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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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[[Archivo:En_las_Profundidades_Ocultas_(Relato_Oficial).jpg|thumb]]''- "Matadlos a todos".- Aquellas palabras surgieron de los labios de Belial de manera espontánea.''
 
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''Los engendros de la Disformidad se extendían por toda la Roca, una orgía de color y movimiento que contrastaba con los tonos grises, verdosos y negros de la arquitectura de la fortaleza-monasterio. Era un espectáculo repulsivo para la vista, un insulto a los Primeros. Incluso simplemente percibir a aquella horda era como sentir que una parte de tu alma se marchitaba y moría. Debían ser devueltos a lo más profundo de la Disformidad por el mero crimen de existir.''
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''Los engendros de la Disformidad se extendían por toda la Roca, una orgía de color y movimiento que contrastaba con los tonos grises, verdosos y negros de la arquitectura de la fortaleza monasterio. Era un espectáculo repulsivo para la vista, un insulto a los Primeros. Incluso simplemente percibir a aquella horda era como sentir que una parte de tu alma se marchitaba y moría. Debían ser devueltos a lo más profundo de la Disformidad por el mero crimen de existir.''
   
''El Ala de Muerte estaba sobradamente preparada para la tarea que Azrael les había encomendado. Belial se había asegurado de ello. En muchos sentidos, llevaban diez mil años listos para ese momento. Escuadra tras escuadra descargó una andanada de disparos de bólter, cada proyectil convirtiendo a un Demonio en una masa informe de energía del Caos. Las criaturas intentaban reformarse de inmediato, cada una de ellas dividiéndose en dos, pero eran de nuevo aniquiladas por una segunda andanada, y luego por una tercera, hasta que no quedaba nada que pudiese reformarse. Fuegos extraños lamían las armaduras de Exterminador de muchos de los mejores guerreros de Belial, haciendo que se retorcieran y crecieran hasta adoptar formas aberrantes, reminiscentes del coral. Los labios del Gran Maestre se torcieron. Aquellos enemigos eran patéticos; y pensar que antaño se había sentido inquieto por tener que enfrentarse a ellos...''
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''El Ala de Muerte estaba más que preparada para la tarea que Azrael les había encomendado. Belial se había asegurado de ello. En muchos sentidos, llevaban diez mil años listos para ese momento. Escuadra tras escuadra descargó una andanada de disparos de bólter, cada proyectil convirtiendo a un Demonio en una masa informe de energía del Caos. Las criaturas intentaban reformarse de inmediato, cada una de ellas dividiéndose en dos, pero eran de nuevo aniquiladas por una segunda andanada, y luego por una tercera, hasta que no quedaba nada que pudiese reformarse. Fuegos extraños lamían las armaduras de Exterminador de muchos de los mejores guerreros de Belial, haciendo que se retorcieran y crecieran hasta adoptar formas aberrantes, reminiscentes del coral. Los labios del Gran Maestre se torcieron. Aquellos enemigos eran patéticos; y pensar que antaño se había sentido inquieto por tener que enfrentarse a ellos...''
   
 
''Con un tremendo batir de alas, una descomunal criatura emplumada descendió desde el alto techo abovedado, chillando en el lenguaje de las bestias.''
 
''Con un tremendo batir de alas, una descomunal criatura emplumada descendió desde el alto techo abovedado, chillando en el lenguaje de las bestias.''
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''- "¡Un Gran Demonio!", - gritó Belial. - "¡Abatidlo!".''
 
''- "¡Un Gran Demonio!", - gritó Belial. - "¡Abatidlo!".''
   
''El Círculo Interior de guerreros ya estaba reaccionando, sus mazas de redención elevándose y descendiendo con una eficacia inmisericorde. El gigantesco Demonio lanzó un parloteo espeluznante, y sus palabras se convirtieron, al atravesar el aire, en hilos de energía que cayeron sobre el Ala de Muerte como serpientes marinas a la caza de sus presas: algunas de ellas se enroscaron en torno a los dos guerreros más próximos y los transmutaron en pálidas sombras atrapadas en algún tipo de dimensión semirreal. El báculo del Demonio, coronado por una garra cerrada, cercenó la cabeza de un tercer guerrero con una facilidad terrible.''
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''El Círculo Interior de guerreros ya estaba reaccionando, sus mazas de redención elevándose y descendiendo con una eficacia inmisericorde. El gigantesco Demonio lanzó un parloteo espeluznante, y sus palabras se convirtieron, al atravesar el aire, en hilos de energía que cayeron sobre el Ala de Muerte como serpientes marinas a la caza. Algunas de ellas se enroscaron en torno a los dos guerreros más próximos y los transmutaron en pálidas sombras atrapadas en algún tipo de dimensión semirreal. El báculo del Demonio, coronado por una garra cerrada, cercenó la cabeza de un tercer guerrero con una facilidad terrible.''
   
 
''Belial apuntó con su bólter de asalto y disparó. La ráfaga de proyectiles se deshizo en llamas a un metro de la cabeza de la criatura, pero bastó para distraerla durante un segundo. El Gran Maestre se agachó esquivando su enorme garra y hundió la Espada del Silencio hasta el pomo en su rodilla. Con un grito, la criatura lanzó al Ángel Oscuro por los aires. Belial escupió ácido en su ojo.''
 
''Belial apuntó con su bólter de asalto y disparó. La ráfaga de proyectiles se deshizo en llamas a un metro de la cabeza de la criatura, pero bastó para distraerla durante un segundo. El Gran Maestre se agachó esquivando su enorme garra y hundió la Espada del Silencio hasta el pomo en su rodilla. Con un grito, la criatura lanzó al Ángel Oscuro por los aires. Belial escupió ácido en su ojo.''

Revisión del 20:42 14 mar 2018

Plantilla:MascotaGuillePatrocina

Khorne medio sin fondo

Cerberus el Rebañacráneos, mascota de los Poderes Ruinosos, patrocina este espacio para honrar a sus demoníacos señores. Pulsa sobre él y te introducirá en los misterios del Caos.

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Icono de esbozo Por orden de su Santísima Majestad, el Dios-Emperador de Terra. La Sagrada Inquisición declara este artículo En Construcción por nuestros escribas. Si encuentra algún problema o falta de devoción por su parte, notifíquelo, un acólito del Ordo Hereticus estará encantado de investigarlo.

PRIMERA PARTE - LA MALDICIÓN DE LOS WULFEN

La Maldición de los Wulfen

Prólogo: Los Hermanos Perdidos

La Saga de los Perdidos

Diez mil años han transcurrido desde que Prospero ardió. Diez milenios de guerra y oscuridad, durante los cuales muchas cosas han sido olvidadas, y más si cabe han sido borradas. No obstante, aún quedan individuos que conocen la verdad de lo que sucedió en aquel día terrible, cuando los Mil Hijos sintieron la ira del Emperador por sus transgresiones en la hechicería.

Algunos sostienen que las buenas intenciones guiaron a los Mil Hijos al camino de la perdición. Otros aseguran que la XV Legión eran hechiceros mancillados por la energía de la Disformidad, y por lo tanto merecían el destino que tuvieron. Sea cual sea la verdad, los hechiceros de Prospero fueron declarados traidores al Emperador, y se encomendó a los Lobos Espaciales la ejecución de la sentencia.

Como fieros cometas, los Lobos de Fenris cayeron sobre la ciudad capital de Prospero, Tizca. Aparecieron centenares de cápsulas de desembarco, con sus estelas de humo negro oscureciendo el cielo azul. Los Mil Hijos, desesperados, recurrieron a sus magias prohibidas y causaron grandes estragos en las filas de los Lobos Espaciales. Aún así, aunque la XV Legión luchó con toda su fuerza y entrega, no pudo resistir mucho tiempo ante el salvajismo de los de Fenris.

Los Lobos Espaciales atravesaron una línea de defensa Prosperina tras otra. En cabeza de sus formaciones cargaban los feroces guerreros de la 13º Gran Compañía. Eran los Wulfenkind, los más salvajes y feroces de una ya de por sí salvaje Legión. Ante los atronadores disparos de bólter y las rugientes espadas sierra de la 13ª Gran Compaía, los hijos de Prospero cayeron por docenas, hasta que pareció esfumarse toda esperanza de que alguno de ellos sobreviviera.

Pero la Legión invasora de Leman Russ vería desvanecerse su victoria final a causa del Primarca de los Mil Hijos, Magnus el Rojo. Gracias a su magia maldita, los Mil Hijos supervivientes escaparon al castigo, huyendo al Ojo del Terror a través de un portal, jurando vengarse sobre aquellos que alguna vez llamaron sus hermanos.

La caza de los Lobos Espaciales había terminado. Prospero estaba arrasado, la fuerza de los Mil Hijos había sido aniquilada y sus escasos supervivientes habían huido. Con una guerra civil ardiendo por todo el Imperio, Leman Russ consideró que la fuerza de su Legión sería necesaria en otros lugares. Sin embargo, no todos los hijos del Rey Lobo se retiraron, pues la 13º Gran Compañía persiguió a los Mil Hijos a través de su portal, con intención de completar la caza. Hay quien dice que los Wulfenkind lo hicieron obedeciendo órdenes directas de su Primarca, otros aseguran que se vieron arrastrados por la locura homicida e hicieron oídos sordos a las palabras del Rey Lobo. Sea cual sea la verdad, la 13º Gran Compañía se lanzó tras su presa al torbellino de locura del Ojo del Terror... y allí desapareció.

No se les ha vuelto a ver desde entonces...

Capítulo 1: Ecos de condenación

Horror en Nurades

Horror en Nurades

La Tormenta Disforme asoló el mundo colmena de Nurades con una furia terrible. Llegó de manera súbita, sin haber sido detectada por portentos oscuros ni por turbulencias empíreas. En un instante, los cielos del atestado mundo colmena se vieron iluminados por llamas caleidoscópicas y las leyes de la naturaleza enloquecieron por completo.

Las mutaciones y la locura caníbal se extendieron sin control entre los trillones de habitantes, hasta que las ciudades colmena se llenaron con los gritos y los disparos de la rebelión hereje. El lecho del planeta se estremeció, y de él surgieron una serie de retorcidas y puntiagudas torres de hueso que se alzaron hasta alcanzar una gran envergadura. Ardientes cráneos llovían desde los cielos, y allá donde golpeaban, hordas de Demonios se lanzaban para atacar a las asediadas Fuerzas de Defensa Planetaria. Al ver que la destrucción de su mundo era inminente, el Gobernador Planetario de Nurades hizo que sus Astrópatas enviasen un desesperado grito de ayuda; y dicho grito fue respondido.

Con el paso de las semanas, parecía cada vez más claro que el planeta estaba condenado. Pero cuando las últimas brasas de la esperanza se consumían ya, surgieron del Mar de Estrellas los Lobos de la Muerte, la Gran Compañía del Señor Harald Deathwolf. Las naves de guerra de los Lobos Espaciales golpearon a través de las tormentas de fuego en la atmósfera a una velocidad vertiginosa, con los guerreros de a bordo hambrientos de gloria, deseosos de rescatar a los habitantes de Nurades de su terrible destino. Las cañoneras y las cápsulas de desembarco cayeron en la superficie del planeta, mostrando en su casco gris azulado la heráldica de la Mandíbula Feroz de Señor Deathwolf. En cuanto las naves tocaron tierra, los Lobos Espaciales surgieron de su interior para empezar la cacería.

Montado sobre su enorme Lobo de Trueno, Diente de Hielo, el Señor Lobo lideró una carga relámpago tras otra para reclamar aquel mundo torturado. A los pies de la monolítica Colmena Predomitus, sus ataques imparables destrozaron las líneas de batalla demoníacas y tras una costosa y salvaje batalla, expulsaron finalmente de vuelta a la Disformidad a toda una cohorte de Demonios sanguinarios. En medio del laberinto del Industrium en el sub-suelo, los Lobos de la Muerte mantuvieron una guerra de guerrillas contra las masivas fuerzas de demonios montados del Heraldo de Tzeentch Slithertwyst. Emergieron de aquel infierno ensangrentados pero victoriosos, y se lanzaron a romper el asedio de la Colmena Genos y rescatar al Gobernador Planetario. Pese a que las semanas de infernal combate se iban sucediendo, los Lobos de la Muerte se sentían confiados, pues su vasta experiencia militar y su intuición de cazador le permitían mantener a raya a sus aberrantes enemigos.

A medida que los fuegos de la Disformidad morían en los cielos, los Lobos de la Muerte se adentraron en las zonas polares del Norte. Allí, un último enclave de Demonios se había hecho con el control de una cadena de fortificaciones abandonadas y semiderruidas que, según los habitantes de Nurades, estaban malditas. Los de Fenris suelen ser muy supersticiosos, pero tras la letal ordalía de las semanas anteriores no se iban a echar atrás por unas simples leyendas locales. Así pues, avanzaron hacia aquel postrero bastión, aunque lo hicieron con cautela para evitar caer en alguna trampa final tendida por las fuerzas del Caos.

Extraños salvadores

La emboscada llegó cuando los Lobos de la Muerte se acercaban al corazón de las fortificaciones en ruinas. De repente, los bastiones y búnkeres se iluminaron con una luz infernal, y una horda de Demonios apareció relamiéndose desde detrás de velos ilusorios, dispuestos a atacar. Los Cazadores Grises y los Garras Sangrientas quedaron reducidos a cenizas en un instante, cuando cayó sobre ellos una lluvia de fuego demoníaco desde las almenas. Los Juggernauts cargaron resoplando contra el centro de la formación de los Lobos Espaciales, aplastando a diestro y siniestro servoarmaduras y los cuerpos que éstas contenían, mientras que los Desangradores que los montaban segaban vidas con sus humeantes espadas infernales. Por doquier, la quietud de la noche se tornaba en una masacre ensordecedora, hasta que los Lobos de la Muerte se vieron luchando por sus vidas en todos los frentes.

Pese a la prudencia de los Lobos Espaciales al avanzar, la sorpresa del ataque fue total, y Harald Deathwolf maldijo cualquiera que fuese la treta sobrenatural que había confundido sus sentidos. Pese a todo, los Lobos Espaciales combatieron con fiereza, causando estragos en las filas enemigas y esparciendo icor demoníaco en todas direcciones. El propio Harald lideró un salvaje contraataque junto a Canis Nacido-Lobo y ambos se abrieron paso a sangre y fuego a través de una inmensa maraña de Portadores de Plaga, en un intento de romper el cerco. Sin embargo, se vieron obligados a replegarse cuando una nueva andanada de llamas disformes llovió sobre sus posiciones, disparadas por Demonios de Tzeentch que se movían saltando por los tejados de las fortificaciones.

El cerco en que estaban atrapados los Lobos de la Muerte se cerraba cada vez más, apoyado desde las alturas por una oleada tras otra de fuego mutante. Se defendieron espalda contra espalda, aprovechando cualquier cobertura que encontraban contra el bombardeo tzeentchianos, en una demostración brutal de tenacidad. Sin embargo, Harald Deathwolf podía ver que, si no hacían algo drástico, sus guerreros serían aniquilados. Con creciente urgencia, el Señor Lobo dio órdenes a su Caballería Lobo de Trueno de que se concentrara a su alrededor. Pretendía lanzar una última carga que diese tiempo a escapar a sus hermanos a pie.

Entonces, sucedió algo que hizo que a Harald se le erizase el vello de la nuca. De pronto, unas gigantescas figuras aparecieron en medio de las filas de los Demonios que poblaban los tejados de la fortificación y empezaron a masacrar a los Horrores con un salvajismo descomunal. El ícor comenzó a caer como lluvia sobre la batalla, reemplazando la devastadora tormenta de fuego que había estado teniendo lugar momentos antes. Los Lobos de la Muerte alzaron un aullido de batalla y acto seguido abrieron sus ojos de par en par, asombrados al ver que las monstruosas figuras recién aparecidas les respondían.

Los Wulfen atacan a los Demonios

Tras deshacerse de la última de sus presas, los enormes y misteriosos guerreros saltaron desde el tejado cayendo sobre la horda de Demonios y haciendo estragos con sus garras. Durante un breve instante, Harald Deathwolf simplemente observó la escena aturdido. Aquellos seres eran realmente enormes, terrores bestiales salpicados de la cabeza a los pies por la sangre de los Demonios. Los Lobos de la Muerte se dispusieron rápidamente a hacerles frente, pero al mirar más de cerca sus maltrechas servoarmaduras y sus facciones lupinas les quedó claro que, al igual que ellos, se trataba de guerreros de los Lobos Espaciales.

Sangre bajo la luz de la luna

Harald Lobomuerto

Desde el momento en el que los recién llegados se unieron a la lucha, el signo de la batalla cambió. Aquellos guerreros bestiales se movían a una velocidad cegadora, rajando y segando con sus garras, colmillos y dagas de puño serrada. Ningún Demonio era capaz de hacer frente a su ferocidad animal. Los zumbantes Drones de Plaga eran derribados en vuelo, mientras que los Desangradores y los Portadores de Plaga eran destripados o despedazados miembro a miembro.

Aprovechando la oportunidad que se les presentaba, los Lobos de la Muerte se lanzaron al ataque entre aullidos de furia. Sus hachas se hundieron en la antinatural carne enemiga, y las cabezas y extremidades de Demonios volaron por los aires esparciendo rociadas de ícor. Los Colmillos Largos, que por fin tenían el espacio necesario para luchar tal y como les gustaba, dispararon mortíferas andanadas contra las líneas enemigas, que empezaban a colapsarse. En el epicentro de toda aquella matanza, Harald Deathwolf luchaba con furia renovada para vengar a sus camaradas caídos. Pero aún mientras cortaba y mataba, esquivaba y bloqueaba, la mirada del Señor Lobo seguía sin perder de vista a los recién llegados.

La última de las hordas demoníacas cayó, completamente arrasada. Con su derrota, el silencio descendió de nuevo sobre las ruinas iluminadas por la luz de la luna. El viento ululó con tristeza por entre las desoladas construcciones. La grava y los casquillos de munición crujían bajo las pisadas de los Lobos de la Muerte mientras éstos recuperaban los cuerpos de sus caídos.

En aquella calma súbita, todas las miradas se volvieron hacia los extraños recién llegados. Sus vastas figuras habían cerrado filas y parecían acechar entre las sombras de un bastión caído. Pese a que sus caras bestiales permanecían ocultas, sus ojos reflejaban la luz de la luna y brillaban como cristales de hielo en aquella penumbra. Ningún Lobo Espacial hizo el menor movimiento para acercarse a ellos. Todos mantuvieron la distancia, en deferencia a su alfa.

Harald Deathwolf desmontó de los anchos lomos de Diente de Hielo y se dirigió lenta y cautelosamente hacia los misteriosos guerreros, que emitían una serie de tenues gruñidos. El Señor Lobo mantenía las manos alejadas de sus armas, evitando cualquier signo de hostilidad. Su espalda estaba erguida y su mirada fija al frente, conectando con la del más grande de los salvajes guerreros, que en respuesta ni siquiera parecía pestañear. Poco a poco, paso a paso, Harald dejó de estar bañado por la luz de la luna y se adentró en las sombras, hasta encontrarse frente a las masivas figuras.

Incluso encorvadas, las criaturas seguían mirando al Señor Lobo Muerto desde arriba. Sus largos y poderosos brazos y sus amplios torsos apenas estaban protegidos por servoarmaduras en un estado deplorable, mientras que sus caras eran lobunas y bestiales. Dejaban escapar un olor acre, una mezcla de drogas de combate y almizcle animal. Harold Deathwolf podía detectar inteligencia en sus ojos ámbar, y reconocía en sus facciones un eco retorcido de las suyas propias. Pero lo que hacía que el corazón de Harald latiera enloquecido eran las descoloridas insignias de sus armaduras. Pese a la multitud de desconchados, rascadas y muescas que lo ocultaban, era inconfundible aquel símbolo de Fenris, que no se había visto desde hacía diez mil años. Aquellos seres, pese a lo monstruosos que parecían, portaban la heráldica de la 13º Gran Compañía... la marca de los Wulfenkind.

El más enorme de los bestiales combatientes miró a Harald durante largo rato, mientras su pecho parecía escapar un gruñido bajo, y por fin se inclinó súbitamente sobre una rodilla, un gesto que denotaba nobleza guerrera. Sus camaradas le imitaron en rápida sucesión. Harald Deathwolf colocó una de sus enguantadas manos sobre el hombro del líder de las criaturas, urgiéndole a que se levantara de nuevo. Luego, el Señor lobo habló, en un tono bajo que no podía ser oído por los guerreros de su Gran Companía. Sin embargo, lo que sí pudieron oír todos ellos fue la respuesta entre dientes del líder de aquella nueva manada.

"Somos... hermanos. Somos... Wulfen"

El quejido del viento llenó por completo el silencio sepulcral que siguió. Luego, Harald Deathwolf dio media vuelta y volvió hacia donde estaba Diente de Hielo. Mientras caminaba, gritó una serie de órdenes, y sus hombres se pusieron en movimiento. Los Lobo Muertos ya habían cumplido su misión en ese mundo, según anunció en un tono que no admitía discusión alguna. Los Demonios habían desaparecido, y el Gobernador Planetario era perfectamente capaz de pacificar por sí mismo a su población rebelde. Aquel nuevo asunto tenía preferencia sobre todo lo demás. Harald decretó que los Wulfen debían ser llevados de vuelta al Colmillo sin dilación. Si realmente eran lo que parecían, su retorno resultaba un evento crucial.

Mientras los Lobos Espaciales se preparaban para ser extraídos de Nurades, ninguno de ellos podía pasar por alto el ánimo taciturno de su líder. Tampoco podía malinterpretarse su orden, pues una "guardia de honor" armada de Cazadores Grises escoltaba a los Wulfen a todas horas. Sin embargo, para los Lobo Muerto, estaba claro que aquel momento histórico no había traído felicidad a Harald Deathwolf, sino un profundo desasosiego.

El Señor de la Compañía de los Ángeles Oscuros, Araphil, frunció el ceño. Las lecturas áuspex sugerían que sólo un día antes, mucho había sucedido en aquel mismo lugar. Sobre el terreno podían verse recientes cicatrices de batalla: cráteres, edificios derribados y amplias extensiones de tierra quemada. Aparte de eso, sin embargo, no había ni rastro de Arhad y sus Exploradores, lo cual resultaba profundamente turbador para Araphil.

El grito de alarma de uno de sus hombres registrando la zona puso en guardia a Araphil, que acudió a la llamada corriendo. Esparcidos en el interior de un viejo búnker se hallaban los restos de los Exploradores, un espectáculo dantesco. Habían sido despedazados, sus armaduras llenas de marcas de garras. Sin duda aquello era obra de Demonios. Pero algo no encajaba.

Entre los restos de los cadáveres, vio algo moverse. Un superviviente. Sin perder un instante, Araphil se arrodilló junto al Explorador caído y gritó para que viniera un Apotecario. La cara del joven guerrero malherido estaba lívida, y sus ojos permanecían cerrados, pero era evidente que estaba vivo. A su lado, con los propulsores gravíticos destrozados, había un servocráneo cuya luz indicadora de memoria titilaba a ritmo constante. El Señor de la Compañía recogió el pequeño aparato con una mano y se incorporó, contemplando el ojo parpadeante.

En su interior, así lo esperaba, estaban las respuestas.

Wulfen en Nurades



El decreto del Viejo Lobo

Reunión de los Señores Lobo en Fenris

Pocas semanas después del increíble descubrimiento realizado por los Lobos de la Muerte, el Señor del Capítulo Logan Grimnar reunió a sus Señores Lobo en El Colmillo. Éstos se habían apresurado en regresar a su mundo natal, y fue considerado un buen presagio que el Mar de Estrellas se abriese con calma a su paso. Grimnar y sus lugartenientes tomaron su lugar en torno al Gran Anular para debatir el retorno de los Wulfen.

Aquel era un tema complejo para los Señores Lobo. ¿Qué significaba el retorno de aquellos hermanos de la 13º Gran Compañía, y qué podía hacerse al respecto? Grimnar empezó revelando que, tras el descubrimiento en Nurades, se habían detectado más tormentas de Disformidad sobre mundos Imperiales, desde Atrapan hasta Fimnir. Los fenómenos eran dispersos, pero sus firmas empíeras destacaban como faros. Aunque su don del habla era limitado, el líder de la manada de Wulfen - que se llamaba Yngvir - había repetido una y otra vez que más hermanos estaban de camino, y que regresarían en las alas de la tempestad.

Ahora Ulrik el Matador habló. Para la obvia frustración del Sacerdote Lobo, Yngvir pudo articular pocas palabras sobre su pasado. Pero sin duda, afirmaba Ulrik con los ojos encendidos, la aparición de los Wulfen era un presagio. Sin duda el retorno de Russ estaba próximo. Al oír eso, la Sala del Gran Lobo estalló en gritos. Gunnar Luna Roja exigió ver las pruebas que Ulrik tenía sobre una afirmación tan atrevida, y Kjarl Ceñosangre advirtió que dicho presagio podía, de hecho, ser de un signo más oscuro. Egil Lobo de Hierro cuestionó si esas criaturas eran realmente Wulfenkind; y si lo eran, ¿su forma bestial era alguna perversión terrible del Canis Helix, o un sino al que todos los Lobos Espaciales deberían acabar haciendo frente? En respuesta, Erik Morkai gruñó que aquello no importaba, siempre y cuando les resultaran útiles como armas letales. Al mismo tiempo, Bran Faucesrrojas se irguió, presa de la furia, exigiendo saber si Lobo Hierro pensaba lo mismo acerca de sus manadas de guerra, famosas por su salvajismo.

Así siguió la discusión, con los ánimos caldeándose y los insultos volando hasta que finalmente Krom Ojodragón exigió que se le consultara el asunto a Bjorn Garra Implacable. Un tenso rumor de voces pudo oírse mientras Ulrik revelaba que ya había intentado hacer eso, mas el antiguo no despertaba. Ragnar Blackmane habló entonces, y dijo que no importaba si los Wulfen eran una bendición o una maldición. La prioridad principal debía ser reunirlos rápidamente, antes de que lo hiciera alguien más. En caso de que la Inquisición, o incluso algunos de sus Capítulos hermanos, encontrasen antes a los regresados Wulfen, se sacarían todo tipo de conclusiones incómodas. Aunque aquella opinión fue recibida con improperios y juramentos, todos sabían que Blackmane estaba en lo cierto, y no hubo más debate una vez que Grimnar la convirtió en decreto. Las Grandes Compañías viajarían hasta los puntos en los que rugían las tormentas de Disformidad. Recogerían a los hermanos Wulfen, y los tratarían como guerreros renombrados de Fenris, a menos que los hechos demostrasen lo contrario. A cambio, aquellos guerreros guiarían a los Lobos Espaciales hasta su anhelado Primarca.

Garras de hierro

Wulfen con cuchilla gélida

Desde su retorno al Colmillo, Harald Deathwolf había acuartelado a los Wulfen en una de las muchas galerías heladas de la fortaleza, bajo la custodia de Cazadores Grises especialmente elegidos por él. Mientras los guerreros retornados languidecían allí, el respetado Sacerdote de Hierro Hrothgar Swordfang aprovechó para instruirlos de cara a las guerras que debía librar el Capítulo.

Siguiendo las órdenes del Gran Lobo, el Sacerdote de Hierro se movía entre los Wulfen con su séquito de Servidores. Grimnar había decretado que Swordfang debía armar y equipar a los Wulfen, preparándolos para luchar junto a sus hermanos. Aunque cauto al principio, el Sacerdote de hierro pronto se acostumbró a la presencia de esos salvajes guerreros. De hecho, cuanto más tiempo pasaba el Sacerdote de Hierro con ellos, más imbuido se veía con una energía inagotable, que le hacía entregarse por completo a su tarea.

Wulfen con Martillo Trueno y Escudo Tormenta

El primer paso era determinar qué elementos y piezas del equipo de guerra de los Wulfen podía reaprovecharse. Las placas de armadura que llevaban los bestiales guerreros eran poco más que chatarra. Aún así, parecían poco dispuestos a deshacerse de ellas. Dos Servidores fueron despedazados por sus garras antes de que los Wulfen por fin aceptaran separarse de sus maltrechas armaduras. Fueron reemplazadas por servoarmaduras forjadas por la propia mano de Swordfang, en modelos más grandes y adaptados para acomodar los enormes cuerpos de los Wulfen. Una vez así acorazados, los Wulfen se adaptaron a su nuevo equipo, que les dotaba de una fuerza y velocidad aumentadas más allá de lo que jamás habían experimentado.

Las dagas de puño que portaban Yngvir y sus camaradas eran claramente letales, pero el experimentado Sacerdote de Hierro, supo ver enseguida que, con sus masivos y musculados cuerpos, los Wulfen serían capaces de blandir fácilmente armas más grandes y potentes. Tras superar las objeciones de los guardias de Harald Deathwolf, el Sacerdote de Hierro empezó a entrenar a los Wulfen en el uso avanzado de armas. Para su sorpresa, Swordfang descubrió que se mostraban reacios de entrada: blandían las espadas sierra y las hachas con torpeza, entre otras cosas porque resultaban demasiado pequeñas en sus enormes manazas. En las batallas de práctica contra los Servidores que Swordfang disponía como rivales, los gigantescos guerreros acababan descartando dichas armas y preferían despedazar a los cyborgs miembro a miembro con sus garras. Sin desanimarse, el Sacerdote de Hierro aumentó el tamaño y equilibro de dichas armas, procurando evitar los diseños demasiado complejos. Finalmente su esfuerzo se vio recompensado cuando varios Wulfen se acostumbraron a usar de manera eficiente los martillos de trueno y escudos tormenta. Gracias a su fuerza descomunal podían manejarlos con una velocidad endiablada, aplastando a un Servidor de combate tras otro.

Wulfen con Hacha Gélida

Los milenarios salones del Colmillo están decorados con armas reliquia que datan de fechas muy antiguas. Muchas de ellas han reposado allí durante tanto tiempo que los de Fenris ya las ven sólo como objetos decorativos. Precisamente una de estas armas fue tomada por un guerrero Wulfen durante el noveno día de entrenamiento, una gran hacha gélida que la bestia agarró fuertemente por el mango de sus garras, como si algo en la memoria le recordase vagamente su uso. Swordfang contempló al Wulfen familiarizándose con un arma teóricamente ceremonial. Los ojos del Sacertode de Hierro se abrieron de par en par cuando, súbitamente, el Wulfen soltó un rugido y partió la estatua en dos con un único y atronador golpe. Una vez que Swordfang hubo calmado a los Cazadores Grises que pretendían eliminar al Wulfen con una ráfaga de disparos de Bólter, pudo analizar en profundidad la escena que acababa de presenciar. Si había al menos un arma reliquia que parecía hecha para ser manejada por las manos de un Wulfen, quizás hubiese más. ¿Eso significaba que aquellos seres habían existido durante el pasado del Capítulo, o que su existencia y su llegada en ese momento del presente había sido predicha? La búsqueda subsiguiente, en efecto, dio con más armas gélidas de un tamaño prodigioso, además de un módulo de granadas activadas por impulso que parecía integrarse a la perfección con la pauta distintiva de actividad neuronal de los Wulfen. Swordfang dio órdenes de que la búsqueda continuase, y se apresuró a informar a Grimnar de que los nuevos guerreros ya estaban listos para ir a la guerra.

A través del Mar de Estrellas

Entre aullidos salvajes y el tronar de los enormes tambores de guerra de Fenris, los Lobos Espaciales zarparon hacia el Mar de Estrellas. Cada Gran Compañía tomó un rumbo distinto, siguiendo las extrañas luces de las tormentas disformes como si fuesen faros. Aquella fue una era de grandes aventuras y batallas desesperadas, durante la cual los Lobos Espaciales rescataron a sus ancestrales camaradas de incontables campos de batalla, salvaron a millones de ciudadanos Imperiales del horror demoníaco, y escribieron nuevas sagas usando la sangre de sus enemigos.

Mapa Estelar01

El Viaje del Colmillo Frío: El Crucero de Batalla Colmillo Frío parte de Fenris, viajando bajo escolta hasta el Sistema Anvarheim. Allí establece un punto de reunión; cada grupo recién recuperado de Wulfen es llevado hasta el Colmillo Frío para su rearme y observación. Sólo cuando todos los hermanos perdidos hayan sido recuperados, el crucero de batalla los llevará de vuelta al Colmillo con la ceremonia que merecen.

El Caldero de los Gigantes: Entrando en el torbellino Disforme en torno al gigante de gas Fimnir, la Gran Compañía de Bran Fauceroja toma tierra sobre las plataformas de minas de vapor que forman un anillo en torno al planeta. Abriéndose paso por entre los cuerpos poseídos de los mineros,los guerreros de Fauceroja se unen a los Wulfen a los que han sido enviados a buscar, en una gloriosa y sangrienta matanza de enemigos, aunque la llegada de otras fuerzas Imperiales les obliga a abandonar la lucha antes de poder limpiar por completo la infestación.

Spartha IV: La Gran Compañía de Engir Kraken llega al turbulento mundo de Spartha IV para encontrar a sus blancos demoníacos ya expulsados de vuelta a la Disformidad, y a los Eldar del mundo astronave Ulthwé dando caza a los Wulfen por entre las tormentas mesetarias del anillo ciclónico del planeta. Los Eldar son obligados a retirarse, salvando la vida de miles de mineros locales. Kraken logra recuperar a los Wulfen supervivientes y partir.

Mapa Estelar02

Fenris: Entusiasmado por poder mostrar arrepentimiento tras sus errores en Alaric Prime, Krom Ojodragón hace un juramento: él y su Gran Compañía vigilarán el Colmillo en ausencia de sus hermanos, dejando de lado la gloria de la caza a cambio del honor de una larga vigilia.

Dragos: La Gran Compañía de Ragnar Blackmane cae sobre el mundo de Dragos, batallando a través de junglas infestadas de Demonios. A medida que los Wulfen van siendo recuperados, Blackmane los manda a Anvarheim en rápidas naves de guerra mientras sus fuerzas rescatan a personal del Adeptus Mechanicus de las instalaciones de investigación en lo profundo de la jungla.

Los confines de Hades: Haciendo frente a tormentas solares y lagos de fuego consciente, las tropas de Kjarl Ceñosangre derrotan a una hueste de demonios liderada por los Escribas Azules, y rescatan a un grupo de Wulfen.

Mapa Estelar03

Atrapan: La situación en éste mundo prisión ya es dura cuando llega la Gran Compañía de Bjorn Tormentoso. Sueltos entre los internos, los Wulfen están causando estragos. Las tropas de Tormentoso consiguen atravesar las posiciones de los convictos armados para llegar hasta los Wulfen y extraerlos. Durante la lucha, el propio Tormentoso desciende a un estado de salvajismo berserker que sólo se calma cuando el combate ha terminado.

Suldabrax: Mientras recuperaba a Wulfen de las nubes férreas de este extraño mundo, Erik Morkai aniquila a un Príncipe Demonio de Slaanesh en combate singular y salva las vidas de más de un billón de ciudadanos imperiales.

Emberghul: La distorsión espacial de la tormenta Disforme que cubre Emberghul causa que la Gran Compañía de Gunnar Luna Roja llegue al planeta meros instantes después de haber partido desde el Colmillo. Ayudados por los poderes proféticos de su Sacerdote Rúnico, Skaerl Wyrdseer, los Lobos Espaciales son capaces de sorprendes a los Demonios invasores en una serie de devastadoras emboscadas y llevarse de allí a los Wulfen en cuestión de horas.

Fuerza de Choque Acechantes Blancos

Atravesando el vacío, los Lobo Muerto siguieron a la tormenta que había de llevarles hasta sus hermanos perdidos. Sus naves surcaron la Disformidad como una manada de lobos acechando en un bosque oscuro y peligroso. Como punta de lanza de su formación siempre iba su nave capitular y crucero de batalla personal de Harald Deathwolf, el Colmillo Alfa. A medida que esta flota veloz y depredadora se acercaba a la tormenta Disforme, el Señor Lobo iba reuniendo a su grupo de caza a partir de los guerreros más dotados de su Gran Compañía. La Fuerza de Choque Acechantes Blancos sería el ejército que Harald lideraría en persona.

Desde la grupa de su feroz montura, Diente de hielo, Harald estaba listo para liderar a su fuerza en lo que prometía ser una cacería de lo más extraña, pues la presa no era un enemigo sino un amigo, o al menos así lo proclamaba Grimnar. Harald quería creer esto, pero sus instintos le hacían tomarse el asunto con mucha cautela. El Señor Lobo sabía que sería necesaria una gran flexibilidad táctica e instintos de cazador puro a fin de primero localizar y, a continuación, extraer sanos y salvos a los Wulfen de un mundo plagado de entidades demoníacas.

Los Jinetes de Morkai eran héroes, una banda de incansables cazadores cuyo coraje y ferocidad eran tenidos en alta estima. Este cuerpo de Guardia del Lobo montados en Lobos Trueno formaría la base de la fuerza de Harald; eran lo bastante rápidos y encallecidos como para no perder a su presa una vez que la habían localizado, y ser capaces de pacificarla si ello resultaba necesario. Armados con una mezcla de Martillos de Trueno, hachas gélidas y espadas sierra, estos toscos guerreros estaban especialmente bien equipados para el combate en entornos cerrados. Los enormes Lobos Trueno proporcionaban a los Jinetes de Morkai de una gran resistencia y una fuerza salvaje en una unidad que mezclaba Guardia del Lobo y bestias combinadas en una única e imparable fuerza. Harald sabía que siempre podría contar con estos héreos dignos de saga, en caso de que las cosas se pusieran realmente mal.

La experiencia sería muy importante en una cacería tan extraña y peligrosa. Por tanto, mientras Harald dividía su Gran Compañía en varias fuerzas de ataque listas para las batallas que habían de llegar, el Señor Lobo se aseguró de que su Guardia del Lobo restante, incluyendo Canis Nacido Lobo, marchase a la cabeza de esas partidas de caza. Además, cada fuerza incluía como mínimo una manada de Cazadores Grises. Las décadas de batalla habían ido atemperando a estos guerreros y enfriando los fuegos impulsivos de la juventud; no era sólo que los Cazadores Grises proporcionasen a toda fuerza un núcleo estratégicamente versátil, sino que su sabiduría podía ser fundamental cuando tuviesen que tratar con sus presas.

Dos bandas de encallecidos Cazadores Grises irían a la guerra del lado de Harald. Tanto los Cazadores de Morkai como los Lobos Nocturnos - famosos por su sangrienta victoria en el mundo maldito de Perilforge - Estaban armados con una mezcla flexible de potencia de fuego a media/corta distancia y una amplia panoplia de temibles armas de combate cuerpo a cuerpo. No importaba qué horrores demoníacos hubieran sido vomitados desde la tormenta Disforme debido al retorno de los Wulfen, los Cazadores Grises de Harald se entregarían igualmente a la causa de aniquilarlos.

Harald creía que cualquier encuentro con los recién retornados Wulfen, si se manejaba mal, podía ser como una granada defectuosa que le explotase en la cara. Debido a ello, no sólo decidió mantener a mano a sus guerreros más templados, sino que también se aseguró de que sólo sus Garras Sangrientas más tranquilos y capacitados se unieran a la Fuerza de Choque Acechantes Blancos. Dicho honor correspondió a la feroz banda de Garras Sangrientas conocida como los Aullidos Mortales. Mucho tiempo atrás, estos jóvenes guerreros habían superado las pruebas de Morkai, aprendiendo a atemperar su ambición con sabiduría, y gracias a ello habían empezado a escribir sus propias sagas gloriosas.

La Fuerza de Choque Acechantes Blancos estaba apoyada por guerreros veteranos cuyas habilidades resultarían cruciales para recuperar con éxito a los Wulfen. La manada de Colmillos Largos de la fuerza de ataque era conocida como Colmillos de hielo, y eran famosos en todo el capítulo por su letal desempeño durante la larga retirada de Vadyrheim. Un grupo de Exploradores Lobo conocido como los Acechadores de Lokyar completaba las fuerzas de apoyo a infantería de la Fuerza de Asalto. Su líder, Lokyar Longblade, era conocido como "El fantasma de la tormenta" debido a su habilidad casi sobrenatural para sacar partido a las condiciones climatológicas y al terreno a fin de enmascarar su presencia. Esas dos manadas proporcionarían a la Fuerza de Asalto Garra del Lobo de Harald una gran flexibilidad estratégica, identificar las amenazas clave y eliminarlas desde larga distancia.

La cacería de los Wulfen requería unos sentidos de lo más avezados, y el instinto de rastreadores auténticos. A fin de complementar las ya de por sí impresionantes habilidades de sus Lobo Muerto, Harald se aseguró de que un gran número de Lobos Fenrisianos poblaran los flancos de su fuerza de combate. Dichas bestias eran incansables a la hora de perseguir a sus presas a lo largo de cientos de millas de descampado invernal fenrisiano. Aquellos Wulfen que ya se habían recobrado de Nurades también entraron en batalla al lado de Harald, pues el Señor Lobo no se fiaba lo bastante de los hermanos de la 13º Compañía como para dejarlos fuera de su vista. Además. pensó Harald, las similitudes de raza entre los Wulfen y sus presas demostrarían ser prácticas para localizarlos, mientras que la fuerza feroz de estos guerreros salvajes podía llegar a ser vital a la hora de rescatarlos.

Comienza la caza

Lobos de Fenris de Harald Deathwolf

El planeta de Svardeghul era un mundo sombrío, pero había sido una rica fuente de minerales preciosos para el Imperio. Durante siglos los equipos de perforación trabajaron sobre el planeta cubriéndolo de cicatrices, mientras que su atmósfera se había vuelto apenas respirable. El daño causado por el Imperio había sido agravado por los Demonios de la Disformidad.

La locura chocó contra los Lobo Muerto cuando sus naves de guerra surgieron desde el Empíreo. La tormenta de la Disformidad localizada que actuaba como faro de los Lobo muerto había engullido Svardeghul y sus energías maltrataban las naves de Fenris. Los escudos de vacío gimieron y las placas del casco crujieron cuando la tormenta envió sus tentáculos a través del espacio real. Los servidores enloquecían y estallaban en llamas. Todas las naves de la flota recibieron daños al cabalgar las mareas de la Disformidad. Naves y tripulación fueron transmutados en hielo, polvo o ectoplasma. Harald Deathwolf maldijo mientras permanecía en pie en el puente del Colmillo Alfa escuchando los informes. Pero la importancia de su misión era tal que se enfrentaron a la tormenta. La flota tendría que permanecer en órbita tiempo suficiente como para localizar y extraer a los Wulfen.

Cuando los sensores de los Lobos Espaciales barrieron Svardeghul se hizo claro que rescatar a sus hermanos perdidos (si se encontraban allí) sería todo un desafío. Una cacofonía de gritos aterrorizados y desvalidos obstruían cada frecuencia de voz, excepto aquellas en las que resonaban cantos inhumanos o escalofriantes susurros demoníacos. Harald Deathwolf conjeturó que este mundo era una causa perdida y su gente estaba más allá de la salvación. Los augures remotos confirmaron que todas las ciudades de Svardeghul estaban invadidas por horrores antinaturales. Muchas fábricas se habían convertido en osarios ardientes y más de uno de los asentamientos mineros había quedado poseído por depredadores biomecánicos que asolaban la superficie de Svardeghul.

Harald razonó que sólo había una forma de encontrar lo que buscaban. Su Gran Compañía eran rastreadores y cazadores sin parangón, pero no podían usar esas habilidades desde las naves. La única forma de encontrar a los Wulfen era que los Lobo Muerto se desplegaran en Svardeghul y recorrieran el planeta directamente. Tomaría tiempo, pero si alguien tenía unos sentidos agudizados para la caza, esos eran los Lobo Muerto.

Las partidas de caza de los Exploradores Lobo y los Cazadores Grises se repartieron por las regiones remotas del globo esperando encontrar rastro de los Wulfen. Siguiendo una intuición, Harald hizo que sus fuerzas se dirigieran a la última capital planetaria conocida, Rig Delta. Los Lobos Espaciales quedaron asombrados por la destrucción que encontraron al aterrizar. La imponente ciudad-plataforma había cruzado la superficie rocosa del planeta sobre ocho inmensas patas accionadas por pistones; y fueron esas extremidades las que la habían conducido hasta un gran precipicio y la habían lanzado contra las llanuras inferiores. Los deshechos y cadáveres mutilados se extendían hasta donde alcanzaba la vista, cubiertos de icor demoníaco.

A pesar del hedor de la sangre, los Wulfen detectaron un aroma inconfundible. Con palabras vacilantes, el líder de manada Yngvir informó al Señor Lobo Muerto que él y sus hermanos olían otros Wulfen al sur, mezclado con el temido olor a azufre de los Demonios. La fuente del olor arrastrado por el viento estaba a muchas millas de distancia, pero el simple hecho de que la fuerza de Harald la hubiera localizado era poco más que un milagro. Esperaban que esta caza durara semanas, y no tenían demasiadas esperanzas de obtener un resultado favorable. Los Lobo Muerto elevaron una alabanza a Russ por este augurio antes de salir en su búsqueda. Pero Harald recordó la extraña intuición que lo había llevado hasta allí, y su inquietud creció.

Los Lobos Espaciales recorrieron con sus largas zancadas las millas que les separaban de su presa por las llanuras bajo la extraña tormenta Disforme. Caras gimientes y sellos infernales se formaban y dispersaban sobre sus cabezas pero los ignoraron. Sus Exploradores Lobo escrutaban el camino, los lobos de fenris protegían sus flancos y la Nave de Asalto Stormwolf Garra rúnica protegía la retaguardia cargada de Garras Sangrientas de los Lobo Muerto , formando una reserva voladora.

Lobo de la Muerte

Tras superar una cresta rocosa, Harald posó su mirada en una escena enloquecedora. Los campos fragmentados habían sido antaño un rico yacimiento minero, pero años de excavación habían convertido la zona en una extensión rota de escombros, montículos, barrancos dentados, y llanos y secos y agrietados. En medio de esa desolación, la aguda vista de los Lobo Muerto les permitía vislumbrar las figuras distantes y descomunales que habían venido a buscar. Los Wulfen estaban trabados en combate con una gran masa de enemigos demoníacos. Los guerreros bestiales eran ampliamente superados en número, y se habían refugiado en una zona de rocas afiladas donde el enemigo se veía obligado a ir a por ellos en pequeños grupos. Con los carros ardientes lanzandoles fuego disforme y las Diablillas apuñalando a los Wulfen, no tardarían mucho en quedar abrumados.

Harald Deathwolf dudó durante un instante sobre la cresta, antes de alzar su hacha helada e iniciar el ataque. No hubo gritos de guerra cuando la Fuerza de Choque Acechantes Blancos descendió por la pendiente rocosa, ni se aullaron juramentos cuando aceleraron a la carrera y cargaron. La horda de Demonios estaba completamente fija en los Wulfen y no se había dado cuenta de que los Lobo Muerto caían sobre ellos. Harald y sus guerreros harían pagar a los engendros de la Disformidad por su falta de precaución.

Relato Oficial: Comienza la Caza.

La Fuerza de Choque Acechantes Blancos se estrelló contra la retaguardia del enemigo con la ferocidad de una manada de lobos al ataque.

Los Horrores Rosas quedaron destrozados por el fuego de bólter así como las criaturas azuladas que surgieron de sus cadáveres. Las monturas de Slaanesh fueron cortadas en pedazos por las espadas sierra mientras que las Diablillas que las acompañaban cayeron frente al abrasador fuego de plasma. Los Wulfen captaron el olor de sus salvadores y lanzaron un poderoso rugido, luchando aún más duro con garras, colmillos y espadas. Sus hermanos entre las filas Lobo Muerto devolvieron la llamada, abriéndose paso entre las hileras de Demonios con desesperación para rescatar a los suyos.

Tomados por sorpresa, los Demonios se habían visto reducidos a la mitad. Estos seres no conocían el miedo o el pánico, así que respondieron con una ira rencorosa. Un Carro Flamígero sobrevoló la batalla y los Demonios de Tzeentch cayeron sobre sus enemigos con intenciones letales. Los carros antinaturales azotaron las filas de los Lobo Muerto y sus pasajeros lanzaron cometas de un fuego etérico que convirtió en cenizas a los Cazadores Grises o que les lanzaba humeantes y mutando por los aires. Los Aulladores cruzaron las filas de los Lobos Espaciales con su gracia antinatural cortando cabezas y atravesando corazas.

