La Batalla de Parocheus fue una contienda que enfrentó a los Drukhari y al Imperio de la Humanidad en el M36.
Historia[]
Antecedentes[]

Sello de Los Alterados
Los Hemónculos del Cónclave de Los Alterados no eran extraños en el planeta Parocheus. Habían visitado por última vez el planeta en 018.M36 pero su estancia no acabó bién para los siniestros habitantes de Commorragh. Una emboscada de la Guardia del Cuervo diezmó sensiblemente sus tropas. Sin embargo, la población estaba acongojada por las supersticiones y muchos ciudadanos tenían miedo hasta de su propia sombra (los juguetes ideales para los Repugnomantes del Cónclave. El Vizconde Syndriq se tomó particularmente mal la derrota. Su rabia era de tal magnitud que no podía mantenerse quieto en su sarcófago de regeneración y emergió del mismo antes de que su cuerpo se hubiera rehecho completamente. Por ese motivo, cuando el Cónclave de Los Alterados volvió al planeta Parocheus, Syndriq se asemejaba a un engendro pálido y sin pelo.
El vengativo hemónculo iba muy bien acompañado. Entre los señores del Cónclave de Los Alterados había varios Repugnomantes que habían alterado su apariencia para ser lo más espantosos posible, la mejor manera de aumentar sus posibilidades de asustar hasta la muerte a los defensores de Parocheus. Sin embargo, su verdadera misión era otra más importante que el mero entretenimiento: razonando que la Guardia del Cuervo todavía tendría un ojo atento sobre el destino del planeta, el Cónclave pretendía que los defensores de la humanidad intervinieran de nuevo ante el ataque y poder sorprenderles, intercambiando los papeles de la emboscada anterior.
La incursión[]

Hemónculo junto a sus creaciones en un asalto al Espacio Real.
Parocheus había sido durante mucho tiempo un mundo minero, y sus montañas estaban completamente perforadas con túneles y carriles electromagnéticos de transporte. Los hemónculos habían conocido la existencia del planeta cuando unos servidores mineros activaron accidentalmente un olvidado portal a la Telaraña al utilizar un martillo sísmico en una de las minas. Desde ese día, el planeta había quedado embrujado por siniestras pesadillas, tanto imaginarias como terroríficamente reales.
Syndriq reunió a las aduladoras filas de Los Alterados a su lado y su expedición se vio aumentada por aquellos aliados que pensaban que el espectáculo que se produciría sería lo suficientemente entretenido como para participar. El Vizconde llevó a sus hermanos hemónculos hasta Parocheus, dejando a la mayor parte del contingente en la Telaraña esperando su señal para atacar.
Cuando aterrizaron, la mayoría de Repugnomantes del Cónclave se contentaron en escarbar sus guaridas, los llamados “túneles encantados”, en las profundidades de los bosques. Se disponían a saborear la espera antes de la matanza como acostumbraban a hacer. Sin embargo, Sindriq no admitía demoras. Su nervuda forma se deslizó hasta las afueras del asentamiento minero más cercano, levitando sobre los mineros y los geoservidores por igual para olisquear el aire sobre sus cabezas. El miedo era palpable pero nada comparado con el rico olor a desesperación que estaba por llegar. Los mineros se unieron contra el horror que los observaba pero el hemónculo simplemente flotaba sobre ellos, activando además su campo clon para que los adoquines que le lanzaban lo atravesaran sin peligro. El hemónculo echó la cabeza hacia atrás y profirió un funebre alarido con su ancha boca desprovista de labios que fue escuchado por una docena de álter egos idénticos. Las cosas que surgieron de las sombras respondiendo a su llamada eran aún más terroríficas que el propio Sindriq.
