éstas partidas de caza: cada una de éstas fuerzas incluía al menos una manada de Cazadores Grises. Décadas de batallas habían templado a éstos guerreros y enfriado los impulsivos fuegos de su juventud: no sólo dichos Cazadores Grises proveerían a cada fuerza de un núcleo de combate estratégicamente versátil, sino que también su buen juicio contaría mucho en los momentos en los que tuviesen que lidiar con una presa salvaje.

Dos bandas de Cazadores Grises curtidos por la batalla irían a la guerra junto a Harald. Tanto los Jinetes de Morkai como los Lobos Nocturnos - famosos por su sangrienta victoria en el mundo maldito de Perilforge - estaban equipados con una amalgama de potencia de fuego de corto y medio alcance y una larga variedad de temibles armas de combate cuerpo a cuerpo. Cualesquiera que fuesen los horrores demoníacos que hubiesen surgido de la Tormenta Disforme durante el inicio del retorno de los Wulfen, los Cazadores Grises de Harald serían dignos de acometer la tarea de derrotarlos.

Harald creía que cualquier encuentro con los retornados Wulfen podría tener el violento potencial de una granada de fragmentación defectuosa si se manejaba pobremente. Por eso, no sólo mantuvo el Señor Lobo a sus guerreros más templados mentalmente lo más cerca posible; además se aseguró que los Garras Sangrientas más calmados y capaces se uniesen a la Fuerza de Asalto Acechante Blanco. Dicho honor recayó en la feroz banda de Garras Sangrientas conocida como los Aullidos Mortales: habiendo superado ya hacía mucho tiempo las pruebas de Morkai, y aprendiendo a mezclar su ambición con sabiduría, éstos jóvenes guerreros ya habían comenzado a escribir sus propias sagas.

La Fuerza de Asalto Acechante Blanco sería apoyada por guerreros veteranos, cuyas habilidades podrían ser cruciales para la recuperación exitosa de los Wulfen. La manada de Colmillos Largos de la fuerza de asalto era conocida como los Colmillos de Hielo, y eran famosos en el Capítulo por su letal puntería durante la larga retirada de Vadyrheim. Una manada de Exploradores Lobo, conocidos como los Acechadores de Lokyar, completaba la infantería complementaria de la Fuerza de Asalto. Su líder, Lokyar Longblade, era conocido como el "Fantasma de la Tormenta", por su casi sobrenatural habilidad de aprovechar las condiciones meteorológicas y del terreno para enmascarar el acercamiento sobre sus presas. Estas dos manadas proveerían a la Fuerza de Asalto Garra del Lobo de flexibilidad estratégica, permitiéndoles observar los movimientos del enemigo, identificando sus amenazas clave y eliminarlas desde largas distancias.

La caza de los Wulfen requeriría los sentidos más agudizados posibles, y los instintos de verdaderos rastreadores. Para suplementar las ya impresionantes habilidades de sus Lobos de la Muerte, Harald se aseguró de que un gran número de Lobos de Fenris estuviese merodeando los flancos de su fuerza de asalto, y es que dichas bestias de estirpe lobuna eran bestias implacables, acostumbradas a perseguir a sus presas a través de cientos de kilómetros de estepas heladas en Fenris. Los Wulfen recuperados en Nurades también se unieron a la batalla del lado de Harald, dado que el Señor Lobo no confiaba en sus hermanos de la Decimotercera Gran Compañía lo suficiente como para mantenerlos totalmente fuera de su vista. Además, Harald razonó que, dado que sus objetivos actuales eran también de la estirpe del Wulfen, éstos serían útiles en la localización de los suyos, su salvaje fuerza vital en conseguir un rescate exitoso de sus hermanos.

Comienza la caza

Severo y con afiladas cordilleras, el planeta Svardeghul se había convertido en una rica fuente de minerales preciosos para el Imperio. Trabajada durante siglos por el humo que emanaba de ciudades-plataforma, la superficie del planeta estaba llena de marcas y cicatrices, mientras que su tenue atmósfera había sido convertida en algo apenas respirable. El daño traído por el Imperio sencillamente había sido empeorado por los Demonios de la Disformidad.

Una agitada locura fue lo que se encontraron los Lobos de la Muerte cuando sus naves de guerra surgieron del Empíreo. La Tormenta Disforme local, que actuaba como faro para los Lobos de la Muerte, había absorbido el planeta Svardeghul, y ahora lanzaba sus energías contra las naves fenrisianas. Los escudos de vacío crepitaron, y las placas del casco gimieron cuando la Tormenta Disforme empujaba sus zarcillos inflamados a través del espacio real. Los Servidores cotorreaban alocadamente en sus puestos, realizando tareas sin sentido o directamente entrando en una combustión espontánea. Todas las naves en la flota recibieron daños mientras emergían de las feroces mareas de la Disformidad, y tanto ellas como sus tripulaciones, indistintamente, se convertían en hielo, polvo, o un ectoplasma derramado. Harald Deathwolf maldijo la situación, mientras permanecía en el puente del Alpha Fang, escuchando los informes. Tal era la importancia de la misión de los Lobos Espaciales que aguantarían la tormenta sin importar sus consecuencias: la flota debería permanecer en la órbita el tiempo suficiente para localizar y rescatar a los Wulfen que se hallaban en el planeta que había bajo sus naves.

Cuando los sensores de los Lobos Espaciales barrieron Svardeghul, rápidamente quedó de manifiesto que rescatar a sus hermanos perdidos - si tan siquiera estaban allí abajo - sería todo un reto. Una cacofonía de terribles gritos y súplicas inútiles colapsaron todas las frecuencias de voz, excepto aquellas en las que resonaban con auge cantos inhumanos o susurros demoníacos que helaban la sangre. Harald Deathwolf conjeturó duramente que éste mundo era ya una causa perdida, y sus habitantes no tenían ya posibilidad alguna de ser salvados. Los lejanos augurios confirmaron que todas y cada una de las enormes y alzadas ciudades plataforma de Svardeghul habían sido invadidas por horrores antinaturales. Muchas plataformas eran ya meros recipientes de carnes en llamas, y más de un asentamiento minero movido por pistones se había transformado en un depredador biomecánico poseído, que arrasaban la desolada superficie de Svardeghul para hacer presa de sus aún inanimados similares.

Harald razonó que sólo había una forma de encontrar el carámbano de hielo legendario en una ventisca de nieve. Su Gran Compañía se formaba de expertos rastreadores y cazadores sin igual, pero no podrían utilizar dichas habilidades mientras las naves los entorpecieran. La única opción de encontrar a los Wulfen pasaba por desplegarse en la superficie de Svardeghul, recorriendo las zonas habitables del planeta en busca de sus objetivos. Tomaría su tiempo, pero si alguien tenía los sentidos lo suficientemente agudos para ésta caza, esos eran los Lobos de la Muerte.

Lobos de Fenris de Harald Deathwolf

Partidas de caza de Exploradores Lobo y Cazadores Grises se desperdigaron por regiones remotas del planeta, esperando encontrar las huellas de los Wulfen. Siguiendo una punzada de su intuición, Harald había ordenado descender a su fuerza de asalto cerca del último emplazamiento de la capital planetaria, la Plataforma Delta, y cuando los Lobos Espaciales descendieron se asombraron por la destrucción que contemplaron sus ojos: la imponente ciudad-plataforma se había encaminado, a través de la rocosa superficie del planeta, sobre ocho enormes piernas mecánicas, movidas por pistones; fueron éstas extremidades las que habían llevado a la Plataforma Delta a caer de un gran precipicio, aplastándola sobre las planicies inferiores. La destrucción y los cuerpos mutilados se extendían hasta donde llegaba la visión, con un cuajado icor demoníaco goteando y agrupándose entre los restos de la destrozada población de la ciudad.

Incluso sobre el hedor de la sangre, los Wulfen detectaron un olor inconfundible. Con palabras vacilantes, el líder de la manada Yngvir informó al Señor Deathwolf que él y sus hermanos habían olido a su estirpe Wulfen hacia el sur de su posición actual, mezclado su olor con el apestoso aroma a azufre de los Demonios. La fuente del aroma llevado por el viento les situaba a muchas millas de distancia, pero el simple hecho de que las fuerzas de Harald la tenían ya localizada fue considerado como algo poco más o menos que milagroso, pues habían estimado inicialmente que la cacería duraría varias semanas, y no habían tenido grandes expectativas acerca del éxito de dicha misión. Los Lobos de la Muerte agradecieron a Russ éste presagio antes de lanzarse a la persecución, pero a su vez Harald recordó la extraña intuición que los había llevado allí, y su desasosiego creció.

Las zancadas de los Lobos Espaciales devoraban las millas mientras cruzaban las planicies bajo la extraña y giratoria aurora de la Tormenta Disforme. Caras gimientes y emblemas infernales se formaban y desaparecían a través de la atmósfera superior, pero los Lobos Espaciales los ignoraban. Los Exploradores Lobo se desplazaban delante, y las estirpes lobunas iban a los flancos, mientras que la Cañonera Stormwolf Garra Rúnica les seguía en la retaguardia, con los Garras Sangrientas de los Lobos de la Muerte formando una reserva voladora dentro de su espaciosa bodega.

Coronando un saliente rocoso, Harald miró hacia abajo y vio una escena de locura: los Campos Rotos fueron una vez un enclave rico para la minería, pero años de excavaciones habían dejado toda el área como una destrozada extensión de montículos de desperdicios, dentados barrancos y secas, agrietadas planicies. Abajo entre tanta desolación, la visión certera de los Lobos de la Muerte les permitió ver en la lejanía a las enormes figuras que habían venido a buscar: los Wulfen ya estaban trabados en combate con un gran número de enemigos demoníacos. Los brutales guerreros estaban ampliamente sobrepasados en número, y se habían retirado a un área de rocas afiladas en donde obligaban al enemigo a acercárselos poco a poco. Mientras carros llameantes barrían los aires arrastrando tras de sí llamas disformes, las Diablillas apuñalaban a los Wulfen: sin duda no pasaría demasiado tiempo hasta que los hermanos de la Decimotercera Gran Compañía fuesen totalmente abrumados.

Lobo de la Muerte

Harald Deathwolf dudó durante un largo momento en lo alto del saliente, antes de alzar su hacha gélida y señalizar el ataque. No hubo aullantes gritos de guerra cuando la Fuerza de Asalto Acechante Blanco comenzó a descender por la loma rocosa, ni gritos de batalla o juramentos mientras comenzaban una carrera y, posteriormente, una carga: la horda de Demonios estaba completamente absorta en los Wulfen, y aún no habían percibido a los Lobos de la Muerte cerniéndose sobre ellos. Harald y sus guerreros iban a hacer pagar a los engendros de la Disformidad su falta de precauciones.

La Fuerza de Asalto Acechante Blanco arrasó los flancos de la retaguardia enemiga con la súbita ferocidad de una manada de lobos al cazar.

Los Horrores Rosas fueron despedazados por el fuego de bólter, el simulacro de sangre azul gomosa que salía a ráfagas de sus cadáveres cortado poco a poco. Los Demonios de Slaanesh gorgojeaban mientras eran cortados en trocitos por rugientes espadas-sierra, mientras las Diablillas caían bajo agudo fuego de plasma. En el corazón de los Campos Rotos, los Wulfen captaron el olor de sus salvadores, y alzaron un poderoso aullido, luchando lo mejor que podían con garras, colmillos y cuchillos de mano. Los de su estirpe que estaban con los Lobos de la Muerte les devolvieron la llamada aullante, abriendo con dureza un camino, despedazando y golpeando, a través de las líneas de los Demonios, en su desesperación por rescatar a sus hermanos.

Tomados completamente por sorpresa, los Demonios vieron su número reducido drásticamente a la mitad en apenas un instante. Éstas entidades no sentían temor o pánico, y en su lugar respondieron con una ira malévola. Un Carro Flamígero daba vueltas en el aire a la batalla, surgiendo de él Demonios de Tzeentch que se lanzaban al combate con intenciones letales. Carros sobrenaturales sobrevolaban las filas de los Lobos de la Muerte, con sus ocupantes lanzando cometas de fuego etéreo que reducía a los Cazadores Grises a ceniza o los lanzaba en el aire, transformándolos entre palpitaciones. Aulladores barrían las filas de los Lobos Espaciales con gracia antinatural, decapitando cabezas y hundiendo picos de hueso a través de las placas pectorales.

Lobo de la Muerte cargando

En respuesta, Harald ordenó a Garra Rúnica que entrase en el combate. La Cañonera Stormwolf dio barridos bajos, con su rampa de embarque chirriando mientras se abría y permitía a los Garras Sangrientas de los Aullidos Mortales integrarse sucesivamente al combate. Los jóvenes guerreros dieron voz a un poderoso grito de guerra, mientras unían sus fuerzas al avance de los Lobos de la Muerte.

Harald Deathwolf lideró a su Guardia del Lobo a las profundidades de Los Campos Rotos, con la aullante estirpe lobuna muy cerca de sus pasos: los Wulfen aún luchaban por sus vidas y, aunque las fuerzas enemigas disminuían en número con rapidez, no podrían aguantar solos. Pisadas pesadas machacaban el suelo rocoso y grandes colmillos brillaban con la luz de la aurora boreal cuando los Lobos de Trueno cargaron precipitadamente sobre el enemigo. Las afiladas formas de los Lobos de Trueno eran suficientes para aplastar y eliminar Demonios menores, y las Diablillas y los Horrores se desvanecían bajo las garras de las bestias o siendo reventados por los Lobos de Fenris que correteaban entre ellos. Incineradores de Tzeentch unidos entre sí escupían sucesivamente fuego mutante, que engulló por completo al valiente Guardia del Lobo Vygar Helmfang. El aclamado guerrero bramó con agonía mientras su carne y su armadura se derretían como la cera, con tentáculos óseos llenando su fibrosa masa corporal con el objetivo de empalar a su montura. Aullando su cólera, el resto de la Guardia del Lobo y su señor aplastaron a los Incineradores; despedazaron a los monstruos en forma de hongo con salvaje venganza, antes de cargar una vez más.

Harald y sus compañeros de manada se aproximaban al corazón de la batalla como una punta de lanza que se encamina directa al corazón de su presa. Viendo que los Lobos de Trueno se aproximaban, el Heraldo de Tzeentch que dirigía a los Demonios asumió que había perdido sus armas más poderosas en el camino. Con un ruido metálico y sibilante, una hueste de Aplastadores de Almas rodeó en esos momentos a la manada de Wulfen: las Máquinas Demoníacas rugieron, haciendo oscilar enormes garras de hierro y espadas agrietadas sobre los hermanos de la Decimotercera Compañía. Moviéndose a una velocidad increíble, los Wulfen esquivaban cada golpe, y una lluvia de rocas destrozadas explotaba desde el suelo cuando garras impulsadas por pistones lo golpeaban. En respuesta, los salvajes guerreros cortaban y destrozaban a sus atacantes, seccionando miembros cubiertos de armazones y desgarrando sin resistencia alguna grandes pedazos de carne de Demonio.

Sin embargo, cuando los Jinetes de Morkai se aproximaban al combate, uno de los Aplastadores de Almas hundió su espada en el pecho de un desdichado Wulfen antes de partirlo en dos mitades con una explosión a chorros de sus vísceras. Los Wulfen restantes entraron en un estado de enloquecimiento, con su líder de manada lanzándose en persona a gran altura para estrellarse contra el torso del Aplastador de Almas antes de martillearle repetidamente con sus cuchillas de mano en su rostro. Mientras la Máquina Demoníaca se tambaleaba, los Lobos de Trueno irrumpieron en el combate, con la Guardia del Lobo agitando sus martillos trueno para machacar las patas del Aplastador de Almas desde debajo del mismo engendro. La monstruosa máquina fue derrotada, con el líder de manada de los Wulfen llevándolo al suelo montado en ella antes de desgarrar su cabeza por encima de sus hombros. Se levantó, sosteniendo su trofeo espeluznante en lo alto y aullando en señal de su salvaje triunfo.

Harald enfrenta al Aplastador

Harald y su Guardia del Lobo lucharon duramente en respuesta a aquel sonido salvaje. Las manadas de Lobos de Fenris trotaban a pasos agigantados con agilidad entre las patas atronadoras de los Aplastadores de Almas, mientras los Lobos Espaciales cortaban y agujereaban. Las chispas saltaban cuando cuchillas gélidas y martillos trueno aplastaban el hierro y latón demoníaco. Un Guardia del Lobo fue volado de su montura por el disparo a quemarropa de un cañón cosechador, mientras otro fue aplastado por una contundente pata metálica. Un chorro de bilis ácida a quemarropa disolvió una manada entera de Lobos de Fenris en una sola ráfaga. Otro Aplastador de Almas fue derribado y aplastado hasta ser convertido en chatarra, pero el tercero agitó su poderoso puño y arrebató a Harald Deathwolf de su montura: los pistones crujieron y los servomecanismos gimieron cuando la garra comenzó a contraerse, y el Señor Lobo gruñó de dolor cuando su armadura - y sus huesos - comenzaron a fracturarse y crujir.

De improviso, uno de los Wulfen se abalanzó para aferrarse a las tenazas de la garra. Aullando con la tensión, el inmenso guerrero tiró todo lo fuerte que pudo hasta que, dolorosamente, las garras de hierro crujieron y comenzaron a abrirse. Los pistones se combaron y el icor brotó de cables que reventaban mientras la garra cedía, con Harald resbalándose hasta caer contra el suelo. El iracundo Wulfen arrancó la extremidad anterior del Aplastador de Almas en su totalidad y - girando sobre sus talones - lanzó el enorme trozo de metal al rostro de la Máquina Demoníaca. Sangre de azufre comenzó a llover entre una gran explosión de vísceras y huesos reventados, y el decapitado Aplastador de Almas se desplomó en varias direcciones.

Respirando a grandes bocanadas para coger aire, Harald Deathwolf miró hacia arriba para ver a su brutal salvador, que lo sonrió en respuesta con una boca llena de colmillos. El Señor Lobo escupió sangre y agitó su cabeza, mirando más allá de los Wulfen, donde la Fuerza de Asalto Acechante Blanco estaba terminando con los últimos Demonios. Con la vista nublada por el dolor, Harald certificó que la victoria estaba asegurada: pese a que el combate había sido cruento, los Wulfen estaban a salvo y los Lobos de la Muerte habían sido los vencedores.

Relato Oficial: Comienza la Caza.

La caza de hierro

La flota de Egil Lobo de Hierro salió de la Disformidad en las cercanías del Sistema Mydgal, incrementando la potencia para aproximarse en torno a Mydgal Alpha a través de la turbulencia sobrenatural de una tempestad empírea. Durante el tránsito por la Disformidad, el Sacerdote de Hierro Tsorvigg Helhammer había recurrido a ciencia arcana de los días de la Herejía, teniendo éxito al improvisar un dispositivo de augurios modificado: éste fue calibrado para detectar los peculiares rastros de energía de la armadura de la Decimotercera Compañía, y en el momento en el que la flota saltó al interior del sistema comenzó a registrar, de forma continuada, un retorno en la transmisión, que se incrementaba cada vez más. Siguiendo su señal, Egil Lobo de Hierro dividió su Gran Compañía en tres grandes fuerzas de asalto, las cuales neutralizarían cualquier posible amenaza que pudiesen afrontar en el espacio, antes de converger en la localización de los Wulfen. Mientras que los Líderes de Batalla de la Guardia del Lobo de Egil Lobo de Hierro se encargarían de las otras dos fuerzas, el mismo Egil se haría cargo personalmente de la Gran Manada conocida como La Caza de Hierro, acompañado del Sacerdote de Hierro Helhammer y su dispositivo de augurios.

Siguiendo a Egil Lobo de Hierro al combate estaban sus campeones favoritos, la Guardia de Hierro. El Señor Lobo de Hierro buscaba gran resistencia, determinación y fuerza bruta en su Guardia del Lobo, y éste grupo de guerreros poseía todas esas cualidades. Alardeando de sus múltiples mejoras cibernéticas y sus prótesis mecánicas bajo sus armaduras de combate, la Guardia de Hierro podría combatir aun bajo las más graves heridas. Mientras tanto, su surtido de potentes armas de cuerpo a cuerpo y décadas de experiencia en combates extremos les convertían en iguales de sus enemigos más temibles: cargando desde la rampa de salida de su Razorback, Egil y su Guardia de Hierro se convertían en prácticamente imparables.

El resto de la Gran Manada de Lobo de Hierro comprendía un puñado de férreos tanques, apoyados por infantería y activos aéreos. Un par de tanques de batalla Predator lideraban ésta fuerza al combate: llevando un armamento pleno de cañones láser a la guerra, el Predator Aniquilador Cazador de Hierro era un tanque asesino especializado capaz de destruir máquinas de guerra mucho más grandes que él; por otro lado, su tanque hermano, el Venganza de Hierro, era un Predator Destructor que aglutinaba suficiente poder de fuego anti-infantería como para eliminar escuadras enteras en cuestión de segundos. Proveyendo de abrumador fuego de corto alcance como apoyo a dichos tanques estaba el Vindicator conocido como Ira de Morkai, con su belicoso cañón de asedio móvil capaz de hacer saltar por los aires artefactos de guerra enemigos o fortificaciones llanas.

Un vetusto Land Raider Cruzado, llamado Puño de Hierro, completaba la formación. Ésta rugiente bestia de combate alardeaba de tener un grueso armazón y un poder en el corto alcance típico de su clase, emparejado por una tenacidad legendaria con la que había eludido lo que parecían ser daños críticos una y otra vez. Habiendo luchado con bravura durante infames conflictos armados como el de Bokka´de y la Pacificación de Cataklysma, Puño de Hierro había probado su valía más allá de cualquier duda. Estos tanques de batalla, supervisados por el Sacerdote de Hierro Helhammer, avanzaban bajo una formación de Lanza de Russ.

Ésta poderosa manada de caza de máquinas acorazadas estaba acompañada de los Cazadores Grises conocidos como Los Lobos Negros, y una manada de Colmillos Largos que se autodenominaban Los Garras Gélidas. Transportados a bordo de un Razorback armado con un cañón láser, los Lobos Negros eran escasos en número, pero muy experimentados: con sus espadas-sierra girando a muchas revoluciones y sus pistolas bólter listas para el combate, éstos expertos guerreros estaban ya muy versados en soportar el peso de la armadura de los Lobos de Hierro, manteniendo a raya la posible infantería enemiga que pudiese amenazar a los tanques de forma próxima o tomando objetivos vitales que los acorazados no pudiesen alcanzar.

En comparación, los Colmillos Largos conocidos como los Garras Gélidas tenían una única tarea encomendada: era su deber adelantarse con su Razorback a una posición de mando desde la que pudiesen dar el mejor apoyo posible a sus camaradas. Allá donde observasen una amenaza potencial, o viesen una oportunidad de eliminar un objetivo imprescindible, los Garras Gélidas tenían autonomía total para poder disparar. En éste sentido, el Señor Lobo de Hierro confiaba en éstos veteranos tiradores a la hora de determinar el resultado de la batalla de la mejor forma posible, descubriendo agujeros en las defensas enemigas o dando la vuelta a asaltos enemigos a voluntad. Desde las Colmenas de Herus al furioso asalto en Dursella, el fuego de precisión de éstos Colmillos Largos había salvado las vidas del Señor Lobo de Hierro y sus compañeros de manada en más de una ocasión.

Volando en apoyo de ésta asamblea mecanizada estaba la Cañonera Stormfang conocida como Lanza de Hierro. Pilotada por Vengr Iceblood - un reputado y gran luchador que había derribado cerca de treinta aeronaves orkas durante la refriega en Alaric Prime - ésta nave de ataque ciertamente era merecedora de su nombre: precipitándose al combate como una jabalina lanzada por algún dios enojado, Lanza de Hierro destruía por igual objetivos terrestres y aeronaves enemigas, innumerables enemigos habían sido reducidos a estatuas heladas o destrozos de algún naufragio helado creado por el mortífero fuego helado de la aeronave.

El infierno bajo los pies

Haciendo frente a las energías arremolinadas y la obscena oscuridad de la Tormenta Disforme, los Lobos de Hierro se desplazaron hacia una órbita en los alrededores de Mydgal Alpha. Embarcando en sus cañoneras acorazadas, los guerreros de Egil Lobo de Hierro siguieron el rastro de los augurios de los Wulfen durante el descenso hacia la atmósfera del planeta y se dirigieron directamente a la súper-colmena de Irkalla.

Mientras sus cañoneras atronaban en el descenso y se aproximaban a las relucientes espirales de Irkalla, Egil Lobo de Hierro memorizaba toda la información disponible sobre éste extraño mundo: bajo su nave bullía una fina capa de humo gris y negro, un agitado océano de niebla y ceniza que silenciaba el mundo entero. Durante milenios, éste mundo había servido de motor industrial, procesando enormes cantidades de Promethium para los ejércitos del Imperio. Sin embargo, hace algunos centenares de años atrás, el estrato de desperdicios químicos acumulado en la corteza del planeta había comenzado a arder. Una vez comenzados, los incendios fueron imposibles de detener - aún ardían bajo la superficie, arrogando un silencio a lo largo del planeta de gases contaminantes que surgían de cráteres y grietas.

Ésta catástrofe había reducido la superficie a un infernal reino de pozos de llamas y latentes ríos de productos químicos. Nunca dispuestos a desperdiciar planetas útiles, el Administratum había simplemente reclasificado Mydgal Alpha como un mundo colmena, y utilizado el reclamado factorum y materiales de refinería para construir una inmensa súper-colmena en el único terreno aún aprovechable que quedaba en el planeta. Ésta era Irkalla, y su creación fue considerada como un éxito duradero. Ahora, sin embargo, la colmena encaraba peligros nunca antes imaginados en el planeta.

A juzgar por las patéticas alabanzas esperanzadoras que sonaban por los sistemas de vox de las espirales de la colmena, la población de Irkalla creía que los Lobos Espaciales habían acudido para salvarlos: los Lobos de Hierro murmuraron e hicieron gestos para guardarse del mal, pues las voces de los sistemas de vox hablaban de una terrible plaga, enjambres de insectos mordedores y una enfermedad sobrenatural que había surgido como un gran barrido desde la parte más baja de la colmena cuando llegó la Tormenta Disforme. " La luz del Sol se tornó malvada", dijeron, volviéndose de color amarillo enfermizo y causando que el moho y la podredumbre se adueñasen de los lugares que dicha luz tocaba. Extrañas profecías y portentos eran abundantes, y antes que las puertas de la colmena quedaran selladas a los niveles inferiores, se recibieron informes de formas de otros mundos atacando en masa a la población.

Lobos de Hierro en Lanza de Russ

Egil Lobo de Hierro no desperdició su tiempo: el Sacerdote de Hierro Helhammer informó que el rastro de los augurios emanaba de la parte más baja de Irkalla, sus profundidades, y si la ciudad había sido invadida por la enfermedad había poco que los Lobos Espaciales pudiesen hacer para ayudar. Quizás la Inquisición pudiera venir para ayudar a los ciudadanos - aunque los Lobos Espaciales desconfiaban de los métodos de ayuda de la Inquisición - pero por desgracia los Lobos de Hierro y los Wulfen deberían de estar para entonces muy lejos ya de allí. Ordenando a sus seguidores a ignorar los lamentos frenéticos de los condenados habitantes de Irkalla, el Señor Lobo de Hierro dispuso a sus tres fuerzas de asalto al descenso sobre el manto de humo que yacía más abajo. Diagramas actualizados mostraban que la piel de metal de la colmena había sido resquebrajada y destruida en sus niveles más inferiores, mezclándose libremente con los residuos contaminados que la circundaban: era ahí donde los Lobos de Hierro intentarían abrirse paso raudos al interior de la ciudad.

Irkalla era tan enorme e imponente por su altura que tomó algún tiempo a las naves fenrisianas el descender hasta su base, a través del ondulante humo. Los motores se forzaron cuando la ceniza obstruyó las transmisiones y las turbinas, mientras los pilotos se esforzaban en pilotar siguiendo la instrumentación, pues la visibilidad cayó a prácticamente cero. A través de los puertos de observación de las cañoneras, los Lobos Espaciales contemplaron en silencio mientras un clamor encarnado se difundía por las nubes humeantes, siendo más y más intenso a medida que se adentraban en su zona final designada para aterrizar. Sonidos de colisión atronaron y los pilotos luchaban contra sus controles mientras imponentes y esqueléticas ruinas surgían de la oscuridad. Algunas cañoneras cortaron al descender algún listón de masonería o un puente ennegrecido por haber sido pasto de las llamas: afortunadamente, los transportes de los Adeptus Astartes habían sido construidos para soportar castigos increíbles, y en éste caso no hubo que reseñar daños serios.

Finalmente, con una serie de golpes discordantes, los Lobos de Hierro se distribuyeron en sus áreas de aterrizaje previstas. Emergiendo de sus cañoneras, los guerreros de la Caza de Hierro fruncieron el ceño hacia la penumbra iluminada por el fuego, ocupando sus alrededores mientras los tanques de sus fuerzas de asalto emprendían la marcha desde las rampas de aterrizaje de sus Thunderhawks. Hacía tiempo, la colmena se extendía a lo largo de ese área, pero un hundimiento constante y la hambrienta atención de las llamas habían causado que la arquitectura se quebrase y derruyese. Las simas se ampliaban entre los enredados huesos de antiguas pasarelas, con las llamas serpenteando desde sus profundidades. Lagos burbujeantes de contaminantes similares a la brea se llenaban de extraños tonos de fuego palpitante, expulsando vapores que habrían matado a un humano no aumentado genéticamente en apenas unos instantes. Era un entorno tan hostil como otro cualquiera que Egil Lobo de Hierro ya hubiese visto, pero el rastro de los augurios llegaba ahora alto y claro, desde apenas unos pocos kilómetros al oeste. Con su armamento listo, los Lobos de Hierro avanzaron por la oxidada tierra de Irkalla hacia el interior de la subcolmena infernal.

Las dos fuerzas de apoyo de Egil, los Garras Dentadas y los Destructores Pellejo de Acero, fueron las primeras en comunicar por el vox contactos enemigos. El sonido de armas de fuego resonó distante a través de la oscuridad, mezclándose con el crepitar de fondo de las llamas y el temblor del suelo bajo las pisadas de los Lobos de Hierro. Cuando apenas les habían llegado los ecos de dichos disparos, los integrantes de la Caza de Hierro se encontraron con sus propios problemas.

Los primeros Demonios aparecieron arrastrándose entre el humo en grupos de uno y dos individuos, con sus ojos ciclópeos de rojizos fulgores surgiendo entre los vapores, y el rancio olor a carne podrida aumentado por el calor. Los Lobos Negros lanzaron salvas de bolter a los tambaleantes objetivos, los cuales caían fácilmente fruto de dicho fuego de precisión. Sin embargo, a medida que los Lobos de Hierro avanzaban, el terreno era cada vez más y más denso, y los grupos de Demonios mucho más numerosos.

Lobos de Hierro durante el combate en Mydgal

El Vindicator Ira de Morkai derribó, atravesándola, una pared agrietada, para encontrarse rodeado por Desangradores de piel rojiza que silbaban amenazantes. Sólo mediante una respuesta agresiva y disparando con extrema puntería para hacer desaparecer a las criaturas del averno pudo evitar ser convertido en chatarra metálica. El Puño de Hierro irrumpió entre una masa de Portadores de Plaga, que se arrastraban en gran número, con sus bólteres huracán disparando incesantemente, sólo para quedarse atascado en un absorbente limo de similar aspecto a la brea. Los repugnantes demonios se cernieron sobre el tanque y, rodeándolo, forzaron con su peso que éste se fuese hundiendo cada vez más y más en el pantano. La Cañonera Stormfang Lanza de Hierro voló con un estruendo lo más bajo posible, con su atrevido piloto volando entre mástiles en ruinas para bombardear a los Portadores de Plaga con fuego pesado de sus bólteres. Cadáveres podridos estallaban como sacos de menudillos rellenados de granadas de fragmentación, y con un intenso rugido de su motor el Puño de Hierro logró zafarse y ponerse a salvo del lodo.

Los tanques de Egil Lobo de Hierro atravesaron un pedregal de ruinas caídas y se dirigieron al interior de los restos esqueléticos de los que antaño fue un santuario. Ondulantes nubes de moscas demoníacas revoloteaban alrededor de los vehículos de los Lobos Espaciales, y avanzando a través de ellas fue como hicieron frente a la mayor horda demoníaca encontrada hasta entonces por los Lobos de Hierro. Tanto los Portadores de Plaga como los Desangradores les presionaban, junto a Drones de Plaga siseantes y Bestias de Nurgle sostenidas por bridas. Tras ellos se aproximaba una ruidosa batería de Cañones de Khorne, con las mandíbulas de dichas Máquinas Demoníacas esputando fuego. Ensombrecido por la gruesa masa de cuerpos de insectos pútridos había algo enorme: un Príncipe Demonio, marchitado gracias a los regalos de Nurgle. Éste demonio evasivo era Mordokh el Podrido, el arquitecto de las miserias de Irkalla y una plaga viviente para los mundos de los hombres. Bajo su oxidado yelmo, el rostro del Príncipe Demonio se dividió en una mueca de colmillos podridos, y alzó su espada en señal de desafío para los Lobos Espaciales.

La Caza de Hierro se lanzó al combate, con Egil y su Guardia de Hierro cargando a la cabeza y destrozando a los Demonios con el oscilar de sus espadas. Tras ellos, el armamento pesado rugió cuando los Colmillos Largos, los Cazadores Grises y los tanques de combate abrieron fuego en una oleada estruendosa. Mientras las explosiones se producían en las filas demoníacas y rayos de luz rojiza los atravesaban, el Señor Lobo de Hierro y el Sacerdote de Hierro Helhammer se abrieron paso, aplastando y rebanando, cada vez de forma más intensa al interior de las filas enemigas. El augurio del Sacerdote de Hierro insistía en que se encontraban justo encima de los Wulfen, y el ceño omnipresente de Egil se frunció profundamente con el pensamiento de quizás estar luchando para vengar a los hermanos caídos, y no para rescatarlos.

Los temores del Señor Lobo de Hierro pronto quedaron infundados, cuando numerosas manadas de Wulfen surgieron desde las ensombrecidas ruinas y cayeron sobre el flanco de los Demonios: desgarrando y rebanando, los salvajes guerreros lograron abrir un camino de destrucción a través de la horda infernal. Algunos fueron arrastrados o cayeron bajo el filo oxidado de armas demoníacas, atravesados, pero el ímpetu de la carga de los Wulfen era imparable. Emitiendo un aullido metálico, el Señor Lobo de Hierro se acercó a los guerreros salvajes, con Helhammer y la Guardia de Hierro luchando con furia tras él. Guardias del Lobo murieron, derramando grandes chorros de sangre y chispas de su armadura mientras los Demonios los atravesaban y descuartizaban, pero finalmente los Lobos Espaciales y los Wulfen se unieron en el corazón mismo de la refriega.

Lobos de Hierro durante el combate en Mydgal2

La línea de combate Fenrisiana se había roto en dispersos grupos desparramados a través de las ruinas del santuario. En la retaguardia, los Colmillos Largos de los Garras Gélidas se deshacían de sus enemigos, aguijoneando a las Bestias de Nurgle como si fuesen grasa hervida y golpeando a los Drones de Plaga, a los que derribaban del cielo. Los dos tanques Predator y el Vindicator de Egil combatían con firmeza, pero todos sufrían daños y estaban al límite de ser sobrepasados. Los cañones láser del Cazador de Hierro crearon dos agujeros brillantes en un par de Aplastadores de Khorne, haciéndolos caer con un gran estruendo. Segundos más tarde un gran estruendo se produjo cuando los Cañones de Khorne abrieron fuego, con calaveras ardientes estallando a través del Predator y convirtiéndolo en un embarullado y ardiente amasijo. Los Lobos Negros habían sido aislados, rodeados por más bestias de Nurgle: arrancaron y degollaron con sus espadas-sierra, pero la cantidad de enemigos jugaba en su contra. Primero, un Cazador Gris fue empalado y lanzado al humo por un Drone de Plaga, después muchos más fueron aplastados por correteadoras Bestias de Nurgle, retorciéndose agónicamente mientras sus carnes eran devoradas por jugos gástricos.

Sabiendo que había completado su misión, y asumiendo que sus Lobos de Hierro serían derrotados si permanecían en medio de semejante infierno, Egil bramó en el vox para la extracción. Apenas había dado la orden cuando un velo de zumbantes insectos engulló al Señor Lobo, a su Guardia de Hierro y a los Wulfen: Egil maldijo mientras moscas hinchadas se arrastraban por su armadura, mordiendo su carne expuesta. Él agitó sus garras de lobo en arcos enérgicos, y con cada barrido machacaba multitud de moscas del aire, golpeando a los Portadores de Plaga que las azuzaban desde atrás. A su alrededor, sus guerreros le imitaron, luchando contra los revoltosos insectos que no eran sino heraldos de algo todavía peor: avanzando a empujones entre las filas de demonios menores apareció Mordokh el Podrido.

El primer golpeo del Príncipe Demonio arrancó la cabeza de un Wulfen de sus hombros antes de aplastar de la cabeza a los pies a un miembro de la Guardia de Hierro. El segundo golpe atravesó a dos miembros más de la Guardia del Lobo de Egil: una espada oxidada se deslizó por la palma de Mordokh para eviscerar a uno de los guerreros mientras golpeaba con su puño atravesando la cabeza del otro. Con un victimista aullido de ira, Egil hundió sus garras de lobo en el pecho del Príncipe Demonio: filos de energía cortaron carne pútrida, y Mordokh rugió mientras moscas bañadas en pus surgían a través de la herida abierta. El golpe que le devolvió el Demonio alcanzó a Lobo de Hierro en el rostro, rompiéndole la nariz y lanzándole junto a sus hombres con una fuerza punzante. El Señor Lobo gruñó y escupió sangre mientras Mordokh se cernía sobre él con una risita húmeda.

En ese momento el aire, lleno de humo, pareció cobrar vida con grandes luces y ruidos: con una orden bramada por Egil, las cañoneras de los Lobos de Hierro desataron todo su arsenal con la horda de los Demonios. Una chirriante salva de cañones láser atravesó la silueta de Mordokh, reventando la monstruosa entidad y convirtiéndola en una zumbante tormenta de moscas. El fuego de los bólteres pesados acribilló la masificación enemiga, alejándolos de los asediados Lobos Espaciales. Los Demonios fueron obligados a retroceder al humo y las llamas que delimitaban el santuario, dando unos valiosísimos instantes a los Lobos de Hierro supervivientes para luchar camino de abordar sus naves de extracción.

El coste había sido duro: los Lobos de Hierro habían sufrido grandes bajas antes que sus naves pudiesen descender para rescatarlos. Sin embargo, la misión había sido un éxito, y mientras las Thunderhawks y Stormwolves se encaminaban a los cielos y rugían entre el humo, los Wulfen rescatados yacían a salvo en sus bodegas acorazadas.

Sombras y secretos

Cuando los Astrópatas de Nurades gritaron de angustia, los Lobos Espaciales no fueron los únicos en prestar atención a su llamada. También lo hicieron los Ángeles Oscuros, que habían oído igualmente el mensaje de los Astrópatas: para ellos tenía otro significado, y era el aviso de un peligro inminente.

Los Ángeles Oscuros son un capítulo con muchos secretos. Los Hijos del León están obligados a esconder muchas cosas de los ojos del más amplio Imperium. Tal era la naturaleza del almacenamiento de las irremediablemente contaminadas espadas conocidas como las Siete Sombras: tales reliquias no podían ser encubiertas en La Roca por miedo a la corrupción que podría extenderse, aunque los propios Caballeros de Calibán habían empuñado alguna vez dichas espadas. El Capítulo tampoco podía desecharlas. En su lugar, los Ángeles Oscuros habían enterrado las Siete Sombras en bóvedas acorazadas que sólo el sello de un Señor de la Compañía podía abrir, situadas en lo más profundo de las ruinas polares del tranquilo Nurades.

Con el paso del tiempo, los agentes de los Ángeles Oscuros habían implantado en el folclore local la idea de que aquellas ruinas estaban malditas. Ésto, además de una guardia detallada y rotativa, anualmente, de cinco exploradores, había sido suficiente para mantener ocultos esos tesoros despreciados. Sin embargo, en el momento que el coro astropático que hay sobre La Roca detectó la llamada de socorro de Nurades, quedó claro que tenían tomar acciones en el asunto: una incursión demoníaca podría atraer el ojo de la Inquisición; no podían correr el riesgo de que el almacenamiento fuese descubierto. Reaccionando con rapidez, El Señor de la Compañía Araphil y la Fuerza de Asalto Espada de Lion se apresuraron a partir a Nurades, pero llegaron demasiado tarde para salvar a la escuadra de Arhad.

Los Ángeles Oscuros, sin embargo, no se marcharon de allí con las manos vacías: las hojas contaminadas habían sido recuperadas sin incidentes, y permanecían ahora selladas en ataúdes de adamantium preparadas para poder ser llevadas a algún otro rincón oscuro de la galaxia. El Señor de la Compañía, además, había recuperado un superviviente, que fue transferido al Apothecarion. Rescatado de entre las ruinas polares, el joven explorador había sido identificado como el Hermano Dolutas: un trío de desgarros profundos surcaba todo su pecho, hecho por garras afiladas y grandes que habían rastrillado con limpieza a través de su armadura y hasta la carne de debajo. Hasta el momento, el explorador aún no había despertado de su recuperador coma.

Si bien el herido explorador podría explicar poca cosa a los Ángeles Oscuros, el servo-cráneo recuperado por Araphil y sus hermanos podría ser más comunicativo. Tras ser reparado en la medida de lo posible por uno de los más hábiles Tecnomarines de La Roca, el macabro dispositivo fue presentado a un pequeño concilio de los más grandes líderes de entre los Ángeles Oscuros: sentados alrededor de una gran mesa de piedra en una cámara de arcos sombría, el Señor del Capítulo Azrael y algunos de sus hermanos más próximos observaron con rostro pétreo mientras el servo-cráneo mostraba el registro de imágenes fragmentado que había podido salvarse de su bobina de memoria. Pese a que apenas eran unos segundos de metraje, los Señores del Círculo Interior lo visionaron una y otra vez: se comprometieron a memorizar cada detalle y lo analizaron hasta su más pequeño matiz, para evitar que incluso el más pequeño fragmento de información se perdiese irremediablemente.

Angel Oscuro en Nurades

El registro de imágenes era silencioso, nublado con estática granulada: mostraba al Sargento Arhad y a sus hermanos agazapados en el búnker de Nurades en donde encontraron sus cadáveres. Mientras el registro parpadeaba, mostró a los Exploradores alzándose para lanzar granadas a través de las zonas de visión del búnker, antes de agacharse de nuevo para cubrirse. Extrañas y parpadeantes luces podían vislumbrarse en el exterior de la estructura: las imágenes eran difusas y saltaban cada vez que dichos fuegos brillaban; Ezekiel, Gran Maestro de los Bibliotecarios, explicó que dicha distorsión era incluso empírica en su naturaleza, una señal clara de actividad demoníaca en el lugar donde se encontraban los Exploradores.

Fue entonces cuando el registro fue objeto de un cambio perturbador. La imagen se tambaleó, como si el cráneo hubiese girado sobre sus impulsores de pronto, y luego cayó mientras algo lo golpeaba salvajemente desde el aire. Mientras el servo-cráneo rodaba en el suelo hasta finalmente detenerse, sus lentes quebradas continuaron grabando: las piernas de los Exploradores aún eran visibles, reforzando sus posiciones de disparo.

La luz de un disparo de pistola bólter iluminó la imagen, antes que una enorme, veloz sombra pasase deprisa a través del plano. La sangre se desparramó, manchando todas las paredes del búnker, y la cabeza degollada de un Explorador pasó botando por la imagen antes de salir de ella rodando. De nuevo, la inmensa figura pasó deprisa a través del plano, y fue a éste preciso instante al que el Círculo Interior regresaba una y otra vez: tenían que estar seguros, no podrían actuar basándose en una asunción.

Tras varias horas, los Ángeles Oscuros allí reunidos estaban seguros más allá de cualquier duda razonable, pero la importancia de la revelación recaía duramente sobre ellos: ralentizada hasta una tasa ridícula de fotogramas por segundo y limpiada digitalmente para tener más claridad, la figura mostrada podía ser vista como algo enorme y bestial, que portaba una especie de imitación de lo que podríamos denominar un Marine Espacial. Una visión más cercana reveló una marca identificativa sobre el hombro de la figura - borrosa por el movimiento y medianamente oculta por los chorros emanados de sangre - captada justo en un segundo crucial en el que el fuego de un disparo de pistola bólter la iluminó: era la cabeza de un lobo Fenrisiano, dispuesta sobre un arañado y difuso campo de gris metalizado, semejante al de una pistola. Los señores reunidos se miraron entre sí desde debajo de sus pesadas capuchas, sus silenciosas miradas cargadas de una especial relevancia.

Algo increíble había ocurrido en Nurades, y parecía que los Lobos de Fenris estaban involucrados. Los Ángeles Oscuros no podían actuar sin más información: su antipatía con los Hijos de Russ estaba muy bien documentada, pero ellos no podían - no deberían - sospechar de tal hecho sin más pruebas aportadas. Así lo decretó Azrael, y así comenzó la búsqueda de la verdad por parte de los Ángeles Oscuros.

Relato Oficial: Sombras y secretos.

Capítulo 2: Precursores de la fatalidad

"Entre el aire marchitado, contaminados por el lodo, los Lobos de Hierro combatieron a los Demonios, y aunque la carne se pudría y las armaduras se emohecían, no se dio ningún paso hacia atrás."
Extracto de la Saga de los Perdidos
Logan Grimnar-1

Revelaciones sombrías

En el despertar de Nurades, unas misteriosas tormentas disformes habían aparecido a lo largo y ancho del Imperio. Aunque escasamente sembradas a través de la vastedad de la galaxia, el extraño fenómeno se dispersó de tal forma que tocó todos los segmentum. Otros además de los Lobos Espaciales habían prestado atención al emerger de las tormentas, y ahora incluso se movían para investigarlas.