Lobo de la Muerte cargando

En respuesta, Harald ordenó a Garra Rúnica entrar en combate. La Cañonera Stormwolf hizo un barrido con su rampa de embarque bajada lo cual permitió que los Garras Sangrientas desembarcaran sobre la lucha. Los jóvenes guerreros añadieron su fuerza al avance Lobo Muerto mientras gritaban ánimos a sus compañeros.

Harald Deathwolf lideró a su Guardia del Lobo hacia las profundidades de los campos destrozados con los lobos de fenris pisándole los talones. Los Wulfen seguían luchando por sus vidas y aunque las filas enemigas se reducían rápidamente, no podrían resistir solos. Los pasos pesados golpeaban el suelo rocoso y los enormes colmillos brillaron con la luz boreal mientras los Lobos de Trueno cargaban sobre el enemigo. La masa de los Lobo de Trueno fue suficiente para apartar a los Demonios menores y a las Diablillas y Horrores se desvanecían bajo las garras de las bestias o quedaban destrozados por los Lobos de Fenris que trotaban junto a ellos. Los Incineradores de Tzeentch escupieron fuegos mutagénicos que envolvieron al valeroso Guardia del Lobo Vygar Helmfang. El veterano guerrero gritó agónicamente mientras su carne y armadura se derretían y unos tentáculos de hueso surgían de su cuerpo para empalar a su montura. Aullando su ira, el resto de la Guardia del Lobo y su señor se lanzaron contra los Incineradores. Cortaron a los monstruos en pedazos con salvajismo vengativo antes de seguir avanzando.

Harald y sus compañeros de manada se acercaban al corazón del combate, una punta de lanza clavada en el corazón de la presa. Al ver acercarse a los Lobo de Trueno, el Heraldo de Tzeentch ordenó a los Demonios que usaran sus armas más potentes. Una hueste de Aplastadores de Almas rodeó la manada Wulfen. Las máquinas demoníacas rugieron mientras golpeaban con sus garras de hierro a los hermanos de la 13º Gran Compañía. Moviéndose con velocidad increíble, los Wulfen evadían los golpes. Una lluvia de piedras destrozó el suelo cuando las garras potenciadas por pistones lo golpearon. A cambio, los guerreros ferales golpearon a sus atacantes, rasgando grandes trozos de carne Demoníaca y abollando sus miembros blindados.

Mientras los Jinetes de Morkai se acercaban a la lucha, uno de los Aplastadores de Almas atravesó el pecho de un desafortunado Wulfen con su espada antes de partirlo por la mitad. El resto de Wulfen enloquecieron, su líder se lanzó contra el torso del Aplastador de Almas antes de clavarle repetidamente sus dagas en el rostro. Cuando la máquina demoníaca se tambaleó los Lobo Trueno se unieron a la refriega mientras la Guardia del Lobo golpeaba con sus martillos trueno para derribar las piernas del Aplastador de Almas. Mientras la máquina monstruosa caía, el líder de manada Wulfen montado sobre ella le cortaba limpiamente la cabeza. Se irguió, sosteniendo su macabro trofeo en alto y aullando triunfalmente.

Harald enfrenta al Aplastador

Harald y su Guardia del Lobo lucharon aún más duro en respuesta a ese sonido primordial. Las manadas de Lobos de Fenris saltaron entre las patas de los Aplastadores de Almas mientras los Lobos Espaciales los golpeaban. Llovían chispas mientras las cuchillas heladas y los martillos de trueno machacaban el hierro y bronce demoníaco. Un Guardia del Lobo fue derribado de su silla por un disparo a bocajarro mientras otro quedó destrozado por una pata de metal. Un torrente de bilis ácida a bocajarro disolvió una manada completa de Lobos de Fenris con un único impacto horrendo. Un segundo Aplastador de Almas fue derribado pero el tercero usó su puño para agarrar a Harald Deathwolf en su silla. Los pistones crujieron mientras su garra empezaba a contraerse y el Señor Lobo gruñía de agonía mientras su armadura y huesos empezaban a fracturarse.

Saliendo de no se sabe dónde, uno de los Wulfen se abalanzó para agarrar las pinzas de garra. Rugiendo por el esfuerzo el guerrero tiró tan fuerte como pudo hasta que la garra de hierro se abrió. Los pistones se doblaron y surgió icor de los cables arrancados mientras Harald se deslizaba libre hasta el suelo. El enfurecido Wulfen arrancó el miembro del Aplastador de Almas y golpeó el rostro de la criatura con el grueso trozo de metal. Una sangre sulfurosa brotó en una explosión de hueso y carne destrozada y el decapitado Aplastador de Almas cayó.

Sin aliento, Harald Deathwolf miró a su salvador bestial que le devolvió una sonrisa a través de una boca llena de colmillos. El Señor Lobo escupió sangre y movió la cabeza observando, más allá de los Wulfen, el lugar donde la Fuerza de Choque Acechantes Blancos estaba acabando con los últimos Demonios. El dolor empañaba su visión, pero Harald alcanzó a ver que se había asegurado la victoria. Aunque la lucha había sido feroz, los Wulfen estaban a salvo y los Lobo Muerto habían triunfado.

"Bajo el cielo enloquecido, sobre los campos destrozados, los Engendros de la Disformidad fueron destrozados y los Perdidos encontrados de nuevo".

Extracto de la Saga de los Perdidos.




La cacería de hierro

La flota de Egil Lobo Hierro salió de la Disformidad en el límite del sistema Mydgal, dirigiéndose hacia Mydgal Alpha a través de las turbulencias ultramundanas de la tormenta del empíreo. Durante el tránsito por la Disformidad, el Sacerdote de Hierro Tsorvigg había recurrido a fragmentos de saber arcano de los días de la Herejía, consiguiendo extraer información de una matriz augur. Estaba calibrada para detectar las distintivas firmas de energía de las armaduras de la 13º Gran Compañía, y en el momento en que la flota entró en el sistema empezó a ofrecer una señal constante. Siguiendo la seña, Egil Lobo Hierro dividió a su Gran Compañía en un trío de fuerzas de ataque optimizadas. Se encargarían de neutralizar cualquier amenaza que encontraran en el campo de batalla antes de converger sobre la localización de los Wulfen. Mientras los líderes de la Guardia del Lobo de Egil supervisaban las otras dos fuerzas, él comandaría la Gran Manada conocida como Cazador de Hierro en persona, acompañado del Sacerdote de Hierro Helhammer y su dispositivo augur.

Junto a Egil Lobo Hierro se encontraban sus campeones preferidos, la Guardia de Hierro. El Señor Lobo de Hierro buscaba resistencia, determinación y fuerza bruta en su Guardia del Lobo y esta banda de guerreros personificaba todas esas cualidades. Gracias a las diversas mejoras cibernéticas y prótesis mecánicas bajo sus servoarmaduras, la Guardia de Hierro podía luchar a pesar de las heridas más graves. Entretanto, su surtido de armamento de combate cuerpo a cuerpo y décadas de experiencia les hacían iguales a los enemigos más duros. Cargando hacia el corazón de la batalla desde la rampa de salida de su Razorback, Egil y su Guardia de Hierro eran imparables.

El resto de la Gran Manada de Lobo Hierro está formado por tanques, apoyados por infantería y recursos aéreos. Un par de tanques Predator lideran esta fuerza de combate. El Predator Annihilator Cazador de hierro cargaba sus cañones láseres al combate y estaba especializado en acabar con otros tanques y máquinas de guerra más grande que él. Entretanto, el Venganza de hierro tenía el patrón de Predator Destructor que cargaba suficiente potencia de fuego anti-infantería como para destruir escuadras completas en segundos. El Vindicator llamado Ira de Morkai ofrecía un apoyo de fuego a estos potentes tanques con su cañón móvil de asedio capaz de acabar con máquinas de guerra enemigas o derribar fortificaciones.

Un antiguo Land Raider Cruzado de nombre Puño de Hierro completaba la formación. Esta bestia de combate contaba con una gruesa armadura y la capacidad combativa típica de su clase, junto con una tenacidad legendaria que le había visto superar heridas aparentemente críticas una y otra vez. Tras haberse abierto paso a través de los infames enfrentamientos de Bokk´de y la Pacificación de Cataklysma, Puño de Hierro había probado su valía. Estos tanques estaban supervisados por el Sacerdote de Hiero Helhammer, y servían como una formación Lanza de Russ.

Esta manada de poderosos cazadores motorizados estaba acompañada por los Cazadores Grises conocidos como Lobos Negros, y por una manada de Colmillos Largos que se llamaban a sí mismos Garras Gélidas. Los Lobos Negros poseían un Razorback armado con un cañón láser y aunque no eran muchos en número tenían mucha experiencia. Con las armas preparadas, estos guerreros veteranos estaban bien versados en apoyar a los blindados Lobos de Hierro y en defenderlos de la infantería hostil que pudiera amenazar a los tanques así como en reclamar objetivos vitales que los blindados no podían alcanzar.

Por comparación, los Colmillos Largos conocidos como Garras Gélidas sólo tenían una tarea. Su trabajo era conducir a su Razorback hasta una posición de mando desde donde pudiera ofrecer el mejor apoyo a sus camaradas. Allí donde identificaban una amenaza o veían una oportunidad de eliminar un objetivo vital, los Garras Gélidas tenían autonomía para dispararle. De esa forma el Señór Lobo Hierro confiaba en sus francotiradores para que combatieran como mejor vieran, abriendo agujeros en las filas enemigas o devolviendo asaltos. Desde las Colmenas de Herus hasta el furioso asalto de Dursella, el fuego de estos Colmillos Largos había salvado las vidas del Señor Lobo Hierro y los suyos más de una vez.

Volando para dar apoyo a sus hermanos se encontraba la Cañonera Stormfang Lanza de Hierro. Pilotada por Vengr Iceblood, un reconocido as que había derribado más de treinta naves Orkos durante la lucha por Alaric Prime, su nave realmente se había ganado el nombre. Lanzándose al combate como una jabalina de un dios airado, la Lanza de Hierro acabó con objetivos de tierra y naves enemigas por igual; incontables enemigos habían quedado reducidos a estatuas heladas o escombros gracias a su letal potencia de fuego.

"Lucha si debes, hijo de Trolls amantes de Demonios. No te servirá de nada. Nadie sobrevive una vez que los Lobo Hierro le tienen entre sus Mandíbulas."

- Egil Lobo Hierro durante la batalla de las Siete Puertas.




El infierno inferior

Desafiando las energías arremolinadas y la luz sucia de la tormenta disforme, los Lobo Hierro se acercaron a la órbita de Mydgal Alpha. Embarcado en su nave blindada, los guerreros de Egil Lobo Hierro siguieron el trazo de los Wulfen por la atmósfera del planeta hacia la super-colmena de Irkalla.

Mientras su nave se acercaba a las brillantes torres de Irkalla, Egil Lobo Hierro estudió la información disponible sobre este extraño mundo. Bajo su nave se veía una gruesa nube de humo negro y gris. Un océano de bruma y ceniza que cubría todo el globo. Durante milenios este mundo había servido como fuente de material industrial para los ejércitos del Imperio, procesando enormes cantidades de prometio. Sin embargo, siglos atrás. los residuos químicos acumulados bajo la corteza del planeta se habían incendiado. Una vez empezados, los fuegos fueron imparables y seguían ardiendo bajo la superficie, cubriendo todo el planeta con una gruesa capa de polución.

Esta catástrofe había reducido la superficie a un reino infernal de pozos de llamas y ríos químicos. El Administratum nunca destacó por malgastar planetas útiles así que reclasificó Mydgal Alpha como mundo colmena y usó las factorías y refinerías para construir una enorme super-colmena en la última zona de tierra viable del planeta. Esa era Irkalla, y su creación había sido un éxito. Ahora, sin embargo, la colmena se enfrentaba a peligros que nadie había conocido antes.

Juzgando por los saludos patéticamente esperanzados procedentes de las torres, la gente de Irkalla creía que los Lobos Espaciales estaban allí para salvarlos. Los Lobo Hierro callaron e hicieron gestos de protección contra el mal mientras las voces hablaban de una terrible plaga, enjambres de insectos y enfermedades antinaturales que habían surgido de la parte inferior de la colmena cuando llegó la tormenta disforme. La luz del sol se había "vuelto mala" dijeron, cambiando de color y causando que el óxido y la putrefacción se extendieran allí donde tocaba. Abundaban los malos presagios y antes de que cerraran sus portales a los niveles inferiores habían recibido ataques de seres ultraterrenos.

Lobos de Hierro en Lanza de Russ

Egil Lobo Hierro no perdió el tiempo. El Sacerdote de Hierro Helhammer informó que el rastro provenía de las profundidades de Irkalla, y si la ciudad estaba tomada por enfermedades no había mucho que los Lobos Espaciales pudieran hacer. Tal vez la Inquisición pudiera ayudar a estas gentes, aunque los Lobos Espaciales desconfiaban de la posible ayuda de la Inquisición, pero afortunadamente los Lobo Hierro y los Wulfen ya se habrían ido cuando llegaran. Ordenando a sus seguidores que ignoraran los gritos de la población maldita de Irkalla, el Señor Lobo Hierro hizo que sus tres fuerzas descendieran bajo el humo. Los esquemas actualizados mostraban que el recubrimiento de metal de la colmena estaba roto en los niveles inferiores, mezclándose libremente con los desechos contaminados. Allí conseguirían acceso rápido a la ciudad.

Irkalla era tan enorme que a la nave de Fenris le tomó un buen rato descender hasta su base a través del humo. Los motores trabajaron mientras la ceniza obstruía tomas y turbinas y los pilotos se vieron forzados a volar usando sus instrumentos mientras la visibilidad de se reducía a cero. Los Lobos Espaciales observaron en silencio a través de las mirillas de la cañonera como una tonalidad rojiza que se intensificaba conforme descendían hacia su punto de destino cubría las nubes. Los himnos de colisión resonaron y los pilotos lucharon con sus controles para aterrizar en las ruinas esqueléticas que se alzaban en la oscuridad. Diversas cañoneras golpearon los escombros y los puentes ennegrecidos por el humo. Afortunadamente, las naves del Adeptus Astartes estaban construidas para soportar un castigo increíble y no recibieron grandes daños.

Por último, con una serie de golpes discordantes, los Lobo Hierro lograron aterrizar. Los guerreros de Caza de Hierro surgieron de sus cañoneras frunciendo el ceño al ver el entorno iluminado por el fuego mientras los tanques que les acompañaban descendían de las rampas de aterrizaje de las Thunderhawk. Antaño la colmena se había extendido por todo el área, pero los hundimientos constantes y las atenciones hambrientas de las llamas habían causado que la arquitectura se colapsara. Se abrían abismos entre los huesos enredados de los antiguos pasadizos y las llamas ondulaban en las profundidades. Burbujeantes lagos de alquitrán parpadeaban con fuegos extraños que hubieran matado a un humano normal en segundos. Era uno de los ambientes más hostiles que Egil Lobo Hierro hubiera visto, pero el rastro del augur era fuerte y claro, indicando unos pocos kilómetros al oeste. Los Lobo Hierro avanzaron con las armas preparadas a través de la oxidada piel de Irkalla hacia la infernal colmena inferior.

Las dos fuerzas de flanqueo de Egil, los Garras Dentadas y los Destructores Pellejo de Acero, fueron los primeros en contactar con el enemigo. Los disparos sonaron distantes a través de la oscuridad, mezclándose con el sonido de fondo de las llamas y las sacudidas del suelo bajo los Lobo Hierro. Tan pronto como percibieron esos signos de batalla la compañía Caza de Hierro encontró sus propios problemas.

Los primeros Demonios surgieron en grupos pequeños entre el humo con los ojos enrojecidos por los humos y la carne rancia arrugada por el calor. Los Lobos Negros les dispararon, acabando con ellos con el fuego de precisión. Pero mientras los Lobo Hierro avanzaban el terreno se hacía más denso y los grupos de Demonios más numerosos.

Lobos de Hierro durante el combate en Mydgal

El Vindicator Ira de Morkai se abrió paso a través de un muro derrumbado para encontrarse rodeado por Desangradores susurrantes. Sólo al dar marcha atrás y disparar a bocajarro para obliterar a las criaturas infernales logró evitar que se convirtiera en chatarra. Puño de Hierro se movió sobre una masa tambaleante de Portadores de Plaga con sus bólteres huracán ardiendo, para acabar sumido en una masa de alquitrán líquido. Los repugnantes Demonios rodearon el tanque intentando hundirlo más en el pantano. La Cañonera Stormfang Lanza de Hierro voló bajo y su atrevido piloto zigzagueó sobre los Portadores de Plaga disparando su bólter pesado. Los cuerpos putrefactos explotaron como sacos de carne y, con un poderoso rugido , el Puño de hierro logró salir del lodo.

Los tanques de Egil Lobo Hierro se abrieron paso a través de las ruinas y los restos esqueléticos de una capilla. Ondulantes nubes de moscas demoníacas se arremolinaron alrededor de los vehículos de los Lobos Espaciales y a través de ellas llegó la mayor horda demoníaca que habían encontrado ese día los Lobo Hierro. Los Portadores de Plaga y Desangradores presionaron a los Lobo Hierro junto con los Drones de Plaga y las enormes Bestias de Nurgle. Detrás de ellos venían de una batería retumbante de Cañones de Cráneos de Khorne cuyas mandíbulas babeaban fuego. Oscurecida por la gruesa capa de insectos se ocultaba algo enorme; un Príncipe Demonio bendito con los dondes de Nurgle. Este Demonio horrendo era Mordokh el Podrido, el responsable de las miserias de Irkalla y una plaga viviente para los mundos de los hombres. Bajo su yelmo oxidado, el rostro del Príncipe Demonio se dividía en una sonrisa podrida mientras levantaba su espada desafiando a los Lobos Espaciales.

La Caza de Hierro avanzó hacia el combate con Egil y su Guardia de Hierro cargando en cabeza y destrozando cráneos de Demonios con cada balanceo de sus armas. Tras ellos las armas pesadas rugieron cuando los Colmillos Largos, los Cazadores Grises y los tanques abrieron fuego. Conforme las explosiones estallaban entre los Demonios y los rayos de luz color rubí les atravesaban el Señor Lobo Hierro y el Sacerdote de Hierro Helhammer se abrieron pasos hacia las profundidades de las filas enemigas. El augur del Sacerdote de Hierro insistía en que estaban sobre los Wulfen, y el ceño fruncido de Egil se hizo cada vez más profundo mientras pensó que tal vez estaban luchando para vengar a sus hermanos perdidos y no para rescatarles.

Los miedos del Señor Lobo Hierro demostraron ser falsos cuando varias manadas de Wulfen surgieron de las ruinas y cayeron sobre el flanco de los Demonios. Los salvajes guerreros se abrieron un camino de destrucción rajando y sajando a la horda infernal. Algunos fueron arrastrados y decapitados por los filos oxidados pero el ímpetu de la carga Wulfen era imparable. Dejando escapar un aullido mecánico, el Señor Lobo Hierro se movió hacia los guerreros salvajes, mientras Helhammer y la Guardia de Hierro luchaban furiosamente a su espalda. Los Guardias del Lobo cayeron con la armadura destrozada por culpa de los Demonios, pero finalmente los Lobos Espaciales y los Wulfen se reunieron en el centro del combate.

Lobos de Hierro durante el combate en Mydgal2

La línea de batalla de Fenris se había dividido en bandas separadas y se había repartido por el santuario en ruinas. En la retaguardia, los Colmillos Largos de los Garras Gélidas acabaron con unas Bestias de Nurgle y abatieron Drones de Plaga del techo. Los dos Predators y el Vindicator de Egil estaban combatiendo duramente pero habían recibido mucho castigo y estaban al límite de su resistencia. Los cañones láser del Cazador de Hierro abrieron agujeros ardientes en un par de Aplastadores de Khorne, enviándolos al suelo. Segundos después se escuchó un rugido monumental cuando los Cañones de Cráneos de Khorne abrieron fuego y los cráneos llameantes explotaron sobre el Predator dejándolo convertido en escombros ardientes. Los Lobos Negros habían quedado rodeados por más criaturas de Nurgle. Cortaron y segaron con sus espadas sierras pero la cantidad de enegmios jugaba en su contra. Primero, uno de los Cazadores Grises fue empalado y arrastrado por un Dron de Plaga, luego varios más fueron aplastados por las Bestias de Nurgle, gritando de agonía mientras su carne era devorada por los jugos ácidos.

Sabiendo que había completado su tarea y dándose cuenta de que sus Lobo Hierro serían superados si se quedaban en ese infierno, Egil ordenó la extracción. Justo tras dar la orden un sudario de insectos zumbantes se tragó al Señor Lobo, a la Guardia de Hierro y a los Wulfen. Egil maldijo mientras las moscas cubrían su armadura y mordían su carne expuesta. Agitó sus garras de lobo en arcos enérgicos chafando masas de moscas en el aire y cortando a los Portadores de Plaga que se ocultaban tras ellas. A su alrededor sus guerreros hacían lo mismo, luchando a pesar de los insectos que anunciaban algo peor. Avanzando entre las filas de Demonios menores se acercaba Mordokh el Podrido.

El primer golpe del Príncipe Demonio arrancó la cabeza de un Wulfen antes de romper la cabeza de uno de la Guardia de Hierro. Su segundo golpe atravesó a dos más de la Guardia del Lobo de Egil, una cuchilla oxidada se deslizó desde la palma de Mordokh para destripar a un guerrero y atravesar el cráneo de otro. Con un aullido inarticulado de rabia, Egil hundió sus garras de lobo en el pecho del Príncipe Demonio. El filo de energía se abrió paso entre la carne rancia y Mordokh rugió cuando surgieron moscas de pus de la herida. Un puñetazo del Demonio golpeó al Señor Lobo Hierro en el rostro rompiéndole la nariz y lanzándole contra sus hombres con fuerza devastadora. El Señor Lobo gruñó y escupió sangre mientras Mordokh se cernía sobre él con una sonrisa húmeda y desagradable.

En ese momento el aire lleno de humo cobró vida con una luz rugiente. Siguiendo una orden a gritos de Egil las cañoneras de los Lobo Hierro soltaron una descarga de fuego contra la horda de Demonios. Una salva de fuego de cañón láser atravesó la forma putrefacta de Mordokh, convirtiendo a la monstruosa entidad en una tormenta zumbante de moscas. El fuego bólter pesado acribilló a las masas de enemigos, alejándolos de los asediados Lobos Espaciales. Los Demonios regresaron al humo y las llamas más allá de la capilla dando unos instantes preciosos a los Lobo Hierro supervivientes para subir a bordo de su nave de extracción.

El coste había sido elevado. Los Lobo Hierro habían sufrido graves bajas antes de ser rescatados. Sin embargo la misión había sido un éxito y las Thunderhawks y las Stormwolves giraron sus proas hacia el cielo y se alejaron a través del humo con los Wulfen rescatados a salvo en su interior blindado .

Sombras y secretos

Cuando los Astrópatas de Nurades gritaron de agonía, los Lobos Espaciales no fueron los únicos en sentir su llamada. Los Ángeles Oscuros también habían escuchado el mensaje de los Astrópatas. Pero para ellos tenía un significado completamente diferente, una advertencia de alarma.

Los Ángeles Oscuros son un capítulo con muchos secretos. Los Hijos de Lion están obligados a ocultar muchas cosas de los ojos del Imperio. Ese era el caso de las espadas corruptas conocidas como las Siete Sombras. Estas reliquias no se podían esconder en La Roca por miedo a que su corrupción se expandiera, pero en su día los Caballeros de Caliban las habían esgrimido y el Capítulo no podía desecharlas. Los Ángeles Oscuros habían enterrado las Siete Sombras en bóvedas protegidas que sólo el sello de un Señor de la Compañía podía abrir, a gran profundidad bajo las ruinas polares de Nurades.

Con el tiempo, los agentes de los Ángeles Oscuros habían sembrado en el folclore local la leyenda de que esas ruinas estaban malditas. Esto, junto con una guardia de cinco Exploradores, había sido suficiente para mantener escondidos esos tesoros. Sin embargo, en el momento en que el coro astropático de la Roca detectó la llamada de socorro de Nurades, estaba claro que había que tomar medidas. Una incursión demoníaca atraería la atención de la Inquisición. Y no podían correr ese riesgo. El Señor de la Compañía Araphil y la Fuerza de Asalto Espada de Lion respondieron rápidamente dirigiéndose a Nurades, pero llegaron demasiado tarde para salvar a la escuadra Arhad.

Sin embargo, los Ángeles Oscuros no se fueron con las manos vacías. Las espadas corruptas habían sido recuperadas sin incidentes, y ahora estaban encerradas en ataúdes adamantinos, listas para ser transportadas a algún otro rincón oscuro de la galaxia. El Señor de la Compañía también había recuperado un superviviente, que fue trasladado de inmediato al Apothecarion. El joven Explorador recuperado entre las ruinas polares había sido identificado como el hermano Dolutas. Un trío de garrazos profundos recorría su pecho, hecho por largas garras que habían abierto en canal su armadura y la piel que ésta protegía. Hasta el momento, el Explorador no se había recuperado del coma.

Si el superviviente herido poco podía decir a los Ángeles Oscuros, el servocráneo recuperado por Araphil y sus hermanos era más útil. Después de ser reparado lo mejor posible por un Tecnomarine experto de la Roca, el dispositivo fue presentado ante un consejo cerrado de los más principales líderes de los Ángeles Oscuros. Sentados alrededor de una gran mesa de piedra en una cámara sombría, el Señor del Capítulo Azrael y sus hermanos más cercanos observaban impasibles como el servocráneo reproducía las imágenes irregulares en su memoria. A pesar de que no eran más que unos instantes de material, los maestres del Círculo Interior lo miraron una y otra vez. Memorizaron y analizaron hasta el último detalle para evitar perder el más mínimo matiz o fragmento de información.

Angel Oscuro en Nurades

Las imágenes carecían de sonido a excepción de un ruido de estática. Mostraban al Sargento Arhad y sus hermanos agachados dentro del búnker de Nurades donde se habían encontrado sus cuerpos. Cuando la imagen cambió mostró a los Exploradores alzándose para disparar a través de las aspilleras del búnker antes de volver a agacharse. Se veía una luz parpadeante extraña en el exterior de la estructura. La imagen se deformaba cada vez que la luz ardía y Ezekiel, Gran Maestro de los bibliotecarios explicó casi con certeza que esa distorsión tenía origen en el Empíreo, un signo seguro de actividad demoníaca en la posición de los Exploradores.

Entonces las imágenes dieron un giro inquietante. La imagen se tambaleó, como si el cráneo hubiera girado de repente sobre sus impulsores, y cayó como si algo lo hubiera golpeado salvajemente en el aire. Mientras el servocráneo se detenía, su lente agrietada continuó grabando. Las piernas de los Exploradores aún eran visibles, situadas en posiciones de tiro.

El resplandor del fuego bólter iluminó la imagen antes de que una gran sombra se moviera rápidamente frente a la cámara. Salpicó sangre, manchando los muros del búnker y la cabeza cortada de un Explorador cruzó el plano antes de rebotar más allá. De nuevo la enorme figura cruzó la imagen y fue ese el momento que el Círculo Interior revisó una y otra vez. Tenían que estar seguros. No podían actuar sobre una suposición.

Tras varias horas, los Ángeles Oscuros reunidos estaban seguros más allá de cualquier duda razonable, pero la importancia de la revelación pesaba sobre ellos. Ralentizando la imagen hasta una velocidad mínima y limpiándola para obtener más claridad la figura apenas se podía ver como algo enorme y bestial que tenía una apariencia similar a la de un Marine Espacial. Una inspección más cercana reveló una insignia en el hombro de la figura, borrosa por el movimiento y medio oculta por la sangre salpicada, que destellaba en un segundo crucial en una llamarada de bólter. Se trataba de una cabeza de lobo de Fenris, presentada sobre un campo rayado y descolorido gris metálico. Los maestres reunidos se miraron unos a otros por debajo de sus pesadas capuchas, intercambiando miradas silenciosas cargadas de significado.

Algo terrible había ocurrido en Nurades, y parecía que los Lobos de Fenris estaban involucrados. Los Ángeles Oscuros no actuarían sin más información. Su antipatía con los Hijos de Russ estaba bien documentada pero no sospecharían de ellos sin tener más pruebas. Eso decretó Azrael, y así empezó la caza de verdad de los Ángeles Oscuros.

Relato Oficial: Sombras y secretos.

Capítulo 2: Portadores de Muerte

Logan Grimnar-1

Revelaciones siniestras

Tras Nurades, misteriosas tormentas de Disformidad estallaron a lo largo y ancho del Imperio. Aunque estos extraños fenómenos estaban muy esparcidos en la inmensidad de la galaxia, en realidad tocaban todos sus segmentum. Otros, aparte de los Lobos Espaciales, también habían tomado nota urgente de ello y se empezaban a movilizar para investigarlos.

Titán. El centinela silente. Hogar de las hermandades de cazadores de Demonios de los Caballeros Grises, y guardián secreto de la mismísima Terra. Desde detrás de sus muros blindados y de los gigantescos bastiones de su ciudadela, los Caballeros Grises se mantienen vigilantes ante la amenaza del Caos. Desde aquí, coordinan su guerra secreta contra los Poderes Ruinosos, y mandan a sus hermandades de guerreros para golpear al Demonio allí dónde asome la cabeza.

Los Caballeros Grises poseían un método bastante efectivo para monitorizar las actividades infernales por todo el Imperio. Se trataba del Augurium, una cámara en la cima del Pináculo de Plata donde los hermanos conocidos como Prognosticadores filtraban profecías en la superficie de espejos cristalinos. La Ciudadela de Titán contenía otros secretos antiguos y maquinarias extrañas, y uno de tales aparatos, el Speculum Infernus, despertó justamente a la vez que la primera de las tormentas Disformes se manifestó en torno a Nurades.

A medida que se formaron más tormentas, el artilugio se activó por completo. Sus arcaicos mecanismos sisearon y crujieron al empezar a funcionar. Delicadas esferas de bronce giraban unas alrededor de otras sobre armazones plateados, con crepitantes halos de luz danzando entre ellas. Gárgolas doradas que siempre habían parecido meras decoraciones abrían de repente sus bocas y vomitaban restos de pergaminos de datos llenos de densos y arcanos textos y dibujos. El vasto Speculum Ifernus temblaba y humeaba, contemplado con temor por los datasabios de los Caballeros Grises.

Los guerreros de Titán no tardaron en descifrar las advertencias del aparato, y sus ojos se abrieron de par en par al hacerse conscientes de su importancia. A través de rollos de pergamino y brillantes imágenes holográficas, les mostró las pautas que iban formando las extrañas tormentas de Disformidad y también predijo la formación de aquellas que aún no se habían manifestado. Los Prognosticadores fueron invocados de inmediato a fin de determinar, por todos los medios a su disposición, de dónde procedían las capacidades predictivas de la máquina. Confiados en que las advertencias del Speculum Infernus no era una trampa demoníaca, los Caballeros Grises prepararon una respuesta adecuada sin perder tiempo.

Stern y sus Caballeros Grises

Un número de hermandades sin precedentes zarpó de Titán a bordo de naves de flancos plateados, con la determinación de expulsar a los Demonios que manaban de aquellas tormentas sobrenaturales. Los templarios de Titán pronto vieron cómo las corrientes de la Disformidad se giraban salvajemente en su contra. Potentes descargas de energía empezaron a golpear las naves casi desde el momento del despegue, como si el Inmaterium les castigase. Aquello no podía ser casual, el Crucero de Batalla Luz Gloriosa se vio tragado por las oleadas de la Disformidad después de que su navegante muriese entre gritos. La nave de ataque rápido Ira Santificada reventó cuando sus Campos Geller fallaron de forma inexplicable. Varias otras naves se vieron expulsadas de la Disformidad, teniendo que realizar traslaciones de emergencia que las dejaron a la deriva hasta ser reparadas, mientras sus tropas libraban batallas para erradicar a los terribles seres que trataban de infectarlas.

Pese a todas esas adversidades, los Caballeros Grises siguieron adelante. Guiados por el Speculum Infernus varias hermandades alcanzaron sus puntos de destino y enseguida se vieron enzarzadas en combate contra los Demonios. En los Confines de Hades, la 4º Hermandad se teleportó hasta un huracán de llamas vivientes, y allí batalló contra un trío de Devoradores de Almas y sus esbirros. A lo largo de dos días y dos noches, los Caballeros Grises se enfrentaron a sus enemigos rodeados por lagos de fuego que no paraban de cambiar de forma. Finalmente, el Hermano-Capitán Grud y sus guerreros se alzaron victoriosos, expulsando a su enemigo a pesar de sufrir numerosas bajas.

En Fimnir, la masa de tanques de la 1º Hermandad se lanzó a la batalla, atravesando las estructuras de las plataformas mineras del gigante de gas. Los demonios brotaron por todas partes para oponérseles. Los Aplastadores de Almas rajaban y abrían los cascos de los vehículos con sus garras metálicas, mientras los Desangradores y Diablillas se batían en duelo contra los Caballeros Grises en medio de la oscuridad del vacío. El Hermano-Capitán Pelenas mató personalmente a Bol´Groblort, una Gran Inmundicia de Nurgle, clavándole su espada en su negro corazón.

Nada sobrevivió a la ira de los guerreros de Pelenas, ni los Demonios, ni las plataformas mineras ni los restos reanimados y llenos de plaga de los clanes de trabajadores del planeta. Todo fue reducido por igual.

Y así siguió desarrollándose la campaña, con los Caballeros Grises purgando Emerghul e incluso Nurades con fuego sagrado. Sin embargo, allí donde iban encontraban rastros de energía, ecos psíquicos y signos de batalla. Otros antes que ellos habían estado en esos mismos mundos. Otros habían combatido a los Demonios, y por la razón que fuese, se habían visto obligados a irse antes de completar la lucha.

El Hermano-Capitán Stern llegó por fin a Mydgal Alpha, pocos días después de la partida de los Lobo Hierro. Al encontrar la Colmena Irkalla llena de plagas demoníacas, Stern lideró un ataque mediante teleportación hacia las profundidades bajo la ciudad colmena, con la esperanza de aniquilar al Archi-Dominio que había sido el causante de aquel horror.

Pese a haber dejado su huella psíquica en cada superficie del lugar, el Príncipe Demonio Mordokh había partido de allí hacía mucho. Sin embargo, lo que Stern encontró en su lugar fue aún más perturbador. Pudriéndose en el campo de batalla desde hacía por lo menos una semana, medio enterrado bajo los fétidos restos de centenares de Demonios caídos, había un cadáver extraño y bestial. La carne de aquella criatura era pútrida y su forma estaba completamente distorsionada por alguna clase de gigantismo mutante, pero la insignia que podía verse impresa en su maltrecha armadura resultaba inconfundible.

Declarando Mydgal Alpha como Perditum Extremis, Stern volvió a su nave y ordenó a sus Astrópatas que determinasen, por cualquier medio sin importar lo horrible o costoso que fuera, la localización de Logan Grimnar. El Hermano-Capitán Stern tendría unas palabras con el Gran Lobo, y exigiría respuestas...

Las brumas de Tranquilitus

Caballeros Grises exterminando Demonios

Siguiendo la pista de sus hermanos perdidos, los Aulladores de Fuego de Sven Aullador surgieron del Empíreo directamente sobre el mundo fantasmal de Tranquilitus. La tormenta Disforme que había llevado hasta allí a su Gran Compañía se había dispersado, pero otros peligros acechaban en aquel mundo maldito...

La flota de los Aulladores de Fuego volvió a entrar en el espacio real justo sobre Tranquilitus, lista para el combate. Los informes sugerían que aquel era un mundo extraño y peligroso, una mancha en la realidad, gobernada por alguna inteligencia oscura y terrible. Era un planeta fantasma de asentamientos abandonados, cuyos habitantes se habían esfumado en la bruma. El Señor Lobo Sven Aullador no estaba dispuesto a correr ningún riesgo con aquel lugar.

Mientras las naves de los Lobos Espaciales se acercaban al planeta, una nave de gran tamaño apareció a través de los últimos jirones de la tormenta Disforme moribunda. En seguida fue identificada como un Crucero de Batalla de los Ángeles Oscuros, El Juramento Silencioso. Momentos después la nave estableció contacto, y su capitán advirtió de que fuerzas de los Ángeles Oscuros se estaban desplegando en Tranquilitus. La presencia allí de los Ángeles Oscuros no era requerida ni bienvenida.

Riendo entre dientes, el Señor Aullador envió una respuesta breve e ingeniosamente ofensiva, y a continuación ordenó a la Fuerza de Choque Espada de las Sagas que se movilizara para la batalla. Sven estaba allí para completar una búsqueda, y había visto clara la oportunidad de añadirla a las sagas que llevaba tatuadas en su piel. Según sus propias palabras, antes prefería condenarse a los siete infiernos que permitir que los chiflados de El´Jonson se le adelantaran.

Consciente de que estaban en clara inferioridad en cuanto a potencia de fuego, los Ángeles Oscuros retiraron su nave, no sin antes lanzar a los Lobos Espaciales la ominosa advertencia final de que dieran media vuelta. Al mismo tiempo, los Lobos Espaciales detectaron un breve destello de tráfico voz entre la Juramento Silencioso y sus fuerzas sobre el planeta. Era difícil escrutar Tranquilitus con precisión, pues las brumas que lo envolvían generaban interferencias y señales de vida entrecortadas. Por tanto, el Señor Aullador decidió desplegarse cerca de las coordenadas de la vocoemisión. Su razonamiento era que los Ángeles Oscuros no habrían aterrizado en zonas aleatorias; si estaban ya cerca de los Wulfen, los Aulladores de Fuego debían actuar rápido.

Marchando hacia los muelles de embarque, el Señor Aullador dio la orden de que sólo se desplegaran él mismo y las manadas especialmente elegidas de la Fuerza de Choque Espada de las Sagas. Aquella sería una misión de desembarco mediante lanzaderas, sin usar Cápsulas de Desembarco ni nada más lento que un propulsor de salto una vez en la superficie. La velocidad sería esencial y Sven quería que su fuerza estuviese lista para ser extraídos una vez que sus hermanos hubiesen sido recuperados.

Minutos más tarde, un par de Thunderhawks Fenrisianas se lanzaron a través de las brumas hacia la superficie de Tranquilitus. Se posaron sobre una zona de césped húmedo, disipando con su aterrizaje la niebla de los alrededores y revelando una serie de árboles retorcidos y un lago cuya superficie parecía de cristal negro. Los Lobos Espaciales descendieron de las rampas de asalto y las Thunderhawks volvieron a despegar, perdiéndose en los cielos mientras la niebla volvía a cerrarse. Pronto, la visibilidad quedó reducida a unos pocos metros, al mismo tiempo que los pegajosos vapores antinaturales que la formaban silenciaban los áuspex y embotaban incluso los agudos sentidos de los Hijos de Russ. Los normalmente bulliciosos Garras del Cielo de Sven estaban en silencio, alerta. Percibían algo inquietante en aquel lugar, una sensación nebulosa de que les vigilaban, de que les estaban cazando. Una sensación capaz de reducir a una parálisis de terror a cualquiera menos preparado que un Marine Espacial.

Aquello únicamente aumentó los instintos de combate de los Lobos Espaciales. Los Garras del Cielo, Garras Veloces, Land Speeders, y la Guardia del Lobo de Sven con retrorreacotres - es decir, la Guardia Sangrienta - hicieron todo lo posible por mantenerse juntos en medio de la niebla. Avanzaban velozmente, siguiendo sus áuspex a través de los árboles envueltos en sombras, cruzando colinas rocosas y asentamientos fantasma abandonados. La bruma les rodeaba por doquier, transmitiéndoles la opresiva sensación de que estaban siendo observados.

Combate en Tranquilitus

Todo permaneció quieto, hasta que los sonidos de disparos y los aullidos atraversaron los jirones de nubes desde las alturas.

Los aullidos distantes fueron captados por los Lobos Espaciales de modo instintivo. Los Aulladores de Fuego sabían que aquello era la llamada de los Wulfen, y alzaron a su vez otro aullido mientras se movían como un solo hombre. En medio de la densa niebla, el avance de los Lobos Espaciales no tardó en fragmentarse. Al atravesar valles rocosos y tupidos bosques, los Aulladores de Fuego tuvieron que hacer frente a constantes ataques demoníacos. Babeantes Bestias de Nurgle aparecieron por entre los árboles aplastando y golpeando con sus tentáculos. Demonios de Tzeetch iluminaron la bruma con sus llamas iridiscentes, mientras que sus escalofriantes risotadas reverberaban por doquier. Los Lobos Espaciales contraatacaban con furia, haciendo trizas cualquier impedimento que intentaban frenarles.

Los Ángeles Oscuros empezaron también a aparecer entre la niebla, con sus Escuadrones de motocicletas del Ala de Cuervo cruzándose en las líneas de avance de los Lobos Espaciales. Los Ángeles Oscuros estaban enzarzados en una batalla móvil contra grandes grupos de Demonios, pero sus andanadas de disparo caían peligrosamente cerca de los guerreros de Fenris. Los Garras del Cielo maldijeron al oír una Mortaja del Ala de Cuervo pasar volando sobre sus cabezas, desorientándoles con su velo de sombras.

Los Aulladores de Fuego siguieron adelante, por un terreno resbaladizo que poco a poco iba descendiendo bajo sus pesadas botas y ruedas. Sven lideró la carga bajando por la pendiente a grandes saltos y masacrando Demonios a izquierda y derecha. Uno de los saltos del Señor Lobo le llevó hasta un saliente rocoso, a la vista de su Guardia del Lobo. En cuanto aterrizó, un par de Land Speeder pasaron sobre él, pero apenas eran sombras en la oscuridad, y resultaba imposible discernir a quién pertenecía. En cambio, los vehículos demoníacos que les perseguían escupiendo fuego sí que eran más o menos visibles. Uno de los Land Speeders fue derribado, atravesando la bruma hasta estrellarse con un golpe sordo y explotar en la distancia. Sven Aullador sólo podía gruñir, mientras hacía gestos a su Guardia del Lobo para que le siguieran mientras daba un nuevo salto.

Relato Oficial: Las Brumas de Tranquilitus.

A lo lejos en el flanco derecho de los Lobos Espaciales, los motoristas Garras Veloces conocidos como Jinetes Aulladores se lanzaron por un cañón de altas paredes, con una determinación rayando lo insensato, haciendo frente a una horda de Slaanesh. Maniobraban por entre los filos giratorios de los carros de Slaanesh lanzando granadas perforantes a sus motores. Una serie de explosiones retumbó cuando los carros quedaron convertidos en una lluvia de metralla brillante, convirtiendo a su vez en picadillo a numerosos rastreadores. No tardaron en llegar a la matanza varios Caballeros Negros del Ala de Cuervo, bajando a toda velocidad por uno de los laterales del cañón hasta topar contra sus rivales Garras del Cielo. Nadie disparó ni golpeó, pero los Lobos Espaciales se vieron obligados a frenar derrapando hasta detenerse por completo, mientras lanzaban maldiciones. Los Ángeles Oscuros siguieron adelante, aniquilando a tiro limpio a los últimos rastreadores.

El grito de los Wulfen volvió a elevarse, y Sven Aullador luchó aún con mayor entrega al darse cuenta de lo cerca que estaban. Al ver que la Guardia Sangrienta y los Garras del Cielo de los Portadores de Tormentas luchaban en torno suyo, Sven decidió que el momento de la gloria había llegado. El tatuado Señor Lobo gritó una cadena de órdenes formando a sus guerreros y lideró otro salto hacia lo más denso de la niebla.

Combate en Tranquilitus2

Mientras los Aulladores de Fuego avanzaban, una forma enorme y oscura apareció ante ellos desde las alturas. A los Lobos Espaciales les pareció ver alas negras y toberas rugientes, pero en apenas un instante la nave hubo desaparecido. Sven y sus guerreros siguieron adelante por aquel terreno llano y fangoso, en la misma dirección que lo que seguramente era una nave de ataque de los Ángeles Oscuros.

Como si obedecieran una orden silente, de pronto las brumas se disiparon. Sven y sus seguidores vieron ante ellos a dos manadas de Wulfen. Los salvajes guerreros estaban aniquilando con gran furia a una horda de Diablillas y Horrores a la orilla de otro lago. Sven notó cómo la sangre ardía en sus venas y cargó seguido de sus guerreros. Antes de que los Aulladores de Fuego pudiesen llegar al combate, los Ángeles Oscuros golpearon.

La oscura forma sobrevoló sus cabezas una vez más, revelándose por fin como un Espolón del Ala de Cuervo. Sven aulló iracundo al ver cómo un aparatoso objeto salía disparado desde la panza de la aeronave, impactando en el centro de la concentración de los Wulfen. Pero en vez de hacer volar por los aires a los bestiales guerreros, la detonación de la bomba proyectó un campo de estasis que se abrió como los pétalos de alguna extraña flor de cristal.

En un instante, los Wulfen dejaron de ser bestias desbocadas para quedar quietos como estatuas, mientras los Demonios supervivientes intentaban retirarse de la zona afectada por la explosión temporal. El Gran Maestre Sammael apareció atronadoramente, sobrevolando el lago en su moto a reacción, Corvex, a la cabeza de un escuadrón de Land Speeders del Ala de Cuervo, que dejaban tras de sí una estela en el agua mientras se lanzaban al ataque. Los Ángeles Oscuros liberaron una tormenta de plasma y proyectiles perforantes que hizo pedazos a los Demonios.

Sven Aullador y sus guerreros se detuvieron en seco junto a los restos de los Demonios masacrados. Sammael y sus naves les sobrevolaron, dieron media vuelta y se acercaron planeando hasta ellos, apuntándoles con sus armas de proa.

Mirando hacia abajo a los tatuados y ensangrentados Lobos Espaciales, Sammael les exigió explicaciones sobre su presencia allí, y les ordenó que le entregaran a los mutantes para poder llevarlos a ser juzgados ante la Inquisición. En respuesta, Sven Aullador escupió al suelo. Aquel era un asunto de los Lobos Espaciales, y los Ángeles Oscuros se estaban entrometiendo. Con una voz suave pero gélida, Sammael advirtió a los Lobos Espaciales que se la estaban jugando al proteger a aquellos herejes, y que obligarlos a usar la fuerza contra ellos sólo empeoraría las cosas.

Tanto los Lobos Espaciales como los Ángeles Oscuros contuvieron la respiración, con los dedos en los gatillos de sus armas y la mirada fija en sus líderes. Sven Aullador miraba insolente a la boca del cañón de plasma de Sammael, mientras aferraba su hacha con fuerza. Entonces, de pronto, una gran oleada de Demonios apareció desde la bruma cargando contra ellos entre gritos y balbuceos, con las armas alzadas y los ojos hirviendo de odio.

Mandíbulas Demoníacas.

Combate en Tranquilitus3

Mientras los Demonios avanzaban por las orillas del lago, el infierno se desató. Los Marines Espaciales que habían estado a punto de enfrentarse entre sí giraron sus armas al unísono y abrieron fuego contra la nueva amenaza que se les venía encima. Las nieblas volvieron a extenderse como una mortaja, y en ese preciso instante Sven Aullador vio su oportunidad.

De la bruma surgió una lluvia de fuego Disforme que explotó contra el campo de estasis. Su capacidad fue debilitándose bajo el intenso bombardeo de energía ilógica, hasta que se colapsó y estalló como una pompa de jabón. Pudo oírse un súbito coro de aullidos iracundos y a todo el mudo le quedó claro que los Wulfen habían sido liberados. Aquel primitivo sonido borró por un instante todo pensamiento racional de la mente del Señor Aullador, que sintió la tentación de entregarse por completo a masacrar enemigos a dentelladas.

Con dificultad, Sven logró dominar la tentación. Los Ángeles Oscuros habían formado una línea de batalla con la que recibir a los Demonios. Esa era la oportunidad de los Aulladores de Fuego y, siguiendo las órdenes gritadas por Sven, se lanzaron a por los Wulfen. Sin tiempo para sutilezas, atravesaron la zona de tiro hasta llegar a donde los Wulfen se encontraban despedazando a sus enemigos demoníacos. Dos Lobos Espaciales por cada Wulfen agarraron a sus bestiales camaradas y usaron sus propulsores de salto para alzar el vuelo y perderse en la bruma. Al principio las bestias se resistieron, hasta que se dieron cuenta de las intenciones de sus hermanos de armas.

