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"Empezamos ignorantes, luchando una guerra que no entendíamos contra armas que nunca habíamos soñado que pudieran existir. No estábamos preparados, éramos vulnerables: éramos débiles. Pero en esos primeros momentos nuestros enemigos nos dieron fuerzas. Fuerzas para vivir, para alzarnos de los campos sangrientos, para seguir avanzando sin caer: todo eso es nuestro ahora, y no existía antes."
- —Primer Capitán Sigismund, dirigiéndose a los Templarios en la Primera Puerta de Terra
La Batalla de Phall fue un enfrentamiento naval entre las flotas de los Guerreros de Hierro y los Puños Imperiales que tuvo lugar en el sistema Phall en el 007.M31, en las primeras fases de la Herejía de Horus.
Historia[]
La Batalla de Phall fue una entre muchas, en una era de masacres y traiciones. La llama de su recuerdo titila débilmente en comparación con las de tantos otros actos aún mayores de traición que señalaron la muerte de la unidad. ¿Qué es Phall comparada con la escala de las pérdidas de Calth, o el titánico conflicto de Istvaan? Todos estos y muchos otros fueron planes creados por Horus para corromper, incapacitar y destruir a aquellos que podrían oponérsele en una guerra que pretendía que fuese una victoria veloz y segura antes de que todo el poderío de su enemigo pudiese alzarse iracundo contra él. Muchos de estos complots y emboscadas tuvieron éxito, y otros fracasaron, pero todos estaban destinados a suceder antes de que el Imperio se diera cuenta de que estaba luchando por su misma supervivencia.
En este contexto, Phall fue solo una perla sangrienta más colgada en torno al cuello del Imperio en el momento de su traición. En perspectiva, no obstante, puede verse la verdadera importancia de Phall. Hay muchas razones para esto. Pragmáticamente, tuvo un efecto crucial tanto en guerreros como en naves, desangrando a dos poderosas flotas de batalla de las Legiones Astartes en un momento en que cualquier fuerza intacta podría haber inclinado la balanza a favor de su bando, y se puede decir que su desgaste podría haber sido uno de los factores del resultado final de una guerra que duraría años en lugar de meses. También fue un momento de heroísmo supremo, una profunda sombra arrojada por la luz de la lealtad sobre la oscuridad del engaño. Fue un desastre, una oportunidad perdida por culpa del mayor y más atemporal de los asesinos: la casualidad. Quizás sea por esa cruel razón que Phall es recordada como un sinónimo de sacrificio y aún es una cicatriz en el alma del Imperio.
Antecedentes[]
Rogal Dorn fue el primer Primarca en conocer la traición de su hermano. Mientras viajaba de vuelta a Terra con el grueso de sus fuerzas, su flota se vio atrapada por un brote de tormentas Disformes. Por su parte, la Eisenstein se vio atrapada en las mismas tormentas al huir de la Atrocidad de Istvaan III, y de algún modo los caminos del Pretoriano de Terra y los Leales fugitivos se cruzaron. Ninguno de los presentes habló jamás del momento en que Dorn se enteró de la traición de Horus. Solo se puede adivinar la furia del Primarca, pero su respuesta fue clara. Dividió su flota, reservándose a una parte para defender Terra y enviando a la otra a atacar vengativamente a Horus. Casi un tercio de las naves y guerreros de la Legión fueron enviados bajo el mando del Señor de la Flota Yonnad con este fin, reforzados con auxiliares del Astra Militaris del Sistema Solar y escuadrones destructores adicionales de la Flota Saturnina de reserva. Más de quinientas naves se lanzaron de nuevo al interior de las tormentas y pusieron rumbo al sistema Istvaan. Era una Flota de Retribución, diseñada para ser una manifestación de la justicia y transmitir la rabia de un hermano.
