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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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El Mundo Salvaje de Barbarus fue el hogar adoptivo del Primarca Mortarion y la principal base de reclutamiento de la Legión Astartes de la Guardia de la Muerte. Como los demás mundos natales de las Legiones Traidoras, fue sometido a Exterminatus tras el final de la Herejía de Horus por los altos niveles de corrupción por el Caos que había en su población.

Descripción

De todos los mundos en los que acabaron dispersos los Primarcas, pocos eran lugares tan terribles o desesperados como el condenado Barbarus. Poco puede decirse con seguridad de este remoto y maligno mundo, o de los años de formación pasados allí por el joven Primarca, ya que parece que nada más producirse el hallazgo de Mortarion la verdad fue editada y oscurecida por la mano del propio Emperador. Quizás lo que se encontró en Barbarus era demasiado para que el público lo supiese, o contenía demasiadas verdades consideradas peligrosas para el resto de la Humanidad o incluso para los guerreros de otras Legiones. La información consistente que hoy día se puede extraer de la historia de Barbarus y del Primarca de la Guardia de la Muerte procede de una única fuente: los Rollos Estigios de Lackland Thorn. Thorn era una figura famosa aunque de mala reputación, un historiador adjunto a la Flota Expedicionaria que penetró en la oscura nebulosa que envolvía a Barbarus. Thorn era un polímata, altamente dotado como traductor de lenguas xenos, como anticuario y como poeta, pero su visión era altamente morbosa, y sus obras enervaban tanto como iluminaban. Su lugar en la Gran Cruzada quedó sellado cuando desapareció poco después de completar su obra maestra. En Barbarus encontraría la apoteosis de su oscuro arte registrando la historia de Mortarion para la posteridad, y su trabajo resultante, los Rollos Estigios, se convirtió en parte de la cultura de la Guardia de la Muerte: una copia era regalada a cada Marine Espacial de la Legión al ser ascendido formalmente al rango de iniciado completo. Fuera de la Guardia de la Muerte, sin embargo, el libro fue ampliamente censurado y considerado siniestro y horrible, demasiado oscuro para ser otra cosa que una pesadillesca alegoría. Esta opinión era equivocada.

El mundo en el que el joven Mortarion cayó era el auténtico epítome de todos los horrores sufridos por el hombre durante la Era de los Conflictos: un dominio de salvajes señores alienígenas que gobernaban y acosaban como depredadores a una población humana atrapada, como si fuesen crueles y terribles dioses.

Incluso el medio ambiente de Barbarus era una siniestra y letal creación, tan extraña y singular que probablemente había sido diseñada por sus amos como un medio tanto de sustento como de control. Era un mundo oscuro, rugoso, coronado de montañas y lleno de ciénagas primordiales y bosques retorcidos. Las colosales cimas de Barbarus estaban cubiertas permanentemente de nieblas venenosas y miasmas asfixiantes, y eran salpicadas ocasionalmente por lluvias ácidas tan fuertes que deshacían la carne en cuestión de segundos. Por su parte, los profundos valles eran un reino de sombras perpetuas al que la luz del antiguo e hinchado sol del Sistema apenas llegaba, y donde la noche era una oscuridad tan impenetrable como una tumba sellada. Era en los bosques y ciénagas de las tierras bajas donde los salvajes habitantes humanos de Barbarus se aferraban a la vida en aldeas aisladas y bastiones tan bien fortificados como se podía para protegerse de la llegada de la noche. Sus vidas eran de un terror y dureza perpetuos, y a todas horas, despiertos o durmientes, eran conscientes de que sin ser vistos por encima de ellos, sus monstruosos señores aguardaban el momento de darse un festín.

El auténtico nombre de los amos alienígenas de Barbarus ha sido tachado de los registros, y ni siquiera Thorn se atrevió a mencionarlo en sus escritos, pero las pruebas de sus horribles apetitos y su horrenda fuerza son claras. Estos esqueléticos y horrorosos dioses eran gigantescos, tres veces más altos que un hombre y envueltos en armaduras oxidadas, cuya ciencia y saber nigromántico les habían hecho hacía mucho inmunes a la muerte excepto por gran violencia, y llenaban sus eternidades con intrigas y conflictos intestinos llevados a cabo con una inimaginable maldad inventiva. Los soldados desplegados en sus luchas y guerras intestinas eran un desfile interminable de pesadillas: hordas de muertos andantes recosidos, depredadores atormentados y medio locos que cambiaban de forma, y gólems con alas membranosas. Sus campeones eran aún más horripilantes: montículos plásmicos de tejido amorfo goteante de ácido, cuyos millares de bocas aullantes rogaban incesantemente morir, e incontables creaciones infernales más imposibles de ser descritas sin perder la cordura; todas ellas fabricadas a partir de la carne viviente de la humanidad. Para sus funerarios señores, los humanos salvajes no eran siquiera esclavos, sino simplemente carne colgando en una alacena a la espera de ser arrancada para el festín.