Los Lobos Espaciales se apresuraron colina arriba, mientras Sven activaba su baliza de teleportación y ordenaba a la Fuerza de Choque Espada de las Sagas converger con él en su posición. Enfrente apareció otro enjambre de Demonios, disparando su fuego Disforme hasta reducir a un grupo de Garras del Cielo a charcos de bazofia orgánica mutada. En respuesta los Lobos Espaciales viraron para ascender por una empinada ladera rocosa. El rugido de motores indicaba la llegada de los Garras Veloces y Land Speeder. Las motocicletas cerraron filas con Sven y sus guerreros, mientras que los Land Speeders sobrevolaban la formación en círculos, quemando con sus lanzallamas pesados a los Demonios montados que subían por la pendiente en su persecución.

La apresurada escalada finalizaba de manera abrupta en una meseta rocosa con un acantilado mortal de necesidad al otro lado. Los Aulladores de Fuego no ralentizaron su marcha, sino que siguieron avanzando hacia aquel abismo a velocidades suicidas. Tras ellos los Demonios aullaban y chillaban, y ante ellos el acantilado estaba más cerca a cada segundo.

Entonces, con un súbito rugido de poderosos motores, las Thunderhawks de los Aulladores de Fuego aparecieron, ascendiendo por la cara del acantilado con sus rampas de asalto abiertas. Los Lobos Espaciales gritaron de júbilo y se lanzaron al vacío. Por un momento, volaron a través de la bruma, con la muerte pisándole los talones. Al instante siguiente estaban aterrizando en sus naves a través de las rampas abiertas, sus motocicletas derrapando hasta frenar en seco y sus tropas de asalto deteniéndose al chocar contra los mamparos interiores. Con ellos iban sus camaradas Wulfen, a los que habían logrado salvar in extremis. Las botas de Sven Aullador fueron las últimas en abandonar la superficie de Tranquilitus. El Señor Lobo aterrizó entre sus hermanos a la vez que su Thunderhawks activaba los propulsores y salía a la órbita del planeta.

Relato Oficial: Desde las mandíbulas de los Demonios.

Los Aulladores de Fuego

Sven Aullador rescata a los Wulfen en Tranquilitus

Fuerza de Choque Espada de las Sagas

A la cabeza de la Fuerza de Choque Espada de las Sagas se encuentra el propio Sven Aullador. En lo que resulta inusual para un Señor Lobo, o para cualquier Lobo Espacial que haya vivido lo bastante como para ser ascendido, Sven luchó durante una década completa como un Garra del Cielo. Aunque actualmente lidera a una Gran Compañía entera, el Señor Lobo aún sigue prefiriendo luchar equipado con propulsor de salto, pues valora mucho la velocidad y potencia que le proporcionan. Sven intenta siempre ir al cuerpo a cuerpo, en donde se bate usando su espada sierra Colmillo ígneo y su masiva hacha gélida Garra Gélida. En batalla , Sven Aullador es un torbellino de destrucción contra el que ningún enemigo puede sobrevivir.

La Guardia del Lobo de Sven, la Guardia Sangrienta, es una agresiva banda de expertos en combate cuerpo a cuerpo equipados con retrorreactores y lo bastante poderosos como para masacrar el corazón de cualquier ejército. Ya sea Olaf Blackstone con sus crepitantes garras de lobo, Istun Firestorm con su enorme martillo de trueno, o la pistola de plasma y el puño de combate del viejo Kreggar Longtooth, cada Guardia Sangrienta es un maestro en su tipo de armamento. Son una hermandad bulliciosa, que intercambia juramentos y provocaciones mientras la batalla ruge a su alrededor.

Por comparación, los hermanos de batalla de las dos manadas de Garras del Cielo de la fuerza de ataque son jóvenes e impulsivos. Conocidos como Piedras de Fuego y Portadores de Tormentas, estos bisoños guerreros son tan impetuosos que no se les puede confiar ninguna misión más compleja que un asalto frontal. Entre los Aulladores de Fuego esto no se interpreta como un deshonor, sino como un signo de grandeza futura. El Señor Aullador los contempla con diversión, e insiste en que militar en dicha manada es más un rito de paso que un castigo.

Los Garras del Cielo de Sven luchan con ferocidad, siempre compitiendo para impresionar a su señor y ganarse sus primeros tatuajes. El índice de bajas de esta unidad suele ser muy elevado, pues sus miembros rara vez prestan atención a los peligros a los que se enfrentan. Este hecho no preocupa ni a los Aulladores de Fuego ni a sus seguidores; la vida en Fenris es dura, y todos sus hijos están acostumbrados a la idea de que "los fuertes sobreviven y los débiles dan de comer a los cuervos".

Para ayudar la Fuerza de Choque Espada de las Sagas sobre el terreo están los motoristas Garras Veloces conocidos como Jinetes Aulladores. Los Garras Veloces aportan una fuerza de apoyo extremadamente móvil y resistente. Fueron estos valerosos y jóvenes guerreros quienes mantuvieron la línea durante la apocalíptica Batalla de Punta Troll, y también fueron ellos quienes persiguieron y abatieron al Lictor Tiránido conocido como Sangre Sigilosa en el planeta Haedorn II. Los Garras Veloces están bien equipados para dar caza incluso a las piezas más grandes, gracias al cañón de fusión de su motocicleta de ataque. A menudo despliegan junto a Sven Aullador en un rol de apoyo, y resultan muy efectivos como cazadores de los tanques enemigos.

Si la fuerza de ataque necesita apoyo adicional, puede recurrir a sus únicos vehículos en el sentido estricto, los Land Speeders emparejados conocidos como Cuervos Aulladores. Estos versátiles gravíticos acorazados aúnan una velocidad y potencia de fuego excepcionales, y causan estragos entre los tanques rivales con sus aparatosos cañones de fusión a la par que inmolan a la infantería con sus lanzallamas pesados. Su tripulación de Cazadores Grises es lo bastante experimentada como para detectar las amenazas apenas aparecen, y en no pocas ocasiones han sido fundamentales para lograr mantener a sus audaces camaradas con vida.

Durante la batalla de Tranquilitus, la Fuerza de Choque Espada de las Sagas se ganó la alianza de los Wulfen que llegarían a ser conocidos como Garras Llameantes. Sven Aullador logró su lealtad al rescatarlos de los Ángeles Oscuros y los Demonios, y a cambio la fuerza y velocidad salvaje de estos bestiales guerreros impresionó a Sven. Los Wulfen demostraron ser un poderoso aliado en las filas de los Aulladores de Fuego, cuyo agresivo temperamento y preferencia en el combate cuerpo a cuerpo se complementaba a la perfección con el estilo de lucha de su Gran Compañía de adopción.

Relato Oficial: Espada de Saga.

La Ciudad Asesinada

La rampa de asalto de la Stormwolf descendió, y una intensa luz llenó su interior. Junto a muchas otras, la nave se había aventurado por los cielos en llamas de Vikurus hasta aterrizar en la ciudad santuario de Absolom. Transportaban a los Campeones de Fenris a la batalla, siguiendo los escrutinios de Njal Stormcaller, que había adivinado que los Wulfen estaban en ese momento combatiendo en algún punto de la ciudad sagrada. A fin de maximizar sus posibilidades de localizar rápidamente a sus hermanos, los campeones se dividieron en pequeñas partidas de guerra. Algunos tomaron tierra sobre las extensas manos de marfil de las enormes estatuas que poblaban la ciudad, y que servían como puntos de aterrizaje de aeronaves. Otros lo hicieron entre los entrelazados edificios del Tumbaplex o en los electrificados procesionales del Serenitum. Los Stormwolves de Grimnar se desplegaron en el centro de la Gran Asamblea, una amplia plaza llena de estatuas y rodeada de enormes Cathedrums.

Los Desangradores llenaban la plaza inundada de sangre, masacrando a los desesperados grupos de la milicia ciudadana. Los cadáveres se amontonaban por doquier, muchos de ellos ardiendo o retorciéndose con una putrescencia antinatural. Mientras tanto las inmensas pantallas que dominaban la plaza, que previamente se habían utilizado para retransmitir los discursos cardenalicios, emitían ahora un constante bombardeo de imágenes horribles y sonidos que minaban la cordura. Aquel lugar antaño sagrado había sido profanado más allá de cualquier posibilidad de redención.

Con un poderoso grito de ira, Logan Grimnar lideró la carga contra la plaza. Su Stormrider se lanzó a la batalla, seguido por la élite del Gran Lobo, la Guardia del Rey. Escuadras de exterminadores de la Guardia del Lobo se adentraron en la sanguinolenta plaza, haciendo rugir sus bólteres de asalto contra los grupos de Demonios. Poderosos Dreadnoughts se unieron pesadamente al avance, siguiendo al terror arrollador que era Murderfang. A la cabeza de esta fuerza combinada iban algunos de los mayores héroes del Capítulo; Njal Stormcaller conjurando la ira de la tempestad y Ulrik el Matador cargando con aullido de furia.

La lucha fue breve y brutal, los siseantes Desangradores acuchillando todo lo que podían antes de ser a su vez despedazados o aplastados contra el suelo lleno de sangre y vísceras. Pronto, los únicos seres vivos que quedaron en la plaza fueron los Campeones de Fenris, y un escaso puñado de milicia de Absolom que los contemplaba con estupefacción. Ignorando los gritos que venían de las pantallas, Grimnar dirigió su mirada a Murderfang. Grimnar se había arriesgado a enviar al bestial Dreadnought a aquella misión crucial porque creía que Murderfang compartía algún tipo de vínculo con los seres a los que estaban buscando. El Wulfen Dreadnougth merodeaba arriba y abajo, como si olisqueara el aire, con el icor demoníaco goteando de las puntas de sus garras. De pronto, sus ojos se iluminaron en señal de salvaje certidumbre, y el dreadnougth se dirigió a grandes zancadas contra un enorme arco de marfil tallado que se alzaba en el lado sur de la Asamblea. Plenamente confiados en que los sentidos de su hermano maldito les llevarían hasta los Wulfen, los Campeones de Fenris le siguieron.

En Alas de Plata

Logan Grimnar atacando

En los cielos sobre Absolom, tres naves plateadas surcaban el aire silbando a través de nubes incandescentes. Los sellos de protección en el caso de cada Stormraven desviaban el fuego antinatural, dejando a su tripulación intacta para poder seguir buscando a sus presas por entre la moribunda ciudad. Los Caballeros Grises habían llegado a Vikurus, y el Hermano-Capitán Stern los lideraba en la cacería de Logan Grimnar.

En la cabina de pilotaje de la cañonera que abría la formación, Stern contempló cómo el elaborado espíritu-augur se introducía en el panel de instrumentos de la nave. De inmediato, el panel empezó a bullir de actividad, leyendo focos de energía Disforme en todas partes. Como islas en una tormenta, las brillantes almas de los Lobos Espaciales resplandecían entre las hordas de enemigos demoníacos. Sin embargo, Stern sólo tenía ojos para una de aquellas señales rúnicas, la del mismísimo Grimnar.

Mientras se acercaban a la posición del Gran Lobo, Stern hizo que sus pilotos descendieran por entre las altas y puntiagudas torres de la ciudad santuario. Al pasar junto a los campanarios que sonaban de manera enloquecida y los tejados atestados de servidores-gárgola, los Caballeros Grises se hicieron conscientes de todo el horror desatado por la incursión Virkuriana. Pequeñas bandas de Sororitas luchaban bajo los arcos, en los puentes y las escalinatas en espiral, descargando sus bólteres contra las oleadas de Demonios, hasta que fueron arrolladas. Vastas nubes de moscas demoníacas brotaron por las ventanas rotas de las Cathedrums, con su ensordecedor zumbido tapando los gritos de las almas condenadas que había en el interior. Desafortunados sacerdotes del Ministorum, con sus ropajes ardiendo con fuego mutante, se suicidaban lanzándose al vacío antes que ser atrapados por las abominaciones que habían profanado sus santuarios. Aquí y allá podía verse a grupos de Campeones de Fenris; en el Ophidium Central, los Cazadores Grises y Colmillos Largos frenaban a tiro limpio una horda de Aplastadores de Almas, mientras que en la Plaza de la Paz los Demonios de Nurgle eran convertidos en cenizas por la furia psíquica de una Hermandad de la Tormenta.

Aún así, al analizar aquel infierno desatado Stern se dio cuenta de que Vikurus estaba perdido. La condenación del planeta no podía ser detenida. Sólo importaba la misión

Caballeros Grises destruyendo Demonios

Describiendo un giro muy cerrado, las tres Stormravens se metieron por el cañón artificial que era el Cathedrum Procesional. Tras ellos, una hueste de Demonios de Tzeentch surgió en medio de toda aquella matanza, con sus Horrores lanzando descargas de llamas Disforme que transmutaron a la cañonera que estaba en la retaguardia, haciéndola caer y explotar en el procesional.

Las torretas giraron y los cañones de asalto empezaron a escupir muerte a medida que ganaban velocidad. Las aeronaves maniobraron por las estrechas calles entre amenazadoras Cathedrums, escupiendo andanadas de fuego contra sus perseguidores infernales. Los carros en llamas cayeron como lluvia sobre las calles atestadas de cadáveres. El resto de Demonios se desentendió del combate, marchándose en busca de presas más fáciles y dejando a los Caballeros Grises que se encargaran de su objetivo. Ante ellos se elevaba a los cielos la descomunal Cúpula de los Penitentes, que dominaba por completo el paisaje. Gritando hacia sus tejados y equipados con armas ardientes, los Stormravens no perdieron ni un instante...

Los Campeones de Fenris

La Guardia del Rey

Tanto si combaten con los pérfidos Eldar bajo la luz de estrellas alienígenas, batallan contra viles renegados en el interior de astronaves retorcidas o abaten descomunales bestias Tiránidas, los Campeones de Fenris jamás flaquean ni titubean. Son parangones entre sus hermanos, la manada a la que todo Lobo Espacial anhela unirse, y gozan de la más alta estima por parte de su señor Logan Grimnar.

Cuando los Campeones partieron en busca de los Wulfen, el Señor Grimnar les llevó orgulloso a las estrellas con ánimo esperanzado. Grimnar llevaba consigo a sus mejores consejeros y sus camaradas más heroicos, figuras tan célebres como Njal Stormcaller, Ulrik el Matador, el Sacerdote Lobo Ulstvan Morkaison, y el gigantesco campeón Arjac Puñoroca.

Fueron estos héroes laureados quienes lideraron a la Guardia del Rey durante el descenso orbital sobre el mundo condenado de Vikurus. Fue un honor hacerlo, pues pocos guerreros en toda la galaxia habrían estado a la altura de aquellas nutridas fuerzas de la Guardia del Lobo. Las Dagas del Vacío de Daggerfitst, especialistas en cuerpo a cuerpo; los Hermanos de Escudo de Wulftongue armados con martillos; los letales tiradores de los Colmillos Invernales; los célebres Matatodo de Horgoth y las Garras de Grimnar que con tanto tesón y destreza habían peleado en Alaric Prime. Todos ellos eran leyendas vivas de innumerables batallas, maestros en el arte de la guerra y de una lealtad absoluta al Gran Lobo. La suma de las fuerzas de estos guerreros bastaba para alterar el curso de una guerra, conquistar mundos y aplastar a los enemigos más terribles. La guerra en Vikurus pondrían a prueba sus límites.

Junto a las manadas de la Guardia del Rey marchaban algunas de las máquinas de guerra y guerreros más poderosos de todo el arsenal de los Lobos Espaciales. Un par de Land Raiders dotaban a esta fuerza de combate de un apoyo blindado excepcional. La larga historia de la antigua máquina de destrucción conocida como Aullido de Morkai se remontaba a los días de la Purga, cuando rugió por primera vez para batirse con los ingenios traidores de las Legiones renegadas que ya estaban en fuga. Desde entonces el Aullido de Morkai había puesto fin a la maldad de innumerables traidores y a los Lobos Espaciales no les cabía duda de que aniquilaría a mucho más antes de que llegase su final.

El Land Raider Redentor llamado Fuego de Fenris era tan glorioso como el anterior. Este vehículo blindado era bien conocido por los Sacerdotes de Hierro del Capítulo debido al temperamento de su espíritu máquina, del que se sabía que, en ocasiones, había cargado frontalmente contra el enemigo haciendo caso omiso de las órdenes de sus tripulantes. No obstante, el Redentor jamás había faltado a su deber; siempre había transportado a la Guardia del Rey sana y salva hasta la refriega, y siempre había incinerado a los enemigos del Emperador, desde Baddervacht hasta Grace´s Fall.

Los Antiguos del Colmillo marchaban en apoyo de este glorioso contingente. Todos estos venerables hermanos combatían armados con cañones de fusión, cañones congelantes y grandes hachas. Además, sus consejos eran de un valor incalculable para Grimnar y por cada batalla que los Dreadnoughts ganaban por medio de la fuerza bruta, se decidía otra gracias a su sabiduría milenaria.

No podía decirse lo mismo del lunático rabioso al que se llamaba Murderfang. Este hermano maldito había sido traído por petición expresa del mismísimo Njal Stormcaller. El Sacerdote Rúnico había percibido un profundo vínculo entre el Dreadnought y los Wulfen, e insistió en que Murderfang resultaría crucial para que los Campeones de Fenris hallasen a sus hermanos de la 13º Compañía. Siendo ese el caso, Grimnar se cercioró de que la cañonera Stormfang Matadracos acompañase a la Guardia del Rey. La ira descontrolada de Murderfang era tan peligrosa que podría ser necesario inmovilizarlo si se quedara sin enemigos que desmembrar.

Relato Oficial: La Guardia Real.

La Batalla por la Cúpula

Con un Murderfang aullante a la cabeza, los Campeones de Fenris cargaron entre las torres doradas de la Cúpula de los Penitentes, derechos contra una monstruosa horda de Demonios. Desde lo más alto de las Galerías Celestium surgió un coro de espeluznantes aullidos. Los Wulfen daban la bienvenida a sus hermanos.

Murderfang hacía estragos. El Dreadnought enloqueció en el momento en que el aullido de los Wulfen resonó desde los balcones dorados. Cada zarpazo hacía volar jirones de carne e icor y la masa de Demonios cedía ante él como el hielo fino se quiebra bajo la proa de un barco. Sin embargo, los retoños de la Disformidad que aún llenaban el espacio hasta la Cúpula de los Penitentes se contaban por millares.

Antaño, este lugar había sido un gran auditorio para la congregación y el culto. Alrededor de la cúpula se habían edificado templos a los Primarcas, mientras que en su centro se erguía una vasta efigie dorada del Emperador que sostenía en lo alto una espada del tamaño de un Titán Reaver, hasta tocar el techo. La superficie interior de la cúpula había sido decorada con gloriosos frescos de estrellas y querubines, y bajo ella se hallaban las grandes galerías y pasarelas por las que los Wulfen estaban cazando Demonios.

La cúpula rebosaba de terrores de la Disformidad y las pilas de cadáveres de milicianos, Sororitas y sacerdotes yacían por doquier. En cuestión de segundos los Demonios alcanzaron a los Campeones de Fenris como una ola impía. Los murmurantes Portadores de Plaga y los Nurgletes juguetones se sumaron al ataque tras abandonar los sellos que habían estado embadurnando con mugre sobre el suelo adoquinado. Se enfrentaron a la Guardia del Rey con cuchillos y dientes, y lograron derribar a varios Hermanos de Escudo de Wulftongue y Matatodo de Horgoth. Desangradores y Aplastadores cargaron a través de aquel matadero, obligados a soportar una tormenta de fuego de los Fenrisianos antes de llegar al combate. Svendar Ironarm trastabilló cuando un Juggernaut le alcanzó de pleno, atravesó la ceramita y le arrancó un brazo, gran hacha incluida, que cayó al suelo en medio de una lluvia de chispas.

Al ver los apuros del Dreadnought, Njal Stormcaller envió relámpagos contra las filas de los siervos de Khorne. Los Demonios sufrían espasmos cuando su carne preternatural se prendía fuego y les reventaban los ojos. El resto de Antiguos del Colmillo redoblaron esfuerzos y el suelo tembló bajo su furia.

Desde el otro lado de la cúpula se oyeron varios estampados cuando los Cañones de Cráneos de Khorne escupieron su macabra munición. Las detonaciones se sucedieron sobre el casco del Fuego de Fenris mientras el tanque avanzaba. Los daños sólo sirvieron para encolerizar al belicoso vehículo, que bañó a un grupo de Demonios en una mortal ola de prometio.

Batalla por la Cúpula en Vikurus

Los Wulfen saltaban de una plataforma de las Galerías Celestium a otra para unirse al combate, ignorando la peligrosa caída que les acechaba. Los Incineradores fungosos y los burlones Horrores de Tzenntch eran su presa y, aunque un Wulfen tras otro se precipitaba envuelto en llamas contra el suelo, despedazaban a los Demonios hasta que su icor multicolor caía como la lluvia.

En medio de semejante locura, Logan Grimnar llegó hasta el Devorador de Almas, en el corazón de la horda. Cuando los Lobos Espaciales entraron a la cúpula, el Demonio volaba entre las galerías en persecución de los Wulfen, pero la llegada de los Campeones de Fenris había captado su atención y ahora flotaba a baja altura, con las alas abiertas y arrojando fuego infernal.

El gigantesco terror se posó frente a Logan Grimnar y lanzó un bramido desafiante al Gran Lobo. El Demonio blandió su descomunal hacha con desprecio, alcanzó de revés a uno de los Matatodo de Horgoth y le hizo volar treinta metros hasta estamparse contra la estatua del Emperador. El guerrero cayó al suelo y desapareció bajo los pies de los ejércitos combatientes.

Grimnar, por toda respuesta, se apeó de un salto y cargó contra el sanguinolento Demonio de Khorne. Otros enemigos salieron al paso del Gran Lobo, pero las Garras de Grimnar y los martillazos de Arjac Rockfist les mantuvieron a raya. Esta debía ser una batalla para las sagas: Logan Grimnar luchando con un Devorador de Almas. Enfrentarse a tal abominación podría suponer la muerte del Gran Lobo, pero no se arredraría ante semejante desafío ni dejaría que sus hermanos de manada peleasen por él.

Mientras Grimnar cargaba, el Devorador de Almas trató de enredarle las piernas con el látigo. El Gran Lobo eludió el vertiginoso golpe y, al tiempo, descargó su hacha en un amplio arco. Un golpe así habría partido a un Dreadnought por la mitad, pero el arma del Devorador de Almas lo detuvo con un estrepitoso entrechocar de aceros.

Grimnar se apartó para esquivar el salvaje revés de su oponente y acribilló el pecho del Demonio con su bólter de asalto. El Devorador de Almas gruñó al recibir los impactos en la coraza, pero acto seguido acometió a Grimnar con una serie de velocísimos golpes que le dejaron sangrando por media docena de heridas. Logan, sumido en la negrura de la sombra de las alas del Demonio, levantó su hacha, listo para el siguiente asalto.

En ese mismo instante un gran y enorme trozo del techo explotó y se desplomó sobre el campo de batalla con un ruido ensordecedor...

Relato Oficial: Al borde de la Herejía.

Dreadnought de los Campeones de Fenris
Capitán Stern

Verdades Incómodas

Verdades molestas

Stern guardó silencio ante la pregunta de Grimnar. Obersvó el semblante curtido del Gran Lobo, como si intentase hallar en él algún indicio de falsedad. Tras un largo momento, Stern habló, dirigiéndose a todos los Lobos Espaciales de la cúpula. Mientras escuchaban, sus caras se contraían peligrosamente.

Los Caballeros Grises ven muchas cosas, dijo Stern. Gracias a sus poderes de pronosticación e intercepción astropática, no había secreto alguno fuera de su alcance. Así pues, los Astrópatas de Stern habían captado fragmentos de un comunicado dirigido a Grimnar. El Gran Lobo dio un respingo, pero Stern prosiguió antes de que pudiera interrumpirle. El tono del Caballero Gris era funesto cuando anunció que, mientras los lobos buscaban mutantes por los confines del Imperio, el Sistema Fenris había sido atacado por Demonios.

Tales palabras fueron recibidas por un ominoso silencio. A lo lejos reverberaban los sonidos de la batalla. Al fin, Logan Grimnar habló. Si tales noticias eran ciertas, dijo, los Lobos de Fenris serían convocados de inmediato y pobre de quien hubiera provocado ese ataque. Pero si se trataba de algún ardid de Stern para truncar la búsqueda de los Wulfen, ninguna fuerza en toda la galaxia le salvaría de la venganza de los Lobos Espaciales.

Sterns, impertérrito, conectó por vocorred con sus Astrópatas de abordo y ordenó que le transmitieses a Grimnar el mensaje fragmentado. El comunicado se había emitido a la desesperada, explicó Stern. Interferencias maliciosas lo habían fragmentado y desordenado; si se había podido recuperar aunque fuese sólo en parte, había sido únicamente gracias a la pericia de los Astrópatas de los Caballeros Grises.

A medida que pasaban los segundos los Lobos Espaciales murmuraban y miraban con hostilidad a los Caballeros Grises que permanecían entre ellos, tiesos como palos. Grimnar escuchó atentamente la transmisión antes de volverse hacia Stern. El mensaje había sido confirmado, su firma etérica pertenecía sin duda al coro astropático del Colmillo, aunque sus augurios y símbolos eran nefastos. El Gran Lobo agradeció a Stern el aviso con sequedad, y pidió que se obviase el asunto de los Wulfen hasta que Fenris estuviese a salvo. Todas las fuerzas de los Lobos Espaciales recibirían órdenes de acudir a defender su sistema natal de inmediato.

Stern accedió y ofreció su ayuda. Grimnar asintió con un gruñido, y ya se estaba dando media vuelta para marcharse cuando las últimas palabras de Stern le frenaron en seco. Que los Lobos Espaciales tuvieran cuidado, dijo el Hermano-Capitán Stern, pues detrás de todo esto había algo más grande y siniestro, que aún permanecía oculto. Lo sabía porque las tormentas de la Disformidad que los Lobos Espaciales habían estado siguiendo no habían aparecido de forma fortuita. Sus ubicaciones formaban un enorme sello que solo aparecía en los tomos más antiguos de los Caballeros Grises y que no había sido visto en diez milenios.

Desde Spartha IV hasta Atrapan, desde Fimnir a Hades Reach, las tormentas Disformes trazaban en la galaxia un símbolo ancestral de venganza que habían usado por última vez los hechiceros de Prospero, los Mil Hijos

Relato Oficial: Verdades molestas.

La Maldición

La Maldición

Cuando la flota del Gran Lobo arribó al punto de encuentro en el sistema Anvarheim, los contingentes de otros Señores Lobo ya se hallaban en posición. con esas fuerzas, y los Wulfen junto a ellos, Grimnar pretendía poner rumbo directo al Sistema Fenris. Pronto quedó patente que las cosas no sería sencillas.

En el mismo momento en que la astronave de Logan Grimnar penetró en el Sistema Anvarheim fue obvio que algo no cuadraba. A bordo de su nave insignia, la Honor del Todopoderoso, Grimnar escuchaba un incesante parloteo a través de la vocorred. Se sucedían los informes contradictorios, todos alarmantes. El Gran Lobo y Ulrik el Matador compartieron una mirada sombría.

Agrupadas cerca de la tercera luna de Maedebrax, las naves de guerra de Harald Deathwolf, Egil Lobo Hierro y Sven Aullador aguardaban en formación abierta la llegada de su Rey. En medio de todas ellas se hallaba la nave de honor Colmillo Frío, apartada de sus hermanas como un leproso en una multitud. Era de esta nave de donde procedían muchas de las vocoemisiones urgentes, pero ahora los Señores Lobo también reclamaban la atención de su Gran Lobo.

Grimnar abrió un canal de comunicaciones con sus tres lugartenientes, además de con el Líder de Batalla Hjalvard de la Colmillo Frío. Grimnar, consciente de que la Barcaza de Batalla de Stern permanecía silente a babor de su proa -como si estuviera juzgándole - se cercioró de que la emisión estuviese tan encriptada como fuese posible. Entonces exigió, molesto, que sus hermanos mantuvieran la compostura y le explicasen exactamente lo que ocurría.

La realidad era más preocupante incluso de lo que el Señor Grimnar había creído. Desde que comenzase la búsqueda, la Colmillo Frío había permanecido a la espera en el Sistema Anvarheim, con la finalidad de reunir y proporcionar nuevo equipo a los Wulfen rescatados para su regreso triunfal a Fenris. Varios Señores Lobo habían enviado naves rápidas con manadas de Wulfen y estos primeros refugiados eran recibidos a bordo de la Colmillo Frío. Al principio todo se había desarrollado según el plan, y los Sacerdotes de Hierro habían pertrechado a sus hermanos de la 13º Gran Compañía con las nuevas armas y armaduras que había adaptado para ellos Hrothgar Swordfang.

Continuaban llegando Wulfen desde las zonas de guerra remotas y conforme su número crecía, empezó a suceder algo extraño en el Crucero de Ataque. Los Wulfen estaban cada vez más inquietos; tanto que los alfas de las manadas tenían problemas para controlarlos. Numerosos servidores y hasta un puñado de tripulantes de la nave habían resultado heridos o muertos por algún ataque espontáneo. Al mismo tiempo, los Cazadores Grises encargados de vigilar a los Wulfen se tornaban más susceptibles y agresivos. Los nervios estaban a flor de piel, las imprecaciones eran continuas y las peleas a puñetazos se sucedían por las cubiertas de la nave.

Cuando se dio la orden de regresar y los tres Señores Lobo volvieron con los Wulfen que habían recuperado, y se unieron al resto, la situación degeneró rápidamente. La anarquía total parecía inevitable.

Hjalvard sostenía que la locura se había adueñado de la Colmillo Frío. Todo Fenrisiano sabía que la marca del Wulfen podía apoderarse de un hermano de batalla en el fragor de la guerra, que podía incluso transformarle en el peor de los casos. En la Colmillo Frío parecía que los síntomas de la marca se manifestaban en todos los guerreros a bordo. Varios habían sucumbido a ella por completo. Sus cuerpos y mentes se habían transformado hasta ser idénticos a los guerreros de la 13º Gran Compañía. Por el momento, la temerosa tripulación de huscarls de la nave, a la que no afectaba la mutación, mantenía el control, pero ¿por cuánto tiempo?.

Forzando la voz, Harald Deathwolf recordó a sus hermanos que su instinto le había avisado de que sucedería algo terrible. ¿Qué pasaría si el comportamiento no se limitaba a los guerreros a bordo de la Colmillo Frío? Los otros Señores Lobo ya habían informado de casos de insubordinación y una mayor agresividad entre las manadas a bordo de sus naves. Se habían producido refriegas entre hermanos de manada. Se había derramado sangre. Esos Wulfen no eran una bendición, advirtió Harald. Eran una maldición.

Relato Oficial: La Maldición.

Capítulo 3: Juicio

Juicio

El Arquitecto de la desgracia

Arquitecto de la aflicción

El Sistema Fenris se había sumido en el horror. Las hebras de la locura se arremolinaban desde la oscuridad del vacío y la energía Disforme en estado puro invadía los dominios de los Lobos Espaciales. Innumerables demonios emergían de las brechas para atacar a los destacamentos milicianos de defensa de los Lobos Espaciales. Era una catástrofe de proporciones espantosas.

Las naves de la flota de Logan Grimnar emergieron del espacio disforme en el Sistema Fenris tras semanas de violento tránsito. A medida que lo hacían, la vocorred y los áuspex mostraban una situación espantosa. Los Poderes Ruinosos habían atacado con furioso deleite Valdrmani, Svellgard, Frostheim y Midgardia, todas las lunas y planetas salvo el propio Fenris. Logan Grimnar no era tan ingenuo como para creer que el momento elegido par la invasión había sido una coincidencia, pero por el momento no tenía tiempo para nada que no fuese la lucha desesperada por salvar el Sistema Fenris. Cuando hubiera ganado esa guerra podría hallar al culpable y hacerle pagar con sangre.

Las verdades que Grimnar quería conocer estaban más cerca de lo que imaginaba. Mientras las naves de los Lobos Espaciales aparecían en el perímetro del Sistema Fenris, la mente maestra tras la desgracia tomó nota de su llegada. Encorvado sobre una pantalla augur salpicada de sangre en Frostheim, Lord Vydus Skayle de la Legión Alfa observaba atentamente cómo las runas que identificaban cada bajel de los Lobos Espaciales se iluminaban. El Señor del Caos no reaccionó mientras las naves Fenrisianas desplegaban sus fuerzas en auxilio de los mundos sitiados.

Una vez estuvo seguro de que no aparecerían más runas, el Señor Skyle se alejó del augur y se encaminó a la cámara de mando de la Torre de Morkai. Caminó sobre los fragmentos ennegrecidos de vidrio brillando de la ventana de observación de la cámara, pasando por encima de los cadáveres en descomposición de los Lobos Espaciales muertos. La Legión Alfa no había hecho el más mínimo esfuerzo por despejar la fortaleza tras el ataque. Los muertos permanecían allí donde habían caído, pudriéndose entre montones de casquillos y cráteres calcinados.

El Señor Skyle observó las líneas de defensa que salían de la base de la fortaleza. Allí, sus legionarios se preparaban para la matanza. Los emplazamientos se habían devuelto a la vida. Los Marines Espaciales del Caos condujeron a las manadas de Cultistas a través de la nieve para situarlos en posición tras las barricadas blindadas. Las Máquinas Demoníacas rugieron y la nieve se derritió bajo sus pies.

También contaban con la ayuda de los Dioses Oscuros. Del mismo modo que las brechas de la Disformidad se habían abierto en los otros planetas del Sistema Fenris, aquí había una brecha sobre un glaciar por la que llegaban Demonios de Khorne y Tzeentch. Skayle sabía bien que no debía confiar en aquellas entidades cuando afirmaban ser sus siervos, pero lucharían por él llegado el momento, y con eso bastaba.

La Torre de Morkai se había edificado sobre una meseta glacial que dominaba los páramos helados de Frostheim. La Legión Alfa había expulsado a los espíritus de alarma de la fortaleza, dejándolos inertes durante su ataque, pero los Lobos Espaciales cogieron por sorpresa a las fuerzas de Skyle. Tampoco es que los lobos fueran a ser sutiles cuando viesen lo que le había ocurrido a su sistema natal. Vendrían a por la Legión Alfa enseñando los colmillos.

Lo cierto es que no importaba. La Legión Alfa había completado su misión. El gran ritual se había ejecutado y ya nada podía detenerlo. Las brechas de la Disformidad que brotaban por todo el Sistema Fenris se multiplicarían y vomitarían las energías preternaturales del Empíreo. Una marea de Demonios ahogaría los mundos de los Lobos Espaciales y cuando estos intentasen defender sus dominios, se condenarían sin posibilidad ninguna de redención. Así estaba escrito. Así lo ordenada Abaddon el Saqueador.

Relato Oficial: Arquitecto de la Aflicción.

Sistema Fenris en el Asedio (I)

Midgardia: Las junglas fungosas continentales de Midgardia sirvieron de cobijo a los viles siervos de Nurgle, mientras que las ciudades subterráneas del planeta estaban atestadas de Demonios.

Valdrmani: La Luna del Lobo no había sido afectada por las hostilidades iniciales. Sin embargo, a medida que llegaba la flota de auxilio de los Lobos Espaciales, la estación astropática de Largoaullido emitió una llamada de socorro.

Fenris: Ningún enemigo había atacado Fenris aún. Los Mata Dracos patrullaban las almenas del Colmillo, seguros de que esa situación no se prolongaría mucho.

Frostheim: En la nevada Frostheim, la gran Torre de Morkai había caído frente a un ataque sorpresa de la Legión Alfa, que acto seguido ejecutó un ritual y sumió al resto del Sistema Fenris en la locura.

Svellgard: La turbulenta luna oceánica bullía a causa de la actividad demoníaca. Las islas volcánicas habían sido invadidas y las defensas, cruciales, estaban infestadas de terrores de pesadilla.

Vuelven los Aventureros: La flota de auxilio de Logan Grimnar acudió al ataque desde más allá de los faros exteriores de su sistema natal. Dividió sus fuerzas entre los planetas y lunas del Sistema Fenris, decidido a masacrar por completo a las fuerzas del Caos.

Sistema Fenris en el Asedio (II)
Compañía de Ragnar-0

La Gran Compañía de Ragnar Blackmane aún no había llegado al Sistema de Fenris, y se dirigía a toda máquina a través de la Disformidad para socorrer a sus hermanos.

Compañía de Harald

La Gran Companía de Harald Deathwolf había puesto rumbo directo a Frostheim. Estaban decididos a aniquilar cualquier amenaza que hubiese acabado con la guarnición de la Torre de Morkai y a recuperar la fortaleza del Gran Lobo.

Compañía de Egil

Dada su profusión de vehículos blindados y transportes, los Lobos de Hierro fueron desplegados en la superficie de Midgardia. Allí cruzarían las junglas corruptas y llevarían la lucha hasta el enemigo.

Gran Compañía de Sven

Los Aulladores de Fuego fueron los encargados de reconquistar la vasta red de defensas orbitales que salpicaba las islas de Svellgard. Allí su maniobrabilidad y velocidad serían decisivas.

Gran Compañía de Bran

Bran Faucesrrojas había afirmado estar a sólo unas horas, pero el tiempo en la Disformidad es caprichoso y los Lobos Espaciales no podían esperarle para iniciar el ataque.

Gran Compañía de Logan

Poseído por una frialdad y una cólera terrible que ni siquiera un Guardia del Lobo había visto antes en él, Logan Grimnar llevó a su Gran Compañía a pelear bajo la superficie de Midgardia. Purgaría a los Demonios de las cavernas o moriría en el intento.

Lobos Desatados

Según iban llegando las naves de los Lobos Espaciales al sistema, Grimnar dividía sus fuerzas entre Svellgard, Frostheim y la populosa Midgardia, además de solicitar a regañadientes la ayuda de los Caballeros Grises para tomar Valdrmani. Pero ni siquiera recurrir a la ayuda de estos extraños aliados causó tanto revuelo como su siguiente orden. Los Wulfen fueron repartidos en Manadas Asesinas y transportados a la Colmillo Frío para reforzar a las Grandes Compañías.

Grimnar acalló a voces las protestas de los Señores Lobo disidentes. Los Lobos Espaciales necesitaban hasta el último guerrero para defender su hogar. El Gran Lobo no permitiría que las argucias de un enemigo invisible les privase de la ayuda en aquel momento crítico. Eso, aseguró, era precisamente lo que el enemigo pretendía. Los Lobos Espaciales tenían la obligación de aceptar a sus hermanos regresados; se lo debían. Era un argumento endeble, pero bastó para que los Señores Lobo obedecieran.

Svellgardm, la turbulenta luna oceánica de Frostheim, fue el primer mundo que sintió la venganza Fenrisiana. Ésta tomó la forma de Sven Aullador y sus Aulladores de Fuego.

Svellgard era la sede de la red defensiva principal de Fenris. Esta serie de silos de misiles, conocida cono las Zarpas del Mundo Lobo, se extendía por la cadena de islas volcánicas emergidas en los mares de Svellgard, y sus desproporcionados misiles eran una amenaza para cualquier astronave que invadiese el Sistema Fenris. El centro de control de esta red, un nexo fortificado llamado el Cubil del Mundo Lobo, estaba ubicado en la isla meridional más grande. Allí fue donde los Aulladores de Fuego descendieron con toda su furia, dispuestos a recuperar esa posición vital.

Mientras Sven Aullador se lanzaba desde la rampa de asalto de su Stormwolf sus sentidos potenciados asimilaron todo el campo de batalla de un vistazo. Tras haber descendido sobre la cresta rocosa que dominaba el Cubil del Mundo Lobo, sus guerreros saltaban desde las naves de desembarco con los ojos desorbitados y las espadas sierra rugiendo. Debajo de ellos, los Demonios abarrotaban el complejo fortificado. Las viles criaturas emergían de cada búnker y cada punto fuerte, deseosos de atacar a los invasores aéreos. El océano, a un lado del complejo, estaba cubierto de una copiosa espuma y una luminiscencia enfermiza se vislumbraba en las profundidades. Al otro lado, el volcán de la isla se alzaba hacia el cielo.

El Señor Aullador sabía que debían tomar el complejo con toda la premura posible. Las Zarpas del Mundo Lobo podrían ser cruciales para reconquistar el Sistema Fenris. Se imponía un ataque coordinado, pero desde el mismo momento en que se precipitaron de sus aeronaves, los Aulladores de Fuego se lanzaron colina abajo en manadas dispersas. Los aullidos de los Wulfen se elevaban sobre el estruendo de la carga frontal. Los guerreros bestiales trotaban entre sus hermanos, enarbolando martillos de trueno y grandes hachas gélidas. La Gran Compañía de Sven aulló en respuesta. Propulsándose a la cabeza de todos ellos, el Señor Lobo bramó con igual salvajismo, y una rabia animal ardía en sus ojos cuando alcanzó a la horda demoníaca.

Perdiendo a los Lobos

La incursión en Svellgard

En el momento en que los Hechiceros del Señor Skayle completaron el gran Ritual de Abominación, se abrieron brechas en la realidad bajo los océanos de Svellgard. Los portales de la Disformidad que se habían generado espontáneamente irradiaban la luz demencial de la irrealidad desde el fondo marino. Al tiempo que cascadas de millones de litros de agua penetraban en la Disformidad a través de ellos, una marea demoníaca lanzaba una incursión a través de los mares de Svellgard.

Millones de Demonios atravesaban la oscuridad abisal en Svellgard. La presión aplastante era una nimiedad para los seres preternaturales. Las zarpas y pezuñas levantaban remolinos de fango del lecho marino, las hordas de Demonios avanzaban a través de un velo de sedimentos que reflejaba la luz de la Disformidad. Extraños fuegos iluminaban la oscuridad, los Aulladores de Tzeentch ondeaban bajo el agua como las bestias abisales en su elemento, y los Cañones de Cráneos de Khorne rodaban de manera impensable por el fondo. Aquella espantosa horda surgió en masa de las profundidades heladas y se dirigía inexorablemente hacia las islas en las que se hallaban los silos de defensa de los Lobos Espaciales.

La mayor horda de la incursión de Svellgar había irrumpido desde las aguas revueltas directa contra la estupefacta guarnición del Cubil del Mundo Lobo. A la cabeza marchaba una terrorífica fuerza de destrucción, un Devorador de Almas de la Furia Insensata. Se trataba de Vor´hakk, el Aniquilador de Xarn, la Herida que Desgarra al Mundo. Vor´hakk era un ente antiquísimo y terrible, la furia destilada en su forma más pura, un destructor inconsciente contra el que nadie que se hubiera enfrentado había vivido para contarlo. El atronador batir de sus alas negras podía hacer enloquecer de terror a sus enemigos. Su hacha, siempre sedienta, era un espanto de acero forjado por demonios que había abatido puertas y bastiones y hendido héroes cual si fueran leños. El rugido del Devorador de Almas podía romper huesos y el suelo se ennegrecía y calcinaba bajo sus pezuñas.

Aunque hubiera estado solo, Vor´hakk ya habría sido un enemigo monstruoso, pero además le acompañaba el resto de su hueste infernal. El corazón de la misma era una frenética Horda Asesina de Demonios de Khorne a la que comandaba el infame Heraldo Raksh´as Sundersword. Este sanguinario guerrero demoníaco rompió las líneas de Excursión Lasciva de Slaanesh durante la Guerra de los siete Tañidos y decapitó al gigantesco Jefe de Guerra Golg en Muraxia. Si bien tenía sus limitaciones como entrega, el Heraldo era un esgrimista letal y un líder decisivo, y necesitaría ambas habilidades para seguir el ritmo destructivo de Vor´hakk.

Raksh´as comandaba las manadas de Desangradores y la caballería demoníaca de la Horda Asesina, además de una tronante batería de cañones infernales conocida como los Destructores Carmesíes. Esta terna de Ingenios Demoníacos eran bien conocidos por su demencial voracidad, un ansia de carne tal que a menudo obviaban su deber como batería de artillería y cargaban al combate. El Heraldo que los supervisaba, Ka´Shan´kha, compartía ese salvajismo. Era poco más que una bestia salvaje y le habían asignado a aquel puesto como castigo por su insubordinación en batalla. Despreciaba el concepto mismo de fuego de apoyo y no le importaba que Raksh´as ostentase el mando. Él, por su parte, azuzaba a su Trono de Cráneos al combate tan rápido como podía. Su único deseo era saborear la carne mortal, su único placer era el sabor de la sangre. La violencia con la que él y su batería de cañones masacraba a sus víctimas era legendaria.

El resto de la incursión de Svellgard lo formaban Demonios de Nurgle y Tzeentch. Masas de criaturas viles habían irrumpido por los portales de la Disformidad tras Vor´hakk, y tenían la intención de provocar toda la devastación que pudieran en nombre de sus dioses patronos.

Una Banda Enumeradora emergió del océano con agua salada chorreando de sus cuerpos descompuestos. Eran los Pulmones-pútridos, y se habían preparado para esparcir las bendiciones de Nurgle por Svellgard. El murmullo de su recuento les precedía, entremezclado con los chillidos jubilosos de los Nurgletes a los que pisaban. Al frente de ellos iba el Heraldo Verdig´rus, cuyo toque propagaba la corrosión como una plaga.

Sobre las cabezas de la incursión volaban los Carros Flamígeros y los Aulladores de Tzeentch del Enjambre de la Conflagración. Esta Hueste Ardiente surcaba el cielo a toda velocidad y dejaba tras de sí una estela de llamas disformes. Aquel extraño fuego de la Disformidad podía transformar la carne de los vivos en vidrio o en lodo, en flores o en llamas curativas, según un antojo aleatorio.

Para proporcionarle a la incursión una aplastante potencia de fuego a largo alcance estaban los Aplastadores de Almas del Traqueteo in Crescendo. Esta Hueste de la Forja pateaba el suelo con sus extremidades garrudas y bramaba a los cielos mientras los Lobos Espaciales se abalanzaban al combate desde las alturas. Habían transcurrido días desde que los últimos vasallos de la guarnición huyesen a los túneles más profundos bajo la isla y desde entonces los Aplastadores de Almas se habían visto obligados a cazar a los suyos por diversión. Ahora volvían a tener un enemigo de verdad, al fin, y los Ingenios Demoníacos pretendían cosechar todas las almas mortales que pudiesen.

Marines lobos sven aullador vs demonios en svellgard

Los Lobos Espaciales y los Demonios se lanzaron al combate sin pensar en tácticas ni en reservarse. Parecía que los Aulladores de Fuego hubieran enloquecido. Sus Garras Veloces y Garras del Cielo dejaban atrás a sus hermanos de batalla para cargar colina abajo. Un salvajismo primitivo atenazaba a sus manadas y les impelía a morder y desgarrar al enemigo, vapulearle con la culata de sus armas y hacerlos jirones a cuchilladas. El Señor Aullador peleaba en medio de todos ellos, con una expresión tan bestial y salvaje como la del resto.

Los Demonios de la incursión de Svellgard respondieron con júbilo a tan temerario ataque. Surgieron de búnkeres y puertas blindadas lanzando un grito de guerra. Llevaban días dedicándose a cazar a los últimos defensores del Cubil o a luchar entre ellos. Ahora no desperdiciarían la ocasión de corromper y doblegar a un verdadero enemigo.

El Devorador de Almas Vor´hakk se impulsó hacia el cielo desde las fortificaciones del Cubil del Mundo Lobo y aleteó pesadamente. El demonio echó para atrás la cabeza y profirió un sonoro bramido, un rugido que rivalizaba con el del volcán que se alzaba tras el campo de batalla. La boca de la montaña escupió bronce fundido y cráneos aullantes y el Devorador de almas cargó a través de aquella lluvia de destrucción.