La Flota de Retribución nunca llegaría a Istvaan. Poco después de su partida, fue engullida por el atormentado Empíreo, que para los augurios astropáticos de Terra pareció convulsionarse en torno a la flota y tragársela entera. Su destino fue uno torturado, áspero y dirigido. Fue despedazada por las tormentas disformes, y sus escombros y naves supervivientes tuvieron pocas opciones más para sobrevivir que huir a la única costa calma, como si fueran una tripulación de náufragos de las historias de la antigua época de la navegación a vela. Ese único refugio resultó ser el sistema Phall. De los navíos y guerreros enviados por Dorn, apenas dos tercios sobrevivieron al paso por las tormentas disformes; como era de esperar, las naves Astartes más grandes fueron las que mejor salieron paradas, pero aun así muchas estaban dañadas y habían sufrido bajas. Las naves supervivientes se encontraron aisladas del Empíreo, encalmadas en una isla de frío silencio. Con la Disformidad agitándose por la hirviente furia de las tormentas a su alrededor, no podían salir de Phall sin sufrir una calamidad segura, y sus Astrópatas supervivientes no podían recibir ni enviar mensajes a través de la barrera de la tempestad, que no hacía más que repetirles sus propios mensajes, retorciéndolos como si se burlase de ellos. Peor aún era el hecho de que Yonnad, uno de los comandantes de mayor confianza de Dorn y un estratega y líder cuyo historial casi no tenía rival en su Legión, había muerto en las galernas.
El manto del mando[]
Los Puños Imperiales son una Legión sujeta por la disciplina y el respeto inflexible a los juramentos de honor. Yonnad había muerto, pero en vida había ungido a su lugarteniente y alumno con la responsabilidad de tomar el mando si él caía en combate. Alexis Polux era un Capitán recientemente ascendido al mando, nativo de Inwit y notorio por su gran estatura y su pétreo carácter, pero su fama aún no había alcanzado a muchos fuera de las filas de los hijos de Rogal Dorn. Frío, calculador y directo, sus décadas de servicio le habían distinguido ante algunos como un guerrero digno, pero en la Flota de Retribución había Puños Imperiales cuya fama y experiencia superaban a las del joven Polux: Capitanes como Armandus Tyr, Pertinax y Scallus contaban con historiales muy superiores al suyo. Sin embargo, el Señor de la Flota Yonnad había visto más en el hombre al que había escogido, y se dice que había dicho al propio Rogal Dorn que Polux tenía la chispa de la genialidad en su comprensión de la guerra, una chispa que aún tenía que alcanzar todo su potencial. No se puede saber qué habría sido de Polux si el mando de la Flota de Retribución no hubiera recaído en él, pero como dice el proverbio, “cuando llega la hora, llega el hombre”. Esto resultaría cierto en el caso de Alexis Polux, y en retrospectiva se puede ver que el mando de Polux alteró el futuro de toda su Legión.
Aceptando el mando de la flota, la primera orden de Polux fue disponerla en un estado de preparación para un ataque. Las reservas y suministros pensados para realizar una larga campaña fueron dedicados de inmediato a reparar y armar por completo a las naves supervivientes, sin escatimar en gastos; una hazaña colosal de organización en la que el propio Polux tuvo un papel principal. Las naves las desplegó en una esfera constantemente cambiante al borde del sistema, convirtiendo así la flota en una fortaleza en el vacío, vigilante y siempre preparada para responder a un ataque, y también colocada para cruzar a la Disformidad si se despejaba un paso a través de las tormentas. Los días se convirtieron en meses, y los Puños Imperiales mantuvieron su disposición, cartografiando cada marea gravitacional y sincronía celestial del sistema planetario hasta conocer su potencial campo de batalla como la palma de su mano. Los Puños Imperiales se entrenaron sin descanso en todos los aspectos, desde el combate cuerpo a cuerpo a la coordinación de disparos entre cada sección de la flota, practicando maniobras y estratagemas contra toda eventualidad con una minuciosidad que habría sacado los colores a un comandante de la XIII Legión. Aunque se intentó repetidas veces atravesar las tormentas, no hubo éxito.
La decisión de Polux de disponer a su flota en semejante estado de defensa activa, en lugar de conservar sus fuerzas, o de intentar atravesar las tormentas tan pronto como pudiera (dadas las terribles órdenes que habían jurado obedecer) podría parecer extrañamente clarividente, pero esa conclusión no tiene en cuenta varios factores de la situación de la Flota de Retribución y de la naturaleza de los propios Puños Imperiales. Ante la incertidumbre, la defensa es la respuesta natural de la VII Legión, y la inacción no forma parte de su naturaleza. Rogal Dorn dijo más de una vez que “si uno espera a que un enemigo declare su intención de atacar, le está regalando la victoria antes de que la batalla haya empezado”. La cautela de Polux tampoco era infundada. El sistema Phall, aunque poco conocido, aparecía en los registros de la Gran Cruzada como habitado en dos de sus planetas. Phall I y II eran ambos mundos agrícolas, uno cubierto por océanos y otro por bosques fúngicos. Sus poblaciones, aunque no demasiado amplias para la media de muchos mundos, estaban no obstante bien establecidas, vivían en paz y se sabía que mantenían comunicaciones constantes con el resto del Imperio, al cual suministraban forraje regularmente.
