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"Un mundo más oscuro no está lejos de nosotros..."
- —Gran Inquisidor Thor Malkin.
"Y he aquí, un señor demoníaco llegando con toda su panoplia de batalla. A su paso las piedras gritan su odio a los cielos indiferentes y el cielo llora lágrimas de sangre. Él caza a los enemigos de su maestro, pues su carne es carne mortal y su sangre almas mortales.
En su mano izquierda gime un demonio, atado a la forma de un gran hacha. Sus canciones de sangre y odio resuenan y llenan los cielos con un ruido que agita incluso a los muertos tiempo ha. A su izquierda se encuentran los demonios menores, todos cazadores, y estirando de sus cadenas están los sabuesos. Se deleitan con las sombras y los espíritus que han acosado, arrojándose bocados de inocencia el uno al otro para que todos puedan probar la más dulce carne.
Detrás de él aguardan las legiones de su maestro, vestidos con armaduras, esculpidas e impías, con latón brillando como el sol, su rojo más rojo que la sangre, pero más oscuro que la medianoche. Cada uno sostiene una espada chillona, cada uno grita en desarmonía con su espada, cada uno unido al coro del Caos, una promesa de algo peor que la muerte para aquellos que la escuchan y no huyen. Debajo de sus pies la tierra se retuerce, como si tratara de escapar de su presencia.
He aquí que viene un señor demoníaco, el Portador de la Muerte Desatado, y todos estamos condenados..."
- —Profecías de Malphius la Vidente - Lecturas sobre el destino de Vraks. Inscrito en el octavo volumen del Codex Daemonica bajo las órdenes del Gran Inquisidor Hector Rex.
Este artículo es la última de las tres partes en que hemos dividido la historia del Asedio de Vraks. Las anteriores eran Asedio de Vraks: Campos de la Muerte y Asedio de Vraks: Victoria o Muerte.
Historia[]
"Estamos en guerra con fuerzas demasiado terribles como para comprenderlas. No podemos permitirnos la misericordia de ninguna de sus víctimas demasiado débiles como para tomar el curso moralmente correcto. Nuestras misericordias nos destruyen. Nos debilitan y debilitan nuestra resolución para la larga batalla por delante. Deshaceos de tales pensamientos. No son dignos de Inquisidores al servicio del Emperador, Alabado sea su Nombre, porque en nuestra resolución solo reflejamos su inquebrantable propósito de voluntad."
- —Extraído del Libro de los Exorcismos, los Versos del Inquisidor Enoc.
El Cónclave de Scarus[]
Una cámara de secretos[]
El foro columnado ante la cámara del concilio era un ajetreo de personas y servidores. Cientos de escribas, sirvientes, criados y acólitos se habían reunido ante la ornamentada puerta abovedada de latón que conducía a la cámara más allá. Todos esperaban la entrada a los balcones de observación que rodeaban la mesa de debate. Hoy, los grandes Lores Inquisidores del Cónclave de Scarus se sentarían en sesión plena, y estaban incluidos muchos temas en la agenda. Desde las acusaciones a numerosos Principales y Adeptos de Administratum por cargos menores, hasta aquellos acusados de los crímenes más atroces como la blasfemia y herejía contra el Emperador y que se enfrentaban el castigo máximo de la excomunión. En el primer punto de la agenda estaba la moción presentada por el propio Proctor General, el Lord Inquisidor Hector Rex, para la requisa de todo el 88º Ejército de Asedio de la Guardia Imperial a su servicio.
Lord Hector Rex buscaba la aprobación del cónclave para una orden de tomar el mando de la guerra contra Vraks. Hasta ahora, el asedio de la fortaleza del cardenal apóstata Xaphan en el antiguo mundo de arsenal del Departamento Munitorum de Vraks se había prolongado durante catorce años. Según las mejores estimaciones, más de seis millones de miembros de la Guardia Imperial de los regimientos de asedio de Krieg habían sido sacrificados en una implacable guerra de desgaste, mientras que otras subían la cifra hasta los ocho millones. El ejército herético del cardenal había ofrecido una severa resistencia desde sus fuertes defensas, y cada metro ganado había sido comprado a un precio sangriento en vidas leales. Tal matanza habría preocupado poco al Gran Inquisidor si no hubiera sido por otros dos factores; primero, la intervención en Vraks de las partidas de guerra de las Legiones Traidoras; y segundo, la posterior profecía de la reconocida vidente Malphius, cuyo dominio del poder predictivo del Tarot del Emperador era insuperable, trayendo noticias sombrías y preocupantes. Lord Rex creía que la anciana vidente había visto el futuro de Vraks, y basándose en su experiencia de toda una vida como cazador de daemons del Ordo Malleus, estaba seguro de que Vraks estaba a punto de convertirse en el emplazamiento de una importante incursión daemónica. El terreno había sido preparado a conciencia por catorce años de guerra. Ahora los viles sirvientes de los dioses del Caos estaban listos para desencadenar a sus peores aliados, los poderes oscuros de la Disformidad hechos carne y hueso en el universo material: los Daemons, espíritus malévolos que no podían ser derrotados por medios convencionales. Había pocas fuerzas en el universo capaces de repeler tal asalto, tanto físico como espiritualmente corruptor. Pero el Ordo Malleus había sido fundado para encargarse de trabajos tan exigentes. La suya era la tarea sagrada de proteger a la humanidad de los poderes temblorosos que el hombre común nunca debería conocer. Para tomar el mando del 88º Ejército, el Gran Inquisidor quería la autoridad de su cónclave a la espalda. Con ello, podría tomar el mando general de la guerra contra Vraks y desplegar todos los recursos disponibles del Ordo Malleus para contrarrestar la amenaza. Si fuera necesario, podría invocar su mandato inquisitivo y proceder sin el respaldo total de su cónclave, pero hacerlo debilitaría seriamente su poder dentro de la cámara y, si su misión resultaba en fracaso, le expondría a intrigas y acusaciones de sus enemigos, especialmente en el Ordo Hereticus.
De hecho, tales enemigos ya estaban reunidos allí, y en número. El Ordo Hereticus, los Cazadores de Brujas, era el brazo de la Inquisición fundada para vigilar las amenazas al Imperio desde sus propias organizaciones. Era la facción más grande y poderosa dentro de la estructura bizantina de la Inquisición del Emperador. Su tarea era eliminar la herejía, la incompetencia y la criminalidad de las filas de los propios sirvientes del Emperador. Los poderes que ejercían en la búsqueda de aquellos que fallaban en sus deberes con el Emperador eran incomparables y prácticamente ilimitados. Incluso un Gran Inquisidor del Ordo Malleus no estaba fuera de su alcance. Lord Rex sabía que los Cazadores de Brujas aprovecharían cualquier oportunidad que pudieran para tomar el control de la guerra contra Vraks. Ya habían ayudado a la Eclesiarquía a ejercer considerable presión política para obtener el mando de las fuerzas planetarias. Su argumento era que, como el cardenal apóstata era un renegado del Adeptus Ministorum, debería enfrentarse a la justicia de sus pares y no de otras. También se habían cometido crímenes contra las Adepta Sororitas, las santas hermanas de la batalla que servían junto a los Cazadores de Brujas como su brazo militante. Lord Hector Rex esperaba que el debate de hoy sobre Vraks fuera muy reñido, y el fracaso en la cámara del concilio podría verle obligado a actuar solo y arriesgarse a la ira del Ordo Hereticus. Antes de poder ganar cualquier batalla en Vraks, primero debían ganar aquí la batalla política.
A pesar de las facciones enemigas atrincheradas contra él, Rex también sabía que el cónclave tendría que actuar. No hacerlo contra la amenaza de una incursión daemónica en Vraks podría tener consecuencias terribles, no solo en la derrota de las fuerzas de la Guardia Imperial, sino que los sistemas circundantes serían los siguientes. Quizás Vraks podría convertirse en un mundo daemónico, donde las barreras entre la disformidad y el espacio real se han desmoronado por completo, y los Daemons deambulan a voluntad. La derrota significaría que los poderes ruinosos habrían ganado una cabeza de puente en el sector Scarus y luego más y más ataques, quizás convirtiéndose en una Cruzada Negra. ¿Quién sabía cuántos mundos se perderían y cuántas almas serían condenadas al servicio de los poderes oscuros antes de que se detuviera la incursión?
Todo había sido preparado. Malphius había sido convocado para comparecer ante el cónclave, y se habían reunido y preparado otras pruebas. Los agentes de Héctor Rex habían sondeado a los otros miembros del cónclave, y sabía que los que apoyaban su moción y los que se oponían a ella estaban divididos por igual. Cuando el Gran Inquisidor se puso su lujosa túnica ceremonial y los numerosos símbolos de sus puestos, memorizó su discurso de apertura. Luego se unió a la procesión de los otros miembros del cónclave cruzando el foro y las grandes puertas se abrieron lentamente.
La cámara de debate era una sala antigua, utilizada por el cónclave durante los últimos 2.000 años, cuyo suelo de mármol estaba desgastado y rayado, y sus sillas y bancos de granito alisados y pulidos por el tiempo y el desgaste. Decenas de servocráneos se cernían sobre sus cabezas portando linternas para iluminar la cámara, pero con todo la sala era oscura y sombría, excepto en el centro del suelo circular, donde un foco de luz caía sobre cada inquisidor cuando tomaba su turno para dirigirse al cónclave. A lo largo de los años, muchos delincuentes y descontentos habían sido nombrados y excomulgados dentro de esta sala, muchos inquisidores y sus agentes enviados a misiones para perseguir a aquellos que buscaban amenazar o derrocar al justo gobierno de los Altos Señores de Terra. El nivel superior de la cámara estaba rodeado de balcones de observación, desde donde los escribas y secretarios podían grabar los debates y las mociones presentadas ante el cónclave. Más alto aún, en las intrincadas vigas de hierro en lo alto, donde las gárgolas y las estatuas santas sostenían el techo arqueado, querubines regordetes se encaramaban sobre alas emplumadas, llevando pergaminos y mensajes para los que estaban debajo.
El acceso a la cámara se realizaba a través de la reluciente puerta de latón, enorme y pesada, tallada con imágenes del Emperador luchando contra bestias míticas con muchas cabezas, representaciones de los muchos enemigos que la humanidad debían vencer si se quería mantener el gobierno divino del Emperador en toda la galaxia. Por esa puerta entraron en procesión los Lores Inquisidores del Cónclave de Scarus, resplandecientes con sus mejores túnicas ceremoniales. Aquí estaban los grandes y poderosos señores que podían determinar el destino de todos aquellos dentro del Sector Scarus, desde planetas a simples ciudadanos, desde trabajadores del Admimstratum hasta gobernadores planetarios, generales del ejército e incluso, si la ocasión y la ley lo exigían, otros inquisidores.