Vor´hakk, el Aniquilador de Xarn, golpeó la vanguardia de los Lobos Espaciales como un ariete. Al tiempo que caía sobre ella, derribó un Land Speeder de un hachazo. Su segundo golpe partió por la mitad a tres Garras del Cielo y su sangre empapó el suelo. Vor´hakk bramó y pateó en el pecho al Guardia del Lobo que lideraba la manada antes de asestarte a otro Garra del Cielo un hachazo ascendente en la barbilla que le hizo volar veinte metros. Llovía sangre sobre Vor ´hakk a medida que el Devorador de Almas se sumía más en la refriega.

El resto de la incursión demoníaca siguió el ejemplo de su líder y se abalanzó sobre el enemigo. Mientras los Demonios de Khorne cargaban frontalmente, la Banda Enumeradora de Verdig´rus y los infernales siervos de Khorne envolvían los flancos de los Fenrisianos. La lucha subsiguiente fue desesperada y letal.

Durante varios minutos dignos de ser recordados en las sagas, los Aulladores de Fuego que tan temerariamente habían cargado se vieron obligados a defenderse frente a unas circunstancias desesperadas. Las hachas hendían la carne demoníaca. Las servoarmaduras se partían. Los motores de las motos y los gritos de agonía de los Garras del Cielo llenaban el aire. Entonces, finalmente, el resto de la Gran Compañía alcanzó los muros de las fortificaciones.

Los Demonios estaban tan entregados a arrollar a los Lobos Espaciales que no se percataron del peligro hasta que el grueso de los Aulladores de Fuego cayó sobre ellos. Algunos de estos Lobos Espaciales estaban fuera de sí por la sed de sangre como sus camaradas más veloces y unos pocos hasta trotaban a cuatro patas como los Wulfen plenamente transformados. Sin embargo, muchos Cazadores Grises y Colmillos Largos habían logrado conservar la cordura. Ahora estos guerreros avanzaban y abrían fuego a bocajarro sobre las fuerzas demoníacas que les rodeaban. Un Aplastador de Almas que acababa de desmembrar a varios Garras Veloces recibió el impacto de un obús de Vindicator en el costado que quedó hecho papilla. Los proyectiles de bólter pesado trazaban líneas de fuego cruzado en el aire y derribaban Aulladores y Carros Flamígeros. Los Demonios, sorprendidos en campo abierto, eran diezmados por el fuego o se veían obligados a retroceder en desbandada al complejo.

Pese a que sus flancos estaban cediendo, Vor´hakk y los Demonios de Khorne seguían destrozando el centro del enemigo, Sven Aullador se batía en duelo con un siseante Heraldo de Khorne. Peleaba furiosamente por mantener al Demonio a raya. No podía hacer nada mientras el Devorador de Almas aplastaba a sus hermanos de batalla y convertía a héroes en cadáveres a cada hachazo.

Entonces, acompañado de un ensordecedor coro de aullidos, llegó el ataque de los Wulfen. La Manada Asesina había rodeado a su presa aprovechando el caos de la batalla y ahora caían sobre el Devorador de Almas por los cuatro costados. Los miembros de la 13º Gran Compañía que habían sido recuperados y los Aulladores de Fuego recién transformados en Wulfen luchaban como uno solo. Los lanzagranadas de asalto tamborileaban y las explosiones sacudían el cuerpo monstruoso de Vor´hakk en el momento antes de que los Wulfen saltaran.

El Devorador de Almas alcanzó a un Wulfen en pleno salto, enviándole de un golpe de hacha más allá del techo de un búnker. Simultáneamente, un martillo trueno impactó al Devorador de Almas en la mandíbula y un hacha gélida se hincó en su ala derecha. El hachazo hizo saltar un chorro de icor y casi cercenó el ala. Más golpes tintineaban al rebotar en la coraza de Vor´hakk y otros se clavaban en su piel férrea. El Devorador de Almas bramó enfurecido.

Otro barrido de la enorme hacha del Demonio partió a un par de Wulfen en dos y acto seguido un golpe con el pomo del arma estampó a otro más en el suelo con tanta fuerza que dejó un cráter embadurnado de sangre. Un líder de manda Wulfen se lanzó bajo la guardia del Devorador de Almas con un aullido de rabia y le clavó ambas garras gélidas en el pecho. Vor´hakk apartó de un gran golpe al líder de manada y sus garras se partieron y quedaron clavadas en el pecho del Demonio. Un Wulfen aprovechó el momento y asestó un martillazo con la fuerza de una avalancha Fenrisiana que logró hundir las cuchillas de hielo en el negro corazón de Vor´hakk.

El hacha del Devorador de Almas cayó a tierra y el golpe sonó como el tañido de muertos de una campana. Un momento después su dueño cayó de espaldas. Manaban chorros de sangre negra de su pecho. Los Demonios de Khorne retrocedieron desalentados, momento que Sven Aullador aprovechó para decapitar al Heraldo con el que pugnaba. El Señor Lobo dio un paso atrás, jadeante, agotado, y escrutó el campo de batalla con unos ojos en los que ya no había rastro de locura.

Muchos de sus Wulfen, y docenas de Lobos Espaciales, habían muerto. Sus cuerpos yacían entre grandes pilas de cadáveres demoníacos que convulsionaban y desaparecían. Los Cazadores Grises y los Colmillos Largos de Sven estaban expulsando a los últimos enemigos del complejo, obligándoles a regresar al mar con el fuego de sus armas. El Cubil del Mundo Lobo estaba a salvo, pero el precio de la victoria había sido muy elevado.

Aulladores de Fuego abatiendo Demonios

El Juramento de Ojodragón

Obligado por su juramento de defender el Colmillo, el Señor Lobo Krom Ojodragón hubo de observar impotente cómo los mundos hermanos de Fenris se sumían en la demencia. Otro Señor Lobo quizás hubiese roto su juramento para pasar a la acción, pero Ojodragón aún recordaba su derrota en Alaric Prime. Jamás volvería a descuidar su deber por altanería.

Desde el comienzo del ataque contra el Sistema Fenris las vocogalerías y el coro astropático del Colmillo habían permanecido en una actividad frenética. Cada día llegaban nuevos informes de desastres. Cada día llegaban nuevas peticiones para que los guerreros de Krom acudiesen a combatir al enemigo, más el Señor Ojodragón mantenía la posición pese a toda la rabia que sentía al ver la destrucción imperante. Por orden de Krom los astrópatas del Colmillo enviaron mensajes al vacío hasta que sus mentes sangraron. Llamaban a los lobos a casa.

Tras días de espera, todo aconteció simultáneamente. Al tiempo que la flota de guerra de Grimnar emergía de la Disformidad al borde del Sistema Fenris, Krom recibió una vocoemisión urgente. Bjorn Garra Implacable había despertado por fin.

Tras dar orden a su Guardia del Lobo de que pusiera al día a Grimnar sobre la situación estratégica, Krom acudió con premura a las profundidades del Colmillo. Ojodragón abandonó el elevador gravítico y se adentró en la penumbra de las catacumbas, donde un grupo de Sacerdotes de Hierro y Sacerdotes Lobo ya se habían reunido en torno al sarcófago de Bjorn. El anciando Dreadnought se agitó por la llegada de Ojodragón, las cadenas tintinearon a su alrededor, y su vocorrejilla rompió el silencio.

El Dreadnought reveló los secretos de su letargo con voz cansada. El espíritu de Bjorn era tan viejo y poderoso que, mientras dormía, había montado guardia desde lo alto de las almenas hexagrámicas del reflejo que el Colmillo tiene en la disformidad. Desde aquel promontorio, Bjorn había detectado a los demonios reuniéndose en el más allá, y desde allí les había estado combatiendo aún antes del regreso de los primeros Wulfen. Parte de su espíritu seguía luchando en el Empíreo , pero él había regresado para dar un aviso de vital importancia.

Menos de una hora antes, Bjorn había acabado con un poderoso Demonio que escalaba los muros protectores espada en mano. Incluso con el pie de Bjorn en el pescuezo, el Demonio reía con sorna. Había dicho que los templarios de plata se dirigían a una trampa en la Luna del Lobo y que sus muertes condenarían a los Lobos Espaciales. Bjorn sabía tan bien como cualquiera que los Demonios mienten, pero había sentido que esa terrible afirmación tenía algo de cierto. Por eso se había arriesgado a despertar parcialmente para dar aviso a quien pudiera escucharle. Krom debía acudir con suma celeridad a Valdrmani y allí debía evitar cualquier catástrofe que estuviera apunto de ocurrir.

Krom Ojodragón visita a Bjorn Garra Implacable

La Batalla de la Torre de Morkai

Mientras los Aulladores de Fuego caían con furia sobre Svellgard, las naves de los Lobo Muerto se dirigían hacia la órbita de Frostheim. Allí, las fuerzas renegadas de la Legión Alfa se habían hecho con el control de la Torre de Morkai, pasando a cuchillo a la guarnición de los Lobos Espaciales del lugar. Era un insulto cruel que no podía quedar sin respuesta.

Harald Deathwolf gruñó mientras el áuspex del Colmillo Alfa confirmaba la existencia de transmisiones de los Marines Espaciales del Caos en el planeta. Estos traidores tenían reservado un odio especial en el corazón del Señor Lobo. Las señales enemigas emanaban de la Torre de Morkai que se alzaba sobre su pedestal de glaciares en el ecuador de Frostheim.

Los Lobo Muerto sólo se habían encontrado una nave enemiga en órbita y ésta se había sumergido en la disformidad inmediatamente. Mejor aún, los augures del sensor confirmaban que las defensas de la fortaleza carecían de energía aunque se percibían trazos de emanaciones del Empíreo en las profundidades del glaciar.

Una corriente de excitación feral recorrió a la Guardia del Lobo reunida en el strategium del Señor Lobo Muerto. Evidentemente los traidores habían exorcizado a los espíritus máquina de la fortaleza cuando atacaron, dejando inertes sus baterías Icarus y sus temibles cañones. Parecía que los renegados habían infravalorado la velocidad y severidad de la respuesta de los Lobos Espaciales. Los Lobo Muerto les castigarían por su presunción. Degollarían al enemigo mientras su garganta estuviera desnuda y luego descubrirían si las extrañas lecturas de la Disfomidad tenían alguna relación con la lectura que envolvía el Sistema Fenris. La Guardia del Lobo de Harald rugió en asentimiento y los cazadores, usualmente taciturnos, se dirigieron con ánimo bullicioso y agresivo hacia las cubiertas de embarque.

Lobo de la Muerte contra Legión Alfa

El plan de los Lobo Muerto era sencillo. La Torre de Morkai era un bastión poderoso, situado dentro de un anillo de defensas estáticas. Poseía excelentes líneas de tiro que permitían que su guarnición acabara con los enemigos que se acercaran a pie. Debido a ellos los guerreros de Harald atacarían desde arriba, aprovechando la ausencia de la pantalla antiaérea letal de la fortaleza para preparar un asalto aéreo completo. Sería rápido y sangriento.

La verdad de esa afirmación llegó cuando las naves de ataque de los Lobos Espaciales penetraron en la atmósfera de Frostheim. En cuanto las primeras Cápsulas de Desembarco entraron dentro del alcance, los himnos de aviso sonaron en sus altavoces de alarma. Segundos después, las explosiones estallaron en el aire cuando las defensas aéreas supuestamente inertes volvieron a la vida. Primero explotó una cápsula con una fuerza terrible, seguida de una segunda, enviando escombros y cuerpos ardientes a las llanuras heladas.

Los mensajes de alarma brillaron a través de toda la fuerza de asalto de los Lobos Espaciales. Gracias a la ayuda sortílega de sus aliados Demonios de Tzeentch, la Legión Alfa había enmascarado las firmas energéticas de las defensas en pleno funcionamiento. Habían preparado su trampa, y los Lobo Muerto habían caído en ella de lleno. Inmersos en su patrón de ataque, las oleadas de cañoneras de Fenris descendían tras las Cápsulas de Desembarco y se encontraron en medio del fuego antiaéreo y las llamaradas mutantes. Los parabrisas quedaron agrietados y muchos de ellos explotaron arrojados hacia el interior. Los cascos de las naves se rajaron o derritieron y los pasajeros se aferraban desesperadamente a los mamparos mientras intentaban evitar caer a plomo hacia su muerte. Florecieron explosiones alrededor de la Torre de Morkai cuando los misiles y disparos de láser impactaron pero el daño no fue suficiente ni de lejos.

Lo peor estaba por llegar cuando los Dragones Infernales de la Legión Alfa surgieron de las cuevas ocultas en los flancos del glaciar. Moviéndose a través de la nieve las máquinas demoníacas cayeron sobre las naves para destrozarlas. Varios de ellos fueron abatidos en pleno vuelo gracias a los esfuerzos decididos de las Stormfangs, pero el resto golpearon a los Lobo Muerto con un efecto terrible. Los cañones automáticos Hades llenaron a los Stormwolves de agujeros. Las garras de bronce destrozaron los cascos de adamantio y derribaron a las naves en llamas sobre las defensas de la fortaleza.

La cantidad de muertes no hizo más que aumentar.

Relato Oficial: La Batalla de la Fortaleza de Morkai.

Los Lobos de la Muerte cargan en combate

Los Colmillos Afilados de Skayle

Una gran banda de la Legión Alfa esperaba a los Lobo Muerto en la Torre de Morkai. Aunque no eran suficientes como para enfrentarse a una Gran Compañía directamente, la emboscada de los Colmillos Afilados de Skayle igualaba sus oportunidades. Ahora, con la ventaja de poseer las defensas de la fortaleza a su lado, la Legión Alfa estaban causando graves daños a sus adversarios.

A su frente se encontraba el Señor Vydus Skayle, un Señor del Caos de la Legión Alfa y un auténtico creyente de los Poderes Ruinosos. Skayle era un manipulador y un maestro de las intrigas, rasgos comunes en su legión. Lo menos habitual era su calmada pero intensa fe en los Dioses del Caos, algo de lo que carecían muchos de sus pares Señores del Caos. Los dioses habían bendecido a Skayle por su devoción, otorgándole una fuerza y velocidad antinaturales que le permitían golpear como una víbora. Estas capacidades y su filo demoníaco le convertían en un asesino letal y rápido en cuerpo a cuerpo. Decidido a aniquilar a la fuerza superior que había caído sobre su posición, Skayle se precipitó a través de la nieve con su velocidad antinatural, cortando cabezas de Lobos Espaciales antes de desaparecer en el torbellino del combate.

El Señor Skayle no luchaba solo. Siguiendo el camino que abría entre los Lobo Muerto estaban sus Elegidos, una banda de guerreros veteranos que habían combatido al Imperio durante muchísimos siglos. Blandían armas de energía y arcaicas pistolas bólter con las que se cobraban un terrible precio entre sus adversarios. Fluían cual agua cruzándose entre ellos, ya que cientos de años de experiencia les permitían predecir los movimientos de sus camaradas. Al igual que las cabezas de una hidra, los Elegidos de Skayle no luchaban como individuos sino como una única bestia terrible que golpea desde todas direcciones con fuerza letal.

Mientras su líder y sus élites se encargaban de su trabajo sangriento, los Legionarios Alfa de la fuerza de Skayle estaban causando su propia carnicería. Las escuadras de Marines Espaciales del Caos, como los Asesinos Venenosos de Atraphaeus y los Conocidos de las Sombras, habían tenido mucho tiempo para prepararse. Ahora, esos asesinos blindados caían sobre los Lobo Muerto disparando con sus bólteres contra los Cazadores Grises y los Garras Sangrientas mientras los ensangrentados Lobos Espaciales intentaban salir de sus naves destrozadas. Los Marines Espaciales del Caos surgieron de detrás de las barricadas de rococemento lanzando granadas hacia las Cápsulas de Desembarco, o cargando al combate para intercambiar golpes con sus enemigos Fenrisianos. Las figuras en servoarmadura luchaban entre una nieve carmesí, golpeándose con puños blindados y cuchillos envenenados.

No todos los defensores de la Torre de Morkai eran gigantes mejorados genéticamente. Muchos humanos normales también luchaban, enfrentándose al frío y al miedo entre la nieve y el fuego de los disparos. Estos Cultistas pertenecían a la Hermandad del Ojo de la Serpiente, una secta que adoraba a la Legión Alfa como semidioses. Darían sus vidas gustosamente por la causa de los traidores y la Legión Alfa las malgastaría sin pensárselo.

Las armas más letales de Skayle eran una serie de Máquinas Demoníacas conocidos colectivamente como las Bestias Temibles. Conseguidos de los herreros de la disformidad del Ojo a un alto coste en almas y botín, estos terribles monstruos de hierro causaban el caos entre los Lobo Muerto mientras se abrían paso hacia las máquinas en las que estaban atrapados.

Observando la carnicería desde encima del glaciar estaba la Horda Asesina de Khorne conocida como Cicatriz de Espada, y una Hueste de Fuego Disforme de hechiceros, la Paradoja Ardiente. Los Poderes Ruinosos habían enviado a estas bandas a luchar junto a las fuerzas de Skayle siguiendo sus propios fines inescrutables, ya que los Demonios se preocupan poco por su líder mortal y sólo ansiaban causar una masacre lo más grande posible.

La batalla se recrudecía alrededor de la Torre de Morkai. Los Lobo Muerto luchaban con furia para rechazar la emboscada, con los aullidos de los Wulfen llenándoles de vigor salvaje, y estaban empezando a conseguir ventaja. La influencia de los Wulfen era tan potente que algunos Lobo Muerto se dejaban llevar, convirtiéndose en bestias salvajes frente a los ojos horrorizados de sus compañeros. La brutalidad de la batalla cuerpo a cuerpo era tal que ningún bando se percató de la pequeña banda de guerreros que permanecía sobre el borde norte del glaciar.

La Stormwolf que transportaba a los Exploradores Lobo conocidos como los Ojos Fríos de Feingar había sido impactada al principio de la batalla. Dañada y humeante sobrevoló la fortaleza y cayó sobre el hielo del flanco glaciar. Sin perturbarse los veteranos de abordo cargaron con su equipo y escalaron el acantilado helado. El desastre se había tornado en fortuna mientras se preparaban para asaltar la fortaleza desde una zona aparentemente inalcanzable y con escasas defensas.

Al frente de la manada estaba su líder, Feingar y los Exploradores Lobo corrieron tras él por la nieve con las armas prestas. Cada paso les acercaba más a los enormes muros de la fortaleza. Desde el glaciar habían escuchado el retronar de los cañones y los rugidos de las Máquinas Demoníacas. Las explosiones distantes sacudían el suelo y enviaban replicas al campo de batalla. Pero aquí, en este punto ciego ignorado, los Exploradores Lobo avanzaban sin impedimentos. Se dispersaron en dirección a un canal de drenaje cortado en el hielo con sus ojos amarillos fijos en la fortaleza que se alzaba amenazadoramente sobre ellos.

Tras subir a pulso sobre el borde del canal, los Exploradores Lobo sólo tuvieron que hacer una corta carrera sobre la nieve antes de volver a conseguir ponerse bajo cobertura en la base del muro norte de la fortaleza. Sobre ellos se alzaban los emplazamientos de cañones y las aspilleras desde las que los defensores podían acabar con cualquier Lobo Espacial que se les acercara.

Feingar hizo gestos a sus manada para que dieran un paso atrás y se prepararan. Con una mueca hizo destellar sus colmillos, el veterano cogió una de las bombas de fusión de su cinturón y la estampó contra el muro de la fortaleza. Instantes después, la bomba había abierto una brecha en el muro y los Exploradores Lobo se colaron en su interior.

Lo primero que supo la Legión Alfa sobre la infiltración fue una ráfaga de fuego de bólter que impactó sobre su cámara de mando. Dos Marines Espaciales del Caos y un puñado de Cultistas cayeron debido a ella. El resto buscaron cobertura tras los bancos de cogitadores y las consolas, devolviendo el fuego a los Ojos Fríos de Feingar. Mientras la batalla continuaba al otro lado del cristal blindado de la ventana de observación, la cámara de mando mantenía su propio tiroteo.

Inclinándose tras una consola, Feingar vaporizó la cabeza de un Marine Espacial del Caos con su pistola de plasma. Otro Legionario Alfa disparó un andanada de fuego de bólter que abrió agujeros en la cobertura de Feingar antes de ser abatido a tiros por un par de Exploradores Lobo. Aprovechando el momento, Feingar salió de su cobertura y se lanzó sobre los controles primarios. Desde esta consola controlaban la puerta de la fortaleza y las defensas externas, y los Exploradores Lobo recordaban de las reuniones informativas que su destrucción abriría la Torre de Morkai.

Feingar nunca había sido muy amigo de la tecnología y desconfiaba de los Sacerdotes de Hierro y sus extraños secretos. Sin embargo, en el campo de hacer volar cosas nadie había tenido jamás dudas de su destreza. Haciendo caso omiso a las descargas de fuego a su alrededor Feingar llenó el atril con sus granadas y bombas de fusión antes de buscar cobertura detrás de la consola más grande que pudo ver.

La explosión subsiguiente bastó para volar la cámara, convirtiéndola en una tormenta de cristal blindado que dibujó una sonrisa sombría en el rosto de Feingar por primera vez en todo el día.

Relato Oficial: Los Colmillos Afilados de Skayle

Exploradores de los Lobos Espaciales

Horror en Midgardia

De todos los mundos en el Sistema Fenris, las verdes tierras envenenadas de Midgardia eran las más pobladas. También era el ambiente más desafiante en el que combatir, de forma que Logan Grimnar no sólo desplegó a sus propios Campeones de Fenris, sino también la fuerza blindada de los Lobos de Hierro.

Midgardia era un mundo bien defendido de un ataque convencional. Un antiguo Cañón Nova vigilaba los cielos del planeta, mientras que las Puertas de Magma, una red de fortalezas-colmenas, protegía la principal entrada a la red de emplazamientos subterráneos de Midgardia. Incluso el ambiente del planeta contribuía; la superficie era un infierno tóxico de esporas creadas por los enormes árboles fungosos que formaban extrañas junglas. Bajo tierra, las cavernas de lava en las que la gente de Midgardia edificaba sus ciudades estaban conectadas por túneles traicioneros y pasajes colgantes fácilmente defendibles.

El enemigo que asaltaba Midgardia era todo menos convencional. Cuando el ritual de convergencia se completó se abrieron portales de disformidad por toda la superficie de Midgardia, vomitando mareas de engendros infernales babeantes. Este enemigo no tenía naves espaciales que derribar. No temían respirar las esporas tóxicas de la superficie y que no respiraban. Al abrirse paso a través de la realidad sobrepasaron muchas de las defensas subterráneas que hubieran retenido a cualquier invasor normal durante semanas. Cuando los Lobos Espaciales llegaron a Midgardia, el mundo estaba casi perdido.

Lleno de furia vengativa, Logan Grimnar ideó un plan de ataque tan agresivo como ambicioso. Dividió sus fuerzas en dos enormes grupos; la Fuerza de Choque Fenris, formada por la mayor parte de los Lobos de Hierro, junto con elementos blindados de la Gran Compañía de Grimnar, golpearía a los Demonios que asediaban las Puertas de Magma desde el cielo. Ayudados por bombardeos orbitales, la fuerza de asalto haría retroceder al enemigo infernal. Reunió a las fuerzas de defensa supervivientes de Midgardia en regimientos y limpiaron los alrededores de las colmenas de Demonios conduciendo a las formaciones Lanza de Russ desde las Puertas de Magma hasta acabar con los Demonios en veinte millas.

La Fuerza de Choque Morkai, que incluía a Grimnar, su Guardia del Rey y todos los Exterminadores de Egil Lobo Hierro así como a los Wulfen de ambas Grandes Compañías, se teleportaron directamente a las cavernas y túneles bajo las Puertas de Magma. Este método de despliegue antinatural enloqueció a los Wulfen, e hizo que sus Manadas Asesinas cargaran con furia sobre los Demonios que infestaban los túneles bajo las colmenas de Midgardia. Corrieron ríos de icor cuando los Señores Lobo se unieron al combate, y más de uno sucumbió a la maldición de los Wulfen en el proceso. Aunque muchas sagas quedaron cortadas trágicamente por los filos demoníacos, la matanza fue total. En horas, la Fuerza de Choque Morkai tenía en su poder las puertas al inframundo.

Horror en Midgardia

Mientras esperaban que los regimientos de defensa planetaria descendieran a las profundidades para unírseles, Logan Grimnar ordenó el avance. Sus fuerzas y las que estaban sobre ellos formarían cordones gemelos que avanzarían desde sus posiciones iniciales y purgarían con fuego y acero todo lo que encontraran. Las dos fuerzas, los tanques blindados y los transportes en la superficie y los Exterminadores y Wulfen bajo ella, se mantendrían en contacto usando intercambios de voz y rastreando las balizas de teleportación. Las fuerzas de Midgardia se moverían tras ellos, completando búsquedas y manteniendo el terreno conquistado. Los Demonios serían purgados sistemáticamente tanto de las zonas subterráneas como de la superficie, ninguno escaparía a la ira de Fenris.

En la superficie, las nieblas de esporas eran tan gruesas que sólo podían avanzar los vehículos blindados sellados. Conforme avanzaban y aplastaban el follaje púrpura, la Fuerza de Choque Fenris descubrió que los poderes del Caos habían realizado cambios horrendos en el lugar. Los Lobos Espaciales encontraron árboles fúngicos creciendo obscenamente, como si estuvieran a punto de estallar. Las raíces tenían oscuros dedos alrededor de los troncos de los árboles y una sustancia mucosa fluía desde ellos creando pantanos pegajosos y nauseabundos. El hedor de esos charcos era tan terrible que incluso penetraba el casco de los tanques Lobos de Hierro, mientras la mucosa obstruía las orugas de los tanques y ralentizaba los vehículos.

Mientras la Fuerza de Choque Fenris se encontraba en este terreno, los Demonios de Nurgle atacaron. Los Drones de Plaga atacaban desde arriba mientras las bestias y los Portadores de Plaga se alzaban entre los fétidos pantanos. Los demonios goteantes rodearon los tanques de los Lobos Espaciales. Oleadas de estos seres cayeron de nuevo al barro golpeados por los bólteres pesados y los cañones láser o destrozados por las armas de los Sacerdotes de Hierro. Pero más y más demonios se alzaban, destrozando tanques con su fuerza impía.

Lo peor llegó cuando los Lobos Espaciales desembarcaron para defender sus tanques. Horrorizados descubrieron que las esporas de la jungla atravesaban las lentes oculares y sellos de la armadura devorando la carne interior. Incluso mientras combatían a las horas de Demonios, los guerreros de la Fuerza de Choque Fenris podían notar como su carne se pudría y caía. El avance se detuvo y los Lobos Espaciales lucharon para mantener la posición.

"En el aire putrefacto y de lodo atestado, el Lobo de Hierro al Demonio combatió, aunque la carne corrompió y la armadura oxidó, nunca un paso atrás se dio."

- Extracto de la Saga de los Perdidos.




En el inframundo, la Fuerza de Choque Morkai estaba teniendo sus propios problemas.

Combate en Midgardia

Las escuadras de la Fuerza de Choque Morkai progresaron bien al principio. Las manadas de Demonios que vagabundeaban por el inframundo estaban dispersas y desorganizadas, formando grupos de asesinos más que un ejército organizado. En medio de los confines calientes y claustrofóbicos de los túneles que conectaban cada asentamiento, la fuerza individual de los Exterminadores y los Wulfen trabajaban a su favor. Los rayos psíquicos de los Sacerdotes Rúnicos limpiaban cavernas enteras de su corrupción en minutos.

Cuanto más avanzaban las fuerzas subterráneas, más dispersas quedaban. Cuando las fuerzas de la superficie recibieron un ataque pesado, la Fuerza de Choque Morkai avanzó sin apoyo de superficie. Al hacerlo, se expusieron a los ataques de los Demonios que descendieron desde los túneles y ventilaciones del exterior. Grupos enteros resultaron rodeados rápidamente, atrapados entre Demonios de Tzeentch y Slaanesh, y acosados en la retaguardia por Bandas Enumeradoras de Nurgle. Los Lobos Espaciales lucharon como héroes de las primeras sagas. Los lanzallamas pesados rugieron llenando corredores llenos de Demonios con llamas purificadoras. Los Wulfen aullaron enloquecidos mientras se lanzaron al combate, con las garras y hachas destrozando la carne antinatural mientras sus lanzagranadas disparaban salva tras salva.

A pesar de su heroísmo, el avance subterráneo de los Lobos Espaciales se había ralentizado y las bajas eran abrumadoras. La única excepción era la fuerza liderada por Logan Grimnar y Ulrik el Matador, cuya furia y celo combinado les habían hecho dejar atrás el Asentamiento 529, conocido localmente como Chispa Profunda.

Como cualquier asentamiento típico de Midgardia, Chispa Profunda era una ciudad construida sobre plataformas y corredores de metal, suspendidos de los altos techos de roca. Por debajo suyo, la lava burbujeaba y corría lentamente, y su brillo hambriento iluminaba la caverna como si fuera el infierno.

Cuando los Lobos Espaciales alcanzaron el centro de este asentamiento desierto los portales de la disformidad se abrieron en el aire. Una hueste de demonios farfullantes cargó contra los de Fenris. En su centro llegaron los arquitectos de esta súbita emboscada, un cuarteto de enormes Príncipes Demonio, una tétrada infernal. Si Egil Lobo de Hierro hubiera estado presente hubiera reconocido al terrible Mordokh de las profundidades de Irkalla. Junto a él avanzaba Arkh´gar Asesino de Mundos de Khorne; Tzen´char de Tzeentch, al que incontables cultos llamaban el Laberinto viviente y Malug´nyl Lengua de Aguja, un príncipe lujurioso del asesinato.

El poder de la Tétrada irradiaba por todo Chispa Profunda como una fuerza física, pero Grimnar no se amilanó. Rugiendo un desafío, el Gran Lobo ordenó cargar.

Las dos fuerzas chocaron con furia increíble. Los cañones de Khorne resonaron, estremeciendo a las fuerzas de Grimnar hasta el hueso. Los martillos de trueno golpearon sobre la carne demoníaca, destrozando horrores con sonoros golpes. Los bólteres dispararon. Los Príncipes Demonios rugieron y destrozaron. Las armaduras de Exterminador cayeron destrozadas, la sangre salpicó. Las plataformas en las que se apoyaba Chispa Profunda no tardaron en sacudirse con la violencia de la batalla.

Relato Oficial: Horror en Midgardia.

Logan Grimnar combate en Midgardia

Hijos de la Tétrada

Incluso un único Príncipe Demonio es un enemigo increíblemente peligroso, un semidiós inmortal del desgobierno a través del cuál las energías de su patrón aúllan como una galerna. Aún más terroríficos resultan cuatro de estos seres luchando como uno solo, un panteón de horrores contra el que sólo los más poderosos héroes pueden resistir. Así ocurrió con los señores oscuros de Midgardia, donde cada Príncipe demonio llevaba las bendiciones de su terrible deidad y las fusionaron juntas hasta convertirlas en un todo imparable.

El primero de esta reunión era Mordokh el Podrido, el mismo ser fétido que había supervisado la destrucción de la super-colmena de Irkalla. Además de bendiciones físicas de gran fuerza y resistencia, Nurgle le concedió a Mordokh un alma pútrida, desde la que podía vomitar horrores zumbantes y reptantes armados con oxidados filos. Mordokh había pagado por este poder con su visión natural: en lugar de ver por sus ojos putrefactos y gelatinosos, Mordokh lo hacía a través de su miríada de moscas.

El siguiente miembro de la Tétrada Infernal era Arkh´gar Asesino de Mundos, que antaño había sido un Bersérker de Khorne de la legión traidora de los Devoradores de Mundos. Poco más que una enorme arma viviente, Arkh´gar sólo existía para derramar tanta sangre en nombre de Khorne como fuese posible. Luchaba con una velocidad y fuerza bruta que pocos podían igualar, y para ganarse su título había aniquilado solo a toda la población de Edrigal Quintus.

Mucho más sutil era el espanto conocido como Tzen´char, el Laberinto Viviente. Un susurrador de verdades retorcidas y archimanipulador del destino, sus seguidores decían que el aspecto físico de Tzen´char era un mero reflejo de su auténtico ser. Aseguraban que Tzen´char no era un único Demonio sino muchos, una entidad de contradicciones imposibles cuyos ecos eran idénticos salvo por algunas sutiles diferencias. A eso hacía referencia el nombre de este Demonio, pues aunque todos los pasajes de un laberinto puedan parecer iguales, cada giro y bifurcación llevan en realidad a un destino distinto. Si alguna de estas versiones era el verdadero Tzen´char era un misterio, pero todas ellas poseían su rapidez sobrenatural y su poder sortílego.

La última entidad de la Tétrada Infernal era Malyg´nyl Lengua de Aguja, el Pervertidor de Slaanesh de Vardos III. Este ser vil exudaba un aura pecaminosa tan fuerte que pocos podían resistírseles, e incluso los más puros de corazón acaban dejándose llevar por sus más oscuras fantasías, atacando por igual a amigos y enemigos, presa de ataques de súbita locura. El Príncipe Demonio danzaba a través de esta matanza macabra, entregado a movimientos gráciles y letalmente sublimes con los que se regocijaba en la condenación de incontables almas.

Todos los miembros de la Tétrada Infernal eran poderosos Señores Demoníacos, y por tanto la incursión demoníaca que lideraban era de una dimensión acorde. En su centro se encontraban las grandes masas de Bandas Enumeradores y Zánganos de Plaga de Nurgle, hordas pútridas que causaban estragos entre los tanques de la Fuerza de Choque Fenris en las junglas de Midgardia. La mayor Banda Enumeradora de entre sus rancias filas era conocida como Infestados. Liderada por el grotescamente flatulento Heraldo Phugulus, esta reunión de Demonios estaba formada parcialmente por hongos parasitarios. Cada apestosa expulsión de gas de sus cuerpos, cubiertos de ampollas y bubones, liberaba una nube de esporas demoníacas. Esas infames semillas de destrucción habían transformado las junglas de Midgardia en una letal arma biológica, y los Infestados estaban más que orgullosos de haber llevado hasta el espacio real aquella porción gloriosa del Jardín de Nurgle.

Hordas de otros Demonios se extendían por la superficie de Midgardia o cruzaban sus asentamientos subterráneos en busca de almas. Entre dichas hordas eran típicas las formaciones demoníacas tales como la Hueste del Fuego Disforme de los Retuercecenizas, la Gran cabalgata de los Hedonistarii y la batería Truenos Sangrientos conocida como Tormenta ardiente.

Cada una de estas repulsivas partidas de guerra demoníacas seguía su propio patrón en la Tétrada Infernal, imponiendo al mundo su voluntad. Los Horrores e Incineradores de los Retuercecenizas extendieron la mutación y la corrupción entre incontables soldados defensores durante los primeros estadios de la invasión, dejándolos vivos para que pudiesen infectar a más de los suyos y plantar las semillas de un siniestro destino por todo el planeta.

A las Hedonistarii les gustaba provocar y torturar a sus presas mortales, infligiendo a aquellos a quienes daban caza las mayores agonías antes de matarlos por fin con una lentitud exquisita. El dolor que causaban esas viles cazadoras fluía en corrientes por el etéreo, aumentando el poder de Malyg´nyl Lengua de Aguja con cada bocanada que inhalaba.

Los Cañones de Cráneos de la Tormenta Ardiente portaban una carga de destrucción sin límites. La labor de estos terribles engendros era derramar la sangre de sus enemigos en grandes cantidades, y sumarlas a sus interminables diezmos.

El cerco demoníaco

El Hermano-Capitán Stern se agachó mientras las llamas de la Disformidad pasaban rugiendo sobre su cabeza. Frunciendo el ceño, el Caballero Gris entonó un cántico para iniciar un rito de expulsión que lanzó a un buen puñado de fungosos Incineradores de vuelta al Empíreo.

Los demonios de Tzeentch y Slaanesh avanzaron por el suelo de mármol en una marea aparentemente inacabable. Stern resistió como uno más en un prieto círculo de Caballeros Grises, rechazando a una oleada tras otra. A estas alturas los Caballeros Grises ya habían aniquilado y expulsado a varios centenares de aquellos seres, pero seguían viniendo. Aún peor, Stern sabía que aquello no era más que una diversión, una utilización de infantería como carne de cañón a fin de clavar a los Caballeros Grises en sus posiciones. El mayor peligro venía de la acumulación de energía psíquica que destellaba en el aire a su alrededor. Cada Caballero Gris podía sentirlo, incluso sin los trazadores psíquicos en sus armaduras, pues para aquellos que tenían el Don era similar a un volcán a punto de entrar en erupción.

Luchando con una eficiencia mecánica, Stern revisó mentalmente los eventos que les habían llevado hasta eso. Desde la órbita, Valdrmani - La luna del Lobo - se había revelado como una bola estéril llena de cráteres y arena roja como la sangre, desprovista de atmósfera y arrasada por las erupciones radiactivas de la estrella de Fenris. En estos entornos infernales, los Lobos Espaciales habían establecido el superdomo de Largoaullido, fortificado y blindado contra las condiciones del planeta. Era desde aquí donde un emisor astropático lanzaba mensajes desde el Colmillo hacia el vacío del espacio.

También era desde aquí desde donde había llegado la llamada de auxilio. Ahora resultaba evidente que quien lo había enviado era un Cultista infiel, una marioneta de la Legión Alfa haciéndose pasar por un guardián de Fenris. Tal era la astucia y apariencia de veracidad del mensaje que había bastado para atraer a los Caballeros Grises hasta la trampa.

Cuando las Stormravens de Stern empezaron a descender se despertó el cañón nova de la ciudad, llenando el cielo con columnas de fuego carmesí. Atrapada en aquella súbita emboscada, la barcaza de batalla de los Caballeros Grises fue partida en dos. Para cuando los cañones de la nave pudieron responder, era demasiado tarde.

Aquella antaño poderosa nave estaba ahora convertida en chatarra, que caía en ardientes fragmentos sobre la superficie de Valdrmani. Los Caballeros Grises se habían abierto camino al interior de la ciudad fortificada sólo para descubrir que ya no estaba habitada por ciudadanos Imperiales indefensos, sino por hordas de Demonios, y por chillones Cultistas enfundados en los colores de la Legión Alfa. Además, podía notarse una concentración de energía psíquica, una reacción empírea que estaba alcanzando masa crítica rápidamente. Stern percibía que, cuando la alcanzase, la explosión subsiguiente aniquilaría la ciudad y a los Caballeros Grises con ella. Sin duda, aquel era el plan. Sin embargo, lo que no fue capaz de detectar era si todo aquello era una treta de los Poderes Ruinosos para hacer que los Lobos Espaciales cargasen con la culpa de las muerte de los Caballeros Grises, o si era simplemente el primer acto de una traición abierta por parte de un Gran Lobo que había enloquecido debido a la corrupción del Caos.

La Trampa de los Demonios

Las Garras de Tzenntch

La trampa en Valdrmani, de hecho, toda la invasión del Sistema Fenris, había sido orquestada por una cábala de campeones de Tzeentch, dos de los cuales estaban presentes personalmente en la Luna del Lobo.

El primero de ellos era mortal, un Apóstol Oscuro de la Legión Alfa llamado Hekastis Nul. Cuando el Ritual de Abominación escupió demonios por todo Valdrmani, Nul utilizó la masacre resultante para infiltrarse en Largoaullido. Por orden de Skayle, Nul había liderado a Cultistas de la Hermandad del Ojo de la Serpiente para que tomasen el coristrium astropático de la ciudad. Allí. el Apóstol Oscuro detuvo al coro astropático. Cuando, días más tarde, los Caballeros Grises se desplazaron hasta la órbita sobre Valdrmani, Nul y sus seguidores iniciaron su propio ritual.

Los Cultistas se habían apresurado hacia el santuario de mando de Largoaullido, enviando una falsa llamada de auxilio y operando los sistemas de artillería. En el coristrium, se había vertido sangre de Demonio sobre un gran dibujo ritual trazado en el suelo. Cuando aquella vil marca fue completada, los Astrópatas cautivos gritaron de agonía. El símbolo brillaba a medida que iba drenando las mentes de los Astrópatas, arrebatándoles su energía con un flujo creciente. Los horripilados psíquicos se retorcían y agitaban con espasmos, su piel bullía y sus mentes se fundieron mientras el sello de Nul usaba sus energías para crear un poderoso resonador psíquico.

Entretanto, el Apóstol Oscuro y sus siervos lo contemplaban todo con mirada fanática. La explosión psíquica, cuando llegase, los mataría a todos, pero también condenaría a los Lobos Espaciales a ojos del Imperio. Canalizando las energías robadas al coro astropático y dándole una patina de veracidad con la materia espiritual de los Caballeros Grises, dicha explosión resonaría proyectando retorcidas visiones en la mente de los Astrópatas por doquier. Visiones de un cañón nova de Fenris disparando contra una barcaza de los Caballeros Grises; de monstruosos mutantes mezclados en las filas de los Lobos Espaciales y de la determinación del Gran Lobo por protegerlos; de la espectacular detonación de Largoaullido matando a Stern y a sus hermanos... Cuando la oleada de resonancia menguase, las imágenes sobre la muerte de los Caballeros Grises a manos de los Lobos Espaciales alcanzarían como mínimo la mitad del Imperio, y la asunción de los hijos de Fenris como villanos quedaría asegurada.

Mientras Hekastis llevaba acabo aquella siniestra labor, la incursión demoníaca de Tzen´char el Laberinto Viviente causaba estragos en Largoaullido. Como eco del mismo ser infernal que luchaba en Midgardia, el Príncipe Demonio sabía bien cuál era su rol. Los mortales se sacrificarían para ver cumplida la voluntad de Tzenntch, a la vez que Tzen´char y sus huestes de Demonios combatían para mantener a los Caballeros Grises en las fauces de la trampa.

Una hueste de guerreros antinaturales luchaba por Tzen´char, aunque ninguno de ellos estaba al tanto de su plan. El más poderoso de todos ellos era un monstruoso Devorador de Almas de la Ira de Khorne llamado Agva´hax. Aquel destructor implacable hizo trizas a la guarnición de Largoaullido con una furia imparable, pero su verdadero propósito en Valdrmani era reclamar para Khorne la vida del Hermano-Capitán Stern.

Cientos de soldados de a pie demoníacos atestaban los corredores y domos de Largoaullido, y se lanzaron en ese mismo instante contra los hermanos de batalla de Stern. La Hueste de Fuego Disforme conocida como los Desafiantes de Xa´kjlis´ disparó fuego mutante a sus enemigos con armadura plateada. Una Hueste del Cielo Ardiente apareció con estruendo sobre el alto techo del domo, con sus aulladores de Tzeentch lanzando descargas de energía o atacando con sus armas de filo. Demonios de Slaanesh cargaron también desde los corredores y las antecámaras, lascivas Diablillas danzaban y cantaban hacia la batalla junto a Carros de la Demencia, mientras esquivaban las armas Némesis para rajar y sajar a los Caballeros Grises con sus salvajes garras.

Relato Oficial: Espolones de Tzeentch.

Fraternidad Imperial

Relato Oficial: Hermanos del Imperio.

Con la atmósfera aún escapándose de la cúpula, los Lobos Espaciales y los Caballeros Grises se encaminaron al mamparo norte sin perder un segundo. Allí, un túnel de servicio conectaba con el coristrium. Un rápido golpe de puño de combate sobre el panel del control manual hizo subir la puerta automática. Los guerreros Imperiales cruzaron agachados contra el embate de la corriente de aire y bajaron la puerta blindada de un tirón. Una vez asegurados los cierres neumáticos y estabilizada la presión del aire, Krom y Stern se quitaron los yelmos.

Krom Ojodragón llevaba consigo a los Primeros de Ojofiero, un séquito de sus mejores guerreros, sus preferidos, seleccionados de todos los estamentos de los Mata Dracos. Los más destacados entre tal grupo de héroes era la Guardia del Lobo de Ojofiero, una orgullosa y feroz manada de veteranos bajo el mano del formidable Beoric Colmillo Invernal. Todos ellos habían combatido junto a su impetuoso señor en los momentos más aciagos de la guerra contra el ¡Waaagh! Rojo, y no vacilaban frente a xenos ni Demonios.

A continuación venían los Cazadores Grises de Hengist Hacha de Hierro. La manada de Hacha de Hierro, bien pertrechada tanto para tiroteos como para el cuerpo a cuerpo, era famosa por su calma imperturbable y su arrojo casi demencial, cualidades que le habían llevado a vencer en más de una ocasión en la que parecía imposible. Los Garras Sangrientas de Egil Puño Rojo ardían en deseos de combatir y lanzaban miradas feroces a los Caballeros Grises. Esta impulsiva banda de jóvenes Mata Dracos hacían gala de la actitud típica de su rango: todo bravatas y hambre de gloria.

Los supervivientes de la fuerza de Stern, por el contrario, era una partida escasa pero solemne. Aparte del propio Hermano-Capitán, solo quedaban otros diez soldados de una fuerza de más del doble de guerreros.

Pese al icor que embadurnaba sus armaduras, los guerreros de la Escuadra de Choque Daradus parecían emitir un fulgor sagrado que repelía las sombras de aquel lugar plagado de demonios. Los hermanos de batalla de la Escuadra de Exterminadores Varvox estaban listos para la batalla, con el ceño fruncido y las armas Némesis crepitando.

Ambas bandas se observaban con cautela y las armas bien aferradas. Entonces Krom rió con desgana y presentó a sus hombres y a él mismo. Aceptaría la gratitud de los Caballeros Grises más tarde, dijo, pero de momento había trabajo que hacer.

Por el bólter y la espada

Stern sabía que Ojodragón estaba en lo cierto. Las energías que manaban del coristrium astropático estaban alcanzando su cenit y oprimían su mente, que ya parecía a punto de estallar. Debía tomar una decisión inmediata: confiar en los Lobos Espaciales recién llegados o matarlos por traidores.

El momento se prolongó. Stern miraba a Krom como si tratase de leer la mente del Señor Lobo a través de sus ojos. Al fin, el Caballero Gris extendió su mano enguantada. Krom la estrechó con firmeza y los guerreros de ambos héroes aflojaron las manos sobre sus armas.

Debían ponerse en marcha, anunció Stern sin preámbulos. Fuese lo que fuese que los Demonios pretendían hacer, ya casi lo habían logrado. Krom asintió y ambos guerreros llevaron a los suyos a paso ligero por el largo pasillo. Un quejido estridente vibraba en el aire, cada vez más alto, haciendo que a los Marines Espaciales les rechinasen los dientes. El fuego espectral destellaba sobre los muros y brotaron caras aullantes en la superficie dorada de las puertas del coristrium. Los Lobos Espaciales alzaron dos dedos para repeler la brujería. Stern observó aquellos gestos sin hacer comentario alguno.

Krom se dispuso a cargar con el hombro contra el portal, pero Stern le contuvo. Alzó la mano extendida, empezó a salmodiar los Trece Versos de Negación y sus hermanos se le unieron con presteza. Sus palabras retumbaban como martillazos de santidad, las sílabas creaban motas brillantes que se reunieron en un orbe refulgente. De pronto Stern lanzó los dedos hacia adelante y el gesto hizo que la energía psíquica concentrada surcara el pasillo y volase las puertas.

Krom gruñó en reconocimiento de aquel poder destructor y a continuación echó hacia atrás para emitir un aullido salvaje. Sus guerreros corearon aquel grito de guerra y se lanzaron a la carga contra la cegadora luz verde que emanaba de la puerta destrozada.

Stern y sus hermanos de batalla les siguieron. El coristrium era una amplia cúpula de ferrocristal desde cuyos nichos escalonados los Astrópatas tenían una visión clara del campo estelar, y los augurios que albergaba, sobre sus cabezas. Las energías del Caos habían transformado la cámara en una estampa sacada del infierno que describe la eclesiarquía.

Los disparos de los Lobos Espaciales prácticamente habían acabado con Cultistas y Astrópatas, pero cuando Stern sacó su espada del cuerpo del Apóstol Oscuro, la luz del sello se intensificó. Una nota estridente llenó la cúpula y una oleada de Demonios irrumpió a través del fulgor. A su cabeza iba el Príncipe Demonio de Tzeentch Tzen´char. La abominación sortílega hizo cenizas a tres Paladines en un abrir y cerrar de ojos. Tras él venían Incineradores y Horrores, cuyas llamas disformes alcanzaron a la mitad de los Garras Sangrientas de Puño Rojo y les convirtieron en cristal aullante.

Relato Oficial: Por bólter y espada.