Cuando la Flota de Retribución llegó a Phall, se encontró ambos planetas despojados de vida humana, sin pistas evidentes de la causa de esta repentina calamidad ni tampoco restos de los muertos. Esto, por supuesto, despertó alarma y profundas sospechas, y solo alimentó la cautela de los Puños Imperiales. En retrospectiva, puede verse con claridad como otra prueba de que Phall no fue un campo de batalla casual, sino un lugar preparado o quizá predeterminado por los Poderes Ruinosos como trampa y lugar de emboscada, un matadero destinado a condenar a una Legión. Que algo así (la manipulación de la Disformidad para desviar a una flota de su rumbo, hacerla naufragar y atormentarla, y luego llevarla una vez exhausta a una única mota de polvo en el cosmos) fuera anteriormente en absoluto concebible, no lo hace menos cierto.
También es probable que la actividad de las continuas maniobras defensivas y el implacable entrenamiento sirvieran a un propósito secundario: canalizar la inherente agresividad inquieta y la desmedida amargura que habían anidado en los corazones de los Puños Imperiales desde que se desvelaran los increíbles sucesos de la traición de Horus. Para los Puños Imperiales, el honor estaba por encima de todo lo demás, y por su mera existencia los Traidores eran una mancha en ese honor que solo podía ser limpiada con sangre. La ocasión de hacerlo llegaría desde un flanco inesperado, y de un modo mucho más impactante y repentino de lo que ninguno esperaba.
Gritos de muerte[]
La cautela de Polux demostró haber estado bien fundada cuando la Flota de Retribución fue golpeada por un inesperado y letal ataque psíquico. Visiones de dolor y aullidos etéreos recorrieron las naves de guerra con tortuosos efectos. En aquel momento, los Puños Imperiales creyeron que esto era un ataque en sí mismo, pero los descubrimientos posteriores y la perspectiva de la historia demostrarían que este no era el caso, sino que el aullido ultraterreno servía a un propósito distinto. Dispersas y ocultas por el sistema Phall había centenares de máquinas, cada una con un Astrópata comatoso en su interior. Mutilado y conectado a aparatos psicoamplificadores de origen desconocido, cada psíquico fue despertado con un horrible dolor cuando su máquina se activó por la proximidad de los Leales. Las sobrecargadas mentes de los Astrópatas barrieron el vacío, purgándolo de información antes de perecer, y sus gritos de muertes traspasaron las tormentas Disformes como un faro de aviso. Los Puños Imperiales desconocían quién había preparado la extraña trampa y quién había recibido los mensajes enviados por los psíquicos asesinados, pero algo quedó claro al analizar los artefactos: alguien venía a por ellos.
En realidad, parece probable que Phall fuese una trampa largo tiempo preparada. La purga de la vida del sistema, la colocación de los psíquicos conectados a máquinas e incluso el despeje de las tormentas disformes para permitir la entrada de la Flota de Retribución al sistema son pistas que apuntan a que su encallamiento había sido como mínimo planeado de antemano. Como diría el Arconita-Navis Lyssian Haldaine, cuyo tratado sobre las perturbaciones disformes de la Herejía de Horus y su oculta relación con la causa de los Traidores ha sido considerado el mejor sobre estos temas, “los Puños Imperiales aguardaron y se prepararon para una batalla que no sabían si vendría, mientras a su alrededor la Disformidad se reía, y los peones de la catástrofe fueron colocados en posición para sellar su perdición”.
La Traición del Hierro[]
"A menudo se ha dicho que el destino es algo extraño. Desde las eras anteriores a la venida del Emperador, viejas historias y mitos hablan de hilanderas, de los hilos de la vida tejidos por criaturas que se ríen en su ceguera. Tales cuentos son el humo de la imaginación colectiva de nuestra especie, la expresión de una necesidad de ver un propósito en la ciega casualidad donde no lo hay, o quizás de poner un rostro humano a un poder indeciblemente alienígena y despiadado. No obstante, cuando uno vuelve la vista atrás y ve la ristra de continuidades y a dónde llevaban, las historias del destino y sus hilanderas parecen sonreír desde la historia. Lo mismo ocurre cuando uno estudia las casualidades y los giros de la madeja del tiempo que llevaron a la Batalla de Phall y a su resultado final."