Titán, el centinela silente. Hogar de las hermandades cazadoras de Demonios de los Caballeros Grises, y guardián secreto de la propia Terra. Tras los muros acorazados y los elevados bastiones de su ciudadela, los Caballeros Grises mantenían la vigilia ante la amenaza del Caos. Desde aquí, además, se coordinaron en su guerra secreta contra los Poderes Ruinosos, y enviaron a sus hermandades guerreras a derribar al Demonio donde quiera que éste asomase su cabeza.

Los Caballeros Grises poseían sus propios medios bien afinados para monitorizar actividades infernales a través del Imperio. Este era el Augurium, una cámara ubicada en lo alto del Pináculo de Plata dentro de la cual los hermanos conocidos como los Prognosticars examinaban las tendencias de la profecía desde las superficies de espejos cristalinos. La Ciudadela de Titán contenía otros secretos antiguos y extrañas maquinarias, y fue uno de esos dispositivos, el Speculum Infernus, el que despertó a la vida precisamente cuando la primera de las extrañas tormentas disformes rugió al entrar en contacto con los alrededores de Nurades. Cuando tormentas más lejanas aún surgieron, el dispositivo terminó de activarse al fin en su totalidad: engranajes arcaicos sisearon y giraron; esferas de latón, trabajadas con delicadeza, dieron vueltas alrededor las unas de las otras sobre armaduras plateadas, con halos resplandecientes de luz saltando entre ellas. Gárgolas doradas, que hacía tiempo se pensaba eran meramente decorativas, abrieron sus bocas y lanzaron al aire infinidad de papeles con datos agrupados, llenos de densos sellos arcanos. El enorme Speculum Infernus se estremeció y emitió vapor, siendo contemplado con asombro por los expertos en datos contratados por los Caballeros Grises.

Los guerreros de Titán fueron rápidos a la hora de descifrar el aviso del dispositivo, y sus ojos se abrieron completamente, en shock, dada la importancia del mismo: imprimiéndose en sellos y sobre brillantes holoimágenes, la máquina mostró el patrón formado por las extrañas tormentas disformes, e incluso predijo aquellas que aún no se habían manifestado. Los Prognosticars fueron reunidos para cerciorarse de la procedencia santificada del mensaje utilizando cualquier medio a su disposición: asegurada ya que la advertencia del Speculum no era ninguna artimaña demoníaca, los Caballeros Grises no perdieron tiempo para ponerse a actuar al respecto.

Un número nunca visto antes de hermandades se encaminaron a Titán, movilizándose a bordo de enormes naves de guerra de laterales plateados y determinadas a desterrar a los Demonios surgidos de las recientes tormentas. Los templarios de Titán pronto encontraron que los designios de la Disformidad les iban a ser adversos de forma salvaje. Descargas iracundas martillearon las naves de los Caballeros Grises desde el momento en el que emprendieron su viaje, con el Inmaterium azotándolos con malicia: podría no ser una coincidencia. El Crucero de Asalto Luz Gloriosa fue engullido por las mareas de la Disformidad una vez murió su Navegante entre gritos de terror. El Navío de Ataque Rápido Ira Santificada fue abrumado, en un baño de sangre surgido de una pesadilla, cuando sus campos Geller fallaron inexplicablemente. Varias de entre las otras naves fueron forzadas a salir de la Disformidad, realizando traslaciones de emergencia que les dejaron a la deriva mientras realizaban las pertinentes reparaciones, y muchos combates se desarrollaron para erradicar las presencias inmundas que infestaban sus cubiertas.

Stern y sus Caballeros Grises

Contra toda adversidad los Caballeros Grises contraatacaron. Guiados por el Speculum Infernus y apoyándose en su fuerza psíquica, muchas hermandades alcanzaron sus destinos y pronto entablaron combates con sus enemigos demoníacos. En Hades Reach, la Cuarta Hermandad se teletransportó al interior de un huracán de llamaradas vivientes, para encontrar el combate contra tres impetuosos Devoradores de Almas y sus secuaces. Durante dos días y dos noches, los Caballeros Grises combatieron a sus monstruosos enemigos mientras que los lagos de fuegos vivientes, siempre oscilantes, bailaban a su alrededor. Pero, al final, el Hermano-Capitán Grud y sus guerreros consiguieron la victoria, derrotando a sus enemigos pese a las numerosas bajas.

En Fimnir los enormes tanques de la Primera Hermandad entraron en combate, derribando todo a su paso a través de las estructuras de las plataformas mineras del gigante gaseoso, con su rastro revuelto. Los Demonios surgían de todas las direcciones para enfrentarse a ellos: los Aplastadores de Almas atravesaban cascos benditos de vehículos con sus garras de hierro mientras Desangradores y Diablillas se batían en duelo con los Caballeros Grises entre la oscuridad del Vacío. El Hermano-Capitán Pelennas derrotó personalmente a la Gran Inmundicia Bol´Groblort, dirigiendo su espada de hoja plateada directa al corazón hinchado de la abominación, atravesándolo. Nada en el planeta sobrevivió a la ira de los guerreros de Pelennas: ni los Demonios, ni las plataformas mineras, ni siquiera los cuerpos asolados por la plaga y revividos como restos cadavéricos de los clanes de mineros del planeta. Todo fue reducido igualmente a cenizas.

Y así continuaron los Caballeros Grises, purgando Emberghul e incluso Nurades con fuego sagrado. Pero allá donde acudieron, encontraron rastro de firmas de energía, ecos psíquicos y signos de batalla: otros habían estado ya en cada uno de aquellos mundos antes que los Caballeros Grises. Otros habían combatido a los Demonios y, por alguna razón, habían dejado el planeta obligados, antes de concluir la lucha.

Por último, el Hermano-Capitán Stern acudió a Mydgal Alpha, aterrizando escasos días después de que los Lobos de Hierro hubiesen partido de allí. Encontrando la Colmena Irkalla completamente dominada por las plagas demoníacas, Stern lideró un teletransporte de asalto a las profundidades de la Colmena Baja Irkallana: esperaba poder derrotar al Archi-Demonio que hubiese traído éste horror.

Pero aunque había dejado su pista psíquica restregada por todas las superficies, el Príncipe Demonio Mordokh hacía mucho que ya no estaba allí, y lo que Stern encontró fue aún más perturbador: yaciendo bajo los podridos restos de un campo de batalla de una semana de antigüedad, medio enterrado bajo los fétidos restos de cientos de Demonios caídos, había un extraño y bestial cuerpo. La carne de la criatura se estaba pudriendo, con su forma distorsionada por algún tipo de extraña mutación de gigantismo. Pero la insignia de su armadura picada era inconfundible.

Declarando Mydgal Alpha como un planeta Perditum Extremis, Stern regresó a su nave y ordenó a sus Astrópatas el determinar - por cualquier medio, sin importar lo horrible o costoso que fuese - el actual paradero de Logan Grimnar.

El Hermano-Capitán Stern tendría unas palabras con el Gran Lobo, e iba a obtener respuestas...

Caballeros Grises exterminando Demonios

Las brumas de Tranquilitus

Siguiendo el rastro de sus hermanos perdidos, los Aulladores de Fuego de Sven Aullador atravesaron el Empíreo y lo abandonaron directamente sobre el fantasmal mundo de Tranquilitus: la Tormenta Disforme que había guiado aquí a la Gran Compañía se había dispersado, pero otros peligros les esperaban sobre el mundo embrujado...

Volviendo con estruendo al espacio real sobre Tranquilitus, los Aulladores de Fuego se dispusieron directamente preparados para el combate. Las informaciones sugerían que éste era un mundo extraño y peligroso, un fino punto en la realidad en donde alguna y terrible conciencia gobernaba. Era un planeta fantasma de asentamientos vacíos, cuyos habitantes se habían esfumado entre las brumas siempre presentes de Tranquilitus. El Señor Lobo Sven Aullador no quería correr ningún riesgo con un lugar así.

Mientras las naves de los Lobos Espaciales barrían el espacio que les separaba hacia el planeta, una aeronave de considerable tamaño entró en su visibilidad a través de los jirones de la moribunda Tormenta Disforme: los servidores al timón la identificaron como el Crucero de Asalto de los Ángeles Oscuros Juramento de Silencio. Momentos más tarde, el garante principal del sistema de vox maestro confirmó el contacto. El Capitán del Juramento les advirtió que la fuerza de los Ángeles Oscuros ya había sido desplegada sobre Tranquilitus y estaba manejando una operativa compleja: la presencia de los Lobos Espaciales no era ni bienvenida ni requerida.

Bufando con sorna, el Señor Aullador envió una breve y originalmente ofensiva respuesta. Tras ello ordenó a la Fuerza de Asalto Espada de Saga que se movilizara para combatir: Sven estaba aquí para completar su búsqueda. Había olido una oportunidad para añadir dicha búsqueda a las sagas que tenía tatuadas sobre su piel. En sus propias palabras podría ser condenado a los siete infiernos si iba a permitir a los avinagrados susurradores de cánticos de El´Johnson quitarle su trofeo.

Sabiendo que los superaban en armamento de forma descorazonadora, los Ángeles Oscuros retiraron su nave, no sin antes lanzar una ominosa última advertencia para que los Lobos se retirasen también. Al mismo tiempo, los Lobos Espaciales detectaron un breve aumento fluctuante de la cantidad de mensajes de vox entre el Juramento de Silencio y sus fuerzas en el planeta cercano. Tranquilitus era difícil de rastrear con grado alguno de exactitud, pues las brumas del planeta emitían extraños y dudosos síntomas de vida. El Señor Aullador, así, eligió desplegarse cerca de las coordenadas de los mensajes de vox crecientes: los Ángeles Oscuros no se habían distribuido al azar, razonó. Si se estaban acercando a los Wulfen, entonces los Aulladores de Fuego necesitarían que actuar con rapidez.

Encaminándose a los muelles de embarque, el Señor Aullador dio la orden de que solamente él y las manadas seleccionadas para la Fuerza de Asalto Espada de Saga serían quienes se desplegasen. Ésta iba a ser una expedición sostenida por la rapidez - sin Cápsulas de Desembarco, ni nada que fuese más lento que un propulsor de salto sobre el terreno: la esencia era la velocidad, y Sven quería a su Fuerza dispuesta y preparada para la extracción una vez sus hermanos fuesen recuperados.

Minutos más tarde, un par de Thunderhawks fenrisianas descendieron a través de las brumas hacia la superficie de Tranquilitus. Aterrizaron sobre césped húmedo, con las nieblas alejándose como torbellinos debido a su descenso, revelando árboles de troncos nudosos y un lago cuya superficie parecía ser de cristales negros. Mientras los Lobos Espaciales descendían por las rampas con estruendo y las Thunderhawks volaban de manera atronadora de nuevo hacia los cielos, la niebla bajó sobre ellos. De repente, la visibilidad se redujo a unos pocos metros, mientras pegajosos, antinaturales vapores ensordecían los auspexes e incluso los agudizados sentidos de los Hijos de Russ. Los habitualmente bulliciosos Garras del Cielo de Sven permanecían en silencio y vigilantes: percibían algo antinatural acerca de éste lugar, una difusa sensación de estar siendo vigilados y cazados que habría reducido a alguien que no fuese un Marine Espacial a una parálisis aterradora.

En los Lobos Espaciales, sólo aumentó sus instintos combativos. Garras del Cielo, Garras Veloces, Land Speeders y la Guardia del Lobo propulsada de Sven - los Guardia Sangrienta - hicieron todos los esfuerzos posibles para mantenerse unidos entre la niebla. Avanzaron con la mayor velocidad que les era posible, siguiendo sus auspexes a través de zonas repletas de árboles reducidos a meras sombras, sobre colinas rocosas y a través de ciudades fantasma abandonadas. Y siempre la bruma les acompañaba y rodeaba, llena de movimientos medio perceptibles y esa opresiva sensación de estar siendo vigilados.

Todo permanecía en calma, hasta que los sonidos de disparos y el aumento de los aullidos se escuchó a través de las nubes que, hechas jirones, los precedían.

Combate en Tranquilitus

Los aullidos distantes alcanzaron a los Lobos Espaciales en algún nivel instintivo. Los Aulladores de Fuego sabían que eran los Wulfen quienes los llamaban, y elevaron en respuesta su propio aullido mientras avanzaban unidos como uno solo: entre la densa niebla, el avance de los Lobos Espaciales se fragmentó rápidamente. Mientras avanzaban por valles rocosos y arbolados persistentes, los Aulladores de Fuego enfrentaban ahora un constante ataque demoníaco: Bestias de Nurgle baboseantes surgían de entre los árboles para golpear y sacudir; Demonios de Tzeentch encendieron las brumas con llamas iridiscentes, con sus bizarros cacareos de júbilo resonando desde todas partes a la vez. Los Lobos Espaciales segaron y apuñalaron con fuerza furiosa, destruyendo todo aquel impedimento a su avance.

También los Ángeles Oscuros comenzaron a aparecer entre las brumas. Escuadrones de motoristas del Ala de Cuervo se precipitaron a través de la línea de avance de los Lobos Espaciales: los Ángeles Oscuros estaban trabados en un combate a la carrera contra las errabundas manadas de Demonios, pero su fuego silbó peligrosamente cerca de los guerreros de Fenris. Los Garras del Cielo maldijeron cuando un Mortaja del Ala de Cuervo les sobrevoló por encima a escasísima distancia, cubriéndolos en una sombra desorientadora.

Los Aulladores de Fuego insistieron en su ataque, con el suelo en lenta pendiente descendiente en una ladera bajo sus ardientes ruedas y pesadas botas: Sven lideró la carga, asegurando la ladera en grandes saltos y golpeando a los Demonios allá donde aterrizaba. El siguiente salto del Señor Lobo le dejó en la parte inferior de la pendiente, sobre un saliente rocoso, aún a la vista de su Guardia del Lobo. Justo cuando aterrizaba, un par de Land Speeders surcaron el cielo encima suya: apenas unas sombras en la oscuridad, era imposible ver a quién pertenecían. Los carros demoníacos escupe-fuegos que los acosaban eran, sin embargo, claramente visibles. Una de las aeronaves de los Marines Espaciales se tambaleó desde el cielo, dando vueltas hacia las brumas para explotar a continuación con un ruido sordo que sonó distante. Sven Aullador sólo pudo gruñir, indicando a su Guardia del Lobo que lo siguiesen mientras volvía a impulsarse al cielo.

Lejos, en el flanco derecho de los Lobos Espaciales, los Motoristas Garras Veloces conocidos como los Jinetes de Aullador, se precipitaron hacia abajo en un empinado barranco con una bravuconería demente, combatiendo a la carrera una batalla contra una Gran Cabalgata de Slaanesh. Los Lobos Espaciales se unieron entre sí frente a las lanzas giratorias de los carruajes de Slaanesh, lanzando hábilmente granadas perforantes para que hicieran su trabajo: una serie de explosiones resonaron por el desfiladero mientras los carruajes explotaban en una lluvia de metralla brillante, cortando innumerables Rastreadoras demoníacas en pedazos. A la refriega llegaron con estruendo los Caballeros Negros del Ala de Cuervo, saltando con sus motos a la cabeza del enfrentamiento e irrumpiendo entre sus rivales, pertenecientes a los Garras Veloces: no se desenvainaron espadas ni se dispararon las armas de fuego, pero durante unos instantes los Lobos Espaciales se frenaron y dieron la vuelta, contusionados y maldiciendo. Los Ángeles Oscuros rugieron en sus monturas, despedazando a las Rastreadoras restantes con sus disparos mientras continuaban su avance.

El grito de los Wulfen volvió a alzarse, y Sven Aullador luchó con toda la fiereza posible al darse cuenta de cuán cerca estaban de ellos. Viendo que la Guardia Sangrienta y los Garras del Cielo conocidos como los Portadores de Tormentas estaban luchando muy cerca de él, Sven decidió que era el tiempo de luchar por la gloria final. Gritando casi entre ladridos una cadena de órdenes, el Señor Lobo tatuado organizó de nuevo a sus guerreros y lideró otro gran salto hacia las brumas.

Combate en Tranquilitus2

Mientras los Aulladores de Fuego volaban, una forma oscura muy grande disparó a baja altura sobre sus cabezas. Los Lobos Espaciales tuvieron una fugaz impresión de unas alas oscuras, inclinadas hacia delante, y unos ardientes turborreactores, y de pronto la aeronave desapareció. Sven y sus guerreros saltaron a través de terreno mohoso y blando, iniciando una persecución a lo que seguramente era una aeronave de ataque de los Ángeles Oscuros.

De pronto, como sugerido por algún tipo de orden mental, las brumas se abrieron: Sven y sus seguidores vieron a dos manadas de Wulfen delante de ellos. Los guerreros salvajes estaban arrasando las cercanías de otro lago, asolando una horda de Diablillas y Horrores que se pasaban por encima entre sí para atacarlos. Sven sintió cómo bullía la sangre en sus venas y cargó en su ayuda, con sus guerreros yendo justo tras él. Pero, sin embargo, antes que los Aulladores de Fuego pudiesen llegar al combate, los Ángeles Oscuros atacaron.

La forma oscura los sobrevoló de nuevo, ahora revelándose como un Espolón del Ala de Cuervo. Sven bramó con indignación mientras un objeto de gran tamaño se desprendió del vientre de la aeronave y cayó entre los Wulfen. Pero en vez de volar en pedazos a los brutales guerreros, la detonación de la bomba proyectó, como una ola, un campo de éstasis que se desplegó como la apertura de los pétalos de una extraña flor cristalina.

En un instante, los Wulfen pasaron de ser bestias salvajes a convertirse en meras estatuas, con los Demonios retrocediendo a causa del estallido temporal.

Los motores rugieron cuando el Gran Señor Sammael atravesó como un rayo el lago sobre su moto a reacción, Corvex, volando a la cabeza de una escuadra de Land Speeders del Ala de Cuervo. Grandes chorros se elevaron por los aires mientras los raudos gravíticos barrían la superficie del lago en su carrera de ataque: los Ángeles Oscuros lanzaron una tormenta de disparos de plasma y balas que atravesaban armaduras sobre los Demonios a la orilla del lago, reduciéndolos a pedazos.

Sven derrapó hasta detenerse justo a corta distancia de los restos abrasados de los Demonios, con sus guerreros rodeándolo. Sammael y sus aeronaves dispararon por encima de sus cabezas, dando una vuelta alrededor suya, deteniéndose flotando justo delante de los Lobos Espaciales reunidos ante ellos, con las armas de proa alzadas.

Mirando por encima a los tatuados, cubiertos en sangre, Lobos Espaciales, Sammael requirió el motivo de su presencia allí, y que dejasen en sus manos a sus mutantes para que los Ángeles Oscuros se los llevasen a la Inquisición. Sven Aullador escupió en el suelo en respuesta. Ésto era un asunto de los Lobos Espaciales, gruñó, y los Ángeles Oscuros estaban en su camino.

Con voz suave pero con frialdad, Sammael advirtió que los Lobos Espaciales se arriesgaban a ser censurados simplemente por acoger entre ellos semejantes aberraciones heréticas. No debían hacer empeorar las cosas obligándoles a usar la fuerza contra ellos.

Los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros depositaron con cuidado sus dedos sobre los gatillos y contemplaron a sus líderes. Sven Aullador miraba con insolencia al cargador del cañón de plasma de Sammael, sosteniendo con fuerza y firmeza su hacha.

Entonces, gritando y murmurando, una gran oleada de Demonios apareció de entre las brumas, con sus armas en alto y los ojos envueltos en llamas.

Relato Oficial: Las Brumas de Tranquilitus.

Combate en Tranquilitus3

Desde las mandíbulas de los Demonios

Mientras los Demonios se aproximaban a las orillas del lago, un absoluto caos estalló. Los Marines Espaciales, que habían estado al borde del combate entre ellos, unieron sus armas ahora contra la amenaza que se cernía sobre ellos. Las brumas invadieron el lugar, cubriéndolo todo como una mortaja, y en ese instante Sven Aullador vio clara su oportunidad.

Rayos de fuego disforme se derramaron a través de las brumas, explotando finalmente contra el campo de éstasis. Sus energías se combaron bajo el bombardeo de otras energías ilógicas, antes de hundirse como una burbuja explotada. Mientras un repentino coro de enojados aullidos se dispersaba a través de la batalla, quedó claro para todos que los Wulfen se habían liberado. Aquel sonido primario eliminó todo pensamiento racional de la mente del Señor Aullador, el cual sintió un deseo irrefrenable de hundir sus garras en carne caliente.

Con dificultad, luchó para controlar ese deseo. Los Ángeles Oscuros habían formado una línea de batalla para enfrentarse a los Demonios que se esparcían a lo largo de la orilla. Ahora era la oportunidad de los Aulladores de Fuego, y bajo las órdenes que bramó Sven se apresuraron a agarrar a los Wulfen. Sin tiempo para las sutilezas, los Garras del Cielo y la Guardia del Lobo irrumpieron a través de la batalla al lugar en donde los Wulfen estaban despedazando a sus enemigos demoníacos. Dos por cada Wulfen, los Lobos Espaciales agarraron a sus enormes ancestros por debajo de sus brazos y usaron sus propulsores de salto para saltar lejos de allí hacia las brumas. Las bestias lucharon, hasta que captaron cuáles eran las intenciones de sus hermanos.

Los Lobos Espaciales corrieron con ligereza colina arriba. Mientras avanzaban, Sven activó la baliza de teleportación de su armadura y ordenó a la Fuerza de Asalto Espada de Saga que convergiese en su posición. Ante ellos, otro escurridizo enjambre de Demonios era avistado, convirtiendo a los Garras del Cielo en gachas mutadas con estallidos de llamas disformes. En respuesta los Lobos Espaciales se apartaron, potenciando su velocidad en una empinada pendiente rocosa. El rugido de los motores anunció la llegada de los Garras Veloces y los Land Speeders. Las motos se agruparon en formación junto a Sven y sus guerreros, mientras que los speeders daban vueltas a su alrededor y hacia adelante, con sus lanzallamas pesados asando a la caballería demoníaca que esprintaba colina arriba en su persecución.

La subida empinada terminó abruptamente en una meseta rocosa con una caída en picado. Los Aulladores de Fuego no aminoraron, saltando hacia el borde de la colina a velocidades suicidas. Tras ellos los Demonios gritaron y aullaron; ante ellos la caída era a cada segundo más cercana.

Con un repentino rugido de sus poderosos motores, las Thunderhawks de los Aulladores de Fuego se hicieron visibles, acercándose a la ladera visible de la colina con sus rampas de asalto abiertas completamente. En respuesta, los Lobos Espaciales gritaron con júbilo y se lanzaron al aire: por un momento se dispararon a través de las andrajosas brumas, con la muerte tras y bajo ellos; pero entonces los Aulladores de Fuego aterrizaron de golpe sobre las escotillas abiertas de sus cañoneras, con las motos derrapando hasta detenerse y las tropas de salto corriendo hasta detenerse dentro de las bodegas acorazadas de las Thunderhawks. Con ellos estaban los Wulfen, transportados y a salvo en los brazos de los suyos.

Las botas de Sven Aullador fueron las últimas en abandonar el suelo de Tranquilitus, con el Señor Lobo aterrizando entre sus compañeros de manada justo cuando su nave activó los propulsores y se dirigió a una órbita segura.

Relato Oficial: Desde las mandíbulas de los Demonios.

Sven Aullador rescata a los Wulfen en Tranquilitus

Los Aulladores de Fuego

Fuerza de Asalto Espada de Saga

A la cabeza de la Fuerza de Asalto Espada de Saga se sitúa Sven Aullador en persona. Inusualmente para un Señor Lobo - o para cualquier Lobo Espacial que ha vivido lo suficiente para ser promocionado - Sven luchó durante una década completa como un Garra del Cielo. Aunque ahora lidera una Gran Compañía al completo, el Señor Lobo aún favorece el luchar con un propulsor de salto, saboreando la velocidad y el poder que le confieren en el combate. Sven prefiere el combate cuerpo a cuerpo, eligiendo portar su espada-sierra, Colmillo de Fuego, y un hacha gélida de gran tamaño que él bautizó como Garra Gélida. En combate, Sven Aullador es un huracán de destrucción ante el que ningún enemigo puede aguantar y mantenerse con vida.

La Guardia del Lobo de Sven - la Guardia Sangrienta - son un grupo agresivo de expertos en el combate cuerpo a cuerpo, bien familiarizados en combatir con propulsores de salto y lo suficientemente poderosos como para destrozar el corazón de cualquier ejército. Bien Olaf Blackstone con sus cuchillas de lobo que emiten chispas, Istun Firestorm con su enorme martillo trueno, o la pistola de plasma y el puño de combate del viejo Kregga Longtooth, cada uno de los Guardia Sangrienta es un maestro en las armas que ha escogido. Son una hermandad bulliciosa, que intercambia juramentos y bromas mientras la batalla ruge a su alrededor.

Por comparación, los hermanos de batalla de las dos manadas de Garras del Cielo de la Fuerza de Asalto son jóvenes y exaltados. Conocidos como los Piedras de Fuego y los Portadores de Tormentas, éstos jóvenes guerreros son tan temerarios que no pueden ser asignados a otra misión que no sea el encabezar los asaltos: entre los Aulladores de Fuego ésto no se ve como un signo de deshonor, al contrario, se estima como una señal de la grandeza por venir. El Señor Aullador ve a éstos bulliciosos guerreros con extraña diversión, e insiste en afirmar que pertenecer a tal manada es más un ritual de paso que un verdadero castigo.

Las Garras del Cielo de Sven luchan con ferocidad, siempre compitiendo para impresionar a su señor y ganarse sus primeros tatuajes. El desgaste es alto entre éstas manadas, debido a que apenas dedican sus pensamientos a los peligros que enfrentan. Éste hecho no atormenta a Aullador ni a sus seguidores: la vida en Fenris es dura, y todos están acostumbrados a la idea de que el fuerte sobrevive mientras que el débil alimenta a los cuervos.

Apoyando a la Fuerza de Asalto Espada de Saga sobre el terreno está la manada de motoristas Garras Veloces conocida como los Jinetes de Aullador. Los Garras Veloces disponen de una base de fuego altamente manejable y flexible para apoyar a la Fuerza de Asalto en la caza. Fueron éstos impetuosos y jóvenes guerreros los que sostuvieron la defensa en la apocalíptica Batalla de Trollswatch, y fueron también ellos quienes asediaron y dispararon hasta la muerte al Lictor Tiránido conocido como el Sangre Sigilosa en Haedorn II. Los Garras Veloces están bien equipados para derribar incluso a los mayores enemigos gracias a los cañones de fusión de sus Motocicletas de Ataque asistentes. A veces son desplegados por Sven Aullador con un rol de apoyo, sirviendo con gran efectividad como cazadores de los tanques de combate de sus enemigos.

El apoyo adicional para la Fuerza de Asalto está proporcionado por los únicos vehículos de la misma, los Land Speeders hermanados y conocidos como los Cuervos de Aullador: aeronaves con múltiples opciones de ataque que se jactan de su excepcional velocidad y potencia de fuego, éstos dos gravíticos acorazados hacen presa sobre los tanques con sus enormes cañones de fusión, o inmolan a la infantería enemiga con sus lanzallamas pesados. Sus tripulaciones de Cazadores Grises están lo suficientemente experimentados para detectar las amenazas donde quiera que se alzan, y han mantenido con vida a sus camaradas más audaces en múltiples ocasiones.

Durante la batalla en Tranquilitus, la Fuerza de Asalto Espada de Saga se ganó la lealtad de los Wulfen que posteriormente serían conocidos como los Garras Llameantes: Sven Aullador se ganó la lealtad de su líder de manada al rescatar a sus guerreros de los Ángeles Oscuros y los Demonios, y a cambio la fuerza salvaje y brutal velocidad de los Wulfen habían impresionado a Sven. Los Wulfen eran un poderoso aliado en las filas de los Aulladores de Fuego, pues con su agresivo temperamento y su predilección por la brutalidad del combate cuerpo a cuerpo complementaban a la perfección el estilo de lucha de su Gran Compañía adoptiva.

Relato Oficial: Espada de Saga.

La Ciudad Sacrificada

Mientras la rampa de asalto de la Stormwolf gimoteaba al descender, una luz abrasadora se derramó en su interior. Junto con muchas otras, la aeronave se había aventurado en los cielos inundados de llamas del planeta Vikurus, para aterrizar en la ciudad santuario de Absolom. Portaban en su interior a los Campeones de Fenris directos al combate, y siguieron los escudriñamientos de Njal Stormcaller, que había profetizado que los Wulfen estaban, en esos mismos instantes, envueltos en combates en alguna parte de aquella ciudad sagrada. Para aumentar al máximo sus opciones de localizar rápidamente a sus hermanos perdidos, los Campeones se dividieron en pequeños grupos de guerreros: algunos aterrizaron sobre las manos de mármol extendidas que servían de plataformas de desembarco para los habitáculos de las enormes estatuas de la ciudad. Otros aterrizaron sobre los enredados edificios del Tombplex o los arcos procesionales del Serenitum. Las Stormwolves de Grimnar tomaron tierra en el centro del Gran Assemblis, una ancha plaza delimitada por estatuas que se situaban entre enormes cathedrums.

Los Desangradores llenaban la plaza empapada en sangre, dando machetazos a grupos de desesperados hombres de la milicia. Los cadáveres estaban apilados por todas partes, muchos envueltos en llamas o retorciéndose con una putrefacción sobrenatural. Mientras, las inmensas pictopantallas que estaban situadas en la parte superior de la plaza - previamente utilizadas para emitir las direcciones espirituales del Cardenalicio - emitían un constante, aullador bombardeo de imágenes horribles y ruido insano: el que antaño fuera un lugar sagrado ahora estaba contaminado más allá de cualquier esperanza de redención.

Con un bramido iracundo, Logan Grimnar lideró la carga hacia el interior de la plaza. Su carruaje Stormrider avanzó entre barridos hacia la batalla, y tras él marchaba la élite del Gran Lobo - la Guardia Real. Escuadras de Exterminadores de la Guardia del Lobo se adentraron en el sanguinario reguero que atravesaba la plaza, con sus bólteres tormenta rugiendo mientras abrían fuego sobre las manadas de Demonios. Poderosos Dreadnoughts machacaban el suelo mientras avanzaban, avanzando torpemente tras los gruñidos y el terror apisonador que era Murderfang. A la cabeza de ésta reunión venían algunos de los grandes héroes del Capítulo: Njal Stormcaller, invocando la ira de la tempestad; mientras, Ulrik el Matador cargaba con un aullido de furia.

La lucha fue breve y brutal, con Desangradores siseantes apuñalando y cortando antes de ser volados por los aires o aplastados contra el suelo ensangrentado. Pronto, las únicas personas con vida en la plaza eran los Campeones de Fenris, y unos pocos hombres supervivientes de la Milicia de Absolom que permanecían allí de pie, asombrados. Ignorando los gritos que provenían de las picto-pantallas, Grimnar miró a Murderfang: Grimnar había arriesgado mucho trayendo al bestial Dreadnought a ésta importante misión, porque estaba convencido que Murderfang podría compartir algún vínculo de especie con los individuos que ellos buscaban. El Dreadnought Wulfen merodeaba atrás y adelante, con sangre de demonio goteando de sus garras mientras olisqueaba el aire. Entonces, con sus ojos brillando con un reconocimiento salvaje, el Dreadnought se giró y avanzó a las proximidades de un gran arco tallado en marfil que se hallaba en el lado sur del Assemblis. Confiando en que los sentidos de su hermano maldito los conducirían a sus parientes Wulfen, los Campeones de Fenris lo siguieron.

Logan Grimnar atacando

Sobre Alas de Plata

En los cielos sobre Absolom, un trío de aeronaves plateadas chirrió a través de nubes de llamas. Las defensas en el casco de cada Stormraven rechazaban los fuegos antinaturales, manteniendo a aquellos que las ocupaban a salvo en su interior mientras batían la ciudad moribunda en busca de sus presas: los Caballeros Grises habían venido a Vikurus, con el Hermano-Capitán Stern liderando a sus guerreros en la caza de Logan Grimnar.

Permaneciendo de pie en la cabina de la nave en cabeza, Stern contempló los elaborados augurios espirituales que se habían desplegado en el panel instrumental de la aeronave: el dispositivo bullía con la actividad, leyendo nacimientos de energías de la Disformidad desde cada sector. Como islas en medio de la tormenta, las brillantes almas de los Lobos Espaciales se destacaban a través de Absolom entre hordas de enemigos demoníacos. Stern sólo tenía ojos para una runa concreta en la pantalla - la del mismo Logan Grimnar.

Mientras se aproximaban a la posición del Gran Lobo, Stern ordenó a sus pilotos que volasen bajo a través de las tambaleantes torres espirales de la ciudad santuario. Planeando entre campanas que tañían alocadamente y azoteas repletas de servidores gárgola, los Caballeros Grises vieron el verdadero horror de la incursión en Vikurus: grupos reducidos de Hermanas de Batalla luchaban espalda contra espalda entre temblorosos puentes de arco o escaleras espirales, martilleando con disparos de sus bólteres a las crecientes mareas de Demonios hasta que fueron completamente desbordadas. Enormes nubes de moscas demoníacas se desparramaron en oleadas desde las ventanas reventadas de los cathedrums, con sus drones ahogando los gritos de las almas condenadas que asesinaban. Los Sacerdotes del Ministorum condenados a un enfermo destino - con sus túnicas iluminándose según se prendían con fuego mutante - se lanzaron a su propia muerte antes de ser asesinados por las abominaciones que habían mancillado sus lugares sagrados. Aquí y allá podía contemplarse a los Campeones de Fenris: en el Ophidium Central, Cazadores Grises y Colmillos Largos disparaban sobre una Hueste de la Forja de Aplastadores de Almas; mientras en la Plaza de la Paz, los Demonios de Nurgle fueron arrasados y convertidos en lodo y ceniza por la furia psíquica de una Hermandad de la Tormenta.

Evaluando gravemente el pandemonio que había bajo ellos, Stern supo que Vikurus estaba más allá de cualquier ayuda posible. La condenación de éste mundo no podía detenerse. Sólo importaba la misión.

Con una severa inclinación, las tres Stormravens se precipitaron al cañón, hecho por la mano del hombre, del Cathedrum Procesional. Tras ellos, una hueste de Demonios de Tzeentch voladores se elevó de entre el tumulto: sus pilotos lanzaron salvas de fuego disforme que transmutaron a la nave más retrasada, la cual pasó a encabezar la marcha y fue obligada a hundirse y explotar en el procesional que había bajo ellos.

Las torretas giraron y los cañones de asalto chirriaron mientras aceleraban. Mientras las cañoneras se precipitaban por las calles entre cathedrums vecinos, escupieron lineas de fuego segador a sus infernales perseguidores. Carros ardientes llovían, hechos añicos, sobre las calles, ahogadas en cadáveres, bajo ellos. Lo que aún quedaba de los Demonios se disolvió, esfumándose en busca de presas más sencillas y permitiendo a los Caballeros Grises alcanzar su objetivo. Estaba próximo, pues la colosal Cúpula de los Penitentes se alzaba en lontananza, dominando el paisaje. Chirriando cerca de su azotea con las armas recalentadas, las Stormravens no aminoraron...

Caballeros Grises destruyendo Demonios

Los Campeones de Fenris

La Guardia Real

Tanto si están combatiendo pérfidos Eldar bajo la fría luz de estrellas alienígenas, llevando la batalla a abominables renegados en las profundidades de retorcidas naves de guerra, o asesinando a las más poderosas bestias Tiránidas, los Campeones de Fenris nunca fallan y nunca desfallecen. Ellos son los ejemplos más claros de su hermandad guerrera, las manadas a las que todos los otros Lobos Espaciales ansían unirse, y son mantenidos en los más altos estándares por su señor, Logan Grimnar.

Cuando los Campeones marcharon en su búsqueda de los Wulfen, el Señor Grimnar los lideró orgullosamente hacia las estrellas con la esperanza en su corazón. Grimnar llevó consigo a sus mayores consejeros y sus más heroicos acompañantes, figuras tan renombradas como Njal Stormcaller, Ulrik el Matador, el Sacerdote Lobo Ulstvan Morkaison, y el corpulento campeón Arjac Puñorroca.

Al aterrizar y desembarcar en el condenado mundo de Vikurus, fueron éstos héroes de las sagas cantadas quienes lideraron a la Guardia Real al combate. Era un honor hacerlo, pues pocos guerreros en la galaxia podrían igualar la fuerza de la masiva Guardia del Lobo que componía sus filas. Los especialistas en combate Garras del Vacío de Daggerfist, los alborotadores portadores de martillos de los Hermanos de Escudo de Wulftongue, los mortales francotiradores de los Colmillos Invernales, los reputados Matatodo de Horgoth, y los Garras de Grimnar que habían combatido tan duro y tan bien en Alaric Prime: todos ellos eran leyendas vivientes de batallas innumerables, maestros en el arte de la guerra y tan absolutamente leales al Gran Lobo. La fuerza combinada de éstos guerreros era suficiente para cambiar el sentido de la guerra, conquistar mundos, y destruir a los más terribles enemigos. En Vikurus serían probados al límite.

Luchando junto a las manadas guerreras de la Guardia Real estaban algunas de las grandiosas máquinas de guerra y guerreros de la armería de los Lobos Espaciales. Un par de Land Raiders proveían a ésta fuerza de combate con un excepcional apoyo de armamento pesado. El anciano motor de destrucción conocido como Aullido de Morkai podría remontar su historia atrás a los sangrientos días de la Purga, cuando había rugido para combatir a los vehículos traidores de las huidas Legiones renegadas. Desde aquellos días, el Aullido de Morkai ha terminado con innumerables males traidores, y los Lobos Espaciales no dudaban que podría acabar con muchos más antes de encontrar su final definitivo.

Tan glorioso como el anterior era el Land Raider Redentor conocido como Fuego de Fenris; éste belicoso vehículo de combate era famoso entre los Sacerdotes de Hierro del Capítulo por su bravío espíritu-máquina, y antes había sido conocido por liderar la marcha hacia el combate independientemente de cuales fuesen las órdenes de su tripulación. Sin embargo, el Redentor jamás había fallado en sus tareas, llevando a la Guardia Real al mismo corazón del enemigo y quemando a los enemigos del Padre de Todos desde Baddervacht a Grace´s Fall.

Marchando en apoyo de ésta gloriosa asamblea estaban los Ancianos del Colmillo. Siendo hermanos venerables todos ellos, estos Dreadnoughts luchaban con armas de fusión, hachas y cañones helfrost. Su consejo, además, era de un valor incalculable para Grimnar, y por cada batalla que los Dreadnoughts ganaban con la fuerza bruta, conducían a otra victoria con su sabiduría milenaria.

Lo mismo no podría decirse del loco rabioso conocido como Murderfang: éste hermano maldito había sido llevado al combate por expreso deseo de Njal Stormcaller en persona. El Sacerdote Rúnico había percibido un vínculo profundo entre el Dreadnought y los Wulfen, insistiendo en que Murderfang sería un elemento decisivo al liderar a los Campeones de Fenris hacia sus parientes de la Treceava Compañía. Asimismo, Grimnar se aseguró de que la Cañonera Stormfang Daño de Drakes acompañaría el avance de su Guardia Real: tan poderosa era la ira de Murderfang que podría necesitarse el subyugarle si se quedaba sin enemigos que destruir.

Relato Oficial: La Guardia Real.

Batalla por la Cúpula

Liderados por el bramador Murderfang, los Campeones de Fenris cargaron entre las inmensas puertas doradas de la Cúpula de los Penitentes, y directos hacia una monstruosa horda de Demonios. Desde lo más alto, en las Galerías Celestium, vino un coro de escalofriantes aullidos mientras los Wulfen daban la bienvenida al combate a sus parientes.

Murderfang estaba causando estragos: en el momento en el que el aullido de los Wulfen resonó desde los balcones dorados, el Dreadnought enloqueció. Cada barrido de sus garras lanzaba por los aires miembros desgarrados y grandes chorros de icor, y los numerosos Demonios allí reunidos le cedían terreno como el hielo a la proa de un barco rompehielos. Pese a todo, la prole de la Disformidad aún ocupaba la estancia principal de la Cúpula de los Penitentes y se contaba por millares.

Antaño, éste había sido un gran auditorium creado para la reunión y la adoración; altares para los Primarcas fueron levantados alrededor de la circunferencia de la cúpula, mientras en su centro una efigie vasta y dorada del Emperador levantaba a lo alto una espada brillante, con el tamaño de un Titán Reaver, que llegaba a tocar el lejano techo sobre ellos. Ésta zona abovedada estaba pintada con gloriosos frescos de estrellas arremolinadas y querubines alados, y bajo ellos colgaban las grandes galerías y caminos de raíles a través de los cuales los Wulfen ahora estaban cazando Demonios.

La cúpula se inundó con los terrores de la Disformidad, y los cadáveres de soldados de la milicia, Sororitas y sacerdotes se apilaban en montículos de carroña. En escasos segundos, los Demonios cargaron sobre los Campeones en una marea impía. Retumbantes Portadores de Plaga y parloteantes Nurgletes se lanzaron al ataque, abandonando el obsceno sigilo con el que habían llenado de mugre las losas de piedra del suelo de la cúpula. Enfrentaron a la Guardia Real con espadas apuñaladoras y dientes que crujían, arrastrando a muchos de los Hermanos de Escudo de Wulftongue y Matatodo de Horgoth. Desangradores y Aplastadores cargaron a través de la fosa osario, soportando el bombardeo de fuego de los Fenrisianos antes de aterrizar en el combate. Svendar Brazo de Hierro se tambaleó cuando un Juggernaut lo cargó, atravesando la ceramita fraguada y enviando uno de sus miembros - con su gran hacha y todo - al suelo en una lluvia de chispas.

Viendo la situación del Dreadnought, Njal Stormcaller envió rayos de energía cebados contra las filas de Khorne. Los Demonios sufrieron espasmos mientras sus ojos ardían y su piel antinatural se comenzaba a sumir en llamas. El resto de los Ancianos del Colmillo cargaron a su vez, con el suelo temblando bajo su furia.

Desde diversos puntos de la cúpula se produjeron una serie de explosiones cuando varios Cañones de Cráneos de Khorne dispararon su macabra munición. Las detonaciones se multiplicaron a través del casco del Fuego de Fenris mientras el tanque avanzaba. El daño sólo parecía enfurecer aún más al beligerante vehículo, que engullió a un grupo de Demonios en una muerte llena de promethium.

Batalla por la Cúpula en Vikurus

Los Wulfen se lanzaron hacia el combate, sin prestar atención a la peligrosa altura en la que estaban mientras saltaban entre las plataformas de las Galerías Celestium. Lanzallamas fúngidos y Horrores Tzeentchianos lascivos eran sus presas y - aunque un Wulfen tras otro fueron lanzados a plomo hacia el suelo llameante - atravesaron a los Demonios hasta que un icor iridiscente cayó como lluvia del cielo.

Entre el alboroto, Logan Grimnar consiguió llegar al Devorador de Almas que estaba en el corazón de la horda. Cuando los Lobos Espaciales se adentraron en la cúpula por primera vez, el poderoso señor de los Demonios había permanecido en las alturas, con sus vastas alas llevándole entre las galerías en persecución de los Wulfen. Sin embargo, la llegada de los Campeones había captado la atención del Gran Demonio y se lanzó a un descenso en picado, con sus alas extendidas en su totalidad y brillando con un fuego infernal.

El enorme terror aterrizó delante de Logan Grimnar, incitando sin palabras a un desafío al Gran Lobo con un poderoso bramido. Desdeñosamente, el Demonio agitó su enorme hacha, golpeando con fuerza a uno de los Matatodo de Horgoth y lanzandolo un centenar de pies en el aire hasta que rebotó con dureza en la estatua del Emperador. El guerrero se desplomó en el suelo, y desapareció entre los pisotones de los ejércitos combatientes.

En respuesta, Grimnar saltó de los estribos de su carro y cargó al Demonio de Khorne empapado en sangre. Otros enemigos surgieron para enfrentar al Gran Lobo, pero fueron repelidos por los Garras de Grimnar y el constante agitar del martillo de Arjac Puñorroca. Esta sería una lucha para las sagas: Logan Grimnar batallando contra un bramador Devorador de Almas de Khorne. Luchar contra una abominación así bien podría significar la muerte del Gran Lobo, pero él no se arredraría de tan gran desafío ni dejaría a los suyos luchar en su lugar.

Con la carga de Grimnar, el Devorador de Almas lanzó su látigo de púas serpenteando para atrapar sus piernas. El Gran Lobo se hizo a un lado y esquivó el veloz golpe relampagueante, y agitó su hacha en un arco silbante. Tal golpe habría partido a un Dreadnought, pero fue bloqueado por un atronador sonido metálico de la espada del Devorador.

Grimnar tomó distancia, evitando el salvaje contragolpe del enemigo, y barrió el pecho del imponente Demonio con el fuego de su bólter tormenta. El Devorador de Almas gruñó cuando los disparos quebraron la placa de armadura de su pecho, antes de hacer retroceder a Grimnar con una serie de golpes, veloces como un relámpago, que hicieron manar la sangre en media docena de heridas. Envuelto por la oscura sombra de las alas del Demonio, Logan alzó su hacha dispuesto al siguiente embate.

En ese preciso instante una gran sección del techo implosionó, derrumbándose con un gran estruendo sobre la batalla que se disputaba en la parte inferior.

Relato Oficial: Al borde de la Herejía.

Dreadnought de los Campeones de Fenris
Capitán Stern

Verdades molestas

Verdades molestas

Stern hizo una pausa ante la pregunta de Grimnar, escrutando las duras facciones del Gran Lobo como buscando atraparle en alguna falsedad. Tras un largo instante, Stern comenzó a hablar, y sus palabras llegaban a todos los Lobos Espaciales de la cúpula. Mientras escuchaban, sus caras se encrespaban en peligrosos ceños fruncidos.