La Guardia del Cuervo[]
Cuando la Guardia del Cuervo aterrizó en el planeta en respuesta a la agónica llamada astropática de la colmena capital de Parocheus, lo hizo rápida y hábilmente. Dejando de lado la atronadora fuerza de las Cápsulas de Desembarco, la Guardia del Cuervo se introdujo en el planeta a través del principal espaciopuerto planetario a bordo de un transporte minero y se infiltró en la ciudad utilizando la oscuridad de la noche para cubrir sus movimientos. Utilizando una cloaca en desuso, los Marines Espaciales se reunieron con sus contactos en el planeta. Sus informantes, los cuales habían aguzado el oído ante hechos sobrenaturales sobre el terreno, les explicaron la difícil situación con gran detalle.
Cada mañana abundaban nuevas historias terroríficas entre la población. Hablaban de monstruos larguiruchos que acechaban en el crepúsculo, hablaban de agentes armados que se habían convertido en estatuas de obsidiana, de esqueletos embadurnados de rojo que vagaban por sus casas y trepaban a las camas, de extraños símbolos escritos con tiza en las paredes de los barracones, y de cadáveres con el cabello completamente blanco aferrándose el silencioso corazón con los dedos agarrotados por el rigor mortis.
Los peores de todos eran las historias de un pálido demonio que cazaba durante las horas del crepúsculo y que la población conocía como “El que Ríe”. El demonio había dejado tras su estela centenares de soldados de las Fuerzas de Defensa Planetaria completamente destrozados. Los cadáveres habían sido manchados y abiertos en canal por lo que sus cajas torácicas se asemejaban a las alas de un cuervo, un claro desafío a los hijos de Corax. Los macabros cuerpos habían sido colgados en postes a lo largo de la carretera.
El Capitán de la Guardia del Cuervo, Yaroslan Medexus, estrechó los ojos con silenciosa furia. Los Drukhari habían vuelto y se aprovechaban de aquellos defensores suficientemente valientes para desafiar a los Astartes para su propia y retorcida diversión. Los agentes planetarios habían descubierto una conexión entre cada una de las apariciones: las minas encantadas de la grieta conocida como la Quebrada de Divil. El plan de acción estaba claro: después que los exploradores confirmaran la posición de la base xenos, sería el momento de lanzar un repentino y letal ataque tan pronto como fuera posible.
Los hemónculos permitieron a sus invitados de la Guardia del Cuervo creer que permanecían invisibles un poco más de tiempo, sólo lo suficiente para que sus escuadras tácticas alcanzaran la boca de los túneles que atravesaban la Quebrada de Divil. La Guardia del Cuervo, tan prudente como siempre, envió servocráneos a cada túnel para trazar un mejor mapa de su recorrido y evitar trampas ocultas. Nada encontraron excepto oscuridad. De hecho, cuando los servocráneos pasaban de cierto punto, solamente transmitían interferencias estáticas. La Guardia del Cuervo atribuyó el fenómeno a los railes electromagnéticos de los túneles, pero en sus corazones, ninguno de ellos estaban completamente seguros que fuera así.
La Guardia del Cuervo se aventuró en los túneles, manteniendo la formación en escuadras de diez marines (el Codex Astartes era muy claro ante operaciones de despeje). Los marines disminuyeron la distancia entre ellos para que su campo de tiro se complementara limpiamente con los de sus hermanos de modo que una emboscada repentina pudiera ser rápidamente repelida. Quilómetro tras quilómetro de túnel fue explorado sin hallar ningún rastro de los hemónculos o de sus secuaces. Mientras la Guardia del Cuervo descendía en fila india a través de los estrechos pasadizos hacia el corazón de la mina, cada marine espacial en la retaguardia de cada una de las escuadras simplemente desapareció. Tan pronto como se descubrió, feroces comentarios se intercambiaron por los enlaces de voz. Los sargentos de la Guardia del Cuervo sopesaron desatar una tormenta de fuego para recuperar a sus hermanos de batalla contradiciendo los parámetros de sigilo de la misión.