- —Ra'al Su'Tekh, Primer Señor del Capítulo Carnovora, La Voz de los Muertos, vol. II
El ataque de los Guerreros de Hierro comenzó con una fuerza aplastante. Una vanguardia de cien naves emergió de la Disformidad y se lanzó a velocidad de flanqueo a por la concentración más cercana de navíos Leales, disparando contra los Puños Imperiales tan pronto como estuvieron a tiro. La Martillo de Terra, una veterana de los primeros días de la Gran Cruzada, es recordada como la primera gran nave en caer, y con ella sufrieron los Puños Imperiales sus primeras bajas en la Herejía de Horus. Docenas de otras naves menores murieron o fueron incapacitadas en esos primeros momentos, dejando claro a los Puños Imperiales a quién eran leales ahora los Guerreros de Hierro. Rápidamente, más y más naves de la IV Legión salieron de la Disformidad con sus motores a toda potencia, desgarrando el espacio real a su alrededor al hacer su entrada una armada tan grande en una formación tan cerrada y con semejante poderío.
Que fueran los Guerreros de Hierro los que acudieran a destruir la Flota de Retribución parece ahora una obviedad, ya que la mala sangre entre las dos Legiones era bien conocida y la traición había dotado a esa amargura de un filo letal. En aquel momento, no obstante, la iracunda aparición de los Guerreros de Hierro fue una sorpresa que sacudió a toda la Flota de Retribución con la misma potencia que una salva concentrada de cañonazos. Aislados de toda comunicación, los Puños Imperiales no sabían nada de la Masacre del Desembarco en Istvaan V, ni de la traición de cuatro de las Legiones enviadas a enfrentarse a Horus. Para los Puños Imperiales de la Flota de Retribución, todo lo que había fuera de Phall era un abismo desconocido. Esta crucial cuestión, quizás más que ninguna otra, tendría más importancia para la conclusión de la batalla que cualquier otro factor.
Antes del ataque, la Flota de Retribución había adoptado una formación general con el aspecto de una enorme esfera cambiante. Constantemente en movimiento, cada nave y escuadrón navegaba en un complejo patrón relativo al de los demás. La intención era no ofrecer a ningún atacante una fuerza fija que golpear, y permitir a los Puños Imperiales reformar su respuesta a cualquier atacante que entrase al sistema. Los Guerreros de Hierro, por su parte, se comportaron como solían: aplicaron una fuerza aplastante e implacable sobre un único punto. La flota de los Guerreros de Hierro salió de la Disformidad en forma de cuña, con sus naves más grandes en la punta. Centenares de naves de escolta, cañoneras y transportes de asalto de pesado casco les seguían. En el corazón de la flota, el propio Primarca Perturabo dirigía la batalla desde la Sangre de Hierro, la última hija de Olympia y su nave insignia, una máquina de matar de 15 km de largo que había demostrado en numerosas campañas anteriores ser capaz de matar mundos enteros. El ataque de los Guerreros de Hierro en Phall ha sido comparado a menudo con “un puñetazo a un planetario de humo”, y es una alegoría bastante correcta, pues el golpe dio en el blanco pero lo atravesó en lugar de romperlo.
A pesar de los preparativos de los Puños Imperiales, la batalla podría haberse perdido en esos primeros momentos. Si la respuesta al repentino y avasallador ataque hubiera sido el pánico y la confusión, el resultado habría sido una matanza. De hecho, es probable que incluso una aplicación habilidosa de las tácticas navales defensivas formalmente aceptadas hubiera acabado en desastre contra una fuerza agresiva tan imparable y perfectamente ordenada, aunque el atacante habría pagado un precio mayor. Pero ninguno de esos dos resultados tuvo lugar. Mientras el vacío se iluminaba con las llamas de las naves reventadas y los aullidos mudos de los moribundos, los Puños Imperiales empezaron a responder con pétrea disciplina, exigente coordinación y previsora planificación que sus atacantes no podrían haber imaginado. En algunos puntos huyeron ante el asalto, mientras que en otros resistieron los embates, invitando a los Guerreros de Hierro a arrancar a tiros los escudos de vacío de sus cascos. Muchas de sus naves parecieron huir de la esfera de batalla en desorden ante el monstruoso ariete de acero que las golpeaba, pero esto era una ilusión, aunque docenas de naves de los Puños Imperiales murieron bajo los disparos de su implacable enemigo para poner en práctica la estrategia de Alexis Polux. Los Guerreros de Hierro siguieron presionando, pero incluso mientras todo el poder de su flota se desplegaba, los Puños Imperiales empezaron a devolver el golpe a los extremos de sus formaciones.