La procesión entró en silencio solemne bajo el canto del juramento inquisitivo, para servir leal y fielmente al único verdadero gobernante de la humanidad y mantener su orden divino contra todas las amenazas. Eran conducidos por el venerable Lord Thor Malkin, quien una vez fue el Proctor General del cónclave hasta que resultó terriblemente herido en una batalla. Ahora era un anciano y estaba encorvado por la edad, pese a que su cuerpo fue reconstruido con biónica. En tiempos Thor Malkin había viajado por la galaxia con el famoso comerciante independiente Joff Zuckerman, y sus aventuras fueron leyenda entre los acólitos que le siguieron, incluida la victoria en el infame Genocidio de Kynbaex. Detrás de él iban los señores del Ordo Hereticus, Ordo Xenos, Ordo Malleus y las otras órdenes menores. Aquellos señores que no pudieron estar presentes debido a circunstancias o deberes lejanos habían enviado representantes en su lugar, para votar por poderes e informar sobre los acontecimientos y las decisiones del cónclave.
Por costumbre, el último en entrar sería el propio Lord Hector Rex y se sentaría en el gran trono de granito adornado a la cabeza de la cámara. Cuando todos estuvieron sentados, las lecturas de letanías completadas y las galerías de observación llenas, Rex se levantó de su trono y se dirigió al centro del suelo. Finalmente, se colocó firmemente en la parte superior del águila bicéfala grabada en oro en las desgastadas losas de mármol y se dirigió al consejo.
"Mis dignos señores. Hoy he venido ante ustedes para ofrecerles mi vida al servicio de nuestro Emperador. La elección ante ustedes es simple. Actuar ahora y decisivamente para apoyar mis acciones en Vraks, o prevaricar, retrasándonos y arriesgarnos a más daños en el futuro. Dadas las pruebas que presentaré ante el cónclave, el curso de acción que recomiendo es este. Creo que es el único camino que puede permitirnos salvaguardar este sector de futuros desastres y condenas. No hay otro. Apoyen mi moción y les prometo la victoria, incluso a costa de mi propia vida. Denegad mi moción y todos habremos fracasado. Fracasado en nuestro deber sagrado para con el Emperador y toda la Humanidad."
- —Gran Inquisidor Hector Rex.
La última línea provocó indignación y alboroto en la cámara al tiempo que varios inquisidores se levantaron para castigar al Proctor General por sus duras palabras y afirmaciones de fracaso. Otros se levantaron para alzar sus voces en apoyo a Rex, y durante minutos los furiosos argumentos crearon un tumulto sobre el cual ninguno podía hacerse oír sobre otro. En las galerías de arriba, los escribas y secretarios garabatearon frenéticamente lo que pudieron, pero no fue hasta que se escucharon los pedidos de orden en la cámara que la moción pudo debatirse adecuadamente y se escucharon las pruebas.
Muchos expresaron su opinión cuando el Proctor General regresó a su asiento. Observó y escuchó y no agreguó nada más al debate. Después de que Malphius el Vidente se dirigiera a la cámara y fuera interrogado, se presentaron pruebas adicionales sobre Vraks. Otros tomaron la palabra para argumentar a favor o en contra de la moción, y se tuvo que llamar al orden varias veces cuando Lord Thor Malkin tomó el timbre y se dirigió a la multitud, apoyando el plan de su antiguo acólito y condenando a aquellos que bloquearían su moción.
Después del debate, la moción fue sometida a votación. Sería por aquellos que Lord Rex sabía que la tomarían, pero podría influir en algunos de sus rivales y luego ganar. Encendió al Ordo Hereticus. Aunque siendo de un ordo, sus inquisidores no eran de la misma facción, y cada uno tenía sus propias ideas e independencia de acción en última instancia, lo que convertía a cada inquisidor en un ser solitario. Aquellos de línea dura no se convertirían. Pero al final, el Gran Inquisidor Balzac se abstuvo y se llevó a tres compañeros radicales con él. Fue suficiente para aprobar la moción por solo dos votos. Lord Rex había ganado.
Pero, si el Proctor General del cónclave había esperado forjar una alianza de las facciones para luchar juntos, o al menos apoyarlo en Vraks, había fallado. La cámara del consejo se vació en un ambiente agrio de descontento y desconfianza. Los intransigentes no habían logrado ser convencidos de nada, excepto que el Proctor General estaba excediendo su jurisdicción al inducir al 88º Ejército de Asedio a una guerra que claramente era suya. Llevar a un cardenal apóstata y sus aliados ante la justicia ddebía ser su tarea y solo suya.
No hubo sentido de hermandad o unidad de propósito en el Cónclave de Scarus mientras los argumentos y recriminaciones continuaron en el foro. Pero para Héctor Rex, su estrecha victoria en la cámara del consejo tendría que ser seguida por la victoria en los campos de batalla de Vraks, y eso requeriría muchos más sacrificios, resistencia, determinación incuestionable y voluntad obstinada en nombre del inquisidor. Dudar ahora y el único resultado sería la catástorfe.
Preparándose para una nueva guerra[]
Lord Hector Rex preparó de inmediato el dictamen que colocaría oficialmente al 88° Ejército de Asedio a sus órdenes, con el cargo de comandante supremo. Con él vendría no solo su formidable séquito de acólitos, sino también otros inquisidores del Ordo Malleus, aliados de Rex que apoyaban a su líder y ahora serían ubicados entre los cuarteles generales de cada regimiento de Krieg en Vraks. Cada inquisidor tendría su propio séquito y el poder de recurrir a otras armas del Imperio en caso de que las necesitara: regimientos de soldados de asalto inquisitoriales, agentes del Officio Assassinorum y los no menos importantes Marines Espaciales de la orden militante del Ordo Malleus: los Caballeros Grises, un capítulo completo del Adeptus Astartes dedicado a combatir y desterrar a los Daemons.
Tan pronto como se despejó la cámara entró en acción un plan preestablecido; no se podía perder el tiempo. Rex envió un mensaje astrópata prioritario a Titán, la luna de Saturno, donde la fortaleza-monasterio de los Caballeros Grises esperaba esas llamadas de auxilio. Desde aquí se enviaría un crucero rápido, cargado con los mejores guerreros que el Imperio podía transportar y equipar para tal combate probador de almas, junto con órdenes de ponerse al servicio de Rex. Para liderar la fuerza de ataque de élite se designó al Hermano-Capitán Stem.
Los Caballeros Grises no fueron la única fuerza astartes en la que el Inquisidor Rex posó su mirada, por muy potentes que fueran. El capítulo de los Cazadores Rojos también tenía una larga historia de ponerse al servicio de la Inquisición. Tan fuerte era el vínculo entre este capítulo y los tres grandes ordos que existían los rumores de que habían sido fundados a petición del representante inquisitorial en Terra, y que había un pacto de apoyo mutuo secreto entre la Inquisición y el capítulo. Excepcionalmente, incluso el capítulo llevó la I de la Inquisición sobre sus servoarmaduras. Aunque seguían siendo un capítulo adscrito al Codex Astartes en cuanto a su organización y orientación espiritual, ponía a disposición sus escuadras para dar respuestas rápidas a las solicitudes de ayuda. Los inquisidores que lucharían en la línea del frente en Vraks tendrían una guardia de honor de escuadras de Cazadores Rojos a los que recurrir.
Finalmente, Rex hizo una última apuesta. El capítulo de los Escorpiones Rojos ya había prestado un servicio honorable en Vraks, al igual que el capítulo de los Ángeles Oscuros. Rex enviaría representantes a cada uno para solicitar su ayuda nuevamente, pero no la exigiría. En el caso de los Ángeles Oscuros, tenía pocas esperanzas de éxito. Eran un capítulo que se rodeaba de secretos y misterios y rara vez tenían contacto con la Inquisición. En el pasado, muchos inquisidores habían intentado investigar los trapos sucios que parecían estar en el corazón del capítulo, pero ninguno había tenido éxito, y el Gran Maestre Supremo del Capítulo tendría poca confianza o lealtad hacia un Gran Inquisidor del Ordo Malleus. Pero los Escorpiones Rojos no tenían tales preocupaciones. Era un capítulo obsesionado con su propia pureza genética y de propósito. Si el negociador era cuidadoso y redactaba bien su solicitud, podrían ser persuadidos de regresar a Vraks para terminar el trabajo que habían comenzado.
Lord Rex eligió a su mejor diplomático y lo envió en los transportes más rápidos a través de la galaxia para encontrar los Escorpiones Rojos y pedirles que regresen, esta vez en fuerza, a Vraks. No esperaba una respuesta rápida. El mismo viaje ya sería sería arduo, y no había garantías de éxito, pero él había puesto las ruedas en movimiento.
Mientras los representantes del inquisidor Rex se pusieron en marcha, él viajaría a Thracian Prime, al cuartel general del 88º Ejército de Asedio y se reuniría con sus oficiales de mando. Estos serían informados de la decisión del cónclave y recibirían el dictamen. El mando del ejército sería entregado a Rex de inmediato. En cuanto al mariscal Amim Kagori, podría aceptar un nuevo puesto subordinado al inquisidor o renunciar a su cargo y buscar un nuevo destino. No se le atribuirían culpas ni cargos, aunque sin duda se llevaría a cabo una revisión del Departamento Munitorum de su conducta en la guerra. Desde el punto de vista de Lord Rex, los esfuerzos del mariscal en Vraks habían sido un éxito. Había manejado bien la situación y poco más se le podía pedir, y cuyo honor marcial permaneció intacto.
Al llegar a Thracian Prime, el Gran Inquisidor interrumpió la ronda rutinaria de informes e instrucciones del mariscal Kagori para informarle sobre la decisión del cónclave. Al ser informado de la orden de Ordo Malleus de requisa de su ejército, el mariscal solicitó inmediatamente el traslado a Vraks. Tomaría el mando de un regimiento o, si no se le permitía, una compañía en primera línea para liderar nuevamente a los hombres en combate. Había cumplido con su deber desde la distancia; ahora deseaba encontrarse con el enemigo cara a cara. El traslado fue concedido de inmediato junto con un cuadro de otros oficiales de su personal que deseaban unirse a la guerra.
Mientras Héctor Rex reorganizaba el 88º Ejército de Asedio en Thracian Prime, los primeros inquisidores llegaban a Vraks para comenzar las operaciones de campo. En total, 38 inquisidores de la cámara practicante de Rex y sus séquitos se desplegarían rápidamente en Vraks. Se colocarían en la sede de cada regimiento, para observar las operaciones y liderar desde el frente cuando llegara el momento. Incluso el venerable Lord Thor Malkin se había ofrecido voluntario para el servicio en Vraks. El viejo, ahora más metal y biónico que carne y hueso, volvería a ponerse su armadura y tomaría su arma de energía. Vraks sería la batalla final del veterano cazador de Daemons contra su más viejo enemigo. Puede que fuera viejo, pero nadie en el sector Scarus sabía más sobre la naturaleza de los Daemons y su destierro. Lord Rex tendría el honor de tener a su antiguo mentor una vez más a su lado.