Los Caballeros Grises habían visto muchas cosas, dijo Stern. Gracias a sus poderes de pronosticar y la interceptación astropática, no había secreto existente para ellos. Así fue como los Astrópatas de Stern habían obtenido fragmentos de una comunicación urgente destinada al propio Grimnar. Al Gran Lobo se le erizó el vello, pero antes que pudiese hablar, Stern siguió avanzando. El tono del Caballero Gris era de critica mientras les anunciaba que, mientras los lobos cazaban mutantes en los lejanos confines del Imperio, el propio Sistema Fenris era presa de los ataques demoníacos.

Un peligroso silencio dio la bienvenida a éstas palabras. En la distancia, los sonidos de combates atronaban con su ruido. Al cabo de unos instantes, Logan Grimnar habló. Si éstas noticias eran ciertas, dijo, entonces los Lobos de Fenris serían llamados a regresar de nuevo y pobres de quienes hubiesen desatado tal maldad. Sin embargo, si ésta era una treta de Stern para interrumpir rápidamente la búsqueda de los Wulfen, entonces no habría fuerza en la Galaxia que pudiera salvarlo de la venganza de los Lobos Espaciales.

Inamovible, Stern estableció una comunicación de vox con los Astrópatas a bordo de su nave y les ordenó que transmitiesen el mensaje fragmentado a los Astrópatas del propio Grimnar: el comunicado había sido lanzado entre gran desesperación, explicó Stern. Había sido retorcido y cortado por interferencias malévolas; sólo la habilidad de los Astrópatas de los Caballeros Grises consiguió recuperar una parte del mensaje intacta.

Mientras los segundos transcurrían, los Lobos Espaciales murmuraron entre sí y lanzaron oscuras miradas a los Caballeros Grises, que permanecían firmemente erguidos justo en el centro de todos ellos. Finalmente, Grimnar escuchó intensamente su transpondedor de vox antes de volverse y encarar a Stern. El mensaje había sido confirmado: su firma etérica era definitivamente la del coro astropático de El Colmillo, mientras que sus portentos y símbolos eran calamitosos también. Rígidamente, el Gran Lobo dio las gracias a Stern por llevarle éste aviso, y pidió que el asunto de los Wulfen fuese dejado al margen hasta que se garantizase por completo la seguridad de Fenris. Todas las fuerzas de los Lobos Espaciales serían convocadas de una tacada para la defensa del sistema que era su también su hogar.

Stern estuvo de acuerdo, y ofreció su ayuda. Grimnar gruñó con aprobación, y se daba ya la vuelta cuando las palabras de despedida de Stern lo detuvieron sobre sus propios pasos. Los Lobos Espaciales debían de tener cuidado, advirtió el Hermano-Capitán, porque algo mayor y más oscuro había en toda ésta situación maquinando sus planes ahora mismo esperando aún su turno para revelarse. Él sabía de ésto, porque las Tormentas Disformes que los Lobos Espaciales habían estado persiguiendo no habían aparecido aleatoriamente. Al contrario, sus emplazamientos formaban un vasto sello, uno que sólo aparecía en las leyendas más antiguas de los Caballeros Grises y que no había sido visto desde hacía diez milenios.

Desde Spartha IV hasta Atrapan, desde Fimnir a Hades Reach, las Tormentas Disformes describían ampliamente un antiguo símbolo de venganza utilizado por última vez por los hechiceros de Prospero - los Mil Hijos.

Relato Oficial: Verdades molestas.

La Maldición

La Maldición

En el momento en el que la flota del Gran Lobo alcanzó su punto de reunión en el Sistema Anvarheim, las Grandes Compañías de varios de los otros Señores Lobo, que habían sido requeridas a regresar, habían llegado ya. Con dichas fuerzas, y los Wulfen entre ellos, Grimnar pretendía ir directo al corazón del Sistema Fenris. Rápidamente quedó claro sin embargo que, aparentemente, las cosas no iban a ser tan sencillas.

En el momento que las naves de Logan Grimnar entraron en el Sistema Anvarheim, quedó claro que algo no iba bien. A bordo de su nave principal, el Honor del Padre de Todos, Grimnar escuchó un bombardeo de conversaciones de vox recibidas. Informes alarmantes y contradictorios se superponían entre sí, y el Gran Lobo compartió una mirada de tono grave con Ulrik el Matador.

Agrupadas cerca de la tercera luna de Maedebrax, las naves de guerra de las Grandes Compañías de Harald Deathwolf, Egil Lobo de Hierro y Sven Aullador aguardaban en formación abierta a la llegada de su Rey. En el centro de todas ellas se encontraba la nave escolta Colmillo Gélido, apartada de las naves de sus hermanos como un leproso entre una multitud. Era de ésta nave en concreto de la que procedían muchas de las emisiones urgentes de vox, aunque los Señores Lobo también reclamaron la atención de su Gran Lobo.

Grimnar abrió un canal de vox con sus tres lugartenientes, así como con el Líder de Batalla Hjalvard a bordo del Colmillo Gélido. Consciente que la Barcaza de Batalla de Stern estaba situada en un juicio mudo en el muelle de proa, Grimnar se aseguró que el intercambio de vox fuera lo más largamente encriptado posible. Y fue entonces cuando pidió con enfado a sus hermanos que se calmasen y le explicaran qué era exactamente lo que estaba sucediendo.

La verdad era incluso aún más alarmante de lo que el Señor Grimnar se temía. Desde que comenzó su búsqueda, la Colmillo Gélido había esperado en el Sistema Anvarheim, siendo su rol el reunir y rearmar a los rescatados Wulfen para su regreso triunfal a Fenris. Muchos de los Señores Lobo habían enviado de regreso naves de guerra ligeras con manadas de Wulfen a bordo, mientras seguían presionando en la búsqueda de más parientes perdidos incluso mientras éstos primeros retornados eran recibidos a bordo de la Colmillo Gélido. En principio, todo había ido acorde al plan, con los Sacerdotes de Hierro equipando con éxito a los hermanos de la Decimotercera Compañía con las nuevas armaduras y armas adaptadas por Hrothgar Swordfang.

Más y más Wulfen continuaron siendo transportados de regreso desde zonas de guerra de distancias muy lejanas, y cuando su número comenzó a crecer fue cuando algo extraño comenzó a suceder a bordo del Crucero de Combate: los Wulfen comenzaron a estar más intranquilos, tanto que los líderes alfa de las manadas tuvieron que luchar duro para poder controlarlos. Numerosos servidores, e incluso un puñado de miembros de seguridad de la tripulación, fueron heridos o asesinados por las arremetidas aleatorias de los Wulfen. Al mismo tiempo, los Cazadores Grises encargados de la labor de vigilancia sobre los Wulfen se volvieron a su vez más agresivos y pendencieros. Los temperamentos se encendieron, se vociferaron maldiciones, y peleas sangrientas a puñetazos estallaron en las cubiertas de la nave.

En el momento en el que la llamada al reagrupamiento llegó, y los tres Señores Lobo trajeron a sus propios Wulfen recuperados para unirse a la multitud, los problemas se estaban deteriorando con rapidez. Había serios riesgos de que estallase la anarquía.

Hjalvard gruñó que una locura se había apoderado de la Colmillo Gélido. Todo Fenrisiano conocía que la Marca del Wulfen podía apoderarse de un hermano de batalla en el calor de la batalla, incluso podría transformarlo en casos muy extremos. En la Colmillo Gélido, parecía sin duda que los síntomas de la marca se estaban manifestando en cada guerrero de a bordo: bastantes de ellos habían sucumbido juntos, sus cuerpos y sus mentes cambiando hasta hacerlos indistinguibles de la Decimotercera Compañía. Por ahora, la asustada tripulación de guardia de la nave, no afectada por la mutación, permanecía aún bajo control pero... ¿por cuánto tiempo?.

Con la voz afectada, Harald Deathwolf recordó a sus hermanos que sus instintos ya le advirtieron que algo terrible se avecinaba. ¿Qué sucedería si ésta conducta no se restringiese a los guerreros a bordo de la Colmillo Gélido? Por entonces, los otros Señores Lobo ya estaban informando sobre casos de conductas inapropiadas y agresividad creciente entre las manadas de sus propias naves. Las luchas se habían desencadenado entre compañeros de manada. Se derramó sangre. Éstos Wulfen no eran una bendición, advirtió Harald.

Eran una maldición.

Relato Oficial: La Maldición.

Capítulo 3: Juicio

Juicio

Arquitecto de la aflicción

Arquitecto de la aflicción

El Sistema Fenris bullía con horror. Zarcillos de locura se enroscaban desde la oscuridad del vacío, con las energías primarias de la Disformidad desgarrándose en el dominio de los Lobos Espaciales. Innumerables Demonios se derramabn sin cesar desde aberturas chisporroteantes para caer sobre los destacamentos de los vasallos de la milicia y las fuerzas defensivas de los Lobos Espaciales. Fue una catástrofe de una escala atroz.

Cuando las naves de la flota de Logan Grimnar regresaron accidentadamente de la Disformidad y al interior del Sistema Fenris tras largas semanas de violentos tránsitos, los auspex y los sistemas de vox volvieron igualmente a la vida con múltiples historias de terror. En Valdrmani, Svellgard, Frostheim y Midgardia - cada luna y planeta del sistema, salvo el mismo Fenris - los Poderes Ruinosos habían golpeado con una furia regocijante. Logan Grimnar no era tan estúpido como para creer que el momento en el que ésta invasión se había producido era casual, pero por ahora no había más tiempo para otra cosa que no fuera una lucha desesperada para salvar al Sistema Fenris de la condenación. Solamente una vez ganada la guerra se podría dar caza al culpable y hacerle pagar con sangre.

Las verdades que Grimnar anhelaba estaban más cercanas de lo que conocía. Mientras las naves de los Lobos Espaciales aparecían en las inmediaciones exteriores del Sistema Fenris, la mente maestra que estaba detrás de sus miserias marcó su llegada. Asomándose a una pantalla de augurios manchada de sangre en Frostheim, el Señor Vykus Skayle de la Legión Alfa observó atentamente mientras las runas que representaban las naves de los Lobos Espaciales surgían a la realidad con un parpadeo. El Señor del Caos no mostró ninguna reacción mientras las naves Fenrisianas comenzaron a adentrarse velozmente en el sistema, y desplegaron sus fuerzas en defensa de sus asediados planetas.

Cuando estuvo seguro que ninguna otra runa de interés iba a aparecer en la pantalla, el Señor Skayle abandonó los augurios y se abrió paso a través de la cámara de mando del Fuerte Morkai. Caminó hasta el destrozado y ennegrecido armacristal de la ventana de observación de la cámara, pasando por encima de los cadáveres en descomposición de Lobos Espaciales asesinados. No se había hecho esfuerzo alguno en limpiar las secuelas del ataque de la Legión Alfa sobre ésta fortaleza; los muertos aún yacían allá donde habían caído, pudriéndose en medio de montones de casquillos de balas y cráteres chamuscados.

El Señor Skayle miró al exterior sobre las líneas de defensa que se extendían en torno a la base de la fortaleza. Allí abajo, sus legionarios se preparaban a sí mismos para la matanza por llegar. Las ubicaciones de los bastiones fueron devueltas a la vida, con los autocargadores castañeteando cuando los rifles eran cargados de nuevo con munición. Marines Espaciales del Caos protegían a Cultistas temblorosos a través de la dura y profunda nieve, forzándolos a situarse tras barricadas acorazadas. Las Máquinas Demoníacas campaban a sus anchas, con la nieve fundiéndose por el calor de sus hornos.

La Legión Alfa contaba además con el auxilio de los Dioses Oscuros. A la vez que se abrían las grietas disformes sobre los otros mundos del Sistema Fenris, aquí una brecha se abrió justo sobre el glaciar para arrojar a los Demonios de Khorne y Tzeentch. Skayle sabía muy bien que tenía que asegurarse de cumplir las exigencias de las entidades acerca de ser sus siervos, pues así ellos lucharían por él cuando llegase el momento, y eso era suficiente.

El Fuerte Morkai se levantaba sobre una meseta glacial que se elevaba sobre las tierras baldías y heladas de Frostheim. La Legión Alfa había desterrado a los espíritus que guardaban la fortaleza, aprisionándolos en estados inertes durante su ataque, pero incluso así no habría forma alguna en la que los Lobos Espaciales pudieran sobrepasar las fuerzas de Skayle. Y, además, los Lobos no se prestarían a sutilezas cuando descubriesen lo que él había hecho a su sistema natal: ellos vendrían a por la Legión Alfa mostrando sus colmillos.

En verdad no importaba. La Legión Alfa había completado su misión. El gran ritual se había realizado, y nada lo podría parar ahora. Las grietas de Disformidad que florecían por el Sistema Fenris se multiplicarían, lanzando a la realidad las energías antinaturales del Empíreo. Una marea de Demonios absorbería hasta la asfixia los mundos natales de los Lobos Espaciales, y aunque incluso ellos intentasen luchar para proteger sus dominios, los Fenrisianos se verían condenados más allá de toda redención. Así fue profetizado. Así lo había decretado Abaddon el Saqueador.

Sistema Fenris en el Asedio (I)

Midgardia: La selva de hongos del planeta Midgardia, que abarca todo un continente, fue la presa de los viles sirvientes de Nurgle, mientras que las ciudades subterráneas del planeta hervían llenas de invasores demoníacos.

Valdrmani: La Luna del Lobo había permanecido inicialmente a salvo de las hostilidades. Mientras la flota de liberación de los Lobos Espaciales llegaba, sin embargo, una angustiosa llamada de atención sonó desde su estación astropática de Aullido Largo.

Fenris: Ningún enemigo asaltó Fenris en ésta ocasión. Los Mata Dracos recorrían los emplazamientos de defensa del Colmillo, seguros que ésto no iba a seguir igual por mucho tiempo.

Frostheim: En el planeta helado de Frostheim, la gran fortaleza del Fuerte Morkai había sucumbido ante un sorpresivo ataque de la Legión Alfa, cuyo subsecuente ritual había sumido al resto del Sistema Fenris en la locura.

Svellgard: La turbulenta luna océano de Svellgard hervía con la actividad demoníaca. Sus islas volcánicas habían sido tomadas, y sus defensas más esenciales invadidas por terrores de pesadilla.

El Retorno de los Aventureros: Deslizándose desde las defensas exteriores de su sistema natal, la flota de liberación de Logan Grimnar atacó. Dividieron sus fuerzas entre los mundos y las lunas del Sistema Fenris, con una furiosa determinación de exterminar hasta la última fuerza del Caos presente.

Sistema Fenris en el Asedio (II)
Compañía de Ragnar-0

Mientras, la Gran Compañía de Ragnar Blackmane no había alcanzado el Sistema Fenris, pero estaba acelerando a través de la Disformidad para ir en auxilio de sus hermanos.

Compañía de Harald

La Gran Compañía de Harald Deathwolf se dirigió directamente a Frostheim. Estaban determinados a tratar con cualesquiera amenaza que hubiese silenciado la guarnición del Fuerte Morkai y reclamar la fortaleza para el Gran Lobo.

Compañía de Egil

Con su preponderancia de vehículos y transportes armados para el combate, los Lobos de Hierro fueron desplegados sobre la superficie de Midgardia. Allí se enfrentarían a las junglas corruptas, llevando los combates a la ubicación de sus enemigos.

Gran Compañía de Sven

En los Aulladores de Fuego recayó la tarea de recapturar la poderosa red de defensas orbitales que salpicaban las islas de Svellgard. Aquí, su maniobrabilidad y velocidad serían fundamentales para conseguirlo.

Gran Compañía de Bran

El Señor Fauceroja había anunciado que estaba a unas horas de distancia, pero el tiempo en la Disformidad es voluble, y los Lobos Espaciales no podían esperar a su llegada para lanzar su asalto.

Gran Compañía de Logan

Poseído con una gélida y terrible ira que incluso nunca antes habían visto los integrantes de su Guardia del Lobo, Logan Grimnar lideró a su Gran Compañía al combate bajo la superficie de Midgardia. Purgaría las cavernas de los Demonios, o moriría intentándolo.

Relato Oficial: Arquitecto de la Aflicción.

Perdiendo a los Lobos

Mientras las naves de los Lobos Espaciales entraban a toda velocidad en el sistema, Grimnar dividió sus fuerzas entre Svellgard, Frostheim y la poblada Midgardia, mientras pedía a regañadientes la ayuda de los Caballeros Grises para asegurar Valdrmani. Incluso pedir a éstos extraños su ayuda no era tan contencioso como su siguiente orden: los Wulfen fueron divididos en Manadas Asesinas y transportados desde la Colmillo Gélido para incrementar los efectivos de cada Gran Compañía.

Aquellos Señores Lobo que protestaron fueron silenciados por el furioso Grimnar: los Lobos Espaciales necesitarían de cada guerrero disponible para defender su hogar. El Gran Lobo no iba a permitir que los engaños de algún enemigo invisible les negasen la ayuda de los Wulfen en éste momento tan crucial. Que, aseguró, era seguramente la intención de sus enemigos. Los Lobos Espaciales les debían a sus hermanos retornados el no dejarles a un lado. Era una fina hebra de paja a la que aferrarse, pero suficiente para asegurar el cumplimiento a regañadientes de sus Señores Lobo.

Svellgard, la turbulenta luna oceánica del planeta Frostheim, fue el primer mundo en sentir la venganza Fenrisiana. La cual llegó bajo la forma de Sven Aullador y sus Aulladores de Fuego.

Svellgard era el emplazamiento de la principal red de defensa del Sistema Fenris. Conocida como Las Garras del Mundo Lobo, esta cadena de silos de misiles punteaba las cadenas de islas volcánicas que surgían de los mares de Svellgard, y sus misiles de gran altura planteaban una amenaza a cualquier nave de guerra que navegase por el Sistema Fenris. El centro de control de ésta red - un nexo fortificado conocido como la Guarida del Mundo Lobo - estaba localizado en la isla más grande del sur. Fue sobre éste sitio sobre el que los Aulladores de Fuego descendieron con fuerza, determinados a recuperar el control de éste activo tan importante.

Mientras Sven Aullador cargaba desde la rampa de salto de su Stormwolf, sus sentidos aumentados observaron todo el campo de batalla con un solo vistazo. Habiendo llegado en descenso al saliente rocoso que se sobreponía sobre la Guarida del Mundo Lobo, sus guerreros estaban vertiéndose desde sus naves de salto, con los ojos bien abiertos y las espadas-sierra revolucionadas. Bajo ellos, el complejo fortificado bullía plagado de Demonios, los malvados seres que salían en gran número desde los búnkeres y sitios seguros en su afán de atacar a sus enemigos caídos de los cielos. En un flanco del complejo, el océano bullía locamente con espuma, y una luz luminiscente y enfermiza brillaba en sus profundidades. En el otro flanco, el volcán de la isla se alzaba hasta casi tocar el cielo.

El Señor Aullador sabía que el complejo debía ser recuperado a la mayor brevedad posible. Las Garras del Mundo Lobo serían cruciales para recuperar el Sistema Fenris. Necesitaban un ataque concertado, pero sin embargo en el momento que los Aulladores de Fuego saltaron desde sus naves se lanzaron por la pendiente en manadas desiguales. Los aullidos de los Wulfen se alzaron por encima de su precipitada carga, con los salvajes guerreros saltando entre sus hermanos con martillos trueno y grandes hachas gélidas alzadas en el aire. La Gran Compañía de Sven aulló en respuesta. Impulsándose hacia adelante cerca de la cabeza del grupo, el Señor Lobo aulló tan alto y salvajemente como cualquier otro, con una ira animal ardiendo en sus ojos mientras se estrellaba contra la horda demoníaca.

Perdiendo a los Lobos

La incursión en Svellgard

En el momento que los Hechiceros del Señor Skayle completaron su gran Ritual de la Abominación, se abrieron grietas en la realidad bajo los océanos de Svellgard. Portales de Disformidad ondulantes se estremecieron hacia la existencia, irradiando la luz de locura de la irrealidad a través de las profundidades del océano. E incluso cuando millones de galones de agua atronaron a través de esos portales y se derramaron en la Disformidad, una incursión demoníaca forzó su entrada a través de los mares de Svellgard.

Millones de Demonios brillaron a través de la oscuridad de los profundos océanos de Svellgard, siendo la presión aplastante una irrelevancia para tan antinaturales seres. El lecho marino se revolvió entre nubes cuando pies cubiertos de garras y pezuñas lo quemaron, con las manadas de Demonios avanzando a través de sedimento iluminado por velos de Disformidad. Extraños fuegos ardían entre la oscuridad, con Aulladores de Tzeentch ondulando a través del agua como si fueran criaturas abisales mientras Cañones de Cráneos de Khorne retumbaban de forma imposible a través del suelo oceánico. Masificados, éstos grupos surgieron de las profundidades heladas, encaminándose infaliblemente hacia las islas en las que los silos defensivos de los Lobos Espaciales estaban ubicados.

La mayor horda de la Incursión de Svellgard había emergido de las ardientes aguas y se había dirigido directamente a combatir a la sorprendida guarnición de la Guarida del Mundo Lobo. Liderando el ataque a la carga había venido una terrible fuerza de la destrucción, un Devorador de Almas de la Rabia Insensata: éste era Vor´hakk, el Aniquilador de Xarn, la Herida que Divide al Mundo. Siendo un longevo y malvado ser, Vor´hakk era la furia destilada en su forma más pura, un destructor casi descerebrado contra el que ningún hombre mortal había sobrevivido en combate: las batidas de sus alas eran como truenos oscuros que volvían locos de terror a sus enemigos; su hacha de acero forjado por demonios era un horror sediento que había cercenado las poderosas puertas de muchas fortalezas y partido en dos a muchos héroes como ardiente madera sangrante; el aullido del Devorador podría romper huesos con su fuerza iracunda, e incluso el mismo suelo se ennegrecía y quemaba bajo el rastro de las pisadas de sus piernas apezuñadas.

Incluso en solitario, Vor´hakk podría haber sido un enemigo monstruoso, pero además con su despertar llegó el resto de su hueste infernal. En su corazón había una arrasadora Horda Asesina de Demonios de Khorne, liderada a la batalla por el infame Heraldo de Khorne Raksh´as Sundersword. Éste guerrero Demonio sediento de sangre rompió las líneas del Wanton Jaunt de Slaanesh durante la Guerra de las Siete Campanas, y seccionó la cabeza del Kaudillo Orko Golg en Muraxia. Aunque limitado como estratega, el Heraldo era un combatiente letal y un líder decisivo, y necesitaría ambas cualidades para sostener el alboroto de Vor´hakk.

Raksh´as no sólo comandaba las agrupaciones de Desangradores de Khorne y la caballería demoníaca y apisonadora de su Horda Asesina, sino además una atronadora batería de cañones infernales conocida como los Destructores Carmesíes. Éste trío de rugientes Máquinas Demoníacas eran notables por su enloquecida hambre de carne, una necesidad tan potente que a menudo intercambian sus labores como artillería para lanzarse a la carga en el combate. El Heraldo que los supervisaba, Ka´Shan´Kha, compartía ese salvajismo primigenio. Poco más que una bestia salvaje, Ka´Shan´Kha fue designado a su posición como castigo por su desobediencia en el combate. Desdeñoso sobre el concepto de fuego de apoyo, dejaba los asuntos de mando a Raksh´as, y a su vez urgía a su Trono de Cráneos al combate lo más rápidamente posible. El sabor de la carne mortal era el único deseo de éste Heraldo, con el sabor salado de la sangre como su único y verdadero placer. La violencia con la que él y sus cañones ejecutaban sus carnicerías era el contenido de sud oscuras leyendas.

El resto de la Incursión de Svellgard comprendía a Demonios de Nurgle y de Tzeentch. Enormes masas de engendros malignos habían surgido desde los portales de Disformidad en el despertar de Vor´hakk, y querían causar la mayor carnicería que les fuera posible en el nombre de las propias deidades que los mantenían.

Abriéndose paso poderosamente desde el océano con el agua salada desaguando por sus cuerpos podridos, la Tallyband conocida como los Rustlungs se había preparado para difundir las bendiciones de Nurgle a través de Svellgard. Su agrupación de drones derrapaba delante de ellos, mezclados con los chirridos alegres de los Nurgletes a los que pisaban con tristeza. Liderándoles a todos estaba el Heraldo Verdig´rus, cuyo mero toque extendía la corrosión como si se tratase de una plaga.

Sobre las cabezas de la Incursión volaban, en barridos bajos, los Carros Flamígeros y los Aulladores de Tzeentch de la Marea de la Conflagración. Ésta Hueste Celestial Flamígera se adentró con violencia en el combate dejando una estela de fuego disforme mutante al adentrarse, con dichos fuegos extraños transformando la carne viva a cristal o limo, flores o llama purificadora con un capricho azaroso.

Proveyendo a la Incursión con un aterrador volumen de potencia de fuego de largo alcance estaban los Aplastadores de Almas del Crescendo Traqueteante. Ésta Hueste de la Forja pisotearon con sus miembros terminados en garras y aullaron a los cielos cuando los Lobos Espaciales se lanzaron desde las alturas para combatir: habían pasado días desde que el último de los vasallos de la guarnición del lugar había huído a los túneles más profundos que había bajo la isla, e incluso desde entonces los Aplastadores de Almas habían sido obligados a cazar a los suyos por propio deporte. Ahora, al fin, un enemigo real se presentó por sí mismo una vez más, y las Máquinas Demoníacas tenían la intención de cosechar toda aquella alma mortal que pudiesen.

Marines lobos sven aullador vs demonios en svellgard

Los Lobos Espaciales y los Demonios se lanzaron apresuradamente al combate sin pensar en tácticas o en contenerse. Era como si la locura se hubiese apoderado de los Aulladores de Fuego, sus Garras Veloces y sus Garras del Cielo abandonando a sus hermanos de batalla al inicio mientras cargaban salvajemente al bajar el saliente. Un salvajismo bestial nació entre sus manadas y les hizo clavar sus garras y morder a sus enemigos, golpeando con las culatas de las armas de fuego y cortando con locura mediante sus armas afiladas. El Señor Aullador luchaba en el centro de todos ellos, con su expresión tan salvaje y primaria como cualquiera de ellos.

Los Demonios de la Incursión de Svellgard respondieron a éste ataque temerario con júbilo. Se lanzaron desde todas las puertas de los búnkeres y tabiques rotos, alzando un grito de guerra mudo. Durante días habían estado cazando a los últimos defensores de la guarnición del lugar o luchando hoscamente entre ellos. Ahora, llegaba un enemigo verdadero para ser corrompido y derrotado, y los Demonios no desperdiciarían su oportunidad.

Lanzándose hacia el cielo desde las fortificaciones de la Guarida del Mundo Lobo, el Devorador de Almas Vor´hakk batió fuertemente sus alas en el aire. El Demonio echó hacia atrás su bestial cabeza y permitió que de su garganta surgiese, gutural, un poderoso aullido, un rugido que fue respondido e igualado por el volcán que culminaba el campo de batalla. Latón fundido y calaveras aullantes llovían sobre la escena, vomitadas por la boca de la montaña, y a través de ésta lluvia de destrucción el Devorador de Almas cargó sobre sus enemigos.

Vor´hakk, el Aniquilador de Xarn, golpeó a la vanguardia de los Lobos Espaciales como un ariete. Cerniéndose de golpe entre ellos, el Devorador de Almas aplastó un Land Speeder desde el aire con su hacha. Su segundo golpe partió a tres Garras del Cielo en dos, mojando el suelo con su sangre. Con un aullido, Vor´hakk pateó a un líder de la Guardia del Lobo y lo lanzó a lo lejos tambaleándose, antes de cortar con su hacha hacia arriba por la barbilla a un Garra del Cielo, enviándolo en el aire a un centenar de metros de altura. La sangre cayó como lluvia sobre Vor´hakk mientras el Devorador de Almas se adentraba aún más en el combate como el arado en un campo.

Siguiendo el liderazgo de su señor, el resto de la incursión demoníaca se lanzó apresuradamente sobre sus enemigos. Mientras los Demonios de Khorne, cubiertos en latón, cargaban en línea recta hacia el centro, la Tallyband de Verdig´rus y los infernales seguidores de Tzeentch se desplazaron para emboscar los flancos de los Fenrisianos. La lucha que siguió fue salvaje y desesperada.

Durante bastantes minutos dignos de las sagas, aquellos integrantes de los Aulladores de Fuego que habían cargado con temeridad fueron obligados a defenderse por sí mismos contra viento y marea: las hachas golpearon carnes demoníacas. Las armaduras fueron desgastadas y hendidas. Los motores de las motos y los gritos de agonía de los Garras del Cielo moribundos inundaron el aire. Entonces, finalmente, el resto de la Gran Compañía alcanzó los límites de las fortificaciones.

Los Demonios estaban tan atentos en arrollar a los Lobos Espaciales, que no se dieron cuenta del peligro hasta que la carga principal de los Aulladores de Fuego chocó contra ellos. Algunos de éstos Lobos Espaciales habían entrado en la misma locura por la sangre que sus parientes más rápidos, incluso unos pocos de ellos saltaron hacia la lucha completamente transformados en Wulfen. Sin embargo, muchos Cazadores Grises y Colmillos Largos habían conseguido mantenerse en sus cabales. Éstos guerreros avanzaban ahora al alcance de disparos a quemarropa y abrieron fuego sobre las envolventes fuerzas demoníacas. Un Aplastador de Almas que había estado desmembrando numerosos Garras Veloces fue golpeado de costado por el armazón de un Vindicator y volado en restos sanguinolentos. Las ráfagas de bólter pesado atronaron hacia el cielo, cortando líneas de fuego cruzado mientras golpeaban a Aulladores y Carros Flamígeros en el aire. Los Demonios se vieron atrapados y reducidos a pedazos por los rugientes disparos, o retrocedieron desordenadamente.

Aunque sus flancos estaban cayendo, Vor´hakk y sus Demonios de Khorne aún estaban haciendo estragos en el centro. Sven Aullador estaba trabado en combate con un siseante Heraldo de Khorne, luchando con furia para mantener a distancia al Demonio. No podía hacer nada por intervenir mientras el Devorador de Almas aplastaba todo a su paso contra sus hermanos de batalla, amontonando cadáveres de héroes con cada oscilar de su hacha.

Entonces, con un poderoso coro de aullidos, la Manada Asesina de los Wulfen golpeó. Habiendo rodeado a su presa durante la locura del combate, llegaron hasta el Devorador de Almas desde cada ángulo, los retornados de la Decimotercera Compañía y los recientemente transformados Wulfen de los Aulladores de Fuego luchando como uno solo. Los lanzagranadas tormenta de fragmentación atronaron, punteando la monstruosa forma de Vor´hakk con explosiones en el momento inmediatamente anterior a que los Wulfen surgiesen.

El Devorador de Almas atrapó a un Wulfen a medio saltar, el oscilar de su hacha golpeando al guerrero de vuelta y lanzándolo sobre el techo de un búnker. Al mismo tiempo, un martillo trueno golpeó la mandíbula del Devorador de Almas, agrietándola, y un hacha gélida cortó a través de su ala derecha, seccionándola entre chorros de icor. Más golpes resonaron en la armadura de Vor´hakk o lo apuñalaron a través de su carne endurecida como el hierro, y el Devorador de Almas aulló con furia.

Otro oscilar del enorme hacha del Devorador de Almas partió a dos Wulfen por la mitad, antes que un barrido de la empuñadura de la misma amartillase a otro en el suelo con tal dureza que lo único que quedó fue un cráter cubierto de sangre. Aullando con una ira incandescente, un líder de manada Wulfen se lanzó a través de la armadura del Devorador de Almas y hundió ambas garras gélidas dentro de su placa pectoral. Contragolpeando, Vor´hakk aplastó hacia un lado al líder de manada, dejando las garras quebradas sobresaliendo de su pecho. Aprovechando su oportunidad, otro Wulfen golpeó con su oscilante martillo tormenta, con una fuerza similar a la de una avalancha Fenrisiana, y dirigió las heladas hojas de las garras a atravesar directamente el negro corazón de Vor´hakk.

El hacha del Devorador de Almas golpeó el suelo con un tintineo similar al tañido de una campana, momentos antes que su dueño cayese abatido y de espaldas con sangre negra manando a borbotones de su pecho. Mientras los Demonios de Khorne se tambaleaban con consternación, Sven Aullador vio su oportunidad y golpeó al Heraldo con el que estaba combatiendo, cortándole la cabeza. El Señor Lobo retrocedió, jadeante por el esfuerzo mientras inspeccionaba el campo de batalla con unos ojos que habían abandonado cualquier tipo de locura.

Muchos de sus Wulfen habían caído, además de docenas de Lobos Espaciales. Sus cuerpos yacían entre pilas de cuerpos espasmódicos de demonios que incluso ahora se estaban pudriendo hacia la nada más absoluta. Los Cazadores Grises y Colmillos Largos de Sven estaban purgando a los últimos enemigos que quedaban en el complejo, expulsándolos al mar con el fuego de sus disparos.

La Guarida del Lobo había sido asegurada, pero la victoria se obtuvo a un altísimo coste.

Aulladores de Fuego abatiendo Demonios

El Juramento de Ojo Feroz

Ligado por su juramento de defender El Colmillo, el Señor Lobo Krom Ojodragón había sido obligado a contemplar, impotente, cómo los planetas hermanos de Fenris eran engullidos por la locura. Cualquier otro Señor Lobo podría haber descartado su juramento en favor de la acción, pero el Ojo Feroz aún recordaba sus fallos en Alaric Prime. Nunca volvería a cambiar el deber por el auto engrandecimiento de nuevo.

Desde el momento en el que el Sistema Fenris se vio bajo ataque, las galerías de vox y el coro astropático de El Colmillo habían entrado en una actividad frenética. Todos los días había noticias frescas sobre el desastre. Cada día había peticiones para que los guerreros de Krom devolviesen la guerra al enemigo, pero el Señor Ojodragón se mantuvo en su puesto pese a la ira que sentía por la destrucción que estaba teniendo lugar. Bajo las órdenes de Krom los astrópatas de El Colmillo se apresuraron a lanzar mensajes al vacío hasta que sus mentes sangraron, llamando a los Lobos a casa.

Tras días de espera, todo sucedió a la vez. Incluso cuando la flota de guerra de Grimnar rompió la Disformidad en el borde del Sistema Fenris, un mensaje urgente resonó a través del vox de Krom: Bjorn Garra Implacable había despertado al fin.

Dejando órdenes con su Guardia del Lobo para evaluar con Grimnar la situación estratégica, Krom se dirigió con premura a las profundidades de El Colmillo. Saliendo del ascensor gravitatorio hacia las ensombrecidas catacumbas, Ojodragón se encontró con un grupo de Sacerdotes de Hierro y Sacerdotes Lobo ya reunidos en torno al sarcófago de Bjorn. El anciano Dreadnought se movió al aproximarse el Ojo Feroz, con las cadenas traqueteando alrededor suya y su parrilla de vox murmurando de vuelta a la vida.

Con tonos tensos, el Dreadnought reveló los secretos de su inactividad. Tan anciano y poderoso era ya el espíritu de Bjorn que, mientras dormía, había permanecido vigilante desde las defensas hexagrámicas del eco de El Colmillo en la Disformidad. Fue desde éste punto panorámico donde Bjorn espió a los Demonios reuniéndose en la lejanía, y desde él los había combatido incluso desde antes que el primer Wulfen fuese recuperado. Incluso ahora, parte de su espíritu aún combatía dentro del Empíreo, pero él se había escapado para lanzarles un aviso de una importancia vital.

En aquellos mismos instantes, Bjorn había sentido a un Demonio muy poderoso que escalaba los muros de defensa con su espada en mano. E, incluso con la bota de Bjorn sobre su cuello, el Demonio se ahogó con una sonrisa burlona. Le había dicho que los templarios plateados se dirigían a una trampa en la Luna del Lobo, y que sus muertes confirmarían la perdición de los Lobos Espaciales. Bjorn conocía como cualquiera que los Demonios mentían, pero había sentido la verdad de ésta terrible declaración. Y por eso se había arriesgado a un despertar parcial para llevar ésta advertencia a quienquiera que prestase atención. Krom debía partir, le urgió Bjorn; debía apresusarse para llegar a Valdrmani, y allí debería prevenir cualquier catástrofe que pudiese estar a punto de suceder.

Krom Ojodragón visita a Bjorn Garra Implacable

La Batalla de la Fortaleza de Morkai

Mientras los Aulladores de Fuego caían con furia sobre Svellgard, las naves de guerra de los Lobos de la Muerte retumbaron dirigiéndose a la órbita sobre Frostheim. Aquí, las fuerzas renegadas de la Legión Alfa habían tomado el control del Fuerte Morkai, pasando bajo la espada a la guarnición de los Lobos Espaciales. Era un insulto cruel que no iba a quedar sin castigo.

Harald Deathwolf gruñó cuando el auspex del Alpha Fang confirmó tráfico de vox de los Marines Espaciales del Caos sobre el mundo que yacía debajo. Aquellos traidores ocupaban un lugar especial de aversión en el corazón del Señor Lobo. Las señales enemigas emanaban del Fuerte Morkai, encorvado en lo alto de su pedestal glacial en el ecuador de Frostheim.

Los Lobos de la Muerte se encontraron sólo con una nave de guerra enemiga en una órbita elevada, y la nave se sumergió de vuelta en la Disformidad en cuanto se aproximaron. Mejor todavía, los sensores de augurios confirmaron que las defensas de la fortaleza estaban sin energía, aunque también leyeron trazas de emanaciones disformes desde las profundidades del glaciar.

Un excitamiento salvaje recorrió a la Guardia del Lobo que se había reunido en el estrategium del Señor Deathwolf. Evidentemente, los traidores habían exorcizado a los espíritus máquina de las defensas de la fortaleza cuando atacaron, dejando sus temibles baterías Icarus y armas centinela sin vida e inertes. Parecía como si los renegados hubiesen subestimado la velocidad y severidad de la respuesta de los Lobos Espaciales. Los Lobos de la Muerte los castigarían por su presunción. Embestirían al enemigo mientras que su garganta estuviese descubierta, y después descubrir si éstas extrañas lecturas de la Disformidad tenían algo que ver con la locura que engullía al Sistema Fenris. La Guardia del Lobo de Harald rugió su aprobación, con los habitualmente taciturnos cazadores bulliciosos y agresivos mientras se dirigían a los muelles de embarque.

Lobo de la Muerte contra Legión Alfa

El plan de los Lobos de la Muerte era sencillo. El Fuerte Morkai era una fortaleza poderosa, ubicada en el interior de anillos concéntricos de defensas estáticas. Poseía excelentes líneas de fuego que podrían permitir a su guarnición derrotar a los enemigos que se acercasen a pie. En su lugar, los guerreros de Harald atacarían desde arriba, aprovechándose de la ausencia de la otrora pantalla cegadora de la fortaleza para desarrollar un asalto totalmente aéreo. Sería rápido y sangriento.

La verdad de aquella afirmación llegó cuando las naves de ataque de los Lobos Espaciales rugieron atravesando en su descenso la atmósfera de Frostheim. Cuando las primeras Cápsulas de Desembarco cayeron a plomo dentro del alcance, señales de alerta sonaron desde los altavoces de alarma. Segundos más tarde, las explosiones golpeaban los cielos mientras que las supuestamente inactivas defensas aéreas del fuerte retornaban con estruendo a la vida. Primero una cápsula y luego otra explotaron con una fuerza horrible, sus restos en llamas derramando cadáveres ardientes mientras abarcaban la distancia que los adentraba hacia los páramos helados de debajo.

Por toda la fuerza de asalto de los Lobos Espaciales, los mensajes de alarma instantáneos la recorrieron por completo. Debido a la ayuda de los hechiceros de sus aliados de los Demonios de Tzeentch, la Legión Alfa había ocultado la firma energética de las defensas, plenamente operativas. Habían colocado la trampa, y los Lobos de la Muerte se habían adentrado en su totalidad en ella. Entregadas a su ataque, las oleadas de cañoneras de los Lobos Espaciales atronando tras las Cápsulas de Desembarco se encontraron sumergiéndose en un caldero de fuego antiaéreo y llamas disformes mutagénicas. Las pantallas protectoras de ventisca de armacristal se quebraron e implosionaron cuando los disparos las alcanzaron y atravesaron. Los cascos acorazados fueron retorcidos y abiertos o derretidos como en una fundición, con los pasajeros de dichas naves aferrándose desesperadamente a los mamparos y contenciones mientras intentaban evitar la terrible caída a plomo hacia sus muertes. Las naves de los Lobos Espaciales abrieron fuego en respuesta, pero las Cápsulas de Desembarco que estaban debajo obstaculizaron su puntería. Las explosiones florecieron alrededor del Fuerte Morkai cuando los misiles y los disparos de láser apuñalaban la superficie, pero el daño no era en absoluto considerable.

Lo peor estaba por llegar cuando los Dragones Infernales de la Legión Alfa volaron desde cavernas en los laterales del glaciar. Volando bajo con barridos a través de la nieve, y siendo recibidos con gritos depredadores, las Máquinas Demoníacas se lanzaron al encuentro de las aeronaves que descendían para destruir y despedazar. Muchas de las aeronaves draconianas fueron reventadas en el cielo por los determinados esfuerzos de las Cañoneras Stormfang, pero el resto de las que quedaron en pie atravesaron las líneas de los Lobos de la Muerte con efectos terroríficos. Cañones automáticos Hades llenaron las Stormwolves de agujeros. Las zarpas de latón despedazaron cascos de adamantium, enviando a las naves en llamas tambaleantes en su descenso, para terminar explotando entre las defensas de la fortaleza.

El número de muertos aumentó en un segundo.

Relato Oficial: La Batalla de la Fortaleza de Morkai.

Los Lobos de la Muerte cargan en combate

Los Colmillos Afilados de Skayle

Una agrupación de guerra considerable de la Legión Alfa se enfrentó a los Lobos de la Muerte en el Fuerte Morkai. Aunque su número no era rival para una Gran Compañía en un combate directo, la emboscada de los Colmillos Afilados había igualado las tornas. Ahora, con la ventaja de las defensas del fuerte de su lado, los miembros de la Legión Alfa golpearon con fuerza a sus tambaleantes enemigos.

A su cabeza se abría paso el Señor Vykus Skayle, un Señor del Caos de la Legión Alfa y un verdadero creyente en los Poderes Ruinosos: Skayle era un archimanipulador y un maestro de las intrigas, tratos comunes dentro de su Legión. Menos típica era la silenciosa pero intensa fe de Skayle en los Dioses del Caos, un celo del que carecían muchos de los otros Señores del Caos. Los Dioses habían bendecido a Skayle por su devoción, otorgándole con una fuerza sobrenatural y una velocidad que le permitía golpear como una víbora iracunda. Sumando ésto a su espada demoníaca, hacían del Señor del Caos un asesino temible y ágil en el combate cuerpo a cuerpo. Dispuesto a aniquilar a la fuerza superior que había caído sobre su fortaleza, Skayle se precipitó entre las nieves con una agilidad sobrenatural, cortando cabezas de Lobos Espaciales antes de desaparecer de nuevo en la agitación del combate.

El Señor Skayle no luchaba solo. Siguiendo su tortuoso sendero a través de los diseminados Lobos de la Muerte vinieron los Elegidos de Skayle, un grupo de veteranos guerreros que habían luchado largamente contra el Imperio a lo largo de centenares de años. Portando armas energéticas crepitantes y pistolas bólter arcaicas, los Elegidos llevaron la muerte sobre sus enemigos. Fluían como el agua el uno sobre el otro, con siglos de experiencia de combate compartida permitiendoles predecir cada movimiento de sus camaradas. Como las cabezas de una hidra, los Elegidos de Skayle lucharon no sólo con sus individualidades sino como una terrible y solitaria bestia, golpeando desde todas las direcciones y cada vez que lo hacía era con una fuerza mortal.

Mientras su líder y su élite realizaban sus sangrientas labores, los Legionarios Alfa de la fuerza de Skayle estaban realizando su propia carnicería: escuadrones de Marines Espaciales del Caos como los Mataveneno de Atraphaeus y los Parientes de la Sombra habían obtenido el tiempo suficiente para organizar sus posiciones. Ahora éstos guerreros enfundados en armaduras aventajaban a los más numerosos Lobos de la Muerte, derramando fuego de bolter sobre las manadas de Cazadores Grises y Garras Sangrientas mientras los ensangrentados fenrisianos se liberaban de entre los restos de sus naves estrellladas. Los Marines Espaciales del Caos surgieron desde detrás de sus barricadas de cemento y piedra para lanzar granadas de ruptura al interior de Cápsulas de Desembarco derribadas, o cargaron al combate para cruzar espadas contra sus enemigos fenrisianos. Figuras embutidas en armaduras de combate pelearon entre nieves carmesíes, destrozando las placas frontales con sus puños de combate y apuñalándose con cuchillos de combate envenenados.

No todos los defensores del Fuerte Morkai eran gigantes aumentados genéticamente. Muchos humanos no modificados lucharon también allí, tiritando de frío y miedo entre nieve arremolinada y los disparos atronadores. Éstos Cultistas pertenecían a la Hermandad del Ojo de la Serpiente, una secta que adoraba a la Legión Alfa como semidioses. Serían capaces incluso de sacrificar su vida por la causa de los traidores, y la Legión Alfa las usaría gustosamente.

Las armas más mortíferas de Skayle era un masificado grupo de Máquinas Demoníacas conocido grupalmente como las Bestias del Temor. Modificadas por los Herreros Disformes del Ojo con un gran coste en almas y pillajes, éstos terribles monstruos de hierro llevaban la destrucción entre los Lobos de la Muerte mientras éstos se esforzaban en liberarse de las cajas de muerte en las que se habían quedado atrapados.

Observando la masacre desde la cima del glaciar estaba una Horda Asesina de Khorne conocida como las Hojas de Cicatriz, y una Hueste de Fuego Disforme, la Paradoja Ardiente. Fomentando sus propios e inescrutables fines, los Poderes Ruinosos habían enviado a éstas agrupaciones guerreras a luchar junto a las fuerzas de Skayle, aunque los Demonios no se preocupaban un ápice por su líder mortal y buscaban únicamente el causar la mayor carnicería aleatoriamente posible.