Historia

La Venida de Mortarion

Mortarion Primarca Warhammer 40k Wikihammer

Mortarion, Señor de Barbarus.

Los Rollos Estigios relatan que fue el mayor de estos señores carroñeros quien, tras una de estas “cosechas” de humanos, caminaba satisfecho entre la masacre que había causado en uno de los mayores asentamientos y se sorprendió cuando de repente el silencio de la muerte fue quebrado por el sonido del llanto de un niño. Atraído, vadeó el mar de cadáveres y se internó en las nieblas venenosas, donde finalmente encontró un niño, pálido y hambriento, pero vivo donde ninguna vida debería haber sido posible. El señor contempló a esta cosa blanca e indefensa, claramente humana pero para sus sentidos alienígenas evidentemente mucho más, y consideró acabar con su existencia con un golpe de su guadaña, pero no lo hizo. Pues el ser, como todos los de su especie, no estaba ni muerto ni vivo del todo, y en este niño vio un trofeo que de otro modo jamás habría podido tener: un hijo y heredero. En medio de la carroña y los restos de la batalla, bautizó a la criatura “Mortarion”: aquel que ha nacido de la muerte.

Poniendo a prueba los límites del pequeño Primarca, su monstruoso padre adoptivo comprobó hasta qué punto Mortarion podía resistir la creciente toxicidad de las alturas de Barbarus, y construyó un bastión de piedra en el punto más elevado que Mortarion podía tolerar para que fuese su prisión y su lugar de entrenamiento, mientras que levantaba su propia mansión negra aún más arriba, donde los vapores habrían sido mortales hasta para un Primarca. En este refugio y prisión, rodeado por muros de piedra goteante y almenas cubiertas de espinas de hierro para mantener alejados a los enemigos de su “padre”, el joven Mortarion alcanzó la adolescencia en un mundo sin sol donde el mismo aire era veneno. Rodeado por la comodidad de una tumba abierta y con desgraciados horrores por sirvientes, el anciano monstruo inhumano que lo había reclamado para sí se convirtió en su único tutor. Allí fue entrenado para convertirse en un arma viviente, para luchar, dirigir y matar, y es imposible decir qué otros secretos aprendió de esa raza terrible sin nombre que había controlado Barbarus desde tiempos inmemoriales.

Se dice que el joven Mortarion devoró todo fragmento de información que cayó en sus manos, desde doctrinas de batalla a arcanos conocimientos mecánicos pasando por cirugía y vivisecciones, y resultó ser un alumno muy apto. Cuando se convirtió en un guerrero poderoso y letal, las habilidades de Mortarion fueron puestas a prueba de nuevo por su amo, pues las vendettas y guerras de los fúnebres señores eran incesantes y despiadadas, y pronto acompañó a su amo a la batalla y a las cosechas como un fiel guerrero junto al imponente gigante. El tiempo pasó y Mortarion creció rápidamente, mientras su fuerza e intelecto sobrehumanos florecían incluso en el ambiente sin luz y sin vida en el que había acabado por un funesto destino, y pronto empezó a hacer preguntas que su padre adoptivo no estaba dispuesto a responder con verdades.

La curiosidad de Mortarion se vio atraída cada vez más hacia las frágiles criaturas acurrucadas tras sus pobres defensas en los valles profundos, cuyos cadáveres proporcionaban la materia prima para los ejércitos y diversiones de los señores. Su amo, sintiendo el peligro, prohibió a Mortarion regresar a los valles, pero esto solo alimentó la obsesión del Primarca, y cuando finalmente Mortarion escapó de su hogar y se deslizó hacia la oscuridad, escuchó el sonido de las maldiciones arrojadas desde la miasma por un padre traicionado, prometiéndole la muerte si alguna vez regresaba. Desafortunadamente, la historia demostraría que el mortuorio señor que lo había criado y protegido no sería el último “padre” que tendría motivos para maldecir la deslealtad de Mortarion como hijo.

Salvador de Barbarus

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Mortarion, Primarca de la Guardia de la Muerte, antes de la Herejía.