Mientras tanto, en Vraks, cada comandante de regimiento de asedio y todas sus unidades de apoyo, incluido el cuerpo de trabajo del Departamento Munitorum y las columnas de suministros recibieron las órdenes de que el Ordo Malleus asumía el mando supremo del asedio. Ahora las órdenes vendrían directamente de la Inquisición, y aquellos que no llevaran la autoridad de la inquisición debían ser ignorados. En el frente, en las trincheras, muy poco cambiaría. La artillería seguía retumbando en los cielos y se estrellaba contra la tierra de nadie, y el enemigo seguía luchando con amarga determinación. Pero muy por detrás de la primera línea, se estaban haciendo los preparativos para la nueva guerra que estaba por comenzar...
Cerrando el Anillo[]
"Pero para luchar con el Demonio y salir ilesos de la batalla, debemos mantener la Pureza de Propósito. Debéis conquistaros a vosotros mismos para vencer en mil batallas."
- —Hermano Capitán Stem de los Caballeros Grises, antes de la Limpieza de Vraks.
En fecha 101827.M41, el crucero de ataque rápido Honor Amentum llegó al sistema Vraks, acelerando hacia la órbita de Vraks Prime directamente desde su base en Titán. Contándose entre las naves más veloces de la flota del Imperio, fuertemente armado para su tamaño y equipado con suficientes y poderosas cámaras teletransportadoras como para permitir que múltiples escuadras se desplegaran en la superficie a la vez, el crucero de ataque de los Caballeros Grises era la vanguardia de la flota del Imperio, y solo estaba disponible para el capítulo de élite del Ordo Malleus. Su navegante era lo mejor que podían proporcionar las casas de la Navis Nobilis, vinculados a los Caballeros Grises por pactos firmados cuando se fundó el capítulo. Estos extraños mutantes podrían abrirse paso a través de la Disformidad por instinto y realizar saltos más largos que cualquier otra nave guiada a través de las corrientes impredecibles del Immaterium. Con su ayuda, una fuerza de ataque de los Caballeros Grises podía llegar a cualquier lugar de la galaxia más rápido que cualquier otra fuerza disponible del Imperio. Y ahora llegaban los primeros Cazadores de Daemons al sistema Vraks, bajo el mando del Hermano Capitán Stem.
El primer gran problema táctico al que el Gran Inquisidor y su personal recién llegado tuvieron que abordar no era diferente del que ya había estado combatiendo el mariscal Kagori. Una mirada al holo-mapa estratégico mostraría incluso a un estudiante de primer año de una academia de entrenamiento de cadetes de oficiales que el asedio no podría completarse mientras el flanco oriental permaneciera abierto. El cerco de la ciudadela estaba incompleto y mientras permaneciera así el enemigo tendría una ruta de escape. Incluso la captura de la Ciudadela podría no ver el final de la guerra si el enemigo pudiera retirarse para luchar de nuevo otro día. Además, la posición actual significaba que el 30º Korps de Línea estaban atado con todas sus tropas y armas, teniendo que actuar como una retaguardia del 1er Korps de Línea contra los ataques desde retaguardia.
Lord Rex dio órdenes de que se sellara el anillo. Los cuatro regimientos del 30º Korps de Linea recibirían la orden de ir a la ofensiva y atacar en escalón, con el 263º regimiento al norte en primer lugar, seguido a su vez por el 262º, 269º y finalmente el 261º regimiento del sur. Debían girar, empujando hacia el sur y luego hacia el sudoeste para cerrar el anillo alrededor de la Ciudadela cuando contactaran con el 308º regimiento en el sector 57-44, pues era la unidad más al sur en el frente actualmente en poder del 34º Korps de Línea. La ofensiva debía girar como una puerta articulada sobre las posiciones del 1er Korps de Línea. Desde el norte, esta ofensiva tendría más de sesenta kilómetros por cubrir, y según los informes de las patrullas de jinetes de la muerte, las partidas de guerra de Nurgle y sus aliados seguían infestando toda el área. Para acelerar el ataque, se ordenó al 7º y 11º regimientos de tanques que se unieran al 30º Korps de Línea, convirtiéndose en el puño blindado que asestaría este gancho de izquierdas y atravesaría al enemigo.
Llevaría tiempo organizarse para la ofensiva, pero por el momento sería la prioridad para el personal del 88º Ejército. A los otros regimientos se les dijo que mantuvieran sus posiciones y no realizaran nada más que escaramuzas y patrullas mientras la Ciudadela estaba sellada dentro de un anillo de armas. Anticipando feroces combates y contraataques de los seguidores de Nurgle, los inquisidores serían asignados para apoyar la ofensiva, y la fuerza de ataque de los Caballeros Grises bajo el mando de Stern actuaría como una reserva rápida, esperando en la Honor Amentum, listos para intervenir allí donde el enemigo pareciera más fuerte o se identificaba actividad daemónica. La hora fijada para la apertura de la batalla era en el 273827.M41.
Contando con una ofensiva exitosa, dos operaciones principales más estaban en el disparadero. La primera vería a los tres regimientos del 1er Korps de Línea empujar hacia las murallas, apretando el nudo alrededor de la Ciudadela y encerrando a los defensores. La segunda vería al 46º Korps de Línea, la menos experimentada de las unidades principales del ejército (sus tres regimientos solo habían visto hasta ahora seis años de servicio en Vraks), presionando hacia abajo desde el norte, para tomar el terreno elevado y las colinas y el punto estratégico en la cota 202. Con estas dos operaciones completadas, el anillo alrededor de la Ciudadela se habría cerrado hasta las murallas y el enemigo estaría sellados en una bolsa cada vez más reducida.
Un infierno verde[]
Solo un tenue resplandor de luz solar brillaba a través de las nubes grises que colgaban bajas sobre las posiciones del 30º Korps de Línea. A no poco tardar una de las tormentas regulares de Vraks rompería y convertiría el campo de batalla en otro atolladero debarro, pero los guardias de Krieg se habían adaptado bien a tales condiciones. Esta vez su ofensiva no atacaría ninguna posición fija del enemigo, no había una línea de defensa constante que romper, sino que más adelante había un campo de batalla lleno de restos de combates anteriores. Los viejos y oxidados cascos de tanques y cañones yacían medio enterrados en el barro o abandonados en cráteres de impacto junto a los restos destrozados de viejas trincheras y fortificaciones y los brotes aparentemente aleatorios de alambre de púas oxidado, que una vez habían protegido algo, pero ahora estaban abandonados a los elementos. Era un terreno por el que se había luchado, de aquí para allá, durante años. Lo peor de todo es que debajo de la superficie podría haber minas olvidadas y proyectiles sin detonar que podrían hacerlo con una fuerza masiva y sin previo aviso después de años latentes en el barro.
Era el 273827.M41 cuando los cañones abrieron fuego, una andanada de proyectiles de los cañones del 30º Korps de Línea, mezclados con proyectiles de humo para ocultar la primera acometida del 263° regimiento. El aluvión impactó con una fuerza tremenda, golpeando el paisaje ya torturado mientras las compañías de infantería en cabeza subían las escaleras y salían de sus trincheras. Los tanques estaban muy cerca, combinados con la infantería para formar grupos de batalla blindados. Detrás de la estela de la artillería, el avance fue constante y bien ordenado.
Al principio el progreso fue bueno, pero luego llegó el fuego de contrabatería enemiga. Dondequiera que cayera una barrera, un ataque le seguiría. Los primeros proyectiles en caer fueron de mortero, luego seguidos de proyectiles de artillería más pesados. Caían por todas partes, pero mezclándose con las columnas de humo gris había una niebla teñida de verde, hecha de proyectiles químicos que liberaban su carga letal de TP-III. Las nubes de gas ácido pronto se hincharon frente al 263º regimiento. Las bajas fueron altas, sumiendo al ataque en la confusión. Varias unidades se perdieron en el espeso humo y la neblina química. Los escuadrones que se metieron en una zona de alta concentración de gas cayeron rápidamente; simplemente desaparecieron cuando el ácido se comió su carne y huesos.
A pesar de todo, los tanques avanzaron. Dentro de sus cascos sellados, las tripulaciones estaban a salvo del gas y ahora formaban la punta de ataque. El campo de batalla se había convertido en un lugar infernal. La visibilidad se redujo a unos pocos metros debido a las nubes ácidas, y los tanques se estancaron a medida que se toparon con grandes cráteres o trampas antitanques olvidadas. Varios Leman Russ golpearon minas. Entonces, a través de la bruma verde, el enemigo contraatacó. La batalla resultante fue una serie de escaramuzas desordenadas que se libraron dentro de las nubes de gas. Los vehículos blindados enemigos dispararon a ciegas o dispararon a quemarropa. Incapaces de coordinar tanques, infantería y artillería, el enemigo obtuvo victorias rápidas, convirtiendo escuadrones de tanques en cascarones en llamas antes de retirarse nuevamente. Pero, a pesar de sus éxitos, el enemigo carecía de los números para detener el avance imperial. Los contraataques locales podían detener la ofensiva por un tiempo y costar hombres y máquinas, pero por mero peso la ofensiva siguió su avance. Allí donde el gas se despejó, los guardias de Krieg atacaron sin cesar contra una resistencia esporádica del enemigo. Al final del primer día habían recorrido diez kilómetros. El día siguiente volvería a ver al 263º embistiendo hacia adelante. Al sur, el 262º regimiento también se uniría a la batalla.
Durante los primeros días continuó la ofensiva, con el enemigo lanzando sus fuerzas por partes para detener la ofensiva donde pudieron y los grupos de batalla blindados de Krieg siempre hacia adelante. Al cuarto día la resistencia enemiga se intensificó. Habían tenido tiempo de organizar una defensa más efectiva. Las partidas de guerra de los Marines de Plaga se habían desplegado aquí, con sus propios vehículos blindados en apoyo. Peor aún: toda clase de mutantes y criaturas viscosas y llenas de plagas se desataron en el campo de batalla. Entre la niebla química, estas bestias aullaron y rugieron de dolor y furia. Ogryns, ahora apenas reconocible como tales, y los servidores del Caos que este genera en todas las formas y tamaños. Eran criaturas sin nombre y atormentadas, que rezumaban limo ácido. Todos fueron arrojados a la lucha.