Aullantes de furia, Krom Ojodragón y los suyos se lanzaron contra la nueva amenaza. Sus espadas sierra rugían y desgarraban carne demoníaca. Las pistolas bólter abrían fuego, esparciendo sangre sulfurosa por los aires. Krom era un vendaval de destrucción. Cada uno de sus hachazos mataba a otro enemigo. La marea era más numerosa a cada segundo, pues surgían más y más criaturas empíreas del brillo del sello.

La luz ya era cegadora, se había convertido en una fuerza física que espesaba el aire. Stern asestaba espadazos a los Demonios que le rodeaban. Entre el enemigo podía ver destellos de plata y gris; hermanos de batalla que pugnaban furiosamente por sus vidas. No bastaba. Los guerreros Imperiales podrían matar a un millar de Demonios, pero la detonación del sello les destruiría.

El Hermano-Capitán Stern sabía lo que debía hacer. Se desembarazó de las garras y tentáculos que aferraban su armadura he hizo molinetes con su espada para abrirse espacio. Acto seguido bajó con el hombro, abrió fuego con el bólter de asalto, y cargó contra los Demonios hasta llegar a un par de metros del sello que aullaba y palpitaba. Tras susurrar una oración al Emperador, Stern alzó su espada y se zambulló en la Luz.

Al otro lado de la cámara, Tzen´char apartó a un Cazador Gris de un manotazo para saltar en pos de Stern. En vez de ello, cayó de bruces al suelo a causa del empellón propinado por una figura aullante. Sonriente, Krom se puso en pie al tiempo que abría fuego. Tzen´char hizo caso omiso a los impactos de bala y atravesó el hombro de Ojodragón con su espadón. El Príncipe Demonio estaba concentrando su poder mágico par acabar con el mortal, mas se detuvo y rugió cuando una oración amplificada surgió del fulgor del sello.

Todo Demonio en el coristrium retrocedió y gritó como uno solo. Hacía solo un momento el portal había sido bomba y pórtico al mismo tiempo. Ahora su poder se volvía contra él debido al rito de Stern, y una oleada de fuerza purificadora barría la cámara. Krom contempló sobrecogido cómo las energías de la Disformidad actuaban en contra de los Demonios y los barrían por completo de Valdrmani.

Se hizo el silencio súbitamente. Los demonios se desvanecieron y la luz del sello se extinguió. Allí donde este había estado, con la espada hundida en medio del símbolo, y la armadura ennegrecida y quemada, Stern se puso en pie lentamente. De su figura emanaban volutas de humo. Asintió con la cabeza para dar las gracias a Krom, y este devolvió el gesto con la sangre aún chorreando de su hombro. Habían desmantelado la trampa. Había repelido a los Demonios. Aún había esperanza.

Por bólter y espada

Guerra en Fenris

La Roca llega al Sistema Fenris

El destino del Sistema Fenris estaba en el filo del cuchillo. Las defensas orbitales de Svellgard volvían a estar bajo control de los Lobos Espaciales, pero las islas y los océanos del planeta permanecían infestados de Demonios. Reconquistar la Torre de Morkai había costado numerosas vidas y las energías del ritual que se habían ejecutado en ella seguían abriendo brechas Disformes por todo el sistema. La situación en Valdrmani era desconocida, sólo se sabía que la barcaza de batalla de los Caballeros Grises había sido destruida en órbita.

Las noticias que llegaban del frente Midgardiano eran nefastas. El ataque de los Lobos Espaciales flaqueaba y se había perdido contacto con el Gran Lobo. Peor aún, en toda la zona de guerra Fenrisiana cobraba fuerza la maldición de los Wulfen. Hasta los guerreros más veteranos luchaban con denuedo por dominar la rabia que amenazaba con subyugarles y muchos de los hermanos más jóvenes se habían transformado en bestias salvajes. Los Lobos Espaciales no sabrían decir si se trataba de una infección vírica, una enfermedad del alma, de su legado genético o una maldición de los indignos; todos eran plenamente conscientes de que su Capítulo afrontaba una batalla no solo por su sistema natal, sino por su propia alma.

La flota de los Ángeles Oscuros llegó a aquel crisol de locura y guerra. Las alarmas augures sonaron y las vocoemisiones corrieron como un reguero de pólvora entre las flotas de las Grandes Compañías. Las runas de contacto aparecían en las pantallas áuspex. Docenas de naves imperiales emergieron de la Disformidad desprendiendo hebras de locura, alzaron sus pantallas de vacío y activaron sus lanzas y torretas, en las vocogalerías del Colmillo, los siervos y Servidores con cabeza de lobo listaban los códigos a medida que los augures los detectaban.

Ángeles Oscuros. Ultramarines. Manos de Hierro. Una docena más de Capítulos. Transportes masivos de las casas de caballeros y el Astra Militarum. Los observadores se estremecieron al distinguir la gigantesca señal, fácilmente reconocible, apareció en medio de la gran coalición. La Roca, la ciudadela flotante de los hijos del León había entrado en espacio Fenrisiano y ahora se dirigía hacia los mundos en guerra.

Cuando las noticias llegaron a los Señores Lobo, la alarma se mezcló con el alivio de sus corazones. Era raro que un Fenrisiano reconociese que necesitaba ayuda, pero necesitaban refuerzos de manera acuciante. No obstante los Lobos Espaciales habían ocultado a los Wulfen al Impero hasta que pudieran entender el problema y resolverlo. Ahora que los Demonios infestaban los mundos y manadas enteras de guerreros luchaban contra la maldición de los Wulfen, incluso los Lobos Espaciales más tercos entendían que el resto del Imperio podría juzgarles con severidad.

Los Lobos Espaciales siguieron luchando con un ojo puesto en los cielos, aguardando con inquietud para saber si la flota cruzada llegaba como salvadora o como verdugo.

No tendrían que esperar demasiado.

Las naves cruzadas apenas establecieron contacto con los Lobos Espaciales mientras se separaban en diversas puntas de lanza y descendían sobre los mundos del Sistema Fenris. Ni siquiera lo hizo la Roca, cuyas respuestas eran sombrías y mecánicas durante su aproximación a Fenris. Los Ángeles Oscuros habían venido a eliminar la mácula de los Demonios. Lo que hacían , lo hacían por el bien de sus hermanos, fuese cual fuese el coste. La preocupación pronto se tornó en alarma. El estruendo de voces y el zumbido de enormes generadores resonaron por los corredores del Colmillo, se alzaron los escudos y se calcularon trayectorias de tiro. Sólo se trataba de precauciones, se decían los Lobos Espaciales. A ninguno de ellos le cabía la más mínima duda de que seguían siendo leales siervos del Todopoderoso.

Para los Ángeles Oscuros las dudas se habían materializado. La muerte de los Exploradores de Arhad en Nurades había sido únicamente el primer paso en un camino de acumulación de pruebas y alarma creciente. El siguiente había sido el regreso de Sammael de Tranquilitus. El Gran Maestre del Ala de Cuervo había mantenido un semblante imperturbable frente a sus subordinados, pero en la reunión a puerta cerrada con el Círculo Interior se había mostrado sumamente agitado. Sammael había visto a los Lobos Espaciales darle la espalda a sus hermanos Marines Espaciales, y anteponer la supervivencia de unas aberraciones mutantes a la de los hermanos de batalla del propio Sammael. El coste en vidas del Ala de Cuervo había sido elevado, pero el daño echo a la reputación de los Lobos Espaciales había sido aún peor. Era obvio, afirmó Sammael, que los Hijos de Russ se hallaban bajo el influjo de algún ardid demoníaco.

Llegaron noticias aún peores cuando el maestro Astrópata de la Roca, Asconditus, presentó a su señor una serie de comunicados perturbadores. Informaban de la presencia de mutantes lupinos en diversos sistemas estelares y, según dijo, habían surgido de grietas de Disformidad con Demonios siguiéndoles de cerca. En todos los casos los Lobos Espaciales habían llegado poco después para llevarse a las bestias. El Astrópata lamentaba que aquellas fuerzas de asalto no hubieran hecho ningún intento de proteger a los ciudadanos Imperiales. De hecho, en algunos casos incluso habían puesto en peligro a aquellos dignos servidores del Emperador. Los susurros en la disformidad apuntaban a que los Caballeros Grises también se habían involucrado y habían ido en busca de Logan Grimnar por su cuenta.

Ese último indicio de intrigas tramadas en la disformidad bastó para convencer al Supremo Gran Maestre Azrael y sus hermanos de que debían actuar. Existía una rivalidad entre los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros desde hacía mucho tiempo. Una riña de hermanos que se originó en la época en que Russ y El´Jonson guerreaban en nombre del Emperador. Si bien los miembros del Círculo Interior se decían a sí mismos que aquello no influía en absoluto sobre la decisión, lo cierto es que todos ellos sintieron cierto desagravio en aquel momento. Los Lobos Espaciales, que siempre habían sido temerarios y tercos, se habían metido de lleno en un gravísimo peligro. Ahora dependía de los Ángeles Oscuros salvar a sus hermanos descarriados, aunque el coste fuese espantoso.

Azrael, haciendo valer su autoridad, declaró una cruzada. No se podía permitir que los Lobos Espaciales se condenasen. La palabra de un Señor del Capítulo contaba con un gran peso, y además, las pruebas reunidas bastaban para suscitar el temor de todo defensor leal del Imperio. Por ello, cuando los Ángeles Oscuros llegaron al Sistema Fenris, lo hicieron a la cabeza de una vasta flota.

Zona de Guerra Fenris

Relato Oficial: Zona de Guerra Fenris.

SEGUNDA PARTE - LA IRA DE MAGNUS

Prólogo: Ecos en el tiempo

Ira de Magnus

Sólo unos pocos miembros del Adeptus Astartes tienen siquiera la más vaga noción de la espiral descendente que han recorrido los Mil Hijos. Nadie es capaz de hacerse a la idea de lo profunda que fue la traición que los puso en ese camino. Para quienes se enfrentan a ellos, los Mil Hijos aparecen como fantasmas de un pasado oscuro y mítico. Fila tras fila de guerreros marchan en siniestro silencio, con sus armas escupiendo fuego infernal mientras enjugan impactos directos tanto de bólter como de armas de filo. Para los hechiceros que les acompañan, los Marines Rúbrica de la Legión son siervos fieles sin parangón, armas vivientes para ser usadas en guerras arcanas. A menudo sus partidas de guerra son los principales jugadores en las tramas de Tzeentch , el Arquitecto del Destino y Señor del Juego Cósmico.

Ese gran enfrentamiento de almas ha llegado a una encrucijada al final del 41º Milenio. En ninguna parte ha sido más cruda esta lucha que en el Sistema Fenris , al que llaman hogar los enemigos eternos de los Mil Hijos; los Lobos Espaciales , vástagos guerreros del Primarca Leman Russ .

Los eventos de la Herejía de Horus han quedado cubiertos por el mito y la leyenda. Se dice que la mitad de las Legiones Astartes se entregaron a la adoración del Caos en esos días oscuros, cada una de ellas siguiendo a su Primarca a la condenación. Muchos de esos primogénitos casi divinos dieron los primeros pasos hacia la herejía con la mejor de las intenciones, esperando servir a la Humanidad siguiendo una vía divergente a la que marcaban las enseñanzas de su padre ausente, el Emperador . Entre ellos estaba el coloso psíquico conocido como Magnus el Rojo .

Cuando su Legión empezó a ser víctima de una extraña y rara mutación en su semilla genética , Magnus salvó a sus hijos de aquella espantosa maldición de la carne consultando a una desconocidad deidad de la Disformidad . Aunque tuvo que pagar un alto precio por aquel acto - incluyendo uno de sus ojos, según dicen algunos - supuso la salvación de sus congéneres. Durante un tiempo, sus místicos guerreros se vieron inmaculados en cuerpo y mente, capaces de invocar y controlar las energías del Empíreo mejor que ninguna otra Legión.

No obstante, después de que la noción de la misma del combate psíquico fuera llevada a juicio en elConcilio de Nikaea , el Emperador prohibió al Adeptus Astartes usar poderes de la Disformidad. Para una hermandad de maestros de lo oculto como los Mil Hijos, semejante castigo era insostenible. Magnus y sus hijos siguieron con sus estudios en secreto. En sus escrutinios astrales, Magnus descubrió la traición incipiente de Horus . El Señor de la Guerra había sido seducido por los Dioses Oscuros . Estupefacto, Magnus proyectó su conciencia para advertir a su padre en Terra . Al hacerlo, dañó sin remedio el sanctasantórum del Emperador. El Emperador, furioso, no quiso escuchar a Magnus, sino que ordenó a Horus que enviase a los Lobos Espaciales para capturar a Magnus y traerlo a Terra cargado de cadenas. En lugar de eso Horus le transmitió a Russ que devastara a los Mil Hijos. La guerra resultante fue apocalíptica.

Magus, en su desgracia, eligió no defender su gloriosa ciudad de Tizca ; al menos, no hasta que los gritos de sus hijos se hicieron demasiado ensordecedores como para ignorarlos. Cuando el Primarca entró en combate causó una gran carnicería, pero ya era demasiado tarde; Prospero ya había ardido. Magnus fue abatido por la propia mano de Leman Russ, pero antes de eso logró lanzar un poderoso hechizo, por el que él y su Legión escaparon a la DIsformidad, y con ellos gran parte de Tizca, la ciudad de chapiteles de plata.

Aún así, los Mil Hijos no desaparecieron por completo, si bien mientras trataban de recuperarse en el mundo de adopción al que habían ido a parar, el Planeta de los Hechiceros , sucumbieron a la maldición de la carne que seguía corriendo por sus genes. El Bibliotecario Jefe Ahriman decidió llevar a cabo un gran rito llamado "la Rúbrica", que resultó funcionar "demasiado bien": aunque salvó a sus hermanos de la mutación, lo hizo convirtiendo sus formas mortales en polvo consciente sellado en el interior de sus armaduras. Magnus montó en cólera, y expulsó a Ahriman y a sus seguidores a las estrellas, rompiendo la Legión para siempre. En la actualidad, lo único que les une es su sed de venganza.

Ecos en el tiempo





Orígenes oscuros

La mano de la condenación avanzaba más y más, cubriéndolo todo en sombas como la más negra medianoche. En una galaxia que ya estaba despedazada por incontables guerras, un nuevo desastre acechaba en el horizonte...

Orígenes Oscuros

Esta nueva racha de calamidades no se desató por casualidad, sino debido a un diseño consciente, a una serie de complejas maquinaciones más allá de la comprensión de cualquier mente mortal, que dieron comienzo con el regreso de la largamente desaparecida 13º Gran Compaía de los Lobos Espaciales. Las Tormentas Disformes extendieron la ruina y la corrupción por la galaxia, seduciendo a las fuerzas del Imperio, plantando falsas evidencias e ilusiones que erosionaban la confianza o inflamaban las rivalidades ancestrales.

Pronto los Marines Espaciales se vieron combatiendo contra sus propios hermanos. Así era el camino de Tzeentch, siempre sembrando mentiras y dudas incluso entre aliados fraternales. Al igual que durante los días más oscuros del Imperio, las fuerzas de la Humanidad se verían divididas por su mayor enemigo. Las Tormentas de la Disformidad empeoraron, materializando un número creciente de huestes demoníacas.

Esta invasión en masa no podría haber tenido lugar en peor momento para los Hijos de Russ. Las acusaciones de tración habían empezado a surgir recientemente alrededor de los Lobos Espaciales, y no sin motivo. Las profecías se estaban cumpliendo, y las leyendas de milenios de antigüedad demostraban su vigencia. En una docena de zonas de guerra por toda la galaxia, los hermanos perdidos conocidos como "Wulfen" habían vuelto.

Las Grandes Compañías se lanzaron una vez más al Mar de Estrellas, en busca de signos de sus camaradas mutados. Encontraron a muchas manadas de ellos, enzarzados contra las hordas demoníacas de los Dioses del Caos, y se lograron muchas victorias. Aquellos Lobos Espaciales tocados por los síntomas de la Canis Helix siempre habían sido "de colmillos prominentes y garras afiladas", pero los Wulfen llevaban dicho atavismo a niveles extremos. En apariencia, eran tanto bestias lobunas como Marines Espaciales. No obstante, seguían llevando las marcas heráldicas del Capítulo, y algunos hablaban en la lengua de Asaheim. Aunque ciertos mandos se mostraban recelosos (entre ellos Harald Deathwolf), los Wulfen fueron rescatados y llevados a Fenris.

Orígenes Oscuros2

En una batalla tras otra, los Wulfen lucharon al lado de los Lobos Espaciales contra la incursión demoníaca. En sus parlamentos con los Señores Lobo, demostraron ser de fiar y cuando fueron llevados a la fortaleza del Colmillo se les reequipó y se les aceptó en las filas del Capítulo. Ulrik el Matador , Sacerdote Lobo y mentor de confianza del Rey Logan Grimnar , celebró la llegada de los Wulfen como heraldos de su largamente desaparecido primogénito, Leman Russ. El sacerdote mantenía que la "hora del lobo" estaba próxima, y que el Primarca no tardaría en volver. Sin embargo, algunos Señores Lobo mantenían sus sospechas acerca de los Wulfen. Aún peor, debido a la manipulación y la desinformación, veían a los Wulfen como criaturas corruptas y peligrosas del Caos. Las cosas se iban a poner de mal a peor.

Engañados por las tretas de Tzeentch y las evidencias de mutación en las filas de los Lobos Espaciales, eran los Ángeles Oscuros quienes les vigilaban con mayor desconfianza. Los Ángeles Oscuros no eran ajenos a los subterfugios, pues ellos mismos se habían visto acechados por pecados del pasado, pero la rivalidad entre su Capítulo y el de los Lobos Espaciales se había fijado tanto a lo largo de los milenios que no surgió nadie a hablar en su defensa.

Cuando los Ángeles Oscuros investigaron un ataque de los Lobos Espaciales al planeta Nurades, intentaron contactar con una guarnición de Exploradores a la que habían encargado vigilar un artefacto importante de la historia de su Capítulo. Sin embargo, los jóvenes guerreros habían sido exterminados. Las evidencias en la zona parecían indicar que los responsables de la matanza no eran criaturas de la Disformidad, sino los mismos Wulfen a quienes los Lobos Espaciales habían acogido en su seno. Las implicaciones de aquella revelación eran perturbadoras.

En Tranquilitus, los Ángeles Oscuros y los Lobos Espaciales lucharon contra las hordas de Demonios. Pero no lo hicieron como hermanos sino como rivales, pues sus respectivos Primarcas ya se habían enfrentado mucho tiempo atrás, y el respeto a regañadientes que se había establecido entre ambos Capítulos había ido creciendo hasta convertirse en desprecio. Aún así, antes que nada ambas hermandades debían lealtad al Adeptus Astartes, de modo que se unieron para combatir al Caos. Al menos, por el momento.

Maldición desbocada

Maldición desatada1

En muchas ocasiones, los agentes de Tzeentch dejaron un rastro de engaños en el camino de los Marines Espaciales. Mediante subterfugios diversos, el Demonio conocido como El Cambiante engrandeció las grietas de desconfianza que habían surgido entre los Lobos Espaciales y el resto del Adeptus Astartes. El Gran Lobo y sus campeones estaban metidos en constantes guerras contra inacabables hordas de demonios, y nadie hacía nada por refutar las siniestras afirmaciones que se hacían sobre ellos. Con los agentes del Caos por todas partes, los legendarios Caballeros Grises acabaron por unirse a la lucha, combatiendo junto a los Lobos Espaciales para vencer  aquel enemigo vil entre los viles. Esa alianza expulsó de la realidad a centenares de demonios, pero la semilla más dañina de sus malas artes ya había sido plantada. Sin que los Lobos Espaciales lo supieran, el verdadero enemigo estaba en su propio seno.

Aquellos Lobos Espaciales que lucharon junto a los Wulfen vieron de primera mano el lado más bestial de sus almas salir a la superficie y llevarles a actos de carnicería aún más extremos de lo habitual. Algunos no sólo se transformaban a nivel mental, sino también físico, pues sus cuerpos se alteraban hasta asemejarse a los de los hermanos perdidos a los que habían esperado salvar. Enseguida, fue innegable la evidencia de que se estaban produciendo cambios genéticos radicales en todas las Grandes Compañías de Fenris. Quienes habían considerado que la reaparición de la Compañía Perdida era una maldición parecían tener razón. Las dudas se volvieron conjeturas, y las sospechas se volvieron conclusiones. Los coros Astropáticos pregonaban secretos y mentiras. Lenta pero inexorablemente, el Adeptus Astartes empezó a mirar con ojos sospechosos a los Hijos de Russ.

Maldición desatada2

Las Grandes Compañías volvieron al Sistema Fenris con sus hazañas retumbando en la forma de aullidos de los Wulfen. Una flota de naves de guerra Imperiales se dirigió a las mismas coordenadas, y a su cabeza navegaba la Roca , la fortaleza monasterio de los Ángeles Oscuros. Tras emerger de la Disformidad, aquel vasto fragmento del planeta natal de los Ángeles Oscuros se estableció en la órbita de Fenris como una espada titánica que pendiera sobre la cabeza de un acusado. La intención de los comandantes de la flota era arrestar, interrogar y (si no había otro remedio) hacer pagar a los Lobos Espaciales por haberse alejado del camino recto. La cruzada inciciada por Azrael de los Ángeles Oscuros sería capaz de exterminar por completo a los Hijos de Russ, si era necesario. Magnus el Rojo, contemplando la situación desde su torre en el Ojo del Terror, se mostraba complacido. Sus maquinaciones estaban funcionando.

Las Grandes Compañías descubrieron que su vuelta a casa era de todo menos gloriosa. Sin que lo supieran, los planetas que rodeaban la estrella conocida como el Ojo del Lobo habían sido asaltados por demonios y traidores. Valdrmani, la Luna del Lobo, hogar de la estación astropática Largo Aullido, estaba mandando una señal de socorro que ningún héroe digno de tal nombre podía ignorar. La luna océano Svellgard ardía con la presencia demoníaca, sus islas volcánicas fueron convertidas en los únicos bastiones del orden que aguantaban rodeadas por mares de muerte y horror. La fortaleza arsenal del planeta Frostheim, famosa por sus defensas y sus hielos duros como el acero había sido tomada por la Legión Alfa, cuyos rituales de sangre estaban abriendo portales a la Disformidad por todas partes. El desastre era total.

Ante el precipicio

Sobre el Precipicio 1

El destino más diabólico de todos los planetas del Sistema Fenris fue el sufrido por Midgardia, un orgulloso mundo jungla tan tóxico que la población había tenido que construir sus vastas ciudades bajo tierra. Desde la aparición de las Tormentas Disformes en el Sector Fenris, aquella civilización se había visto asolada por repulsivas legiones de Demonios de Nurgle . Fue en esa devastada zona de guerra donde Logan Grimnar, Señor del Capítulo de los Lobos Espaciales, se apresuró a combatir; y no iba solo: a su lado luchaban los Campeones de Fenris (los más poderosos héroes del Capítulo), y también las columnas de blindados de Egil Lobo de Hierro .

Las Grandes Compañías golperaron a los invasores del planeta como un relámpago. Su dramática contrainvasión expulsó de vuelta a la Disformidad a muchos centenares de Demonios. Sin embargo, el terreno de Midgardia era tan extraño que, en cuestión de horas, Egil Lobo de Hierro había quedado atrapado con sus vehículos, viéndose obligado a luchar a cara de perro por cada centímetro de terreno ganado.

Logan y sus campeones llevaron la lucha bajo tierra y expulsaron a una hueste de Portadores de Plaga antes de poder dar con los instigadores de la caída del planeta, una alianza de cuatro Príncipes Demonio conocida como la Tétrada Infernal. Los Campeones de Fenris corrieron a enfrentarse contra estos titánicos seres espada contra espada, sólo para quedar enterrados al instante bajo toneladas de roca. La trampa de los Demonios había funcionado bien. Los Lobos Espaciales habían perdido a sus mejores líderes en su momento de mayor necesidad, mientras que la flota Imperial que venía a acabar con ellos crecía y crecía en el firmamento.

Sobre el Precipicio 2

En el puente de mando de la Roca, el destino de los Lobos Espaciales era sometido a debate. El Cambiante, un demonio cambiaformas de Tzeentch, había adoptado la forma física de un Explorador de los Ángeles Oscuros asesinado, a fin de tener acceso al Apothecarion de la Roca. Una vez dentro, había robado la forma física del Voco-Senescal de la fortaleza. Astronaves de una docena de Capítulos estaban listas para seguir las órdenes de los señores de la Roca. El futuro de los Lobos Espaciales pendía de un hilo.

El demonio haciéndose pasar por el Voco-Senescal, tejió su red de engaños. Aseguró que la maldición de los Wulfen no sólo era una prueba irrevocable de su maldad, sino que el Gran Lobo, Logan Grimnar, había sido confirmado como baja, y que sus Señores Lobo o bien habían desaparecido en combate o se habían matado entre ellos, impotentes ante la infección del Caos. Sólo los Ángeles Oscuros podían restaurar el orden en el maltrecho Sistema Fenris, y para ello había que hacer arder las zonas en las que la influencia del Caos se había echo fuerte. Con el corazón encogido, el Supremo Gran Maestre de los Ángeles Oscuros consideró lo que implicaba dar la orden de bombardear el Sistema Fenris. Pero dio dicha orden de todos modos.

Aunque sólo los arquitectos ocultos de aquella conspiración lo apreciasen, los ecos de lo ocurrido en Prospero eran muy profundos. Los Lobos Espaciales serían castigados por su desviación genética y su persecución de verdades ocultas, tal como la intolerante justicia del Emperador había golpeado en el pasado al Caos en Prospero. Era una ironía deliciosa para los siervos de Tzeentch, sobre todo para Magnus el Rojo.

El Sector Fenris

Sector Fenris 1

El Sector Fenris se extiende hacia el norte galáctico de la Puerta Armaggedon. Se sitúa en la punta espiral del Segmentum Solar, relativamente cerca de la frontera oficial con el Segmentum Obscurus. De ésta región se sabe que está infestada por razas alienígenas monstruosas y déspotas salvajes, y que tiene zonas en cuarentena desde hace tanto tiempo que ya ni siquiera se guarda un registro de los motivos. En el corazón de su Nebulosa Lupus se encuentra el Ojo del Lobo, la estrella en torno a la cual el mundo de Fenris describe su órbita elíptica.

Sector Fenris 2

En años recientes, ha aparecido un extraño fenómeno astral en el oeste del Sector Fenris: una nube de gas amatista ha cobrado forma, alcanzando tal tamaño que se extiende hasta los Sectores Exha Numosis y Trifectas, además de Fenris. Vista desde ciertos puntos de privilegio, esta nebulosa anómala forma un símbolo serpentiforme prohibido por la Inquisición. Aquellos que detectan éste portento pronto caen al borde de la locura, haciendo todo lo posible por olvidarlo.

Capítulo 1: Punto de Crisis

Punto de Crisis

Un giro del destino

Un giro del destino

El temperamento de los comandantes de la Flota Imperial era sombrío y seco, y todo el Sistema Fenris se encontraba al borde de la catástrofe. Gigantescas naves amenazaban en el vacío, esperando para caer sobre esos planetas en los que había Demonios y mutantes. Cuando la mancha del Caos se extiende en algún rincón, los Caballeros Grises nunca se encuentran lejos.

El puente de la Fortaleza-Monasterio espacial de los Ángeles Oscuros era colosal. Su interior abovedado podía acoger a una docena de astronaves. Sus muros de contención estaban llenos de estatuas, bajo las cuales  destellaban complejos data-espectros holográficos que iluminaban las caras de los santos de piedra con un brillo verde fantasmagórico. Sobre un gran estrado en la parte frontal del puente, rugían las discusiones y las órdenes. Una sesación de destino manifiesto flotaba en el aire. El futuro del Sistema Fenris, y de todo el Capítulo de los Lobos Espaciales , estaba a punto de decidirse para siempre.

Sobre todo aquello se alzaba Azrael, el señor de los Ángeles Oscuros. Ningún otro Marine Espacial tenía un conocimiento tan profundo sobre la oscura existencia de ese Capítulo, eternamente oculto en las sombras de la historia (y según algunos manchado por la herejía).

Azrael tenía a su lado al Capellán-Interrogador Asmodai, una de las figuras más severas y obsesivas que habían recorrido nunca los sagrados pasillos y salones de La Roca, o de Caliban antes de eso. Asmodai era un experto en el arte de encontrar trazas de infección del Caos provenientes de aquellos herejes que se ocultaban dentro del Imperio, pero era tal el talento del agente de Tzeentch infiltrado en el puente de La Roca que el Capellán-Interrogador ni siquiera había advertido su presencia. Los Lobos Espaciales estaban siendo juzgados, y bajo las órdenes de Azrael, ninguno de los oficiales de las flotas del Imperio estaba aceptando los vocomensajes de los Señores Lobo, ni abriendo sus coros astropáticos a ninguna señal proveniente de Fenris. 

Las fuertes personalidades de los Marines Espaciales del Adeptus Astartes chocaban, cada acalorado intercambio de palabras amenazando con hacer estallar una guerra intestina que tendría gravísimas consecuencias para el Imperio. Las fuegos del conflicto se reavivaban constantemente pues allí, entre los guerreros del Imperio, había infiltrada una fuerza que era la mismísima encarnación de la disensión: un agente de Tzeentch, el gran embaucador.

La entidad demoníaca que se había infiltrado entre los presentes en el puente, conocida en las sagas de los Lobos Espaciales como El Cambiante, estaba en su elemento. Había sembrado la confusión y la angustia tanto en los Marines Espaciales como en los siervos del Capítulo. Haciéndose pasar por el Voco-Senescal Mendaxis, el Demonio había anunciado formalmente a los Ángeles Oscuros que los Lobos Espaciales habían usado la Fortaleza de Largoaullido para abrir fuego contra la flota de los Caballeros Grises. Estas noticias, que llegaban justo después de las filmaciones de los Exploradores de los Ángeles Oscuros siendo aniquilados por los Wulfen, dejaban patente la culpabilidad de los Hijos de Russ en las mentes de sus perseguidores. El Capítulo estaba irrevocablemente manchado.

Uno de los planetas del sistema, Midgardia, ya había caído presa de la  invasión demoníaca. Azrael concluyó que el único recurso era purificarlo con los fuegos del Exterminatus, incluso aunque sobre su superficie todavía quedasen Lobos Espaciales. La respuesta a esa declaración fue un tenso silencio, pero con Logan Grimnar desaparecido,  presumiblemente muerto, no había influencia suficiente como para contradecirle.

En medio de aquella tormenta recriminatoria apareció el Hermano-Capitán Stern. En una ruta hacia la órbita de La Roca sobre El Colmillo, Stern había hecho causa común con Ragnar Blackmane, los dos habían luchado duramente para limpiar el fuerte estelar Mjalnar de toda mancha demoníaca. En un urgente cónclave remoto con Azrael, ambos recibieron permiso para subir a bordo de la gran fortaleza espacial de los Ángeles Oscuros. Así fue como un Señor Lobo tuvo acceso al sanctasantórum de la Roca por vez primera desde que se tenía memoria.

Con el Señor Blackmane iba un Inquisidor llamado Banist De Mornay, un anciano pero mentalmente formidable miembro del Ordo Hereticus. De Mornay ya había cruzado antes su camino con los Ángeles Oscuros,  siempre había sospechado que la sombra del Caos se cernía sobre muchos de los Adeptus Astartes, entre ellos los de la Primera Legión. Aunque muchos de los Ángeles Oscuros en el puente asumieron que el Inquisidor se encontraba allí para monitorizar lo que estaba ocurriendo, y dictar  sentencia respecto a los Lobos Espaciales, en realidad De Mornay estaba allí no para vigilar a los Hijos de Russ, sino a los de Lion El´Jonson

Para su horror, Stern y los demás héroes guerreros llegados a La Roca para consultar a Azrael descubrieron que ya era demasiado tarde. Los cañones de bombardeo de la Flota Imperial ya habían abierto fuego contra los planetas. Midgardia había sido sometida a una tormenta de fuego tan brutal y extensa que toda su superficie parecía ser una conflagración. La Fortaleza Morkai en Frostheim había sido convertida en ruinas por un disparo de lanza de los Manos de Hierro. El Sistema Fenris era asolado a la vez por aliados y enemigos, por incursiones demoníacas y por la furia de la Flota Cruzada. La guerra que Stern y Ragnar pretendían detener estaba ya en marcha,  hermanos conta hermanos.

La confusión reinaba por doquier, alimentada por la ira del acusador y la actitud desafiante del acusado. En las pantallas holográficas del puente aparecieron las posiciones de la Flota Imperial y también las de las ciudadelas defensivas de los Lobos Espaciales. El destino de los dos capítulos rivales pendía de un hilo, las astronaves de sus hermanos Adeptus Astartes permanecían en silencio mientras una asfixiante miasma de duda y desesperación amenazaba con borrar de un plumazo milenios de hermandad duramente trabajada.

En el puente, el parlamento entre el viajero y el comandante había sido rápido e intenso. Cuando los ecos de las palabras se perdieron en el puente de La Roca, fue Stern quien habló. Como Hermano-Capitán de los legendarios Caballeros Grises, sus palabras iban cargadas de un profundo significado. Habló sobre el Caos, y de aquellos que lo propagaban. Ya había juzgado las almas de aquellos Wulfen que se había encontrado, y también la de los guerreros que habían luchado junto a ellos; y le habían parecido almas nobles.

Sin embargo, había en aquel puente un alma que no era pura, que no era en realidad otra cosa que un agente oculto de la corrupción,  la encarnación de la anarquía. Stern señaló con un dedo acusador al Voco-Senescal Mendaxis, y lo desenmascaró como el Demonio que era en realidad.

El enemigo interior

El Enemigo Interior

El agente del Caos en el puente de La Roca había manipulado con mano experta las rivalidades y emociones del Adeptus Astartes, jugando con sus peores sospechas hasta convertir la crispación en violencia declarada. Los mundos infestados con Demonios estaban siendo bombardeados por la Flota Imperial. Toda esperanza de salvación se esfumaba rápidamente.

En el puente de La Roca, un chillido penetrante llenó el aire. Stern extendió su mano hacia la figura uniformada del Voco-Senescal Mendaxis, gritando una frase de poder que hizo pitar los oídos de todos quienes la oyeron. El humo resinoso que se concentraba en torno al puente se abrió, dando forma al ataque psíquico mientras éste se abría paso hacia su objetivo. El voco-oficial gritó desafiante y retrocedió con un espasmo serpentiforme, pero el Capellán-Interrogador Asmodai estaba esperando cerca, y entonó también sus letanías de odio con tal fuerza que el Demonio se encogió como si hubiera sido golpeado físicamente. La carne del falso oficial se abrió para revelar una cambiante y repulsiva capa de piel rosa y azul. Atrapado entre la agresión psíquica de Stern y la implacable fe de Asmodai en el Emperador, el impostor fue desenmascarado y su disfraz se desmadejó como una telaraña en medio de una galerna.

Con una espeluznante risotada, el arquitecto del desastre que se había estado ocultando entre los Adeptus Astartes empezó a agitarse y aumentar su tamaño. Un vórtice de energía disforme lo rodeó mientras le brotaban cuatro largos brazos y su cara quedaba cubierta por una larga capucha, algo que muchos testigos agradecieron, dado que la presencia física de un Demonio suele resultar absolutamente nociva para la cordura de los mortales que lo contemplan.

La gran bóveda del puente retumbó con una súbita e intensa andanada de fuego de bólter. Sin embargo, todos los disparos dirigidos contra la criatura transmutaron en una sustancia inofensiva antes de llegar a dar en el blanco, convirtiendose en arena, en vino o  en mariposas con alas fractales.

El enemigo interior (Relato Oficial)

El Enemigo Interior (Relato Oficial)

El Supremo Gran Maestre Azrael gritó - "¡A por él!" -, con una voz quebrada por la tensión. - "¡El Demonio debe ser destruido!".

- "Engendros de la Disformidad. ¡Lo sabía!"- , escupió Ragnar, desenvainando su enorme espada sierra, Colmillo Gélido, mientras saltaba hacia los Demonios de piel rosada que aparecían por una brecha como sangre manando de una herida. Cargó esquivando un rociado de llamas mutágenas y golpeó de abajo a arriba, de modo que la punta de Colmillo Gélido atravesó la garganta de un Heraldo Demoníaco que estaba tratando de invocar a más de los suyos. Ragnar desapareció de la vista, rodeado de Demonios, pero Azrael sabía que quienes tenían todas las de perder eran las criaturas infernales.

Una sonrisa sin rastro de humor se formó en los labios de Azrael mientras alzaba su arma y abría fuego, convirtiendo en una pila de despojos negruzcos a un grupo de Demonios de extremidades delgadas como baquetas.

- "¡Yo os purgo en nombre de los hombres justos!" -, recitaba Azrael mientras descendía del estrado del puente de mando por una escalinata lateral.- "¡Yo os exorcizo con el poder de la verdad!".

El Señor del Capítulo empuñó su arma reliquia, La Ira del León, y disparó una ardiente descarga de plasma contra el Demonio de Tzeentch que se encontraba en el centro de la confusión. La criatura trazó un complejo dibujo en el aire con sus cuatro manos antes de atrapar el disparo de plasma como si fuese tan inofensivo como el juguete de un niño, y se lo devolvió a Azrael, que tuvo que hacerse a un lado rápidamente para esquivarlo. Mientras se movía, el Supremo Gran Maestre disparó tres proyectiles de bólter contra el Cambiante, pero éste los hizo desaparecer en pleno vuelo con un simple gesto de sus dedos.

A su derecha, Azrael vio a Stern cargar contra el Cambiante con su espadón listo para golpearlo. Dos carcajeantes Horrores Rosas se interpusieron entre ellos para salvar a su amo, pero fueron partidos en dos por el arma del Caballero Gris. De sus burbujeantes restos surgieron inmediatamente cuatro Horrores Azules que agarraron a Stern de las piernas mientras cargaba. El Caballero Gris los incineró con una descarga de fuego mental y siguió avanzando.

Stern se abría paso a través del alboroto de seres Demoníacos, apenas ralentizado por ellos, con su espada lista y centrada para empalar al Cambiante. Golpeó con todas sus fuerzas, pero la criatura simplemente emitió un destello y desapareció. Había sido una ilusión más del Cambiante, ésta vez para cubrir su retirada. El Demonio embaucador se estaba alejando por un pasillo de la derecha, dejando atrás los cadáveres medio disueltos de dos enormes guardias-servidores.

- "¡Tras él!" -, gritó Azrael. - "¡Dadle caza y expulsadlo, o se desatará el infierno!".

La Roca asediada

Con las criaturas convocadas por el Cambiante liderando las incursiones demoníacas en muchos puntos de La Roca, los Ángeles Oscuros y sus aliados luchaban por contener la brecha de Disformidad antes de que fuera demasiado tarde. En el espacio de unos pocos instantes, aquellos que habían acusado a los Lobos Espaciales de maleficio se revelaron como los verdaderos traidores.

El puente de La Roca era una escena de pesadilla. El Cambiante había cubierto su huida invocando a Demonios de Tzeentch para entorpecer a sus perseguidores Ángeles Oscuros, hasta el punto de que la atmósfera silenciosa del lugar había sido reemplazada por una ensordecedora cacofonía. Gritos de horror, órdenes histéricas y detonaciones de bólter se mezclaban con las risotadas, cánticos y encantamientos de los invasores demoníacos. El olor de la hipercordita y el prometio llenaban el aire, tapando el aroma más sutil del incienso sagrado. Los servidores del Capítulo morían por docenas, e incluso los oficiales entre los Marines Espaciales eran diezmados, sus extremidades reducidas a muñones fundidos o sus torsos convertidos en cristales centelleantes debido a las lenguas de fuego de la Disformidad.

Los Ángeles Oscuros no necesitaron mucho para recuperarse. Una compañía de héroes se posicionó sobre las baldosas del puente y comenzó a repartir muerte con sus bólteres. No cedieron ni un palmo de terreno, pese a que muchos palidecieron al ver al engendro de la Disformidad que apareció entre sus posiciones envuelto en los fuegos del cambio. Varias escuadras se arrodillaron en ordenadas líneas de disparo, formando muros vivientes que contuvieran la extraña invasión. Allí donde sus disparos daban en el blanco, los Demonios de piel rosada estallaban vistosamente, sólo para ver cómo de los restos de cada uno de ellos surgían otras dos bestias azuladas; y cuando cada una de ellas resultaba a su vez abatida a tiros, también era reemplazada por un par de pequeños Demonios amarillos que surgían de su humeante cadáver. Los Hijos de Lion respondían luchando como un sólo Marine Espacial, con una perfecta coordinación entre los campos de tiro de todas sus escuadras.

Allí donde los mayores y más poderosos Demonios se encontraban lanzando sus terribles encantamientos, golpeó el Ala de Muerte. La Guardia de Honor del Gran Maestre Belial cargó como una fuerza de la naturaleza, masacrando al enemigo con puños, garras, martillos y sus bólteres de asalto. Lo único que quedaba a su paso era un rastro de ectoplasma que burbujeaba en el suelo.

Azrael y sus heroicos camaradas habían desaparecido hacía ya mucho, al darse cuenta que aquellas hordas de Demonios eran una mera distracción. El Cambiante era la verdadera mente maestra tras el ataque, y debía ser detenido lo antes posible. Mientras corrían, Stern estableció contacto psíquico con los guerreros de su hermandad, ordenándoles ganar acceso a la Roca, por cualquier medio necesario, para eliminar la amenaza del Demonio. En cuestión de minutos, una fuerza de choque de paladines plateados apareció en el puente, en medio de un estallido de una extraña luz. Al materializarse a través de un portal psíquico, desintegraron muchas de las protecciones místicas que prevenían el viaje aetérico hacia y desde el puente de la Roca, de un modo similar a cuando el Primarca caído Magnus destruyó las defensas sortílegas del palacio del Emperador en su urgente necesidad de informarle sobre la traición de Horus. Los Caballeros Grises consideraban que el sacrificio merecía la pena.

Una risotada cantarina emergió de tres de las bocas del Cambiante, mientras éste escapaba por los laberínticos corredores de la Roca. Sus planes estaban saliendo a la perfección, permitiéndole saborear los deliciosos frutos de la ironía, la confusión y, el mejor de todos, la traición en nombre de la justicia. Estaba siendo cazado por algunos de los más nobles guerreros del Imperio, cada uno de los cuales era un experto en destruir las maquinaciones del Caos, pero ello no le inquietaba lo más mínimo. A menudo, los enemigos más fanáticos son los más fáciles de engañar. El Cambiante se adentraba cada vez más en el gigantesco complejo, cada pasillo y sala sellados con runas no hacían sino aumentar su disfrute del momento. Pisándole los talones avanzaban Azrael y Asmodai de los Ángeles Oscuros, que habían dejado la batalla en el puente en manos de Belial y el Ala de Muerte. En realidad no tenían otra opción, pues ambos sabían que si un agente de los Dioses Oscuros conseguía revelar la historia secreta de su orden, caería sobre ellos la persecución de todo el Imperio.

Iban acompañados por Banist de Mornay, Arvann Stern y Ragnar Blackmane, todos ellos poderosos campeones del Imperio y azote de las hordas del Caos. A medida que esta extraña compañía se abría paso por las entrañas de la Roca, encontraban las trampas que su presa había ido dejando. Contrarrestaron hechizos que volvían contra ellos la maquinaria de las instalaciones, repelieron emboscadas de Demonios, y descubrieron los cuerpos de aquellos a quienes el Cambiante había ido suplantando para hacer que los Ángeles Oscuros cayeran en su engaño. Allí yacían los restos del Voco-Senescal Mendaxis, del comatoso Capellán-Interrogador Elezar, y de una docena más de individuos que dejaban un reguero perturbador. Azrael pidió a sus aliados mantenerse cerca unos de otros, pues separarse era invitar a que se desatara la ira de la Primera, un Capítulo conocido no sólo por su epíteto ("los No Perdonados"), sino también por su falta de clemencia.

Con su engaño desenmascarado, el Cambiante se apresuró hacia las celdas en las que se guardaban a salvo los secretos de los Ángeles Oscuros. Si dichos secretos llegasen a ser revelados a los Caballeros Grises y la Inquisición, el Capítulo sería, con toda probabilidad, excomulgado. Desde su infiltración en la estructura de mando de la Roca, el Cambiante había estudiado durante cierto tiempo los cánticos susurrados del Círculo Interior, y se creía capaz de localizar su sanctasanctórum pese a la miríada de defensas y pistas falsas que lo mantenían oculto. Después de todo, el Cambiante era una entidad que había recorrido el Laberinto de Cristal de Tzeentch, y al lado de ese lugar imposible de asumir, cualquier dédalo diseñado incluso por el más brillante de los mortales era para él un mero juego de niños. A su paso, una cámara sellada tras otra le abrían sus accesos de par en par con un siseo de servomotores. Con los Capítulos del Adeptus Astartes masacrándose entre ellos y haciendo llover fuego sobre el Sistema Fenris, la promesa del Demonio a Magnus el Rojo había quedado sobradamente cumplida. Ahora tocaba divertirse un poco.

La Roca asediada (Relato Oficial)

La Roca Asediada (Relato Oficial)

El Cambiante-Capellán avanzó por las sombras parcheadas por candelabros que creaban destellos en la bruñida coraza del Demonio. La seguridad y autoridad con la que la criatura daba cada paso era una protección más fiable que la servoarmadura negra del Interrogador cuya apariencia había asumido. No había zumbantes servocráneos espiando sus movimientos, ni vasallos molestándole con sus miradas mundanas. La Primera Legión valoraba su secretismo por encima de todas las cosas.

Qué gloriosa ironía sería que la persecución de los Lobos Espaciales por parte de los Ángeles Oscuros, basada en las acusaciones de herejía, les llevara directamente a ser juzgados ellos mismos por idénticos cargos. La idea de enfrentar a los Marines Espaciales leales al Emperador unos contra otros, exponiendo sus secretos más cuidadosamente guardados, era embriagadora. Incluso ahora podía oír a los señores y maestres de los Capítulos rivales acercarse con la sutileza de un tanque a la carga. Dejando escapar una carcajada maníaca, el Cambiante presionó con su rosarius un mecanismo oculto en una arcada de mármol. El portal se abrió. Había llegado el momento de volver a cambiar de forma.

Aunque fue Elezar, el Capellán Interrogador, quien entró a través de la puerta abovedada, el Supremo Gran Maestre Azrael fue quien salió de la misma. La imponente figura dibujó en el aire el símbolo del Primer Círculo y los sistemas de armas remotos que protegían la zona procedieron a desactivarse. Entró en una gigantesca antecámara, en cuyos muros se alineaban numerosas celdas estancas. El olor acre de la resina quemada no podía ocultar el aroma de la sangre, y los cánticos sibilantes de un querubín excoriador no podían silenciar los ecos de los gritos que provenían de las celdas.

- "He venido por los Caídos"-, dijo el Cambiante, con un aire de solemnidad derivada del noble tono de voz de Azrael.

- "No queda nada que aprender"-, protestó una voz desde la cámara más alejada. Sonaba rasposa, ronca y cansada, pero aún con un tono desafiante. - "Te has hecho con todo lo que teníamos para dar".

- "Las cosas son distintas ahora"-, dijo el impostor Azrael mientras se acercaba, presionando con la Espada de los Secretos contra un portal de clase castellan. El portal emitió un ruido sordo, y los barrotes láser que formaban un rastrillo en la boca de la cámara crepitaron hasta desaparecer. La sombría figura que había en su interior se irguió, con su esbelto y musculado cuerpo en completa tensión. - "Esta vez, innombrable", dijo Azrael, - "Te otorgo la libertad".

El Caos desatado

Caos Desatado 01

En lo profundo de la Roca se ocultaban verdades que podían sacudir al Imperio hasta sus cimientos. El Círculo Interior de los Ángeles Oscuros guardaba secretos sacrílegos sobre los suyos, y Azrael también ocultaba secretos que no explicaba al Capítulo. Esas informaciones, si eran reveladas, podrían envenenar a todos los Adeptus Astartes, y eso debía impedirse a cualquier coste.