En todos los alrededores del Fuerte Morkai continuaron los combates. Los Lobos de la Muerte lucharon con furia para llevar el combate a sus emboscadores y, con los aullidos de los Wulfen invadiéndolos de un vigor salvaje, estaban comenzando a crear un nuevo impulso. La influencia de los Wulfen era tan potente que algunos Lobos de la Muerte se rindieron a ella por completo, convirtiéndose también en bestias salvajes ante los horrorizados ojos de sus compañeros de manada. La brutalidad de los enmarañados combates, a quemarropa, era tal que ninguno de los bandos se fijó en un pequeño grupo de guerreros que treparon por la cara norte del glaciar.

La Stormwolf que transportaba a los Exploradores Lobo conocidos como los Ojosfríos de Feingar fue perforada por fuego antiaéreo en las primeras fases de la batalla. Dañada y arrojando humo, la nave sobrevoló la fortaleza y se estrelló en una plataforma de hielo que sobresalía de uno de los flancos del glaciar. Impávidos, los veteranos exploradores a bordo sencillamente echaron al hombro su equipo y escalaron el pico de hielo. Ahora, el desastre se había convertido en buena fortuna mientras se preparaban para asaltar el fuerte desde un sector aparentemente inalcanzable y apenas defendido.

Encabezados por su líder de manada, Feingar, los Exploradores Lobo corrieron a través de la nieve, agazapados y con sus pistolas pegadas a su pecho. A cada paso, el amenazante muro del fuerte se aproximaba más y más. Desde una distancia considerable al otro lado del glaciar les llegó el sonido atronador de los cañones y los potentes rugidos de las Máquinas Demoníacas. Explosiones distantes sacudieron el suelo y enviaron sus estremecedoras ondas expansivas a través de la cortina de humo que flotaba por el campo de batalla. Pero aquí, en éste descuidado punto ciego, los Exploradores Lobo avanzaban sin obstáculos. Treparon cuesta arriba, a través de un canalón cortado por el hielo, con sus ojos amarillos fijos en el fuerte que se cernía sobre ellos.

Transportándose por sus propios medios sobre la superficie del canal, los Exploradores Lobo dieron un último acelerón exponiéndose abiertamente a través de la nieve antes de detenerse en seco bajo la cobertura de la base del muro norte de la fortaleza. La fortaleza se alzaba imponente sobre ellos, con los disparos derramándose a través de los emplazamientos de armas y sus rendijas de visión para despedazar a cualquier Lobo Espacial que osara acercarse.

Con gestos veloces, Feingar ordenó a su manada que permaneciesen en sus puestos y se mantuviesen preparados. Mostrando por un instante sus colmillos, el veterano guerrero tomó una bomba de fusión de su cinturón, la golpeó contra el muro de la fortaleza, y pulsó la runa de activación. Momentos más tarde, la bomba abrió una brecha en el muro del Fuerte Morkai y los Exploradores Lobo avanzaron a su interior.

La primera noticia que la Legión Alfa tuvo de la infiltración fue cuando una llamarada de fuego de pistolas bólter bombardeó la cámara de mando de la fortaleza. Dos Marines Espaciales del Caos y numerosos Cultistas sucumbieron a ésta primera salva de disparos. El resto huyó a cubrirse tras bancos cogitadores o bajo consolas de mando, devolviendo el fuego a los Ojosfríos. Incluso cuando la batalla rugia más allá del armacristal de la ventana de observación, la cámara de mando fue la anfitriona de su propia batalla con armas de fuego.

Saliendo de detrás de una consola, Feingar vaporizó la cabeza de un Marine Espacial del Caos con su pistola de plasma. Otro integrante de la Legión Alfa recitó una andanada de disparos de bólter, creando cráteres en la cobertura de Feingar, antes de ser reventado por los disparos realizados por dos Exploradores Lobo. Buscando una apertura, Feingar saltó desde su ardiente cobertura y se precipitó hacia la consola de control principal. Era en ésta consola parpadeante desde donde se controlaban tanto los cierres de la puerta del fuerte como las defensas externas, y el Explorador Lobo sabía por sus informaciones que su destrucción dejaría el Fuerte Morkai abierto de par en par.

Feingar jamás había sido un experto en tecnología, y desconfiaba de los Sacerdotes de Hierro y todos sus extraños secretos. Pero en la materia de volar todo por los aires, sin embargo, nadie había cuestionado jamás su habilidad. Ignorando un ramillete de disparos de una pistola automática que sacudían todo a su alrededor, Feingar adornó generosamente la consola con las granadas de fisión y bombas de fusión que le restaban, antes de correr hacia cobertura tras la consola más grande que pudo divisar.

La explosión que siguió fue tan grande que reventó el armacristal de la cámara en una afilada tormenta y dibujó una sonrisa en el rostro canoso de Feingar por primera vez en ese día.

Relato Oficial: Los Colmillos Afilados de Skayle.

Relato Oficial

Exploradores de los Lobos Espaciales

Horror en Midgardia

De todos los mundos en el Sistema Fenris, el emponzoñado hogar verde de Midgardia era el más populoso. Era además el entorno más desafiante en el que hacer la guerra, necesitando el despliegue de Logan Grimnar no sólo de sus propios Campeones de Fenris, sino también del poder acorazado de los Lobos de Hierro.

Midgardia era un mundo bien defendido frente a los ataques convencionales. Un antiguo Cañón Nova vigilaba los cielos del planeta, mientras que las Puertas de Magma - una red de elevadas fortalezas-colmena - custodiaban la entrada principal a la red de de asentamientos subterráneos de Midgardia. Incluso el ambiente del planeta era un elemento que disuadía de atacar: la superficie era un infierno tóxico de esporas, creadas por los enormes árboles de hongos que conformaban sus extrañas junglas. En el subsuelo, las cavernas iluminadas por la lava, en las que las gentes de Midgardia construían sus ciudades, estaban conectadas por túneles sinuosos y traicioneras, pero fáciles de defender, pasarelas colgantes.

El enemigo que asaltaba ahora Midgardia era de todo menos convencional. Cuando el ritual de convergencia se completó, portales de Disformidad se abrieron ampliamente tanto sobre la superficie de Midgardia como bajo ella, derramando como un vómito manadas infernales balbuceantes. Éste enemigo no tenía naves espaciales a abatir. No temían respirar las esporas tóxicas de la superficie, pues apenas respiran. Al abrirse paso por los meandros de la realidad lograron esquivar muchos de los puntos defensivos que habrían mantenido a raya a los invasores durante semanas. En el momento en el que los Lobos Espaciales se apresuraron a descender a Midgardia para defenderlo, el planeta ya estaba totalmente perdido.

Lleno de una furia vengativa, Logan Grimnar ideó un plan de ataque tan agresivo como ambicioso. Dividió sus efectivos en dos fuerzas de asalto masivamente sobredimensionadas: la Fuerza de Asalto Fenris - conformada por el grueso de los Lobos de Hierro, así como los elementos acorazados de la propia Gran Compañía de Grimnar - golpeó desde los cielos contra los Demonios que asediaban las Puertas de Magma. Ayudados por atronadores bombardeos orbitales, ésta fuerza de asalto logró hacer retroceder al enemigo infernal. Reunieron a los supervivientes de entre los regimientos de defensa de Midgardia, barrieron los terraplenes protegidos de las colmenas hasta limpiarlos de Demonios, y llevaron formaciones Lanza de Russ al exterior de las Puertas de Magma hasta que ninguna entidad demoníaca permaneció en pie a una distancia de veinte millas.

La Fuerza de Asalto Morkai - que comprendía a Grimnar, su Guardia Real, todos los Exterminadores de Egil Lobo de Hierro y los Wulfen de las dos Grandes Compañías - se teletransportaron directamente al interior de los túneles y cavernas que había bajo las Puertas de Magma. Éste método antinatural de despliegue volvió aún más salvajes a los Wulfen, y todos pudieron contemplar cómo sus Manadas Asesinas se desbocaron furiosamente a través de los dispersados Demonios que infestaban los túneles que había bajo las colmenas de Midgardia. El icor corría en forma de ríos cuando la Guardia del Lobo se unió al combate, más de uno de ellos sucumbiendo a la Maldición del Wulfen en el proceso. Aunque muchas grandes sagas fueron sesgadas de improviso y trágicamente por las espadas demoníacas, la masacre fue total. En unas pocas horas, la Fuerza de Asalto Morkai controlaba la entrada al subsuelo.

Horror en Midgardia

Esperando únicamente a los regimientos de defensa planetarios para que descendiesen a las profundidades y se uniesen a él, Logan Grimnar ordenó el avance. Sus fuerzas y las situadas en la superficie formarían dos cordones gemelos que avanzarían hacia el exterior desde sus posiciones iniciales y purgarían todo aquello que hubiese frente a ellos con fuego y espada. Las dos fuerzas - tanques acorazados y transportes en la superficie, Exterminadores y Wulfen bajo tierra - mantendrían entre sí el ritmo utilizando intercambios de vox y mediante el rastreo de radiofaros direccionales de teletransporte. Las fuerzas de Midgardia se desplazarían tras ellos, llenando los posibles huecos y manteniendo la defensa del territorio ya conquistado si fuese necesario. Los Demonios serían sistemáticamente purgados tanto en las zonas de guerra subterráneas como en las de superficie, sin que nada pudiese escapar a la ira Fenrisiana.

En la superficie, la bruma de las esporas era tan gruesa que sólo vehículos acorazados pertinentemente sellados podrían avanzar sin riesgo alguno. Por cómo crujían y cómo la tierra se hinchaba a través del follaje púrpura, la Fuerza de Asalto Fenris descubrió que el Caos ya había traído horribles cambios a éste lugar. Los Lobos Espaciales encontraron que los árboles de hongos crecían obscenamente hinchados, como agua hirviendo a punto de estallar. La podredumbre se extendía, como dedos oscuros, a lo largo y a través de los temblorosos troncos de los árboles, y una gruesa capa mucosa se extendía desde ellos para formar pantanos pegajosos y nauseabundos. El hedor de éstos pantanos purulentos era tan inmundo que penetraba incluso al interior de los cascos de los tanques de los Lobos de Hierro, mientras que el propio estiércol obstruía los caminos y atascaban a los vehículos en su avance.

Fue mientras la Fuerza de Asalto Fenris se hundía en éste inmundo terreno cuando llegó el ataque de los Demonios de Nurgle. Los Drones de Plaga zumbaron mientras descendían de los cielos y las bestias y los Portadores de Plaga se alzaron desde los fétidos pantanos de color blanco lechoso. Los Demonios, babeando limo, se cerraron sobre los tanques de los Lobos Espaciales: algunas ráfagas de los seres demoníacos eran martilleadas de vuelta al lodo por los bólteres pesados y los cañones láser, o eran hechos pedazos por los disparos de las pistolas helfrost de los Sacerdotes de Hierro. Pero surgían aún más y más Demonios, abriendo los tanques al reventarlos con su fuerza impura.

Lo peor estaba aún por llegar cuando los Lobos Espaciales desembarcaron para proteger sus tanques desde el exterior. Para su horror, encontraron que las esporas de la jungla les estaban devorando las lentes de visión y los sellos de las armaduras, incluso la propia carne de debajo. Incluso mientras combatían a las gimientes hordas demoníacas, los guerreros de la Fuerza de Asalto Fenris podían sentir que su carne se iba pudriendo y desaparecía. Pronto el avance se estancó por completo, y los Lobos Espaciales simplemente luchaban por mantener su posición.

En el subsuelo, la Fuerza de Asalto Morkai afrontaba sus propios problemas.

Combate en Midgardia

Las escuadras de la Fuerza de Asalto Morkai hicieron buenos progresos al principio. Las hordas de Demonios que deambulaban por el submundo estaban dispersos y desorganizados, más semejantes a una chusma asesina que a un ejército organizado. Entre los calurosos, claustrofóbicos confines de los túneles que conectaban cada asentamiento colgante, la fuerza individual de los Exterminadores y los Wulfen fue muy valiosa. Los relámpagos psíquicos de los Sacerdotes Rúnicos de Grimnar y el devastador armamento de sus Sacerdotes de Hierro purgaron cavernas enteras del mal en unos minutos.

Cuanto más lejos empujaban las fuerzas subterráneas hacia el exterior, más se extendieron. Cuando las fuerzas de la superficie se quedaron estancadas bajo potentes ataques, la Fuerza de Asalto Morkai avanzó sin apoyo desde la superficie. Al hacerlo de ésta forma, se expusieron abiertamente al ataque de Demonios que bajasen de la superficie por túneles y conductos de ventilación. Pronto unidades enteras de la fuerza de asalto se vieron rodeadas, atrapados en la vanguardia por los Demonios de Tzeentch y Slaanesh, y por la retaguardia por las podridas Tallybands de Nurgle. Los Lobos Espaciales combatieron como héroes de las primeras sagas. Los lanzallamas pesados rugieron, llenando pasillos ahogados de Demonios con fuego purificador. Los Wulfen aullaron insanamente mientras se lanzaban al combate, con sus garras y hachas desgarrando carne antinatural mientras sus autolanzadores de fragmentación tormenta disparaban ráfagas de granadas.

Pese a todas sus heroicidades, el avance subterráneo de los Lobos Espaciales se había ralentizado hasta un mero gateo y sus bajas eran espantosas. La única excepción fue la fuerza liderada por Logan Grimnar y Ulrik el Matador, cuyas furia y celo combinados los habían hecho llegar a empujones al Asentamiento 529 - conocido localmente como Chispa Profunda.

Típico de los asentamientos Midgardianos, Chispa Profunda era un municipio construido sobre pasarelas de metal y plataformas, suspendido desde el cielo rocoso que estaba en lo alto. Debajo, en las profundidades, la lava burbujeaba y emitía vapores perezosamente, con su brillo hambriento iluminando la caverna como si fuese la misma escena de un infierno.

Cuando los Lobos Espaciales alcanzaron el centro de éste asentamiento desierto sucedió que Portales de Disformidad dividieron el aire alrededor de su borde. Gritando y gimoteando, una hueste de Demonios surgió avanzando hacia los Fenrisianos. Amenazando desde el corazón de dicha horda aparecieron los arquitectos de ésta repentina emboscada, un cuarteto de apabullantes Príncipes Demonio - una Tétrada Infernal. Si Egil Lobo de Hierro hubiese estado presente, él indudablemente habría reconocido al fétido Mordokh de las profundidades de Irkalla. Avanzando junto a éste horror corrupto caminaban Arkh´gar Matamundos de Khorne, Tzen´char de Tzeentch - conocido por incontables cultos como el Laberinto Viviente - y Malyg´nyl Lengua de Aguja, un espeluznante príncipe del asesinato poseedor de extremidades ágiles.

El poder de la Tétrada irradió a través de Parque de las Profundidades como una fuerza física, pero Grimnar renunció a dejar que lo intimidasen. Rugiendo a modo de desafío, el Gran Lobo ordenó la carga.

Las dos fuerzas chocaron entre sí con una furia increíble. Los cañones de Khorne resonaban, bañando a las fuerzas de Grimnar con huesos incandescentes. Los Martillos Trueno machacaban la carne demoníaca, expulsando a horrores infernales a distancia con golpes sordos con estruendo. Los bólteres tormenta, a su vez, atronaron. Los Príncipes Demonio rugieron, y cortaron, y aplastaron. Las placas de las armaduras de Exterminador se arrugaron. La sangre llovió a chorros. Pronto, las plataformas en las que Chispa Profunda se asentaba se estaban estremeciendo con la violencia de la batalla.

Relato Oficial: Horror en Midgardia.

Logan Grimnar combate en Midgardia

Hijos de la Tétrada

Incluso un solo Príncipe Demonio es un enemigo increíblemente peligroso, un semidios inmortal del desgobierno a través del cual las energías del patrón que lo escogió aúllan como un vendaval. Cuatro de éstos seres combatiendo juntos es algo aún más temible, un panteón de los horrores contra el que sólo los héroes más poderosos pueden enfrentarse. Así sucedió con los señores oscuros de Midgardia, con cada Príncipe Demonio portando las bendiciones de su propia y terrible deidad y fusionándolas en un todo imparable.

El primero de entre ésta agrupación sombría era Mordokh el Podrido, el mismo demonio fétido que había supervisado la ruina de la súper-colmena Irkalla. Junto a los dones físicos de gran fuerza y resistencia, Nurgle había bendecido a Mordokh con un alma de podredumbre y moho. El inmundo ser podía vomitar reptantes, zumbantes horrores que engendraba con su alma podrida, e incluso podía extraer espadas enmohecidas del interior de su propia carne para usarlas en el combate. Mordokh había pagado éstos dones con su visión natural: en vez de mirar por sus propios, largamente podridos orbes oculares, ahora convertidos en gelatina putrefacta, Mordokh veía ahora a través de los ojos de su miríada de moscas.

El siguiente integrante de ésta Tétrada Infernal era Arkh´gar el Matamundos, que antaño hubo sido un Señor Berserker de la Legión Traidora de los Devoradores de Mundos. Convertido en poco más que una enorme arma viviente, Arkh´gar solo existía para derramar la mayor cantidad posible de sangre en honor a Khorne. Combatía con una velocidad y una fuerza bruta que pocos podían igualar, y había masacrado, con sus manos desnudas, a la población al completo de Edrigal Quintus para poder alcanzar su rango.

De lejos más sutil era el temible ser conocido como Tzen´char, el Laberinto Viviente. Un susurrador de verdades retorcidas y archimanipulador del destino, sus adoradores decían de él que su aspecto físico era un reflejo de su verdadera naturaleza. Reclamaban que Tzen´char no era un Demonio sino varios, una entidad de contradicciones imposibles cuyos ecos vivientes eran todos idénticos pero a su vez sutilmente distintos. De ahí derivaba el nombre del Demonio, pues aunque cada pasaje del laberinto puede resultar igual, cada giro y vuelta lleva a un destino distinto. Si incluso una de éstas copias era el verdadero Tzen´char era un misterio, porque todas ellas poseían su rapidez sobrenatural y su fuerza mágica.

La última entidad de la Tétrada Infernal era Malyg´nyl Lengua de Aguja, el Pervertidor de Slaanesh del planeta Vardos III. Éste vil ser emanaba un aura de maldad pecaminosa tan fuerte que pocos podían resistir su empuje - incluso los más puros y creyentes se verían impulsados a disfrutar de sus fantasías más oscuras, atacando tanto a sus amigos como a sus enemigos por igual en su súbita locura. El Príncipe Demonio danzaba a través de éste desviado caos, siendo grácil y sublimemente letal cada movimiento que realizaba mientras se glorificaba al contemplar la condenación de innumerables almas.

Todos los integrantes de la Tétrada Infernal eran poderosos Señores de los Demonios, y por lo tanto la incursión demoníaca que lideraban era consecuentemente enorme. En su núcleo estaban las masificadas Tallybands y los Enjambres de Podredumbre de Nurgle, esas festejantes hordas que acosaron a los tanques de la Fuerza de Asalto Fenris en las junglas de Midgardia. La mayor Tallyband entre sus rancias filas era conocida como los Infestados: liderada por el grotescamente flatulento Heraldo Phugulus, ésta reunión de Demonios estaba integrada en parte a partir de hongos parasitarios. Las llagas y los bubos en sus cuerpos se asemejaban a trufas engordadas, y todas las emisiones de gas que emanaban de sus cuerpos portaban en su interior una nube de esporas demoníacas nocivas. Eran esas semillas de destrucción las que transformaron las junglas de Midgardia en un arma biológicamente letal, y los Infestados estaban realmente orgullosos de haber podido recrear un fragmento del Jardín de Nurgle en el espacio real.

Hordas de otros Demonios pulularon a través de la superficie de Midgardia, o arrasaron sus asentamientos subterráneos en busca de almas. Típicas de éstas hordas demoníacas eran las formaciones tales como la Hueste de Fuego Disforme conocida como los Retuercecenizas, la Gran Cabalgata de los Hedonistarii, y la Batería de Truenos Sanguinolentos conocida como la Tormenta Ardiente.

Cada escurridiza agrupación de guerra de los Demonios seguía a su propio patrón dentro de la Tétrada Infernal, promulgando su voluntad sobre éste mundo. Los Horrores e Incineradores de los Retuercecenizas extendían la mutación y la corrupción entre innumerables tropas defensivas durante las fases más tempranas de la invasión, dejándolos sobrevivir para que pudiesen infectar a sus seres más próximos y plantar las semillas de futuros destinos a través de la superficie del planeta.

Los Hedonistarii buscaban incitar y torturar a sus presas mortales, infligiendo las mayores agonías sobre aquellos que habían cazado antes de terminar con sus vidas con una exquisita lentitud. El dolor que estas cazadoras extraían fluía en forma de nubes sobre el éter, dando poderes a Malyg´nyl Lengua de Aguja con cada cabezada de absorción que daba para inhalarlo.

Los Cañones de Cráneos de la Tormenta Ardiente fueron cargados por su maestro con destrucción gratuita. La tarea de éstas terribles máquinas era derramar por galones la sangre de sus enemigos y añadirla a su interminable diezmo.

La Trampa de los Demonios

El Hermano-Capitán Stern se agachó, con fuego disforme rugiendo sobre su cabeza. Enfadado, el Caballero Gris alcanzó a sus enemigos y recitó un rito de destierro para expulsar a un grupo de Incineradores con forma de hongos de vuelta al Empíreo.

Demonios de Tzeentch y Slaanesh fluían a través del suelo de mármol en una aparentemente interminable marea. Stern aguantó como uno de los integrantes de un cerrado grupo de hermanos de batalla de los Caballeros Grises, luchando para aguantar y defender oleada tras oleada del ataque enemigo. Aun cuando los Caballeros Grises ya habían seccionado, disparado y desterrado a lo que parecieron cientos de ellos, más y más Demonios llegaban. Y, lo peor de todo, era que Stern sabía que aquello no era sino una diversión, un gasto de soldados de a pie para fijar a los Caballeros Grises en el lugar adecuado. El mayor peligro era la continua acumulación de energía psíquica que estremecía el aire a su alrededor. Cada Caballero Gris podía sentirla, incluso sin los rastreadores psíquicos de su armadura, pues para los que tienen el Don aquello era similar a un volcán retumbante a punto de entrar en erupción.

Continuando la lucha con eficiencia mecánica, Stern revisó mentalmente los acontecimientos que les habían llevado a aquella situación. Desde la órbita, Valdrmani - La Luna Lobo - se había revelado como una bola estéril de riscos y arena de color rojo sangre, carente de atmósfera y azotado por las llamaradas de radiación de la estrellla de Fenris. Era en éstos alrededores infernales en donde los Lobos Espaciales habían establecido el complejo-cúpula de Aullidolargo, fortificado y protegido bajo escudos contra las condiciones hostiles del planeta. Era desde aquí desde donde un relé astropático lanzaba mensajes al vacío desde El Colmillo.

Había sido desde aquí, además, desde donde la llamada de auxilio había sido emitida. Ahora al fin era evidente que había sido un Cultista pagano - una marioneta de la Legión Alfa simulando ser un sirviente de la Guardia Fenrisiana - el que debió enviarla. Tales eran la astucia y la veracidad del mensaje que fueron suficientes para atraer a los Caballeros Grises al conflicto.

Sólo cuando las Stormravens de la fuerza de Stern estaban descendiendo hacia el suelo, los cañones nova de la ciudad despertaron, bombardeando los cielos con columnas de fuego rubí. Atrapada por el repentino fuego que los emboscaba, la Barcaza de Combate de los Caballeros Grises se partió en dos. En el momento en el que las cubiertas de disparo de la nave reaccionaron, ya era demasiado tarde.

La antaño poderosa nave estelar llovía con ferocidad en encendidos fragmentos sobre la superficie de Valdrmani. Los Caballeros Grises se habían abierto camino con fuego de disparos hacia la ciudad fortificada sólo para descubrir ya no a desventurados ciudadanos del Imperio, sino agitadas hordas de Demonios, y chillones Cultistas vestidos bajo los colores de la Legión Alfa. Y entonces descubrieron la elaboración psíquica, una creciente reacción empírica que estaba alcanzando con ligereza la masa crítica. Stern podía sentir que, una vez alcanzase su pico máximo, la explosión que la seguiría destruiría la ciudad y a los Caballeros Grises con ella. Sin lugar a dudas esa era su estrategia. Lo que él no podía llegar a determinar era: ¿ésto había sido una taimada treta de los Poderes Ruinosos para hacer parecer culpables a los Lobos Espaciales de las muertes de los Caballeros Grises? ¿O estaba contemplando el primer acto de una traición abierta por parte de un Gran Lobo sumido en la locura por la corrupción del Caos?

Relato Oficial: Espolones de Tzeentch.

La Trampa de los Demonios

Espolones de Tzeentch

La trampa en Valdrmani - en verdad, toda la invasión del Sistema Fenris - habia sido orquestada por una cábala de campeones de Tzeentch, dos de los cuales estaban presentes en la Luna Lobo en persona.

El primero de ellos era un mortal, un Apóstol Oscuro de la Legión Alfa llamado Hekastis Nul. Cuando el Ritual de la Abominación arrojó Demonios por todo Valdrmani, Nul aprovechó el revuelo resultante para infiltrarse en Aullidolargo. Bajo las órdenes de Skayle, Nul había liderado a Cultistas de la Hermandad del Ojo de la Serpiente a apoderarse del choristrium astropático de la ciudad: allí, el Apóstol Oscuro aprisionó al coro astropático. Cuando, días después, los Caballeros Grises se desplazaron a la órbita de Valdrmani, Nul y sus seguidores comenzaron su propio ritual.

Los Cultistas habían marchado apresuradamente al sanctum de mando de Aullidolargo, enviando falsos mensajes de auxilio al exterior y reforzando las posiciones de artillería. En el choristrium, se embadurnó el suelo de metal con la sangre de los demonios bajo un gran sello. Mientras la vil señal era completada, los Astrópatas cautivos gritaban con agonía: el símbolo brillaba mientras drenaba sus energías en un flujo incesante y en aumento constante. Los psíquicos, horrorizados, se movían entre sacudidas y se retorcieron, con su carne burbujeando y sus mentes derritiéndose mientras el sello de Nul absorbía sus poderes para crear un resonador psíquico todopoderoso.

Mientras, el Apóstol Oscuro y sus sirvientes contemplaron con los resplandecientes ojos de fanáticos. La explosión maldita, cuando llegase, los mataría a todos, pero además condenaría a los Lobos Espaciales a los ojos del Imperio. Canalizando los poderes robados al coro astropático y prestado el sabor de la verdad por la sustancia del alma de los Caballeros Grises, la onda resonante de la explosión podría proyectar visiones retorcidas en la mente de los Astrópatas a lo largo y ancho del Imperio: un cañón nova Fenrisiano disparando sobre la Barcaza de Combate de los Caballeros Grises; los monstruosos mutantes en las filas de los Lobos Espaciales y la descarriada determinación por protegerlos por parte del Gran Lobo; y por último la espectacular detonación de Aullidolargo matando masivamente a Stern y sus hermanos. Y en el momento en el que la onda de resonancia hubiese retrocedido, visiones y portentos de la muerte de los Caballeros Grises a manos de los Lobos Espaciales habrían alcanzado a la mitad del Imperio, y el vilipendiamiento de los Fenrisianos estaría asegurado.

Mientras Hekastis Nul siguió con su espantoso trabajo, la incursión demoníaca de Tzen´char el Laberinto Viviente trajo la destrucción por todo Aullidolargo. Siendo otro eco del mismo ser infernal que combatió en Midgardia, el Príncipe Demonio conocía bien su papel aquí: los mortales se sacrificarían a sí mismos para ver cumplida la voluntad de Tzeentch. Mientras, Tzen´char y sus huestes de Demonios lucharían para mantener a los Caballeros Grises en las mandíbulas de la trampa.

Una hueste de guerreros antinaturales lucharon por Tzen´char, aunque ninguno de ellos estaba al tanto de su plan. El más grande de ellos era un Devorador de Almas de la Ira de Khorne llamado Agva´hax: éste destructor atravesó de lado a lado las guarniciones de Aullidolargo con una furia imparable, pero su verdadero propósito en Valdrmani era el reclamar para Khorne la vida del Hermano-Capitán Stern.

Centenares de soldados demoníacos a pie abarrotaban los pasillos y cúpulas de Aullidolargo, y eran éstas entidades las que se apresuraban en ir al encuentro de los hermanos de batalla de Stern. La Hueste de Fuego Disforme conocida como los Desafiantes de Xa´kjlis´ lanzaron con rapidez fuego mutante a sus enemigo de armaduras de plata. Una Hueste Celestial Ardiente rodó y cacareó alrededor del techo más alto de la cúpula, y los Carros Flamígeros y Aulladores de múltiples ojos lanzaban rayos de energía o descendían en picado para cortar con espadas y púas. Demonios de Slaanesh, además, brotaban en los alrededores de los Caballeros Grises, provenientes de pasillos y antecámaras; las lascivas damiselas infernales de la Compañía Desolladora de Shlas´qyl danzaban hacia el combate junto a los veloces carros y los saltarines Buscadores de la Bella Muerte. Veloces y mortíferos, éstos demonios se agitaban alrededor de las Armas Némesis para apuñalar y despedazar con sus garras viciosas, cantando su jocoso y emocionante canto fúnebre todo el tiempo.

Relato Oficial: Hermanos del Imperio.

Hermanos del Imperio

Cuando el último respiro de atmósfera fue absorbido de la cúpula del atrium, los Lobos Espaciales y los Caballeros Grises no perdieron el tiempo en alcanzar el mamparo del norte, más allá del cual un pasillo transitorio se estrechaba hacia alcanzar el choristrium. Un leve golpe de un puño de combate consiguió activar el panel de sobrecarga del mamparo, enviando la puerta de metal aplastada hacia el techo. Los guerreros del Imperio se agacharon para cruzarla, con las cabezas bajas para evitar el aullido de la atmósfera que los sobrevolaba, antes de drenar de nuevo el mamparo y cerrarlo. Cuando los cierres neumáticos se cerraron y se igualó la presión del aire, Krom y Stern se despojaron de sus yelmos de combate.

Krom Ojodragón tenía con él a sus Mejores de Ojo Fiero, un séquito de guerreros bendecidos seleccionados de todas las filas de los Mata Dracos. Los primeros de entre ésta agrupación guerrera de héroes eran la Guardia del Lobo de Ojo Fiero, una orgullosa y feroz manada de veteranos guerreros liderados por el temible Beoric Colmillo Invernal. Éstos guerreros habían combatido junto a su temperamental señor durante las horas más oscuras de la guerra contra el ¡Waaagh! Rojo, y ni Xenos ni Demonios les permitían descanso alguno.

Después venían los Cazadores Grises de Hengist Hacha de Hierro. Bien equipados tanto para combates con tiroteos como los que eran cuerpo a cuerpo, la manada de Hacha de Hierro era famosa por su calma imperturbable y coraje próximo a la locura, cualidades que les habían visto prevalecer en más de una situación en la que a priori les era imposible. Impacientes por combatir, y contemplando con fiereza a los Caballeros Grises, estaban los Garras Sangrientas de Egil Puñorrojo. Ésta alocado grupo de Mata Dracos recién bautizados en sangre eran típicos de su clase, todos embravecidos y con un deseo irrefrenable por la gloria.

En comparación, los guerreros supervivientes de la fuerza de Stern conformaban un grupo pequeño y solemne. Junto al propio Hermano-Capitán en persona, quedaban sólo diez guerreros restantes de una fuerza que originariamente era de más del doble de efectivos de esa cantidad.

Pese a que el icor manchaba sus armaduras, los guerreros de la Fuerza de Asalto Daradus parecían refulgir con una luz sagrada que apartaba las tenebrosas sombras de éste lugar invadido por los Demonios. Los hermanos de batalla de la Escuadra de Exterminadores Varvox permanecían listos para combatir, con sus ceños poderosamente fruncidos y sus Armas Némesis crepitando con energía.

Los dos grupos de guerreros se contemplaron con cautela, con las armas empuñadas con firmeza. Krom, entonces, ladró una sonrisa amable, y se presentó a si mismo y a sus hombres. Aceptaría los agradecimientos de los Caballeros Grises más tarde, farfulló el Señor Lobo: por ahora, tenían un trabajo más importante que realizar.

Por bólter y espada

El Hermano-Capitán Stern sabía que Krom Ojodragón tenía razón. Las energías que fluían del choristrium astropático estaban alcanzando su cúspide, ejerciendo una palpitante presión en su mente, incluso parecía que ésta le iba a estallar. Tenia que tomar una decisión y enseguida, ya fuese confiar en éstos Lobos Espaciales recién llegados, o ajusticiarlos como traidores.

El momento pareció extenderse demasiado. Stern observaba a Krom como si buscase adivinar los pensamientos ocultos tras los ojos del Señor Lobo. Finalmente, el Caballero Gris extendió una mano de hierro en forma de saludo. Krom la asió con fiereza, y los guerreros de ambos hombres relajaron las manos que sostenían las empuñaduras de sus armas.

Tenían que desplazarse, sostuvo Stern sin más preámbulos: cualesquiera que fuese el asunto que habían llevado a cabo los Demonios, ya casi lo habían terminado. Krom asintió, y los dos guerreros lideraron a sus seguidores en una carrera de descenso por el extenso pasillo jalonado de ventanas decoradas con imágenes. Un quejido perforador se hacía sentir en el aire, aumentando en volumen y haciendo rechinar los dientes de los Marines Espaciales. El fuego espectral parpadeaba a lo largo de los muros, mientras las puertas del choristrium se agitaban con caras chillonas que surgían desde lo más profundo de su dorada superficie. Los Lobos Espaciales marcaron señales que mantendrían a raya la hechicería, con Stern advirtiendo todos éstos hechos sin hacer ningún comentario.

Krom corrió a cargar con el hombro el retorcido pórtico, pero Stern lo empujó e hizo retroceder. Alzando una mano y extendiendo sus dedos, el Hermano-Capitán comenzó a entonar los Trece Versos de Negación, y sus hermanos se le unieron con presteza. Sus palabras golpeaban el aire como un martillo de sonido sagrado, y las sílabas formaban motas brillantes que se unieron en un orbe llameante. De repente, Stern extendió sus dedos hacia delante como si fuesen puñales, y su gesto lanzó la luz de poderosa energía psíquica velozmente, atravesando el pasillo y golpeando las puertas en una lluvia de pedazos incandescentes y humeantes.

Krom gruñó agradecidamente la destrucción ocasionada, antes de echar su cabeza hacia atrás y emitir un aullido bestial. Sus guerreros se unieron a su grito de guerra sin palabras, antes de cargar precipitadamente hacia la cegadora luz de jade que se derramaba a través del portal explosionado.

Stern y sus hermanos de batalla los siguieron. El choristrium era una cúpula espaciosa de cristal de acero, cuyas plataformas escalonadas permitían a los Astrópatas tener una visión clara del campo de estrellas lleno de portentos que tenían sobre ellos. Las energías del Caos habían transformado la cámara en un escenario extraído directamente de alguna visión eclesiárquica del infierno.

Los Astrópatas aún estaban reclinados en su sitio pero sus cuerpos se habían fundido como si fuesen de cera, convirtiéndose en chillones trozos de carne de sebo unidos horriblemente con las plataformas que los albergaban. Surgidos de las cuencas de los ojos de cada uno, estruendosos haces de poderosa luz de jade se derramaban en un enorme sello que dominaba el suelo de metal de la cámara. El glifo parpadeaba con energías de la Disformidad, abrasándolo todo como un sol a punto de convertirse en una supernova.

Relato Oficial: Por bólter y espada.

La potencia de fuego de los Lobos Espaciales había aniquilado por igual a los Cultistas y los Astrópatas, pero mientras Stern extraía su espada del cuerpo del Apóstol Oscuro, la luz del sello dobló su fuerza. Una nota estridente, aullante, invadió la cúpula, y mientras retumbaba por ella una oleada de Demonios emergió del radiante fulgor del sello: a su cabeza iba el Príncipe Demonio de Tzeentch, llamado Tzen´char, y su mágica abominación convirtió en ceniza a tres Paladines en lo que dura un latido del corazón. Con su despertar, también llegaron, saltando, Horrores e Incineradores, con su fuego disforme acariciando y convirtiendo en cristal aullante a la mitad de los Garras Sangrientas de Puñorrojo.

Con aullidos de furia, Krom Ojodragón y sus guerreros se lanzaron con presteza a combatir ésta nueva amenaza. Las espadas sierra rugían mientras atravesaban carne demoníaca. Las pistolas bólter retumbaron, reventando vísceras sulfurosas en el aire. Krom era un torbellino de destrucción, y a cada oscilar de su hacha eliminaba de un tajo a un enemigo. La marea crecía a cada segundo, con más y más criaturas empíricas surgiendo de entre el fulgor del sello.

La luz se había vuelto cegadora, una fuerza psíquica que espesó el aire como si fuese melaza. Stern acuchilló a los Demonios que lo rodeaban. Entre ellos podía divisar islas de plata y gris, sus hermanos de batalla luchando furiosamente por sobrevivir. No era suficiente: los guerreros del Imperio podrían eliminar a un millar de Demonios, pero aún así serían aniquilados por la explosión del sello.

El Hermano-Capitán supo qué debía hacer. Liberándose, mediante cortes, de las garras y tentáculos que escarbaban en su armadura, Stern trazó con un gran arco un círculo con su espada para poder abrirse un hueco. Dejando caer su hombro y disparando mientras avanzaba su bólter tormenta, el Caballero Gris irrumpió a través de los Demonios hasta situarse a apenas una zancada del aullante y pulsante sello. Con una plegaria susurrada hacia el Emperador, Stern alzó su espada en lo alto y se sumergió en la luz.

Atravesando la cámara, Tzen´char aplastó a un Cazador Gris, y batió sus poderosas alas, intentando alcanzar de un salto a Stern. Pero, en su lugar, se estampó contra el suelo mientras una figura aullante lo golpeaba desde atrás. Sonriendo en una mueca, Krom llegó disparándole.

Haciendo caso omiso de las apabullantes balas, Tzen´char se alzó con un grito y atravesó con su enorme espada el hombro de Ojodragón. El Príncipe Demonio reunió toda su mágica fuerza para terminar con su mortal presa, pero gruñó cuando un rezo aumentado resonó desde el fulgor del sello.

Cada Demonio en el choristrium echó su cabeza hacia atrás y gritaron al unísono. En un momento, el sello se convirtió en bomba y puerta dimensional al mismo tiempo. Al siguiente, sus energías se volvieron contra sí mismas gracias al rito de Stern, una ola de fuerza de destierro que resonó con estruendo a través de la cámara. Krom contempló asombrado mientras las energías de la Disformidad se volvían contra los Demonios y los barrían por completo de Valdrmani.

Un silencio repentino llegó con la desaparición de los Demonios, y la luz del sello se canalizó, desapareciendo éste para siempre. En su lugar, con su espada clavada en el centro del sello, y su armadura quemada y abollada, Stern se levantó lentamente. Volutas de humo ondulaban desde el Caballero Gris mientras éste ofrecía a Krom un asentimiento de agradecimiento. Con la sangre manando abundantemente de su hombro, Ojodragón le devolvió el gesto. La trampa había sido desactivada y derrotada. Los Demonios habían sido detenidos y devueltos al abismo. Aún había esperanza.

Por bólter y espada

Zona de Guerra Fenris

La Roca llega al Sistema Fenris

El destino del Sistema Fenris estaba balanceándose sobre el filo de la navaja. Las defensas orbitales de Svellgard volvían a estar bajo el control de los Lobos Espaciales, pero las islas y océanos del planeta bullían llenos de Demonios. El Fuerte Morkai había sido retomado a un coste altísimo, y las energías del ritual llevado allí a cabo aún estaban abriendo nuevas grietas de Disformidad a lo largo del sistema. Sobre lo acontecido en Valdrmani, poco se sabía, salvo que la Barcaza de Combate de los Caballeros Grises había sido destruida mientras estaba en su órbita.

Las noticias desde el frente de Midgardia eran nefastas, con el ataque de los Lobos Espaciales resultando un fracaso, y habiendo perdido todo contacto con el propio Gran Lobo en persona. Y lo peor de todo, a través de toda la zona de guerra Fenrisiana, la maldición de los Wulfen se fortalecía. Incluso los guerreros más veteranos luchaban desesperadamente para contener la rabia animal que amenazaba con dominarlos, mientras muchos de sus más jóvenes compañeros de manada ya se habían transformado en bestias voraces. Los Lobos Espaciales no sabían si habían sido atrapados por un virus bacteriófago, una enfermedad del alma, un legado genético o una maldición de los indignos. Nadie escapaba al hecho que su Capítulo encaraba una batalla no sólo por su sistema natal, sino también por su auténtica identidad.

Fue en el interior de éste caldero de caos y luchas en donde se materializó la totalidad de la flota de los Ángeles Oscuros. Las alarmas de augurios sonaron con estruendo y los sistemas de vox sonaban con brusquedad en constante comunicación ida-vuelta con las flotas de las Grandes Compañías, y múltiples runas parpadeaban al encenderse en las pantallas de auspex. Docenas de naves del Imperio surgieron de la Disformidad, triturando las madejas de la locura zarcillosa mientras elevaban sus escudos de vacío y conectaban sus lanzas y torretas, activándolas a plena operatividad. En las galerías de vox de El Colmillo, los siervos de garantía y Servidores con cabezas lobunas listaban los códigos más significativos cuando su barrido de augurios los detectaba.

Ángeles Oscuros. Ultramarines. Manos de Hierro. Una docena de Capítulos más. Casas de Caballeros y transportes masificados del Astra Militarum. Una conmoción invadió gradualmente a los observadores cuando una enorme y característica señal apareció entre todas éstas poderosas flotas reunidas: La Roca apareció: la ciudadela flotante de los Hijos del León había entrado en el espacio Fenrisiano e incluso ahora estaba acelerando hacia los mundos envueltos en combates.

Cuando las noticias se fueron filtrando a los Señores Lobo envueltos en combate, la alarma combatió con el alivio en los corazones de cada uno de ellos. Era raro el Fenrisiano que reconocería que necesitaban ayuda, pero ninguno iba a negar que los refuerzos eran profundamente necesarios. Sin embargo, los Lobos Espaciales habían puesto todos sus empeños en mantener oculto el asunto de los Wulfen de los ojos del Imperio hasta que pudiese ser comprendido y resuelto. Ahora, con los Demonios infestando sus planetas y manadas al completo de guerreros combatiendo por mantener a raya en su interior la maldición de los Wulfen, incluso el Lobo Espacial más obtuso podría ver que la mayo parte del Imperio los podría juzgar con severidad.

Mientras combatían, los Lobos Espaciales tenían un ojo puesto en los cielos, esperando con ansiedad el ver si ésta flota de cruzados había llegado como salvadora o ejecutora.

No tendrían que esperar demasiado.

Mientras se separaba en puntas de lanzas separadas que se abalanzaban sobre cada mundo del Sistema Fenris, la flota de los cruzados apenas contactó con los Lobos Espaciales. Incluso cuando La Roca retumbaba constantemente más cerca de Fenris, sus respuestas permanecieron sombrías y como si hubiesen sido memorizadas. Los Ángeles Oscuros habían llegado para suprimir la mancha de los Demonios. Lo que hicieron, lo hicieron por el bien de sus hermanos, sin importar el coste. Pronto, la preocupación se convirtió en alarma absoluta. Los pasillos de El Colmillo resonaron con voces estruendosas y el zumbido monótono de generadores titánicos mientras se alzaban los escudos y se reflexionaba sobre posibles soluciones de disparo. Éstas eran precauciones nada más, se dijeron entre ellos los Lobos Espaciales. Seguramente nadie podría dudar que ellos aún permanecían como fieles sirvientes del Padre de Todos.

Esas dudas se habían convertido en posibilidades reales para los Ángeles Oscuros. Las muertes de los Exploradores de Arhad en Nurades no habían sido sino el primer paso de un oscuro sendero de acumulación de pruebas y una alarma cada vez mayor. El siguiente fue el regreso de Sammael desde Tranquilitus. El Gran Maestre del Ala de Cuervo mantuvo una apariencia pétrea ante sus subordinados, pero una sesión privada con el Círculo Interior se había mostrado profundamente turbado: Sammael había visto cómo los Lobos Espaciales dieron la espalda a sus hermanos Marines Espaciales, anteponiendo la supervivencia de aberraciones mutantes por encima de los propios hermanos de batalla de Sammael. El coste en vidas de integrantes del Ala de Cuervo había sido altísimo, pero el daño hecho a la reputación de los Lobos Espaciales fue aún mucho más severo. Seguramente, argumentó Sammael, los Hijos de Russ debían haber sido llevados por el mal camino debido a alguna argucia demoníaca.

Llegaron peores noticias cuando el Astrópata Maestro de La Roca, Asconditus, trajo a sus señores una serie de comunicados profundamente problemáticos. Mutantes similares a Lobos habían sido avistados en diferentes sistemas estelares, les reveló, apareciendo desde grietas de la Disformidad y seguidos muy de cerca por hordas de Demonios. En cada ocasión, los Lobos Espaciales llegaron poco después para reunir a aquellas bestias y llevárselas de allí. El Astrópata lamentó que dichas fuerzas de asalto no habían realizado esfuerzo alguno para protejer a los ciudadanos del Imperio: en algunos casos incluso se habían llevado a esos mismos sirvientes del Emperador para causar daño. Los susurros en la Disformidad sugerían que los Caballeros Grises incluso se habían visto involucrados, persiguiendo a Logan Grimnar por sus propios asuntos con él.

Ésta última y terrible pista de connivencia con criaturas engendradas por la Disformidad fue suficiente para convencer al Gran Maestre Supremo Azrael y sus hermanos que tenían que tomar acciones directas en el asunto. Una largamente antigua rivalidad existía entre los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros - una pelea entre hermanos que tenía sus orígenes en la época en la que los mismísimos Russ y El´Jonson hacían la guerra en el nombre del Emperador. Mientras que los miembros del Círculo Interior se dijeron a sí mismos que ésto no tendría efecto en su decisión, en el fondo todos y cada uno de ellos sentían en ciertos aspectos que éste era un momento de reivindicar aquella situación. Los Lobos Espaciales - siempre imprudentes y caprichosos - se habían adentrado de cabeza en el peligro más grave. Era el turno de los Ángeles Oscuros para salvar a sus hermanos rebeldes, incluso aunque el coste fuese lamentablemente elevado.