Las naves y formaciones en retirada, una vez fuera del alcance de los disparos del enemigo, se volvieron trazando parábolas en maniobras de gran potencia a las que solo se podía sobrevivir por la excelencia de su maestro y la experiencia adquirida con esfuerzo y práctica. Como dardos dorados y amarillos golpearon los flancos de la bestia de hierro, atacando los bordes más débiles de la flota de los Guerreros de Hierro, escogiendo a los lentos y a los dañados para rematarlos, golpeando con cegadoras descargas de lanzas o racimos de torpedos mientras pasaban por su lado. Los Guerreros de Hierro respondieron presionando sin piedad.
Las bajas en ambos bandos de la batalla espacial empezaron a dispararse. Los macrocañones lanzaban salvas atronadoras a través del frío vacío ahora inundado de fuego aullante y un caleidoscopio de escombros. La brillante luz de las lanzas saltaba entre los leviatanes de la guerra, grabando heridas al rojo vivo en cascos de decenas de metros de grosor. Los tubos lanzatorpedos se vaciaban y recargaban a un ritmo frenético hasta que las santabárbaras pensadas para durar horas de combates se gastaron en unos minutos. Cuando las naves se acercaron a distancia terminal, cientos de abordajes se lanzaron a través de las entrañas de las naves de guerra enfrentadas. En algunos casos, cúmulos enteros de naves quedaron enmarañados entre sí por tubos de abordaje, garras despedazadoras y puentes espaciales, y la batalla avanzaba y retrocedía por estas arremolinadas aglomeraciones en una marea salvaje, que a menudo acababa con la destrucción mutua. Hinchadas barcazas cargueras inundaron el llameante vacío con enjambres de bombarderos, cazas y naves de ataque, pero al verse arrojados a semejante tormenta apocalíptica, estos pequeños navíos tenían pocas esperanzas de sobrevivir. Mientras las grandes naves chocaban, todas las armas de la guerra espacial fueron blandidas sin comedimiento. Artefactos proscritos que apenas se habían desplegado desde el amanecer de la Gran Cruzada fueron activados con furia: esferas implosivas volkitas, ojivas de vórtice, redes de nega-phosphex y relámpagos devoradores tiñeron el vacío con su infernal luz y su furia de pesadilla. Las naves morían por segundos. Millones de tripulantes perecieron en las llamas, fueron despedazados hasta quedar irreconocibles o fueron asfixiados por el frío abrazo del espacio. Era el poder del Imperio de la Humanidad, el de la Gran Cruzada que había puesto de rodillas a una galaxia entera, vuelto contra sí mismo.
La aritmética de la victoria[]
El vacío ardió y los muertos se multiplicaron en número. Pero si bien las pérdidas de los Puños Imperiales crecían, la tasa de bajas de los Guerreros de Hierro era aún mayor. Los Puños Imperiales modificaban sus ataques constantemente, presionando, cediendo, resistiendo hasta el fin y atacando en un torbellino siempre cambiante de ira controlada. La flota de los Guerreros de Hierro empezó a fracturarse inexorablemente, dividiendo su masa constreñida en sub-flotas a medida que las naves capitanas dañadas se veían obligadas a frenar o rompían la formación para perseguir a un enemigo en retirada, arrastrando consigo a sus escoltas. Esto se veía agravado por las naves que perdían el control, con sus sistemas de propulsión en llamas o detonando en colosales explosiones, y arrasaban con todo lo que había cerca. Lentamente, pulgada a sangrienta pulgada, la marea empezó a cambiar y los Guerreros de Hierro empezaron a abocarse a la derrota.