Solo y sin la niebla tóxica que seguía a los señores cuando descendían de las alturas, el sabor del propio aire fue una revelación para el joven Primarca, como lo fueron el aroma de la vida sin el salobre vapor de la podredumbre o el sonido del habla humana y la risa sin el el eco de la locura. Encontró inmediatamente la verdad que había temido: era pariente de aquellos a los que los amos acosaban, no de los propios amos, y su vida había sido toda una mentira. Mortarion juró en ese momento que aplicaría la justicia sobre los señores por las incontables generaciones de horror y pecado que habían perpetrado sobre su gente. Les llevaría la muerte.

Ganarse la confianza de los humanos salvajes de Barbarus no fue tarea fácil para Mortarion, no obstante, pues a pesar del parentesco que él sabía que había entre ellos, para la gente de Barbarus era un monstruo igual que el resto. El Primarca se alzaba sobre ellos como su fúnebre señor lo había hecho sobre él, su piel era cadavérica y sus ojos negros estaban vacíos y acosados por la pesadilla viviente que había vivido hasta entonces. Ser rechazado le dolió profundamente, pero Mortarion aguardó su momento, usando su gran fuerza y su inteligencia para ayudar a la gente como podía, levantando muros y trabajando sin descanso en los campos para cosechar las magras cosechas del asentamiento, sabiendo que el momento de probar su valía llegaría. Entonces, una noche al caer la oscuridad, llegaron los monstruos. Un señor menor y sus tambaleantes guerreros resucitados descendieron sobre el asentamiento de Mortarion para llevarse a todos los que no pudieran huir para convertirlos en los juguetes de su amo.

Con sombría determinación los aldeanos intentaron con todas sus fuerzas rechazar a las asediantes criaturas, pero sabían que estaban perdidos, pues este destino se había repetido muchas veces antes, y sin armas mejores que toscas cuchillas de hierro y antorchas no podían hacer muchos que prolongar la lucha antes de caer. Mortarion se unió a la lucha, blandiendo sobre su cabeza la guadaña de cosecha a dos manos que se había fabricado, cuya hoja era tan larga como la altura de un hombre. Atravesó las filas de los no muertos como un huracán y puso al sorprendido señor en fuga. Retirándose veloz a la niebla tóxica que había sido la defensa más segura de su especie contra los humanos desde tiempo inmemorial, los Rollos Estigios recogen que el deforme rostro del alienígena aún sonreía cuando Mortarion entró sin frenar en las nieblas venenosas y le cortó la cabeza. Fue el primero de ellos en caer en combate contra un humano en generaciones, pero no sería el último.

La victoria de Mortarion le había ganado la incrédula adulación de los aldeanos, y se convirtió en un taciturno y despiadado profeta que les prometía liberarles de los terrores que los habían perseguido, y por encima de todo, justicia y venganza. Caminó entre ellos enseñándoles lo suficiente de la guerra y la industria para que pudieran defenderse, y dirigiéndoles al combate allí donde iba tan implacable como la misma muerte. Pronto se extendió por todo el oscurecido mundo de Barbarus la leyenda de Mortarion y la rebelión se desató; donde una vez las “cosechas” habían sido masacres unilaterales, ahora se libraban auténticas batallas, y cada vez más a menudo eran los humanos salvajes, duros y sombríos, los que ganaban. Pero igual de a menudo los humanos se veían privados de su venganza, ya que los señores derrotados se retiraban a las nieblas tóxicas siempre que se veían amenazados, pues habían vivido tanto que guardaban celosamente su casi total inmortalidad y rara vez se arriesgaban a morir a manos de sus vengativos “juguetes”. Esto sucedía especialmente si Mortarion participaba en el combate, ya que ya se había convertido en un temido anatema para las fúnebres criaturas. Es posible que si hubieran dejado a un lado sus diferencias los señores habrían podido aplastar la rebelión actuando conjuntamente, pero su odio y desconfianza mutuos, afilados como una cuchilla a lo largo de milenios, aparentemente eran más fuertes que su furia y su temor hacia la rebelión y su instigador.