La emboscada[]

Guerrero de la Cábala sujeto al lateral de un Incursor
La decisión fue tomada por ellos cuando la Guardia del Cuervo notó que toda la montaña se estremecía. Los portales de la Telaraña en las profundidades de la mina se abrieron violentamente. Los marines, sospechando que los terribles temblores eran los movimientos iniciales de un terremoto que los podía dejar completamente enterrados, efectuaron una retirada táctica hacia la boca de los túneles. Fue entonces cuando los deslizadores del Cónclave cayeron desde las alturas con un desgarrador grito. Cada uno de los marines allí reunidos miró hacia el cielo al mismo tiempo. En aquel momento montones de desfigurados Atormentados emergieron de los oscuros túneles mineros que se encontraban a su espalda. Muchos de los Drukhari fueron abatidos por las reflexivas descargas de bólter de la Guardia del Cuervo, pero en algunos casos los marines espaciales tardaron una fracción de segundo de más en responder. Los Atormentados de Syndriq acuchillaban y serraban con abandonado éxtasis las juntas de las servoarmaduras de sus enemigos con alegres gritos amortiguados por sus máscaras. Muchos de ellos aprendieron que únicamente con el cuello roto o con el corazón arrancado los marines espaciales dejaban de luchar ferozmente pero de todas maneras los Atormentados siguieron con su ataque.
Los cielos sobre los combates retumbaron cuando un escuadron de cañoneras Stormraven irrumpió en escena desde las nubes. Los cañones de asalto repartieron ruidosamente la muerte entre los Atormentados. Cada una de las metálicas mandíbulas de las naves se abrieron y Escuadras de Asalto se arrojaron desde su interior, cayendo en un semi-vuelo para aterrizar sobre los deslizadores del Cónclave que sobrevolaban las faldas de la montaña. Varios de los incursores en forma de flecha quedaron destruidos bajo la fuerza absoluta de la carga en vertical de las armaduras de combate astartes pero deafortunadamente, la nave capitana escapó sin sufrir daño alguno.
De pie sobre la balaustrada de su nave capitana, Syndriq abrió un enjoyado y pequeño cofre en forma de huevo y arrulló con su aliente a lo que fuera que hubiera en su interior. Un Land Speeder que pasaba cerca lanzó un haz de energía con su cañón de fusión que pasó a un pelo del cráneo del hemónculo, provocándole una negra cicatriz a causa del calor residual. Syndriq se puso a reir. Menos de un segundo más tarde un tentáculo de luz muerta restalló desde el pequeño cofre y arrancó al Drukhari que pilotaba el deslizador de su puesto de control, provocando que la nave se estrellara de frente contra la ladera de la montaña. Una cañonera Stormraven disparó entonces sus misiles para acabar de destruir la nave del Cónclave. El Vizconde Syndriq, embelesado por el espectáculo de sus Atormentados descuartizando las extremidades de los marines espaciales, fue golpeado en la parte baja de la espalda siendo despedido sin contemplaciones un instante antes que los misiles detonaran, desintegrándolo en poco más que pedacitos de carne húmeda.
Quvelich el Demacrador, un hemónculo delgado como una caña que conocía a Syndriq desde hacía ya un mileno, torció sus labios en una mueca de irritación. Entonces profirió una imperiosa orden a los Grotescos que trepaban por las laderas de la quebrada y un segundo más tarde, estos se arrojaron de cabeza hacia el negro casco de la cañonera que sobrevolaba la ladera de la montaña. Todos excepto uno de los grotescos fallaron en su intento y se precipitaron manoseando el aire hacia el polvoriento suelo decenas de metros por debajo. El único que alcanzó su objetivo, logró desviar la cañonera de su rumbo y hacer que se estrellase contra un monolito en tierra, provocando una bola de fuego que acabó también con la vida del grotesco.