Ejerciendo su autoridad total, Azrael declaró una cruzada. No se permitiría caer en la condenación a los Lobos Espaciales. La palabra de un Señor de Capítulo era de gran peso, y además las evidencias acumuladas eran suficientes para aumentar los temores de todos los considerados verdaderos defensores del Imperio. Así fue como, en el momento en el que los Ángeles Oscuros llegaron al Sistema Fenris, lo hicieron a la cabeza de una poderosa flota.

Zona de Guerra Fenris

Relato Oficial: Zona de Guerra Fenris.

SEGUNDA PARTE - LA IRA DE MAGNUS

Prólogo: Ecos en el tiempo

Ira de Magnus

Sólo unos pocos de entre los Adeptus Astartes tienen incluso una vaga noción de la espiral descendente que transitaron los Mil Hijos. Ninguno es capaz de distinguir de verdad la profundidad de la traición que los instigó a seguir dicho camino. Para aquellos que se enfrentan a ellos, los Mil Hijos aparecen como fantasmas de un oscuro y mítico pasado. Fila tras fila de guerreros marcha al combate en un siniestro silencio, con sus armas escupiendo fuego infernal mientras parecen ignorar los impactos directos de balas y espadas indistintamente. Para los Hechiceros que caminan en el centro de sus filas, los guerreros Rubricae de la Legión son fieles sirvientes sin comparación alguna, armas vivientes que pueden usarse en guerras arcanas. Sus agrupaciones de guerra son a menudo los más avanzados peones en los planes de Tzeentch, el Arquitecto del Destino y señor del juego cósmico.

Ese gran concurso de almas ha llegado a un punto crucial al final del 41º Milenio. En ningún lugar se combate con más crudeza que en el Sistema Fenris, llamado hogar por los enemigos eternos de los Mil Hijos - los Lobos Espaciales, vástagos guerreros del Primarca Leman Russ.

Los acontecimientos de la Herejía de Horus están bloqueados por el mito y la leyenda. Se dice que la mitad del total de las Legiones Astartes se dieron a la adoración del Caos a lo largo del curso de aquellos días oscuros, cada una de ellas siguiendo a su Primarca a la condenación. Muchos de esos progenitores semidioses dieron los primeros pasos hacia la herejía con la mejor de las intenciones, esperando poder servir mejor a la Humanidad al seguir un camino divergente al de las enseñanzas de su ausente padre, el Emperador. Entre ellos estaba el coloso psíquico conocido como Magnus el Rojo.

Cuando su Legión comenzó a caer presa de un extraño defecto mutante en su semilla genética, Magnus salvó a sus hijos de la terrible maldición de la carne al consultar con una deidad desconocida en la Disformidad. Pese a que dicho acto le costó demasiado - incluido uno de sus ojos, según dicen algunos - vio cómo los suyos encontraban la salvación. Por un tiempo, sus guerreros místicos permanecieron sin mácula alguna en mente y forma, y fueron capaces de invocar y controlar las energías del Empíreo con mayor habilidad que cualquier otra Legión.

Después que el conocimiento de una inminente guerra psíquica fuese puesto en juicio en el Concilio de Nikaea, sin embargo, el Emperador dio pie a un edicto en el que se prohibía a los Adeptus Astartes el usar poder nacido de la Disformidad. Para una hermandad de maestros de lo oculto como lo eran ya los Mil Hijos, tal castigo era insostenible. Magnus y sus hijos continuaron sus estudios en secreto.

En sus escudriñamientos astrales, Magnus tuvo conocimiento de la naciente traición de Horus. El Señor de la Guerra había sido seducido por los Dioses Oscuros. Atónito, Magnus proyectó su conciencia para advertir a su padre mientras éste desarrollaba grandes trabajos en Terra. Al hacerlo, dañó la labor del Emperador más allá de cualquier reparación. El Emperador, iracundo, no le escuchó, y desterró a Magnus de su vista. Tras ésto, ordenó a Horus que desatara sobre él a los Lobos Espaciales, capturasen a Magnus y lo trajeran encadenado a Terra. Horus, sin embargo, le dijo a Russ que llevara la devastación a los Mil Hijos. La guerra que siguió a aquello fue apocalíptica.

Magnus, en su desgracia, eligió no defender su gloriosa ciudad de Tizca - no hasta que los gritos de sus hijos fueron tan numerosos que se hicieron imposibles de ignorar. Cuando el Primarca desató su fuerza para contener la masacre, lo hizo con gran poder. Pero era demasiado tarde; Prospero ya ardía. En su dolor, Magnus fue derrotado en combate por Leman Russ, pero logró desarrollar un hechizo para protegerse a si mismo, a su Legión y una gran parte de la ciudad de Tizca, y se proyectaron a la Disformidad, lejos de aquello. Pero sus tribulaciones estaban lejos de terminar. Mientras buscaban una confusa unidad en torno a su hogar adoptivo, el Planeta de los Hechiceros, los Mil Hijos sucumbieron a la maldición de la carne aún latente en sus genes. El Bibliotecario Jefe Ahriman tomó una acción drástica entonces. Trabajó en un gran rito, la Rúbrica, pero funcionó demasiado bien. Aunque salvó a sus hermanos de la mutación, lo hizo al transmutar sus formas mortales a polvo sentiente sellado dentro de sus armaduras. Magnus estaba furioso. Exilió a Ahriman y a sus seguidores a vagar por las estrellas, y la Legión quedó dividida. Ahora, permanecen unidos bajo un sólo motivo - la sed de venganza.

Ecos en el tiempo





Orígenes oscuros

Más y más cercana estaba cada vez la mano de la condenación, creando a su paso sombras más oscuras que la más oscura medianoche. En una galaxia que cada vez estaba más fragmentada debido a las innumerables guerras que la asolaban, una nueva desgracia se vislumbraba en el horizonte...

Orígenes Oscuros

Esta nueva acumulación de infortunios no llegó por casualidad, sino que fue algo premeditado, una consecuencia de extraños tejemanejes que estaban más allá de la comprensión de las mentes mortales, y que se inició con el repentino regreso de la Decimotercera Gran Compañía de los Lobos Espaciales, largamente desaparecida milenios atrás del territorio del Imperio. Las Tormentas Disformes extendieron la ruina y la corrupción por la galaxia, seduciendo a las fuerzas del Imperio, plantando en ellas falsas evidencias e ilusiones que terminaban minando la confianza o alimentaban olvidadas rivalidades ancestrales.

No transcurrió mucho tiempo hasta que los Marines Espaciales tuvieron que enfrentarse a los que fueron sus propios hermanos. Tales eran los designios de Tzeentch, siempre sembrando la mentira y las dudas incluso entre quienes eran aliados con trato fraternal. Al igual que en los tiempos de los días más tenebrosos del Imperio, las fuerzas de las que disponía la Humanidad se veían divididas por su mayor enemigo. Las Tormentas Disformes empeoraron, trayendo con ellas a la realidad a un creciente número de huestes demoníacas.

Esta invasión en tropel no podría llegar en un momento peor para los Hijos de Russ. Las acusaciones de traición habían empezado a tomar forma recientemente en torno al Capítulo de los Lobos Espaciales, y no sin razones: las profecías de antaño se estaban viendo cumplidas, y leyendas con milenios de antigüedad demostraban su vigencia. En alrededor de una docena de zonas de guerra dispersadas a lo largo y ancho de la galaxia, los hermanos ancestrales largamente perdidos, conocidos como Wulfen, habían regresado al fin.

Las Grandes Compañías del Capítulo se lanzaron una vez más al Mar de Estrellas, buscando señales del paradero de sus hermanos de armas transformados. Encontraron a muchas manadas de ellos, trabadas en combate contra las hordas demoníacas de los Dioses del Caos, y se lograron grandes victorias. Aquellos Lobos Espaciales marcados por la mutación de la Canis Helix siempre han mostrado ser de colmillos prominentes y garras aceradas, pero los Wulfen llevaban al extremo esa presunción: en apariencia, eran a la par bestias lupinas en la misma medida que aún eran Marines Espaciales. No obstante, seguían portando las marcas heráldicas de su Capítulo, e incluso algunos aún se manejaban en la lengua usual de Asaheim. Pese al recelo entre algunos mandos (entre ellos Harald Deathwolf), los Wulfen fueron rescatados y llevados de vuelta a Fenris.

Orígenes Oscuros2

A lo largo de sucesivas batallas, los Wulfen combatieron junto a los Lobos Espaciales contra la incursión de los Demonios. En sus charlas con los Señores Lobo demostraron ser de fiar, y cuando fueron llevados a la fortaleza de los Lobos, El Colmillo, se les reequipó y se les acogió entre las filas del Capítulo. Ulrik el Matador, Sacerdote Lobo y maestro y confidente del Rey Lobo, Logan Grimnar, celebró la llegada de los Wulfen como heraldos de la futura vuelta de su largamente desaparecido Primarca, Leman Russ. El sacerdote mantenía que la "Hora del Lobo" estaba cercana, y que su Primarca no tardaría en regresar con ellos. Sin embargo, otros Señores Lobo aún mantenían ciertos recelos sobre el retorno de los Wulfen. Peor todavía, fuera del Capítulo había personalidades muy influyentes que, a causa de la desinformación y la manipulación de los datos, veían a los Wulfen como criaturas peligrosas liberadas por el Caos. Las cosas comenzaban a ir de mal en peor.

Sumidos en engaños por las argucias de Tzeentch y las aparentes evidencias de mutación entre las filas del Capítulo de los Lobos Espaciales, quienes vigilaban a éstos con mayor desconfianza era el Capítulo de los Ángeles Oscuros. Estos no eran ajenos a los subterfugios, porque ellos mismos habían sido acechados por sus pecados del pasado, pero la rivalidad existente entre su Capítulo y el de los Lobos Espaciales se había enquistado tanto a lo largo de los milenios transcurridos desde su inicio que nadie de entre ellos salió a defender a los Hijos de Russ.

Cuando los Ángeles Oscuros investigaron acerca de un ataque de los Lobos Espaciales en el planeta Nurades, hicieron intentos por contactar con una guarnición de Exploradores que habían apostado allí con la misión de vigilar un artefacto importante dentro de la historia de su Capítulo. Sin embargo, aquellos jóvenes guerreros habían sido aniquilados. En la zona del suceso, las pruebas parecían indicar que habían caído bajo el ataque de seres demoníacos del Caos, pero pronto descubrieron que en realidad los asesinos eran los Wulfen a quienes los Lobos Espaciales habían acogido en su seno. Las implicaciones que aquello conllevaba turbaron a los Ángeles Oscuros.

En Tranquilitus, los Ángeles Oscuros y los Lobos Espaciales lucharon de nuevo juntos contra las hordas de los Demonios. Pero no lo hicieron como hermanos, sino como rivales, rememorando el enfrentamiento entre sus Primarcas muchos siglos atrás, y el respeto "por obligación" que se estableció entonces entre ambos Capítulos había evolucionado hasta convertirse en desprecio. Pese a todo, ambos Capítulos debían lealtad ante todo al Codex Astartes, de modo que se unieron para combatir al Caos. Al menos, por el momento.

Maldición desatada

Maldición desatada1

En muchas ocasiones, los agentes de Tzeentch dejaron un rastro de engaños en el camino de los Marines Espaciales. Mediante subterfugios de lo más variopintos, el Demonio conocido como El Cambiante logró agrandar las grietas de desconfianza que habían surgido entre los Lobos Espaciales y el resto de Capítulos del Adeptus Astartes. El Gran Lobo y sus campeones estaban enfrascados en constantes guerras contra interminables hordas de Demonios, y nadie hacía nada por refutar las siniestras afirmaciones que se vertían sobre ellos. Con los agentes del Caos por todas partes, los legendarios Caballeros Grises terminaron uniéndose a la lucha, combatiendo al lado de los Lobos Espaciales para derrotar a ese enemigo lleno de vileza. Esa alianza expulsó de la realidad material a centenares de Demonios, pero la semilla más dañina de sus malas artes ya había sido sembrada. Sin que los Marines Espaciales lo supieran, el verdadero enemigo se hallaba en su propio seno.

Aquellos Lobos Espaciales que lucharon junto a los retornados Wulfen pudieron contemplar con sus propios ojos cómo afloraba a la superficie el lado más salvaje de sus almas, llevándolos a actos de canicería aún más extremos de lo que era habitual entre los suyos. Algunos no sólo se transformaban a nivel mental, sino también físico, dado que sus cuerpos comenzaban a transformarse hasta asemejarse al de los hermanos perdidos que habían pretendido salvar. De pronto, fue evidente que en todas las Grandes Compañías de Fenris se estaban produciendo numerosas alteraciones genéticas. Para quienes habían considerado que la reaparición de la Compañía Perdida era una maldición, éstos hechos les daban la razón. Las dudas se volvieron conjeturas, y las sospechas tornaron pronto en conclusiones. Los Coros Astropáticos extendían secretos y mentiras. Con mucha lentitud, pero de forma inexorable, la mayoría de Capítulos del Adeptus Astartes comenzaron a mirar con ojos de sospecha a los Hijos de Russ.

Maldición desatada2

Las Grandes Compañías regresaron al Sistema Fenris, con sus hazañas retumbando en forma de coro en los aullidos de los Wulfen. Una flota de naves de guerra del Imperio se dirigió a las mismas coordenadas, y a su cabeza navegaba La Roca, la Fortaleza-Monasterio de los Ángeles Oscuros. Tras emerger de la Disformidad, aquel enorme fragmento del planeta natal, Caliban, de los Ángeles Oscuros se estableció en la órbita de Fenris como una espada titánica que pendiera sobre la cabeza de un acusado. La intención de los comandantes de la flota era arrestar, interrogar y, si no había otra solución, castigar a los Lobos Espaciales por haberse alejado del camino del Codex Astartes de una manera tan flagrante. La cruzada, iniciada por Azrael de los Ángeles Oscuros, sería capaz de exterminar por completo a los Hijos de Russ si era necesario. Magnus el Rojo, contemplando la situación desde su torre en el interior del Ojo del Terror, se mostraba satisfecho. Sus maquinaciones estaban funcionando en su totalidad.

Las Grandes Compañías descubrieron que su regreso al hogar iba a ser de todo menos glorioso. Sin que lo supieran, los planetas del Sistema Fenris, que orbitaban la estrella conocida como el Ojo del Lobo, habían sido tomados al asalto por Demonios y traidores. Valdrmani, la Luna del Lobo, hofar de la estación astropática Aullido Largo, estaba enviando una señal de socorro que ningún héroe digno de tal nombre podía ignorar. La luna oceáno Svellgard ardía bajo la presencia demoníaca, sus islas volcánicas convertidas en los únicos bastiones del orden que se mantenían aún en pie rodeadas por mares de muerte y horror. La fortaleza arsenal del planetaFrostheim, famosa por sus defensas y sus hielos duros como el acero, había sido tomada por la Legión Alfa, que en su interior estaba realizando rituales de sangre que abrían Portales Disformes en todas partes. El desastre era total.

Ante el precipicio

Sobre el Precipicio 1

El destino más diabólico de todos los planetas del Sistema Fenris fue el sufrido por Midgardia, un orgulloso mundo jungla tan tóxico que la población había tenido que construir sus vastas ciudades bajo tierra. Desde la aparición de las Tormentas Disformes en el sector Fenris, aquella civilización se había visto asediada por asquerosas hordas de Demonios de Nurgle. Fue en esa devastada zona de guerra donde Logan Grimnar, Señor del Capítulo de los Lobos Espaciales, se dirigió raudo al combate; y no iba solo: a su lado peleaban los Campeones de Fenris (los más poderosos héroes del Capítulo) y también las columnas de vehículos blindados de Egil Lobo de Hierro.

Las Grandes Compañías golpearon a los invasores del planeta como un relámpago. Su dramática contraofensiva expulsó de vuelta a la Disformidad a varios centenares de Demonios. Sin embargo, la superficie de Midgardia era tan extraña que, en cuestión de horas, Egil Lobo de Hierro se había quedado atascado con sus vehículos, viéndose obligado a luchar con malas pulgas cada centímetro de terreno que avanzaba.

Logan y sus campeones llevaron la lucha bajo tierra y expulsaron a una hueste de Portadores de Plaga antes de poder dar con los verdaderos instigadores de la caída del planeta, una alianza de cuatro Príncipes Demonio conocida como la Tétrada Infernal. Los Campeones de Fenris se apresuraron a su encuentro, espada contra espada, sólo para quedar atrapados y encerrados al instante bajo toneladas de roca. Los Lobos Espaciales habían perdido a sus mejores líderes en el momento de mayor necesidad, justo cuando la Flota Imperial que acudía al sector para terminar con ellos crecía y crecía a lo largo del firmamento.  En el puente de mando de La Roca, el destino de los Lobos Espaciales estaba siendo sometido a debate. El Cambiante, un Demonio cambiaformas afín a Tzeentch, había adoptado la forma física de un Explorador de los Ángeles Oscuros asesinado, con el fin de tener acceso al Apothecarion de La Roca. Una vez dentro, había robado la forma física del Voco-Senescal de la fortaleza. Astronaves de una docena de Capítulos estaban listas para seguir y ejecutar las órdenes de los señores de La Roca. El futuro de los Lobos Espaciales pendía de un hilo.

Sobre el Precipicio 2

El Demonio, haciéndose pasar por el voco-oficial, tejió su red de engaños. Aseguró que la maldición de los Wulfen no sólo era la prueba irrevocable de su maldad, sino que el Gran Lobo, Logan Grimnar, había sido dado por muerto y sus Señores Lobo habían o bien desaparecido en combate o se habían asesinado entre ellos, impotentes ante la infección generada por el Caos. Los Ángeles Oscuros eran los únicos capaces de restaurar el orden en el maltrecho Sistema Fenris, y para ello había que hacer arder las zonas en las que la influencia del Caos se había hecho fuerte. Con el corazón en un puño, el Gran Maestre Supremo de los Ángeles Oscuros consideró lo que implicaba dar la orden de bombardear el Sistema Fenris. Pero dio dicha orden de todos modos.

Aunque sólo los arquitectos ocultos de aquella conspiración lo pudiesen apreciar, los ecos de lo acontecido en Prospero eran muy profundos: los Lobos Espaciales serían castigados por su desviación genética y su persecución de verdades ocultas, tal como la intolerable justicia del Emperador había golpeado antaño al Caos en Prospero. Era una deliciosa ironía para los siervos de Tzeentch, sobre todo para Magnus el Rojo.

El Sector Fenris

Sector Fenris 1

El Sector Fenris se extiende hacia el norte galáctico de la Puerta Armaggedon. Se sitúa en la punta espiral del Segmentum Solar, relativamente cerca de la frontera oficial con el Segmentum Obscurus. De ésta región se sabe que está infestada por razas alienígenas monstruosas y déspotas salvajes, y que tiene zonas en cuarentena desde hace tanto tiempo que ya ni siquiera se guarda un registro de los motivos. En el corazón de su Nebulosa Lupus se encuentra el Ojo del Lobo, la estrella en torno a la cual el mundo de Fenris describe una órbita elíptica.

Sector Fenris 2

En años recientes, ha aparecido un extraño fenómeno astral en el oeste del Sector Fenris: una nube de gas amatista ha cobrado forma, alcanzando tal tamaño que se extiende hasta los Sectores Exha Numosis y Trifectas, además de Fenris. Vista desde ciertos puntos de privilegio, esta nebulosa anómala forma un símbolo serpentiforme prohibido por la Inquisición. Aquellos que detectan éste portento pronto se sumen en un estado de locura, haciendo todo lo posible por olvidarlo cuanto antes.

Capítulo 1: Punto de Crisis

Punto de Crisis

Un giro del destino

Un giro del destino

El temperamento de los comandantes de la Flota Imperial era sombrío y seco, y todo el Sistema Fenris se encontraba al borde de la catástrofe. Gigantescas naves amenazaban en el vacío, esperando para caer sobre esos planetas en los que había Demonios y mutantes. Cuando la mancha del Caos se extiende en algún rincón, los Caballeros Grises nunca se encuentran lejos.

El puente de la Fortaleza-Monasterio espacial de los Ángeles Oscuros era colosal. Su interior abovedado podía acoger a una docena de astronaves. Sus muros de contención estaban llenos de estatuas, bajo las cuales brillaban con destellos complejos data-espectros holográficos que iluminaban las caras de los santos de piedra con un brillo verde fantasmagórico. Sobre un gran estrado en la parte frontal del puente, arreciaban rugientes las discusiones y las órdenes. Una sensación de destino manifiesto flotaba en el aire. El futuro del Sistema Fenris, y de todo el Capítulo de los Lobos Espaciales, estaba a punto de decidirse para siempre.

Sobre todo aquello se mantenía, en lo más alto, Azrael, Señor del Capítulo de los Ángeles Oscuros. Ningún otro Marine Espacial tenía un conocimiento tan profundo como él acerca de la oscura existencia de dicho Capítulo, eternamente oculto en las sombras de la Historia (y, según algunos, manchado por la herejía).

Azrael tenía a su lado al Capellán-Interrogador Asmodai, una de las figuras más severas y obsesivas que habían recorrido nunca los sagrados pasillos y salones de La Roca, o de Caliban antes de eso. Asmodai era un experto en el arte de encontrar trazas de infección del Caos provenientes de aquellos herejes que se ocultaban dentro del Imperio, pero era tal el talento del agente de Tzeentch infiltrado en el puente de La Roca que el Capellán-Interrogador ni siquiera había advertido su presencia. Los Lobos Espaciales estaban siendo juzgados, y bajo las órdenes de Azrael, ninguno de los oficiales de las flotas del Imperio estaba aceptando los vocomensajes de los Señores Lobo, ni abriendo sus coros astropáticos a ninguna señal proveniente de Fenris. 

Las fuertes personalidades de los Marines Espaciales del Adeptus Astartes chocaban, cada sofocado intercambio de pareceres amenazando con hacer estallar una guerra intestina que tendría gravísimas consecuencias para el Imperio. Las llamas del conflicto se reavivaban constantemente porque allí, entre los guerreros del Imperio, había infiltrada una fuerza que era la mismísima encarnación de la disensión: un agente de Tzeentch, el gran embaucador.

La entidad demoníaca que se había infiltrado entre los presentes en el puente, conocida en las sagas de los Lobos Espaciales como El Cambiante, estaba en su elemento ideal: había sembrado la confusión y la angustia tanto en los Marines Espaciales como en los siervos del Capítulo. Haciéndose pasar por el Voco-Senescal Mendaxis, el Demonio había anunciado formalmente a los Ángeles Oscuros que los Lobos Espaciales habían usado la Fortaleza de Aullidolargo para abrir fuego contra la flota de los Caballeros Grises. Estas noticias, que llegaban justo después de las filmaciones de los Exploradores de los Ángeles Oscuros siendo despedazados por los Wulfen en Nurades, dejaban patente la culpabilidad de los Hijos de Russ en las mentes de sus perseguidores: el Capítulo estaba irrevocablemente manchado.

Uno de los planetas del sistema, Midgardia, ya había caído presa de la creciente invasión demoníaca. Azrael concluyó que el único recurso era purificarlo bajo los fuegos de un Exterminatus, incluso aunque sobre su superficie todavía quedasen Lobos Espaciales. La respuesta a esa declaración fue un tenso silencio, pero con Logan Grimnar desaparecido, y presumiblemente muerto, no había influencia suficiente como para contradecirle.

En medio de aquella tormenta de recriminaciones apareció el Hermano-Capitán Stern. En una ruta hacia la órbita de La Roca sobre El Colmillo, Stern había conseguido realizar causa común con Ragnar Blackmane: ambos habían combatido con dureza para limpiar el fuerte estelar Mjalnar de toda impureza demoníaca. En una comunicación urgente y secreta con Azrael, ambos recibieron permiso para subir a bordo de la gran fortaleza espacial de los Ángeles Oscuros. Así fue como un Señor Lobo tuvo acceso al sanctasanctórum de La Roca por primera vez desde que se tenía memoria.

Con el Señor Blackmane viajaba un Inquisidor llamado Banist De Mornay, de apariencia física un anciano pero mentalmente formidable, y miembro del Ordo Hereticus. De Mornay ya había cruzado antes su camino con los Ángeles Oscuros, y siempre había sospechado que la sombra del Caos se cernía sobre muchos de los Marines Espaciales, entre ellos los de la Primera Legión. Aunque muchos de los Ángeles Oscuros en el puente asumieron que el Inquisidor se encontraba allí para monitorizar lo que estaba sucediendo, y dictar así sentencia sobre los Lobos Espaciales, en realidad De Mornay estaba allí no para vigilar a los Hijos de Russ, sino a los de Lion El´Jonson

Horrorizados, Stern y los demás héroes guerreros que habían llegado a La Roca para consultar a Azrael descubrieron que ya era demasiado tarde: los cañones de bombardeo de la Flota Imperial ya habían abierto fuego contra los planetas del Sistema Fenris. Midgardia había sido sometida a una tormenta de fuego tan brutal y extensa que toda su superficie parecía ser una conflagración. La Fortaleza Morkai en Frostheim había sido reducida a ruinas por un disparo de lanza de los Manos de Hierro. El Sistema Fenris estaba siendo asolado al mismo tiempo por aliados y enemigos, por incursiones demoníacas y por la furia de la Flota Cruzada: la guerra que Stern y Ragnar pretendían evitar estaba ya en marcha, enfrentando a hermanos con hermanos.

La confusión reinaba por doquier, alimentada por la ira del acusador y la actitud beligerante del acusado. En las pantallas holográficas del puente se mostraron las posiciones de la Flota Imperial y también las de las ciudadelas defensivas de los Lobos Espaciales: el destino de los dos capítulos rivales pendía de un hilo, las astronaves de sus hermanos Marines Espaciales permanecían en silencio mientras una asfixiante pátina de duda y desesperación amenazaba con eliminar de un plumazo milenios de hermandad profundamente cimentada.

En el puente, el diálogo entre el viajero y el comandante había sido fugaz pero intenso. Cuando los ecos de las palabras se perdieron en el puente de La Roca, fue Stern quien tomó la palabra: como Hermano-Capitán de los legendarios Caballeros Grises, sus palabras iban cargadas de un profundo significado. Habló sobre el Caos, y de aquellos que lo extendían. Ya había juzgado las almas de aquellos Wulfen que se había encontrado, y también los de los guerreros que habían combatido junto a ellos, todas ellas le habían parecido almas puras y nobles.

Sin embargo, en aquel puente había un alma que no era pura, que sin duda no era sino un agente oculto de la corrupción, y la encarnación de la anarquía. Stern señaló con un dedo acusador al Voco-Senescal Mendaxis, y lo desenmascaró como el Demonio que era en realidad.

El enemigo interior

El Enemigo Interior

El agente del Caos en el puente de La Roca había manipulado con mano experta las rivalidades y emociones de los Marines Espaciales, jugando con sus peores sospechas hasta convertir la crispación en violencia declarada: los mundos infestados con Demonios estaban siendo bombardeados por la Flota Imperial. Toda esperanza de salvación se esfumaba rápidamente.

En el puente de La Roca, un alarido penetrante invadió el aire: Stern extendió su mano hacia la figura uniformada del Voco-Senescal, Mendaxis, exclamando una frase de poder que resonó como un pitido en los oidos de todos aquellos que la escucharon. El humo resinoso que se concentraba en torno al puente se abrió, dando forma al ataque psíquico mientras éste se abría paso hacia su objetivo. El voco-oficial gritó desafiante y retrocedió con un espasmo serpentiforme, pero el Capellán-Interrogador Asmodai estaba esperando cerca, y entonó también sus letanías más potentes con odio y tal magnitud que el Demonio se encogió como si hubiera sido golpeado físicamente. La carne del falso oficial se abrió para revelar una cambiante y repulsiva capa de piel rosa y azul. Atrapado entre la agresión psíquica de Stern y la implacable fe de Asmodai en el Emperador, el impostor fue desenmascarado y su disfraz se descompuso como una telaraña en medio de una galerna.

Con una risotada espeluznante, el artífice de la perdición que se había estado ocultando entre los Marines Espaciales comenzó a agitarse y aumentar su tamaño. Un vórtice de energía disforme lo rodeó mientras le brotaban cuatro largos brazos y su cara quedaba cubierta bajo una larga capucha, algo que muchos testigos agradecieron, dado que la presencia física de un Demonio suele resultar absolutamente nociva para la cordura de los mortales que lo contemplan.

La gran bóveda del puente retumbó con una súbita e intensa andanada de fuego de bólter. Sin embargo, todos los disparos dirigidos contra la criatura transmutaron en una sustancia inofensiva antes de llegar a impactar en su blanco, convirtiendose en arena, en vino o bien en mariposas con alas fractales.

El enemigo interior (Relato Oficial)

El Enemigo Interior (Relato Oficial)

El Supremo Gran Maestre Azrael exclamó - "¡A por él!" -, con una voz quebrada por la tensión. - "¡El Demonio debe ser destruido!".

- "Engendros de la Disformidad. ¡Lo sabía!"- , escupió Ragnar, desenvainando su enorme espada sierra, Colmillo Gélido, mientras saltaba hacia los Demonios de piel rosada que aparecían por una brecha como sangre manando de una herida. Cargó esquivando un rociado de llamas mutágenas y lanzó un golpe en sentido ascendente, de tal forma que Colmillo Gélido atravesó la garganta de un Heraldo Demoníaco que estaba tratando de invocar a más de los suyos. Ragnar desapareció de la vista, rodeado de Demonios, pero Azrael sabía que quienes tenían todas las de perder eran las criaturas infernales.

Una sonrisa sin rastro de humor apareció en los labios de Azrael mientras alzaba su arma y abría fuego, convirtiendo en una pila de desechos a un grupo de Demonios de extremidades delgadas como baquetas.

- "¡Yo os purgo en nombre de los hombres justos!" -, recitaba Azrael mientras descendía del estrado del puente de mando por una escalinata lateral.- "¡Yo os exorcizo con el poder de la verdad!".

El Señor del Capítulo empuñó su arma reliquia, La Ira del León, y dsisparó una ardiente descarga de plasma contra el Demonio de Tzeentch que se encontraba en el epicentro de la confusión: la criatura trazó un complejo dibujo en el aire con sus cuatro manos antes de atrapar el disparo de plasma como si fuese tan inofensivo como el juguete de un niño, devolviéndoselo de vuelta a Azrael, que tuvo que hacerse a un lado rápidamente para esquivarlo. Mientras se desplazaba, el Supremo Gran Maestre disparó tres proyectiles de bólter contra el Cambiante, pero éste los hizo desaparecer en pleno vuelo de forma sencilla con un simple gesto de sus dedos.

A su derecha, Azrael vio a Stern cargar contra el Cambiante con su espadón listo para golpearlo. Dos carcajeantes Horrores Rosas se interpusieron entre ellos para salvar a su amo, pero fueron partidos en dos por el arma del Caballero Gris. De sus burbujeantes restos surgieron inmediatamente cuatro Horrores Azules que asieron a Stern de las piernas mientras cargaba: el Caballero Gris los incineró con una descarga de fuego mental y siguió avanzando.

Stern se abría paso a través del alboroto de seres Demoníacos, apenas ralentizado por ellos, con su espada lista y centrada para empalar al Cambiante. Golpeó con todas sus fuerzas, pero la criatura simplemente emitió un destello y desapareció: había sido una ilusión más del Cambiante, ésta vez para cubrir su retirada. El Demonio embaucador se estaba alejando por un pasillo de la derecha, dejando atrás los cadáveres medio disueltos de dos enormes guardias-servidores.

- "¡Tras él!" -, gritó Azrael. - "¡Dadle caza y expulsadlo, o se desatará el infierno!".

La Roca asediada

Con las criaturas convocadas por el Cambiante liderando las incursiones demoníacas en muchos puntos de La Roca, los Ángeles Oscuros y sus aliados luchaban por contener la brecha de Disformidad antes de que fuera demasiado tarde. En apenas unos pocos instantes, aquellos que habían acusado a los Lobos Espaciales de maleficio se revelaron como los verdaderos traidores.

El puente de La Roca era una escena de pesadilla. El Cambiante había cubierto su huida invocando a Demonios de Tzeentch para entorpecer a sus perseguidores de los Ángeles Oscuros, hasta el punto que la atmósfera silenciosa del lugar había sido reemplazada por una ensordecedora cacofonía: gritos de horror, órdenes histéricas y detonaciones de bólter, mezcladas con las risotadas, cánticos y encantamientos de los invasores demoníacos. El olor de la hipercordita y el prometio llenaban el aire, eclipsando el aroma más sutil del incienso sagrado. Los servidores del Capítulo perecían por docenas, e incluso los oficiales entre los Marines Espaciales eran diezmados, sus extremidades reducidas a muñones fundidos o sus torsos convertidos en cristales centelleantes debido a las lenguas de fuego de la Disformidad.

Los Ángeles Oscuros no necesitaron mucho para recuperarse. Una compañía de héroes se posicionó sobre las baldosas del puente y comenzó a repartir muerte con sus bólteres. No cedieron ni un palmo de terreno, pese a que muchos palidecieron al ver al engendro de la Disformidad que apareció entre sus posiciones envuelto en los fuegos del cambio. Varias escuadras se arrodillaron en ordenadas líneas de disparo, formando muros vivientes que contuvieran la extraña invasión. Allí donde sus disparos daban en el blanco, los Demonios de piel rosada estallaban vistosamente, sólo para ver cómo de los restos de cada uno de ellos surgían otras dos bestias azuladas; cuando cada una de ellas resultaba a su vez abatida a tiros, también era reemplazada por un par de pequeños Demonios amarillos que surgían de su humeante cadáver. Los Hijos de Lion respondían luchando como un sólo Marine Espacial, con una perfecta coordinación entre los campos de tiro de todas las escuadras.

Allí donde los mayores y más poderosos Demonios se encontraban lanzando sus terribles encantamientos, golpeó el Ala de Muerte. La Guardia de Honor del Gran Maestre Belial cargó como una fuerza de la naturaleza, masacrando al enemigo con puños, garras, martillos y sus bólteres de asalto. Lo único que quedaba a su paso era un rastro ectoplasmático que burbujeaba en el suelo.

Azrael y sus heroicos camaradas habían desaparecido hacía ya mucho, al darse cuenta que aquellas hordas de Demonios eran una mera distracción. El Cambiante era la verdadera mente maestra tras el ataque, y debía ser detenido lo antes posible. Mientras corrían, Stern estableció contacto psíquico con los guerreros de su hermandad, ordenándoles ganar acceso a la Roca, por cualquier medio necesario, para eliminar la amenaza del Demonio. En cuestión de minutos, una fuerza de choque de paladines plateados apareció en el puente, en medio de un estallido de una extraña luz: al materializarse a través de un portal psíquico, desintegraron muchas de las protecciones místicas que prevenían el viaje aetérico hacia y desde el puente de la Roca, de un modo similar a cuando Magnus destruyó las defensas sortílegas del palacio del Emperador en su urgente necesidad de informarle sobre la traición de Horus. Los Caballeros Grises consideraban que el sacrificio merecía la pena.

Una risotada cantarina emergió de tres de las bocas del Cambiante, mientras éste escapaba por los laberínticos corredores de la Roca. Sus planes estaban saliendo a la perfección, permitiéndole saborear los deliciosos frutos de la ironía, la confusión y, el mejor de todos, la traición en nombre de la justicia. Estaba siendo cazado por algunos de los más nobles guerreros del Imperio, cada uno de los cuales era un experto en destruir las maquinaciones del Caos, pero ello no le inquietaba lo más mínimo. A menudo, los enemigos más fanáticos son los más fáciles de engañar. El Cambiante se adentraba cada vez más en el gigantesco complejo, cada pasillo y sala sellados con runas no hacían sino aumentar su disfrute del momento. Pisándole los talones avanzaban Azrael y Asmodai de los Ángeles Oscuros, que habían dejado la batalla en el puente en manos de Belial y el Ala de Muerte. En realidad no tenían otra opción, pues ambos sabían que si un agente de los Dioses Oscuros conseguía revelar la historia secreta de su orden, caería sobre ellos la persecución de todo el Imperio.

Iban acompañados por Banist de Mornay, Arvann Stern y Ragnar Blackmane, todos ellos poderosos campeones del Imperio y azote de las hordas del Caos. A medida que esta extraña compañía se abría paso por las entrañas de la Roca, encontraban las trampas que su presa había ido dejando. Contrarrestaron hechizos que volvían contra ellos la maquinaria de las instalaciones, repelieron emboscadas de Demonios, y descubrieron los cuerpos de aquellos a quienes el Cambiante había ido suplantando para hacer que los Ángeles Oscuros cayeran en su engaño: allí yacían los restos del Voco-Senescal Mendaxis, del comatoso Capellán-Interrogador Elezar, y de una docena más de individuos que dejaban un reguero perturbador. Azrael pidió a sus aliados mantenerse cerca unos de otros, pues separarse era invitar a que se desatara la ira de la Primera, un Capítulo conocido no sólo por su epíteto ("los No Perdonados"), sino también por su falta de clemencia.

Con su engaño desenmascarado, el Cambiante se apresuró hacia las celdas en las que se guardaban a salvo los secretos de los Ángeles Oscuros: si dichos secretos llegasen a ser revelados a los Caballeros Grises y la Inquisición, el Capítulo sería, con toda probabilidad, excomulgado. Desde su infiltración en la estructura de mando de la Roca, el Cambiante había estudiado durante cierto tiempo los cánticos susurrados del Círculo Interior, y se creía capaz de localizar su sancta-sanctorum pese a la miríada de defensas y pistas falsas que lo mantenían oculto. Después de todo, el Cambiante era una entidad que había recorrido el Laberinto de Cristal de Tzeentch, y al lado de ese lugar imposible de asumir, cualquier dédalo diseñado incluso por el más brillante de los mortales era para él un mero juego de niños. A su paso, una cámara sellada tras otra le abrían sus accesos de par en par con un siseo de servomotores. Con los Capítulos de los Marines Espaciales masacrándose entre ellos y haciendo llover fuego sobre el Sistema Fenris, la promesa del Demonio a Magnus el Rojo había quedado sobradamente cumplida. Ahora tocaba divertirse un poco.

La Roca asediada (Relato Oficial)

La Roca Asediada (Relato Oficial)

El Cambiante-Capellán avanzó por las sombras parcheadas por candelabros que creaban destellos en la bruñida coraza del Demonio. La seguridad y autoridad con la que la criatura daba cada paso eran una protección más fiable que la servoarmadura negra del Interrogador cuya apariencia había asumido. No había zumbantes servocráneos espiando sus movimientos, ni vasallos molestándole con sus miradas mundanas. La Primera Legión valoraba su secretismo por encima de todas las cosas.

Qué ironía más gloriosa sería que la persecución de los Lobos Espaciales por parte de los Ángeles Oscuros, basada en las acusaciones de herejía, les llevara directamente a ser juzgados ellos mismos por las mismas razones. La idea de enfrentar a los Marines Espaciales leales al Emperador unos contra otros, exponiendo sus secretos guardados con el mayor de los cuidados, era embriagadora. Incluso ahora podía oír a los señores y maestres de los Capítulos rivales acercarse con la sutileza de un tanque que carga al enemigo. Dejando escapar una carcajada maníaca, el Cambiante presionó con su rosarius un mecanismo oculto en una arquería de mármol: el portal se abrió. Había llegado el momento de volver a cambiar de aspecto.

Aunque fue Elezar, el Capellán Interrogador, quien entró a través de la puerta abovedada, el Supremo Gran Maestre Azrael fue quien salió de la misma. La imponente figura dibujó en el aire el símbolo del Primer Círculo y los sistemas de armas remotos que protegían la zona procedieron a desactivarse. Entró en una gigantesca antecámara, en cuyos muros había, alineadas, numerosas celdas estancas. El olor acre de la resina quemada no podía ocultar el aroma de la sangre, y los cánticos sibilantes de un querubín excoriador no podían silenciar los ecos de los gritos que provenían de las celdas.

- "He venido por los Caídos"-, dijo el Cambiante, con un aire de solemnidad derivada del noble tono de voz de Azrael.

- "No queda nada que aprender"-, protestó una voz desde la cámara más alejada. Sonaba rasposa, ronca y cansada, pero aún con un tono desafiante. - "Te has hecho con todo lo que teníamos para dar".

- "Las cosas son distintas ahora"-, dijo el impostor Azrael mientras se acercaba, presionando con la Espada de los Secretos contra un portal de clase castellan. El portal emitió un ruido sordo y los barrotes láser, que formaban un rastrillo en la boca de la cámara, crepitaron hasta desaparecer. La sombría figura que había en su interior se irguió, con su esbelto y musculado cuerpo en completa tensión. - "Esta vez, innombrable", dijo Azrael, - "te otorgo la libertad".

El Caos desatado

Caos Desatado 01

En lo profundo de la Roca se ocultaban verdades que podían sacudir al Imperio hasta sus cimientos. El Círculo Interior de los Ángeles Oscuros guardaba secretos sacrílegos sobre los suyos, y Azrael también ocultaba secretos que no explicaba al Capítulo: esas informaciones, si eran reveladas, podrían envenenar a todos los Marines Espaciales, y eso debía impedirse a cualquier coste.

En su huida por la Roca, el Cambiante había ido invocando a más Demonios, disipando paulatinamente el velo entre el espacio real y la Disformidad. Centenares de Demonios de Tzeentch campaban ya por la fortaleza-monasterio, apareciendo por sorpresa en el puente y en otras ocho localizaciones. Sus heraldos habían superado fácilmente contramedidas rúnicas que, en otras circunstancias, les habrían aniquilado al instante, pero ahora estaban siendo masacrados por la velocidad y la fuerza de los Caballeros Grises. Aún así, la infestación demoníaca seguía extendiéndose. El Cambiante había supuesto que los Ángeles Oscuros emplearían contra los intrusos toda la potencia de fuego que pudiesen reunir, lo cual no dejaba de ser peligroso: teniendo en cuenta la facultad de cada Horror Tzeentchiano de dividirse en dos cuando se les eliminaba, era posible que enfrentarse a sangre y fuego contra la horda de Demonios sólo lograra incrementar su número, extendiendo así todavía más la infestación.

El Gran Maestre Belial, asumiendo la defensa de las cubiertas principales mientras sus superiores perseguían al Cambiante hacia el corazón oculto de la fortaleza-monasterio, puso en marcha una estrategia defensiva que había perfeccionado desde hacía mucho tiempo: tomando el centro del puente con un grupo de sus mejores hombres a su alrededor, en una formación compacta, dio la orden de "Filo y Escudo". Con ello, el resto de su compañía se extendería lo máximo posible. Su Ala de Muerte se separó y se abrió camino hasta el mismo perímetro del puente, luchando no como escuadras sino como guerreros individuales. Los puños de combate aplastaron, las cuchillas relámpago segaron, y los martillos trueno pulverizaron. Cuando el cadáver de un Demonio comenzaba a burbujear para dividirse en dos, los lanzallamas pesados rugían, escupiendo prometio santificado, hasta incinerar por completo la amenaza. Cuando un hermano de batalla caía, otros compensaban su baja. Así fue como siguieron combatiendo hasta llegar al extremo de la gran cámara, y entonces cambiaron de dirección, siguiendo su avance para cerrar el círculo, seguros de que su barrido no dejaba tras ellos ningún Demonio con vida. Entonces fue cuando dio comienzo la auténtica carnicería: atrapados entre el fuego cruzado de la escuadra de Belial y la que venía del círculo exterior, los Demonios fueron diezmados. Para cuando las unidades exteriores del Ala de Muerte hubieron contactado con el círculo interior, sólo los más poderosos de todos los intrusos infernales se mantenían aún en pie.

Caos Desatado 02

Incluso mientras combatía en primera línea, el Gran Maestre Belial era capaz de seguir coordinando las acciones de sus guerreros. Los incursores del Ala de Cuervo fueron autorizados a recorrer con sus motocicletas los corredores y cámaras monásticas que formaban los intersticios de cada zona. Aunque el Gran Maestre Sammael y su fuerza de choque ya estaban rumbo a Fenris, las tropas motorizadas lideradas por Caballeros Negros, que había dejado atrás para proteger la Roca, estaban llevando a cabo acciones de intercepción contra los elementos de vanguardia de la invasión demoníaca. Los pasillos reverberaban con el rugido de aquellas afinadas máquinas y de los disparos de bólter, en múltiples enfrentamientos móviles entre los hermanos de batalla del Ala de Cuervo y los Aulladores. Las espadas sierra cortaban sin piedad y las explosiones hacían añicos las estatuas en una competición de velocidad y pericia. Las criaturas con forma de disco avanzaban dejando regueros de chispas, transportando a terroríficos Incineradores y heraldos demoníacos a velocidades de vértigo, mientras éstos lanzaban a izquierda y derecha descargas de magia mutágena que inundaban el suelo y las paredes con fragmentos de cadáveres enemigos.

De vuelta en el puente, el macro holograma de la Roca que pendía sobre el Sanctum Strategium se iluminó con la activación de una gran profusión de runas de alerta. La batalla se había extendido a una docena de escenarios, cada uno más fiero que el anterior. Entre toda la masacre, un par de Demonios pequeños pero poderosos atravesaron de manera inadvertida las salas abovedadas sobre sus monturas con forma de disco. Aunque ni siquiera el Cambiante lo sabía, había otros Ángeles Oscuros que estaban librando una batalla totalmente distinta.

El Caos desatado (Relato Oficial)

Xirat´p señaló con sus manos de diez dedos a las bestias que tiraban de su disco y les ordenó que mantuviesen la trayectoria y la velocidad, mientras gritaba consternado - "¡tan vastos archivos hay en ésta biblioteca que retuercen la mente hasta dejarla seca!". 

El pequeño y fiel sirviente del Demonio, P´tarix, gimió y gruñó para sus adentros mientras el disco pasaba de un estante a otro del librarium. Manos diestras agarraban y soltaban los pergaminos, y ojos ávidos los examinaban, todo ello a una velocidad endiablada.- "Busco y busco y nada encuentro. ¡El cíclope nos exige buscar hasta encontrar, pero sin mucho tardar! ¡Así que primero debemos encontrar tiempo para encontrar a tiempo lo que debemos buscar!".