Cuando se unieron a la refriega, el 269º regimiento informó de encuentros con zombis de plaga. Eran hordas de criaturas de carne y huesos harapientos que se arrastraban por el barro y el humo, armados solo con dientes y uñas, pero hambrientos de carne y sangre calientes. Eran los restos de los muertos hace mucho tiempo, resucitados de sus tumbas para luchar de nuevo por algún arte blasfemo desconocido para los soldados de Krieg. Los muertos de ambos bandos luchaban ahora para el enemigo, inconscientes y desarmados, y fueron eliminados por ciento por los guardias de Krieg, pero ellos no tenían en cuenta las pérdidas. Algunos murieron una vez solo para resucitar de nuevo, y fueron tiroteados una y otra vez hasta que no quedó nada de sus formas humanas. Thor Malkin acudió en ayuda del 269º. Aquí había una brujería blasfema que debía ser castigada, y si los muertos luchaban para el enemigo, entonces su mano de obra sería casi inagotable: no se podía luchar en una guerra de desgaste contra un enemigo que no podía morir. El 262º regimiento no tardó en informar de encuentros con zombies, y luego el 263º. El campo de batalla había vuelto a la vida bajo sus pies.
Después de ocho días de lucha, la ofensiva del 34º Korps de Línea se había visto envuelta en un infierno verde. El progreso se había estancado. Se conservaban los avances, pero el largo ataque del 263º solo había llegado a la mitad de su objetivo. El número de enemigos al que se enfrentaban ahora era casi igual al de las fuerzas de Krieg. La ofensiva estaba en un punto muerto. Para romper el estancamiento, los inquisidores que organizaban la batalla autorizaron el uso de armas químicas, agregando su ración de proyectiles químicos al paisaje envenenado y cubriendo en el proceso a los sectores 59-45 y 60-45 en una sopa tóxica que los haría inhabitables durante cientos de años.
Los regimientos del 11° Korps de Asalto que habían ayudado al avance ahora podían retirarse para reorganizarse y reequiparse. Después sería desplegada para apoyar la ofensiva del 1er Korps de Línea, mientras que el 8º Korps de Asalto ya estaba en su lugar para ayudar a las operaciones del 46º Korps de Línea para capturar la cota 202. Ambos ataques comenzarían en el 400827.M41, y ambos estarían dirigidos por los compañeros inquisidores de Lord Rex.
La necesidad de reequipar por completo al 7º y 11º regimientos de tanques provocó que el 1er Korps retrasara la ofensiva, pero en el 400827.M41 el 46º Korps de Línea comenzó su asalto solo. A lo largo de un frente de quince kilómetros, los tres regimientos del Korps entraron en acción. El 468º regimiento se enfrentó a lo más difícil. Su sector le obligó a escalar las laderas norte de una cadena de colinas bajas. En el extremo sur, que una vez fue una cadena volcanes, se encontraba la Ciudadela. El primer objetivo del regimiento era apoderarse de la cota 187; el siguiente era abordar una serie de tres silos de defensa láser, todas ellas instalaciones reforzadas y bien protegidas contra los bombardeos de artillería. Luego vendría la corta subida a la cota 202. Desde esta posición tendían vistas de las murallas.
En la noche de la ofensiva, el 470º regimiento tenía más distancia que recorrer que el resto, aunque sobre terreno más fácil, mas dos líneas de trincheras enemigas bloqueaban el camino y tendrían que ser asaltadas antes de llegar a las murallas. Con el 8º Korps de Asalto en apoyo, aproximadamente 350 tanques estaban listos para apuntalar el avance, junto con 30 tanques pesados. En caso de ser necesarios, los titanes de la Legio Astorum también estaban a la espera de unirse al empuje.
En preparación para el ataque, los ingenieros de sector de cada regimiento habían trabajado arduamente para socavar al enemigo. El primer día de la batalla vería a compañías de ingenieros detonar sus minas preposicionadas y usar sus túneles de minado para aparecer detrás de los puntos fuertes enemigos ya identificados.
Mientras caía una lluvia torrencial de cielos grises y plomizos, las compañías de vanguardia del 468º regimiento comenzaron a subir. Después de algunas horas de combate, el avance había sido controlado por el enemigo, el cual controlaba puntos fuertes ocultos, excavados profundamente en la ladera y con vistas privilegiadas del avance. Balas y proyectiles cayeron sobre los guardias que avanzaban como ráfagas de granizo letal. Muchas de las compañías de la segunda oleada fueron despedazadas por el fuego de artillería de armas escondidas detrás de las murallas.
Para ayudar al movimiento de los tanques que apoyaban el ataque, se ordenó a los ingenieros de la 109ª compañía que construyeran una carretera temporal. Avanzando detrás de las primeras oleadas de asalto, los ingenieros trabajaron todo el día bajo el fuego enemigo, despejando rocas y abriendo un camino sobre el cual pudiera instalarse un pavimento temporal que soportara a los blindados. El progreso de su trabajo de construcción fue dolorosamente lento, y sin los tanques para suprimir los fortines enemigos, la infantería no podía más que morir. El avance del 468º regimiento a la cota 202 sería otro trabajo largo y amargo.
En el flanco izquierdo del ataque del korps, el 470º regimiento precedió a su propio avance con una valiente carga de varias compañías de jinetes de la muerte. Con la esperanza de atrapar al enemigo con una rápida carga de caballería, los escuadrones de los Jinetes de la Muerte se reunieron detrás de las trincheras delanteras antes de avanzar hacia sus líneas de partida. Con la eficiencia propia de un desfile, los 450 hombres y monturas partieron en un galope, golpeando directamente a lo largo del camino de servicio. No hubo bombardeos preliminares para ablandar al enemigo, ya que se pensaba que la artillería haría poco para acabar con el enemigo y solo les alertaría de un ataque inminente. La carga se basaba ante todo en la sorpresa. Tuvo cierto éxito, pues logró abrirse camino a lo largo del camino de servicio, con algunos escuadrones avanzando hasta el sector 582-458, pero la mayoría cayeron por el fuego enemigo. Al final del primer día, solo unos 60 jinetes seguían vivos para responder al conteo.
La ofensiva del 46º Korps de Línea avanzaba lentamente, con la habitual factura del carnicero en hombres y equipo perdido. El retraso del 1er Korps de Línea estaba resultando costoso. El enemigo pudo liberar hombres de ese frente para ayudar a las defensas aquí, y eso significaba que el desgaste requerido para agotar a las fuerzas enemigas tomaría mucho más tiempo. Los comandantes del 46º Korps de Línea le suplicaron a Lord Rex que pusiera en movimiento al 1er Korps y ayudara a aliviar la presión, pero se mantuvo la orden de que este no se movería hasta que estuviera listo y todos los tanques estuvieran reparados o reemplazados. Durante más de una semana, los regimientos del 46º Korps de Línea se desangraron en su solitaria ofensiva.
En el 431827 M41, al fin el 1er Korps de Línea pasó a la ofensiva. Tres regimientos atacaron hacia el sudoeste en un avance de quince kilómetros hasta las murallas. Al igual que el 46º, habían agrupado a las compañías de tanques y tanques pesados, y pronto las puntas de lanza blindadas se estrellaron contra las líneas enemigas. Aquí se encontraron con los supervivientes de la ofensiva anterior del 30º Korps de Línea, ahora obligados a volver a la bolsa. Los adoradores de Nurgle lucharon fanáticamente, desatando más armas químicas y biológicas. Se le dio la autoría del uso indiscriminado de tales armas de destrucción masiva a los marines traidores de la partida conocida como Los Purgadores, pero no estaban solos. El apoyo aéreo de la Armada Inmortal volaba a diario, bombardeando y atacando. La propia aviación enemiga, ya bastante disminuida en número, era vista ocasionalmente, pero parecía que el 88º Ejército de Asedio había ganado una superioridad aérea casi total. Los bombarderos Marauder hicieron misión tras misión sobre las murallas en el sector 58-45, bombardeando la retaguardia enemiga. El peso de los ataques combinados estaba aplastando sin piedad a los defensores.
El Ascenso de Zhufor[]
Mientras la lucha continuaba, un día amargo tras otro, y los regimientos de asedio de Krieg avanzaban, incluso los marines espaciales del Caos no pudieron salvarlos del juggernaut de guerra que el Imperio había puesto en marcha. Por primera vez, las municiones, alimentos y combustible de los renegados se estaban volviendo escasos. En algunas unidades los suministros fueron requisados, y otras unidades vieron disminuir sus existencias diariamente.
La moral entre los defensores originales estaba cayendo. Algunos todavía luchaban con una determinación fanática nacida de la locura o una creencia inquebrantable en sus dioses oscuros, pero otros se desesperaban y, arriesgando la ira de sus ejecutores, bajaron sus brazos o huyeron. Era el primer signo, y la caída de la moral podría provocar un colapso catastrófico: si un sector renunciaba a la lucha, entonces el siguiente también podría hacerlo, y pronto el ejército herético del cardenal Xaphans podría desmoronarse. Para los comandantes enemigos, esto no podía suceder. Había hombres (o criaturas que alguna vez fueron hombres), que aún no permitirían que esta guerra terminara. Los marines traidores nunca flaquearian. Vivían solo para matar a los sirvientes del Falso Emperador, pero no habían venido a Vraks para ver el final de la guerra sin sacrificar hasta la última gota de sangre que pudieran.
Uno de esos hombres era Zhufor, Señor de los Despojacráneos. Los informes desde el frente que indicaban que algunas unidades habían huido en lugar de luchar y que el enemigo estaba casi en las murallas significaron una retribución rápida y sangrienta. Zhufor no podría sufrir tal cobardía, y Khorne debía verla vengada.
Solo durante la larga y exhaustiva investigación del Ordo Malleus sobre los acontecimientos detrás de la guerra en Vraks cuando se reveló información sobre los asuntos dentro de los escalones superiores de los traidores. En ese momento, los comandantes del Emperador no sabían lo que estaba sucediendo dentro de los muros de la Ciudadela. Solo los interrogatorios de prisioneros y el uso de psíquicos telepáticos invasores de la Schola Psykana posteriores permitirían deducir una imagen clara.
Impulsado por su propia ambición y un deseo de prolongar la guerra. Lord Zhufor, al mando de la banda de guerra de Khorne más grande, se movió para detener la podredumbre antes de que derribara toda la casa. Solo había venido a Vraks para llevar la matanza a nombre de Khorne, y no nervía ni reconoció la autoridad del cardenal Xaphan. Los hombres de Zhufor, como los demás, no tenía lealtad a nadie más que a sus señores y su dios. Tales hombres les hacían aliados peligrosos. Potentes en el campo de batalla pero, con la situación en el frente deteriorándose y escaseando los suministros, las partidas de guerra del Caos se volvieron rápidamente contra sus aliados y entre ellos. La muerte era la única motivación de Zhufor: continuar la matanza hasta que la última gota de sangre de Vraks hubiera sido exprimida. Para él, esta guerra estaba lejos de terminar. Zhufor planeaba hacerse cargo de Vraks.