El único marine espacial que logró escabullirse de la cabina cayó sobre las creaciones del hemónculo Maestru Thrylemnis, un aliado de Syndriq del Cónclave de los Profetas de la Carne. Un Artefacto de Dolor Talos del oscuro artesano despedazó al Astartes extermidad a extremidad antes de recomponer su cadáver de un modo que fuera más agradable a su señor.
En las bocas de los túneles, los Guardias del Cuervo supervivientes se habían reagrupado y luchaban fieramente. La mayoría de ellos se encontraban librando combates a corta distancia, luchando espalda contra espalda mientras intentaban contener a los Atormentados que les rodeaban. Las pistolas bólter separaban fibrados músculos del hueso, dedos de blindados guanteletes se enterraban bajo máscaras faciales y cuchillos de combate se clavaban en los cráneos de los Drukhari. Aquí y allá detonaban las granadas, hundiendo metralla en la pálida carne mientras rebotaba inofensivamente sobre la ceramita de las servoarmaduras.
Cansado ya de la imprecisa violencia, el aristocrático Lord Faerughast se encontraba a medio camino de su paciente incursor cuando un barbudo Sargento Explorador emergió de su escondite y lo empaló con una espada de energía. Faerughast elevó sus marrones ojos y asintió apreciando el buen trabajo de ocultación que había realizado el humano. Si el señor del Cónclave poseyera todavía un corazón, este habría sido atravesado de lado a lado. El Marine Espacial empujó hacia arriba su espada atravesando completamente el torso de Faerughast, pero esto no hizo más que proporcionarle un delicioso estremecimiento de dolor ya que los órganos vitales del hemónculo no se encontraban en un lugar tan predecible. Con una gracia casi informal, el Hemónculo tendió la mano para acariciar la abierta mandíbula del guerrero con su brazal quirúrgico. Entonces, el Sargento Explorador se hinchó brevemente antes de explosionar en una amalgama de carne y sangre. Faerughast se lamió apreciativamente sus delgados labios como gusanos, analizando con sus refinados sentidos la vendimia sangrienta mientras sus miembros secundarios suturaban la sangrienta hendidura de su pecho. Había algo allí, un tipo de sabor defectuoso bailando seductoramente en la punta de la lengua. Entonces lo supo: la semilla genética del Guardia del Cuervo todavía era funcional a pesar del sabor de corrupción de su interior y que se encontraba a solo un latido de distancia de algo mucho más sucio. Frunciendo el ceño con silencioso regocijo, el hemónculo activó un rubí alojado en su garganta y se puso en contacto con sus hermanos de Cónclave. Una venganza mucho más inventiva se encontraba ahora a su alcance.
Grandes pérdidas[]

Los Alterados capturan a marines espaciales de la Guardia del Cuervo en la Batalla de Parocheus
Con Syndriq muerto, los hermanos de Faerughast estaban poco convencidos de seguir adelante con su plan. Los inyectores de icor y brazales quirúrgicos fueron programados para paralizar más que para provocar daños fatales; las células de Grotescos y Atormentados también recibieron la orden de capturar prisioneros más que masacrarlos. Los Marines de Asalto de la Guardia del Cuervo lucharon con fervor renovado cuando vieron a varios de los suyos rendidos inmóbiles como estatuas, sindo arrastrados por jorobados Grotescos. Sin embargo tuvieron poco éxito ya que se encontraban superados en una proporción de tres a uno por los Atormentados que emergían de la mina. Uno a uno, los Marines Espaciales fueron reducidos en el suelo y paralizados. Algunos activaron sus mochilas propulsoras y salieron despedidos hacia el aire solo para ser interceptados por los Guadañas que los sobrevolaban, los cuales les hacían estrellar de nuevo sobre el suelo con fuego de sus cañones de agujas.