En su huida por la Roca, el Cambiante había ido invocando a más Demonios, disipando paulatinamente el velo entre el espacio real y la Disformidad. Centenares de Demonios de Tzeentch campaban ya por la fortaleza-monasterio, apareciendo por sorpresa en el puente y en otras ocho localizaciones. Sus heraldos habían superado fácilmente contramedidas rúnicas que, en otras circunstancias, les habrían matado en un instante, pero ahora estaban siendo masacrados por la velocidad y la fuerza de los Caballeros Grises. Aún así, la infestación demoníaca seguía extendiéndose. El Cambiante había supuesto que los Ángeles Oscuros emplearían contra los intrusos toda la potencia de fuego que pudiesen reunir, lo cual no dejaba de ser peligroso: teniendo en cuenta la facultad de cada Horror Tzeentchiano de dividirse en dos cuando se les eliminaba, era posible que enfrentarse a sangre y fuego contra la horda de Demonios sólo lograra incrementar su número, extendiendo así todavía más la infestación.

El Gran Maestre Belial, asumiendo la defensa de las cubiertas principales mientras sus superiores perseguían al Cambiante hacia el corazón oculto de la fortaleza-monasterio, puso en marcha una estrategia defensiva que había perfeccionado desde hacía mucho tiempo. Tomando el centro del puente con un grupo de sus mejores hombres a su alrededor, en una formación compacta, dio la orden de "Filo y Escudo". Con ello, el resto de su compañía se extendería lo máximo posible. Su Ala de Muerte se separó y se abrió camino hasta el mismo perímetro del puente, luchando no como escuadras sino como guerreros individuales. Los puños de combate aplastaron, las cuchillas relámpago rajaron, y los martillos trueno pulverizaron. Cuando el cadáver de un Demonio comenzaba a burbujear para dividirse en dos, los lanzallamas pesados rugían, escupiendo prometio santificado hasta incinerar por completo la amenaza. Cuando un hermano de batalla caía, otros compensaban su baja. Así fue como siguieron combatiendo hasta llegar al extremo de la gran cámara, y entonces cambiaron de dirección, siguiendo su avance para cerrar el círculo, seguros de que su barrido no dejaba tras ellos ningún Demonio con vida. Entonces fue cuando dio comienzo la auténtica carnicería: atrapados entre el fuego cruzado de la escuadra de Belial y la que venía del círculo exterior, los Demonios fueron diezmados. Para cuando las unidades exteriores del Ala de Muerte hubieron contactado con el círculo interior, sólo los más poderosos de todos los intrusos infernales se mantenían aún en pie.

Caos Desatado 02

Incluso mientras luchaba en primera línea, el Gran Maestre Belial era capaz de seguir coordinando las acciones de sus guerreros. Los incursores del Ala de Cuervo fueron autorizados a recorrer con sus motocicletas los corredores y cámaras monásticas que formaban los intersticios de cada zona. Aunque el Gran Maestre Sammael y su fuerza de choque ya estaban rumbo a Fenris, las tropas motorizadas lideradas por Caballeros Negros que había dejado atrás para proteger la Roca, estaban llevando a cabo acciones de intercepción contra los elementos de vanguardia de la invasión demoníaca. Los corredores reverberaban con el rugido de aquellas afinadas máquinas y de los disparos de bólter, en múltiples enfrentamientos móviles entre los hermanos de batalla del Ala de Cuervo y los Aulladores. Las espadas sierra cortaban sin piedad y las explosiones hacían añicos las estatuas en una competición de velocidad y pericia. Las criaturas con forma de disco avanzaban dejando regueros de chispas, transportando a terroríficos Incineradores y heraldos demoníacos a velocidades de vértigo, mientras éstos lanzaban a izquierda y derecha descargas de magia mutágena que inundaban el suelo y las paredes con fragmentos de cadáveres enemigos.

De vuelta en el puente, el macro holograma de la Roca que pendía sobre el Sanctum Strategium se iluminó con la activación de una gran profusión de runas de alerta. La batalla se había extendido a una docena de escenarios, cada uno más fiero que el anterior. Entre toda la masacre, un par de Demonios pequeños pero poderosos atravesaron de manera inadvertida las salas abovedadas sobre sus monturas con forma de disco. Aunque ni siquiera el Cambiante lo sabía, había otros Ángeles Oscuros que estaban librando una batalla totalmente distinta.

El Caos desatado (Relato Oficial)

Xirat´p señaló con sus manos de diez dedos a las bestias que tiraban de su disco y les ordenó que mantuviesen la trayectoria y la velocidad, mientras gritaba consternado - "¡tan vastos archivos hay en ésta biblioteca que retuercen la mente hasta dejarla seca!". 

El pequeño y fiel sirviente del Demonio, P´tarix, gimió y gruñó para sus adentros mientras el disco pasaba de un estante a otro del librarium. Manos diestras agarraban y soltaban los pergaminos, y ojos ávidos los examinaban, todo ello a una velocidad endiablada.- "Busco y busco y nada encuentro. ¡El cíclope nos exige buscar hasta encontrar, pero sin mucho tardar! ¡Así que primero debemos encontrar tiempo para encontrar a tiempo lo que debemos buscar!".

- "Qué ángeles tan refinados, que guardan sus tomos tan bien atados"- , dijo Xirat´p sonriendo entre dientes, mientras lanzaba un hechizo para deshacer los cierres repletos de runas que unían varios grimorios.- "Durante siglos han intentado que sus secretos fueran invisibles, pero ahora todos esos esfuerzos parecen risibles"- , respondió su sirviente. Una docena de libros encuadernados en piel y encadenados a atriles se liberaron y se alzaron en el aire aleteando con sus páginas. P´tarix ignoró desdeñosamente a algunos de ellos, pero se apresuró a agarrar otros.- "Quiero y busco, busco y quiero. Busco libros, quiero tiempo"-. - "El tiempo es infinito y los libros no, mas los libros nunca se agotan y el tiempo sí"- , completó la frase el sirviente, mirando nervioso hacia la puerta del librarium tras oír una llave girando en la cerradura.

Xirat´p alzó por fin uno de los pergaminos con un grito de triunfo. Cantó un hechizo, e inmediatamente ambos Demonios desaparecieron con un vistoso estallido de luz multicolor. Sus perseguidores en servoarmadura sólo encontraron restos ectoplasmáticos flotando en el aire, en medio de una quietud absoluta.

En las profundidades ocultas

Las profundas mazmorras de la Roca eran frías y húmedas por la condensación que se acumulaba en sus paredes. Azrael, Asmodai y sus aliados avanzaban por la penumbra. El Hermano-Capitán Stern guiaba sus pasos, pues pese a toda la experiencia de los Ángeles Oscuros a la hora de cazar fugitivos, él era el único capaz de seguir el rastro de Disformidad que dejaba el Demonio.

Azrael se mostró muy contrariado cuando los hermanos Aelios y Levariel, miembros del Círculo Interior del Ala de Muerte, le cerraron con una barrera el paso a los niveles inferiores de la Roca afirmando que el Supremo Gran Maestre ya había pasado por allí unos pocos minutos antes. Azrael, la eficiencia personificada, les explicó rápidamente que estaba liderando la caza de un Demonio experto en tretas, y que la criatura había adoptado su apariencia para engañarlos. Demostró lo que decía colocando su ojo frente al Ocularis Veritas. Cuando el aparato emitió la señal de conformidad, los hermanos de batalla bajaron sus alabardas y dejaron pasar libremente a la comitiva.

A medida que el grupo se adentraba en las entrañas de la fortaleza-monasterio, Azrael aseguró a Stern, Blackmane y de Mornay que él y Asmodai sabían perfectamente qué hacer para expulsar al Cambiante. No había necesidad de tal concentración de autoridad, añadió Azrael. De hecho, aquellos que no estaban familiarizados con el trazado interno de la Roca podrían incluso ralentizarles en su cacería. Por tanto, si querían ayudar lo mejor que podían hacer era unirse a la lucha en el puente, en vez de perseguir a un único Demonio. Pese a la gravedad en el tono de Azrael, los tres campeones del Imperio decidieron seguir adelante con la caza.

Aunque a los Ángeles Oscuros les torturase asumirlo, el Cambiante se había valido de su personificación perfecta de Azrael para cruzar todas las puertas blindadas y santificadas, todas las barreras láser con acceso por código genético y todas las jaulas auto-hipnóticas que protegían los niveles inferiores de la Roca. Cadáveres ocasionales marcaban los puntos de conflicto contra los guardias que no habían sido engañados, pero no se veía ni rastro del Demonio intruso.

Los héroes dieron caza a su presa a través de grandes y oscuras cámaras diseñadas para encerrar a aquellos hermanos herejes a los que los Ángeles Oscuros conocían como los Caídos. Mientras cruzaban las criptas procesionales y de interrogatus, encontraron una porción de muro derruida, los restos de una puerta rechinando suavemente contra los goznes y sus sellos de protección destrozados. Asmodai, loco de frustración, golpeó con su crozius al atravesar la elaborada arcada, dejando tras de sí una lluvia de chispas azuladas. El Cambiante pagaría caro el desastre que estaba causando.

Más y más profundamente penetraron los héroes en la Roca, el sello genético del verdadero Azrael aseguraba su avance a través incluso de los portales mejor protegidos. Una horrible sospecha había ido creciendo en el corazón del Supremo Gran Maestre, y con cada cambio de dirección que le indicaba Stern, esa sensación pasó de ser una posibilidad vaga a ser una certeza concreta. El Cambiante buscaba a la némesis del mismísimo Lion.

El Supremo Gran Maestre estaba en lo cierto. El Cambiante quería liberar de su celda al archienemigo de Lion El´Jonson, Luther de Caliban. Liberar al ancestral guerrero para explicar la verdad de la historia de los Ángeles Oscuros tanto a los Caballeros Grises como a los Inquisidores. En el proceso, también había abierto las celdas de los Caídos, cada uno de los cuales representaba una mancha para el honor de los Ángeles Oscuros. El Demonio sin duda iba a disfrutar descubriendo esas revelaciones y haciéndolas públicas al resto del Imperio.

Con la mayor concentración de celdas muy cercana, el Cambiante vio de pronto el paso cerrado por barreras: no por los héroes, sino por una diminuta figura que iba completamente cubierta en ropajes blancos y llevaba con ambas manos un crozius lleno de grabados. El Demonio retrocedió presa del horror, pues la criatura que había frente a él era anatema para los de su estirpe. La criatura centró su terrible mirada, y el Cambiante dio media vuelta y huyó.

Con eso, la confianza del Cambiante en sus propias tretas se rompió. El destino, que es la más venenosa e impredecible de las serpientes, clavaba así sus colmillos en el Demonio, en lugar de bailar ante su encantamiento. Su huida no le llevó hasta un lugar seguro, sino directamente ante sus perseguidores. En segundos, la cámara oscura se llenó de luces estroboscópicas y ruido ensordecedor. El Cambiante invocó a una horda de Horrores y la mandó contra los héroes. A continuación asumió una variedad de formas, cada una de ellas la némesis de uno de sus cazadores mientras sus nueve bocas solapaban cánticos e insultos. El Señor Lobo Ragnar Blackmane confrontó a su viejo enemigo Madox, aullando de frustración por tener que matar de nuevo al hechicero de los Mil Hijos. Azrael, por su parte, vio a una figura encapuchada con una espada gigante enfundada a su espalda. Pero el enemigo más terrible de todos fue el de Stern: el enorme Señor de la Transformación M´kachen, que había demostrado ser su azote durante décadas. Las risotadas fanáticas recorrieron la sala, tan potentes que agredían los sentidos. En última instancia, no obstante, aquellos fantasmas invocados no eran más que un engaño del Demonio, y uno por uno fueron derrotados por los héroes.

El Demonio se vio cada vez más dominado por el pánico al ver que sus subterfugios no funcionaban. Ragnar Blackmane se adelantó y le golpeó con su espada Colmillo Gélido, aplicando una fuerza letal. El devastador ataque hizo desaparecer al mentiroso a través de una brecha en la realidad, como si fuera agua sucia cayendo por un sumidero. La maldición del Cambiante contra la Roca por fin había terminado.

En cuestión de horas, se recuperó el control del puente y se expulsó la infestación de Demonios de la fortaleza-monasterio. Consciente de que habían sido víctimas de los engaños del Caos, y de que su Capítulo estaba bajo sospecha por ello, Azrael ordenó que cesara el bombardeo por parte de la flota de los Ángeles Oscuros y, en lugar de ello, patrullar el Sector Fenris, centrándose en localizar y exterminar cualquier aparición de los Mil Hijos en otros sistemas. Aquellos Capítulos con presencia en el Sistema Fenris hicieron lo propio en poco tiempo. Los Lobos Espaciales no eran una amenaza, eso había quedado sobradamente claro.

En las profundidades ocultas (Relato Oficial)

En las Profundidades Ocultas (Relato Oficial)

- "Matadlos a todos".- Aquellas palabras surgieron de los labios de Belial de manera espontánea.

Los engendros de la Disformidad se extendían por toda la Roca, una orgía de color y movimiento que contrastaba con los tonos grises, verdosos y negros de la arquitectura de la fortaleza monasterio. Era un espectáculo repulsivo para la vista, un insulto a los Primeros. Incluso simplemente percibir a aquella horda era como sentir que una parte de tu alma se marchitaba y moría. Debían ser devueltos a lo más profundo de la Disformidad por el mero crimen de existir.

El Ala de Muerte estaba más que preparada para la tarea que Azrael les había encomendado. Belial se había asegurado de ello. En muchos sentidos, llevaban diez mil años listos para ese momento. Escuadra tras escuadra descargó una andanada de disparos de bólter, cada proyectil convirtiendo a un Demonio en una masa informe de energía del Caos. Las criaturas intentaban reformarse de inmediato, cada una de ellas dividiéndose en dos, pero eran de nuevo aniquiladas por una segunda andanada, y luego por una tercera, hasta que no quedaba nada que pudiese reformarse. Fuegos extraños lamían las armaduras de Exterminador de muchos de los mejores guerreros de Belial, haciendo que se retorcieran y crecieran hasta adoptar formas aberrantes, reminiscentes del coral. Los labios del Gran Maestre se torcieron. Aquellos enemigos eran patéticos; y pensar que antaño se había sentido inquieto por tener que enfrentarse a ellos...

Con un tremendo batir de alas, una descomunal criatura emplumada descendió desde el alto techo abovedado, chillando en el lenguaje de las bestias.

- "¡Un Gran Demonio!", - gritó Belial. - "¡Abatidlo!".

El Círculo Interior de guerreros ya estaba reaccionando, sus mazas de redención elevándose y descendiendo con una eficacia inmisericorde. El gigantesco Demonio lanzó un parloteo espeluznante, y sus palabras se convirtieron, al atravesar el aire, en hilos de energía que cayeron sobre el Ala de Muerte como serpientes marinas a la caza. Algunas de ellas se enroscaron en torno a los dos guerreros más próximos y los transmutaron en pálidas sombras atrapadas en algún tipo de dimensión semirreal. El báculo del Demonio, coronado por una garra cerrada, cercenó la cabeza de un tercer guerrero con una facilidad terrible.

Belial apuntó con su bólter de asalto y disparó. La ráfaga de proyectiles se deshizo en llamas a un metro de la cabeza de la criatura, pero bastó para distraerla durante un segundo. El Gran Maestre se agachó esquivando su enorme garra y hundió la Espada del Silencio hasta el pomo en su rodilla. Con un grito, la criatura lanzó al Ángel Oscuro por los aires. Belial escupió ácido en su ojo.

Entonces, los últimos dos Caballeros del Ala de Muerte agitaron sus mazas-incensario, una de ellas impactando al Gran Demonio en pleno pecho, y la otra en sus tripas. Se produjo un horrible grito, y el ser se desvaneció por completo de la dimensión material.

Belial cayó sobre las baldosas con un ruido sordo, aturdido pero indemne, Aceptó el guantelete que le ofrecía el Caballero Endrael, y se levantó.

- "Tal y como dije", - afirmó Belial, recargando su bólter de asalto - "matadlos a todos".

Magnus el Rojo (Relato Oficial)

Magnus Ahriman Mil Hijos confabulación ilustración

Magnus y Ahriman se alían para invadir Fenris.

- "Todo cuadra", - dijo el Rey Carmesí. - "El Cosmos se alinea".- Su tono grave parecía un trueno distante en el gigantesco planetario de la sala de su corte astral. Fuera de la ciudadela arcana, sus palabras se convirtieron en una llovizna que bautizó al Planeta de los Hechiceros.

- "El Embaucador ha probado ser una herramienta útil",- dijo Ahriman, - "al igual que lo serán los Escribas, sin duda".

- "Por supuesto",- respondió el Cíclope, con cierto aire de desprecio en sus palabras, - "y tú harás lo mismo".

Ahriman mantuvo su semblante impávido, pero en su interior el oscuro gusano de la amargura se retorcía y siseaba.

- "Paciencia, exiliado",- dijo Magnus en el dialecto del viejo Prospero. - "Pronto tendrás la ocasión de liberar la oscuridad de tu alma".

El Primarca Demonio extendió sus alas por completo, en toda su magnificencia.

- "Todo está preparado. Que comience la invasión".

Magnus el Rojo

Magnus Príncipe Demonio Mil Hijos Caos 7ª Edición ilustración

Magnus, Primarca Demonio

Aunque sólo tenga un ojo, Magnus el Rojo posee una visión superior a la de casi cualquier otra entidad de la galaxia. El nombre del Primarca Demonio se menciona rara vez, salvo en aquellos textos que detallan la historia antigua del Imperio, pues siquiera escribirlo es arriesgarse a caer bajo su mirada omnisciente. Antaño, éste archimago había entregado todo su ser a hacer cumplir los objetivos del Emperador. Ahora, en cambio, lo que busca es la destrucción total del Imperio. Durante muchos milenios este coloso ha planificado la caída de la raza que le señaló como traidor y le persiguió hasta las puertas de la muerte. Sólo ahora sus planes comienzan a dar sus frutos.

En muchos aspectos, Magnus fue quien perdió más que nadie la gracia del Emperador. Aunque él diga otra cosa, lo cierto es que la culpa de la transformación de semidiós a Demonio es exclusivamente suya. Fue él quien voluntariamente eligió el camino hacia la iluminación que cruzaba las caóticas mareas de la Disformidad. Fue él quien de manera deliberada eligió tratar con poderes oscuros a fin de comprar a sus hijos una cura para su maldición mutante. Durante las tribulaciones de la Herejía de Horus, la maldición de Magnus se vio guiada no por la voluntad del Emperador, sino por la seguridad en su propia infabilidad. Era el más sabio, más preparado y más dotado psíquicamente de todos los Primarcas; ¿Cómo podían estar equivocadas sus conclusiones? Fue explotando este exceso de confianza como Tzeentch plantó su elaborada trampa, que generó el distanciamiento entre Magnus y sus hermanos, e incluso entre el Primarca, su padre genético y sus Mil Hijos.

Cuando los Lobos Espaciales llegaron a por Magnus, las consecuencias del trato con las entidades de la Disformidad, que se habían puesto en marcha antes incluso de que Horus se convirtiera en Señor de la Guerra, dieron por fin sus frutos. Con su base de poder claramente desviada hacia el Ojo del Terror a fin de escapar de los Lobos Espaciales, Magnus empezó a utilizar hechizos con la facilidad con la que un hombre mortal respiraría. Erigió la Torre hechicera del Cíclope en su mundo de adopción, un lugar de privilegio desde el que vigilar tanto el Empíreo como el espacio real. Su derrota a manos de Russ le había dejado roto en cuerpo y alma, y los fragmentos de su consciencia se habían dispersado a los cuatro vientos. Ni siquiera los Mil Hijos que aún seguían unidos a la causa de su Primarca podían elevar su ánimo. Magnus se dedicó a reflexionar y planificar, mientras su cuerpo se saturaba con la energía del aeter.

Durante muchos siglos Magnus buscó la venganza contra el Imperio, y contra los Hijos de Russ en particular. En el M32 atacó Fenris, tras hacer salir a las Grandes Compañías de sus bases mediante engaños y falsas visiones. El heroico desempeño del Colmillo y en especial de Bjorn Garra Implacable le impidieron alcanzar la victoria. Desde aquel día, la ambición de Magnus se ha hecho aún más profunda y esotérica. En la actualidad busca no sólo conquistar a los Lobos Espaciales, sino destruir todo lo que aman, corromper a quienes protegen, y hacerles padecer los mismos horrores que su Legión tuvo que contemplar en su día. La conquista del Sistema Fenris sólo es el principio. La derrota definitiva de los Lobos Espaciales será la joya de la corona de algo mucho mayor, una trama que, cuando se culmine, hará que todo el Imperio caiga en una espiral de anarquía de la que no podrá salir.

Maquinaciones reveladas

Maquinaciones Reveladas

Marcas de fuego a lo largo de la galaxia

Por toda la galaxia, los Mil Hijos manipulaban con su magia las brechas de la Disformidad que habían vomitado a los Wulfen. Pocos días después de la recuperación de los Wulfen, pudieron verse Marines Rúbrica allí donde éstos habían sido recuperados. Los hechiceros de los Mil Hijos estaban usando las brechas de la Disformidad para lanzar una invasión a nivel galáctico.

Los eventos anteriores y posteriores al momento en que la flota Imperial abrió fuego contra el Sistema Fenris son conocidos como "Marcas de fuego" por parte de los Señores Lobo, y cada uno de ellos se numera en relación con el acto de agresión cometido contra el sistema.

  • MARCA DE FUEGO -7

La Torre Plateada de Aharyn Hasp Elha emerge de la Disformidad en Suldabrax hacia el enclave principal de la Tregua de Sycamo. Los ciudadanos, demacrados debido al ayuno que han llevado a cabo como pena por haberse mezclado con los bestiales Wulfen, se han transmutado lentamente en Tzaangors antes de ser capturados por las magias del Rubricae de Aharyn.

  • MARCA DE FUEGO -6

La Gran Compañía de Bjorn Tormentoso abandona la prisión-colonia de Atrapan, con la vergüenza de sus excesos aún fresca en las mentes de sus guerreros. Cuando los Lobos Atronadores parten hacia el Colmillo, llevando en sus bodegas de carga a los Wulfen que han recuperado, muchos se revelan como cultistas de los Hijos Carmesíes e instigan a un alzamiento que arrolla por completo los judicariums de Atrapan. Su fiel servicio es recompensado cuando Exile Taramalakus lidera a sus Mil Hijos hasta la superficie del planeta y su Torre Plateada se manifiesta desde la brecha en la Disformidad que se abre en los cielos sobre sus cabezas, para reclamar lo que queda de Atrapan en nombre de Magnus el Rojo.

  • MARCA DE FUEGO -5

El gigante de gas clase Jovian, Fimnir, es asolado por una plaga de la Disformidad. La Gran Compañía de Bran Faucerroja extrae a los Wulfen encontrados luchando contra los cadáveres poseídos de mineros del planeta. La infestación es finalmente erradicada no por los Imperiales, que abandonan Fimnir dándolo por perdido, sino por las fuerzas del Archi-Maestre Euchaneschar Skhet. Skhet guía su Torre Plateada hasta el corazón de Fimnir y lo conquista para sí mismo.

  • MARCA DE FUEGO -4

El Ritual de la Abominación, un potente hechizo entregado a los agentes de Tzeentch por Magnus el Rojo, abre una serie de brechas de Disformidad por todo el Sistema Fenris, preparando el terreno para una invasión demoníaca como jamás se ha visto en ningún sector.

  • MARCA DE FUEGO -3

Dejando su puesto como auto-electo castellano de Fenris tras consultar con Bjorn Garra Implacable, el Señor Lobo Krom Ojodragón se dirige a Valdrmani, la Luna del Lobo. Llega allí para encontrarse al Hermano-Capitán Stern de los Caballeros Grises en batalla contra un Demonio de Tzeentch de inmenso poder. Ambos héroes expulsan a la criatura después de que Stern cancele su malvado ritual, con el que pretendía destruir a los Caballeros Grises y culpar de ello a los Lobos Espaciales. Krom parte hacia Fenris una vez más.

  • MARCA DE FUEGO -2

Tras enterarse de que Midgardia está asediada por las infecciones de los Dioses Oscuros, Logan Grimnar y Egil Lobo de Hierro lideran a sus Grandes Compañías hasta la superficie del planeta. Luchan larga y duramente contra los Demonios de Nurgle, pero son derrotados. Egil queda atrapado en las junglas tóxicas de Midgardia, mientras que Logan y sus Campeones de Fenris son enterrados vivos en el inframundo del planeta.

  • MARCA DE FUEGO -1

Al principio, Fenris parece estar en el ojo de la tormenta, sin ser tocado por las invasiones del Caos que están arrasando a sus planetas vasallos. Pero sin que lo sepan el Señor Lobo Krom y sus defensores, los Mil Hijos se dirigen a través de la oscuridad del espacio hacia la superficie del planeta.

  • MARCA DE FUEGO 0

Liderados por Azrael de los Ángeles Oscuros, los señores de la Flota Imperial condenan a Midgardia, la Fortaleza de Morkai en Frostheim y Svellgard como lugares irremediablemente emponzoñados por el Caos, y abren fuego sobre ellos, iniciando así un acto de guerra que resonará con fuerza en la historia.

  • MARCA DE FUEGO +1

El Hermano-Capitán Stern de los Caballeros Grises recibe permiso de acceso a la Roca. Si bien su intrusión complica aún más la lucha de poder en el puente de la titánica astronave-fortaleza, logra desenmascarar al "maestro de marionetas" que ha orquestado todo el conflicto: el Cambiante.

  • MARCA DE FUEGO +2

Con la derrota del Cambiante en las entrañas de la Roca, los Ángeles Oscuros se dan cuenta de que han sido manipulados. Ordenan un alto el fuego y se concentran en purgar la presencia de Demonios en su fortaleza-monasterio, antes de dispersar a la Flota Imperial por todo el Sector Fenris a fin de llevar la guerra a esos mundos que han enviado mensajes astropáticos de socorro que encajen con los signos de invasión de Tzeentch. Las Grandes Compañías de Bran Faucerroja, Gunnar Luna Roja y Engir Kraken, habiendo entrado en el espacio fenrisiano con pocos días de diferencia, se apresuran a unirse a sus camaradas en Fenris. Con las Torres Plateadas llegando al sector en gran número, pronto se ven enzarzados en una serie de guerras a la desesperada.

Valdrmani

Valdrmani

CLASE: Loc-Delta-Tert (ANATHEMA SEPTUS)

POBLACIÓN: <200,000

GRADO DE DIEZMO: Aptus Non

AGGREGATUS: 200

AESTIMARE: G500

COMENTARIOS: Nivel-rad - letal. Única zona habitada - Domoplex "Aullido Largo". Depredador Alfa - Sierpe de arena carmesí (inteligente).

Este satélite árido e infernal de Fenris es también conocido como "La Luna del Lobo". Cuando las Grandes Compañías volvieron de su búsqueda de los Wulfen, una llamada de alerta sonó en la ciudad-estación astropática de Aullido Largo, en Valdrmani. Aquella llamada dio lugar al inicio de un enfrentamiento que escalaría hasta llegar a la guerra total.

De no ser por la intervención de Krom Ojodragón, los Caballeros Grises que investigaban la llamada de Aullido Largo habrían sido aniquilados en un ritual secreto orquestado por la Legión Alfa y sus acólitos. Los Marines Espaciales del Caos pretendían que la culpa recayera sobre los Lobos Espaciales, pero finalmente Stern y Lord Ojodragón confrontaron a sus enemigos en batalla y, al derrotarlos, descubrieron la verdad tras todo lo sucedido. Una pequeña guarnición de Caballeros Grises fue dejada atrás, y bien pronto se vieron puestos a prueba. Sobre las arenas rojizas se abrieron brillantes portales por doquier, y de allí emergieron fila tras fila de silentes figuras acorazadas. La segunda batalla por Valdrmani había dado comienzo.

Frostheim

Frostheim

CLASE: Mundus Glacium (VENTRUS ARTICA)

POBLACIÓN: <1,000,000

GRADO DE DIEZMO: Solutio Secundus

AGGREGATUS: 600

AESTIMARE: F76

COMENTARIOS: En proceso de recategorización; capa de hielo evaporada / fundida, capa de superficie ósea.

Frostheim fue antaño un planeta de glaciares azul-grisáceos, atrapado en una edad de hielo tan antigua como el mismo Imperio. Pero la Legión Alfa llevó a cabo un ritual en su fortaleza principal de Morkai y los fuegos demoníacos empezaron a lamer la superficie del planeta. Con una alarmante rapidez, su superficie reveló una verdad terrible.

Fue Harald Deathwolf quien aniquiló a los vástagos del Caos que emponzoñaban Frostheim. Una Cápsula de desembarco tras otra eran hechas añicos por las defensas orbitales tomadas por la Legión Alfa, mientras que las cañoneras eran abatidas por Máquinas demoníacas aladas. Harald y sus ejércitos lograron de todos modos tomar tierra y reclamar la victoria en el planeta, pero ya era tarde. El ritual de la Legión Alfa se había completado: aparecieron brechas disformes por todo el Sistema Fenris, y la capa de hielo de Frostheim se fundió debido al fuego, revelando una superficie de ancestral hueso y remodelada al gusto de los Poderes Ruinosos.

Svellgard

Svellgard

CLASE: Archaoterran (LEMURIA, OCEANID)

POBLACIÓN: <500,000

GRADO DE DIEZMO: Solutio Prima

AGGREGATUS: 400

AESTIMARE: C850

COMENTARIOS: Fauna megaoceánica, Flota recolectora (embarcaciones primitivas)

La luna océano de Svellgard era una joya gloriosa en el firmamento fenrisiano hasta que una invasión demoníaca apareció desde vastos portales que se abrieron en su lecho marino. El contraataque de Sven Aullador y los cruceros orbitales de los Manos de Hierro apenas pudo contener el flujo constante de Demonios; y entonces llegó una nueva estirpe de enemigo, y el destino de Svellgard quedó sellado.

La invasión demoníaca de Svellgard había sido purgada de las islas centrales del planeta, gracias al esfuerzo combinado de los Aulladores de Fuego, los Faucerrojas y los Lobos de la Muerte, con el apoyo de los Halcones de Guerra de Harakon, los Ultramarines y finalmente los Manos de Hierro, que por fin dejaron a un lado sus sospechas de herejía para luchar al lado de sus camaradas. No obstante, cuando incluso los Lobos Espaciales estaban celebrando lo que pensaban que había sido una victoria duramente trabajada, las destelleantes ciudadelas de los Mil Hijos descendieron de los cielos y planearon sobre los océanos. El destino de Svellgard se oscurecía de nuevo, y para su desgracia aún habría de oscurecerse todavía más.

Fenris

Fenris

CLASE: Omicron Lambda (N/A - ARQUETIPO)

POBLACIÓN: <3,400,000

GRADO DE DIEZMO: Solutio Exceptius - Anexo Inquisitorial

AGGREGATUS: *** (REDACTADO)

AESTIMARE: G100

COMENTARIOS: Planeta de Capítulo de Marines Espaciales, Mundo letal, Autorización derogada (Inq.112 /Escrutinio remoto)

Pese a que sus planetas vasallos habían ardido, Fenris seguía sin ceder. Sin embargo, eso cambiaría pronto. Las Grandes Compañías estaban divididas, enfrentadas a sus hermanos del Adeptus Astartes y privadas de un líder. El siniestro destino iniciado con la Maldición de los Wulfen pronto se manifestaría como una invasión a gran escala: la conquista del planeta natal de los Lobos Espaciales.

En un principio, las tribus de Fenris vieron las extrañas luces en el cielo como presagios de salvación: los guerreros de los cielos volverían, y cesarían las pesadillas que les angustiaban. La verdad, sin embargo, demostró ser mucho peor que eso. Tres portales ancestrales, sellados desde hacía mucho, empezaron a despedir extrañas llamas, y de ellas surgieron las legiones de Magnus, aún destellando con la energía de la telaraña. Las luces que habían brillado en el cielo nocturno crecieron, hasta convertirse en ciudadelas de plata volantes de un tamaño descomunal. Ni siquiera las defensas del Colmillo pudieron interceptarlas a todas. La invasión de Fenris había dado comienzo.

Torres Plateadas de Tzeentch

Torres Plateadas de Tzeentch

Colosales en tamaño y en complejidad, las Torres Plateadas llegan a dañar las mentes de aquellos que las contemplan. Son las ciudadelas y chapiteles del antiguo Prospero, liberadas por la magia, pero al mismo tiempo son los fragmentos del Laberinto de Cristal de Tzeentch, legados a sus sirvientes más taimados para que extiendan su influencia en el espacio real.

Las Torres Plateadas flotan a través de los cielos, con relámpagos arcanos estallando en torno a las extrañas estructuras en su base. Con su aspecto opresivo y enloquecedor, son las fortalezas de los elegidos de Magnus. Muchas están dotadas de arcanos y letales cañones. Las Torres Plateadas no están situadas en un punto fijo, ni en una dimensión fija, sino que el amo y señor de cada una de ellas puede moverlas con su simple fuerza de voluntad, haciendo que flote ominosamente a través de la realidad. La aparición de una Torre Plateada es suficiente para certificar la condenación de un mundo civilizado. En Fenris, no menos de nueve de estas fortificaciones surrealistas descendieron desde los cielos, cada una de ellas alineada con un punto de poder geomántico. La gran obra había dado comienzo.

La desolación de Midgardia

El reino maldito de Midgardia, infestado por los esbirros de Nurgle y corrompido por las diabólicas maquinaciones de los Tetrarcas Demoníacos, fue el escenario de un brutal contraataque por parte de las Grandes Compañías de Egil Lobo de Hierro y Logan Grimnar. Sin embargo, pese a lo poderoso de sus ejércitos, el asolado planeta pagó un alto coste.

Midgardia es un mundo cubierto de vegetación fungosa, tan tóxica que gran parte de su población vive bajo la corteza del planeta. Midgardia tiene una larga historia de calamidades, pero la dureza que supone la vida diaria allí ha moldeado a unos habitantes encallecidos en cuerpo y alma, y aún más por el duro trabajo que llevan a cabo en los complejos medifactorums y las armerías que llenan el planeta. Toda la superficie está protegida por colmenas fortificadas y defensas orbitales, incluyendo la batería de cañones nova conocida como Juicio del Emperador, pero la inmensa mayoría de sus tribus de trabajadores vive en habitáculos subterráneos, nodos industriales entre las extrañas vías urbanas que cuelgan de las raíces del mundo. Los midgardianos están acostumbrados al fuego y las altas temperaturas, pues en varios puntos sus construcciones cuelgan sobre el magma que corre bajo el suelo del planeta. Cuando la infestación demoníaca atacó Midgardia, los ciudadanos-trabajadores se convirtieron en víctimas de una pesadilla que sellaría sus destinos.

La primera catástrofe que asoló Midgardia fue tan vil como inevitable, quizás el peor de los muchos castigos que los Dioses Oscuros descargaron sobre los mundos tutelados por Fenris. Brechas Disformes se abrieron por todo el sistema debido a los rituales de la Legión Alfa, y los mundos y planetoides más vitales fueron reclamados por alguno de los Poderes Ruinosos. Midgardia, fértil y tóxico al mismo tiempo, era muy valorado por el Gran Padre Nurgle. Mientras las Tormentas Disformes rugían bajo el Ojo del Lobo, el mundo vecino a Fenris se vio rápidamente infestado por un contagio tan virulento que convirtió las junglas de Midgardia en paisajes reminiscentes del Jardín de Nurgle.

Midgardia había llegado a ser el segundo mundo del sistema en poder militar, sólo por detrás de Fenris, y el propio Logan Grimnar se había juramentado para limpiarlo de toda corrupción. Lideró a sus afamados Campeones de Fenris y a sus hermanos Wulfen directamente al inframundo del planeta, a fin de dar caza a la fuerza demoníaca causante de la infestación. Mientras tanto, los ejércitos de Egil Lobo de Hierro llevaban la guerra hasta la superficie de Midgardia. La Gran Compañía de Egil comenzó con la más noble de las intenciones, utilizando la estrategia para lozalizar y eliminar al Demonio que acaudillaba el corazón de la invasión. En teoría, los Lobos de Hierro estaban especialmente preparados para ese cometido, pues eran expertos del combate con vehículos blindados y siempre iban a la guerra en grandes formaciones de tanques. El acero y adamantio de sus columnas Lanza de Russ salvaguardaba a sus ocupantes de las enfermedades sobrenaturales que supuraban en el terreno, al igual que sus servoarmaduras les protegían de las espadas llenas de pus de los Demonios a los que se enfrentaban en cuerpo a cuerpo.

Aterrizando en las Puertas de Magma, un grupo de ciudades colmena que formaban la entrada al inframundo del planeta, los Lobos de Hierro y los elementos acorazados de la propia compañía de Grimnar lograron ganar posiciones rápidamente. Cada cuña de tanques era lo bastante poderosa como para abrirse un camino a través del corrupto follaje de Midgardia mientras despedazaba a las hordas de plaga que acechaban en su tupida bruma de esporas. Los Demonios que asolaban los bosques fúngicos en torno a las ciudades colmena fueron destruidos en una tormenta, de obuses y metralla, tan salvaje que súbitamente dio cierta esperanza de que Midgardia aún pudiera salvarse.

Sin embargo, las tornas no tardaron en cambiar de nuevo. No fueron las fungosidades midgardianas ni los invasores demoníacos lo que hizo fallar la contra-invasión de Egil Lobo de Hierro, sino la gruesa capa de detritos que recubría la superficie del planeta. El interminable lodazal se fue cobrando lentamente un precio altísimo, al ralentizar incluso a las unidades de tanques más agresivas de la Gran Compañía: una tras otra, las Lanzas de Russ quedaron trabadas. Aún peor, la repugnante bruma de esporas se había hecho ya tan densa que estaba corroyendo incluso las junturas de las servoarmaduras. Lo que había comenzado como un ataque relámpago empezaba a perder toda capacidad de avance. Por cada minuto que los Lobos de Hierro pasaban atascados en aquel punto, más Demonios de Plaga convergían hacia su ubicación. Aún más ominoso era el hecho de que los guerreros hubiesen perdido todo contacto con la fuerza de Logan Grimnar. La última comunicación con la posición del Gran Lobo había sido un ensordecedor ruido de estática.

Egil Lobo de Hierro no estaba dispuesto a abandonar a su rey. Tras confirmar que había un túnel de acceso al inframundo midgardiano relativamente cerca de su posición, Egil cedió el mando a su líder de batalla, Conran, y dirigió junto con sus guerreros más cercanos una expedición de rescate del Gran Lobo. Una vez Egil hubo partido, Conran llevó a cabo algunos cálculos rápidos y llegó a una conclusión terrible. Insertó un pincho de datos lleno de runas en los implantes cibernéticos de su cabeza, mientras su sirviente servo-cráneo iniciaba una compleja letanía de cánticos binarios. En el puente de la nave insignia de Egil, la Marea de Lobos, otro cráneo incrustado de fragmentos de plata hizo lo propio. La decisión de Conran era tan valerosa como arriesgada: había ordenado un bombardeo orbital localizado sobre su propia posición.

La Desolación de Midgardia (I)

Las megatoneladas de proyectiles disparados desde el espacio llovieron cielo abajo mientras los guerreros de Conran se ponían a cubierto embarcando en sus vehículos acorazados que, atrapados por zarcillos y semihundidos en la ciénaga, apenas eran ya otra cosa que meros búnkeres. Los Demonios también intentaron resguardarse de aquel ciclón de destrucción que se les venía encima, pero los vástagos de Nurgle nunca han sido conocidos por su rapidez a la hora de moverse. Aunque algunos Lobos de Hierro fueron aniquilados en la confusa huida, la gran mayoría pudo romper contacto con el enemigo en buen orden. Casi inmediatamente después de que el último Lobo Espacial entrara en uno de sus maltrechos vehículos, el suelo se estremeció con la potencia del bombardeo orbital. La precisión del ataque decía mucho no sólo de la excelente visión estratégica de Conran, sino de su don de la oportunidad. Los Rhinos, Land Raiders y Razorbacks temblaron y se sacudieron con la violencia de cada explosión, pero aunque muchos de ellos resultaron dañados, sólo cinco quedaron completamente inoperativos. El bombardeo siguió avanzando por la jungla mientras los Sacerdotes de Hierro lograban que dos de los tanques en peor estado recuperasen su capacidad de combate. Impertérritos, los Lobos Espaciales siguieron combatiendo.

Lo mismo no podía decirse de los Demonios de Nurgle. Aquellas ponzoñosas criaturas no necesitaban protegerse del entorno de Midgardia, pues la enfermedad y la infección eran para ellos tan naturales como comer y beber, y la polución de aquella selva los acariciaba como si fueran sus cachorros. Aunque sus pieles eran duras y gruesas, no tenían nada que hacer contra la tormenta cinética que se había desatado.

Las cabezas explosivas diseñadas para reventar búnkeres abrían enormes cráteres humeantes en la jungla, cada una de ellas aniquilando a grandes grupos de Demonios en un instante. La cortante metralla salía despedida en un millar de direcciones, rebotando en los flancos blindados de los vehículos imperiales sin causar daño pero convirtiendo en papilla a las criaturas de la Disformidad. Brillantes muros de llamas purgaban el paisaje una y otra vez, incinerando a cualquier Demonio que hubiera sobrevivido hasta ese momento. Quizás el efecto más vital del bombardeo era la evaporación de la mugre que mantenía aprisionadas a las columnas de tanques; alrededor de los Lobos de Hierro el viscoso y húmedo fango del suelo se transformó en una árida y reseca tierra, y la bruma tóxica en vapor que desapareció casi al instante.

Libres al fin de la garra opresora del terreno midgardiano, las Lanzas de Russ dieron las gracias a sus espíritus máquina, arrancaron motores y salieron de aquella trampa. Aunque los enjambres de Drones de Plaga descendieron sobre ellos y las saltarinas Bestias de Nurgle, surgidas del interior de grandes brotes de hongos, intentaron interceptarlos y frenarlos de nuevo, los Lobos de Hierro ya no iban a ser detenidos. Los certeros disparos de los cañones láser de sus Land Raiders se coordinaron con las andanadas de los tanques Vindicator, haciendo pedazos a cualquier enemigo que les salía al paso. En menos de una hora, las columnas de vehículos de Conran estaban a salvo en las Puertas de Magma. Por su parte, Egil Lobo de Hierro se encontraba bajo tierra. Su misión ya no era de erradicación, sino de salvamento; pues para que Fenris pudiera salvarse de la tormenta del Caos que lo amenazaba, Logan Grimnar y su Guardia Real debían ser encontrados.

Aunque Egil y sus Lobos de Hierro temían haberlos perdido, el Alto Rey de Fenris y sus guerreros aún seguían combatiendo con uñas y dientes contra las fuerzas del Caos. Habían encontrado a los responsables de la caída de Midgardia en lo profundo de las cavernas del planeta. Su decidido avance hasta la ciudad subterránea de Chispa Profunda les había llevado a enfrentarse contra incontables Demonios menores, sólo para terminar cayendo de cabeza en una emboscada plantada por sus amos. No uno, sino cuatro Príncipes Demonio les habían hecho frente en aquel oscuro y claustrofóbico inframundo, cada uno de ellos lanzando a un ejército entero de enemigos contra Logan y sus guerreros. Unir en una misma causa a cuatro señores de la guerra demoníacos tan dispares era una gran hazaña, pero tras su alianza estaba Magnus el Rojo, y pocos en el Ojo del Terror se atreverían a contradecir a un Primarca Demonio. El plan de Magnus consistía en enterrar al Gran Lobo, eliminarlo de la partida que se estaba jugando en Fenris. No habría muerte gloriosa para el Señor de los Lobos Espaciales, sólo millares de toneladas de roca que lo aplastarían como a un insecto.

Los amos demoníacos que estaban a las órdenes de Magnus se habían enzarzado en un combate cuerpo a cuerpo contra Grimnar. Durante cierto tiempo, pareció que iban a imponerse. Pero incluso los favoritos de los Dioses del Caos descubrieron que los Lobos Espaciales eran oponentes muy duros. Tirando de una mezcla de heroísmo, astucia y sed de sangre, la Guardia Real y sus aliados Wulfen contraatacaron con espadas, martillos y garras. Aunque varios de sus mejores compañeros perecieron en la lucha, la Guardia Real y sus camaradas lobunos terminaron por frustrar la emboscada y, entonces, con una coordinada señal, los Príncipes Demonio y sus vasallos sencillamente se desvanecieron.

La trampa se activó. Con un estallido que hizo estremecerse el suelo, el súbito temblor aetérico causado con la desaparición de los Demonios provocó que el techo de la caverna se desprendiese y cayese. Grimnar se lanzó con afán protector sobre el cuerpo tumbado de un Wulfen, y muchos de los miembros de su Guardia Real hicieron lo propio, pues sabían que, sin sus armaduras de Exterminador para protegerles, los Wulfen morirían al instante. Centenares de toneladas de roca se colapsaron de golpe. En algunos puntos, el techo de la caverna resistió, y la mayoría de la fuerza de combate sobrevivió, pese a quedar enterrada en una oscuridad asfixiante. El propio Logan se vio atrapado bajo una masiva estalactita, malherido pero vivo. Muchos de sus mejores guerreros encontraron aquel día el final de su saga, aplastados hasta morir pese a ir pertrechados con las mejores armaduras de su Capítulo. Sin ayuda, y con la profundidad de rocas haciendo imposible la comunicación de largo alcance, los Campeones de Fenris habían quedado literalmente enterrados vivos.

La Desolación de Midgardia (II)

Logan Grimnar contra la Tétrada Infernal

Siete millas al sur de las Puertas de Magma, Egil Lobo de Hierro había dejado sus tanques atrás a fin de liderar a un destacamento de sus mejores guerreros hasta el inframundo midgardiano. En su periplo por los túneles vio a muchos civiles observarle furtivamente desde las sombras, pues pese al infernal destino sufrido por el planeta, seguían quedando vivos muchos millones de hombres, mujeres y niños. Algunos de éstos nativos consideraban a Egil un guerrero de leyenda, y se inclinaban a su paso. Otros se encogían con miedo a que aquel bruto estuviera allí para matarlos acusándolos de cobardía. Él los ignoraba a todos. El Gran Lobo estaba perdido, y dependía de los Lobos de Hierro el encontrarlo.

Más y más profundo descendieron los Lobos Espaciales, luchando contra horrores enfermizos, heraldos de plaga y repulsivas moscas demoníacas. Se sintieron tremendamente aliviados al establecer contacto con elementos de los Campeones de Fenris. Antes de poder consolidar sus fuerzas, no obstante, fueron emboscados por una sierpe de plaga de tamaño descomunal, que causó un terrorífico número de bajas antes de ser reventada mediante una certera granada. Los guerreros estaban siendo diezmados por los desmembramientos y el contagio, pero siguieron unidos, y continuaron adelante. En una encrucijada se encontraron con rastros de una batalla, incluyendo el cráneo de lobo bañado en oro que formaba la corona de la armadura de Exterminador de Grimnar. Revigorizados, aumentaron el ritmo de su marcha.

El interior de Midgardia era un laberinto; muchos de sus corredores estaban bloqueados por los derrumbes y los Lobos de Hierro no tenían tiempo de registrar cada túnel en busca del Alto Rey de Fenris. A regañadientes, Egil anunció que regresaba a la superficie, pues casi estaba al límite de alcance por voco-contacto, y había recibido fragmentos de una llamada de alerta de sus hombres. Lo que encontró al volver le dejó más estupefacto que la visión de cualquier Demonio.

La superficie de Midgardia había sido purgada por las llamas del Exterminatus. Desde las alturas de las Puertas de Magma, el Señor Lobo de Hierro sólo podía ver cenizas extendiéndose por todo el horizonte. el planeta se había visto envuelto en una conflagración tan fiera que ningún ser viviente podría sobrevivir a ella, ya fuese hombre o Demonio. Todo lo que quedaba de aquel paisaje antaño fétido era un océano de dunas grises y troncos de árboles calcinados sobresaliendo entre alfombras de brasas. Ninguna flota estándar podría haber desatado tanta ira destructiva en tan poco tiempo; aquello era obra de los señores del Imperio, despiadados más allá de toda mesura. Incontables seres humanos inocentes debían de haber perecido, quemados vivos, junto con los Demonios que habían provocado aquel infierno.