Con un Primarca a la cabeza de los Guerreros de Hierro, su fracaso podría parecer imposible, pero si la Gran Traición enseña algo es que ni siquiera un Primarca carece de defectos. Quizás Perturabo no previó la disposición de los Puños Imperiales, quizás estaba cegado por su odio y necesidad de venganza, quizás podía ver un camino hasta la victoria y no le importaba sacrificar a sus fuerzas para lograrla, o quizás en un combate entre fuerzas tan igualadas como las Legiones Astartes el menor factor externo podía dar la vuelta inesperadamente a la batalla. Asimismo, no se debe subestimar la habilidad de Polux, pues igual que hay mentes humanas que pueden competir e incluso superar a las de los Marines Espaciales, también había unos pocos Astartes cuyas habilidades podían alcanzar o incluso superar a las de sus padres. Fuera cual fuera la causa (o causas), los Puños Imperiales parecieron sentir que el ritmo de la batalla cambiaba lo suficiente como para intentar asestar un golpe contra los Traidores que nunca antes se había considerado posible: matarían al propio Perturabo.
Durante toda la batalla, Alexis Polux había logrado abarcar con una habilidad casi sobrenatural el huracán de datos que producía este conflicto titánico, tremendamente intrincado y cegadoramente rápido. Aunque el resultado de la batalla aún no era ni mucho menos seguro, vio una posible vulnerabilidad: se había abierto un hueco en las defensas de la Sangre de Hierro. Con un coraje decisivo, reformó a una sub-flota comandada por el Capitán Armandus Tyr, dándole la única misión de atacar directamente a la nave insignia de los Guerreros de Hierro. Su propósito no era destruir a disparos la Sangre de Hierro, pues eso era algo imposible, sino abordarla con una fuerza de asalto de Puños Imperiales a cualquier coste. La primera oleada del ataque establecería cabezas de puente en la estructura de la nave, y después buscarían al Primarca de los Guerreros de Hierro. Las siguientes oleadas reforzarían el asalto, presionarían al enemigo y negarían a los Guerreros de Hierro la capacidad de reagruparse y prevenir el ataque contra su Primarca. Era una jugada atrevida, una en la que todos los implicados sabían que tendría el precio más alto, pero no cuestionaron la necesidad de pagar ese precio: habían sido enviados por Rogal Dorn para llevar retribución a los Traidores, y cumplirían con ese deber sin importar el coste. Era un plan valiente y audaz, y si hubiera funcionado quién puede decir cómo habría cambiado el destino a partir de ese momento. Pero cuando la primera oleada del ataque estaba asaltando la Sangre de Hierro, el destino cortó ese hilo, y tejió un futuro distinto.
La voluntad de Rogal Dorn[]
Rogal Dorn, Primarca de los Puños Imperiales y, como Pretoriano de Terra, responsable de la defensa final del corazón del Imperio, había estado intentando contactar con la Flota de Retribución desde que las amargas noticias de la Masacre del Desembarco en Istvaan V llegaron a sus oídos. Con nuevos traidores saliendo a la luz, y muchas Legiones malheridas o incomunicadas, todas las certezas se habían deshecho. Con Marte ya arrasado por la rebelión y guerras estallando en los bordes del Sistema Solar, sabía que la sede del poder imperial podía ser amenazada en cualquier momento. En respuesta, Dorn deseaba sobre todas las cosas reunir todas sus fuerzas en Terra para protegerla de un oscuro futuro. Los coros de Astrópatas habían estado gritando mensajes a la sustancia saturada de sueños de la Disformidad, pero ninguno había alcanzado a la Flota de Retribución, ni habían llegado noticias de ella. Tal es la naturaleza de la astrotelepatía: uno no puede predecir cuándo o cómo alcanzará un mensaje a su receptor, o si será recibido en absoluto. La Disformidad es un reino de caprichos, sueños e imposibilidades, y funciona siguiendo leyes que no son leyes en absoluto para las mentes mortales. Las tormentas Disformes se habían tragado las órdenes de Rogal Dorn que pedían a sus hijos que regresaran a Terra, pero esos mensajes no se habían perdido.