Primero maniobró para subyugar a las otras partidas de guerra de Khorne y unificarlas bajo su liderazgo. Esto le dio, con mucho, la facción de Khorne más grande en Vraks y luego, con su apoyo, maniobró para hacerse cargo de todo el ejército renegado de Vraks, y eso significaba la eliminación del cardenal Xaphan y sus ineficaces compinches.
Sin duda, el Señor de los Despojacráneos había planeado un golpe de estado desde el principio, o estaba actuando bajo las órdenes de su propio maestro, Abaddon, para dirigir la guerra contra Vraks a su gusto. Zhufor había esperado su momento, pero ahora eligió golpear al liderazgo de las partidas de guerra que adoraban a Khorne como la primera de sus dos tareas. Solo respetaban la destreza marcial y pocos podían igualar a la de Zhufor. Gigante entre los hombres, lideraba con el ejemplo y el miedo. Desafió al líder de los Berserkers de Skallathrax a un duelo. En juego estaría el liderazgo de ambas unidades. Negarse sería una afrenta para Khorne, y sin duda significaría que su oponente sería purgado por sus propios y ambiciosos seguidores de todos modos. Tal batalla entre sus campeones complacería poderosamente a Khorne.
Así pues, despojados de la armadura y armados con hachas-sierra, los dos señores del Caos lucharon hasta la muerte, donde Zhufor salió victorioso. Tras decapitar a su oponente, levantó su cabeza ante la multitud y reclamó, por derecho de conquista, el dominio sobre los Berserkers de Skallathrax. Cualquiera que se opusiera a su gobierno debía luchar contra él ahora. Ninguno lo hizo. Zhufor era el campeón elegido por Khorne en Vraks y ahora lo había probado con sus propias manos empapadas de sangre. Los Berserkers de Skallathrax lucharían por él.
Después, Zhufor subyugó a Los Santificados. Para hacerlo, les hizo una oferta: firmar un pacto y jurar seguirlo durante la guerra, y a cambio proporcionarles todo lo que necesitaban para abrir un portal disforme en Vraks. Los Santificados eran adoradores de Daemons, y trabajaban constantemente para traer a los hijos de Khorne al universo material. Tenían la experiencia, pero Zhufor les proporcionaría las decenas de miles de víctimas necesarias para crear un portal a través del cual pudieran derramarse legiones de Daemons. Zhufor también les dio un nombre y una promesa audaz. La promesa era que facilitaría la convocatoria de la mayor legión de Daemons entre los interminables ejércitos de Khorne. El nombre era poderoso: An'ggrath.
El pacto era demasiado atractivo para rechazarlo. Los Santificados unieron fuerzas con Zhufor para convocar al mismísimo Guardián del Trono de los Cráneos, al Señor de los Devoradores de Almas que vendría para brindar nuevas masacres. Ahora las partidas de guerra de Khorne estaban unidas bajo Zhufor.
Zhufor ya tenía la facción más poderosa bajo su influencia, por lo que la volvió contra las demás. El ultimátum era simple: unirse a él o enfrentarse a la destrucción con sus manos. Para demostrar su temple, Zhufor atacó por sorpresa y mató al señor y campeones de los Hermanos Negros de Ayreas. Superados en número y desprevenidos por la traición, los supervivientes se rindieron después de una breve batalla. A esta le siguieron las otras partidas de guerra, todas excepto Arkos el Desleal y su unidad de la Legión Alfa. No se someterían a Zhufor, pero para evitar que atacaran a sus tropas Arkos hizo su propio y traicionero trato. De todos los líderes solo él tenía la confianza del cardenal Xaphan, quien estaba escondido dentro de su fortaleza. Arkos sabía que el cardenal.-apostata ya era poco más que un líder simbólico. En realidad, Arkos había estado dirigiendo la guerra durante años, pero muchos de los renegados veían al cardenal como su mesías; a fin de cuentas, se había autoproclamado como tal. Arkos acordó traicionar a Xaphan. Para mantener su propia independencia, permitiría a Zhufor capturar al cardenal.
Hecho el pacto, Arkos fue fiel a su palabra. En secreto, la Legión Alfa permitió a Zhufor y sus exterminadores guardaespaldas personales infiltrarse en el Palacio del Cardenal. Aquellos Discípulos de Xaphan que no fueron asesinados por la Legión Alfa fueron despachados sin demora por Zhufor y sus hombres, quienes barrieron el palacio dejando un rastro de carnicería tras ellos. El diácono Mamon y sus guardias más cercanos huyeron para salvarse y luego fueron encontrados luchando junto a la partida de guerra de Nurgle de Los Corrompidos, aunque el refugio de Vernon duraría poco. El cardenal-apóstata fue capturado vivo. Zhufor sacó al débil mortal de su llamativo trono. El Cardenal había jugado su parte en Vraks, pero para Khorne solo le quedaba un uso: como sacrificio. Pronto, el cráneo de Xaphan se uniría a aquellos que se amontonaban ante el trono del Dios de Sangre. Zhufor arrojó al Cardenal y sus compinches supervivientes a las mazmorras más profundas de Vraks, a la espera de su destino.
El golpe de estado de Zhufor estaba completo. Mediante sangre y traición se había hecho dueño de Vraks. Ahora esta guerra sería su guerra. Millones marcharían bajo su mando y, como prometió, había un portal de disformidad que construir.
Hacia la Colina del Ahorcado[]
Dichosamente inconscientes de la agitación y la repentina desaparición del cardenal Xaphan, o la aparición de Zhufor como el nuevo señor de la guerra de Vraks, Lord Rex mantuvo una severa vigilancia sobre las ofensivas del 1er 46º Korps de Línea. Al principio, el gran empuje hacia las murallas había sido mucho más lento de lo que había previsto, pero ahora el enemigo mostraba grietas y los avances diarios estaban creciendo. Los números de prisioneros enemigos se habían disparado. Los informes del intendente mostraban que las ganancias incluían cantidades masivas de vehículos abandonados y equipos capturados. En algunos sectores parecía que la voluntad de luchar del enemigo estaba rota.
El 3er Regimiento de Asedio del 1er Korps de Línea estaba ahora a muy poca distancia de las murallas y Lord Rex ordenó al regimiento capturar la puerta principal en el sector 579-459 o forzar una brecha en otro lugar y mantenerla. De cualquier manera, la ofensiva de los korps sólo terminaría cuando hubieran forzado un paso a través de la muralla. Se desplegarían titanes para ayudarles.
En el sector del 46º Korps de Línea, el progreso también había sido laborioso. La construcción de la carretera temporal en realidad había frenado todo el asalto, y las compañías se aferraron a la ladera esperando el apoyo de tanques que no podía alcanzarles. Cientos de ingenieros habían perecido bajo el fuego de los proyectiles enemigos, y los tanques habían avanzado poco.
Aún así, incluso sin los tanques, uno por uno los silos de defensa láser fueron invadidos en batallas campales. Desde aquí, los guardias pudieron ver por delante de ellos que el enemigo había tomado cautivos a los guardias Krieg y había erigido un trofeo sangriento en la cota 202. Se habían dispuesto horcas improvisadas y de estas colgaban prisioneros, sus cuerpos irregulares recortados contra el horizonte como advertencia para los soldados del Emperador. Con su sensibilidad típicamente macabra, los guardias de Krieg lo llamaron Colina del Ahorcado y continuaron los ataques.
En el 628827.M41, la 15ª compañía del 468º regimiento estuvo finalmente a cort distancia de la cumbre. Precedido por el estallido de proyectiles de mortero que arrojaron piedras por las laderas en grandes chorros de fuego y polvo, una bengala dio la orden de atacar. Los maltratados pelotones treparon hacia arriba, la mayoría con no más de 20 hombres en condiciones. Patinando sobre la superficie pero disparando, los soldados corrieron hacia la cumbre. Las granadas giraron en su viaje hasta la cima de la colina para después rebotar entre las rocas y detonar en nubes de humo gris. Los disparos láser silbaron más allá de los escuadrones de vanguardia. Una bala de francotirador atravesó la cabeza del comandante de la compañía en cabeza, perforando su casco y manteniendo la agonía durante varias horas. En la cima de la cumbre había comenzado una pelea de bayonetas, cuchillos, palas y espadas. El enemigo luchó contra los primeros escuadrones Krieg, pero no serían los últimos.
Por tres veces la 15ª compañía asaltó y por tres veces fueron repelidos en combates cuerpo a cuerpo. Lo intentaron nuevamente al amparo de la oscuridad, y después de una confusa batalla nocturna se apoderaron finalmente de la Colina del Ahorcado. Todo lo que la compañía podía reunir para tomar el mando de la defensa antes de que llegaran los refuerzos era un suboficial. El esperado contraataque enemigo nunca llegó; otra señal de su creciente debilidad. Los cuerpos colgantes fueron retirados y en su lugar se plantó la bandera del regimiento. Los guardias de Krieg tenían el objetivo y debajo de ellos estaba la muralla. Más allá, ahora visible en la distancia, estaba la Ciudadela misma.
Se desatan los daemons[]
"En toda guerra, la máquina humana tiene sus límites."
- —Alto Princeps Rand Drauca.
Una prueba de lealtad[]
En la marca 756827.M41, el cuartel general del 88º Ejército de Asedio recibió la Directiva 4007-72-09 del Departamento Munitorum. En ella se ordenaba que el 88º Ejército de Asedio se retirara de la línea del frente y se preparara para el transporte de una docena de regimientos de Krieg fuera de Vraks. El Departamento Munitorum había revisado las asignaciones de tropas en todo el sector Scarus y había descubierto que la fuerza de fuerza actual en Vraks ya no era sostenible ni necesaria. Los recursos logísticos y de transporte también tendrían que reducirse. El Asedio de Vraks estaba siendo degradado en prioridad, y con las proyecciones de daños infligidos al enemigo, los cálculos logis del departamento significaban que las fuerzas restantes serían suficientes para terminar la guerra con una pérdida de tiempo aceptable y las bajas adicionales resultantes.
La directiva se transmitió de inmediato al cuartel general avanzado de Hector Rex en Vraks. El personal del inquisidor reconoció la directiva al instante por lo que era. Aquí estaba la mano demente del Ordo Hereticus y sus aliados de la Eclesiarquía. Frustrados en sus esfuerzos por tomar el control de la guerra ellos mismos, habían estado trabajando entre bambalinas para obstaculizar los esfuerzos del Ordo Malleus y asegurar parte de la asignación de fuerzas en Vraks para sus propios fines. ¿Qué habría prometido el Sínodo de los Cardenales-Astra a cambio del uso de los regimientos de la Guardia Imperial que ahora se retirarían de Vraks? Sin duda su apoyo futuro y votos en otros temas políticos de gran importancia.