El Lobo de Hierro, ceñudo, hizo rápidamente sus cálculos mentales y concluyó que sólo tenían una posibilidad de escapar vivos del planeta sometido a Exterminatus si lo abandonaban de inmediato. Llamó a su propia flota una vez más y les ordenó evacuarlos cuanto antes. En esa comunicación le informaron de la masiva flota Imperial que había entrado en el espacio fenrisiano con la intención de borrar la mancha del Caos de todos los planetas que había mancillado. En el corazón de esa flota se encontraba la Roca. Los señores de aquella astronave de tamaño imposible habían hecho llover fuego en Midgardia con los Lobos Espaciales aún presentes, pero más importante todavía, habían condenado a millones de civiles del Sistema Fenris a una muerte horrible sin juicio previo.

Incendiado en lo más profundo, Egil envió un voco-mensaje a la fortaleza-monasterio de los Ángeles Oscuros, demandando ser escuchado. Sin embargo, le rechazaron. Por tanto, Egil ordenó a sus artilleros abrir fuego contra la astronave más cercana de la flota de los Ángeles Oscuros. Su pretensión era que la andanada forzara la comunicación, no que causara daño real a la nave, y tal y como había calculado el impacto quedó disipado en los escudos de vacío del blanco. Aún así, la decisión de disparar contra una nave del Adeptus Astartes quedaría grabada en los anales tanto del Colmillo como de la Roca. Era un acto de desafío que mancharía para siempre el honor de Egil Lobo de Hierro.

Incapaz de ignorar aquel acto de hostilidad sin paliativos, la Roca respondió abriendo sus canales de comunicación, con la idea de transmitir a Egil su intención de infligirle el más severo de los castigos. El Voco-Senescal Mendaxis, que de hecho era en realidad el Cambiante, se empleó a fondo para avivar las llamas entre el ultrajado Señor Lobo y los grandes señores de los Ángeles Oscuros, y ambas fuerzas intercambiaron algunos disparos. Aún así, los lazos de hermandad entre los guerreros del Adeptus Astartes no son fáciles de dejar a un lado. A medida que los oficiales de cada flota se iban haciendo conscientes de la situación, comenzaron a considerar dar un paso atrás ordenando un alto el fuego.

Fueron las preguntas de Conran acerca del Alto Rey de Fenris desaparecido las que apagaron los fuegos de la furia de Egil. Era bien sabido que los Lobos Espaciales preferían no teleportarse, y que la profundidad a la que Grimnar estaba enterrado hacía que una rematerialización imprecisa resultase extremadamente peligrosa, pero ¿realmente no había otro modo de que los Hijos de Russ lo rescatasen? El Lobo de Hierro cortó su comunicación con la Roca, para centrar sus esfuerzos en dicho rescate. Una vez que sus deberes estratégicos como Señor Lobo habían sido atendidos en persona, Egil ideó una solución táctica de una astucia impresionante. Tomó el cráneo dorado de lobo que había coronado la armadura de Grimnar, y se lo entregó a sus consejeros. Los Sacerdotes Rúnicos y Sacerdotes de Hierro encendieron velas y colocaron el cráneo en el interior de un círculo de runas, iniciando un ritual para despertar el alma que aún moraba en él.

Tras mucha paciencia, los sacerdotes de Egil lograron contactar con el espíritu de aquel antaño orgulloso guerrero lobuno. La bestia se mostró irascible y fiera, pero una vez que su ira fue aplacada mediante ofrendas, acceció a escucharles. El espíritu sabía que lo habían apartado de aquel al que llamaba "alfa", el único ser que tenía dominio sobre él. Aún podía sentir el pulso del alma de su amo, así como el espíritu máquina de la armadura de Exterminador de la que había sido desgajado. Siguiendo el rastro de energía entre la corona rota y su dueño, el Sacerdote Rúnico Svalgar esperaba poder desentrañar la localización de Grimnar.

La Desolación de Midgardia (III)

La Hora del Lobo

Las profecías sobre el futuro de Fenris eran oscuras. Debido al genio maléfico de Magnus, los mundos bajo protección de los Lobos Espaciales estaban en llamas, y sus aliados se habían vuelto contra ellos hasta llegar al punto de atacarles. Lo peor, no obstante, estaba por llegar, pues era ahora cuando los Hijos de Russ iban a sufrir el verdadero alcance de los planes de Magnus.

Los cielos de Fenris estaban en llamas.

Por todo el planeta, las luces brillantes que las tribus habían interpretado como profecías de salvación se hicieron más grandes y amenazadoras. Poco a poco, fueron revelando sus formas espigadas y serradas, sus retorcidos puentes y sus torres espirales que hacían que el conjunto pareciese salido de la ensoñación de un hechicero. Sin embargo, los cañones que sobresalían de sus murallas más bajas dejaban claro que se trataba de fortalezas construidas para la guerra. Las Torres Plateadas de Tzeentch descendieron, trayendo consigo la perdición para los Lobos.

El Cambiante había sembrado la cizaña y la confusión en el alto mando Imperial, culminando en el ardiente bombardeo de Midgardia. Magnus contemplaba desde su torre en la Disformidad, y el espectáculo le parecía de lo más satisfactorio. Sin embargo, para que sus ambiciones se hiciesen realidad, los Hijos de Russ no podían encontrar su final de un modo tan simple e impersonal como la erradicación orbital. Ni siquiera la traición máxima del Exterminatus sería suficiente. Pues, para que el gran ritual que había puesto en marcha funcionase, los eventos debían replicar con la mayor similitud posible los acaecidos durante los últimos días de Prospero.

Los impulsos psíquicos que surgían de la mente inmortal de Magnus generaban visiones que hacían que un Hechicero o agente del Caos ejecutase la siguiente fase de su milenario plan para aniquilar Fenris. Muchos de los dominios soberanos de Russ habían sido blanco de bombardeos orbitales por parte de aquellos a quienes consideraban sus aliados, sus habitantes desintegrados por la violencia de los ataques. Con los defensores asediados por súbitas tormentas de muerte, aquellos planetas y lunas quedaron convertidos en presas fáciles para las legiones que descendieron sobre ellos, cada invasor listo para finalizar el trabajo a bólter y espada. Era un panorama familiar para quienes habían sobrevivido a la masacre de Prospero, aunque esa vez los Lobos Espaciales eran las víctimas en vez de los perpetradores.

En Asaheim, la colosal fortaleza del Colmillo se alzaba sobre la meseta hasta atravesar las nubes. Sólo superada en tamaño y poder por el Palacio del Emperador en Terra, fue construida para alojar a una Legión completa de Marines Espaciales. Los láseres de defensa y los macro-cañones sobresalían de las torres como los picos menores de una gran montaña. Tan alta y colosal era la estructura que alrededor de sus plataformas más altas podían verse las luces de astronaves aterrizadas. Era difícil imaginar una defensa más potente contra los ataques orbitales. Aún así, la fortaleza-monasterio no tenía capacidad para cubrir a la vez cada rincón de Fenris, y los ojos de sus centinelas estaban centrados en la flota Imperial que había bombardeado Midgardia pocas horas antes.

Magnus ya había sentido anteriormente la dentellada del Colmillo, y no tenía prisa por volver a sentirla. En lugar de eso, ordenó a su maltrecha Legión que no se acercara a Asaheim de manera directa, sino que tomase tierra sobre las grandes placas de hielo que se habían unido entre sí por el Invierno Fenrisiano. Una tras otra las Torres Plateadas de los Mil Hijos descendieron desde brechas disformes en el espacio exterior, como cuchillos cayendo de punta en un mar helado. Algunas permanecieron en la órbita de Fenris, mientras que otras cruzaron las nubes en la parte del planeta más alejada del Colmillo, acercándose a su destino final en oblicuo y ocultas de cualquier sistema de detección gracias al uso de poderosa magia de sombra.

En las regiones más desoladas de Fenris, los maestros de estas vastas torres conjuraron tormentas de energía aetérica que lanzaban nieve y hielo a su alrededor en violentos huracanes, ocultándose así todavía más de los escudriñamientos del Colmillo. En el ojo de cada una de éstas tormentas, las Torres Plateadas flotaban en silencio hacia sus puntos geománticos, convergencias de líneas naturales en las que las energías del mundo letal rugían con especial fiereza.

Cada torre de Tzeentch acumulaba tanto poder sortílego que el suelo en torno suyo estaba arruinado por los efectos del cambio constante. En la Torre de Acazept el permahielo se había fundido y transformado en sangre, como si el propio Fenris sufriera heridas por su mera presencia. En la sombra de la Ciudadela de Puerta Maligna, las llamas de azufre bailaban sobre la nieve virgen, como traviesas formas de vida demoníacas. Alrededor de la Fortaleza de Paradoja, caía una lluvia constante de color cobrizo que convertía tanto a los hombres como a los mamuts de hielo en estatuas de ébano ingrávidas, que flotaban lentamente hacia arriba hasta perderse en el espacio.

Aunque los Mil Hijos se habían tomado todo tipo de molestias para descender fuera del alcance de detección del Colmillo, una invasión de tan inmensa magnitud no podía simplemente pasar desapercibida. Los Sacerdotes Rúnicos lanzaron sus piedras, y cada predicción pareció más ominosa que la anterior. Una terrible maldición había llegado al Sistema Fenris; según las lecturas de los Astrópatas e Inquisidores de la flota Imperial, el Tarot del Emperador mostraba la serpiente de llamas abriendo sus fauces de par en par para consumir todas las tierras mortales. La famosa Última Saga, la que acabaría de forma violenta con todas las cosas que son, parecía estar desarrollándose ante sus ojos.

La Hora del Lobo había llegado.

La Hora del Lobo (I)

Fue Harald Deathwolf quien dio caza a la primera de las Torres Plateadas, que en aquellos instantes flotaba sobre el inmenso glaciar Yrokja. El Señor Deathwolf había vuelto recientemente de Svellgard con los Aulladores de Fuego tras combinar fuerzas no sólo con Sven Aullador, sino también con los Manos de Hierro, los Cazadores de Sombras y los Ultramarines en la expulsión de las hordas demoníacas que buscaban conquistar las islas de aquel reino oceánico. Mientras se reunía con sus camaradas Señores Lobo en el Colmillo, el Señor Deathwolf fue requerido con tanta urgencia que su Astrópata vasallo entró en un estado de furia espasmódica. Una vez que el psíquico hubo sido ungido de aceites santificados y se calmó lo bastante como para transmitir el mensaje recibido, habló con voz trémula sobre la terrible verdad compartida por los Caballeros Grises que habían escudriñado el planeta desde la órbita. Las fuerzas del Gran Enemigo habían conquistado las placas de hielo de los continentes meridionales, y estaban asesinando o abduciendo a cada tribu mortal que encontraban. Aunque los Caballeros Grises se estaban apresurando para alcanzar el planeta, sólo los Lobos Espaciales tenían opción de interceptar a los invasores antes de que los habitantes de las placas de hielo del sur encontraran un trágico final.

El gruñido gutural de Harald aumentó de volumen. Aquellos traidores que se habían atrevido a poner el pie en Fenris debían ser perseguidos y eliminados, dejando sus cadáveres para que los devorasen los trolls de hielo, las manadas de lobos y los cuervos carroñeros. Para los Lobos de Muerte, atacar directamente significaría renunciar a su principal ventaja: la astucia cruda del cazador. No, un asalto frontal no era su manera de hacer las cosas. En lugar de eso, el Señor Deathwolf propuso que el honor debía corresponder a Sven Aullador; su Gran Compañía incluía tantas tropas con retrorreactores que un asalto aéreo contra los flancos de la Torre Plateada tenía bastantes posibilidades de salir bien. Cuando la misiva telepática con la propuesta de Harald llegó al Señor Aullador, éste frunció el ceño, pero no rehuyó la idea. El tiempo era un factor fundamental, sobre todo con las tribus de Yrokja en tan inminente peligro.

Montadas en cañoneras Thunderhawk y Stormwolf, las Grandes Compañías de Harald y Sven se apresuraron a través de las ventiscas hacia el reino de Yrokja. Su destino era la cordillera montañosa que el Astrópata de los Lobos de Muerte había visionado. Los instintos de cazador de Harald se afinaban más y más a medida que la expedición se cerraba sobre su presa.

Algo parecía destellar en la distancia, entre el segundo y el tercer pico, como un torbellino de colores caleidoscópicos girando alrededor de la fortaleza. Justo cuando sus ojos habían detectado aquel fenómeno, cañones distantes abrieron fuego sobre ellos. Los disparos no eran proyectiles de metal, sino brillantes esferas de llamas rosadas. Las cañoneras demasiado lentas para hacer maniobras evasivas recibieron impactos, quedando bañadas en fuegos de extraños colores. Algunas lograron realizar un aterrizaje forzoso pero controlado, con sus pasajeros salvándose de morir abrasados vivos gracias al frío polar de Fenris. Otros no tuvieron tanta suerte, y sus cañoneras reventaron en pleno vuelo como si las aplastasen manos gigantes. Fragmentos de metal y cuerpos mutilados se esparcieron por toda la zona, pero los supervivientes no ralentizaron su ritmo, pues Sven era un firme creyente en el dicho "la mejor defensa es un buen ataque".

Tal y como habían previsto los Señores Lobo, la fuerza de los invasores no estaba confinada a la extraña ciudadela en la distancia. Mientras la ventisca aullaba, los Lobos Espaciales que habían surgido de entre los restos de sus cañoneras otearon el horizonte. Sus sentidos estaban tan avezados que les permitían ver a una serie de figuras acechando entre la tormenta de nieve, acercándose como si no fuera más que una brisa de verano. Todas ellas iban enfundadas en las barrocas armaduras de los Mil Hijos.

El aullido de guerra aumentó de volumen, largo y amenazante. Los Cazadores Grises alzaron los bólteres mientras los Garras Sangrientas y Lobos Solitarios corrían por la nieve con sus espadas sierra rugiendo. Una venganza que llevaba diez mil años gestándose estaba a punto de reiniciarse.

Las cañoneras de las dos Grandes Compañías se lanzaron a velocidad máxima a través de la ventisca hacia la apenas visible Torre de Acazept, con sus motores rugiendo como bestias a la caza. Las Thunderhawks disparaban gruesos haces de láser desde sus cañones dorsales, dirigidos contra los chapiteles de la fortaleza flotante. Sin embargo, eran completamente inefectivos, disipándose en explosiones fractales de energía al impactar contra los extraños escudos de energía de las torres.

En respuesta, los arcanos cañones de la Torre Plateada dispararon descargas espirales de energía, pero cuando parecía que éstas iban a impactar en alguna de las aeronaves, la tormenta la desviaba y hacía fallar el tiro en el último instante. Después de todo, parecía que el asalto de Sven Aullador tenía opciones de resultar exitoso.

La Hora del Lobo (II)

A través de la tormenta llegaron bandadas de criaturas voladoras, Demonios que intentaban clavar sus fauces succionadoras en los cascos de las cañoneras. Muchas de esas bestias fueron derribadas por los bólteres pesados de las Thunderhawks o los rayos bajo cero de sus cañones congelantes. Aquellas que lograban engancharse a sus blancos atravesaban a dentelladas el blindaje de las aeronaves con las incandescentes energías que despedían sus buches. Más y más de esos horribles Demonios siguieron surgiendo de una abertura en la distante Torre Plateada. Para aquellos Lobos Espaciales que se estaban enfrentando a los Mil Hijos sobre la nieve, era como si el asalto de las cañoneras hubiera desaparecido de la vista oculto por una nube de seres similares a tiburones voladores. Las naves Imperiales no podían disparar contra los enemigos que les rodeaban sin peligro de impactar a las cañoneras de sus camaradas. El ataque había sido frustrado antes incluso de empezar.

Más arriba en los cielos, formas negras estilizadas aparecieron desde la tormenta en un picado absolutamente vertical. Por un instante parecieron ser cuervos gigantes enviados por el mismísimo Emperador, y entonces abrieron fuego y sus misiles y cañones de asalto hicieron estragos entre los Demonios. Por su iconografía eran Ángeles Oscuros, y aunque no habían sido invitados desde luego sí que eran bienvenidos. En el centro de su formación volaba algo extraño, una nave con un cañón que emitía un brillo fantasmal. Con un caza escoltándola en cada ala, se acercó hasta las cañoneras de los Lobos Espaciales luchando por mantenerse en el aire en medio del salvaje ataque de los Demonios. Cuando su cañón disparó, una docena de Demonios fueron expulsados de vuelta a la Disformidad en apenas un parpadeo. El cañón rugió de nuevo, y las cañoneras se encontraron súbitamente libres de atacantes, su descenso lento pero letal convertido en una ascensión hacia las cornisas de la Torre Plateada, que aparecían amenazadoras a través de la ventisca.

Aullando su furia de batalla, los Garras del Cielo del Señor Aullador abrieron las puertas de sus cañoneras de transporte y se lanzaron dando saltos potenciados por las turbinas de sus retrorreactores. En segundos llegaron a las faldas rocosas de la ciudadela. Incluso las aeronaves gravemente dañadas por los Demonios llegaron hasta tan cerca como pudieron, permitiendo a sus pasajeros cubrir la distancia restante. El propio Sven lideró el asalto, hundiendo su hacha Garra gélida en una escarpada pared de roca casi vertical e impulsándose hacia arriba desde allí con un grito de triunfo.

Lo que se encontraron ante sí eran criaturas que parecían surgidas de una pesadilla. Sven y su vanguardia esperaban sin duda un feroz contraataque, pero creían que sus enemigos serían legionarios traidores, fríos y metódicos. Sin embargo, la horda de Tzaangors que surgió de los flancos de la Torre Plateada no era nada de eso. Los mutantes similares a aves atacaron en un número tan descomunal que la andanada inicial de disparos de pistola automática y golpes de espada sierra derribó de las murallas a muchos de los miembros de la Guardia del Lobo de Aullador sin que llegasen a tener opción de responder.

Tras la bestial guarnición apareció Acazept, una enorme figura acorazada montada sobre un disco giratorio. Los rayos de energía telekinética invisible que disparaba desde sus dedos convertían a los Garras del Cielo en pulpa allí donde impactaban. Sven se lanzó hacia delante, su hacha y espada sierra segando hombres bestia en barridos devastadores, y los Lobos Espaciales comenzaron a ganar terreno.

Una Thunderhawk rugió especialmente en medio de la tormenta. Sus armas escupían muerte y su casco no era del frío color gris azulado de Fenris, sino del verde oscuro de los Ángeles Oscuros. Instantes más tarde una fuerza de choque de Marines Espaciales encapuchados se abalanzaba contra el flanco de los Tzaangors, convirtiendo la lucha en una masacre. Las losas de la Torre Plateada se anegaron con la sangre de los Adeptus Astartes y con los sucios fluidos de los habitantes de la ciudadela.

Cantando en un tono grave y monótono y montado sobre su disco, el Señor Acazept trazó un lento barrido lateral con su báculo. Una tremenda fuerza invisible empujó tanto a los Marines Espaciales como a los hombres bestia. Sven apretó los dientes, tratando de aguantar el tipo, sus retrorreactores chirriando como si protestaran, pero de nada sirvió, y salió despedido de las murallas junto con su vanguardia de guerreros y con los Tzaangors, hasta que el único que quedó en pie fue el hechicero. Sus bestiales siervos cayeron estrellándose contra el acantilado rocoso de la Torre Plateada o cayendo aún más abajo, hasta el duro hielo de la superficie. Los Aulladores de Fuego de Sven, en cambio, no fueron eliminados tan fácilmente, ya que corrigieron su caída gracias a sus retrorreactores, rescatando además a muchos Ángeles Oscuros que, de no ser por su auxilio, habrían muerto. Los Marines Espaciales aterrizaron en el paisaje ártico habiendo perdido tan sólo a unos pocos camaradas, pero el ímpetu de su asalto había desaparecido por completo, y la Torre Plateada de Acazept cruzaba sobre sus cabezas.

Sin embargo, la batalla distaba mucho de haber finalizado. Los aullidos de los hermanos de batalla de Sven podían oírse a media distancia, y las figuras que cobraban forma en la ventisca respondían a las inconfundibles siluetas de los Marines Rúbrica, los más malditos e indomables enemigos de los Lobos Espaciales.

De pronto, con los gritos de alarma aún resonando, aquellos que estaban más cerca de los Mil Hijos saltaron por los aires víctimas de una andanada de disparos. Recibir un disparo de bólter equivale a sentir un tremendo impacto seguido de inmediato de una explosión que destroza la carne. La tres veces bendecida servoarmadura del Adeptus Astartes puede salvar al blanco de una muerte sangrienta y espectacular, pero contra los proyectiles hechizados de los Mil Hijos, ni siquiera esa protección era suficiente. Los obstinados Garras del Cielo al frente del ataque fueron impactados por proyectiles que despedían llamas tan intensas que su ceramita (junto con la carne y el hueso bajo ella) simplemente se fundía. Uno, luego tres, luego nueve Marines Espaciales cayeron en la nieve, sangrando profusamente. Sus traicioneros asesinos siguieron avanzando sin variar su paso, con el mismo desdén que si estuvieran matando simples alimañas.

Los Aulladores de Fuego que aún quedaban en pie encendieron sus retrorreactores y se lanzaron hacia delante, aprovechando la velocidad adicional que les proporcionaba la galerna que soplaba desde su espalda. Impactaron contra los Marines Rúbrica con la potencia de un ariete capaz de tumbar la puerta de una fortaleza. Muchos de los Mil Hijos cayeron derribados al suelo, aunque los guerreros de Sven tuviesen la sensación de haber chocado contra estatuas de adamantio. Los Marines Espaciales del Caos que resistieron la atronadora carga inicial lo hicieron sin dar ni un paso atrás. Las pistolas bólter atronaron, y más de aquellos gólems sortílegos cayeron, pero seguía sin ser suficiente. Entonces, las andanadas ardientes de sus enemigos se iniciaron de nuevo, y el ataque de los Aulladores de Fuego quedó frustrado por completo.

Sven Aullador luchó con todas las fuerzas que le quedaban, pues no estaba dispuesto a caer ante aquellos traidores en su propio territorio de caza. Su espada sierra Colmillo de Fuego golpeó y mordió, haciendo saltar chispas, pero contra las barrocas armaduras de sus enemigos apenas causaba daños. Su hacha de energía de doble filo, en cambio, era otra historia. Allí donde impactaba, abría grandes brechas de brillantes bordes rojizos en las corazas de los Marines Rúbrica. Dentro de aquellas carcasas de ceramita no parecía haber nada vivo, salvo un polvo ocre que salía volando y era inmediatamente devorado por la tormenta.

El Señor Aullador gruñó al ver aquello, subiendo el tono al imaginar a aquellas criaturas antinaturales caminando libremente por Fenris. Había más de ellas llegando desde la tormenta, más de hecho de las que la Gran Compañía podía esperar derrotar. Quizás los Lobos de Muerte habían fallado, y los vástagos de Magnus les habían emboscado.

Sven lanzó un largo grito de frustración y rabia, aplastando a otro traidor contra la nieve. Ni en sueños pensaba reunirse con el Gran Padre todavía, con las batallas en Svellgard aún tan recientes. Estaba decidido a cobrarse el mayor precio posible antes de que su saga alcanzase el sangriento final. Por un momento, le pareció que la misma tormenta le aullaba una respuesta.

La Hora del Lobo (Relato Oficial)

La Hora del Lobo (Relato Oficial)

Djurgin Calderassen, conocido como "Pellejo Quemado" desde que su lanzallamas tuvo un fallo de funcionamiento y le deformó media cabeza, aún veía arder a sus aliados. Pero la forma de energía que los estaba matando no era verdadero fuego, y no podía apagarse.

Una potente tormenta cubrió la base del Glaciar Yrokja, con una furia equiparable a la del Lobo del Mundo. En su interior, la Gran Compañía de Sven Aullador estaba de cacería, cada guerrero luchando con bólter, espada, colmillos y garras contra la escoria adoradora del Caos que había osado atacar Fenris. Los guerreros de Djurgin habían golpeado directamente al corazón de la partida de guerra emergida de la tormenta, con la esperanza de aislar y aniquilar a sus líderes. Cerca de allí, Allaf lanzaba rugidos terribles mientras los hechiceros de Magnus lanzaban demoledores golpes con sus guanteletes bañados en fuego azul. El Lobo Espacial estalló en llamas, menguando rápidamente hasta quedar reducido a un tamaño similar al de un pulgar humano. el hechicero aplastó a Allaf bajo su pie antes de apuntar con su báculo directamente a Djurgin.

- "Me duele tener que hacer ésto, lobo", - gritó el traidor. - "Intenté hablar en vuestro favor en el consejo, con la intención de que fuerais absueltos".

- "¡Mentiroso!", aulló Djurgin. - "¡Los Hijos de Russ no escuchan las palabras de los cobardes!". - El fenrisiano se agachó y avanzó a la carrera, esquivando la descarga serpentiforme de energía lanzada por el arma de su adversario, y en respuesta le disparó una lanza de ardiente prometio. El hechicero simplemente desvió a un lado el letal ataque con un desdeñoso movimiento de su mano abierta.

- "Hay guerras más importantes que la nuestra", - siguió hablando el hechicero. - "La perspectiva de los siglos y las eras te relega a ser considerado una mera molestia menor".

Los Marines Rúbrica se reformaron en torno al lanzador de hechizos, y la fiereza de la batalla pareció descender ligeramente. Otra descarga sortílega silbó en el aire, la cual Djurgin tuvo que esquivar lanzándose contra el hielo, resbalando hasta ser bruscamente detenido por un banco de nieve. Con el corazón palpitándole aceleradamente, se dio cuenta de que era el único de su manada que seguía con vida. La siniestra sospecha de que los Aulladores de Fuego por fin habían encontrado su final le subió por la espalda en forma de escalofrío.

Algo descomunal pasó por encima de su cabeza. Djurgin se estremeció temiendo que fuera una ciudadela plateada, pero casi al instante dibujó una sonrisa feroz al ver que era la parte inferior de una Thunderhawk. La cañonera estaba justo sobre él, con sus fauces metálicas abiertas, y en ellas podía verse la silueta de una figura esbelta, armada con un báculo que destellaba con runas de color azul, canalizando el poder elemental del mismo Fenris. Njal Stormcaller había llegado.

Stormcaller liberó una cadena de relámpagos contra el hechicero, aplastándolo contra la nieve mientras éste preparaba a su vez una bola de fuego. Las descargas de electricidad saltaron de un combatiente a otro como si fueran una bestia hambrienta en busca de presas a las que hincar el diente. Uno por uno los Marines Rúbrica cayeron, inertes. La tormenta seguía intensificándose y el control de Njal sobre la ventisca forzaba al enemigo a replegarse lentamente. Djurgin sintió la necesidad de quemar y matar, dominado por la bestia que moraba en su alma, pero decidió guardarse el prometio que le quedaba en el cargador. No había forma en la que las llamas tuvieran efecto con el Señor de las Tormentas tan cerca.

Pese a que la intervención de Stormcaller sin duda había salvado la vida de Djurgin, ya podían verse las armaduras azuladas de varias docenas más de Mil Hijos emergiendo de la bruma blanca de la tormenta. "Así que eso es todo", pensó Djurgin, desenfundando su cuchillo de combate y preparándose para luchar como un lobo solitario, vengando a los suyos antes de caer abatido.

El aullido de la ventisca volvió a subir de tono, como si fuera un millar de manadas de lobos. Quizás eran las voces de los espectrales camaradas de Morkai, dándole la bienvenida al más allá. Pero entonces, se percató de algo, y dio media vuelta.

El Señor Harald Deathwolf descendía velozmente por la ladera del Glaciar Yrokja, con un adusto gesto de concentración. Le seguían sus bestiales guerreros, no sólo la Guardia del Lobo en sus monturas lobunas, sino docenas de Wulfen y centenares de enormes lobos; y justo tras ellos una estampida de mastodontes, una fuerza de la naturaleza más letal que cualquier avalancha. Todo el glaciar temblaba ante el atronador avance de la comitiva.

Los Mil Hijos se quedaron clavados donde estaban, tratando de no perder pie ante la tempestad de Stormcaller. Djurgin vio a varias de las bestias a la carga superar su posición, impactando contra el enemigo como un huracán. Aquí y allá algún jinete de Lobo de Trueno era derribado de su montura por una crepitante descarga de magia o por un disparo de munición infierno, pero en general los invasores no podían hacer frente a tan furiosa carga.

Con la llegada de los Lobos de Muerte, las armas de cuerpo a cuerpo comenzaron a cercenar brazos que aún sostenían bólteres, los musculosos Lobos de Trueno hundieron sus fauces en los cuellos de los legionarios traidores y los Wulfen arrancaron cascos y extremidades a base de pura fuerza bruta. Tras la primera oleada llegaron los lobos, abalanzándose sobre los hechiceros como arietes de pelo, colmillos y garras. Los hechiceros trataron de contraatacar, pero eran demasiados.

Aquellos Mil Hijos que habían sido derribados pero seguían vivos apenas habían logrado levantarse cuando la estampida bestial los alcanzó. Sus milenarias servoarmaduras fueron despedazadas en segundos bajo el peso de las criaturas fenrisianas. La tempestad de Njal hizo el resto, dedos de frío cruel colándose por las rendijas de las armaduras para agarrar el polvo brillante de su interior y esparcirlo a los vientos.

Djurgin sintió como una carcajada le subía por la garganta, al tiempo que la tormenta comenzó a amainar. El ataque de los Mil Hijos había sido aplastado, como lo demostraba el suelo alfombrado de cadáveres sin sangre y fragmentos de servoarmadura. Sin embargo, la risotada murió de pronto en sus labios, igual que si una negra nube hubiera cubierto su corazón.

En el lejano horizonte, la Torre Plateada que habían intentado detener brillaba sobre la superficie de Fenris como un segundo sol.

Capítulo 2: Los Fuegos de Flameheit

Los fuegos de Flameheit

Emponzoñar un mundo letal

Emponzoñar un mundo letal

Las Torres Plateadas, pese a los contraataques de los Lobos Espaciales, habían demostrado ser bastante inconspicuas y, de ser detectadas, tan robustas como para derrotar a quienes pretendían detenerlas. Ahora, las enormes ciudadelas levitaban sobre ubicaciones de gran poder geomántico, drenando la energía de Fenris para ponerla al servicio de una agenda oscura.

Al tercer día después del descenso de las Torres Plateadas, los cielos de Fenris se oscurecieron. Las líneas destellantes de la Fenryka Borealis pasaron del verde al naranja y al rosa chillón contra el azul oscuro del cielo vespertino, y su movimiento se parecía al de serpientes retorciéndose que el oleaje sobre la orilla, como sería lo normal. Los guerreros de las tribus que la contemplaban demasiado tiempo padecían alucinaciones, y pensamientos extraños invadían su mente. Algunos enloquecieron sin remedio al ver los sellos del cielo y acuchillaron a sus camaradas, a quienes veían como monstruos a los que debían dar muerte para que el sol se alzase un día más.

Aquellos cielos malditos eran el telón de fondo contra el que los magos de Tzeentch realizaban sus obras. En el interior de las Torres Plateadas tenían lugar rituales de sangre; dentro de cada sanctasanctórum un Lobo Espacial prisionero, firmemente sujeto con cadenas de plata, era sumergido en un caldero de sangre hirviente. No era imprescindible para las invocaciones aetéricas de los Hechiceros Exaltados, pero los aullidos de rabia, impotencia y desesperación complacían a su señor. Los rituales prosiguieron durante nueve horas, nueve minutos y nueve segundos. Un nexo de energía se materializó en lo alto, entre las Torres Plateadas; un punto de tal potencia destructiva que la realidad se difuminó, rezumando magia en torno a él. Los cielos se tiñeron de colores carmesíes al abrirse bocas gigantes que gritaban loas al Arquitecto del Destino, los cuervos y grajos se convertían en esqueletos ardientes y los bosques gritaban de dolor. Las Torres Plateadas relucían como estrellas, formando el antiguo símbolo de venganza de Prospero cuando se las observaba desde órbita baja.

Magnus el Rojo se materializó con violencia sobre las nieves y el destino de Fenris quedó alterado para siempre.

El Rey Carmesí no apareció con la dignidad y el aplauso de los amanerados príncipes Eldar, ni anunció su llegada con heraldos exhibiendo el boato de un potentado Imperial. En lugar de eso, cargó a través del áspero aire de Fenris como un minotauro salvaje. Sus cuernos abrieron una grieta en la realidad por la que pasó a la fuerza su enorme mole. Una marabunta de celebrantes demoníacos brotaron de la hendidura tras él. El Rey Carmesí rugió una serie de órdenes a sus vasallos en la superficie, los cuales ya se estaban reuniendo junto a la hueste nacida en la Disformidad que había surgido de la brecha. En torno a él brotó una oleada de fuerza cerúlea que convirtió la nieve en un paisaje de arena cristalina. Las facetas de cada grano reflejaban un aspecto del alma del Primarca Demonio.

Magnus batió tres veces sus enormes alas y remontó el vuelo, regocijándose en su propio poder. El aire frío y puro que respìraba lo exhalaba en forma de coloridas nubes de niebla inteligente que se alejaban como fantasmas en busca de víctimas, de mortales a los que asfixiar a su antojo. El Primarca se regodeaba admirando la belleza agreste de la naturaleza fenrisiana. Pronto todo sería suyo para poder corromperlo, para rehacerlo en una forma más agradable para Tzeentch.

Asintiendo satisfecho, Magnus decidió dar comienzo a su obra. La última vez que había caminado por las tierras invernales de Fenris lo había hecho con el fin de destruir a sus enemigos por completo, decidido a asolar la fortaleza-monasterio de los Lobos Espaciales antes de erradicar a las Grandes Compañías una por una. Ésta vez su intención era más ambiciosa y más inquietante. Estaba por encima de la mera venganza, y por ello había dejado atrás la noción de una victoria puramente física. Ésta vez, Magnus corrompería Fenris como parte de un plan mayor.

Emponzoñar un mundo letal (Relato Oficial)

Fenris estaba clasificado como mundo letal debido principalmente a su feroz megafauna y al frío mortal que caracteriza al Helwinter, cuando el planeta está más alejado del Ojo del Lobo. Pocos son conscientes de que el extremo opuesto, cuando la órbita elíptica de Fenris pasa por el punto más cercano a su estrella, resulta igualmente mortífero. Éste periodo, conocido entre la población como Flameheit, era una época de lucha en la cual la corteza helada de Fenris se hacía añicos, las inundaciones y tormentas fragmentaban las grandes masas de tierra en islas que flotaban en un mar tempestuoso. Los pueblos guerreros de aquel mundo, a la deriva con las escasas pertenencias que podían cargar, luchaban por los recursos naturales disponibles. Mientras tanto, no sólo les atacaban los lobos gigantes, osos y trolls de hielo de aquel reino, sino también los monstruos que emergían de las profundidades del mar, desesperados por alimentarse de los abundantes bancos de peces que proliferaban durante la Flameheit.

El único reino que permanecía de una pieza durante las tempestades de hielo y fuego era Asaheim, un altiplano de tamaño continental que se alzaba entre el paisaje cerca del punto más septentrional de Fenris. Asaheim era para las tribus la tierra de los dioses, y con motivo. Allí estaba el hogar de los Lobos Espaciales, que sólo descendían para reclutar sangre nueva para sus filas o ponerse a prueba frente a los seres más letales que pudieran encontrar. Pasaron los milenios y las espantosas tormentas siguieron azotando los flancos de Asaheim a cada año, pero resistió firme y el Colmillo, orgulloso, sobre él. Los fenrisianos eran de cuerpo robusto y voluntad férrea, habían de serlo para poder ganarse la vida en un sitio tan duro, y por lo tanto así eran también los Lobos Espaciales creados a partir de ellos.

Era precisamente esa fuerza natural de Fenris y de su pueblo lo que Magnus pretendía corromper. El altiplano de Asaheim estaba horadado por túneles que descendían hasta las corrientes ígneas bajo la corteza del planeta, una fuente casi infinita de poder geotérmico que permitía el sustento de una base tan colosal como el Colmillo. Existía una red de profundas simas y gargantas en la superficie de Asaheim que llevaban directamente a dicha capa, conocida como la Garganta del Mundo Lobo. Aquel fuego secreto, el corazón oculto de Fenris, era el foco del plan de Magnus. Pero era la obra de Ahriman, el más talentoso entre todos los Mil Hijos, la que le ayudaría a conquistarlo.

Ahriman

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Ningún mortal tiene más poder sobre lo arcano que Ahriman, Archihechicero de los Mil Hijos. Hace mucho tiempo, su historia era de compasión y heroísmo, pues el gran psíquico se adentró voluntariamente por las sendas más peligrosas para hacer mejores a sus hermanos. Desde aquellos días de antaño, ha pasado diez milenios buscando hacerse con suficiente influencia para controlar su destino y el de sus hermanos. Durante ese tiempo ha perdido el norte definitivamente. Ahora Ahriman recorre la senda de la avaricia y la destrucción, aunque moriría antes de reconocerlo, ni siquiera a sí mismo.

La búsqueda del saber es, en esencia, una meta noble; quien comprende el universo puede, en teoría, cambiarlo por el bien de todos. No obstante, ciertos conocimientos sólo traen conflicto. Cuando Ahriman vio manifestarse la maldición genética de los Mil Hijos en los albores de la Gran Cruzada juró hallar un modo de detener su avance. Tras contemplar cómo su hermano gemelo Ohrmuzd mutaba en una abominación balbuciente, el voto de salvar a los suyos se convirtió en la razón de ser de Ahriman. El principal Bibliotecario de la Legión de los Mil Hijos dedicó hasta su último esfuerzo a hallar una solución a la transformación de la carne. Al fin, su obsesiva cruzada le llevó a una suerte de éxito que, sin embargo, ocultaba un terrible fracaso. La Rúbrica de Ahriman, el ritual que él y sus compañeros Hechiceros emplearon para garantizar que sus hermanos ya no mutarían más, convirtió a todos salvo los más poderosos de entre sus filas en polvo no muerto. Así nacieron los Marines Rúbrica, libres de la mutación, pero malditos como autómatas sin alma por toda la eternidad.

Desde que lanzase su sortilegio más siniestro y potente, Ahriman ha vagado por la galaxia buscando reunir suficiente poder arcano para lograr enmendar su error. Conserva la esperanza de invertir de algún modo la Rúbrica y volver a hacer de sus camaradas seres de carne, hueso, y un potencial mental ilimitado. Lleva tanto tiempo persiguiendo esa meta que hará cualquier cosa para acercarse a ella. En las últimas décadas ha estado embarcado en una empresa que le llevará a localizar y saquear la mítica Biblioteca Negra de los Eldar, donde está sellada la totalidad de los hallazgos y el conocimiento de esa raza ancestral acerca de las fuerzas del Caos.

En los últimos años esa búsqueda de Ahriman ha obtenido cierto éxito. Tras combatir con sus custodios Eldar, Ahriman logró acercarse a la Biblioteca Negra lo bastante para proyectar su forma astral al interior del edificio, y eludió a sus extraños guardianes el tiempo suficiente para transcribir el legendario Tomo Laberintus en pergaminos herméticos de su propia creación. Con ese manuscrito de valor incalculable a su disposición, Ahriman puede surcar secciones de la telaraña, la dimensión laberíntica entre la Disformidad y la realidad, que se habían perdido mucho tiempo atrás. Bastantes de los portales que ahora es capaz de reabrir están en planetas colonizados por el Imperio, y entre ellos hay antiguos pórticos de piedra que llevan al mundo letal de Fenris. Así pues, Ahriman vuelve a ser crucial para los planes de Magnus, y viceversa; ahora que Magnus está en deuda con Ahriman, el Archihechicero tiene muchas probabilidades de invadir la Biblioteca Negra con un gran ejército para buscar la cura que tanto desea.

Corrupción en las llamas

Complejos mecanismos

Corrupción en las llamas

 se alinearon mientras las fuerzas de Tzeentch cobraban forma sobre la nieve. Gracias al tomo de Ahriman sus fuerzas se desbordaban desde las puertas ocultas de la Telaraña, y con las Torres Plateadas vomitando ejércitos, el planeta no tardó en acoger una amplia variedad de monstruos y acólitos enajenados. La guerra había regresado a Fenris.

Ahriman aportó a la causa de Magnus algo más que liderazgo excepcional y poder mágico puro. A pesar de que le había llevado casi cien años, había reunido a los hechiceros supervivientes del bando de Magnus, desterrados durante la temida Rúbrica. Muchos tratos, amenazas, sobornos y sacrificios se hicieron para llevar a cabo éste gran esfuerzo, pero en última instancia la misión fue un éxito. Reunieron a los exiliados, entre los que estaban Aarthrat el Comementes, Hakor el Tres veces nacido, el Magister Nezchad Aratos y Omarhotec el Invidente. Cada uno lideraba su propia legión de acólitos. Iluminado por una tormenta de relámpagos rosados, el Archihechicero llegó desde el portal de la telaraña sellado, cuya apertura forzó en la cima del pico más alto de Runeheim. Tras él iba un vasto ejército de Marines Rúbrica, Hechiceros y mutantes.

Invocando a sus compañeros de exilio y sus bandas de acólitos a la guerra, Ahriman había conseguido duplicar la fuerza marcial del Rey Carmesí. El Primarca Demonio descendió desde los cielos sangrantes para encontrarse con Ahriman en persona en el Pico Runeheim, y el Archihechicero se inclinó ligeramente antes de discutir el plan de la caída de Fenris. Mientras las huestes de psíquicos de los Exiliados llevaban la batalla a las fuerzas imperiales en las llanuras de Fenris, Magnus y Ahriman trazaban sus propios planes.

Las salas de rituales en el centro de cada Torre Plateada estaban iluminadas por la luz de las velas situadas en columnas helicoidales, cada una hecha a partir de la carne derretida de una raza xenos psíquicamente activa. Símbolos herméticos recorrían los círculos concéntricos que contenían estrellas de nueve puntas, números de oro y sellos de escarabajo perfeccionados por las mejores mentes de Tizca. En el corazón de cada sala circular había un agujero rodeado por un símbolo que se hundía para mostrar el paisaje del nexo geomántico. En éstas salas se adentraron Magnus, Ahriman y sus acólitos más poderosos, llevando a cabo su rito de corrupción para, a continuación, desplazarse mágicamente a otra torre en la que repetir el mismo ritual una y otra vez. Columnas de poder oscuro fluían desde la parte inferior de cada Torre Plateada, canalizadas en dirección a los pastizales de Fenris. Los aullidos de lobos inundaron la noche, pero con los Lobos Espaciales y sus aliados luchando para repeler oleadas de invasores, ninguno podía prescindir de fuerzas suficientes con las que atacar las torres que ahora brillaban ominosamente en el cielo.

Pese a que la Torre del Cuervo de Cristal explotó en miles de fragmentos cuando se aventuró demasiado cerca del Colmillo, las restantes Torres Plateadas pudieron usar su magia sin obstáculos. El haz corruptor procedente de la Torre Tizcan se sumergió en la caldera del Respirafuego, el mismo volcán que la Gran Compañía de Sven Aullador había adoptado como su símbolo. La tierra tembló y se estremeció igual que los flancos de un perro enfermo. El magma se filtró a través de la corteza agrietada de hielo, pero donde la roca fundida natural de ese lugar sagrado brillaba en naranja, amarillo y blanco, fue donde el alma del volcán burbujeó con un rosa virulento. Una sensación de presión terrible en el aire hizo que incluso las criaturas mortales en una docena de millas sangrasen por los oídos. Luego, con una explosión titánica, el volcán entró en erupción. La nube piroclástica convirtió en astillas los bosques de coníferas de las laderas. Ríos de magma contaminado convirtieron las laderas cubiertas de nieve en espectros humeantes y las rocas cubiertas de musgo en cráneos deformes. La erupción convirtió en ceniza brillante tanto a personas como a animales, pero la Torre Tizcan se mantuvo inamovible.

Al este, las fisuras al sur del glaciar Yrokja brillaron azules con las energías funestas vertidas sobre ellas por la Torre de los Sectai que flotaba sobre ellas. La luz malsana emanada desde aquel sitio se convirtió en cegadora, las fisuras se convirtieron en cristal, y Demonios de todas las formas y tamaños comenzaron a surgir de su interior, desparramándose por las grietas como hormigas saliendo de un nido subterráneo. Los engendros disformes corretearon, descendieron y montaron en carro en todas direcciones, para abalanzarse sobre las tribus temerosas que se habían reunido para contemplar el suceso. Muchos de los Fenrisianos escaparon; algunos incluso se abrieron paso luchando frente a la locura que quería matarlos. A miles los abandonaron para morir sobre la nieve, ya entonces rosácea por los riachuelos de sangre derramada.

En las Puertas de Morkai, extraños espíritus chacal se levantaron de las cavernas que, según la tradición, conducían al inframundo de Fenris. Los fantasmas maléficos persiguieron a los vivos para poseerlos y enviarlos hacha en mano contra los suyos. El Heavensberg se liberó del hielo que lo sujetaba a la tierra y se dirigió a buscar seres vivos a los que aplastar, el agua viva convertida en maremotos como si un billón de ojos se abrieran en su superficie. Las luces en el firmamento, que en el pasado eran vistas como presagios de buena suerte, ahora supuraban en una serpiente estelar en llamas que arrojaba la luz de la Disformidad sobre la carnicería de abajo mientras abría ampliamente sus mandíbulas para devorar el orbe de Midgardia. Bajo la corteza del planeta, los ríos de magma parpadearon y vibraron, mientras los Horrores de azufre bailaban sobre ellos como Demonios en una fiestas oscura.

En todo Fenris, el frío primigenio del Helwinter renunció a su control, derritiéndose a causa de los violentos incendios desatados bajo la corteza del planeta. Un falso Flameheit había llegado - no provocado de forma natural por la órbita del planeta, sino por la acción de un Rey Demonio. Su fuego no era el beso puro y limpio de la estrella del Ojo de Lobo, sino la llama maldita de Tzeentch, el cambio en su forma más cruda.

En cuestión de días las islas bloqueadas por el hielo se congelaron para formar la corteza de Fenris, y los desgarros y quejidos de las masas tectónicas resonaron en el aire como si el propio planeta sufriese el dolor. Quizás así era, porque la lógica ya no primaba en Fenris.

Aquí y allá los habitantes de las oscuras profundidades subieron para atacar a los ejércitos enfrentándose en las orillas de cada masa de tierra menguante, aplastando a docenas de guerreros con tentáculos protuberantes y correosos tan anchos como un bote. Manadas de lobos aullantes cayeron sobre los soldados de infantería de los Mil Hijos, que mostraban la luz de pánico y desesperación en sus ojos. Incluso los trolls de hielo de los picos abandonados salieron de sus guaridas para atacar a las hordas del Demonio con garras y garrotes, pues incluso sus mentes salvajes percibían a los extraños invasores que amenazaban su hogar. Las tribus de Fenris, belicosas y fieras, son las que lucharon con más dureza en combate, y en varias batallas resistieron hombro con hombro con los guerreros celestiales de las leyendas que contaban junto al hogar. El planeta entero se había sumergido en la guerra, y cada lugar sagrado era el epicentro de un conflicto enconado.

Sólo un foco de poder permanecía al margen. El Colmillo dominaba el horizonte de Asaheim, tan inquebrantable e indomable como siempre. Pero el Rey Carmesí también tenía planes para la legendaria fortaleza.

Los guerreros malditos de Fenris

Los guerreros malditos de Fenris

Aunque los Lobos Espaciales lucharon con fuerza contra los traidores, y aunque muchas sagas se acortaban cada día, fueron los nativos de Fenris los que pagaron el precio más alto. Tuvieron que vérselas cara a cara con algo contrario al orden y la cordura; la materia prima de la Disformidad en forma tangible y lanzada contra ellos.

Con los cielos desgarrados por el subproducto psíquico de la invasión en curso, había pocos indicios que ayudasen a distinguir el día de la noche. Los yermos blancos se encendían cada hora con tonos rosas y azules chispeantes. El Ojo del Lobo, sofocante y enorme, derramaba una luz enfermiza que ofrecía poca más iluminación que Valdrmani.