- "Qué ángeles tan refinados, que guardan sus tomos tan bien atados"- , dijo Xirat´p sonriendo entre dientes, mientras lanzaba un hechizo para deshacer los cierres repletos de runas que unían varios grimorios.- "Durante siglos han intentado que sus secretos fueran invisibles, pero ahora todos esos esfuerzos parecen risibles"- , respondió su sirviente. Una docena de libros encuadernados en piel y encadenados a atriles se liberaron y se alzaron en el aire aleteando con sus páginas. P´tarix ignoró con desdén a algunos de ellos, pero se apresuró a agarrar otros.- "Quiero y busco, busco y quiero. Busco libros, quiero tiempo"-. - "El tiempo es infinito y los libros no, mas los libros nunca se agotan y el tiempo sí"- , completó la frase el sirviente, mirando nervioso hacia la puerta del librarium tras oír una llave girando en la cerradura.

Xirat´p alzó por fin uno de los pergaminos con un grito de triunfo. Cantó un hechizo, e inmediatamente ambos Demonios desaparecieron con un vistoso estallido de luz multicolor. Sus perseguidores en servoarmadura sólo encontraron restos ectoplasmáticos flotando en el aire, en medio de una quietud absoluta.

En las profundidades ocultas

Las profundas mazmorras de la Roca eran frías y húmedas por la condensación que se acumulaba en sus paredes. Azrael, Asmodai y sus aliados avanzaban por la penumbra. El Hermano-Capitán Stern guiaba sus pasos pues, pese a toda la experiencia de los Ángeles Oscuros a la hora de cazar fugitivos, él era el único capaz de seguir el rastro de Disformidad que dejaba el Demonio.

Azrael se mostró muy contrariado cuando los hermanos Aelios y Levariel, miembros del Círculo Interior del Ala de Muerte, le cerraron con una barrera el paso a los niveles inferiores de la Roca afirmando que el Supremo Gran Maestre ya había pasado por allí unos pocos minutos antes. Azrael, la eficiencia personificada, les explicó rápidamente que estaba liderando la caza de un Demonio experto en tretas, y que la criatura había adoptado su apariencia para engañarlos. Demostró lo que decía colocando su ojo frente al Ocularis Veritas. Cuando el aparato emitió la señal de conformidad, los hermanos de batalla bajaron sus alabardas y dejaron pasar libremente a la comitiva.

A medida que el grupo se adentraba en las entrañas de la fortaleza-monasterio, Azrael aseguró a Stern, Blackmane y de Mornay que él y Asmodai sabían perfectamente qué hacer para expulsar al Cambiante. No había necesidad de tal concentración de autoridad, añadió Azrael. De hecho, aquellos que no estaban familiarizados con el trazado interno de la Roca podrían incluso ralentizarles en su cacería. Por tanto, si querían ayudar lo mejor que podían hacer era unirse a la lucha en el puente, en vez de perseguir a un único Demonio. Pese a la gravedad en el tono de Azrael, los tres campeones del Imperio decidieron seguir adelante con la caza.

Aunque a los Ángeles Oscuros les torturase asumirlo, el Cambiante se había valido de su personificación perfecta de Azrael para cruzar todas las puertas blindadas y santificadas, todas las barreras láser con acceso por código genético y todas las jaulas auto-hipnóticas que protegían los niveles inferiores de la Roca. Cadáveres ocasionales marcaban los puntos de conflicto contra los guardias que no habían sido engañados, pero no se veía ni rastro del Demonio intruso.

Los héroes dieron caza a su presa a través de grandes y oscuras cámaras diseñadas para encerrar a aquellos hermanos herejes a los que los Ángeles Oscuros conocían como los Caídos. Mientras cruzaban las criptas procesionales y de interrogatus, encontraron una porción de muro derruida, los restos de una puerta rechinando suavemente contra los goznes y sus sellos de protección destrozados. Asmodai, loco de frustración, golpeó con su crozius al atravesar la elaborada mampostería, dejando tras de sí una lluvia de chispas azuladas. El Cambiante pagaría caro el desastre que estaba causando.

Más y más profundamente penetraron los héroes en la Roca, el sello genético del verdadero Azrael asegurando su avance a través incluso de los portales mejor protegidos. Una horrible sospecha había ido creciendo en el corazón del Supremo Gran Maestre, y con cada cambio de dirección que le indicaba Stern, esa sensación pasó de ser una pesadilla vaga a ser una certeza concreta. El Cambiante buscaba a la némesis del mismísimo Lion.

El Supremo Gran Maestre estaba en lo cierto. El Cambiante quería liberar de su celda al archienemigo de Lion El´Jonson, Luther de Caliban. Liberar al ancestral guerrero para explicar la verdad de la historia de los Ángeles Oscuros tanto a los Caballeros Grises como a los Inquisidores. En el proceso, también había abierto las celdas de los Caídos, cada uno de los cuales representaba una mancha para el honor de los Ángeles Oscuros. El Demonio sin duda iba a disfrutar descubriendo esas revelaciones y haciéndolas públicas al resto del Imperio.

Con la mayor concentración de celdas muy cercana, el Cambiante vio de pronto el paso cerrado por barreras: no por héroes, sino por una diminuta figura que iba completamente cubierta en ropajes blancos y llevaba con ambas manos un crozius lleno de grabados. El Demonio retrocedió presa del horror, pues la criatura que había frente a él era anatema para los de su estirpe. La crriatura centró su terrible mirada, y el Cambiante dio media vuelta y huyó.

Con eso, la confianza del Cambiante en sus propias tretas se rompió. El destino, que es la más venenosa e impredecible de las serpientes, clavaba así sus colmillos en el Demonio, en lugar de bailar ante su encantamiento. Su huida no le llevó hasta un lugar seguro, sino directamente ante sus perseguidores. En segundos, la cámara oscura se llenó de luces estroboscópicas y ruido ensordecedor. El Cambiante invocó a una horda de Horrores y la mandó contra los héroes. A continuación asumió una variedad de formas, cada una de ellas la némesis de uno de sus cazadores mientras sus nueve bocas solapaban cánticos e insultos. El Señor Lobo Ragnar Blackmane confrontó a su viejo enemigo Madox, aullando de frustración por tener que matar de nuevo al hechicero de los Mil Hijos. Azrael, por su parte, vio a una figura encapuchada con una espada gigante enfundada a su espalda. Pero el enemigo más terrible de todos fue el de Stern: el enorme Señor de la Transformación M´kachen, que había demostrado ser su azote durante décadas. Las risotadas fanáticas recorrieron la sala, tan potentes que agredían los sentidos. En última instancia, no obstante, aquellos fantasmas invocados no eran más que un engaño del Demonio, y uno por uno fueron derrotados por los héroes.

El Demonio se vio cada vez más dominado por el pánico al ver que sus subterfugios no funcionaban. Ragnar Blackmane se adelantó y le golpeó con su espada Colmillo Gélido, aplicando una fuerza letal. El devastador ataque hizo desaparecer al mentiroso a través de una brecha en la realidad, como si fuera agua sucia cayendo por un sumidero. La maldición del Cambiante contra la Roca por fin había terminado.

En cuestión de horas, se recuperó totalmente el control del puente y se expulsó la infestación de Demonios de la fortaleza-monasterio. Consciente de que habían sido víctimas de los engaños del Caos, y de que su Capítulo estaba bajo sospecha por ello, Azrael ordenó que cesara el bombardeo por parte de la flota de los Ángeles Oscuros y, en lugar de ello, patrullar el Sector Fenris, centrándose en localizar y exterminar cualquier aparición de los Mil Hijos en otros sistemas. Aquellos Capítulos con presencia en el Sistema Fenris hicieron lo propio en poco tiempo. Los Lobos Espaciales no eran una amenaza, eso había quedado sobradamente claro.

En las profundidades ocultas (Relato Oficial)

En las Profundidades Ocultas (Relato Oficial)

- "Matadlos a todos".- Aquellas palabras surgieron de los labios de Belial de manera espontánea.

Los engendros de la Disformidad se extendían por toda la Roca, una orgía de color y movimiento que contrastaba con los tonos grises, verdosos y negros de la arquitectura de la fortaleza-monasterio. Era un espectáculo repulsivo para la vista, un insulto a los Primeros. Incluso simplemente percibir a aquella horda era como sentir que una parte de tu alma se marchitaba y moría. Debían ser devueltos a lo más profundo de la Disformidad por el mero crimen de existir.

El Ala de Muerte estaba sobradamente preparada para la tarea que Azrael les había encomendado. Belial se había asegurado de ello. En muchos sentidos, llevaban diez mil años listos para ese momento. Escuadra tras escuadra descargó una andanada de disparos de bólter, cada proyectil convirtiendo a un Demonio en una masa informe de energía del Caos. Las criaturas intentaban reformarse de inmediato, cada una de ellas dividiéndose en dos, pero eran de nuevo aniquiladas por una segunda andanada, y luego por una tercera, hasta que no quedaba nada que pudiese reformarse. Fuegos extraños lamían las armaduras de Exterminador de muchos de los mejores guerreros de Belial, haciendo que se retorcieran y crecieran hasta adoptar formas aberrantes, reminiscentes del coral. Los labios del Gran Maestre se torcieron. Aquellos enemigos eran patéticos; y pensar que antaño se había sentido inquieto por tener que enfrentarse a ellos...

Con un tremendo batir de alas, una descomunal criatura emplumada descendió desde el alto techo abovedado, chillando en el lenguaje de las bestias.

- "¡Un Gran Demonio!", - gritó Belial. - "¡Abatidlo!".

El Círculo Interior de guerreros ya estaba reaccionando, sus mazas de redención elevándose y descendiendo con una eficacia inmisericorde. El gigantesco Demonio lanzó un parloteo espeluznante, y sus palabras se convirtieron, al atravesar el aire, en hilos de energía que cayeron sobre el Ala de Muerte como serpientes marinas a la caza de sus presas: algunas de ellas se enroscaron en torno a los dos guerreros más próximos y los transmutaron en pálidas sombras atrapadas en algún tipo de dimensión semirreal. El báculo del Demonio, coronado por una garra cerrada, cercenó la cabeza de un tercer guerrero con una facilidad terrible.

Belial apuntó con su bólter de asalto y disparó. La ráfaga de proyectiles se deshizo en llamas a un metro de la cabeza de la criatura, pero bastó para distraerla durante un segundo. El Gran Maestre se agachó esquivando su enorme garra y hundió la Espada del Silencio hasta el pomo en su rodilla. Con un grito, la criatura lanzó al Ángel Oscuro por los aires. Belial escupió ácido en su ojo.

Entonces, los últimos dos Caballeros del Ala de Muerte agitaron sus mazas-incensario, una de ellas impactando al Gran Demonio en pleno pecho, y la otra en sus tripas. Se produjo un horrible grito, y el ser se desvaneció por completo de la dimensión material.

Belial cayó sobre las baldosas con un ruido sordo, aturdido pero indemne, Aceptó el guantelete que le ofrecía el Caballero Endrael, y se levantó.

- "Tal y como dije", - afirmó Belial, recargando su bólter de asalto - "matadlos a todos".

Magnus el Rojo (Relato Oficial)

Magnus Ahriman Mil Hijos confabulación ilustración

Magnus y Ahriman se alían para invadir Fenris.

- "Todo cuadra", - dijo el Rey Carmesí. - "El Cosmos se alinea".- Su tono grave parecía un trueno distante en el gigantesco planetario de la sala de su corte astral. Fuera de la ciudadela arcana, sus palabras se convirtieron en una llovizna que bautizó al Planeta de los Hechiceros.

- "El Embaucador ha probado ser una herramienta útil",- dijo Ahriman, - "al igual que lo serán los Escribas, sin duda".

- "Por supuesto",- respondió el Cíclope, con cierto aire de desprecio en sus palabras, - "y tú harás lo mismo".

Ahriman mantuvo su semblante impávido, pero en su interior el oscuro gusano de la amargura se retorcía y siseaba.

- "Paciencia, exiliado",- dijo Magnus en el dialecto del viejo Prospero. - "Pronto tendrás la ocasión de liberar la oscuridad de tu alma".

El Primarca Demonio extendió sus alas por completo, en toda su magnificencia.

- "Todo está preparado. Que comience la invasión".

Magnus el Rojo

Magnus Príncipe Demonio Mil Hijos Caos 7ª Edición ilustración

Magnus, Primarca Demonio

Aunque sólo tenga un ojo, Magnus el Rojo posee una visión superior a la de casi cualquier otra entidad de la galaxia. El nombre del Primarca Demonio se menciona rara vez, salvo en aquellos textos que detallan la historia antigua del Imperio, pues siquiera escribirlo es arriesgarse a caer bajo su mirada omnisciente. Antaño, éste archimago había entregado todo su ser a hacer cumplir los objetivos del Emperador. Ahora, en cambio, lo que busca es la destrucción total del Imperio. Durante muchos milenios este coloso ha planificado la caída de la raza que le señaló como traidor y le persiguió hasta las puertas de la muerte. Sólo ahora sus planes comienzan a dar sus frutos.

En muchos aspectos, Magnus fue quien perdió más que nadie la gracia del Emperador. Aunque él diga otra cosa, lo cierto es que la culpa de la transformación de semidiós a Demonio es exclusivamente suya. Fue él quien voluntariamente eligió el camino hacia la iluminación que cruzaba las caóticas mareas de la Disformidad. Fue él quien de manera deliberada eligió tratar con poderes oscuros a fin de comprar a sus hijos una cura para su maldición mutante. Durante las tribulaciones de la Herejía de Horus, la maldición de Magnus se vio guiada no por la voluntad del Emperador, sino por la seguridad en su propia infabilidad. Era el más sabio, más preparado y más dotado psíquicamente de todos los Primarcas; ¿Cómo podían estar equivocadas sus conclusiones? Fue explotando este exceso de confianza como Tzeentch plantó su elaborada trampa, que generó el distanciamiento entre Magnus y sus hermanos, e incluso entre el Primarca, su padre genético y sus Mil Hijos.

Cuando los Lobos Espaciales llegaron a por Magnus, las consecuencias del trato con las entidades de la Disformidad, que se habían puesto en marcha antes incluso de que Horus se convirtiera en Señor de la Guerra, dieron por fin sus frutos. Con su base de poder claramente desviada hacia el Ojo del Terror a fin de escapar de los Lobos Espaciales, Magnus empezó a utilizar hechizos con la facilidad con la que un hombre mortal respiraría. Erigió la Torre hechicera del Cíclope en su mundo de adopción, un lugar de privilegio desde el que vigilar tanto el Empíreo como el espacio real. Su derrota a manos de Russ le había dejado roto en cuerpo y alma, y los fragmentos de su consciencia se habían dispersado a los cuatro vientos. Ni siquiera los Mil Hijos que aún seguían unidos a la causa de su Primarca podían elevar su ánimo. Magnus se dedicó a reflexionar y planificar, mientras su cuerpo se saturaba con la energía del aeter.

Durante muchos siglos Magnus buscó la venganza contra el Imperio, y contra los Hijos de Russ en particular. En el M32 atacó Fenris, tras hacer salir a las Grandes Compañías de sus bases mediante engaños y falsas visiones. El heroico desempeño del Colmillo y en especial de Bjorn Garra Implacable le impidieron alcanzar la victoria. Desde aquel día, la ambición de Magnus se ha hecho aún más profunda y esotérica. En la actualidad busca no sólo conquistar a los Lobos Espaciales, sino destruir todo lo que aman, corromper a quienes protegen, y hacerles padecer los mismos horrores que su Legión tuvo que contemplar en su día. La conquista del Sistema Fenris sólo es el principio. La derrota definitiva de los Lobos Espaciales será la joya de la corona de algo mucho mayor, una trama que, cuando se culmine, hará que todo el Imperio caiga en una espiral de anarquía de la que no podrá salir.

Maquinaciones reveladas

Maquinaciones Reveladas

Marcas de fuego a lo largo de la galaxia

Por toda la galaxia, los Mil Hijos manipulaban con su magia las brechas de la Disformidad que habían vomitado a los Wulfen. Pocos días después de la recuperación de los Wulfen, pudieron verse Marines Rúbrica allí donde éstos habían sido recuperados. Los hechiceros de los Mil Hijos estaban usando las brechas de la Disformidad para lanzar una invasión a nivel galáctico.

Los eventos anteriores y posteriores al momento en que la flota Imperial abrió fuego contra el Sistema Fenris son conocidos como "Marcas de fuego" por parte de los Señores Lobo, y cada uno de ellos se numera en relación con el acto de agresión cometido contra el sistema.

  • MARCA DE FUEGO -7

La Torre Plateada de Aharyn Hasp Elha emerge de la Disformidad en Suldabrax hacia el enclave principal de la Tregua de Sycamo. Los ciudadanos, demacrados debido al ayuno que han llevado a cabo como pena por haberse mezclado con los bestiales Wulfen, se han transmutado lentamente en Tzaangors antes de ser capturados por las magias del Rubricae de Aharyn.

  • MARCA DE FUEGO -6

La Gran Compañía de Bjorn Tormentoso abandona la prisión-colonia de Atrapan, con la vergüenza de sus excesos aún fresca en las mentes de sus guerreros. Cuando los Lobos Atronadores parten hacia el Colmillo, llevando en sus bodegas de carga a los Wulfen que han recuperado, muchos se revelan como cultistas de los Hijos Carmesíes e instigan a un alzamiento que arrolla por completo los judicariums de Atrapan. Su fiel servicio es recompensado cuando Exile Taramalakus lidera a sus Mil Hijos hasta la superficie del planeta y su Torre Plateada se manifiesta desde la brecha en la Disformidad que se abre en los cielos sobre sus cabezas, para reclamar lo que queda de Atrapan en nombre de Magnus el Rojo.

  • MARCA DE FUEGO -5

El gigante de gas clase Jovian, Fimnir, es asolado por una plaga de la Disformidad. La Gran Compañía de Bran Faucerroja extrae a los Wulfen encontrados luchando contra los cadáveres poseídos de mineros del planeta. La infestación es finalmente erradicada no por los Imperiales, que abandonan Fimnir dándolo por perdido, sino por las fuerzas del Archi-Maestre Euchaneschar Skhet. Skhet guía su Torre Plateada hasta el corazón de Fimnir y lo conquista para sí mismo.

  • MARCA DE FUEGO -4

El Ritual de la Abominación, un potente hechizo entregado a los agentes de Tzeentch por Magnus el Rojo, abre una serie de brechas de Disformidad por todo el Sistema Fenris, preparando el terreno para una invasión demoníaca como jamás se ha visto en ningún sector.

  • MARCA DE FUEGO -3

Dejando su puesto como auto-electo castellano de Fenris tras consultar con Bjorn Garra Implacable, el Señor Lobo Krom Ojodragón se dirige a Valdrmani, la Luna del Lobo. Llega allí para encontrarse al Hermano-Capitán Stern de los Caballeros Grises en batalla contra un Demonio de Tzeentch de inmenso poder. Ambos héroes expulsan a la criatura después de que Stern cancele su malvado ritual, con el que pretendía destruir a los Caballeros Grises y culpar de ello a los Lobos Espaciales. Krom parte hacia Fenris una vez más.

  • MARCA DE FUEGO -2

Tras enterarse de que Midgardia está asediada por las infecciones de los Dioses Oscuros, Logan Grimnar y Egil Lobo de Hierro lideran a sus Grandes Compañías hasta la superficie del planeta. Luchan larga y duramente contra los Demonios de Nurgle, pero son derrotados. Egil queda atrapado en las junglas tóxicas de Midgardia, mientras que Logan y sus Campeones de Fenris son enterrados vivos en el inframundo del planeta.

  • MARCA DE FUEGO -1

Al principio, Fenris parece estar en el ojo de la tormenta, sin ser tocado por las invasiones del Caos que están arrasando a sus planetas vasallos. Pero sin que lo sepan el Señor Lobo Krom y sus defensores, los Mil Hijos se dirigen a través de la oscuridad del espacio hacia la superficie del planeta.

  • MARCA DE FUEGO 0

Liderados por Azrael de los Ángeles Oscuros, los señores de la Flota Imperial condenan a Midgardia, la Fortaleza de Morkai en Frostheim y Svellgard como lugares irremediablemente emponzoñados por el Caos, y abren fuego sobre ellos, iniciando así un acto de guerra que resonará con fuerza en la historia.

  • MARCA DE FUEGO +1

El Hermano-Capitán Stern de los Caballeros Grises recibe permiso de acceso a la Roca. Si bien su intrusión complica aún más la lucha de poder en el puente de la titánica astronave-fortaleza, logra desenmascarar al "maestro de marionetas" que ha orquestado todo el conflicto: el Cambiante.

  • MARCA DE FUEGO +2

Con la derrota del Cambiante en las entrañas de la Roca, los Ángeles Oscuros se dan cuenta de que han sido manipulados. Ordenan un alto el fuego y se concentran en purgar la presencia de Demonios en su fortaleza-monasterio, antes de dispersar a la Flota Imperial por todo el Sector Fenris a fin de llevar la guerra a esos mundos que han enviado mensajes astropáticos de socorro que encajen con los signos de invasión de Tzeentch. Las Grandes Compañías de Bran Faucerroja, Gunnar Luna Roja y Engir Kraken, habiendo entrado en el espacio fenrisiano con pocos días de diferencia, se apresuran a unirse a sus camaradas en Fenris. Con las Torres Plateadas llegando al sector en gran número, pronto se ven enzarzados en una serie de guerras a la desesperada.

Valdrmani

Valdrmani

CLASE: Loc-Delta-Tert (ANATHEMA SEPTUS)

POBLACIÓN: <200,000

GRADO DE DIEZMO: Aptus Non

AGGREGATUS: 200

AESTIMARE: G500

COMENTARIOS: Nivel-rad - letal. Única zona habitada - Domoplex "Aullido Largo". Depredador Alfa - Sierpe de arena carmesí (inteligente).

Este satélite árido e infernal de Fenris es también conocido como "La Luna del Lobo". Cuando las Grandes Compañías volvieron de su búsqueda de los Wulfen, una llamada de alerta sonó en la ciudad-estación astropática de Aullido Largo, en Valdrmani. Aquella llamada dio lugar al inicio de un enfrentamiento que escalaría hasta llegar a la guerra total.

De no ser por la intervención de Krom Ojodragón, los Caballeros Grises que investigaban la llamada de Aullido Largo habrían sido aniquilados en un ritual secreto orquestado por la Legión Alfa y sus acólitos. Los Marines Espaciales del Caos pretendían que la culpa recayera sobre los Lobos Espaciales, pero finalmente Stern y Lord Ojodragón confrontaron a sus enemigos en batalla y, al derrotarlos, descubrieron la verdad tras todo lo sucedido. Una pequeña guarnición de Caballeros Grises fue dejada atrás, y bien pronto se vieron puestos a prueba. Sobre las arenas rojizas se abrieron brillantes portales por doquier, y de allí emergieron fila tras fila de silentes figuras acorazadas. La segunda batalla por Valdrmani había dado comienzo.

Frostheim

Frostheim

CLASE: Mundus Glacium (VENTRUS ARTICA)

POBLACIÓN: <1,000,000

GRADO DE DIEZMO: Solutio Secundus

AGGREGATUS: 600

AESTIMARE: F76

COMENTARIOS: En proceso de recategorización; capa de hielo evaporada / fundida, capa de superficie ósea.

Frostheim fue antaño un planeta de glaciares azul-grisáceos, atrapado en una edad de hielo tan antigua como el mismo Imperio. Pero la Legión Alfa llevó a cabo un ritual en su fortaleza principal de Morkai y los fuegos demoníacos empezaron a lamer la superficie del planeta. Con una alarmante rapidez, su superficie reveló una verdad terrible.

Fue Harald Deathwolf quien aniquiló a los vástagos del Caos que emponzoñaban Frostheim. Una Cápsula de desembarco tras otra eran hechas añicos por las defensas orbitales tomadas por la Legión Alfa, mientras que las cañoneras eran abatidas por Máquinas demoníacas aladas. Harald y sus ejércitos lograron de todos modos tomar tierra y reclamar la victoria en el planeta, pero ya era tarde. El ritual de la Legión Alfa se había completado: aparecieron brechas disformes por todo el Sistema Fenris, y la capa de hielo de Frostheim se fundió debido al fuego, revelando una superficie de ancestral hueso y remodelada al gusto de los Poderes Ruinosos.

Svellgard

Svellgard

CLASE: Archaoterran (LEMURIA, OCEANID)

POBLACIÓN: <500,000

GRADO DE DIEZMO: Solutio Prima

AGGREGATUS: 400

AESTIMARE: C850

COMENTARIOS: Fauna megaoceánica, Flota recolectora (embarcaciones primitivas)

La luna océano de Svellgard era una joya gloriosa en el firmamento fenrisiano hasta que una invasión demoníaca apareció desde vastos portales que se abrieron en su lecho marino. El contraataque de Sven Aullador y los cruceros orbitales de los Manos de Hierro apenas pudo contener el flujo constante de Demonios; y entonces llegó una nueva estirpe de enemigo, y el destino de Svellgard quedó sellado.

La invasión demoníaca de Svellgard había sido purgada de las islas centrales del planeta, gracias al esfuerzo combinado de los Aulladores de Fuego, los Faucerrojas y los Lobos de la Muerte, con el apoyo de los Halcones de Guerra de Harakon, los Ultramarines y finalmente los Manos de Hierro, que por fin dejaron a un lado sus sospechas de herejía para luchar al lado de sus camaradas. No obstante, cuando incluso los Lobos Espaciales estaban celebrando lo que pensaban que había sido una victoria duramente trabajada, las destelleantes ciudadelas de los Mil Hijos descendieron de los cielos y planearon sobre los océanos. El destino de Svellgard se oscurecía de nuevo, y para su desgracia aún habría de oscurecerse todavía más.

Fenris

Fenris

CLASE: Omicron Lambda (N/A - ARQUETIPO)

POBLACIÓN: <3,400,000

GRADO DE DIEZMO: Solutio Exceptius - Anexo Inquisitorial

AGGREGATUS: *** (REDACTADO)

AESTIMARE: G100

COMENTARIOS: Planeta de Capítulo de Marines Espaciales, Mundo letal, Autorización derogada (Inq.112 /Escrutinio remoto)

Pese a que sus planetas vasallos habían ardido, Fenris seguía sin ceder. Sin embargo, eso cambiaría pronto. Las Grandes Compañías estaban divididas, enfrentadas a sus hermanos del Adeptus Astartes y privadas de un líder. El siniestro destino iniciado con la Maldición de los Wulfen pronto se manifestaría como una invasión a gran escala: la conquista del planeta natal de los Lobos Espaciales.

En un principio, las tribus de Fenris vieron las extrañas luces en el cielo como presagios de salvación: los guerreros de los cielos volverían, y cesarían las pesadillas que les angustiaban. La verdad, sin embargo, demostró ser mucho peor que eso. Tres portales ancestrales, sellados desde hacía mucho, empezaron a despedir extrañas llamas, y de ellas surgieron las legiones de Magnus, aún destellando con la energía de la telaraña. Las luces que habían brillado en el cielo nocturno crecieron, hasta convertirse en ciudadelas de plata volantes de un tamaño descomunal. Ni siquiera las defensas del Colmillo pudieron interceptarlas a todas. La invasión de Fenris había dado comienzo.

Torres Plateadas de Tzeentch

Torres Plateadas de Tzeentch

Colosales en tamaño y en complejidad, las Torres Plateadas llegan a dañar las mentes de aquellos que las contemplan. Son las ciudadelas y chapiteles del antiguo Prospero, liberadas por la magia, pero al mismo tiempo son los fragmentos del Laberinto de Cristal de Tzeentch, legados a sus sirvientes más taimados para que extiendan su influencia en el espacio real.

Las Torres Plateadas flotan a través de los cielos, con relámpagos arcanos estallando en torno a las extrañas estructuras en su base. Con su aspecto opresivo y enloquecedor, son las fortalezas de los elegidos de Magnus. Muchas están dotadas de arcanos y letales cañones. Las Torres Plateadas no están situadas en un punto fijo, ni en una dimensión fija, sino que el amo y señor de cada una de ellas puede moverlas con su simple fuerza de voluntad, haciendo que flote ominosamente a través de la realidad. La aparición de una Torre Plateada es suficiente para certificar la condenación de un mundo civilizado. En Fenris, no menos de nueve de estas fortificaciones surrealistas descendieron desde los cielos, cada una de ellas alineada con un punto de poder geomántico. La gran obra había dado comienzo.

La desolación de Midgardia

El reino maldito de Midgardia, infestado por los esbirros de Nurgle y corrompido por las diabólicas maquinaciones de los Tetrarcas Demoníacos, fue el escenario de un brutal contraataque por parte de las Grandes Compañías de Egil Lobo de Hierro y Logan Grimnar. Sin embargo, pese a lo poderoso de sus ejércitos, el asolado planeta pagó un alto coste.

Midgardia es un mundo cubierto de vegetación fungosa, tan tóxica que gran parte de su población vive bajo la corteza del planeta. Midgardia tiene una larga historia de calamidades, pero la dureza que supone la vida diaria allí ha moldeado a unos habitantes encallecidos en cuerpo y alma, y aún más por el duro trabajo que llevan a cabo en los complejos medifactorums y las armerías que llenan el planeta. Toda la superficie está protegida por colmenas fortificadas y defensas orbitales, incluyendo la batería de cañones nova conocida como Juicio del Emperador, pero la inmensa mayoría de sus tribus de trabajadores vive en habitáculos subterráneos, nodos industriales entre las extrañas vías urbanas que cuelgan de las raíces del mundo. Los midgardianos están acostumbrados al fuego y las altas temperaturas, pues en varios puntos sus construcciones cuelgan sobre el magma que corre bajo el suelo del planeta. Cuando la infestación demoníaca atacó Midgardia, los ciudadanos-trabajadores se convirtieron en víctimas de una pesadilla que sellaría sus destinos.

La primera catástrofe que asoló Midgardia fue tan vil como inevitable, quizás el peor de los muchos castigos que los Dioses Oscuros descargaron sobre los mundos tutelados por Fenris. Brechas Disformes se abrieron por todo el sistema debido a los rituales de la Legión Alfa, y los mundos y planetoides más vitales fueron reclamados por alguno de los Poderes Ruinosos. Midgardia, fértil y tóxico al mismo tiempo, era muy valorado por el Gran Padre Nurgle. Mientras las Tormentas Disformes rugían bajo el Ojo del Lobo, el mundo vecino a Fenris se vio rápidamente infestado por un contagio tan virulento que convirtió las junglas de Midgardia en paisajes reminiscentes del Jardín de Nurgle.

Midgardia había llegado a ser el segundo mundo del sistema en poder militar, sólo por detrás de Fenris, y el propio Logan Grimnar se había juramentado para limpiarlo de toda corrupción. Lideró a sus afamados Campeones de Fenris y a sus hermanos Wulfen directamente al inframundo del planeta, a fin de dar caza a la fuerza demoníaca causante de la infestación. Mientras tanto, los ejércitos de Egil Lobo de Hierro llevaban la guerra hasta la superficie de Midgardia. La Gran Compañía de Egil comenzó con la más noble de las intenciones, utilizando la estrategia para lozalizar y eliminar al Demonio que acaudillaba el corazón de la invasión. En teoría, los Lobos de Hierro estaban especialmente preparados para ese cometido, pues eran expertos del combate con vehículos blindados y siempre iban a la guerra en grandes formaciones de tanques. El acero y adamantio de sus columnas Lanza de Russ salvaguardaba a sus ocupantes de las enfermedades sobrenaturales que supuraban en el terreno, al igual que sus servoarmaduras les protegían de las espadas llenas de pus de los Demonios a los que se enfrentaban en cuerpo a cuerpo.

Aterrizando en las Puertas de Magma, un grupo de ciudades colmena que formaban la entrada al inframundo del planeta, los Lobos de Hierro y los elementos acorazados de la propia compañía de Grimnar lograron ganar posiciones rápidamente. Cada cuña de tanques era lo bastante poderosa como para abrirse un camino a través del corrupto follaje de Midgardia mientras despedazaba a las hordas de plaga que acechaban en su tupida bruma de esporas. Los Demonios que asolaban los bosques fúngicos en torno a las ciudades colmena fueron destruidos en una tormenta, de obuses y metralla, tan salvaje que súbitamente dio cierta esperanza de que Midgardia aún pudiera salvarse.

Sin embargo, las tornas no tardaron en cambiar de nuevo. No fueron las fungosidades midgardianas ni los invasores demoníacos lo que hizo fallar la contra-invasión de Egil Lobo de Hierro, sino la gruesa capa de detritos que recubría la superficie del planeta. El interminable lodazal se fue cobrando lentamente un precio altísimo, al ralentizar incluso a las unidades de tanques más agresivas de la Gran Compañía: una tras otra, las Lanzas de Russ quedaron trabadas. Aún peor, la repugnante bruma de esporas se había hecho ya tan densa que estaba corroyendo incluso las junturas de las servoarmaduras. Lo que había comenzado como un ataque relámpago empezaba a perder toda capacidad de avance. Por cada minuto que los Lobos de Hierro pasaban atascados en aquel punto, más Demonios de Plaga convergían hacia su ubicación. Aún más ominoso era el hecho de que los guerreros hubiesen perdido todo contacto con la fuerza de Logan Grimnar. La última comunicación con la posición del Gran Lobo había sido un ensordecedor ruido de estática.

Egil Lobo de Hierro no estaba dispuesto a abandonar a su rey. Tras confirmar que había un túnel de acceso al inframundo midgardiano relativamente cerca de su posición, Egil cedió el mando a su líder de batalla, Conran, y dirigió junto con sus guerreros más cercanos una expedición de rescate del Gran Lobo. Una vez Egil hubo partido, Conran llevó a cabo algunos cálculos rápidos y llegó a una conclusión terrible. Insertó un pincho de datos lleno de runas en los implantes cibernéticos de su cabeza, mientras su sirviente servo-cráneo iniciaba una compleja letanía de cánticos binarios. En el puente de la nave insignia de Egil, la Marea de Lobos, otro cráneo incrustado de fragmentos de plata hizo lo propio. La decisión de Conran era tan valerosa como arriesgada: había ordenado un bombardeo orbital localizado sobre su propia posición.

La Desolación de Midgardia (I)

Las megatoneladas de proyectiles disparados desde el espacio llovieron cielo abajo mientras los guerreros de Conran se ponían a cubierto embarcando en sus vehículos acorazados que, atrapados por zarcillos y semihundidos en la ciénaga, apenas eran ya otra cosa que meros búnkeres. Los Demonios también intentaron resguardarse de aquel ciclón de destrucción que se les venía encima, pero los vástagos de Nurgle nunca han sido conocidos por su rapidez a la hora de moverse. Aunque algunos Lobos de Hierro fueron aniquilados en la confusa huida, la gran mayoría pudo romper contacto con el enemigo en buen orden. Casi inmediatamente después de que el último Lobo Espacial entrara en uno de sus maltrechos vehículos, el suelo se estremeció con la potencia del bombardeo orbital. La precisión del ataque decía mucho no sólo de la excelente visión estratégica de Conran, sino de su don de la oportunidad. Los Rhinos, Land Raiders y Razorbacks temblaron y se sacudieron con la violencia de cada explosión, pero aunque muchos de ellos resultaron dañados, sólo cinco quedaron completamente inoperativos. El bombardeo siguió avanzando por la jungla mientras los Sacerdotes de Hierro lograban que dos de los tanques en peor estado recuperasen su capacidad de combate. Impertérritos, los Lobos Espaciales siguieron combatiendo.

Lo mismo no podía decirse de los Demonios de Nurgle. Aquellas ponzoñosas criaturas no necesitaban protegerse del entorno de Midgardia, pues la enfermedad y la infección eran para ellos tan naturales como comer y beber, y la polución de aquella selva los acariciaba como si fueran sus cachorros. Aunque sus pieles eran duras y gruesas, no tenían nada que hacer contra la tormenta cinética que se había desatado.

Las cabezas explosivas diseñadas para reventar búnkeres abrían enormes cráteres humeantes en la jungla, cada una de ellas aniquilando a grandes grupos de Demonios en un instante. La cortante metralla salía despedida en un millar de direcciones, rebotando en los flancos blindados de los vehículos imperiales sin causar daño pero convirtiendo en papilla a las criaturas de la Disformidad. Brillantes muros de llamas purgaban el paisaje una y otra vez, incinerando a cualquier Demonio que hubiera sobrevivido hasta ese momento. Quizás el efecto más vital del bombardeo era la evaporación de la mugre que mantenía aprisionadas a las columnas de tanques; alrededor de los Lobos de Hierro el viscoso y húmedo fango del suelo se transformó en una árida y reseca tierra, y la bruma tóxica en vapor que desapareció casi al instante.

Libres al fin de la garra opresora del terreno midgardiano, las Lanzas de Russ dieron las gracias a sus espíritus máquina, arrancaron motores y salieron de aquella trampa. Aunque los enjambres de Drones de Plaga descendieron sobre ellos y las saltarinas Bestias de Nurgle, surgidas del interior de grandes brotes de hongos, intentaron interceptarlos y frenarlos de nuevo, los Lobos de Hierro ya no iban a ser detenidos. Los certeros disparos de los cañones láser de sus Land Raiders se coordinaron con las andanadas de los tanques Vindicator, haciendo pedazos a cualquier enemigo que les salía al paso. En menos de una hora, las columnas de vehículos de Conran estaban a salvo en las Puertas de Magma. Por su parte, Egil Lobo de Hierro se encontraba bajo tierra. Su misión ya no era de erradicación, sino de salvamento; pues para que Fenris pudiera salvarse de la tormenta del Caos que lo amenazaba, Logan Grimnar y su Guardia Real debían ser encontrados.

Aunque Egil y sus Lobos de Hierro temían haberlos perdido, el Alto Rey de Fenris y sus guerreros aún seguían combatiendo con uñas y dientes contra las fuerzas del Caos. Habían encontrado a los responsables de la caída de Midgardia en lo profundo de las cavernas del planeta. Su decidido avance hasta la ciudad subterránea de Chispa Profunda les había llevado a enfrentarse contra incontables Demonios menores, sólo para terminar cayendo de cabeza en una emboscada plantada por sus amos. No uno, sino cuatro Príncipes Demonio les habían hecho frente en aquel oscuro y claustrofóbico inframundo, cada uno de ellos lanzando a un ejército entero de enemigos contra Logan y sus guerreros. Unir en una misma causa a cuatro señores de la guerra demoníacos tan dispares era una gran hazaña, pero tras su alianza estaba Magnus el Rojo, y pocos en el Ojo del Terror se atreverían a contradecir a un Primarca Demonio. El plan de Magnus consistía en enterrar al Gran Lobo, eliminarlo de la partida que se estaba jugando en Fenris. No habría muerte gloriosa para el Señor de los Lobos Espaciales, sólo millares de toneladas de roca que lo aplastarían como a un insecto.

Los amos demoníacos que estaban a las órdenes de Magnus se habían enzarzado en un combate cuerpo a cuerpo contra Grimnar. Durante cierto tiempo, pareció que iban a imponerse. Pero incluso los favoritos de los Dioses del Caos descubrieron que los Lobos Espaciales eran oponentes muy duros. Tirando de una mezcla de heroísmo, astucia y sed de sangre, la Guardia Real y sus aliados Wulfen contraatacaron con espadas, martillos y garras. Aunque varios de sus mejores compañeros perecieron en la lucha, la Guardia Real y sus camaradas lobunos terminaron por frustrar la emboscada y, entonces, con una coordinada señal, los Príncipes Demonio y sus vasallos sencillamente se desvanecieron.

La trampa se activó. Con un estallido que hizo estremecerse el suelo, el súbito temblor aetérico causado con la desaparición de los Demonios provocó que el techo de la caverna se desprendiese y cayese. Grimnar se lanzó con afán protector sobre el cuerpo tumbado de un Wulfen, y muchos de los miembros de su Guardia Real hicieron lo propio, pues sabían que, sin sus armaduras de Exterminador para protegerles, los Wulfen morirían al instante. Centenares de toneladas de roca se colapsaron de golpe. En algunos puntos, el techo de la caverna resistió, y la mayoría de la fuerza de combate sobrevivió, pese a quedar enterrada en una oscuridad asfixiante. El propio Logan se vio atrapado bajo una masiva estalactita, malherido pero vivo. Muchos de sus mejores guerreros encontraron aquel día el final de su saga, aplastados hasta morir pese a ir pertrechados con las mejores armaduras de su Capítulo. Sin ayuda, y con la profundidad de rocas haciendo imposible la comunicación de largo alcance, los Campeones de Fenris habían quedado literalmente enterrados vivos.

La Desolación de Midgardia (II)

Logan Grimnar contra la Tétrada Infernal

Siete millas al sur de las Puertas de Magma, Egil Lobo de Hierro había dejado sus tanques atrás a fin de liderar a un destacamento de sus mejores guerreros hasta el inframundo midgardiano. En su periplo por los túneles vio a muchos civiles observarle furtivamente desde las sombras, pues pese al infernal destino sufrido por el planeta, seguían quedando vivos muchos millones de hombres, mujeres y niños. Algunos de éstos nativos consideraban a Egil un guerrero de leyenda, y se inclinaban a su paso. Otros se encogían con miedo a que aquel bruto estuviera allí para matarlos acusándolos de cobardía. Él los ignoraba a todos. El Gran Lobo estaba perdido, y dependía de los Lobos de Hierro el encontrarlo.

Más y más profundo descendieron los Lobos Espaciales, luchando contra horrores enfermizos, heraldos de plaga y repulsivas moscas demoníacas. Se sintieron tremendamente aliviados al establecer contacto con elementos de los Campeones de Fenris. Antes de poder consolidar sus fuerzas, no obstante, fueron emboscados por una sierpe de plaga de tamaño descomunal, que causó un terrorífico número de bajas antes de ser reventada mediante una certera granada. Los guerreros estaban siendo diezmados por los desmembramientos y el contagio, pero siguieron unidos, y continuaron adelante. En una encrucijada se encontraron con rastros de una batalla, incluyendo el cráneo de lobo bañado en oro que formaba la corona de la armadura de Exterminador de Grimnar. Revigorizados, aumentaron el ritmo de su marcha.

El interior de Midgardia era un laberinto; muchos de sus corredores estaban bloqueados por los derrumbes y los Lobos de Hierro no tenían tiempo de registrar cada túnel en busca del Alto Rey de Fenris. A regañadientes, Egil anunció que regresaba a la superficie, pues casi estaba al límite de alcance por voco-contacto, y había recibido fragmentos de una llamada de alerta de sus hombres. Lo que encontró al volver le dejó más estupefacto que la visión de cualquier Demonio.

La superficie de Midgardia había sido purgada por las llamas del Exterminatus. Desde las alturas de las Puertas de Magma, el Señor Lobo de Hierro sólo podía ver cenizas extendiéndose por todo el horizonte. el planeta se había visto envuelto en una conflagración tan fiera que ningún ser viviente podría sobrevivir a ella, ya fuese hombre o Demonio. Todo lo que quedaba de aquel paisaje antaño fétido era un océano de dunas grises y troncos de árboles calcinados sobresaliendo entre alfombras de brasas. Ninguna flota estándar podría haber desatado tanta ira destructiva en tan poco tiempo; aquello era obra de los señores del Imperio, despiadados más allá de toda mesura. Incontables seres humanos inocentes debían de haber perecido, quemados vivos, junto con los Demonios que habían provocado aquel infierno.

El Lobo de Hierro, ceñudo, hizo rápidamente sus cálculos mentales y concluyó que sólo tenían una posibilidad de escapar vivos del planeta sometido a Exterminatus si lo abandonaban de inmediato. Llamó a su propia flota una vez más y les ordenó evacuarlos cuanto antes. En esa comunicación le informaron de la masiva flota Imperial que había entrado en el espacio fenrisiano con la intención de borrar la mancha del Caos de todos los planetas que había mancillado. En el corazón de esa flota se encontraba la Roca. Los señores de aquella astronave de tamaño imposible habían hecho llover fuego en Midgardia con los Lobos Espaciales aún presentes, pero más importante todavía, habían condenado a millones de civiles del Sistema Fenris a una muerte horrible sin juicio previo.

Incendiado en lo más profundo, Egil envió un voco-mensaje a la fortaleza-monasterio de los Ángeles Oscuros, demandando ser escuchado. Sin embargo, le rechazaron. Por tanto, Egil ordenó a sus artilleros abrir fuego contra la astronave más cercana de la flota de los Ángeles Oscuros. Su pretensión era que la andanada forzara la comunicación, no que causara daño real a la nave, y tal y como había calculado el impacto quedó disipado en los escudos de vacío del blanco. Aún así, la decisión de disparar contra una nave del Adeptus Astartes quedaría grabada en los anales tanto del Colmillo como de la Roca. Era un acto de desafío que mancharía para siempre el honor de Egil Lobo de Hierro.

Incapaz de ignorar aquel acto de hostilidad sin paliativos, la Roca respondió abriendo sus canales de comunicación, con la idea de transmitir a Egil su intención de infligirle el más severo de los castigos. El Voco-Senescal Mendaxis, que de hecho era en realidad el Cambiante, se empleó a fondo para avivar las llamas entre el ultrajado Señor Lobo y los grandes señores de los Ángeles Oscuros, y ambas fuerzas intercambiaron algunos disparos. Aún así, los lazos de hermandad entre los guerreros del Adeptus Astartes no son fáciles de dejar a un lado. A medida que los oficiales de cada flota se iban haciendo conscientes de la situación, comenzaron a considerar dar un paso atrás ordenando un alto el fuego.

Fueron las preguntas de Conran acerca del Alto Rey de Fenris desaparecido las que apagaron los fuegos de la furia de Egil. Era bien sabido que los Lobos Espaciales preferían no teleportarse, y que la profundidad a la que Grimnar estaba enterrado hacía que una rematerialización imprecisa resultase extremadamente peligrosa, pero ¿realmente no había otro modo de que los Hijos de Russ lo rescatasen? El Lobo de Hierro cortó su comunicación con la Roca, para centrar sus esfuerzos en dicho rescate. Una vez que sus deberes estratégicos como Señor Lobo habían sido atendidos en persona, Egil ideó una solución táctica de una astucia impresionante. Tomó el cráneo dorado de lobo que había coronado la armadura de Grimnar, y se lo entregó a sus consejeros. Los Sacerdotes Rúnicos y Sacerdotes de Hierro encendieron velas y colocaron el cráneo en el interior de un círculo de runas, iniciando un ritual para despertar el alma que aún moraba en él.