Con desesperación, el Capitán Medexus se abalanzó sobre un entretenido y sonriente Quvelich mientras se encontraba ocupado pelando el cuero cabelludo de un marine espacial caído. El Capitán hundió sus garras relámpago en el cuello del hemónculo con tanta fuerza que no solo lo decapitó sinó que le arrancó de la espalda la médula espinal provocando un surtidor de sangre y líquido repugnante. La cabeza seccionada del Drukhari rodó por el suelo y quedó detenida a pocos metros, sonriendo tranquilamente mientras fijaba sus pequeños ojos negros en el Capitán Medexus. Una célula de Atormentados se deslizó silenciosamente acercándose por la espalda del Capitán y mientras una de las abominables creaciones del hemónculo le clavaba una aguja en el cuello al marine espacial, un segundo Atormentado recogía cuidadosamente la sonriente cabeza de Quvelich.
Repentinamente surgieron dos nuevas Stormravens en las alturas que dispararon varios misiles contra la ladera de la montaña, descuartizando en pedazos a dos Grotescos y provocando una avalancha de cascotes que bloqueó parcialmente las entradas de la mina. Esta fue la señal que necesitaban los hemónculos. Como si se tratara de una sola persona, los miembros del Cónclave se retiraron hacia la oscuridad arrastrando, la mayoría de ellos, marines espaciales capturados. El fuego de bólter martilleó las carnosas espaldas de las oscuras creaciones y abrió gruesos agujeros en los metálicos caparazones de los Artefactos de Dolor, pero enfervorizados y vigorizados por la matanza, la mayoría de ellos ignoró las graves heridas sufridas. El último de los Atormentados cruzó la entrada apresuradamente a cuatro patas, perseguido de cerca por las ardientes ráfagas de fuego de las Stormravens mientras otro se sacudía salvajemente al recibir los impactos de bala de largo alcance y era derribado. La mayoría alcanzó las minas y la dulce oscuridad sin sufrir daños. Un segundo más tarde, la ladera de la montaña volvió a estremecerse y la avalancha iniciada por los misiles de las Stormravens cubrió por fin la totalidad de los pozos abiertos de la mina.
Los Guardias del Cuervo, habiendo perdido no solo sus comunicaciones sinó también a docenas de hermanos de batalla, tuvieron el impulso de escarbar en la runa para perseguir a sus enemigos pero el pragmatismo se impulso al feroz deseo de venganza. Abriendo las compuertas, las Stormravens aterrizaron y los marines espaciales que quedaban en el terreno se reagruparon. Más de una veintena de astartes habían sido arrastrados hacia las oscuras galerías por el enemigo al que habían venido a neutralizar; no podían permitirse perder más efectivos. Jurando que aquello no acababa allí, la Guardia del Cuervo embarcó solemnemente en sus cañoneras y se elevaron hacia la órbita baja.
Desenlace fatal[]
Dos días después, una fuerza de asalto de Marines Espaciales se abrió camino hasta la red de túneles que serpenteaban en el subsuelo de Parocheus. Tras una breve escaramuza con los miembros del Cónclave en los túneles, los Guardias del Cuervo secuestrados fueron rescatados hasta el último de ellos, con la memoria nublada pero con el cuerpo intacto. Tras una larga cuarentena, los secuestrados se incorporaron a sus compañías de batalla y poco a poco fueron muriendo uno tras otro en distintas campañas, sirviendo noblemente a su Capítulo. Su semilla genética fue recuperada e implantada en nuevos reclutas. A través del tiempo, su legado fue dispersándose por todo el Capítulo.
Sin embargo, una maléfica oscuridad se escondía escrita en código genético. Cien años y un día después de la batalla de Parocheus, una repentina mutación de la semilla genética de la Guardia del Cuervo convirtió a docenas de brillantes guerreros en monstruos grotescos. La totalidad de una nueva generación de reclutas tuvo que ser eliminada. Finalmente, la venganza de los Hemónculos fue provocada por las manos de aquellos que trataron de desafiarlos.
Fuentes[]
- Suplemento: Cónclaves de Hemónculos (7ª Edición).