Los Hijos de Russ lucharon con todo lo que tenían a mano para desafiar a los invasores del Caos. Las grandes manadas rondaron las llanuras, y sus habilidades como cazadores resultaron más vitales que nunca para presentar batalla a Demonios y traidores por igual. Muchos vieron cómo sus cargas gloriosas se estrellaban contra los muros inflexibles de ceramita y polvo levantados contra ellos. Los Lobos Solitarios buscaron muertes gloriosas contra los enemigos más poderosos como un testamento para sus hermanos caídos. La mayoría murió en el fuego, consumidos por las energías mutantes de las descargas enviadas contra ellos. Las manadas de bestias lupinas, grandes y pequeñas, se escabullían y acechaban, dando caza instintivamente a las partidas de guerra invasoras para a continuación despedazarlas con repentina ferocidad. Una y otra vez, los cadáveres humeantes de las manadas de lobos quedaban esparcidos por el hielo a causa del fuego de los impasibles Marines Rúbrica. Con Logan Grimnar aún desaparecido, no había bastante organización como para unir a los Lobos Espaciales y los suyos en una fuerza contundente con la que repeler a las Torres Plateadas envueltas por la magia. Los defensores del mundo letal estaban causando unas pérdidas significativas, pero sus enemigos iban invariablemente un paso por delante.

Había algunos nativos de Fenris que, pese a no haber entrado aún en las filas de los guerreros celestiales, se impusieron contra pronóstico a los intrusos demoníacos que lanzaban fuego y condenación. Sin embargo, esa victoria les cambió para siempre. Los huscarls veteranos regresaron junto a sus parientes con las hachas asidas sin fuerza y la mirada perdida. Los jóvenes ansiosos de gloria quedaron devastados terriblemente por lo que vieron. Las doncellas escudo se escabulleron a sus camas encorvadas como ancianas. Y estos fueron los afortunados, porque aunque sus mentes se habían visto devastadas, al menos sus cuerpos estaban sanos.

Las energías del cambio que se agitaban en el planeta eran tan profundas y poderosas que aquellos mortales tocados directamente por los fuegos de Tzeentch sufrieron transformaciones terribles. Mutaciones desgarbadas, ojos en axilas y espaldas y crestas de plumas que recorrían sus cabelleras rapadas y sus hombros. Algunos perdieron su apariencia humana por completo, convertidos en engendros horribles que desafiaban toda descripción y dañaban la cordura de quienes eran testigos de su transformación. Los nacidos bajo aquel cielo antinatural eran monstruosos. Incluso aquellos cuyas extremidades parecían normales, cuando se les daba el hacha de nacimiento, no sólo agarraban el arma sino que además la utilizaban para cortar las manos de sus sorprendidos padres. Quién sabe cuántos jóvenes guerreros de Fenris que parecían sanos y fuertes llevaban oculta la semilla del cambio que en algún momento maduraría.

Las tribus de Fenris habían sido maldecidas. Fue una pesadilla calculada y deliberada enviada por Magnus el Rojo, porque su legión había estado plagada por el cambio desde hacía mucho tiempo; en parte, esa era la razón por la que habían tratado de dominar las artes por las que se vieron perseguidos. La mutación desenfrenada no pasó desapercibida por los agentes del Ordo Hereticus que monitorizaban el Sistema Fenris en busca de la corrupción del Caos. En la oscuridad de los santuarios secretos Psykana, los astrópatas enviaron misivas gritando a través del vacío.

Bajo la extraña luz de los cielos embrujados, los Hijos de Russ defendieron su hogar y cada guerrero luchó con uñas y dientes contra una marea interminable de enemigos. Una sensación de perdición se cernía en el ambiente. Aunque pocos hablaban de ello, todos conocían el saber del Capítulo lo bastante bien como para darse cuenta de quién estaba causando esa devastación en su mundo. Los Grandes Cíclopes estaban entre ellos, o cerca; era la única explicación. Los señores del Colmillo se preguntaban si la Hora del Lobo pendía sobre ellos y, si era así, si el propio Leman Russ aparecería de los anales perdidos de la historia para conducirlos a la victoria.

La furia de los Señores Lobo aumentaba con cada día que pasaba. Cada rey guerrero llevó a su Gran Compañía a los páramos, acelerando el paso a través de las nieves en transportes santificados para enfrentarse al traidor y al monstruo allí donde lo encontrasen. Aunque cazaban dentro de su propio territorio, fueron emboscados por los Marines Rúbrica con descargas atronadoras que emergían de cascadas heladas, acumulaciones de nieve o les acechaban desde los mares envenenados.

Los Lobos Marinos navegaron con una flota de cañoneras a través de los mares hirvientes, descargando la muerte en los cefalópodos corrompidos que acechaban los témpanos de hielo en busca de carne humana. El propio Engir Kraken luchó cuchilla contra garra con una hidra de mar de piel en llamas, cercenándole una cabeza, del tamaño de una roca, tras otra con su lanza de energía Mangolargo, antes de asestar el golpe mortal con su escudo tormenta. Al hacerlo, salvó a la tribu Ballenera del hielo de la masacre, pero comprometió a sus hombres a una batalla tempestuosa sobre témpanos de hielo basculantes, en un combate contra Demonios que treparon desde el cadáver del monstruo.

Las legendarias manadas de Exploradores de Erik Morkai informaron de una serie de apariciones cerca de las Puertas de Morkai. La Gran Compañía investigó el suceso a conciencia. Los espíritus de chacal que emanaban de la gran grieta en los flancos rocosos de Morkaisen sobrevolaban los pasos de montaña para caer sobre las tribus de las cuevas - y, en algunos casos, las poseían por completo. Erik ordenó a sus guerreros disparar contra todos los que parecieran contaminados por el Demonio. A regañadientes, los guerreros de rostro adusto cumplieron las órdenes. Su decisión pronto quedó justificada. De cada miembro caído de la tribu surgían un par de Horrores Azules, enfadados porque su diversión se había echado a perder, y se abalanzaban al combate. Los Exploradores superaron a aquellas criaturas repugnantes con sus cuchillos de combate y pistolas bólter, pero no antes de que varios de ellos quedasen convertidos en cadáveres quemados y sangrantes.

Ragnar Blackmane había regresado al Colmillo tras el destierro del Cambiante, porque sabía que enredarse en los interrogatorios exhaustivos de los Ángeles Oscuros le haría perder un tiempo muy valioso. El viaje de su Gran Compañía desde el Colmillo hasta el campo de batalla fue típicamente grandilocuente. Los Crines Negras se precipitaron a través de los cielos en escuadrones de cañoneras, cuyo chillido en el descenso y las cicatrices que dejaron a través de los cielos anunciaron su presencia a todos. Desde las fisuras de cristal de Yrokja, rayos azules cegadores de energía psíquica emergieron hacia el cielo para impactar a un par de cañoneras. Los guerreros que estaban en el interior de las naves cayeron en picado hacia una tumba temprana; ese fue el coste de la guerra. El resto de las cañoneras aterrizó sin sufrir pérdidas. 

Una tras otra, las cañoneras derraparon con fuerza en la cima del fiordo Fisuras de Yrokja, con los cañones retumbando. Los acantilados se convirtieron en cuarzo facetado por las magias del Laberinto de Cristal de Tzeentch, que se desprendieron e hicieron añicos. Gritos de furia y desesperación emergieron de un millar de gargantas demoníacas mientras caían en el espumoso mar que aguardaba abajo. Las exclamaciones se convirtieron en gritos de dolor cuando los Crines Negras desembarcaron en medio del estruendo de bólteres. Fue en esos acantilados donde el Rey Joven luchó a través de la barrera mágica del Señor de la Transformación Xchar´hanrark, cercenando la cabeza sin ojos del Gran Demonio con un golpe de su espada de dientes de sierra kraken, Colmillo Gélido. Ninguna victoria se celebró aquel día, ya que los Garras Sangrientas que perseguían a las hordas demoníacas hasta las extrañas cuevas de los acantilados desaparecieron al completo. Atrapados en laberintos glaciares interminables al borde de la realidad, nunca volvieron a ser vistos.

Los guerreros de Kjarl Ceñosangre, que algunos decían que estaban obsesionados con el fuego, lucharon no para quemar sino para preservar. El antiguo bosque de Oshva Weald, que había sido aprovechado por las tribus indígenas para la creación de lanchas robustas, fue pasto de las llamas debido a energías extrañas y horribles cuando los Sangre Macabra, la Gran Compañía de Kjarl, descendieron de los cielos. Habían ido en busca de los agentes de Tzeentch, y los encontraron en abundancia. El bosque entero estaba infestado de Demonios con llamas en los puños que se movían dando saltos erráticos, mientras lanzaban llamas sobre los árboles de corteza de acero que se retorcían como si fueran hombres quemados en la hoguera.

Dejando a un lado sus lanzallamas y sofocando su necesidad de sumergirse en la batalla, los Sangre Macabra se dividieron en dos grandes manadas. Una se dirigió con celeridad hacia el río de aguas heladas que corría a lo largo del bosque cada Flameheit. Talando suficientes árboles como para crear una presa, esa primera manada provocó que el río se desbordase por sus orillas y, aunque la inundación resultante no pudo extinguir el fuego disforme, obligó a los Demonios a volver hacia las armas de la segunda fuerza. Atrapados entre las dos mandíbulas de la trampa de Ceñosangre, las criaturas de llamas fueron aniquiladas. En el bosque, Ceñosangre percibió algo entre las llamas, un fragmento de sabiduría que hablaba de una perdición inminente. En el ojo de su mente vio un río de maldad, rojo hirviente, que se elevaba para ahogar el Colmillo desde el interior. La visión le inquietó tanto que convocó a su antiguo aliado, el Sacerdote Rúnico Svangthir Barbaquemada, y se sinceró con él. Lo hizo a resguardo de oídos indiscretos, ya que no quería propagar los rumores de que Kjarl Ceñosangre podía ver el futuro en el fuego. El Sacerdote Rúnico asintió sabiamente, pues sus propias adivinaciones le habían llevado a las mismas conclusiones.

La hueste dentro de las llamas

La hueste dentro de las llamas

La invasión del Rey Carmesí necesitaba dos cosas por encima de todo: mantener a los Lobos Espaciales a la defensiva, reaccionando a sus ataques a medida que sucedían; y mantenerlos convencidos de que el verdadero peligro de su resurgimiento ya se cernía sobre ellos. Con éste fin, puso en marcha un plan terrible con el que atacaría justo en el corazón del reino de Russ.

El Sacerdote Rúnico Barbaquemada se arrodilló entre las brasas del Oshva Weald, mientras trataba de llegar mentalmente a sus hermanos dentro del Colmillo. No hubo respuesta, ya que el propio aire estaba teñido de las energías perturbadoras del Caos. Había algo profundamente dañado en el espíritu del mundo de Fenris - la esencia del planeta estaba herida, y esa herida estaba en peligro de ser infectada por las energías de la Disformidad. Todo lo que Barbaquemada pudo ver en el ojo de su mente fue un rostro ciclópeo que lo miraba imperiosamente. Interrumpió la conexión con un estremecimiento. Si sus hermanos estaban allí, en el paisaje mental por el que generalmente rondaba con facilidad, no podía encontrarlos.

Llamando a Vya, su Eligemuertos, Barbaquemada puso en marcha un plan diferente. Habló al córvido cibernético acerca de la visión que Lord Ceñosangre había tenido, y le pidió que viajase al Colmillo cuanto antes. Vya voló hacia allí, batiendo con fuerza sus largas alas negras. Extendiendo su báculo, el Sacerdote Rúnico aprovechó una parte de los furiosos vientos que rugían encima y envió el huracán sobre su lomo, haciendo que Vya volase con aún más rapidez. Si las predicciones de Kjarl eran ciertas, llevaba consigo noticias de gran importancia.

Tal vez la táctica fue vista por Magnus, porque en cuanto el cuervo sobrevoló la Península Rans, un enjambre de Demonios tiburones del cielo se lanzó en picado tras él. Vya era más rápido, pero los Demonios planeaban sobre los vientos etéricos y su hambre malévola les daba velocidad. El Demonio principal se abalanzó hacia delante, con energías funestas crepitando en sus fauces, y Vya convirtió las plumas de su cola en cenizas humeantes. El mensaje de Ceñosangre, llevado sobre alas frágiles, estaba a segundos de ser silenciado.

De repente, un trueno retumbó y un relámpago relució. Seis de los Demonios quedaron iluminados por una luz blanca cegadora antes de desaparecer por completo, y una tormenta de bólteres explosivos martilleó en la penumbra al resto del grupo demoníaco. Deslizándose desde las nubes surgió la Thunderhawk Lanza de Hierro, con sus puertas delanteras abiertas como las fauces de una sierpe metálica. Con un rugido de turbinas, la cañonera abrió fuego para atraer a Vya a su bodega cavernosa, salvándola de los chillidos de los Aulladores, que gritaron con frustración mientras la Thunderhawk se alejaba. Los ciberfamiliares de Barbaquemada llevarían su mensaje al Colmillo, y así, alertarían a sus guardianes del desastre que amenazaba destrozar el corazón de la fortaleza-monasterio.

En las profundidades del Respirafuego, Magnus y su cónclave de Hechiceros Exaltados entonaron encantamientos maléficos encima de un lago de lava hirviente. Esa misma roca fundida, donde se arremolinaban fantasmas disformes después de que el rayo de la Torre Plateada hubiese impactado en el blanco, burbujeaba con energías oscuras. Un humano normal habría muerto en segundos en el furor sulfuroso del volcán, pero Magnus no era un hombre, y sus vasallos Hechiceros estaban mucho más allá de las limitaciones de la carne. La cábala llevó a cabo un gran rito que convocó a sus aliados demoníacos en la lava. Los ojos, la boca y las garras prensiles se hincharon y burbujearon a través de la roca fundida hasta que el lago de fuego quedó infestado por completo.

Magnus había elegido a los más destacados practicantes de la tradición Pyrae para que le ayudasen en su tarea, y ahora les había llegado el turno de unirse al ejército en el lago de fuego. Uno a uno, los Hechiceros dejaron de ser criaturas de carne, hueso y ceramita para convertirse en seres de llama viva, deslizándose en la lava como si fuera agua cristalina y desapareciendo bajo la superficie sin una ondulación. Magnus sonrió satisfecho antes de extender por completo sus poderosas alas y volar hacia los picos dentados del horizonte.

El ejército, una amalgama de Demonios y piromantes, se deslizó a través del manto de fuego del planeta con la facilidad de tiburones nacidos en corrientes de aguas profundas. Incluso estando ciegos, podían sentir la dirección del Colmillo dentro de las líneas místicas que atravesaban Fenris, pues su espíritu indomable era tan fuerte que tenía una presencia psíquica propia. Se acercaron nadando, haciendo presión en las granjas de energía geotérmica que impulsaban aquella inmensa fortaleza desde abajo. Su intención era atacar los santuarios interiores de los Lobos Espaciales desde dentro y destruir sus generatorums, sumiéndolos en la oscuridad y silenciando sus armas para que sus hermanos pudieran entrar. Habían elegido un vector de ataque tan extraño que ni siquiera los Sacerdotes Rúnicos lo tendrían en cuenta para protegerlo. Era un plan digno de un Primarca Demonio, y mientras el ejército fundido burbujeaba a través de las alcantarillas de magma del Colmillo, parecía que sería un éxito sin precedentes. Sin embargo, como dicen en Fenris, a veces el guerrero más manso puede erigirse contra el gigante más poderoso.

Alcanzando de forma segura los muelles Skyshield del Colmillo en la Thunderhawk Lanza de Hierro, Vya el cuervo cibernético ya había volado a través de los pasillos de la fortaleza antigua con el mensaje de Ceñosangre en la vanguardia de su mente. Alcanzó a los Sacerdotes de Hierro de los niveles más bajos pocas horas antes de que los ejércitos de magma tomaran forma una vez más en las mazmorras inferiores de la fortaleza de los Lobos Espaciales. Repiqueteando y graznando en canto binario, el ciber-cuervo habló del río de llamas que Ceñosangre había visto levantarse para ahogar el Colmillo. Fue suficiente para que los Sacerdotes de Hierro consultasen a Krom Ojodragón, castellano del Colmillo, y para monitorizar los niveles subterráneos de su fortaleza. Allí detectaron picos de energía que dieron credibilidad al mensaje del cuervo.

Fue suficiente. Desde el primer choque en suelo fenrisiano, los Sacerdotes de Hierro habían comenzado el proceso de despertar y preparar para la guerra a los Dreadnoughts de la base del Colmillo. Su intención original había sido la de enviar a los caminantes protegidos por el casco de adamantium a batallar contra los invasores más allá de las llanuras de hielo. Ahora, bajo la orden de Krom, se apresuraron a enviar sus poderosas cargas contra el enemigo interior.

En las profundidades del Colmillo

En las profundidades del Colmillo

Los Sacerdotes de Hierro que corrieron hacia el lecho de roca del Colmillo estaban al borde de la desesperación. Si el mensaje del cuervo era verdad, tenían poco tiempo para interceptar la extraña invasión que ya estaba en el interior del Colmillo. Primero tenían que buscar la ayuda de uno de los grandes héroes de Fenris. Bjorn Garra Implacable marcharía a la guerra una vez más.

Las mazmorras del Colmillo han sido durante mucho tiempo el hogar de esos secretos que los Lobos Espaciales mantenían ocultos al Imperio. La fortaleza-monasterio es tan grande que sólo los Sacerdotes de Hierro conocen la totalidad de su alcance. Se dice que sus túneles son más numerosos que los pelos de la espalda de un troll, y que se extienden durante kilómetros a través de la meseta de Asaheim. Las Grandes Compañías, una fracción de la fuerza que amasaron una vez durante la época de la Herejía, apenas llenan la décima parte del Colmillo cuando se reúnen todas las fuerzas del Capítulo. Aunque esto proporciona a los Lobos Espaciales una extensa guarida en la que preservar la cultura de su raza, también hace casi imposible la defensa de todo el Colmillo.

A través de las rejillas de ventilación y alcantarillas apareció una marea burbujeante de magma. Un hedor antinatural impregnó los niveles más bajos de los pasillos iluminados por antorchas, mezclado con un acre olor químico. La temperatura en esas profundidades solitarias que, por lo general, estaba muy por debajo del punto de congelación, comenzó a elevarse hasta convertirse en un calor irritante. El cambio estaba llegando a una parte de Fenris que había permanecido inalterada durante milenios.

Las primeras criaturas que surgieron crepitando de la materia Disforme fundida fueron los Horrores de Azufre, pequeñas bestias de fuego sulfuroso que escupían líquidos ardientes sobre los sellos sagrados tallados en las paredes para alejar el maleficarum (la influencia del Caos). Las runas parecían estallar, y los Horrores de Azufre más cercanos se apagaban en respuesta. Los otros se alejaron bailando con gritos de alarma en busca de cosas más fáciles de quemar.

Las siguientes en levantarse junto al fuego líquido fueron unas criaturas extrañas, de cuerpos curvados, conocidas como Incineradores. Lanzaban fuego disforme por sus extremidades musculosas, derritiendo roca y sello rúnico por igual. Pronto las paredes de la bóveda quedaron cubiertas de fuego líquido, y caras deformes y anatomías retorcidas aparecían en las llamas antes de materializarse como Demonios con entidad propia.

En éste panorama de enfermizos colores rosados emergió Xarax Throtep, líder Piromante de la hueste Tizcan, y un trío de compañeros piromantes. Sus formas de fuego se unieron a partir del magma. Primero, cascos con cuernos, luego anchos hombros, seguidos de túnicas de llamas. Un aquelarre que flotaba reluciente sobre el río de roca fundida que fluía como una serpiente a través de los pasillos del Colmillo. Los Señores del fuego Tizcan compartieron una comunión silenciosa mientras más Demonios subían desde el río de fuego, para luego partir hacia el sur, arrastrando a su paso llamas disformes.

La misión que Magnus había dado a sus formadores de fuego era que provocaran tanta destrucción como les fuera posible. Ellos cumplieron la orden con mucho gusto, en parte para vengar a los centenares de sus guerreros que habían muerto asaltando la fortaleza-monasterio en el M32, y en parte para distraer la atención de las verdaderas acciones de su Primarca. La hueste llameante se hizo más numerosa a medida que más y más magma corrupto se derramaba en los pasillos, y cada ascua de roca fundida traía consigo una nueva progenie de Horrores o bestias demoníacas de puños llameantes. Su misión consistía en encontrar y sobrecargar los reactores geotérmicos que proporcionaban la energía al Colmillo. Si tenían éxito, la carnicería explosiva que causarían en las entrañas del Colmillo lo desestabilizaría y debilitaría. Mejor aún, muchas de las defensas del Colmillo quedarían sumidas en la oscuridad, de modo que las Torres Plateadas - y el propio Magnus - podrían asediarlo con impunidad.

Se dirigieron hacia las salas de los muertos, unas criptas donde los héroes de los Lobos Espaciales eran reverenciados. Cuando el Demonio Exaltado Escupeascuas - un lanzallamas gigante henchido por el poder de la transformación - se manifestó en la realidad, los antiguos tapices y escenas en madera que adornaban las paredes estallaron en llamaradas de fuego multicolor. Las sagas que representaban adquirieron una nueva forma en la que se mostraba a los Lobos Espaciales muertos a merced de esos tiranos y monstruos a los que, en realidad, habían matado con honor en el pasado.

A través de los niveles inferiores de las mazmorras, sonaron los aullidos de alarma de los servidores gárgola. Krom Ojodragón, de nuevo el castellano principal del Colmillo, tras haber regresado de las fortalezas destrozadas de Valdrmani, fue rápido en tomar su hacha y unirse a los defensores de los niveles inferiores. Entretanto, los Sacerdotes de Hierro apretaron sus colmillos y redoblaron sus esfuerzos para llevar al combate tantos Dreadnoughts como fuera posible. Dos de ellos fueron enviados a las guaridas ocultas de los Wulfen; había un ejército de Fenrisianos en las profundidades y, si eran capaces de liderarlo, la intrusión podría ser detenida.

Entre los Sacerdotes de Hierro se encontraba el Señor Bran Faucerroja, que con profundos aullidos alertaba a los perdidos y los que soñaban. Con su casco a un lado, el Señor Lobo podía oler el hedor del fuego disforme, que se hacía más fuerte a cada minuto que pasaba. Bran notaba cómo sus sentidos se rebelaban y la salvaje bestia que habitaba dentro de su alma trataba de liberarse, pero siguió sus órdenes con fuerza y constancia.

Una tras otra se abrieron las bóvedas en la oscuridad, y el sello de autoridad del Señor Faucerroja bastó para que incluso las puertas cerradas con runas de las cárceles más profundas se abriesen a un silbido suyo. Tras él, sombras bestiales se escabulleron por las paredes. Aullidos sedientos de sangre sonaron a través de los túneles del Colmillo mientras Bran conducía a su ejército secreto hacia el hedor repugnante de la invasión demoníaca.

En un túnel paralelo mucho más grande, y adornado desde el suelo hasta el techo con escritura rúnica, los Sacerdotes de Hierro lideraban una fuerza de ataque de los suyos. El polvo cayó desde el techo arqueado al paso de los colosos que habían despertado, reverberando a través del lecho de roca. Con ellos llegó Krom Ojodragón. A pesar que había ordenado a su Guardia del Lobo que dirigiese la defensa del Colmillo en su ausencia, lideró una fuerza de ataque formidable de Mata Dracos.

Los dos pasillos paralelos emergían en la caverna de Garra Implacable, una sala enorme y apuntalada. Poco después, Ojodragón y Faucerroja vieron la hueste de Sacerdotes de Hierro y Dreadnoughts. Valdrak Forjaescudos lideraba la procesión de caminantes señalando a los Señores Lobo, mientras los dos ejércitos convergían en uno. Aunque Forjaescudos sabía que debía tratarse de una sensación producida por algún efecto de la luz, podría haber jurado que vio una leve sonrisa esbozarse en el rostro curtido de Bran.

Al otro lado de la enorme caverna, un río de magma corrompido hervía y se revolvía hacia ellos. Demonios con formas cambiantes bailaban y saltaban por encima de él, con sus voces chillonas mezclándose con las crepitaciones de las llamas. La corriente de roca fundida y sus jinetes demoníacos fluyeron por la caverna como un delta al mar, y su paso fue guiado y moldeado por los piromantes al frente en una serie de envites como puntas de lanza.

Situada a distancia de la hueste de llamas disforme, se dispuso una línea de Dreadnoughts, indomables en cuerpo e infalibles en voluntad. Algo más de sesenta se interponían a la invasión de los Demonios. Ese poderoso grupo se dispuso en torno al legendario Bjorn, el guerrero de la Garra Implacable, mientras el último de los piromantes entraba en la caverna; entonces, el viejo héroe profirió un grito de guerra tan fuerte que resonó como un trueno.

Los Wulfen fueron los primeros en atacar, como siempre. Por un tiempo, pareció que se revivía la caída de Tizca: llamas por todas partes, y las figuras musculosas saltando a la batalla contra los brujos de casco alargado de Magnus. Algunos de los Wulfen eran los mismísimos guerreros de la legendaria Gran Compañía de Jorin Colmillosangre, perdida en las mareas eternas de la Disformidad durante diez milenios. Habían sido rescatados por las Grandes Compañías, salvados del Mar de Estrellas y reintroducidos en el Capítulo, sólo para enfrentarlos a los mismos guerreros místicos a los que habían perseguido mucho tiempo atrás en el Ojo del Terror.

Esta vez, Xarax y sus compañeros piromantes estaban preparados para combatirlos. Con amplios gestos de sus báculos, lanzaron oleadas de Horrores y Aulladores a la batalla. Aunque cada Demonio fue despedazado o pulverizado por los Wulfen, los farfullantes engendros disformes lograron causar graves daños, incinerando a muchos héroes veteranos y clavando cuchillos de hoja larga en las caras sin protección. Los Hechiceros ganaron tiempo para sus subordinados, convirtiendo manadas enteras de Wulfen en ceniza dispersa con sus encantamientos.

Sin embargo, el ataque de los Wulfen también había servido para ganar un tiempo precioso, y sus propios aliados estaban ya muy cerca.

Guarida de los Antiguos

Guarida de los Antiguos (I)

La hueste de terrores ardientes que había atravesado las áreas inferiores del Colmillo se estaba enfrentando en batalla con filas de Wulfen. Un ejército de leyendas vivas estaba cerca. Cada héroe era una manifestación del espíritu indomable de los Lobos Espaciales, armado y blindado más allá de los límites mortales. No abandonarían sus guaridas frente a la hueste de la llama de Tzeentch mientras vivieran.

Todos a una, los Dreadnoughts de los Lobos Espaciales abrieron fuego. Una lluvia de disparos de cañón de asalto impactó en el blanco, y los rayos de los cañones láser los atravesaron como un rayo a través de una tormenta. El más cercano de los piromantes, Avantu Thotek, agitó su báculo, y una de las andanadas de proyectiles de metal se fundió, impactando en su objetivo como poco más que perlas de mercurio. La primera descarga de rayos de los cañones láser pasó de largo, sin alcanzar a la hueste de Demonios pero golpeando las cadenas que mantenían la puerta sellada. Una inmensa hoja de guillotina de adamantium cayó de golpe, aislando a los Demonios de fuego que llegaban a través de los túneles como refuerzo. Muchos de los Demonios danzantes que hacían cabriolas dentro de la caberna interpretaron mal la situación y se rieron en señal de triunfo, pensando que los Lobos Espaciales estaban encerrados y a su merced. Entonces los cañones congelantes de los Dreadnoughts abrieron fuego al unísono, y la letal verdad se hizo evidente.

La cabecera del río de magma explotó y se replegó como la cresta de una ola atrapada en una galerna. El fuego se convirtió en hielo y la piedra fundida mutó en un muro congelado, que se enroscó alrededor de Xarax Throtep. Durante un momento, el Hechicero se quedó clavado en su lugar. Un punto de luz destelló desde el interior del muro durante un segundo y, a continuación, todo el edificio estalló en todas direcciones como una nube de dispersión de aves fénix esqueléticas. Las aves demoníacas prendieron fuego a la roca húmeda de las paredes de la caverna, creando en el proceso una cortina de humo que oscurecía a la hueste de Tzeentch de los cañones del enemigo.

Envalentonados, los Demonios de fuego volvieron a atacar. Xarax Throtep arrojó proyectiles de fuego centelleante tan fieros que derretían incluso los cascos de adamantium de los Dreadnoughts. Un muro de fuego disforme surgió desde el suelo de la caverna una vez más. Esta vez fue Bjorn el que se interpuso en su camino, sacudiendo el suelo a su paso mientras disparaba una carga lenta pero imparable. Impactó el muro de llamas sin ralentizar la velocidad. Las runas de majestad y conservación grabadas en su casco se dilataron como el azul helado de un cielo de invierno, mientras combatían el Maleficarum que amenazaba con consumirlo. De repente, apareció desde el muro de fuego psíquico, brillando de la cabeza a los pies con energías incandescentes. Por un momento, los Sacerdotes de Hierro temieron que el guerrero gigante había encontrado su destino final. Pero Garra Implacable llevaba consigo la bendición del mismo Russ; incluso se había enfrentado a Magnus y había sobrevivido.

Las corrientes de llamas que convergían en Bjorn se hicieron más brillantes cuando los piromantes canalizaron cada vez más energía en él. Una a una, sus runas de hielo se extinguieron y, aunque una docena de Dreadnoughts cargaba a su paso, su ayuda llegaría demasiado tarde. El casco de Bjorn comenzó a derretirse, mientras los espectros de vapor parloteaban donde las serpientes de fuego lo constreñían para enviar riachuelos de adamantium silbante a las piedras.

Entonces, vino el aullido.

Guarida de los Antiguos (II)

Cientos de Wulfen, recuperados de las cuatro esquinas de la galaxia tras su largo exilio, cargaron al cuerpo a cuerpo. Entre ellos había criaturas de miembros largos y ojos amarillos brillando a la luz del fuego. Algunos eran esbeltos y delgados, otros enormes y fornidos, gigantes de cabezas lupinas que empuñaban grandes lanzas ceremoniales. Se reunieron alrededor de su señor Bran Faucerroja, y del Dreadnought arrasador conocido como Murderfang. La ira destructiva de la máquina les estimuló a perpetrar acciones cada vez más violentas. Un centenar de fusiones diferentes de lobo, guerrero de tribu y Marine Espacial corrían y saltaban sobre el delta de magma, mostrando los dientes y la saliva de sus bocas rugientes.

Incluso una bestia depredadora fenrisiana se habría resistido a cruzar la llama mágica, pero aquellas cosas que consideraban las mazmorras su hogar no conocían el miedo. Decenas y decenas fueron quemadas o mutadas, pero el resto siguió su camino en una marea de colmillos y garras. Cayeron sobre los Demonios de fuego como si no ansiaran otra cosa que su esponjosa carne, arrancándola en grandes trozos pese a que el magma les quemaba sus extremidades como brasas brillantes. Dos de los piromantes fueron derrotados y aniquilados tanto por la furia pura como por la fuerza de las extremidades, mientras los otros convertían a las criaturas lobo en ceniza.

Entonces, la primera oleada de Dreadnoughts impactó en el blanco con sus garras-guantelete, y la hueste de Demonios comenzó a ceder. Como un muro móvil de adamantium que lo arrasaba todo a su paso, el ejército de héroes enterrados avanzó a través de paredes de fuego mutante y grupos de Horrores Demoníacos, hasta que lo único que quedó fueron charcos de ectoplasma ardiendo. La batalla en las profundidades del Colmillo se recrudecía a cada segundo que pasaba, pero Xarax Throtep no aparecía por ningún lado. En las cámaras del reactor más allá de la caverna, los fuegos saltaban y bailaban como si alguien les hubiera hecho cobrar vida.

Capítulo 3: La Serpiente y el Lobo

La Serpiente y el Lobo


El relato de Haakon Ojo Amarillo (Relato Oficial)

El Relato de Haakon Ojo Amarillo (Relato Oficial)

Se dice que, en el Tiempo de la Creación, el Todopoderoso lanzó la esfera de Fenris al Mar de Estrellas, creyendo que no era un lugar apto para la vida. Fenris sintió el frío de la Oscuridad y corrió de vuelta a la calidez del sol, llamado el Ojo del Lobo. Sin embargo, el calor del Ojo resultó ser demasiado, y Fenris huyó hacia la Oscuridad exterior de nuevo. Es por éste motivo que cada Gran Año Fenris corre hacia el sol en Verano, y entonces vuelve a escapar para sumergirse en el abrazo del Invierno.

(El Relato de Haakon Ojo Amarillo)

El relato de Haakon Ojo Amarillo

El Relato de Haakon Ojo Amarillo

Los cielos de Fenris ardían a medida que los planes de Magnus se desvelaban. Los escombros al rojo vivo caían del cielo, restos de la que antaño fuera una gran nave destruida por la traición y por un trágico malentendido. Las Torres Plateadas flotaban en órbita baja, y sus bombardeos de energía caleidoscópica destrozaban a cualquier nave Imperial que osara entablar combate. Las auroras que llenaban el cielo nocturno vacilaron y tomaron forma, convirtiéndose en grandes leyendas zodiacales que se retorcieron en la estratosfera. Para los miembros de la Tribu de Fenris, la serpiente ardiente de los Mil Hijos parecía lo bastante grande como para consumir las estrellas, y cada noche crecía más. Pero no estaba sola. Con el espíritu guerrero de Fenris avivado por las llamas de la invasión de Magnus, el Mundo Lobo había aparecido en forma de espíritu. El pueblo de Fenris experimentó un éxtasis feroz, cuando la bestia celestial desgarró grandes nebulosas de esencia de éter de su enemigo. Era una batalla surrealista e inhumana, y cada golpe tardaba toda una noche en consumarse. Para los videntes de Fenris, aquello era un signo inequívoco de que el espíritu inmortal del planeta estaba malherido... pero aún seguía en pie.

La serpiente y el lobo

El regreso de una leyenda

El Regreso de una leyenda

El Alto Rey de Fenris estaba perdido bajo la superficie de Midgardia, y resultaba irrecuperable hasta que Egil Lobo de Hierro recuperó parte de su armadura y coaccionó a su espíritu máquina a revelar la localización de su dueño. Fue Egil quien lideró la teleportación, arriesgándose a translocalizarse a un infierno o incluso a la roca madre del planeta en el proceso.

Los Lobos de Hierro siempre habían sido respetuosos con los espíritus máquina que les prestan servicios, y los Sacerdotes de Hierro que atendian el teleportarium conocían bien su oficio. En una cúpula de energía cerúlea crepitante, Egil cruzó con éxito hasta el corazón de piedra de Midgardia, con un teleportador apretado en sus guanteletes con garras. Tras una corta pero desesperada búsqueda en la oscuridad, se encontró con Logan Grimnar y su Guardia Real abriéndose paso metro a metro desde la caverna de los Tetrarcas.

Egil se arrodilló frente a ellos, presentando la baliza de teleportación como un caballero presenta una espada frente a su señor. Rápidamente se completó el ritual de teletransporte y el Señor Lobo de Hierro y el Alto Rey se alzaron sobre el puente del Honor del Padre de todos. Sus expresiones pétreas estaban iluminadas por el fuego de la desaparición de Midgardia. El Alto Rey de Fenris había estado a punto de perecer pero gracias al ingenio de Egil Lobo de Hierro había podido salvarse y estaba donde debía estar: a la vanguardia del esfuerzo de guerra.

En el strategium de su nave insignia, el Señor Grimnar inspeccionó los pergaminos y las hojas de datos que le habían llegado desde todos los rincones del Sistema Fenris. En torno a él se reunieron no sólo sus campeones, sino también el Señor Lobo de Hierro, los restos de su manada y los Caballeros Grises del Gran Maestre Valdar Aurikon, que se habían transportado al puente cuando la noticia de la mancha demoníaca de Midgardia les llegó. Los rasgos de Grimnar, amoratados por los golpes, eran sombríos. Ningún vasallo se atrevía a acercarse al alcance de su inmensa hacha carmesí. Una holopantalla dominaba la sala cilíndrica y su luz ambarina resaltaba aún más los gestos cansados del Gran Lobo. Uno de sus ojos estaba medio cerrado y su rostro girado. Tenía escrito el fracaso en la cara de la forma más gráfica posible. Fracaso a la hora de predecir, a la hora de proteger, a la hora de arrebatar la victoria a un enemigo vil. Lo que estaba viendo ante sí quemaba su alma hasta la médula.

En la holopantalla del strategium se mostraba el planeta Midgardia. Su superficie era un infierno, con el intenso calor danzando cual remolinos de olas con un aspecto casi fluido desde la órbita. Egil Lobo de Hierro había explicado al Señor Grimnar los detalles del destino del planeta; su corrupción se había considerado tan masiva que la flota Imperial reunida por el Supremo Gran Maestre Azrael había ejecutado la sanción definitiva. El planeta había sido golpeado por varias oleadas consecutivas de misiles y golpes de lanza. La primera salva de ojivas había sido cargada con una potente bio-toxina que redujo toda la materia viva, corrupta o no, a un mantillo negro repugnante, y al hacerlo llenó la atmósfera del planeta con gases combustibles. La segunda salva estaba compuesta por misiles espada de fuego, los cuales detonaron con tal potencia ardiente que el aire del planeta se había inflamado, de mar a mar. El infierno abrasador que siguió fue lo suficientemente potente como para fundir la roca. Toda criatura viviente quedó reducida a cenizas, los orgullosos bastiones se contrajeron y convirtieron en metal fundido y expulsaron a los Demonios de Nurgle, junto con sus plagas, de vuelta a la Disformidad.

Grimnar recibió cada nuevo pedazo de información en solemne silencio, asintiendo con la cabeza frente a la gravedad de las pérdidas. Midgardia había sido antaño el hogar de billones de almas, puros supervivientes. Su rechazo a abandonar aquel mundo letal a pesar de sus junglas de hongos mortíferos y túneles sulfurosos llenos de peligros naturales, hablaba claro de la mentalidad de Fenris. Robustos y tenaces, cada año habían reunido regimientos del Astra Militarum en los que los Lobos Espaciales confiaban como aliados afines. Su pérdida era un duro golpe para el Sistema Fenris y para todo el Imperio. Grimnar era un gobernante sabio y sabía que un planeta tan plagado por la mancha del Caos como Midgardia sólo tenía un destino posible. Por irritante que fuera admitirlo, los Ángeles Oscuros habían hecho bien en purgar el planeta para evitar que los Demonios se siguieran extendiendo. Y aún así, habían dejado su tarea sin terminar.

El regreso de una leyenda (Relato Oficial)

El Regreso de una leyenda (Relato Oficial)

- "Mi señor," - dijo Egil Lobo de Hierro, con la mirada respetuosamente baja - "¿cuál va a ser nuestro curso de acción?".

- "Creo que lo sabes," - dijo el Alto Rey. - "Haremos lo que es justo."

Junto a ellos, el Gran Maestre Valdar Aurikon giró su cabeza. - "Se ha acabado, ¿no es cierto?" - preguntó. - "Nuestro curso nos lleva a Fenris, si el Astra Telepathica dice la verdad."

- "Nada me gustaría más que defender nuestro mundo central," - dijo Grimnar. - "Pero queda tarea por hacer aquí."

Aurikon movió sus brazos señalando la pantalla. - "¿Creéis que los Ángeles Oscuros no han golpeado con la suficiente fuerza?"

- "Midgardia es un mundo resistente," - dijo Grimnar, con cuidado de no revelar demasiado. - "Hay un mundo bajo tierra al igual que lo había sobre ella."

Aurikon sacudió la cabeza. - "La tormenta de fuego debería haber robado el aire de los pulmones de cualquiera que hubiera intentado ocultarse allí."

- "No tiene por qué," - dijo Egil Lobo de Hierro. - "Las bóvedas herméticas están refrigeradas, y fueron construidas para mantener fuera cualquier posible peligro."

- "En ese caso los Primeros han elegido un método erróneo para su Exterminatus," - dijo Aurikon. - "¿Es eso lo que me decís?"

Grimnar se encontró con la mirada de Lobo de Hierro, el cual le miraba cual depredador en una ventisca, antes de girarse hacia Aurikon. - "En efecto. No podemos saber cuántos de esos Demonios habrán escapado a la cuarentena". - Sus hombros se hundieron con el peso de la muerte inminente del planeta sobre ellos. - "Debemos destruir el planeta desde el interior."

- "Lo haremos," - afirmó Aurikon solemnemente. - "Nos llevará tiempo hacer detonar el núcleo, un tiempo que no tenemos."

- "Tenemos el arma apropiada," - dijo Grimnar. - "El Colmillo de Morkai, se llama. Está a bordo de ésta misma nave."

- "Entonces dad vuestro sello y disparad," - dijo el Caballero Gris.

- "No es tan fácil, " - dijo Grimnar. - "Para penetrar la corteza y destrozar el planeta tenemos que reabrir la Fuente de Fuego. Ésta se hunde a suficiente profundidad en el planeta como para que el Colmillo cumpla su deber. "

Aurikon asintió lentamente. - "Sin la presencia de adeptos en el planeta, tendremos que intervenir directamente."

- "Lo haremos, " - dijo Egil. El silencio se extendió en el strategium.

- "En ese caso, iremos con vosotros, " - dijo Aurikon.

- "No es necesario, " - dijo Grimnar, pero Aurikon ya se estaba preparando y dando órdenes a sus guerreros.

- "Sea," - suspiró el Alto Rey, girándose con determinación en sus ojos hacia sus Campeones. - "Volvemos a Midgardia."

Destruir un planeta

Destruir un planeta

La decisión se había tomado. El alto mando de los Lobos Espaciales daría un golpe de gracia en el Gran Generatorium, un profundo túnel abisal que desviaba la energía del núcleo de Midgardia. Al abrir las antiguas puertas selladas, allanarían el camino para que la energía letal penetrara lo suficiente como para destruir el planeta.

Con la autoridad no sólo del Gran Maestre de los Caballeros Grises, sino también de un Señor del Capítulo de la talla de Logan Grimnar, les resultó sencillo a los comandantes de la misión requisar una docena de Cañoneras Thunderhawk de la flota Imperial. Las naves eran las únicas, dentro del arsenal del Imperio, capaces de adentrarse en la tormenta de fuego que estaba consumiendo Midgardia, ya que su casco recubierto de ceramita podía resistir incluso los calores más incandescentes. Se lanzaron casi de forma vertical desde órbita baja para alcanzar las gruesas capas de humo que envolvían el planeta y, a continuación, se sumergieron en las llamas ardientes.

Una fuerza de élite de Lobos Espaciales desplegó inmediatamente sobre la superficie del planeta, los cascos de sus naves de inserción brillaban enrojecidos con las energías ardiendo a su alrededor. Volaban directos como una flecha hacia los muros concéntricos del Gran Generatorium, ya que la velocidad era su mejor protección.

En el acercamiento, la Thunderhawk personal de Egil Lobo de Hierro, Garra Gris, dejó escapar un rugido de canto binárico audible incluso por encima de la cacofonía del infierno. Modulado con precisión para inducir a la obediencia de los espíritus máquina de la puerta superior del Generatorium, tuvo el efecto deseado. La estructura se abrió como una flor y las Thunderhawks entraron en su interior, dejando una estela de llamas.

En su interior se desarrollaba una escena de pesadilla. Masas de refugiados habían invadido el interior de la macroestructura en busca de un refugio, pero habían quedado atrapados junto a quienes se habían refugiado con anterioridad. Fuera cual fuera la plaga que la población había traído con ellos se había extendido, convirtiendo a hombres en hongos monstruosos. Demonios de carne y huesos quemados habían sido cocinados a presión gracias al calor exterior. La masa se retorció y gimió conforme las Thunderhawks se acercaban.

La cañonera plateada de Valdar Aurikon abrió fuego mientras descendía para desembarcar a sus pasajeros. Incluso antes de que tocaran tierra, los Caballeros Grises limpiaron la zona de aterrizaje con sus bólteres, espadas y llamas purificadoras. La nave de Egil no se quedó atrás y emitió otro aullido, haciendo que se elevara el acceso que se encontraba en el suelo. Los Lobos Espaciales se separaron de los Caballeros Grises y entraron rápidamente con sus Thunderhawks, lanzándose entre las enormes bobinas de cobre del Generatorium.

El tiempo corría en su contra, ya que al abrir la bóveda inferior habían roto la principal defensa del inframundo contra el cataclismo, pero los Lobos Espaciales siempre han sido excelentes cazadores. Escasos minutos después, las manadas de Grimnar habían desembarcado de sus Thunderhawks y localizado una antecámara cavernosa llena de nativos de Midgardia, desesperados y medio muertos de hambre. Al ver a Grimnar rompieron en llantos de emoción; el más anciano de los nativos preguntó en tonos reverentes si el legendario héroe de las sagas, la mano derecha del Emperador, había venido a salvarlos. El Gran Lobo tenía poco tiempo para estas muestras de reverencia. En tonos claros que no dejaban duda, reunió a tantos nativos de Midgardia como pudo en las bodegas medio vacías de sus cañoneras. Egil Lobo de Hierro y sus Sacerdotes de Hierro trabajaban con rapidez en la matriz del Generatorium, desencadenando los imperativos cogitadores que abrirían el resto de los pozos de la colosal estructura abisal antes de enviar un mensaje a los Caballeros Grises que luchaban en los niveles superiores. Los preparativos se terminaron, era hora de retirarse y pasar a Midgardia por la espada de una vez por todas.

Las Thunderhawk de la expedición de Logan rugieron al salir del Gran Generatorium. Empujadas por las corrientes termales surcaron los cielos mientras el calor del infierno del planeta era reemplazado lentamente por el frío bendito de los cielos. En cuestión de horas se habían reunido de nuevo con la flota de Lobos Espaciales. Usando como excusa a los dañados espíritus máquina de sus naves, las cañoneras de Fenris desembarcaron a sus pasajeros en un hangar privado, lejos de los ojos de los Caballeros Grises.

Reunidos en el puente del Honor del Padre de todos, Logan Grimnar se encontró de nuevo con el gran Maestre Aurikon.

El Caballero Gris rechazó la oferta de un apretón de manos guerrero de Grimnar, pero era tal la profundidad de los eventos a punto de ocurrir que no se dijo nada más. La ingrata tarea no esperaría indefinidamente.

En Construcción (06 - Agosto - 17)

La rabia de Logan

La rabia de Logan

La enorme explosión causada por el Colmillo de Morkai destrozó Midgardia desde su núcleo. El Sistema Fenris habia sufrido una herida mortal.

No cabía alegría alguna en el corazón de Logan Grimnar cuando la noticia de la desaparición de la flota de Tzeentch llegó a sus oídos. El Sector Fenris había quedado liberado de la maldición de las Torres Plateadas, pero un planeta bajo su tutela había muerto... y por su mano. Las emociones ardían en su pecho, tan ardientes como la bola de fuego que surcaba los cielos, pero en vez de apagarse se calentaban aún más a cada segundo que pasaba. El Cíclope estaba tras esto, un viejo y astuto enemigo de los Hijos de Russ. Lo sabía con tanta seguridad que casi podía escuchar la risa del monstruo resonando en sus oídos. Para su consternación, sus sospechas se confirmaron cuando una salmo-misiva llegó al strategium de la Honor. Un gigante carmesí caminaba por Fenris, sembrando la destrucción a su paso.

Dando la orden de avanzar a toda marcha, Grimnar se acercó a las cubiertas del motor con un trío de Sacerdotes de Hierro tras sus pasos. La determinación del Gran Lobo de luchar en persona por su mundo natal era tan estridente, tan cercana al límite de la rabia irracional, que todos los hombres y servidores en la Honor del Padre de todos redoblaron sus esfuerzos para acelerar al máximo posible. La órbita de Midgardia les permitía acercarse con rapidez a su destino, y la flota de Logan no tardó en llegar a su mundo natal. En cuanto los Sacerdotes de Hierro santificaron la órbita, las alarmas de invasión resonaron y todo Lobo Espacial a bordo de la Honor se dirigió raudo y veloz hacia un teleportarium, hangar o bahía de atraque.

La venganza del Gran Lobo estaba cerca.

CONTINUARÁ en breve. . .

Fuentes

  • Codex: Lobos Espaciales (7ª Edición).
  • Campaña Zona de Guerra Fenris: La Maldición de los Wulfen. Games Workshop.
  • Campaña Zona de Guerra Fenris: La Ira de Magnus. Games Workshop.