Enfurecido por la directiva, Rex envió sus propios emisarios a Terra. En respuesta a la directiva, eludiría la jerarquía del Departamento Munitorum y buscaría la ayuda del Representante Inquisitorial. El Representante Inquisitorial era un Alto Señor, uno de los doce grandes señores de la humanidad que interpretaba la voluntad del Emperador. Tenía el poder de contradecir la directiva o al menos presionar en beneficio de la causa de Rex ante el Señor del Departamento Munitorum o, si fuera necesario, el Señor del Administratum; el más poderoso de Terra. El Departamento Munitorum era responsable del despliegue y el apoyo a todos los regimientos de la Guardia Imperial, pero el 88º Ejército de Asedio estaba ahora bajo el mando oficial del Ordo Malleus; el Departamento Munitorum seguramente había sobrepasado su autoridad al ordenar una reducción del número de tropas sin referencia a Rex.
Los emisarios inquisitoriales viajaron a Terra y se convirtieron en un grupo más de los muchos peticionarios que se reunían diariamente fuera de la cámara de reunión del Representante Inquisitorial. Todos buscaban una audiencia y ayuda para alguna injusticia. Una vez que se hubiera escuchado a cada peticionario, el Alto Señor pronunciaría su juicio y pondría a sus propios funcionarios a la tarea de corregir los errores. No sucedería de forma rápida, pero con el respaldo de la autoridad de un Alto Señor, cualquier cosa podría arreglarse, pues solo los otros once Altos Señores podrían bloquear los pronunciamientos del Representante Inquisitorial. Le tomaría tiempo a la burocracia en el corazón del Imperio procesar el juicio, pero al final lo haría. Mientras tanto, Hector Rex solo podía seguir librando su guerra; tales distracciones políticas solo serían contraproducentes para la causa del Emperador en Vraks.
Cuando al fin llegaron, las noticias de Terra no fueron buenas. El Representante Inquisitorial había solicitado al Señor del Departamento Munitorum que anulara la directiva 4887-72-09, pero este había buscado el apoyo del Señor del Administratum. A su vez, durante el debate, el Administratum también había sido respaldado por el Alto Ecclesiarca. Fue una poderosa concordia política. Otros Altos Señores, como el Fabricador General del Adeptus Mechanicus y el Lord Militante Solar se habían abstenido. El dictamen oficial era que la Directiva 4887-72-09 debía mantenerse, aunque las reducciones generales de tropas habían sido modificadas ligeramente a favor de Hector Rex. Aún así, el 88º Ejército de Asedio debia reducirse según lo requerido; los Altos Señores de Terra respaldaron la decisión. Rex no pudo hacer nada al respecto. Su propio mandato inquisitivo estaba siendo anulado por la autoridad más alta en el Imperio; y su palabra era ley.
Por supuesto, él podría elegir no actuar y desafiar la Directiva, pero eso sería rápidamente atacado por el Ordo Hereticus y seguramente acabaría con su arresto y la guerra contra Vraks entregada a su control. Con un poderoso ejército a sus órdenes, Rex podía resistir cualquier intento de arrestarlo, tal vez lo suficiente como para ganar la guerra contra Vraks, pero eso equivaldría a una rebelión, lo cual le conduciría a la excomunión y otra guerra, esta vez contra las fuerzas del Ordo Hereticus. Muchos habían permitido que su orgullo los tentara por ese camino antes, incluido el propio Horus. ¿Creía Hector Rex que su juicio era mejor que el de los Altos Señores de Terra acerca de lo que era mejor para el Imperio? Había un título para tales hombres: traidores.
Hector Rex no era un traidor, y nunca lo sería. Era agasajado y honrado como un campeón del Emperador. Era un Auditorii Imperator. Había penetrado en la sala del trono del Emperador en Terra y se había comunicado con el Divino Señor de la Humanidad. Luego se le había dado cuenta de que lo que estaba en juego en la guerra interminable con el Caos era el futuro de toda la humanidad. Tal era su papel y la adjudicación de puntos políticos no podía interponerse en su camino. Rex dio las órdenes necesarias para que los regimientos requeridos fuesen retirados.
En el 253828 M41, los tres regimientos restantes del 1er Korps de Línea serían retirados de Vraks, junto con los tres regimientos de artillería de los 19º Korps de Bombardeo, reduciendo a la mitad la potencia de fuego pesada del ejército. El 8º Korps de Asalto también sería retirado, pero sus argumentos le habían permitido retener al 11º Regimiento de Tanques, que ahora se trasladaría al 11° Korps de Asalto. La mitad de las compañías de artillería independientes, utilizadas para reforzar la potencia de fuego de los regimientos a la vanguardia de las ofensivas, también se marcharía. ¿Pero a dónde? Rex no lo sabía. Probablemente la mayoría de las unidades irían camino a la Franja Este, donde las Guerras Tiránidas parecían devorar a los regimientos de la Guardia Imperial tan rápido como podían desplegarlos. Una vez que se cursaron las órdenes, esos regimientos de Krieg ya no eran asunto de Rex; su deber era terminar la guerra con los regimientos que aún tenía.
Las noticias de Terra no mejoraron para Rex cuando se enteró de que durante el viaje de regreso de sus emisarios, todos habían sido asesinados, asesinados en sus suites, decapitados por rápidos golpes de armas de fase. Los asesinos nunca fueron identificados ni atrapados, pero sin duda tan brutal ataque había sido un mensaje apenas velado para él. El Ordo Hereticus le miraba y juzgaba. Su lealtad había sido probada y demostrada.
Las intrigas internas dentro del Imperio no podían detener el asedio. Ahora Rex tenía menos guardias, tanques y proyectiles a su disposición, pero el enemigo mostraba signos de descomposición. Los korps de línea restantes fueron reasignados a nuevas posiciones en todo el frente. La misión de tomar la puerta del sector 579-459 fue encomendada al 12º Korps de la Línea, a quienes se les ordenó poner en disposición a un regimiento de completo para la operación. Estos proporcionaron el 143º Regimiento, el cual se puso en posición y comenzó los preparativos preliminares para un asalto a las murallas. Tomó tiempo, semanas para poner toda la artillería a sus posiciones, e incluso más semanas para que las compañías de ingenieros cavaran sus trincheras comunicación, pero para el 412828.M41 el regimiento estaba listo.
La Batalla por la Puerta 579-459[]
Mientras el Coronel Thyran del 143º Regimiento planeaba el asalto, el Comisario-General Maugh lo lideraría desde el frente. Como siempre, los tanques y la infantería atacarían detrás de un bombardeo sostenido. Los titanes Reaver Astor Tyrannis y Aeacus Ultra apoyarían el asalto del regimiento. Su trabajo consistiría en atacar las murallas y la puerta con sus armas más pesadas y abrir las brechas que necesitarían la infantería y los tanques.
El bombardeo preliminar gimió y retumbó en los cielos cuando el comisario-general Maugh se subió a la torreta de su Leman Russ, Landwaster, desde donde lideraría el ataque. Observó a través de susprismáticos, concentrado en la distante muralla, ahora envuelta en llamas y humo. A continuación dio a su conductor la orden de avanzar, y gesticuló a los tanques a su alrededor para que lo siguieran antes de cerrar la escotilla encima de él y se dejó caer en su asiento. En segundos, los primeros escuadrones de Leman Russ avanzaron sobre el terreno batido por la artillería.
A medida que el 143º avanzó hacia sus objetivos, los lanzadores de misiles de los titanes lanzaron sus raciones de muerte sobre el objetivo. Cuando los solados se acercaron más aún, el fuego enemigo se concentró y se espesó. Dentro del casco de su tanque, Maugh podía escuchar el golpeteo de las balas contra el glacis delantero y el sonido de proyectiles de mayor calibre que rebotaban cerca. Su artillero y su cargador estaban trabajando duro, enviando proyectiles contínuamente hacia el parapeto de la muralla, concretamente ojivas explosivas para suprimir las posiciones de disparo del enemigo. A lo largo de la línea de tiro imperial otros hicieron lo mismo, pero a pesar del intenso fuego, el enemigo contraatacó. Una horda harapienta se lanzó a través de las puertas de entrada blindadas, las cuales retrocedieron cuando la infantería, los tanques, la artillería y caminantes similares a arañas avanzaron. Entonces la artillería enemiga cayó sobre ellos, lo que aumentó el estruendo y la confusión. El comisario-general sintió que el tanque se sacudía mientras avanzaba de nuevo, con el cañón deprimido para apuntar a la nueva amenaza. Entonces, de repente, en un destello de luz cegadora le golpeó. Una explosión de proyectil atravesó la armadura delantera de la torreta, un golpe directo que decapitó al artillero e incineró al cargador en una fracción de segundo. El proyectil pasó por el hombro de Maugh. Este instintivamente alcanzó el pomo de la escotilla y saltó para escapar. Cuando salió y saltó, la torreta estalló detrás de él. Su depósito de municiones había detonado en una bola de fuego anaranjada y ardiente que se elevó hacia el cielo. La fuerza de la explosión arrojó al comisario-general lejos del tanque afectado, con un pedazo de metralla humeante que atravesó su omóplato izquierdo. Gravemente herido, el comisario-general se retorció en el suelo, pidiendo ayuda, y luego se desmayó.
El humo negro todavía se arremolinaba a su alrededor cuando el comisario se dio la vuelta, contemplando el casco retorcido de su Leman Russ era arrojado por los aires. A su alrededor, la batalla continuó. Los hombres seguían luchando, disparando sus armas a izquierda y derecha. Las figuras de los tanques emergieron a través del humo y el polvo, para luego desaparecer nuevamente como fantasmas. El comisario-general había perdido su comunicador. No tenía idea de cómo progresaba la batalla. Haciendo una mueca de dolor se levantó lentamente, viendo que su uniforme negro ahora estaba chamuscado, empapado en sangre y cubierto de barro. Entonces, a través del humo, llegó el enemigo. Su contraataque debía haber hecho retroceder a las fuerzas de Krieg y el enemigo le había alcanzado. Maugh buscó su espada de energía, la cual por suerte todavía estaba en su vaina, y la liberó. El primer enemigo en acercarse fue un hombre enorme, empequeñeciendo al comisario, cuya servoarmadura estaba pintaba del rojo profundo de la sangre arterial. Sus ojos brillaban con poder impío. En una mano llevaba una hacha-sierra masiva, la otra era un puño de combate, chisporroteando de energía. El señor traidor vio al comisario herido y su universo pasó a ser el.
El comisario Maugh levantó su espada y le dio con el pulgar al activador, dando vida a su espalda justo cuando el campeón de Khorne atacó. Debilitado por la pérdida de sangre, Maugh tardó en reaccionar, haciendo queel primer barrido del hacha del campeón hiera a un lado su parada y le enviara de espaldas, cayendo de nuevo. El enemigo se cernió sobre él, riendo detrás de una máscara de dientes con colmillos. Maugh intentó alejarse, pero el dolor de sus heridas lo paralizó, dejándolo indefenso. Incapaz de salvarse, el comisario-general simplemente miró desafiante el rostro amargo de su enemigo. Era blanquecina y vieja, con la piel tensa sobre su cráneo en un rictus de muerte. Entonces el puño de combate del enemigo extendió la mano para aplastarlo...