Tras mucha paciencia, los sacerdotes de Egil lograron contactar con el espíritu de aquel antaño orgulloso guerrero lobuno. La bestia se mostró irascible y fiera, pero una vez que su ira fue aplacada mediante ofrendas, acceció a escucharles. El espíritu sabía que lo habían apartado de aquel al que llamaba "alfa", el único ser que tenía dominio sobre él. Aún podía sentir el pulso del alma de su amo, así como el espíritu máquina de la armadura de Exterminador de la que había sido desgajado. Siguiendo el rastro de energía entre la corona rota y su dueño, el Sacerdote Rúnico Svalgar esperaba poder desentrañar la localización de Grimnar.

La Desolación de Midgardia (III)

La Hora del Lobo

Las profecías sobre el futuro de Fenris eran oscuras. Debido al genio maléfico de Magnus, los mundos bajo protección de los Lobos Espaciales estaban en llamas, y sus aliados se habían vuelto contra ellos hasta llegar al punto de atacarles. Lo peor, no obstante, estaba por llegar, pues era ahora cuando los Hijos de Russ iban a sufrir el verdadero alcance de los planes de Magnus.

Los cielos de Fenris estaban en llamas.

Por todo el planeta, las luces brillantes que las tribus habían interpretado como profecías de salvación se hicieron más grandes y amenazadoras. Poco a poco, fueron revelando sus formas espigadas y serradas, sus retorcidos puentes y sus torres espirales que hacían que el conjunto pareciese salido de la ensoñación de un hechicero. Sin embargo, los cañones que sobresalían de sus murallas más bajas dejaban claro que se trataba de fortalezas construidas para la guerra. Las Torres Plateadas de Tzeentch descendieron, trayendo consigo la perdición para los Lobos.

El Cambiante había sembrado la cizaña y la confusión en el alto mando Imperial, culminando en el ardiente bombardeo de Midgardia. Magnus contemplaba desde su torre en la Disformidad, y el espectáculo le parecía de lo más satisfactorio. Sin embargo, para que sus ambiciones se hiciesen realidad, los Hijos de Russ no podían encontrar su final de un modo tan simple e impersonal como la erradicación orbital. Ni siquiera la traición máxima del Exterminatus sería suficiente. Pues, para que el gran ritual que había puesto en marcha funcionase, los eventos debían replicar con la mayor similitud posible los acaecidos durante los últimos días de Prospero.

Los impulsos psíquicos que surgían de la mente inmortal de Magnus generaban visiones que hacían que un Hechicero o agente del Caos ejecutase la siguiente fase de su milenario plan para aniquilar Fenris. Muchos de los dominios soberanos de Russ habían sido blanco de bombardeos orbitales por parte de aquellos a quienes consideraban sus aliados, sus habitantes desintegrados por la violencia de los ataques. Con los defensores asediados por súbitas tormentas de muerte, aquellos planetas y lunas quedaron convertidos en presas fáciles para las legiones que descendieron sobre ellos, cada invasor listo para finalizar el trabajo a bólter y espada. Era un panorama familiar para quienes habían sobrevivido a la masacre de Prospero, aunque esa vez los Lobos Espaciales eran las víctimas en vez de los perpetradores.

En Asaheim, la colosal fortaleza del Colmillo se alzaba sobre la meseta hasta atravesar las nubes. Sólo superada en tamaño y poder por el Palacio del Emperador en Terra, fue construida para alojar a una Legión completa de Marines Espaciales. Los láseres de defensa y los macro-cañones sobresalían de las torres como los picos menores de una gran montaña. Tan alta y colosal era la estructura que alrededor de sus plataformas más altas podían verse las luces de astronaves aterrizadas. Era difícil imaginar una defensa más potente contra los ataques orbitales. Aún así, la fortaleza-monasterio no tenía capacidad para cubrir a la vez cada rincón de Fenris, y los ojos de sus centinelas estaban centrados en la flota Imperial que había bombardeado Midgardia pocas horas antes.

Magnus ya había sentido anteriormente la dentellada del Colmillo, y no tenía prisa por volver a sentirla. En lugar de eso, ordenó a su maltrecha Legión que no se acercara a Asaheim de manera directa, sino que tomase tierra sobre las grandes placas de hielo que se habían unido entre sí por el Invierno Fenrisiano. Una tras otra las Torres Plateadas de los Mil Hijos descendieron desde brechas disformes en el espacio exterior, como cuchillos cayendo de punta en un mar helado. Algunas permanecieron en la órbita de Fenris, mientras que otras cruzaron las nubes en la parte del planeta más alejada del Colmillo, acercándose a su destino final en oblicuo y ocultas de cualquier sistema de detección gracias al uso de poderosa magia de sombra.

En las regiones más desoladas de Fenris, los maestros de estas vastas torres conjuraron tormentas de energía aetérica que lanzaban nieve y hielo a su alrededor en violentos huracanes, ocultándose así todavía más de los escudriñamientos del Colmillo. En el ojo de cada una de éstas tormentas, las Torres Plateadas flotaban en silencio hacia sus puntos geománticos, convergencias de líneas naturales en las que las energías del mundo letal rugían con especial fiereza.

Cada torre de Tzeentch acumulaba tanto poder sortílego que el suelo en torno suyo estaba arruinado por los efectos del cambio constante. En la Torre de Acazept el permahielo se había fundido y transformado en sangre, como si el propio Fenris sufriera heridas por su mera presencia. En la sombra de la Ciudadela de Puerta Maligna, las llamas de azufre bailaban sobre la nieve virgen, como traviesas formas de vida demoníacas. Alrededor de la Fortaleza de Paradoja, caía una lluvia constante de color cobrizo que convertía tanto a los hombres como a los mamuts de hielo en estatuas de ébano ingrávidas, que flotaban lentamente hacia arriba hasta perderse en el espacio.

Aunque los Mil Hijos se habían tomado todo tipo de molestias para descender fuera del alcance de detección del Colmillo, una invasión de tan inmensa magnitud no podía simplemente pasar desapercibida. Los Sacerdotes Rúnicos lanzaron sus piedras, y cada predicción pareció más ominosa que la anterior. Una terrible maldición había llegado al Sistema Fenris; según las lecturas de los Astrópatas e Inquisidores de la flota Imperial, el Tarot del Emperador mostraba la serpiente de llamas abriendo sus fauces de par en par para consumir todas las tierras mortales. La famosa Última Saga, la que acabaría de forma violenta con todas las cosas que son, parecía estar desarrollándose ante sus ojos.

La Hora del Lobo había llegado.

La Hora del Lobo (I)

Fue Harald Deathwolf quien dio caza a la primera de las Torres Plateadas, que en aquellos instantes flotaba sobre el inmenso glaciar Yrokja. El Señor Deathwolf había vuelto recientemente de Svellgard con los Aulladores de Fuego tras combinar fuerzas no sólo con Sven Aullador, sino también con los Manos de Hierro, los Cazadores de Sombras y los Ultramarines en la expulsión de las hordas demoníacas que buscaban conquistar las islas de aquel reino oceánico. Mientras se reunía con sus camaradas Señores Lobo en el Colmillo, el Señor Deathwolf fue requerido con tanta urgencia que su Astrópata vasallo entró en un estado de furia espasmódica. Una vez que el psíquico hubo sido ungido de aceites santificados y se calmó lo bastante como para transmitir el mensaje recibido, habló con voz trémula sobre la terrible verdad compartida por los Caballeros Grises que habían escudriñado el planeta desde la órbita. Las fuerzas del Gran Enemigo habían conquistado las placas de hielo de los continentes meridionales, y estaban asesinando o abduciendo a cada tribu mortal que encontraban. Aunque los Caballeros Grises se estaban apresurando para alcanzar el planeta, sólo los Lobos Espaciales tenían opción de interceptar a los invasores antes de que los habitantes de las placas de hielo del sur encontraran un trágico final.

El gruñido gutural de Harald aumentó de volumen. Aquellos traidores que se habían atrevido a poner el pie en Fenris debían ser perseguidos y eliminados, dejando sus cadáveres para que los devorasen los trolls de hielo, las manadas de lobos y los cuervos carroñeros. Para los Lobos de Muerte, atacar directamente significaría renunciar a su principal ventaja: la astucia cruda del cazador. No, un asalto frontal no era su manera de hacer las cosas. En lugar de eso, el Señor Deathwolf propuso que el honor debía corresponder a Sven Aullador; su Gran Compañía incluía tantas tropas con retrorreactores que un asalto aéreo contra los flancos de la Torre Plateada tenía bastantes posibilidades de salir bien. Cuando la misiva telepática con la propuesta de Harald llegó al Señor Aullador, éste frunció el ceño, pero no rehuyó la idea. El tiempo era un factor fundamental, sobre todo con las tribus de Yrokja en tan inminente peligro.

Montadas en cañoneras Thunderhawk y Stormwolf, las Grandes Compañías de Harald y Sven se apresuraron a través de las ventiscas hacia el reino de Yrokja. Su destino era la cordillera montañosa que el Astrópata de los Lobos de Muerte había visionado. Los instintos de cazador de Harald se afinaban más y más a medida que la expedición se cerraba sobre su presa.

Algo parecía destellar en la distancia, entre el segundo y el tercer pico, como un torbellino de colores caleidoscópicos girando alrededor de la fortaleza. Justo cuando sus ojos habían detectado aquel fenómeno, cañones distantes abrieron fuego sobre ellos. Los disparos no eran proyectiles de metal, sino brillantes esferas de llamas rosadas. Las cañoneras demasiado lentas para hacer maniobras evasivas recibieron impactos, quedando bañadas en fuegos de extraños colores. Algunas lograron realizar un aterrizaje forzoso pero controlado, con sus pasajeros salvándose de morir abrasados vivos gracias al frío polar de Fenris. Otros no tuvieron tanta suerte, y sus cañoneras reventaron en pleno vuelo como si las aplastasen manos gigantes. Fragmentos de metal y cuerpos mutilados se esparcieron por toda la zona, pero los supervivientes no ralentizaron su ritmo, pues Sven era un firme creyente en el dicho "la mejor defensa es un buen ataque".

Tal y como habían previsto los Señores Lobo, la fuerza de los invasores no estaba confinada a la extraña ciudadela en la distancia. Mientras la ventisca aullaba, los Lobos Espaciales que habían surgido de entre los restos de sus cañoneras otearon el horizonte. Sus sentidos estaban tan avezados que les permitían ver a una serie de figuras acechando entre la tormenta de nieve, acercándose como si no fuera más que una brisa de verano. Todas ellas iban enfundadas en las barrocas armaduras de los Mil Hijos.

El aullido de guerra aumentó de volumen, largo y amenazante. Los Cazadores Grises alzaron los bólteres mientras los Garras Sangrientas y Lobos Solitarios corrían por la nieve con sus espadas sierra rugiendo. Una venganza que llevaba diez mil años gestándose estaba a punto de reiniciarse.

Las cañoneras de las dos Grandes Compañías se lanzaron a velocidad máxima a través de la ventisca hacia la apenas visible Torre de Acazept, con sus motores rugiendo como bestias a la caza. Las Thunderhawks disparaban gruesos haces de láser desde sus cañones dorsales, dirigidos contra los chapiteles de la fortaleza flotante. Sin embargo, eran completamente inefectivos, disipándose en explosiones fractales de energía al impactar contra los extraños escudos de energía de las torres.

En respuesta, los arcanos cañones de la Torre Plateada dispararon descargas espirales de energía, pero cuando parecía que éstas iban a impactar en alguna de las aeronaves, la tormenta la desviaba y hacía fallar el tiro en el último instante. Después de todo, parecía que el asalto de Sven Aullador tenía opciones de resultar exitoso.

La Hora del Lobo (II)

A través de la tormenta llegaron bandadas de criaturas voladoras, Demonios que intentaban clavar sus fauces succionadoras en los cascos de las cañoneras. Muchas de esas bestias fueron derribadas por los bólteres pesados de las Thunderhawks o los rayos bajo cero de sus cañones congelantes. Aquellas que lograban engancharse a sus blancos atravesaban a dentelladas el blindaje de las aeronaves con las incandescentes energías que despedían sus buches. Más y más de esos horribles Demonios siguieron surgiendo de una abertura en la distante Torre Plateada. Para aquellos Lobos Espaciales que se estaban enfrentando a los Mil Hijos sobre la nieve, era como si el asalto de las cañoneras hubiera desaparecido de la vista oculto por una nube de seres similares a tiburones voladores. Las naves Imperiales no podían disparar contra los enemigos que les rodeaban sin peligro de impactar a las cañoneras de sus camaradas. El ataque había sido frustrado antes incluso de empezar.

Más arriba en los cielos, formas negras estilizadas aparecieron desde la tormenta en un picado absolutamente vertical. Por un instante parecieron ser cuervos gigantes enviados por el mismísimo Emperador, y entonces abrieron fuego y sus misiles y cañones de asalto hicieron estragos entre los Demonios. Por su iconografía eran Ángeles Oscuros, y aunque no habían sido invitados desde luego sí que eran bienvenidos. En el centro de su formación volaba algo extraño, una nave con un cañón que emitía un brillo fantasmal. Con un caza escoltándola en cada ala, se acercó hasta las cañoneras de los Lobos Espaciales luchando por mantenerse en el aire en medio del salvaje ataque de los Demonios. Cuando su cañón disparó, una docena de Demonios fueron expulsados de vuelta a la Disformidad en apenas un parpadeo. El cañón rugió de nuevo, y las cañoneras se encontraron súbitamente libres de atacantes, su descenso lento pero letal convertido en una ascensión hacia las cornisas de la Torre Plateada, que aparecían amenazadoras a través de la ventisca.

Aullando su furia de batalla, los Garras del Cielo del Señor Aullador abrieron las puertas de sus cañoneras de transporte y se lanzaron dando saltos potenciados por las turbinas de sus retrorreactores. En segundos llegaron a las faldas rocosas de la ciudadela. Incluso las aeronaves gravemente dañadas por los Demonios llegaron hasta tan cerca como pudieron, permitiendo a sus pasajeros cubrir la distancia restante. El propio Sven lideró el asalto, hundiendo su hacha Garra gélida en una escarpada pared de roca casi vertical e impulsándose hacia arriba desde allí con un grito de triunfo.

Lo que se encontraron ante sí eran criaturas que parecían surgidas de una pesadilla. Sven y su vanguardia esperaban sin duda un feroz contraataque, pero creían que sus enemigos serían legionarios traidores, fríos y metódicos. Sin embargo, la horda de Tzaangors que surgió de los flancos de la Torre Plateada no era nada de eso. Los mutantes similares a aves atacaron en un número tan descomunal que la andanada inicial de disparos de pistola automática y golpes de espada sierra derribó de las murallas a muchos de los miembros de la Guardia del Lobo de Aullador sin que llegasen a tener opción de responder.

Tras la bestial guarnición apareció Acazept, una enorme figura acorazada montada sobre un disco giratorio. Los rayos de energía telekinética invisible que disparaba desde sus dedos convertían a los Garras del Cielo en pulpa allí donde impactaban. Sven se lanzó hacia delante, su hacha y espada sierra segando hombres bestia en barridos devastadores, y los Lobos Espaciales comenzaron a ganar terreno.

Una Thunderhawk rugió especialmente en medio de la tormenta. Sus armas escupían muerte y su casco no era del frío color gris azulado de Fenris, sino del verde oscuro de los Ángeles Oscuros. Instantes más tarde una fuerza de choque de Marines Espaciales encapuchados se abalanzaba contra el flanco de los Tzaangors, convirtiendo la lucha en una masacre. Las losas de la Torre Plateada se anegaron con la sangre de los Adeptus Astartes y con los sucios fluidos de los habitantes de la ciudadela.

Cantando en un tono grave y monótono y montado sobre su disco, el Señor Acazept trazó un lento barrido lateral con su báculo. Una tremenda fuerza invisible empujó tanto a los Marines Espaciales como a los hombres bestia. Sven apretó los dientes, tratando de aguantar el tipo, sus retrorreactores chirriando como si protestaran, pero de nada sirvió, y salió despedido de las murallas junto con su vanguardia de guerreros y con los Tzaangors, hasta que el único que quedó en pie fue el hechicero. Sus bestiales siervos cayeron estrellándose contra el acantilado rocoso de la Torre Plateada o cayendo aún más abajo, hasta el duro hielo de la superficie. Los Aulladores de Fuego de Sven, en cambio, no fueron eliminados tan fácilmente, ya que corrigieron su caída gracias a sus retrorreactores, rescatando además a muchos Ángeles Oscuros que, de no ser por su auxilio, habrían muerto. Los Marines Espaciales aterrizaron en el paisaje ártico habiendo perdido tan sólo a unos pocos camaradas, pero el ímpetu de su asalto había desaparecido por completo, y la Torre Plateada de Acazept cruzaba sobre sus cabezas.

Sin embargo, la batalla distaba mucho de haber finalizado. Los aullidos de los hermanos de batalla de Sven podían oírse a media distancia, y las figuras que cobraban forma en la ventisca respondían a las inconfundibles siluetas de los Marines Rúbrica, los más malditos e indomables enemigos de los Lobos Espaciales.

De pronto, con los gritos de alarma aún resonando, aquellos que estaban más cerca de los Mil Hijos saltaron por los aires víctimas de una andanada de disparos. Recibir un disparo de bólter equivale a sentir un tremendo impacto seguido de inmediato de una explosión que destroza la carne. La tres veces bendecida servoarmadura del Adeptus Astartes puede salvar al blanco de una muerte sangrienta y espectacular, pero contra los proyectiles hechizados de los Mil Hijos, ni siquiera esa protección era suficiente. Los obstinados Garras del Cielo al frente del ataque fueron impactados por proyectiles que despedían llamas tan intensas que su ceramita (junto con la carne y el hueso bajo ella) simplemente se fundía. Uno, luego tres, luego nueve Marines Espaciales cayeron en la nieve, sangrando profusamente. Sus traicioneros asesinos siguieron avanzando sin variar su paso, con el mismo desdén que si estuvieran matando simples alimañas.

Los Aulladores de Fuego que aún quedaban en pie encendieron sus retrorreactores y se lanzaron hacia delante, aprovechando la velocidad adicional que les proporcionaba la galerna que soplaba desde su espalda. Impactaron contra los Marines Rúbrica con la potencia de un ariete capaz de tumbar la puerta de una fortaleza. Muchos de los Mil Hijos cayeron derribados al suelo, aunque los guerreros de Sven tuviesen la sensación de haber chocado contra estatuas de adamantio. Los Marines Espaciales del Caos que resistieron la atronadora carga inicial lo hicieron sin dar ni un paso atrás. Las pistolas bólter atronaron, y más de aquellos gólems sortílegos cayeron, pero seguía sin ser suficiente. Entonces, las andanadas ardientes de sus enemigos se iniciaron de nuevo, y el ataque de los Aulladores de Fuego quedó frustrado por completo.

Sven Aullador luchó con todas las fuerzas que le quedaban, pues no estaba dispuesto a caer ante aquellos traidores en su propio territorio de caza. Su espada sierra Colmillo de Fuego golpeó y mordió, haciendo saltar chispas, pero contra las barrocas armaduras de sus enemigos apenas causaba daños. Su hacha de energía de doble filo, en cambio, era otra historia. Allí donde impactaba, abría grandes brechas de brillantes bordes rojizos en las corazas de los Marines Rúbrica. Dentro de aquellas carcasas de ceramita no parecía haber nada vivo, salvo un polvo ocre que salía volando y era inmediatamente devorado por la tormenta.

El Señor Aullador gruñó al ver aquello, subiendo el tono al imaginar a aquellas criaturas antinaturales caminando libremente por Fenris. Había más de ellas llegando desde la tormenta, más de hecho de las que la Gran Compañía podía esperar derrotar. Quizás los Lobos de Muerte habían fallado, y los vástagos de Magnus les habían emboscado.

Sven lanzó un largo grito de frustración y rabia, aplastando a otro traidor contra la nieve. Ni en sueños pensaba reunirse con el Gran Padre todavía, con las batallas en Svellgard aún tan recientes. Estaba decidido a cobrarse el mayor precio posible antes de que su saga alcanzase el sangriento final. Por un momento, le pareció que la misma tormenta le aullaba una respuesta.

La Hora del Lobo (Relato Oficial)

La Hora del Lobo (Relato Oficial)

Djurgin Calderassen, conocido como "Pellejo Quemado" desde que su lanzallamas tuvo un fallo de funcionamiento y le deformó media cabeza, aún veía arder a sus aliados. Pero la forma de energía que los estaba matando no era verdadero fuego, y no podía apagarse.

Una potente tormenta cubrió la base del Glaciar Yrokja, con una furia equiparable a la del Lobo del Mundo. En su interior, la Gran Compañía de Sven Aullador estaba de cacería, cada guerrero luchando con bólter, espada, colmillos y garras contra la escoria adoradora del Caos que había osado atacar Fenris. Los guerreros de Djurgin habían golpeado directamente al corazón de la partida de guerra emergida de la tormenta, con la esperanza de aislar y aniquilar a sus líderes. Cerca de allí, Allaf lanzaba rugidos terribles mientras los hechiceros de Magnus lanzaban demoledores golpes con sus guanteletes bañados en fuego azul. El Lobo Espacial estalló en llamas, menguando rápidamente hasta quedar reducido a un tamaño similar al de un pulgar humano. el hechicero aplastó a Allaf bajo su pie antes de apuntar con su báculo directamente a Djurgin.

- "Me duele tener que hacer ésto, lobo", - gritó el traidor. - "Intenté hablar en vuestro favor en el consejo, con la intención de que fuerais absueltos".

- "¡Mentiroso!", aulló Djurgin. - "¡Los Hijos de Russ no escuchan las palabras de los cobardes!". - El fenrisiano se agachó y avanzó a la carrera, esquivando la descarga serpentiforme de energía lanzada por el arma de su adversario, y en respuesta le disparó una lanza de ardiente prometio. El hechicero simplemente desvió a un lado el letal ataque con un desdeñoso movimiento de su mano abierta.

- "Hay guerras más importantes que la nuestra", - siguió hablando el hechicero. - "La perspectiva de los siglos y las eras te relega a ser considerado una mera molestia menor".

Los Marines Rúbrica se reformaron en torno al lanzador de hechizos, y la fiereza de la batalla pareció descender ligeramente. Otra descarga sortílega silbó en el aire, la cual Djurgin tuvo que esquivar lanzándose contra el hielo, resbalando hasta ser bruscamente detenido por un banco de nieve. Con el corazón palpitándole aceleradamente, se dio cuenta de que era el único de su manada que seguía con vida. La siniestra sospecha de que los Aulladores de Fuego por fin habían encontrado su final le subió por la espalda en forma de escalofrío.

Algo descomunal pasó por encima de su cabeza. Djurgin se estremeció temiendo que fuera una ciudadela plateada, pero casi al instante dibujó una sonrisa feroz al ver que era la parte inferior de una Thunderhawk. La cañonera estaba justo sobre él, con sus fauces metálicas abiertas, y en ellas podía verse la silueta de una figura esbelta, armada con un báculo que destellaba con runas de color azul, canalizando el poder elemental del mismo Fenris. Njal Stormcaller había llegado.

Stormcaller liberó una cadena de relámpagos contra el hechicero, aplastándolo contra la nieve mientras éste preparaba a su vez una bola de fuego. Las descargas de electricidad saltaron de un combatiente a otro como si fueran una bestia hambrienta en busca de presas a las que hincar el diente. Uno por uno los Marines Rúbrica cayeron, inertes. La tormenta seguía intensificándose y el control de Njal sobre la ventisca forzaba al enemigo a replegarse lentamente. Djurgin sintió la necesidad de quemar y matar, dominado por la bestia que moraba en su alma, pero decidió guardarse el prometio que le quedaba en el cargador. No había forma en la que las llamas tuvieran efecto con el Señor de las Tormentas tan cerca.

Pese a que la intervención de Stormcaller sin duda había salvado la vida de Djurgin, ya podían verse las armaduras azuladas de varias docenas más de Mil Hijos emergiendo de la bruma blanca de la tormenta. "Así que eso es todo", pensó Djurgin, desenfundando su cuchillo de combate y preparándose para luchar como un lobo solitario, vengando a los suyos antes de caer abatido.

El aullido de la ventisca volvió a subir de tono, como si fuera un millar de manadas de lobos. Quizás eran las voces de los espectrales camaradas de Morkai, dándole la bienvenida al más allá. Pero entonces, se percató de algo, y dio media vuelta.

El Señor Harald Deathwolf descendía velozmente por la ladera del Glaciar Yrokja, con un adusto gesto de concentración. Le seguían sus bestiales guerreros, no sólo la Guardia del Lobo en sus monturas lobunas, sino docenas de Wulfen y centenares de enormes lobos; y justo tras ellos una estampida de mastodontes, una fuerza de la naturaleza más letal que cualquier avalancha. Todo el glaciar temblaba ante el atronador avance de la comitiva.

Los Mil Hijos se quedaron clavados donde estaban, tratando de no perder pie ante la tempestad de Stormcaller. Djurgin vio a varias de las bestias a la carga superar su posición, impactando contra el enemigo como un huracán. Aquí y allá algún jinete de Lobo de Trueno era derribado de su montura por una crepitante descarga de magia o por un disparo de munición infierno, pero en general los invasores no podían hacer frente a tan furiosa carga.

Con la llegada de los Lobos de Muerte, las armas de cuerpo a cuerpo comenzaron a cercenar brazos que aún sostenían bólteres, los musculosos Lobos de Trueno hundieron sus fauces en los cuellos de los legionarios traidores y los Wulfen arrancaron cascos y extremidades a base de pura fuerza bruta. Tras la primera oleada llegaron los lobos, abalanzándose sobre los hechiceros como arietes de pelo, colmillos y garras. Los hechiceros trataron de contraatacar, pero eran demasiados.

Aquellos Mil Hijos que habían sido derribados pero seguían vivos apenas habían logrado levantarse cuando la estampida bestial los alcanzó. Sus milenarias servoarmaduras fueron despedazadas en segundos bajo el peso de las criaturas fenrisianas. La tempestad de Njal hizo el resto, dedos de frío cruel colándose por las rendijas de las armaduras para agarrar el polvo brillante de su interior y esparcirlo a los vientos.

Djurgin sintió como una carcajada le subía por la garganta, al tiempo que la tormenta comenzó a amainar. El ataque de los Mil Hijos había sido aplastado, como lo demostraba el suelo alfombrado de cadáveres sin sangre y fragmentos de servoarmadura. Sin embargo, la risotada murió de pronto en sus labios, igual que si una negra nube hubiera cubierto su corazón.

En el lejano horizonte, la Torre Plateada que habían intentado detener brillaba sobre la superficie de Fenris como un segundo sol.

Capítulo 2: Los Fuegos de Flameheit

Los fuegos de Flameheit

Emponzoñar un mundo letal

Emponzoñar un mundo letal

Las Torres Plateadas, pese a los contraataques de los Lobos Espaciales, habían demostrado ser bastante inconspicuas y, de ser detectadas, tan robustas como para derrotar a quienes pretendían detenerlas. Ahora, las enormes ciudadelas levitaban sobre ubicaciones de gran poder geomántico, drenando la energía de Fenris para ponerla al servicio de una agenda oscura.

Al tercer día después del descenso de las Torres Plateadas, los cielos de Fenris se oscurecieron. Las líneas destellantes de la Fenryka Borealis pasaron del verde al naranja y al rosa chillón contra el azul oscuro del cielo vespertino, y su movimiento se parecía al de serpientes retorciéndose que el oleaje sobre la orilla, como sería lo normal. Los guerreros de las tribus que la contemplaban demasiado tiempo padecían alucinaciones, y pensamientos extraños invadían su mente. Algunos enloquecieron sin remedio al ver los sellos del cielo y acuchillaron a sus camaradas, a quienes veían como monstruos a los que debían dar muerte para que el sol se alzase un día más.

Aquellos cielos malditos eran el telón de fondo contra el que los magos de Tzeentch realizaban sus obras. En el interior de las Torres Plateadas tenían lugar rituales de sangre; dentro de cada sanctasanctórum un Lobo Espacial prisionero, firmemente sujeto con cadenas de plata, era sumergido en un caldero de sangre hirviente. No era imprescindible para las invocaciones aetéricas de los Hechiceros Exaltados, pero los aullidos de rabia, impotencia y desesperación complacían a su señor. Los rituales prosiguieron durante nueve horas, nueve minutos y nueve segundos. Un nexo de energía se materializó en lo alto, entre las Torres Plateadas; un punto de tal potencia destructiva que la realidad se difuminó, rezumando magia en torno a él. Los cielos se tiñeron de colores carmesíes al abrirse bocas gigantes que gritaban loas al Arquitecto del Destino, los cuervos y grajos se convertían en esqueletos ardientes y los bosques gritaban de dolor. Las Torres Plateadas relucían como estrellas, formando el antiguo símbolo de venganza de Prospero cuando se las observaba desde órbita baja.

Magnus el Rojo se materializó con violencia sobre las nieves y el destino de Fenris quedó alterado para siempre.

El Rey Carmesí no apareció con la dignidad y el aplauso de los amanerados príncipes Eldar, ni anunció su llegada con heraldos exhibiendo el boato de un potentado Imperial. En lugar de eso, cargó a través del áspero aire de Fenris como un minotauro salvaje. Sus cuernos abrieron una grieta en la realidad por la que pasó a la fuerza su enorme mole. Una marabunta de celebrantes demoníacos brotaron de la hendidura tras él. El Rey Carmesí rugió una serie de órdenes a sus vasallos en la superficie, los cuales ya se estaban reuniendo junto a la hueste nacida en la Disformidad que había surgido de la brecha. En torno a él brotó una oleada de fuerza cerúlea que convirtió la nieve en un paisaje de arena cristalina. Las facetas de cada grano reflejaban un aspecto del alma del Primarca Demonio.

Magnus batió tres veces sus enormes alas y remontó el vuelo, regocijándose en su propio poder. El aire frío y puro que respìraba lo exhalaba en forma de coloridas nubes de niebla inteligente que se alejaban como fantasmas en busca de víctimas, de mortales a los que asfixiar a su antojo. El Primarca se regodeaba admirando la belleza agreste de la naturaleza fenrisiana. Pronto todo sería suyo para poder corromperlo, para rehacerlo en una forma más agradable para Tzeentch.

Asintiendo satisfecho, Magnus decidió dar comienzo a su obra. La última vez que había caminado por las tierras invernales de Fenris lo había hecho con el fin de destruir a sus enemigos por completo, decidido a asolar la fortaleza-monasterio de los Lobos Espaciales antes de erradicar a las Grandes Compañías una por una. Ésta vez su intención era más ambiciosa y más inquietante. Estaba por encima de la mera venganza, y por ello había dejado atrás la noción de una victoria puramente física. Ésta vez, Magnus corrompería Fenris como parte de un plan mayor.

Emponzoñar un mundo letal (Relato Oficial)

Fenris estaba clasificado como mundo letal debido principalmente a su feroz megafauna y al frío mortal que caracteriza al Helwinter, cuando el planeta está más alejado del Ojo del Lobo. Pocos son conscientes de que el extremo opuesto, cuando la órbita elíptica de Fenris pasa por el punto más cercano a su estrella, resulta igualmente mortífero. Éste periodo, conocido entre la población como Flameheit, era una época de lucha en la cual la corteza helada de Fenris se hacía añicos, las inundaciones y tormentas fragmentaban las grandes masas de tierra en islas que flotaban en un mar tempestuoso. Los pueblos guerreros de aquel mundo, a la deriva con las escasas pertenencias que podían cargar, luchaban por los recursos naturales disponibles. Mientras tanto, no sólo les atacaban los lobos gigantes, osos y trolls de hielo de aquel reino, sino también los monstruos que emergían de las profundidades del mar, desesperados por alimentarse de los abundantes bancos de peces que proliferaban durante la Flameheit.

El único reino que permanecía de una pieza durante las tempestades de hielo y fuego era Asaheim, un altiplano de tamaño continental que se alzaba entre el paisaje cerca del punto más septentrional de Fenris. Asaheim era para las tribus la tierra de los dioses, y con motivo. Allí estaba el hogar de los Lobos Espaciales, que sólo descendían para reclutar sangre nueva para sus filas o ponerse a prueba frente a los seres más letales que pudieran encontrar. Pasaron los milenios y las espantosas tormentas siguieron azotando los flancos de Asaheim a cada año, pero resistió firme y el Colmillo, orgulloso, sobre él. Los fenrisianos eran de cuerpo robusto y voluntad férrea, habían de serlo para poder ganarse la vida en un sitio tan duro, y por lo tanto así eran también los Lobos Espaciales creados a partir de ellos.

Era precisamente esa fuerza natural de Fenris y de su pueblo lo que Magnus pretendía corromper. El altiplano de Asaheim estaba horadado por túneles que descendían hasta las corrientes ígneas bajo la corteza del planeta, una fuente casi infinita de poder geotérmico que permitía el sustento de una base tan colosal como el Colmillo. Existía una red de profundas simas y gargantas en la superficie de Asaheim que llevaban directamente a dicha capa, conocida como la Garganta del Mundo Lobo. Aquel fuego secreto, el corazón oculto de Fenris, era el foco del plan de Magnus. Pero era la obra de Ahriman, el más talentoso entre todos los Mil Hijos, la que le ayudaría a conquistarlo.

Ahriman

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Ningún mortal tiene más poder sobre lo arcano que Ahriman, Archihechicero de los Mil Hijos. Hace mucho tiempo, su historia era de compasión y heroísmo, pues el gran psíquico se adentró voluntariamente por las sendas más peligrosas para hacer mejores a sus hermanos. Desde aquellos días de antaño, ha pasado diez milenios buscando hacerse con suficiente influencia para controlar su destino y el de sus hermanos. Durante ese tiempo ha perdido el norte definitivamente. Ahora Ahriman recorre la senda de la avaricia y la destrucción, aunque moriría antes de reconocerlo, ni siquiera a sí mismo.

La búsqueda del saber es, en esencia, una meta noble; quien comprende el universo puede, en teoría, cambiarlo por el bien de todos. No obstante, ciertos conocimientos sólo traen conflicto. Cuando Ahriman vio manifestarse la maldición genética de los Mil Hijos en los albores de la Gran Cruzada juró hallar un modo de detener su avance. Tras contemplar cómo su hermano gemelo Ohrmuzd mutaba en una abominación balbuciente, el voto de salvar a los suyos se convirtió en la razón de ser de Ahriman. El principal Bibliotecario de la Legión de los Mil Hijos dedicó hasta su último esfuerzo a hallar una solución a la transformación de la carne. Al fin, su obsesiva cruzada le llevó a una suerte de éxito que, sin embargo, ocultaba un terrible fracaso. La Rúbrica de Ahriman, el ritual que él y sus compañeros Hechiceros emplearon para garantizar que sus hermanos ya no mutarían más, convirtió a todos salvo los más poderosos de entre sus filas en polvo no muerto. Así nacieron los Marines Rúbrica, libres de la mutación, pero malditos como autómatas sin alma por toda la eternidad.

Desde que lanzase su sortilegio más siniestro y potente, Ahriman ha vagado por la galaxia buscando reunir suficiente poder arcano para lograr enmendar su error. Conserva la esperanza de invertir de algún modo la Rúbrica y volver a hacer de sus camaradas seres de carne, hueso, y un potencial mental ilimitado. Lleva tanto tiempo persiguiendo esa meta que hará cualquier cosa para acercarse a ella. En las últimas décadas ha estado embarcado en una empresa que le llevará a localizar y saquear la mítica Biblioteca Negra de los Eldar, donde está sellada la totalidad de los hallazgos y el conocimiento de esa raza ancestral acerca de las fuerzas del Caos.

En los últimos años esa búsqueda de Ahriman ha obtenido cierto éxito. Tras combatir con sus custodios Eldar, Ahriman logró acercarse a la Biblioteca Negra lo bastante para proyectar su forma astral al interior del edificio, y eludió a sus extraños guardianes el tiempo suficiente para transcribir el legendario Tomo Laberintus en pergaminos herméticos de su propia creación. Con ese manuscrito de valor incalculable a su disposición, Ahriman puede surcar secciones de la telaraña, la dimensión laberíntica entre la Disformidad y la realidad, que se habían perdido mucho tiempo atrás. Bastantes de los portales que ahora es capaz de reabrir están en planetas colonizados por el Imperio, y entre ellos hay antiguos pórticos de piedra que llevan al mundo letal de Fenris. Así pues, Ahriman vuelve a ser crucial para los planes de Magnus, y viceversa; ahora que Magnus está en deuda con Ahriman, el Archihechicero tiene muchas probabilidades de invadir la Biblioteca Negra con un gran ejército para buscar la cura que tanto desea.

Corrupción en las llamas

Complejos mecanismos

Corrupción en las llamas

 se alinearon mientras las fuerzas de Tzeentch cobraban forma sobre la nieve. Gracias al tomo de Ahriman sus fuerzas se desbordaban desde las puertas ocultas de la Telaraña, y con las Torres Plateadas vomitando ejércitos, el planeta no tardó en acoger una amplia variedad de monstruos y acólitos enajenados. La guerra había regresado a Fenris.

Ahriman aportó a la causa de Magnus algo más que liderazgo excepcional y poder mágico puro. A pesar de que le había llevado casi cien años, había reunido a los hechiceros supervivientes del bando de Magnus, desterrados durante la temida Rúbrica. Muchos tratos, amenazas, sobornos y sacrificios se hicieron para llevar a cabo éste gran esfuerzo, pero en última instancia la misión fue un éxito. Reunieron a los exiliados, entre los que estaban Aarthrat el Comementes, Hakor el Tres veces nacido, el Magister Nezchad Aratos y Omarhotec el Invidente. Cada uno lideraba su propia legión de acólitos. Iluminado por una tormenta de relámpagos rosados, el Archihechicero llegó desde el portal de la telaraña sellado, cuya apertura forzó en la cima del pico más alto de Runeheim. Tras él iba un vasto ejército de Marines Rúbrica, Hechiceros y mutantes.

Invocando a sus compañeros de exilio y sus bandas de acólitos a la guerra, Ahriman había conseguido duplicar la fuerza marcial del Rey Carmesí. El Primarca Demonio descendió desde los cielos sangrantes para encontrarse con Ahriman en persona en el Pico Runeheim, y el Archihechicero se inclinó ligeramente antes de discutir el plan de la caída de Fenris. Mientras las huestes de psíquicos de los Exiliados llevaban la batalla a las fuerzas imperiales en las llanuras de Fenris, Magnus y Ahriman trazaban sus propios planes.

Las salas de rituales en el centro de cada Torre Plateada estaban iluminadas por la luz de las velas situadas en columnas helicoidales, cada una hecha a partir de la carne derretida de una raza xenos psíquicamente activa. Símbolos herméticos recorrían los círculos concéntricos que contenían estrellas de nueve puntas, números de oro y sellos de escarabajo perfeccionados por las mejores mentes de Tizca. En el corazón de cada sala circular había un agujero rodeado por un símbolo que se hundía para mostrar el paisaje del nexo geomántico. En éstas salas se adentraron Magnus, Ahriman y sus acólitos más poderosos, llevando a cabo su rito de corrupción para, a continuación, desplazarse mágicamente a otra torre en la que repetir el mismo ritual una y otra vez. Columnas de poder oscuro fluían desde la parte inferior de cada Torre Plateada, canalizadas en dirección a los pastizales de Fenris. Los aullidos de lobos inundaron la noche, pero con los Lobos Espaciales y sus aliados luchando para repeler oleadas de invasores, ninguno podía prescindir de fuerzas suficientes con las que atacar las torres que ahora brillaban ominosamente en el cielo.

Pese a que la Torre del Cuervo de Cristal explotó en miles de fragmentos cuando se aventuró demasiado cerca del Colmillo, las restantes Torres Plateadas pudieron usar su magia sin obstáculos. El haz corruptor procedente de la Torre Tizcan se sumergió en la caldera del Respirafuego, el mismo volcán que la Gran Compañía de Sven Aullador había adoptado como su símbolo. La tierra tembló y se estremeció igual que los flancos de un perro enfermo. El magma se filtró a través de la corteza agrietada de hielo, pero donde la roca fundida natural de ese lugar sagrado brillaba en naranja, amarillo y blanco, fue donde el alma del volcán burbujeó con un rosa virulento. Una sensación de presión terrible en el aire hizo que incluso las criaturas mortales en una docena de millas sangrasen por los oídos. Luego, con una explosión titánica, el volcán entró en erupción. La nube piroclástica convirtió en astillas los bosques de coníferas de las laderas. Ríos de magma contaminado convirtieron las laderas cubiertas de nieve en espectros humeantes y las rocas cubiertas de musgo en cráneos deformes. La erupción convirtió en ceniza brillante tanto a personas como a animales, pero la Torre Tizcan se mantuvo inamovible.

Al este, las fisuras al sur del glaciar Yrokja brillaron azules con las energías funestas vertidas sobre ellas por la Torre de los Sectai que flotaba sobre ellas. La luz malsana emanada desde aquel sitio se convirtió en cegadora, las fisuras se convirtieron en cristal, y Demonios de todas las formas y tamaños comenzaron a surgir de su interior, desparramándose por las grietas como hormigas saliendo de un nido subterráneo. Los engendros disformes corretearon, descendieron y montaron en carro en todas direcciones, para abalanzarse sobre las tribus temerosas que se habían reunido para contemplar el suceso. Muchos de los Fenrisianos escaparon; algunos incluso se abrieron paso luchando frente a la locura que quería matarlos. A miles los abandonaron para morir sobre la nieve, ya entonces rosácea por los riachuelos de sangre derramada.

En las Puertas de Morkai, extraños espíritus chacal se levantaron de las cavernas que, según la tradición, conducían al inframundo de Fenris. Los fantasmas maléficos persiguieron a los vivos para poseerlos y enviarlos hacha en mano contra los suyos. El Heavensberg se liberó del hielo que lo sujetaba a la tierra y se dirigió a buscar seres vivos a los que aplastar, el agua viva convertida en maremotos como si un billón de ojos se abrieran en su superficie. Las luces en el firmamento, que en el pasado eran vistas como presagios de buena suerte, ahora supuraban en una serpiente estelar en llamas que arrojaba la luz de la Disformidad sobre la carnicería de abajo mientras abría ampliamente sus mandíbulas para devorar el orbe de Midgardia. Bajo la corteza del planeta, los ríos de magma parpadearon y vibraron, mientras los Horrores de azufre bailaban sobre ellos como Demonios en una fiestas oscura.

En todo Fenris, el frío primigenio del Helwinter renunció a su control, derritiéndose a causa de los violentos incendios desatados bajo la corteza del planeta. Un falso Flameheit había llegado - no provocado de forma natural por la órbita del planeta, sino por la acción de un Rey Demonio. Su fuego no era el beso puro y limpio de la estrella del Ojo de Lobo, sino la llama maldita de Tzeentch, el cambio en su forma más cruda.

En cuestión de días las islas bloqueadas por el hielo se congelaron para formar la corteza de Fenris, y los desgarros y quejidos de las masas tectónicas resonaron en el aire como si el propio planeta sufriese el dolor. Quizás así era, porque la lógica ya no primaba en Fenris.

Aquí y allá los habitantes de las oscuras profundidades subieron para atacar a los ejércitos enfrentándose en las orillas de cada masa de tierra menguante, aplastando a docenas de guerreros con tentáculos protuberantes y correosos tan anchos como un bote. Manadas de lobos aullantes cayeron sobre los soldados de infantería de los Mil Hijos, que mostraban la luz de pánico y desesperación en sus ojos. Incluso los trolls de hielo de los picos abandonados salieron de sus guaridas para atacar a las hordas del Demonio con garras y garrotes, pues incluso sus mentes salvajes percibían a los extraños invasores que amenazaban su hogar. Las tribus de Fenris, belicosas y fieras, son las que lucharon con más dureza en combate, y en varias batallas resistieron hombro con hombro con los guerreros celestiales de las leyendas que contaban junto al hogar. El planeta entero se había sumergido en la guerra, y cada lugar sagrado era el epicentro de un conflicto enconado.

Sólo un foco de poder permanecía al margen. El Colmillo dominaba el horizonte de Asaheim, tan inquebrantable e indomable como siempre. Pero el Rey Carmesí también tenía planes para la legendaria fortaleza.

Los guerreros malditos de Fenris

Los guerreros malditos de Fenris

Aunque los Lobos Espaciales lucharon con fuerza contra los traidores, y aunque muchas sagas se acortaban cada día, fueron los nativos de Fenris los que pagaron el precio más alto. Tuvieron que vérselas cara a cara con algo contrario al orden y la cordura; la materia prima de la Disformidad en forma tangible y lanzada contra ellos.

Con los cielos desgarrados por el subproducto psíquico de la invasión en curso, había pocos indicios que ayudasen a distinguir el día de la noche. Los yermos blancos se encendían cada hora con tonos rosas y azules chispeantes. El Ojo del Lobo, sofocante y enorme, derramaba una luz enfermiza que ofrecía poca más iluminación que Valdrmani.

Los Hijos de Russ lucharon con todo lo que tenían a mano para desafiar a los invasores del Caos. Las grandes manadas rondaron las llanuras, y sus habilidades como cazadores resultaron más vitales que nunca para presentar batalla a Demonios y traidores por igual. Muchos vieron cómo sus cargas gloriosas se estrellaban contra los muros inflexibles de ceramita y polvo levantados contra ellos. Los Lobos Solitarios buscaron muertes gloriosas contra los enemigos más poderosos como un testamento para sus hermanos caídos. La mayoría murió en el fuego, consumidos por las energías mutantes de las descargas enviadas contra ellos. Las manadas de bestias lupinas, grandes y pequeñas, se escabullían y acechaban, dando caza instintivamente a las partidas de guerra invasoras para a continuación despedazarlas con repentina ferocidad. Una y otra vez, los cadáveres humeantes de las manadas de lobos quedaban esparcidos por el hielo a causa del fuego de los impasibles Marines Rúbrica. Con Logan Grimnar aún desaparecido, no había bastante organización como para unir a los Lobos Espaciales y los suyos en una fuerza contundente con la que repeler a las Torres Plateadas envueltas por la magia. Los defensores del mundo letal estaban causando unas pérdidas significativas, pero sus enemigos iban invariablemente un paso por delante.