Justo cuando la batalla en el sistema Phall alcanzaba su calamitoso clímax, por algún extraño giro del destino, o por un designio invisible, los mensajes astropáticos de Terra atravesaron el velo de la tormenta. Tal fue la ferocidad de su llegada que quemaron las mentes de los Astrópatas que los escucharon, obligándoles a pronunciar las órdenes con bocas ensangrentadas y quebradas. Ahora los Puños Imperiales sabían la voluntad de su padre y no podían negarse a cumplirla: se les había mandado retornar a Terra de inmediato. Entonces fue cuando la ignorancia de la guerra hirió más hondamente. Salvo por la orden de su Primarca, los Puños Imperiales solo sabían que Horus se había rebelado contra el Emperador, y que los Guerreros de Hierro formaban parte de esa traición. Más allá de esos hechos, cualquier cosa era posible: Terra podía estar a punto de caer, y cualquier otra Legión podía haber sido ya destruida o convencida de volverse contra el Emperador. Ante semejante incertidumbre, los Puños Imperiales reaccionaron siguiendo su naturaleza, y su disciplina férrea y obediencia inmaculada a sus votos de lealtad les condenaron: cumplieron sus órdenes sin cuestionarlas.
Se dio la orden y la flota de los Puños Imperiales empezó a destrabarse de la batalla. Tras la llegada del mensaje de Dorn se había abierto una rendija de calma entre las tormentas de la Disformidad, y una por una las naves de los Puños Imperiales se lanzaron hacia ella. Se separaron de la batalla por etapas: primero las naves más rápidas y aquellas que las vicisitudes de la batalla habían liberado, aunque solo fuera temporalmente, de los combates a corto alcance, y después el resto a medida que pudieron, si eran capaces. Se escalonaron y distrajeron y desviaron a las naves de los Guerreros de Hierro como mejor pudieron, y aquellos navíos de los Puños demasiado dañados para huir se arrojaron voluntariamente a su perdición para mantener a raya al enemigo para que sus hermanos pudieran escapar, pero fuera como fuese semejante curso de acción iba a tener un precio terrible.
Los Guerreros de Hierro no tardaron en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, y cuando lo hicieron cayeron sobre los Puños Imperiales en retirada sin piedad, sucumbiendo a una rabia ciega y salvaje. Al final, una retaguardia de naves de los Puños Imperiales permaneció inamovible frente al ataque de los Guerreros de Hierro. Muchos de esos buques eran los más antiguos y pesados, grandes y ancianos guerreros de las estrellas que habían llevado a las fuerzas de la Gran Cruzada desde sus primeros años. Ahora se alzaban contra la marea del enemigo, luchando y vendiendo sus vidas tan caras como podían antes de convertirse también en llamas y escombros. La lista de las naves y guerreros perdidos en aquella terrible fase final de la Batalla de Phall es larga y está llena de heroísmo y dolor. Apenas un tercio de las fuerzas originales de la Flota de Retribución alcanzaron la Disformidad intactas. El resto acabó uniéndose a sus parientes muertos en la lista de caídos. De los que escaparon, muchos regresaron a Terra. Allí se encontraron con que la cuna de la Humanidad no se había perdido, sino que estaba atenazada por una lenta guerra y por la incertidumbre. No es posible saber qué amargura pudo arder en sus corazones por su destino y por el sangriento coste que su obediencia les había costado. Otros fueron dispersados por las tormentas y libraron guerras por su cuenta, lejos de casa, y no verían la luz del Sol hasta que la guerra hubiese quemado el suelo de Terra.
El destino de Armandus Tyr y su vana esperanza es imposible de verificar con seguridad, pero hay pruebas de que él y sus guerreros perdieron la vida en un glorioso, aunque fútil, intento de lograr su objetivo y matar a Perturabo. Al quedar su ataque desprovisto de un apoyo constante por la orden de retirarse, cualquier probabilidad que hubiera tenido de tener éxito quedó cortada de raíz. No obstante, se cree que a pesar de esto Tyr y su última punta de lanza de Legionarios lograron abrirse camino hasta la misma cámara del Señor de Hierro, y allí encontraron su perdición final a manos del propio Primarca. Este fue un esfuerzo de valor y armas que se encuentra a la altura de cualquier otra hazaña de la Gran Cruzada.
Alexis Polux acabó sobreviviendo a la Batalla de Phall tras dirigir un desesperado abordaje desde su dañada nave insignia, la Tribuno, para tomar posesión de la Contrador, una nave de los Guerreros de Hierro, y él y sus fuerzas supervivientes escaparon a bordo de ella. Phall no sería el último escenario donde tendría el mando, y su nombre seguiría envuelto de gloria y amarga venganza durante toda la Herejía de Horus y la Gran Purga que le siguió.