La muerte del comisario-general Maugh no terminó la batalla. Las fuerzas de Krieg habían sido rechazadas por la sorpresiva llegada y contraataque de los berserkers de Khorne y exterminadores del Caos, pero la superioridad númerica de los imperial comenzó a sentirse y más tanques avanzaron hacia las puertas. Mientras tanto, los repetidos impactos del cañón de fusión del titán Aeacus Ultra las habían vaporizado y derribado el parapeto sobre ellas. Las torres de las puertas estaban siendo destrozadas por los escombros provocados por los impactos de artillería y el fuego de los tanques.
Al otro lado de los escombros aún humeantes, la batalla surgió de aquí para allá. En medio del humo y el estruendo, los guardias de Krieg se apresuraron, bayonetas caladas, solo para ser arrojados de regreso por los guerreros de Khorne. Los berserkers con hachas-sierra en mano se sumergieron en la refriega, dejando una marea de destrucción donde las dos partes se encontraron. Zhufor estaba entre ellos, una poderosa torre blindada, con su hacha goteando sangre. Con él estaban sus exterminadores guardaespaldas, cada uno de ellos veterano de cientos de campos de batalla. Durante todo el día y toda la noche lucharon mientras los proyectiles de artillería aullaban a su alrededor, mezclándose en una furiosa combinación de bombardeos.
Durante dos días más, los guardias de Krieg se lanzaron a la brecha, y cada les rechazaron con grandes pérdidas. Pero los inquietantes informes sobre la aparición de grietas disformes no eran un simple accidente; había una voluntad malévola detrás de ellos. Seguramente, el cardenal Xaphan y su séquito aún no podrían manipular los poderes de la disformidad para convocar a los Daemons del Caos, pero las partidas de guerra de los Marines Espaciales del Caos sí. Hector Rex solicitó que su antiguo mentor, Thor Malkin, descubriera quién o qué había detrás.
El inquisidor Malkin estaba más que feliz de complacerle. Sería su trabajo lo que más tarde reveló la historia detrás del ascenso de Zhufor y la construcción del portal disforme por parte de Los Santificados. Mientras tanto, los Caballeros Grises respondieron y enviaron una segunda fuerza de ataque a Vraks para reforzar a los hermanos de Stern. Cuando llegaron en el 996828.M41, el hermano-capitán Arturus se unió a sus hermanos de batalla en primera línea.
Operaciones subterráneas[]
Mientras el despiadado caldero de guerra hervía en los muros de la Ciudadela, los ingenieros presionaban cada vez más hacia su objetivo. Al igual que en la superficie, la lucha era amarga y el progreso lento, pero los había igualmente. Los túneles se acercaban a la Ciudadela desde todas las direcciones. El enemigo trataba de evitarlo pero no tenía los vastos recursos que los ingenieros de Krieg tenían a su disposición: maquinaria de perforación, cientos de toneladas de explosivos y mano de obra aparentemente inagotable para abrirse camino hacia el objetivo.
El enemigo, incapaz de contrarrestar las minas lo suficientemente rápido, lanzó bestias a las galerías y túneles. Eran criaturas mutantes, entidades hechas de limo y cieno, locos por el dolor y una glotonería demencial. Los Engendros del Caos y los últimos restos de los Ogryns, infectados por las plagas, fueron liberados dentro de los túneles. Los ingenieros de Krieg se encontraron frente a criaturas de pesadilla, engendradas para crueles deportes por el enemigo y sin el menor cuidado. Las detonaciones de escopetas y las granadas krak derribaron a las criaturas, pero cada escaramuza retrasó la excavación y costó más vidas.
Hector Rex interrogó a los comandantes de ingenieros sobre el progreso y los instó a seguir adelante. La batalla sobre el suelo estaba devorando hombres y máquinas más rápido que los voraces titanes. Regimientos enteros ya habían sido destrozados en los repetidos asaltos. Una ruptura desde abajo podría ser la mejor manera de llegar a la Ciudadela de Vraks. Aún así, los comandantes de ingeniería no pudieron asegurar que ningún túnel llegaría hasta las criptas de la Ciudadela durante al menos otros seis meses. Hasta entonces las batallas derrochadoras en la superficie tendrían que continuar, si no fuera por otra razón que evitar que el enemigo volviera a desplegar su mano de obra para acciones de contraminería.
La Colina de la Perdición[]
"Avanzamos por su camino. Nuestro Emperador está delante de nosotros. Nuestro Emperador está a nuestro lado. Nuestro Emperador está en nuestro camino."
- —Capellán Landrath de los Cazadores Rojos - Invocación antes del primer asalto a la Ciudadela de Vraks.
Primeros asaltos a la Ciudadela[]
En el epicentro de la red de caminos de servicio que cruzaban los Páramos Van Meersland, uniendo las áreas de viviendas con armerías, baterías de defensa láser y los anillos defensivos que ahora yacian arruinados y destrozados a raíz del avance del 88º Ejército de Asedio, estaba la gran Ciudadela de Vraks. Esta se cernía imponentemente sobre un pináculo de roca volcánica, arriba del cual, a fuerza de varios giros serpenteantes, la carretera principal se abría camino hacia la Gran Puerta, construida con bloques de granito tallados, ahora desgastados por el viento y el clima.
Dentro, sobre las murgas y parapetos grises de la muralla de la Ciudadela, se alzaban las agujas y pináculos de la Basílica de San Leonis el Ciego. Desde sus humildes comienzos, la torre original que conmemoraba la muerte del misionero martirizado en el 38º milenio se había convertido en una catedral masiva, donde los peregrinos de la fe acudían en hordas para visitar los huesos y las reliquias del santo muerto. Aun siendo un enorme edificio de piedra tallada, la basílica de San Leonis no era el edificio más alto dentro de la ciudadela. Más arriba aún se alzaba la torre del censorium, en tiempos la residencia del coro de astrópatas de Vraks y un centro de comunicación interestelar. Formaba parte de la zona interior de las ciudadela, separada de la fortaleza mam por un desfiladero escarpado que agrietaba los flancos de las rocas de la ciudadela. La aguja del censorium llegaba hasta el cielo, donde las tormentas de rayos bailaban alrededor de su pináculo y desde donde se podía ver en detalle todo el panorama de las tierras circundantes.
Para los observadores que ahora vigilaban a los regimientos Krieg aproximándose, la tierra circundante y hasta donde podían ver, esta se había convertido en un pozo de humo y fuego ennegrecido. El estallido de las armas, una vez un lejano trueno se había convertido en una cacofonía incesante y desgarradora de explosiones que rodeaban la fortaleza. Los proyectiles se estrellaban contra la ladera o hacían brillar los poderosos escudos de vacío de la Ciudadela. El polvo y el humo eran tan espesos como la niebla otoñal, formando densas nubes grises que se agitaban y bullían a medida que impactaban más ojivas. Abajo, en la llanura, en medio del fuego, la metralla y las nubes de humo asfixiantes, la matanza continuaba diariamente, sin cesar. Dentro, la Ciudadela ahora estaba llena de materiales de guerra. El último reducto de los defensores estaba erizado de hombres y armas. Fuera de la seguridad de las murallas protegidas por los escudos, las laderas estaban llenas de pozos de armas y postes de observación, trincheras cubiertas y nidos de francotiradores camuflados perforando cada cara. Los búnkers, fortines y refugios también marcaban el paisaje circundante. Las fuerzas rebeldes habían trabajado arduamente para convertir la Ciudadela en una fortaleza inexpugnable, una roca sobre la cual la marea creciente de los ejércitos del Emperador se rompería y retrocedería, se rompería y volvería a caer, una y otra vez. A pesar de los meses de bombardeos de la Armada Imperial y el bombardeo de artillería de largo alcance por los cañones más grandes que los regimientos de Krieg pudieron reunir, la Ciudadela permanecía gravemente dañada pero desafiante. Ahora, después de 18 años, el final del gran asedio estaba a punto de suceder.
Planes del 88º Ejército de Asedio[]
El plan del 88º Ejército de Asedio para el asalto a la Fortaleza del cardenal había sido dispuesto casi desde el comienzo de la guerra de Vraks. Incluso hace 18 años, el cuartel general del 88° Ejército de Asedio sabía a qué se enfrentaban cuando llegara el momento de volver a capturar la Ciudadela. Tenían acceso completo a todos los planos y esquemas que podían desear para cada modificación, mejora y fortalecimiento de la Ciudadela que había realizado el Administratum, y sus registros eran largos y completos. Originalmente, el Lord Comandante Zuehlke había planeado el asalto en detalle y, a su vez, el mariscal Kagori había revisado esos planes y los había modificado para adaptarlos a sus ideas. Ahora el inquisidor Rex era el tercer comandante imperial en ver las listas de datos y los holomapas de la Ciudadela y analizar los requisitos logísticos y las instrucciones de las unidades para refinar el plan. Antes de que se emitiera cualquier orden de asalto paraa los regimientos, Rex convocó a sus compañeros Inquisidores más leales para una revisión completa del plan de asalto.
Toda la operación era enorme y altamente compleja. Involucraba a un millón de guardias atacando en operaciones escalonadas para desgastar a los defensores paso a paso, para luego tomar y mantener puntos clave. El mayor inconveniente de toda la operación era la naturaleza del terreno. No se podrían utilizar unidades blindadas en los asaltos finales: el terreno era demasiado empinado para la infantería y esto canalizaría a los atacantes hacia los campos de exterminio preparados por el enemigo. De cualquier forma que los planificadores lo vieran, el empujón final para entrar en la Ciudadela sería la parte más sangrienta de una guerra sangrienta. Para la mayoría de los millones de guardias que serían arrojados a la roca y su Ciudadela en lo alto, esta sería su última batalla por el Emperador.
La mayor prioridad para el ataque era noquear los generadores de escudos de vacío de la Ciudadela. Estos escudos masivos, impulsados por pozos de calor geotérmicos hundidos bajo la roca de la Ciudadela, era la clave de su invulnerabilidad. Usando la misma tecnología arcana que protegía a los titanes, toda la Ciudadela estaba rodeada por un campo de fuerza protector. Cada sección de muralla, torre o contrafuerte tenía sus propios proyectores. Mientras el campo de fuerza permaneciera, había pocas posibilidades de dañar seriamente la estructura de la Ciudadela. Rex no albergaba dudas en su mente: derramaría suficiente potencia de fuego para que ni una sola piedra quedara sobre otra cuando terminara. El Administratum se quejaría y la Eclesiarquía protestaría con amargura por la destrucción de la Basílica de San Leonis, pero sería un sacrificio necesario para purgar un mal mucho mayor que ahora supuraba y propagaba su corrupción desde la cima de la colina.