Con los oscuros poderes de Barbarus retirados más allá del impenetrable baluarte de las nieblas venenosas, Mortarion vio que la victoria y la justicia solo podían ser obtenidas llevando la lucha al enemigo: su pueblo necesitaba ser capaz de atacar a las criaturas de las alturas, no solo defenderse de sus depredaciones. A fin de hacer realidad este sueño de sangrienta venganza, Mortarion reclutó a los guerreros más duros y decididos de entre los humanos salvajes de Barbarus, y los entrenó sin descanso. Les hizo vestirse de pies a cabeza con toscas armaduras de hierro forjadas por fieles herreros convertidos en armeros, y los armó con pesadas cuchillas y armas de pólvora negra con bocas anchas diseñadas por él mismo. A esta panoplia añadió primitivos equipos de respiración, fruto de su formidable intelecto y de los esfuerzos de los mejores artesanos de los salvajes. Así nació la primera Guardia de la Muerte.

Rebelión

Con este ejército a sus órdenes, la siguiente ocasión en que un señor de los osarios descendió de las ponzoñosas alturas con su horda de horrores creados quirúrgicamente y sus engendros carnosos cargados de tentáculos, fue recibido por Mortarion y su recién bautizada Guardia de la Muerte con una brutal batalla. El ejército rápidamente frenó y dispersó al enemigo, matando al señor y destruyendo a su deforme ejército de monstruos cuando intentaban retirarse de vuelta a la niebla tóxica.

La balanza del destino de Barbarus se había equilibrado al fin, y durante décadas la guerra continuó a medida que los señores y sus ejércitos fueron primero contenidos, y después aislados y destruidos sistemáticamente uno por uno. Cada pocos años las mejoras en las máscaras respiradoras de la Guardia de la Muerte y en la resistencia misma de sus salvajes soldados hacían que los contraataques de los humanos pudiesen ser llevados a alturas cada vez mayores y que otro dominio de pesadilla fuese asediado, incendiado y derribado. Décadas después de que Mortarion descendiese por primera vez de su hogar adoptivo original, solo el gran señor de los muertos que una vez se había proclamado padre de Mortarion seguía vivo, a salvo en su negra y fétida mansión en lo alto de la cima más alta de Barbarus. Allí las nieblas ponzoñosas deshacían las máscaras respiradoras y mataban en segundos, y hasta la fisiología de Primarca de Mortarion no podía resistir mucho tiempo.

Frustrado y privado de la victoria definitiva, el mundo de Mortarion empezó a quedar inesperadamente fuera de su control una vez más, ya que a su regreso de uno de esos costosos asaltos sin éxito a las alturas encontró su puesto de salvador repentinamente usurpado por un nuevo y brillante benefactor que había venido de las estrellas para salvar a su pueblo: el Emperador había llegado a Barbarus.

Llega el Emperador

Mortarion y sus tropas regresaron a su aldea y la encontraron viva como nunca antes. La noticia de la llegada de un extranjero, un gran benefactor que traía promesas de salvación, estaba en boca de todos. El humor del Primarca se oscureció: él había trabajado toda su vida por esa liberación, y le desagradó verla arrebatada por un recién llegado de objetivos poco claros. El Primarca entró en la sala y vio al forastero sentado a la mesa de banquetes. Era totalmente opuesto a él, con un cuerpo robusto de carne bronceada y rasgos perfectos, que destacaban entre la pálida, delgada y malsana población de Barbarus. A pesar de todo, para todos los presentes la conexión casi familiar entre el nuevo benefactor y su defensor era evidente, excepto para el propio Mortarion. Este recibió al extraño con una hostilidad apenas disimulada, que se transformó en una rabia total al ver la impavidez del hombre. Enfadado, Mortarion declaró que él y su Guardia de la Muerte no necesitaban ayuda alguna para terminar su misión justiciera.

Se dice que el recién llegado rechazó tranquilamente la afirmación del enfurecido Primarca, señalando el fracaso de la Guardia de la Muerte en alcanzar la última ciudadela, y entonces le planteó un desafío. Si Mortarion podía derrotar al último señor alienígena por sí solo, él se retiraría y dejaría Barbarus en manos de su propio destino. Pero si él fracasaba, el Emperador haría lo que no había sido capaz de cumplir, el planeta se uniría a su Imperio de la Humanidad y Mortarion le juraría lealtad absoluta.

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Mortarion subiendo una montaña en Barbarus.