Había algunos nativos de Fenris que, pese a no haber entrado aún en las filas de los guerreros celestiales, se impusieron contra pronóstico a los intrusos demoníacos que lanzaban fuego y condenación. Sin embargo, esa victoria les cambió para siempre. Los huscarls veteranos regresaron junto a sus parientes con las hachas asidas sin fuerza y la mirada perdida. Los jóvenes ansiosos de gloria quedaron devastados terriblemente por lo que vieron. Las doncellas escudo se escabulleron a sus camas encorvadas como ancianas. Y estos fueron los afortunados, porque aunque sus mentes se habían visto devastadas, al menos sus cuerpos estaban sanos.

Las energías del cambio que se agitaban en el planeta eran tan profundas y poderosas que aquellos mortales tocados directamente por los fuegos de Tzeentch sufrieron transformaciones terribles. Mutaciones desgarbadas, ojos en axilas y espaldas y crestas de plumas que recorrían sus cabelleras rapadas y sus hombros. Algunos perdieron su apariencia humana por completo, convertidos en engendros horribles que desafiaban toda descripción y dañaban la cordura de quienes eran testigos de su transformación. Los nacidos bajo aquel cielo antinatural eran monstruosos. Incluso aquellos cuyas extremidades parecían normales, cuando se les daba el hacha de nacimiento, no sólo agarraban el arma sino que además la utilizaban para cortar las manos de sus sorprendidos padres. Quién sabe cuántos jóvenes guerreros de Fenris que parecían sanos y fuertes llevaban oculta la semilla del cambio que en algún momento maduraría.

Las tribus de Fenris habían sido maldecidas. Fue una pesadilla calculada y deliberada enviada por Magnus el Rojo, porque su legión había estado plagada por el cambio desde hacía mucho tiempo; en parte, esa era la razón por la que habían tratado de dominar las artes por las que se vieron perseguidos. La mutación desenfrenada no pasó desapercibida por los agentes del Ordo Hereticus que monitorizaban el Sistema Fenris en busca de la corrupción del Caos. En la oscuridad de los santuarios secretos Psykana, los astrópatas enviaron misivas gritando a través del vacío.

Bajo la extraña luz de los cielos embrujados, los Hijos de Russ defendieron su hogar y cada guerrero luchó con uñas y dientes contra una marea interminable de enemigos. Una sensación de perdición se cernía en el ambiente. Aunque pocos hablaban de ello, todos conocían el saber del Capítulo lo bastante bien como para darse cuenta de quién estaba causando esa devastación en su mundo. Los Grandes Cíclopes estaban entre ellos, o cerca; era la única explicación. Los señores del Colmillo se preguntaban si la Hora del Lobo pendía sobre ellos y, si era así, si el propio Leman Russ aparecería de los anales perdidos de la historia para conducirlos a la victoria.

La furia de los Señores Lobo aumentaba con cada día que pasaba. Cada rey guerrero llevó a su Gran Compañía a los páramos, acelerando el paso a través de las nieves en transportes santificados para enfrentarse al traidor y al monstruo allí donde lo encontrasen. Aunque cazaban dentro de su propio territorio, fueron emboscados por los Marines Rúbrica con descargas atronadoras que emergían de cascadas heladas, acumulaciones de nieve o les acechaban desde los mares envenenados.

Los Lobos Marinos navegaron con una flota de cañoneras a través de los mares hirvientes, descargando la muerte en los cefalópodos corrompidos que acechaban los témpanos de hielo en busca de carne humana. El propio Engir Kraken luchó cuchilla contra garra con una hidra de mar de piel en llamas, cercenándole una cabeza, del tamaño de una roca, tras otra con su lanza de energía Mangolargo, antes de asestar el golpe mortal con su escudo tormenta. Al hacerlo, salvó a la tribu Ballenera del hielo de la masacre, pero comprometió a sus hombres a una batalla tempestuosa sobre témpanos de hielo basculantes, en un combate contra Demonios que treparon desde el cadáver del monstruo.

Las legendarias manadas de Exploradores de Erik Morkai informaron de una serie de apariciones cerca de las Puertas de Morkai. La Gran Compañía investigó el suceso a conciencia. Los espíritus de chacal que emanaban de la gran grieta en los flancos rocosos de Morkaisen sobrevolaban los pasos de montaña para caer sobre las tribus de las cuevas - y, en algunos casos, las poseían por completo. Erik ordenó a sus guerreros disparar contra todos los que parecieran contaminados por el Demonio. A regañadientes, los guerreros de rostro adusto cumplieron las órdenes. Su decisión pronto quedó justificada. De cada miembro caído de la tribu surgían un par de Horrores Azules, enfadados porque su diversión se había echado a perder, y se abalanzaban al combate. Los Exploradores superaron a aquellas criaturas repugnantes con sus cuchillos de combate y pistolas bólter, pero no antes de que varios de ellos quedasen convertidos en cadáveres quemados y sangrantes.

Ragnar Blackmane había regresado al Colmillo tras el destierro del Cambiante, porque sabía que enredarse en los interrogatorios exhaustivos de los Ángeles Oscuros le haría perder un tiempo muy valioso. El viaje de su Gran Compañía desde el Colmillo hasta el campo de batalla fue típicamente grandilocuente. Los Crines Negras se precipitaron a través de los cielos en escuadrones de cañoneras, cuyo chillido en el descenso y las cicatrices que dejaron a través de los cielos anunciaron su presencia a todos. Desde las fisuras de cristal de Yrokja, rayos azules cegadores de energía psíquica emergieron hacia el cielo para impactar a un par de cañoneras. Los guerreros que estaban en el interior de las naves cayeron en picado hacia una tumba temprana; ese fue el coste de la guerra. El resto de las cañoneras aterrizó sin sufrir pérdidas. 

Una tras otra, las cañoneras derraparon con fuerza en la cima del fiordo Fisuras de Yrokja, con los cañones retumbando. Los acantilados se convirtieron en cuarzo facetado por las magias del Laberinto de Cristal de Tzeentch, que se desprendieron e hicieron añicos. Gritos de furia y desesperación emergieron de un millar de gargantas demoníacas mientras caían en el espumoso mar que aguardaba abajo. Las exclamaciones se convirtieron en gritos de dolor cuando los Crines Negras desembarcaron en medio del estruendo de bólteres. Fue en esos acantilados donde el Rey Joven luchó a través de la barrera mágica del Señor de la Transformación Xchar´hanrark, cercenando la cabeza sin ojos del Gran Demonio con un golpe de su espada de dientes de sierra kraken, Colmillo Gélido. Ninguna victoria se celebró aquel día, ya que los Garras Sangrientas que perseguían a las hordas demoníacas hasta las extrañas cuevas de los acantilados desaparecieron al completo. Atrapados en laberintos glaciares interminables al borde de la realidad, nunca volvieron a ser vistos.

Los guerreros de Kjarl Ceñosangre, que algunos decían que estaban obsesionados con el fuego, lucharon no para quemar sino para preservar. El antiguo bosque de Oshva Weald, que había sido aprovechado por las tribus indígenas para la creación de lanchas robustas, fue pasto de las llamas debido a energías extrañas y horribles cuando los Sangre Macabra, la Gran Compañía de Kjarl, descendieron de los cielos. Habían ido en busca de los agentes de Tzeentch, y los encontraron en abundancia. El bosque entero estaba infestado de Demonios con llamas en los puños que se movían dando saltos erráticos, mientras lanzaban llamas sobre los árboles de corteza de acero que se retorcían como si fueran hombres quemados en la hoguera.

Dejando a un lado sus lanzallamas y sofocando su necesidad de sumergirse en la batalla, los Sangre Macabra se dividieron en dos grandes manadas. Una se dirigió con celeridad hacia el río de aguas heladas que corría a lo largo del bosque cada Flameheit. Talando suficientes árboles como para crear una presa, esa primera manada provocó que el río se desbordase por sus orillas y, aunque la inundación resultante no pudo extinguir el fuego disforme, obligó a los Demonios a volver hacia las armas de la segunda fuerza. Atrapados entre las dos mandíbulas de la trampa de Ceñosangre, las criaturas de llamas fueron aniquiladas. En el bosque, Ceñosangre percibió algo entre las llamas, un fragmento de sabiduría que hablaba de una perdición inminente. En el ojo de su mente vio un río de maldad, rojo hirviente, que se elevaba para ahogar el Colmillo desde el interior. La visión le inquietó tanto que convocó a su antiguo aliado, el Sacerdote Rúnico Svangthir Barbaquemada, y se sinceró con él. Lo hizo a resguardo de oídos indiscretos, ya que no quería propagar los rumores de que Kjarl Ceñosangre podía ver el futuro en el fuego. El Sacerdote Rúnico asintió sabiamente, pues sus propias adivinaciones le habían llevado a las mismas conclusiones.

La hueste dentro de las llamas

La hueste dentro de las llamas

La invasión del Rey Carmesí necesitaba dos cosas por encima de todo: mantener a los Lobos Espaciales a la defensiva, reaccionando a sus ataques a medida que sucedían; y mantenerlos convencidos de que el verdadero peligro de su resurgimiento ya se cernía sobre ellos. Con éste fin, puso en marcha un plan terrible con el que atacaría justo en el corazón del reino de Russ.

El Sacerdote Rúnico Barbaquemada se arrodilló entre las brasas del Oshva Weald, mientras trataba de llegar mentalmente a sus hermanos dentro del Colmillo. No hubo respuesta, ya que el propio aire estaba teñido de las energías perturbadoras del Caos. Había algo profundamente dañado en el espíritu del mundo de Fenris - la esencia del planeta estaba herida, y esa herida estaba en peligro de ser infectada por las energías de la Disformidad. Todo lo que Barbaquemada pudo ver en el ojo de su mente fue un rostro ciclópeo que lo miraba imperiosamente. Interrumpió la conexión con un estremecimiento. Si sus hermanos estaban allí, en el paisaje mental por el que generalmente rondaba con facilidad, no podía encontrarlos.

Llamando a Vya, su Eligemuertos, Barbaquemada puso en marcha un plan diferente. Habló al córvido cibernético acerca de la visión que Lord Ceñosangre había tenido, y le pidió que viajase al Colmillo cuanto antes. Vya voló hacia allí, batiendo con fuerza sus largas alas negras. Extendiendo su báculo, el Sacerdote Rúnico aprovechó una parte de los furiosos vientos que rugían encima y envió el huracán sobre su lomo, haciendo que Vya volase con aún más rapidez. Si las predicciones de Kjarl eran ciertas, llevaba consigo noticias de gran importancia.

Tal vez la táctica fue vista por Magnus, porque en cuanto el cuervo sobrevoló la Península Rans, un enjambre de Demonios tiburones del cielo se lanzó en picado tras él. Vya era más rápido, pero los Demonios planeaban sobre los vientos etéricos y su hambre malévola les daba velocidad. El Demonio principal se abalanzó hacia delante, con energías funestas crepitando en sus fauces, y Vya convirtió las plumas de su cola en cenizas humeantes. El mensaje de Ceñosangre, llevado sobre alas frágiles, estaba a segundos de ser silenciado.

De repente, un trueno retumbó y un relámpago relució. Seis de los Demonios quedaron iluminados por una luz blanca cegadora antes de desaparecer por completo, y una tormenta de bólteres explosivos martilleó en la penumbra al resto del grupo demoníaco. Deslizándose desde las nubes surgió la Thunderhawk Lanza de Hierro, con sus puertas delanteras abiertas como las fauces de una sierpe metálica. Con un rugido de turbinas, la cañonera abrió fuego para atraer a Vya a su bodega cavernosa, salvándola de los chillidos de los Aulladores, que gritaron con frustración mientras la Thunderhawk se alejaba. Los ciberfamiliares de Barbaquemada llevarían su mensaje al Colmillo, y así, alertarían a sus guardianes del desastre que amenazaba destrozar el corazón de la fortaleza-monasterio.

En las profundidades del Respirafuego, Magnus y su cónclave de Hechiceros Exaltados entonaron encantamientos maléficos encima de un lago de lava hirviente. Esa misma roca fundida, donde se arremolinaban fantasmas disformes después de que el rayo de la Torre Plateada hubiese impactado en el blanco, burbujeaba con energías oscuras. Un humano normal habría muerto en segundos en el furor sulfuroso del volcán, pero Magnus no era un hombre, y sus vasallos Hechiceros estaban mucho más allá de las limitaciones de la carne. La cábala llevó a cabo un gran rito que convocó a sus aliados demoníacos en la lava. Los ojos, la boca y las garras prensiles se hincharon y burbujearon a través de la roca fundida hasta que el lago de fuego quedó infestado por completo.

Magnus había elegido a los más destacados practicantes de la tradición Pyrae para que le ayudasen en su tarea, y ahora les había llegado el turno de unirse al ejército en el lago de fuego. Uno a uno, los Hechiceros dejaron de ser criaturas de carne, hueso y ceramita para convertirse en seres de llama viva, deslizándose en la lava como si fuera agua cristalina y desapareciendo bajo la superficie sin una ondulación. Magnus sonrió satisfecho antes de extender por completo sus poderosas alas y volar hacia los picos dentados del horizonte.

El ejército, una amalgama de Demonios y piromantes, se deslizó a través del manto de fuego del planeta con la facilidad de tiburones nacidos en corrientes de aguas profundas. Incluso estando ciegos, podían sentir la dirección del Colmillo dentro de las líneas místicas que atravesaban Fenris, pues su espíritu indomable era tan fuerte que tenía una presencia psíquica propia. Se acercaron nadando, haciendo presión en las granjas de energía geotérmica que impulsaban aquella inmensa fortaleza desde abajo. Su intención era atacar los santuarios interiores de los Lobos Espaciales desde dentro y destruir sus generatorums, sumiéndolos en la oscuridad y silenciando sus armas para que sus hermanos pudieran entrar. Habían elegido un vector de ataque tan extraño que ni siquiera los Sacerdotes Rúnicos lo tendrían en cuenta para protegerlo. Era un plan digno de un Primarca Demonio, y mientras el ejército fundido burbujeaba a través de las alcantarillas de magma del Colmillo, parecía que sería un éxito sin precedentes. Sin embargo, como dicen en Fenris, a veces el guerrero más manso puede erigirse contra el gigante más poderoso.

Alcanzando de forma segura los muelles Skyshield del Colmillo en la Thunderhawk Lanza de Hierro, Vya el cuervo cibernético ya había volado a través de los pasillos de la fortaleza antigua con el mensaje de Ceñosangre en la vanguardia de su mente. Alcanzó a los Sacerdotes de Hierro de los niveles más bajos pocas horas antes de que los ejércitos de magma tomaran forma una vez más en las mazmorras inferiores de la fortaleza de los Lobos Espaciales. Repiqueteando y graznando en canto binario, el ciber-cuervo habló del río de llamas que Ceñosangre había visto levantarse para ahogar el Colmillo. Fue suficiente para que los Sacerdotes de Hierro consultasen a Krom Ojodragón, castellano del Colmillo, y para monitorizar los niveles subterráneos de su fortaleza. Allí detectaron picos de energía que dieron credibilidad al mensaje del cuervo.

Fue suficiente. Desde el primer choque en suelo fenrisiano, los Sacerdotes de Hierro habían comenzado el proceso de despertar y preparar para la guerra a los Dreadnoughts de la base del Colmillo. Su intención original había sido la de enviar a los caminantes protegidos por el casco de adamantium a batallar contra los invasores más allá de las llanuras de hielo. Ahora, bajo la orden de Krom, se apresuraron a enviar sus poderosas cargas contra el enemigo interior.

En las profundidades del Colmillo

En las profundidades del Colmillo

Los Sacerdotes de Hierro que corrieron hacia el lecho de roca del Colmillo estaban al borde de la desesperación. Si el mensaje del cuervo era verdad, tenían poco tiempo para interceptar la extraña invasión que ya estaba en el interior del Colmillo. Primero tenían que buscar la ayuda de uno de los grandes héroes de Fenris. Bjorn Garra Implacable marcharía a la guerra una vez más.

Las mazmorras del Colmillo han sido durante mucho tiempo el hogar de esos secretos que los Lobos Espaciales mantenían ocultos al Imperio. La fortaleza-monasterio es tan grande que sólo los Sacerdotes de Hierro conocen la totalidad de su alcance. Se dice que sus túneles son más numerosos que los pelos de la espalda de un troll, y que se extienden durante kilómetros a través de la meseta de Asaheim. Las Grandes Compañías, una fracción de la fuerza que amasaron una vez durante la época de la Herejía, apenas llenan la décima parte del Colmillo cuando se reúnen todas las fuerzas del Capítulo. Aunque esto proporciona a los Lobos Espaciales una extensa guarida en la que preservar la cultura de su raza, también hace casi imposible la defensa de todo el Colmillo.

A través de las rejillas de ventilación y alcantarillas apareció una marea burbujeante de magma. Un hedor antinatural impregnó los niveles más bajos de los pasillos iluminados por antorchas, mezclado con un acre olor químico. La temperatura en esas profundidades solitarias que, por lo general, estaba muy por debajo del punto de congelación, comenzó a elevarse hasta convertirse en un calor irritante. El cambio estaba llegando a una parte de Fenris que había permanecido inalterada durante milenios.

Las primeras criaturas que surgieron crepitando de la materia Disforme fundida fueron los Horrores de Azufre, pequeñas bestias de fuego sulfuroso que escupían líquidos ardientes sobre los sellos sagrados tallados en las paredes para alejar el maleficarum (la influencia del Caos). Las runas parecían estallar, y los Horrores de Azufre más cercanos se apagaban en respuesta. Los otros se alejaron bailando con gritos de alarma en busca de cosas más fáciles de quemar.

Las siguientes en levantarse junto al fuego líquido fueron unas criaturas extrañas, de cuerpos curvados, conocidas como Incineradores. Lanzaban fuego disforme por sus extremidades musculosas, derritiendo roca y sello rúnico por igual. Pronto las paredes de la bóveda quedaron cubiertas de fuego líquido, y caras deformes y anatomías retorcidas aparecían en las llamas antes de materializarse como Demonios con entidad propia.

En éste panorama de enfermizos colores rosados emergió Xarax Throtep, líder Piromante de la hueste Tizcan, y un trío de compañeros piromantes. Sus formas de fuego se unieron a partir del magma. Primero, cascos con cuernos, luego anchos hombros, seguidos de túnicas de llamas. Un aquelarre que flotaba reluciente sobre el río de roca fundida que fluía como una serpiente a través de los pasillos del Colmillo. Los Señores del fuego Tizcan compartieron una comunión silenciosa mientras más Demonios subían desde el río de fuego, para luego partir hacia el sur, arrastrando a su paso llamas disformes.

La misión que Magnus había dado a sus formadores de fuego era que provocaran tanta destrucción como les fuera posible. Ellos cumplieron la orden con mucho gusto, en parte para vengar a los centenares de sus guerreros que habían muerto asaltando la fortaleza-monasterio en el M32, y en parte para distraer la atención de las verdaderas acciones de su Primarca. La hueste llameante se hizo más numerosa a medida que más y más magma corrupto se derramaba en los pasillos, y cada ascua de roca fundida traía consigo una nueva progenie de Horrores o bestias demoníacas de puños llameantes. Su misión consistía en encontrar y sobrecargar los reactores geotérmicos que proporcionaban la energía al Colmillo. Si tenían éxito, la carnicería explosiva que causarían en las entrañas del Colmillo lo desestabilizaría y debilitaría. Mejor aún, muchas de las defensas del Colmillo quedarían sumidas en la oscuridad, de modo que las Torres Plateadas - y el propio Magnus - podrían asediarlo con impunidad.

Se dirigieron hacia las salas de los muertos, unas criptas donde los héroes de los Lobos Espaciales eran reverenciados. Cuando el Demonio Exaltado Escupeascuas - un lanzallamas gigante henchido por el poder de la transformación - se manifestó en la realidad, los antiguos tapices y escenas en madera que adornaban las paredes estallaron en llamaradas de fuego multicolor. Las sagas que representaban adquirieron una nueva forma en la que se mostraba a los Lobos Espaciales muertos a merced de esos tiranos y monstruos a los que, en realidad, habían matado con honor en el pasado.

A través de los niveles inferiores de las mazmorras, sonaron los aullidos de alarma de los servidores gárgola. Krom Ojodragón, de nuevo el castellano principal del Colmillo, tras haber regresado de las fortalezas destrozadas de Valdrmani, fue rápido en tomar su hacha y unirse a los defensores de los niveles inferiores. Entretanto, los Sacerdotes de Hierro apretaron sus colmillos y redoblaron sus esfuerzos para llevar al combate tantos Dreadnoughts como fuera posible. Dos de ellos fueron enviados a las guaridas ocultas de los Wulfen; había un ejército de Fenrisianos en las profundidades y, si eran capaces de liderarlo, la intrusión podría ser detenida.

Entre los Sacerdotes de Hierro se encontraba el Señor Bran Faucerroja, que con profundos aullidos alertaba a los perdidos y los que soñaban. Con su casco a un lado, el Señor Lobo podía oler el hedor del fuego disforme, que se hacía más fuerte a cada minuto que pasaba. Bran notaba cómo sus sentidos se rebelaban y la salvaje bestia que habitaba dentro de su alma trataba de liberarse, pero siguió sus órdenes con fuerza y constancia.

Una tras otra se abrieron las bóvedas en la oscuridad, y el sello de autoridad del Señor Faucerroja bastó para que incluso las puertas cerradas con runas de las cárceles más profundas se abriesen a un silbido suyo. Tras él, sombras bestiales se escabulleron por las paredes. Aullidos sedientos de sangre sonaron a través de los túneles del Colmillo mientras Bran conducía a su ejército secreto hacia el hedor repugnante de la invasión demoníaca.

En un túnel paralelo mucho más grande, y adornado desde el suelo hasta el techo con escritura rúnica, los Sacerdotes de Hierro lideraban una fuerza de ataque de los suyos. El polvo cayó desde el techo arqueado al paso de los colosos que habían despertado, reverberando a través del lecho de roca. Con ellos llegó Krom Ojodragón. A pesar que había ordenado a su Guardia del Lobo que dirigiese la defensa del Colmillo en su ausencia, lideró una fuerza de ataque formidable de Mata Dracos.

Los dos pasillos paralelos emergían en la caverna de Garra Implacable, una sala enorme y apuntalada. Poco después, Ojodragón y Faucerroja vieron la hueste de Sacerdotes de Hierro y Dreadnoughts. Valdrak Forjaescudos lideraba la procesión de caminantes señalando a los Señores Lobo, mientras los dos ejércitos convergían en uno. Aunque Forjaescudos sabía que debía tratarse de una sensación producida por algún efecto de la luz, podría haber jurado que vio una leve sonrisa esbozarse en el rostro curtido de Bran.

Al otro lado de la enorme caverna, un río de magma corrompido hervía y se revolvía hacia ellos. Demonios con formas cambiantes bailaban y saltaban por encima de él, con sus voces chillonas mezclándose con las crepitaciones de las llamas. La corriente de roca fundida y sus jinetes demoníacos fluyeron por la caverna como un delta al mar, y su paso fue guiado y moldeado por los piromantes al frente en una serie de envites como puntas de lanza.

Situada a distancia de la hueste de llamas disforme, se dispuso una línea de Dreadnoughts, indomables en cuerpo e infalibles en voluntad. Algo más de sesenta se interponían a la invasión de los Demonios. Ese poderoso grupo se dispuso en torno al legendario Bjorn, el guerrero de la Garra Implacable, mientras el último de los piromantes entraba en la caverna; entonces, el viejo héroe profirió un grito de guerra tan fuerte que resonó como un trueno.

Los Wulfen fueron los primeros en atacar, como siempre. Por un tiempo, pareció que se revivía la caída de Tizca: llamas por todas partes, y las figuras musculosas saltando a la batalla contra los brujos de casco alargado de Magnus. Algunos de los Wulfen eran los mismísimos guerreros de la legendaria Gran Compañía de Jorin Colmillosangre, perdida en las mareas eternas de la Disformidad durante diez milenios. Habían sido rescatados por las Grandes Compañías, salvados del Mar de Estrellas y reintroducidos en el Capítulo, sólo para enfrentarlos a los mismos guerreros místicos a los que habían perseguido mucho tiempo atrás en el Ojo del Terror.

Esta vez, Xarax y sus compañeros piromantes estaban preparados para combatirlos. Con amplios gestos de sus báculos, lanzaron oleadas de Horrores y Aulladores a la batalla. Aunque cada Demonio fue despedazado o pulverizado por los Wulfen, los farfullantes engendros disformes lograron causar graves daños, incinerando a muchos héroes veteranos y clavando cuchillos de hoja larga en las caras sin protección. Los Hechiceros ganaron tiempo para sus subordinados, convirtiendo manadas enteras de Wulfen en ceniza dispersa con sus encantamientos.

Sin embargo, el ataque de los Wulfen también había servido para ganar un tiempo precioso, y sus propios aliados estaban ya muy cerca.

Guarida de los Antiguos

Guarida de los Antiguos (I)

La hueste de terrores ardientes que había atravesado las áreas inferiores del Colmillo se estaba enfrentando en batalla con filas de Wulfen. Un ejército de leyendas vivas estaba cerca. Cada héroe era una manifestación del espíritu indomable de los Lobos Espaciales, armado y blindado más allá de los límites mortales. No abandonarían sus guaridas frente a la hueste de la llama de Tzeentch mientras vivieran.

Todos a una, los Dreadnoughts de los Lobos Espaciales abrieron fuego. Una lluvia de disparos de cañón de asalto impactó en el blanco, y los rayos de los cañones láser los atravesaron como un rayo a través de una tormenta. El más cercano de los piromantes, Avantu Thotek, agitó su báculo, y una de las andanadas de proyectiles de metal se fundió, impactando en su objetivo como poco más que perlas de mercurio. La primera descarga de rayos de los cañones láser pasó de largo, sin alcanzar a la hueste de Demonios pero golpeando las cadenas que mantenían la puerta sellada. Una inmensa hoja de guillotina de adamantium cayó de golpe, aislando a los Demonios de fuego que llegaban a través de los túneles como refuerzo. Muchos de los Demonios danzantes que hacían cabriolas dentro de la caberna interpretaron mal la situación y se rieron en señal de triunfo, pensando que los Lobos Espaciales estaban encerrados y a su merced. Entonces los cañones congelantes de los Dreadnoughts abrieron fuego al unísono, y la letal verdad se hizo evidente.

La cabecera del río de magma explotó y se replegó como la cresta de una ola atrapada en una galerna. El fuego se convirtió en hielo y la piedra fundida mutó en un muro congelado, que se enroscó alrededor de Xarax Throtep. Durante un momento, el Hechicero se quedó clavado en su lugar. Un punto de luz destelló desde el interior del muro durante un segundo y, a continuación, todo el edificio estalló en todas direcciones como una nube de dispersión de aves fénix esqueléticas. Las aves demoníacas prendieron fuego a la roca húmeda de las paredes de la caverna, creando en el proceso una cortina de humo que oscurecía a la hueste de Tzeentch de los cañones del enemigo.

Envalentonados, los Demonios de fuego volvieron a atacar. Xarax Throtep arrojó proyectiles de fuego centelleante tan fieros que derretían incluso los cascos de adamantium de los Dreadnoughts. Un muro de fuego disforme surgió desde el suelo de la caverna una vez más. Esta vez fue Bjorn el que se interpuso en su camino, sacudiendo el suelo a su paso mientras disparaba una carga lenta pero imparable. Impactó el muro de llamas sin ralentizar la velocidad. Las runas de majestad y conservación grabadas en su casco se dilataron como el azul helado de un cielo de invierno, mientras combatían el Maleficarum que amenazaba con consumirlo. De repente, apareció desde el muro de fuego psíquico, brillando de la cabeza a los pies con energías incandescentes. Por un momento, los Sacerdotes de Hierro temieron que el guerrero gigante había encontrado su destino final. Pero Garra Implacable llevaba consigo la bendición del mismo Russ; incluso se había enfrentado a Magnus y había sobrevivido.

Las corrientes de llamas que convergían en Bjorn se hicieron más brillantes cuando los piromantes canalizaron cada vez más energía en él. Una a una, sus runas de hielo se extinguieron y, aunque una docena de Dreadnoughts cargaba a su paso, su ayuda llegaría demasiado tarde. El casco de Bjorn comenzó a derretirse, mientras los espectros de vapor parloteaban donde las serpientes de fuego lo constreñían para enviar riachuelos de adamantium silbante a las piedras.

Entonces, vino el aullido.

Guarida de los Antiguos (II)

Cientos de Wulfen, recuperados de las cuatro esquinas de la galaxia tras su largo exilio, cargaron al cuerpo a cuerpo. Entre ellos había criaturas de miembros largos y ojos amarillos brillando a la luz del fuego. Algunos eran esbeltos y delgados, otros enormes y fornidos, gigantes de cabezas lupinas que empuñaban grandes lanzas ceremoniales. Se reunieron alrededor de su señor Bran Faucerroja, y del Dreadnought arrasador conocido como Murderfang. La ira destructiva de la máquina les estimuló a perpetrar acciones cada vez más violentas. Un centenar de fusiones diferentes de lobo, guerrero de tribu y Marine Espacial corrían y saltaban sobre el delta de magma, mostrando los dientes y la saliva de sus bocas rugientes.

Incluso una bestia depredadora fenrisiana se habría resistido a cruzar la llama mágica, pero aquellas cosas que consideraban las mazmorras su hogar no conocían el miedo. Decenas y decenas fueron quemadas o mutadas, pero el resto siguió su camino en una marea de colmillos y garras. Cayeron sobre los Demonios de fuego como si no ansiaran otra cosa que su esponjosa carne, arrancándola en grandes trozos pese a que el magma les quemaba sus extremidades como brasas brillantes. Dos de los piromantes fueron derrotados y aniquilados tanto por la furia pura como por la fuerza de las extremidades, mientras los otros convertían a las criaturas lobo en ceniza.

Entonces, la primera oleada de Dreadnoughts impactó en el blanco con sus garras-guantelete, y la hueste de Demonios comenzó a ceder. Como un muro móvil de adamantium que lo arrasaba todo a su paso, el ejército de héroes enterrados avanzó a través de paredes de fuego mutante y grupos de Horrores Demoníacos, hasta que lo único que quedó fueron charcos de ectoplasma ardiendo. La batalla en las profundidades del Colmillo se recrudecía a cada segundo que pasaba, pero Xarax Throtep no aparecía por ningún lado. En las cámaras del reactor más allá de la caverna, los fuegos saltaban y bailaban como si alguien les hubiera hecho cobrar vida.

Capítulo 3: La Serpiente y el Lobo

La Serpiente y el Lobo


El relato de Haakon Ojo Amarillo (Relato Oficial)

El Relato de Haakon Ojo Amarillo (Relato Oficial)

Se dice que, en el Tiempo de la Creación, el Todopoderoso lanzó la esfera de Fenris al Mar de Estrellas, creyendo que no era un lugar apto para la vida. Fenris sintió el frío de la Oscuridad y corrió de vuelta a la calidez del sol, llamado el Ojo del Lobo. Sin embargo, el calor del Ojo resultó ser demasiado, y Fenris huyó hacia la Oscuridad exterior de nuevo. Es por éste motivo que cada Gran Año Fenris corre hacia el sol en Verano, y entonces vuelve a escapar para sumergirse en el abrazo del Invierno.

(El Relato de Haakon Ojo Amarillo)

El relato de Haakon Ojo Amarillo

El Relato de Haakon Ojo Amarillo

Los cielos de Fenris ardían a medida que los planes de Magnus se desvelaban. Los escombros al rojo vivo caían del cielo, restos de la que antaño fuera una gran nave destruida por la traición y por un trágico malentendido. Las Torres Plateadas flotaban en órbita baja, y sus bombardeos de energía caleidoscópica destrozaban a cualquier nave Imperial que osara entablar combate. Las auroras que llenaban el cielo nocturno vacilaron y tomaron forma, convirtiéndose en grandes leyendas zodiacales que se retorcieron en la estratosfera. Para los miembros de la Tribu de Fenris, la serpiente ardiente de los Mil Hijos parecía lo bastante grande como para consumir las estrellas, y cada noche crecía más. Pero no estaba sola. Con el espíritu guerrero de Fenris avivado por las llamas de la invasión de Magnus, el Mundo Lobo había aparecido en forma de espíritu. El pueblo de Fenris experimentó un éxtasis feroz, cuando la bestia celestial desgarró grandes nebulosas de esencia de éter de su enemigo. Era una batalla surrealista e inhumana, y cada golpe tardaba toda una noche en consumarse. Para los videntes de Fenris, aquello era un signo inequívoco de que el espíritu inmortal del planeta estaba malherido... pero aún seguía en pie.

La serpiente y el lobo

El regreso de una leyenda

El Regreso de una leyenda

El Alto Rey de Fenris estaba perdido bajo la superficie de Midgardia, y resultaba irrecuperable hasta que Egil Lobo de Hierro recuperó parte de su armadura y coaccionó a su espíritu máquina a revelar la localización de su dueño. Fue Egil quien lideró la teleportación, arriesgándose a translocalizarse a un infierno o incluso a la roca madre del planeta en el proceso.

Los Lobos de Hierro siempre habían sido respetuosos con los espíritus máquina que les prestan servicios, y los Sacerdotes de Hierro que atendian el teleportarium conocían bien su oficio. En una cúpula de energía cerúlea crepitante, Egil cruzó con éxito hasta el corazón de piedra de Midgardia, con un teleportador apretado en sus guanteletes con garras. Tras una corta pero desesperada búsqueda en la oscuridad, se encontró con Logan Grimnar y su Guardia Real abriéndose paso metro a metro desde la caverna de los Tetrarcas.

Egil se arrodilló frente a ellos, presentando la baliza de teleportación como un caballero presenta una espada frente a su señor. Rápidamente se completó el ritual de teletransporte y el Señor Lobo de Hierro y el Alto Rey se alzaron sobre el puente del Honor del Padre de todos. Sus expresiones pétreas estaban iluminadas por el fuego de la desaparición de Midgardia. El Alto Rey de Fenris había estado a punto de perecer pero gracias al ingenio de Egil Lobo de Hierro había podido salvarse y estaba donde debía estar: a la vanguardia del esfuerzo de guerra.

En el strategium de su nave insignia, el Señor Grimnar inspeccionó los pergaminos y las hojas de datos que le habían llegado desde todos los rincones del Sistema Fenris. En torno a él se reunieron no sólo sus campeones, sino también el Señor Lobo de Hierro, los restos de su manada y los Caballeros Grises del Gran Maestre Valdar Aurikon, que se habían transportado al puente cuando la noticia de la mancha demoníaca de Midgardia les llegó. Los rasgos de Grimnar, amoratados por los golpes, eran sombríos. Ningún vasallo se atrevía a acercarse al alcance de su inmensa hacha carmesí. Una holopantalla dominaba la sala cilíndrica y su luz ambarina resaltaba aún más los gestos cansados del Gran Lobo. Uno de sus ojos estaba medio cerrado y su rostro girado. Tenía escrito el fracaso en la cara de la forma más gráfica posible. Fracaso a la hora de predecir, a la hora de proteger, a la hora de arrebatar la victoria a un enemigo vil. Lo que estaba viendo ante sí quemaba su alma hasta la médula.

En la holopantalla del strategium se mostraba el planeta Midgardia. Su superficie era un infierno, con el intenso calor danzando cual remolinos de olas con un aspecto casi fluido desde la órbita. Egil Lobo de Hierro había explicado al Señor Grimnar los detalles del destino del planeta; su corrupción se había considerado tan masiva que la flota Imperial reunida por el Supremo Gran Maestre Azrael había ejecutado la sanción definitiva. El planeta había sido golpeado por varias oleadas consecutivas de misiles y golpes de lanza. La primera salva de ojivas había sido cargada con una potente bio-toxina que redujo toda la materia viva, corrupta o no, a un mantillo negro repugnante, y al hacerlo llenó la atmósfera del planeta con gases combustibles. La segunda salva estaba compuesta por misiles espada de fuego, los cuales detonaron con tal potencia ardiente que el aire del planeta se había inflamado, de mar a mar. El infierno abrasador que siguió fue lo suficientemente potente como para fundir la roca. Toda criatura viviente quedó reducida a cenizas, los orgullosos bastiones se contrajeron y convirtieron en metal fundido y expulsaron a los Demonios de Nurgle, junto con sus plagas, de vuelta a la Disformidad.

Grimnar recibió cada nuevo pedazo de información en solemne silencio, asintiendo con la cabeza frente a la gravedad de las pérdidas. Midgardia había sido antaño el hogar de billones de almas, puros supervivientes. Su rechazo a abandonar aquel mundo letal a pesar de sus junglas de hongos mortíferos y túneles sulfurosos llenos de peligros naturales, hablaba claro de la mentalidad de Fenris. Robustos y tenaces, cada año habían reunido regimientos del Astra Militarum en los que los Lobos Espaciales confiaban como aliados afines. Su pérdida era un duro golpe para el Sistema Fenris y para todo el Imperio. Grimnar era un gobernante sabio y sabía que un planeta tan plagado por la mancha del Caos como Midgardia sólo tenía un destino posible. Por irritante que fuera admitirlo, los Ángeles Oscuros habían hecho bien en purgar el planeta para evitar que los Demonios se siguieran extendiendo. Y aún así, habían dejado su tarea sin terminar.

El regreso de una leyenda (Relato Oficial)

El Regreso de una leyenda (Relato Oficial)

- "Mi señor," - dijo Egil Lobo de Hierro, con la mirada respetuosamente baja - "¿cuál va a ser nuestro curso de acción?".

- "Creo que lo sabes," - dijo el Alto Rey. - "Haremos lo que es justo."

Junto a ellos, el Gran Maestre Valdar Aurikon giró su cabeza. - "Se ha acabado, ¿no es cierto?" - preguntó. - "Nuestro curso nos lleva a Fenris, si el Astra Telepathica dice la verdad."

- "Nada me gustaría más que defender nuestro mundo central," - dijo Grimnar. - "Pero queda tarea por hacer aquí."

Aurikon movió sus brazos señalando la pantalla. - "¿Creéis que los Ángeles Oscuros no han golpeado con la suficiente fuerza?"

- "Midgardia es un mundo resistente," - dijo Grimnar, con cuidado de no revelar demasiado. - "Hay un mundo bajo tierra al igual que lo había sobre ella."

Aurikon sacudió la cabeza. - "La tormenta de fuego debería haber robado el aire de los pulmones de cualquiera que hubiera intentado ocultarse allí."

- "No tiene por qué," - dijo Egil Lobo de Hierro. - "Las bóvedas herméticas están refrigeradas, y fueron construidas para mantener fuera cualquier posible peligro."

- "En ese caso los Primeros han elegido un método erróneo para su Exterminatus," - dijo Aurikon. - "¿Es eso lo que me decís?"

Grimnar se encontró con la mirada de Lobo de Hierro, el cual le miraba cual depredador en una ventisca, antes de girarse hacia Aurikon. - "En efecto. No podemos saber cuántos de esos Demonios habrán escapado a la cuarentena". - Sus hombros se hundieron con el peso de la muerte inminente del planeta sobre ellos. - "Debemos destruir el planeta desde el interior."

- "Lo haremos," - afirmó Aurikon solemnemente. - "Nos llevará tiempo hacer detonar el núcleo, un tiempo que no tenemos."

- "Tenemos el arma apropiada," - dijo Grimnar. - "El Colmillo de Morkai, se llama. Está a bordo de ésta misma nave."

- "Entonces dad vuestro sello y disparad," - dijo el Caballero Gris.

- "No es tan fácil, " - dijo Grimnar. - "Para penetrar la corteza y destrozar el planeta tenemos que reabrir la Fuente de Fuego. Ésta se hunde a suficiente profundidad en el planeta como para que el Colmillo cumpla su deber. "

Aurikon asintió lentamente. - "Sin la presencia de adeptos en el planeta, tendremos que intervenir directamente."

- "Lo haremos, " - dijo Egil. El silencio se extendió en el strategium.

- "En ese caso, iremos con vosotros, " - dijo Aurikon.

- "No es necesario, " - dijo Grimnar, pero Aurikon ya se estaba preparando y dando órdenes a sus guerreros.

- "Sea," - suspiró el Alto Rey, girándose con determinación en sus ojos hacia sus Campeones. - "Volvemos a Midgardia."

Destruir un planeta

Destruir un planeta

La decisión se había tomado. El alto mando de los Lobos Espaciales daría un golpe de gracia en el Gran Generatorium, un profundo túnel abisal que desviaba la energía del núcleo de Midgardia. Al abrir las antiguas puertas selladas, allanarían el camino para que la energía letal penetrara lo suficiente como para destruir el planeta.

Con la autoridad no sólo del Gran Maestre de los Caballeros Grises, sino también de un Señor del Capítulo de la talla de Logan Grimnar, les resultó sencillo a los comandantes de la misión requisar una docena de Cañoneras Thunderhawk de la flota Imperial. Las naves eran las únicas, dentro del arsenal del Imperio, capaces de adentrarse en la tormenta de fuego que estaba consumiendo Midgardia, ya que su casco recubierto de ceramita podía resistir incluso los calores más incandescentes. Se lanzaron casi de forma vertical desde órbita baja para alcanzar las gruesas capas de humo que envolvían el planeta y, a continuación, se sumergieron en las llamas ardientes.

Una fuerza de élite de Lobos Espaciales desplegó inmediatamente sobre la superficie del planeta, los cascos de sus naves de inserción brillaban enrojecidos con las energías ardiendo a su alrededor. Volaban directos como una flecha hacia los muros concéntricos del Gran Generatorium, ya que la velocidad era su mejor protección.

En el acercamiento, la Thunderhawk personal de Egil Lobo de Hierro, Garra Gris, dejó escapar un rugido de canto binárico audible incluso por encima de la cacofonía del infierno. Modulado con precisión para inducir a la obediencia de los espíritus máquina de la puerta superior del Generatorium, tuvo el efecto deseado. La estructura se abrió como una flor y las Thunderhawks entraron en su interior, dejando una estela de llamas.

En su interior se desarrollaba una escena de pesadilla. Masas de refugiados habían invadido el interior de la macroestructura en busca de un refugio, pero habían quedado atrapados junto a quienes se habían refugiado con anterioridad. Fuera cual fuera la plaga que la población había traído con ellos se había extendido, convirtiendo a hombres en hongos monstruosos. Demonios de carne y huesos quemados habían sido cocinados a presión gracias al calor exterior. La masa se retorció y gimió conforme las Thunderhawks se acercaban.

La cañonera plateada de Valdar Aurikon abrió fuego mientras descendía para desembarcar a sus pasajeros. Incluso antes de que tocaran tierra, los Caballeros Grises limpiaron la zona de aterrizaje con sus bólteres, espadas y llamas purificadoras. La nave de Egil no se quedó atrás y emitió otro aullido, haciendo que se elevara el acceso que se encontraba en el suelo. Los Lobos Espaciales se separaron de los Caballeros Grises y entraron rápidamente con sus Thunderhawks, lanzándose entre las enormes bobinas de cobre del Generatorium.

En Construcción (06 - Agosto - 17)

La rabia de Logan

La rabia de Logan

La enorme explosión causada por el Colmillo de Morkai destrozó Midgardia desde su núcleo. El Sistema Fenris habia sufrido una herida mortal.

No cabía alegría alguna en el corazón de Logan Grimnar cuando la noticia de la desaparición de la flota de Tzeentch llegó a sus oídos. El Sector Fenris había quedado liberado de la maldición de las Torres Plateadas, pero un planeta bajo su tutela había muerto... y por su mano. Las emociones ardían en su pecho, tan ardientes como la bola de fuego que surcaba los cielos, pero en vez de apagarse se calentaban aún más a cada segundo que pasaba. El Cíclope estaba tras esto, un viejo y astuto enemigo de los Hijos de Russ. Lo sabía con tanta seguridad que casi podía escuchar la risa del monstruo resonando en sus oídos. Para su consternación, sus sospechas se confirmaron cuando una salmo-misiva llegó al strategium de la Honor. Un gigante carmesí caminaba por Fenris, sembrando la destrucción a su paso.

Dando la orden de avanzar a toda marcha, Grimnar se acercó a las cubiertas del motor con un trío de Sacerdotes de Hierro tras sus pasos. La determinación del Gran Lobo de luchar en persona por su mundo natal era tan estridente, tan cercana al límite de la rabia irracional, que todos los hombres y servidores en la Honor del Padre de todos redoblaron sus esfuerzos para acelerar al máximo posible. La órbita de Midgardia les permitía acercarse con rapidez a su destino, y la flota de Logan no tardó en llegar a su mundo natal. En cuanto los Sacerdotes de Hierro santificaron la órbita, las alarmas de invasión resonaron y todo Lobo Espacial a bordo de la Honor se dirigió raudo y veloz hacia un teleportarium, hangar o bahía de atraque.

La venganza del Gran Lobo estaba cerca.

Las tareas de Magnus

Las Tareas de Magnus

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En Construcción (07 - Agosto - 17)

Las tareas de Magnus (Relato Oficial)

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En Construcción (11 - Agosto - 17)

Los hijos de Fenris

Los hijos de Fenris

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En Construcción (12 - Agosto - 17)

Los hijos de Fenris (Relato Oficial)

Los hijos de Fenris (Relato Oficial)

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En Construcción (13 - Agosto - 17)

Fuentes

  • Codex: Lobos Espaciales (7ª Edición).
  • Campaña Zona de Guerra Fenris: La Maldición de los Wulfen. Games Workshop.
  • Campaña Zona de Guerra Fenris: La Ira de Magnus. Games Workshop.