Por todo esto se recuerda Phall como una derrota que tuvo un horrible coste para los Puños Imperiales, pero que también tuvo un tremendo precio en naves y tropas para los Guerreros de Hierro. Ciertamente, la decisión de retirarse al recibir la orden de Rogal Dorn cambió el rumbo de la batalla, pero ¿podría acaso haber transcurrido de otra forma? La naturaleza de los Puños Imperiales hace improbable que hubieran respondido de otro modo. Esto a su vez plantea una intrigante y terrible posibilidad: que la revelación del mensaje de Dorn no fuese una casualidad, sino el deseo de Horus o sus aliados, o de las fuerzas oscuras que acabarían por convertirles en sus marionetas.
Fuego y hierro: las flotas de Phall[]
Aunque está claro que las dos flotas que se enfrentaron en Phall eran nominalmente "iguales" en su naturaleza, ya que ambas se componían de reconocidas naves Legionarias y del Armada Imperialis, y es indiscutible que la armada de los Guerreros de Hierro tenía una ventaja numérica inicial (quizás de hasta el doble de efectivos, según algunas estimaciones), esto no lo dice todo. Todas y cada una de las flotas de la Gran Cruzada tenían sus propias idiosincrasias de manufactura y configuración, y ningunas tanto como las de las Legiones Astartes.
Hacia el final de la Gran Cruzada, el temperamento, el acceso a los recursos y el uso de ellos de cada Legión de Marines Espaciales habían provocado una significativa divergencia entre las naves bajo su mando. En concreto, las dos Legiones enfrentadas en Phall eran notorias por lo siguiente: en primer lugar, los Guerreros de Hierro valoraban la durabilidad de sus naves, y las configuraban consecuentemente. Este era, por supuesto, el factor más necesario para una nave de guerra durante un asalto planetario, en el cual maniobrar para defenderse de los disparos desde la superficie es prácticamente imposible si se ha de mantener un asalto. Consecuentemente muchas de sus naves, y en especial sus Barcazas de Batalla, tenían un blindaje mucho más pesado que sus equivalentes de otras Legiones, pero también poseían a menudo una menor capacidad de aceleración y maniobra debido a su mayor masa y a las tensiones estructurales asociadas. Este fue quizás uno de los factores que las fortunas de la guerra volvieron en su contra en Phall, debido a las tácticas heterodoxas de Alexis Polux. No obstante, en la posterior Batalla de Anvillus Sollex ese mismo factor sería la ventaja clave y contribuiría a la aniquilación de las fuerzas Leales.
En el caso de la flota de los Puños Imperiales, se había ganado una justa fama antes de la Herejía de Horus como la más fuerte y diversa en términos de clases y modelos de todas las flotas Astartes. También tenía la ventaja de ser mantenida y reforzada en el corazón del Imperio, y por ello estaba primorosamente abastecida y contaba con muchos de los modelos más potentes de armas y equipo disponibles, incluyendo una reserva de letales torpedos de vórtice asignados directamente desde los almacenes protegidos de Terra por la autoridad del Sigilita. La disposición y las dotaciones de la Flota de Retribución en Phall, seleccionadas específicamente para operar a largas distancias y gran velocidad, con grandes probabilidades estratégicas de tener que llevar a cabo misiones de caza y destrucción para destruir enemigos en fuga, se componía de muchas de las mejores y más rápidas naves de guerra de los Puños Imperiales. Esta armada, especialmente en el caso de las naves medias, mostraba un número proporcionalmente más alto de rápidos Cruceros y Cruceros de Batalla que la de los Guerreros de Hierro, y muchos de ellos habían sido construidos haciendo énfasis en la superioridad en el combate espacial y armándolos predominantemente con lanzas nave-nave de largo alcance, en lugar de con las baterías de armamento multi-propósito estándar. Teniendo en cuenta estos factores es importante señalar, no obstante, que en ningún caso fueron suficientes, por sí solos o en combinación, para decidir el resultado de la batalla, pero sin duda tuvieron un efecto en el desarrollo del conflicto.
Fuentes[]
- The Horus Heresy III.