Entre las protestas de su Guardia de la Muerte, el hostil e iracundo Mortarion aceptó y se aventuró en las alturas solo, resuelto quizás a morir si no podía alcanzar su objetivo. Pronto pasó de largo las ruinas destrozadas que habían sido su hogar y continuó subiendo, atravesando la negra y cáustica niebla que envolvía la sombría mansión del último señor de Barbarus. En esta letal cima el respirador del Primarca pereció al pudrirse los tubos de aire, y cada paso era cada vez más doloroso ya que su piel se inflamaba y los tejidos de sus pulmones y su garganta empezaban a licuarse y deshacerse, ahogándole. Finalmente, cuando ya podía ver su meta, Mortarion cayó de rodillas y mientras perdía la consciencia vio a la criatura inhumana a la que una vez llamó padre descender a por él para cumplir su promesa. Entonces surgió de la niebla una segunda y brillante figura. Era el Emperador, que golpeó al monstruo con su ardiente espada. Así fue Barbarus liberado y Mortarion salvado. Sin embargo, para la historia futura, Barbarus quedó condenado y Mortarion se vio privado para siempre de su venganza, sujeto por un juramento al servicio de un nuevo padre.

La Guardia de la Muerte

Mortarion sudario de muerte primarca

Mortarion el Segador, acompañado por su guardia personal de Sudarios de Muerte.

Fiel a su palabra, Mortarion se arrodilló ante su recién hallado padre tan pronto como se hubo recuperado lo suficiente para poder hacerlo, aunque su último acto de desafío en Barbarus dejaría cicatrices en su cuerpo y su mente que nunca se curarían del todo. Al ser un caudillo militar habilidoso por derecho propio, se le dio de inmediato el mando de la XIV Legión que portaba su legado genético, y él lo tomó en sus propios términos. Reuniéndolos ante él, una sombría y espectral figura envuelta en una túnica y portando la gran guadaña negra que había pertenecido a su horrible padre adoptivo, debió parecerles a los Incursores del Crepúsculo terranos que un avatar de las antiguas imágenes de la Muerte había acudido ante ellos para ser su nuevo señor. Sus palabras fueron simples y las pronunció en un duro susurro que de todas formas alcanzó a todos los presentes:

"Sois mis hojas intactas, mi Guardia de la Muerte. Por vuestra mano se aplicará justicia, y la muerte acechará a un millar de mundos."

Por este sencillo decreto los Incursores del Crepúsculo dejaron de existir, y los registros y anales posteriores a aquel día portarían este nuevo nombre para inspirar el miedo en los corazones de la Humanidad: la Guardia de la Muerte.

El destino de Barbarus

Tras la Herejía de Horus, el gran cisma galáctico dirigido por el Señor de la Guerra Horus Lupercal, la mitad de las Legiones Astartes activas al final de la Gran Cruzada se habían rebelado contra el Emperador y abrazado la adoración al Caos. Mientras huían al Ojo del Terror al ser expulsadas de sus dominios por las fuerzas imperiales supervivientes, muchos de los mundos natales de los Primarcas Traidores fueron arrasados por completo mediante decretos de Exterminatus, que los dejaron totalmente inhabitables. No se sabe si este destino acaeció también a Barbarus, ya que los registros imperiales no recogen qué fue del hogar adoptivo de Mortarion, ni dónde se encuentra el planeta.

El Planeta de la Plaga

Mortarion Príncipe Demonio Nurgle

Mortarion, Primarca Demonio de Nurgle.

En el interior del Ojo del Terror, Mortarion reclamó para sí el planeta que se conocería como el Planeta de la Plaga. Su situación cercana al borde exterior de la Fisura Disforme era ideal para lanzar nuevos ataques contra el Imperio y por toda la Galaxia. Le dio una forma tan satisfactoria y lo defendió tan concienzudamente con sus Marines de Plaga, que su patrón Nurgle le convirtió en un poderoso Príncipe Demonio y le concedió lo que el Emperador le había negado y Horus no había podido llegar a concederle: un mundo propio. Mortarion se convirtió en el señor de un mundo de veneno, horror y miseria. Había encontrado su hogar.

Desde su ascensión a la demonicidad, Mortarion ha dado forma al Planeta de la Plaga, consciente o inconscientemente, de un modo muy parecido al antiguo Barbarus. Sus ciudadanos se acurrucan en infectas aldeas en la superficie del planeta, sirviendo a los campeones de Mortarion y a otros selectos elegidos demoníacos de Nurgle que residen en poderosas ciudadelas muy por encima de ellos. Seres enfermos que deberían estar muertos vagan por el paisaje, y el esquelético Mortarion rige todo desde su trono en la fortaleza del pico más alto del planeta.

Fuentes

Extraído y traducido de Wikihammer 40K UK.

  • Codex: Marines Espaciales (3ª Edición).
  • Index Astartes III.
  • The Horus Heresy I.
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