Los escudos de vacío podrían sobrecargarse, pero solo cuando la energía combinada de suficientes impactos obligaran a los generadores a desconectarse o explotar. Sobrecargar cada escudo de vacío y mantenerlos caídos sería el trabajo de la artillería de asedio. Los cañones estremecedores, medusas y bombardas del 21er Korps de Bombardeo podrían golpear la Ciudadela día y noche con ráfagas de fuego que con suerte serían demasiado para los generadores de los escudos de vacío. Pero solo podrían hacerlo si tenían la suficiente munición disponible, por lo que se le dio la máxima prioridad a las municiones de artillería para dicho korps. Como resultado, la artillería regimental sufriría y eso significaría una falta de proyectiles para bombardeos preliminares, pantallas de humo, fuego de contrabatería, bombardeos y fuego reactivo, todo lo cual expondría a la infantería a una mayor amenaza de fuego y contraataques enemigos, pero mientras ese escudo vacío permanecía en pie, ni todos los ataques de infantería en el mundo forzarían el paso a través de la muralla. Cada regimiento tendría que depender más de su artillería de campo más ligera y los cañones de sus Leman Russ, dado que no tendrían ningún papel que desempeñar en el asalto una vez que la infantería comenzara a subir las laderas.
La captura de las tres puertas principales era el siguiente objetivo. Con los escudos vacíos caídos y la artillería golpeando la fortaleza hasta convertirla en ruinas, la infantería debía barrer la colina y capturar las puertas. Estas se convertirían en los peldaños para la próxima oleada, la cual entraría en el interior de la fortaleza. Y aquí estaría la tarea más ardua e ingrata: avanzar a través de un campo abierto arrasado por el fuego hasta los dientes de las defensas y armas más pesadas del enemigo. Todos sabían que los pelotones y las compañías serían masticadas rápidamente en la picadora de carne de las laderas, con el enemigo atrincherado en profundidad y detrás de paredes masivamente gruesas, impermeables a cualquier cosa que no fue el impacto directo de artillería pesada. Sería un asesinato, pero los planificadores no podían verlo de otra manera; alguien debía subir esa colina y morir. Otros tendrían que seguir y trepar sobre los montículos de cuerpos de las primeras oleadas y ser masacrados a su vez. Y en el ciclo continuaría, a medida que se arrastraser más cerca de las puertas, muerto a muerto. Rex tuvo que decidir quién recibiría esta misión.
El regimiento elegido para ser la primera oleada en las laderas fue el 261º Regimiento de Asedio, bajo el mando del veterano coronel Tyborc. A lo largo de la guerra, Tyborc había ascendido en la cadena de mando hasta liderar el 261º en Vraks, y su nombre se había convertido en una leyenda. Había liderado el ataque al que se le atribuía haber roto la primera línea de defensa, hace unos 14 años. Sus heroicos esfuerzos le hicieron luchar aislado e ininterrumpidamente durante tres días sin ayuda. Solo en esa batalla había sido herido cinco veces. En los años siguientes se pondría al mando del regimiento, pues su predecesor fue asesinado en la primera línea cuando un proyectil de mortero enemigo le arrancó la parte superior de la cabeza; lo que quedaba de su cráneo ahora residía en un relicario en el estandarte del regimiento. El coronel Tyborc continuó liderando desde el frente, y había sido herido en acción otras cuatro veces, aunque una espada enemiga se cobró su brazo izquierdo durante la Ofensiva Kagori. Aún así, ahora tenía un reemplazo biónico y había regresado para liderar a su regimiento en su avance hacia las murallas y los campos de batalla que le colocaron a los pies a la roca de la Ciudadela. Ahora su regimiento sería movilizado en masa en la primera apuesta por capturar las tres puertas principales de la Ciudadela. Tyborc fue convocado al puesto de mando de Hector Rex y recibió sus órdenes. Debió haber sabido lo que significaba instantáneamente (la más que probable destrucción de su regimiento), pero nunca se estremeció, aceptando la misión con un simple saludo. La muerte por la causa del Emperador era todo lo que había esperado, y ahora obtendría su deseo.
Planes del 261º Regimiento[]
Tyborc había recogido el cáliz envenenado del inquisidor y ahora debía tomarlo en largos tragos. Primero tuvo que reforzar su regimiento y dejarlo listo para la pelea, lo que significó más proyectiles, más municiones, más combustible y más hombres requisados de las reservas y transportarlos al frente. Luego reunió a su personal y comenzó a estudiar los holomapas y los detalles que el gran inquisidor le había proporcionado. Tomando en cuenta las posiciones de las trincheras que ahora rodeaban la Ciudadela, el 261º atacaría desde tres direcciones simultáneamente. Desde el norte, la 1ª compañía apuntaría a la Puerta Cardinal. Desde el oeste, la 7ª compañía tendría el objetivo de capturar la Puerta Inferior y destruir las defensas periféricas y el silo de defensa láser que a su vez protegía la Puerta de San Leoms, y el ataque más poderoso vendría desde el sureste, con la 15ª compañía, dirigido a la Gran Puerta. Cada ataque sería dirigido por una compañía de infantería entera, montada en quince Gorgon.
Su ataque solo podría comenzar después de que el Korps de Bombardeo hubiera tenido su oportunidad. Luego, mientras el bombardeo se concentraba en la fortaleza misma, Tyborc enviaría sus Gorgon. Estos llevarían a las compañías de vanguardia a través de las defensas externas restantes y solo arrojarían a los guardias cuando la pendiente se volviera demasiado empinada. La infantería avanzaría cuesta arriba por su cuenta, bajo el fuego de cobertura de los tanques que pudieran avanzar hacia posiciones de disparo al pie de la colina. Cuando las compañías montadas en Gorgon se estancaran, la segunda oleada de infantería a pie andaría muy cerca, lista para superar a la primera oleada y subir la cuesta. La tercera oleada haría lo mismo. La cuarta oleada contendría a la mayoría de los escuadrones de granaderos del regimiento, y serían estos guardias los que llevarían a cabo el asalto a las puertas y lucharían mano a mano por los bastiones en cada entrada. En las grandes puertas, Tyborc planeó desplegar vehículos de recuperación Atlas, equipados con una pala pesada para barrer el camino de minas y permitir a una compañía de Leman Russ avanzar por el mismo, en fila india, y apoyar el asalto de los granaderos. Los refuerzos también estarían esperando para atacar directamente por el camino para mantener el objetivo una vez fuese tomado.
La Gran Puerta sería el foco principal del ataque, y exigiría el mayor compromiso de fuerzas. Las otras dos puertas, la Puerta Cardinal y la Puerta Inferior, eran perspectivas mucho más difíciles. Aquí cada ataque sería en realidad una gran diversión, con los suficientes hombres y máquinas para fijar las fuerzas enemigas en su lugar. Y si el enemigo vacilaba, incluso podrían tener la oportunidad de tomar las puertas. Pero era en la Gran Puerta donde Tyborc esperaba ganar su cabeza de puente. Si lo lograba, su misión habría terminado y otro regimiento se haría cargo del asalto. Para entonces, el 261º sería una fuerza agotada, con bajas muy altas, pero sabía que esa era la razón por la cual los regimientos de Krieg habían sido elegidos para esta guerra.
Las Laderas de Muerte[]
Por un maldito fin, el final estaba a la vista. Si la batalla del día iba bien y el 261º regimiento obtenía sus objetivos, el final estaría al alcance de la mano. Amaneció, algo apenas perceptible en la penumbra estigia de las nubes bajas y el retumbar distante de los truenos, ¿o eran armas de fuego? No podía separarse del rugido inicial del bombardeo. Situado en la ribera sur de la Grieta Darro, el 21er Korps de Bombardeo había pasado muchos días y noches preparándose para esta misión. Sería una operación sostenida y precisa, concentrada y devastadora, con cada pieza que se pudo reunir contra esa colina y la Ciudadela en su cima. Cuando se recibió la orden de abrir fuego contra los objetivos preestablecidos, los artilleros de Krieg tiraron de las cuerdas de seguridad y las armas resonaron como una sola. Los proyectiles se elevaron alto, gritando y gimiendo su inminente fin. Los primeros en impactar fueron las ojivas de los cañones estremecedores, de mayor velocidad. Luego, segundos después, vinieron los medusa, como un bajo quejumbroso cuando cayeron. Por último llegaron las bombardas, cayendo de las nubes con el ruido de un tren de carga al estrellarse. Mil proyectiles cayeron en el primer minuto. Mientras Tyborc y los oficiales de estado mayor del 261º regimiento observaban, la Ciudadela y sus laderas se desvanecieron en una nube de llamas. El crescendo se intensificó, espesando el anillo de llamas. ¿Podría algo sobrevivir a tal tormenta? Rodeando a los oficiales observadores, hombres con abrigos marrones reunidos por escuadrones, pelotones y compañías treparon al interior de los Gorgon mientras estos permanecían quietos, derramando humos de escape que espesaron el aire circundante. Cada escuadrón fue contado a bordo en un revoltijo de botas claveteadas, resonando en las rampas de asalto de metal. Supervisores y comisarios revisaron a cada guardia antes de que los pistones neumáticos silbaran y las rampas se elevaran y cerraran con un sonido metálico oinoso. Sellados dentro de sus gigantes de metal, su próxima visión del mundo sería la base de esa colina y los fuegos inmisericordes de la batalla.
Llegada la hora, el Coronel Tyborc dios la orden de ataque, y segundos después, los motores de los Gorgon se pusieron en marcha, avanzando lentamente y dejando huellas profundas a medida que ganaban velocidad. Los hombres se apretujaban dentro, hombro con hombro en esas latas. La batalla había comenzado, y cada compañía tenía su parte que desempeñar. Las ruedas de la guerra giraban, y ahora el coronel Tyborc debía dejarles seguir su curso. Detrás de los Gorgon más infantería a pie les seguían, aún en líneas ordenadas y espaciadas uniformemente, junto con Leman Russ cuyas tripulaciones asomaban de sus torretas para elegir mejor la ruta de vaance. Pronto, sus lenguas de fuego amarillas de sus cañones de batalla se agregarían al bombardeo que se avecinaba. La artillería de campaña avanzaba en mitad de las compañías de infantería, cuyos Centaur rebotaban por el maltrecho terreno. Luego estaban los granaderos, algunos en transportes, otros caminando, todos encorvados bajo el peso de sus armaduras y armas de fuego pesadas. Todo el regimiento estaba en movimiento. Solo la artillería pesada seguía en su lugar, y pronto volverían a disparar. El coronel Tyborc había lanzado todo lo que tenía, tres compañías de infantería y los jinetes de la muerte como su reserva, y estos también serían desplegados si pareciera que se produciría un gran avance. Todo o Nada. Victoria o destrucción.
Los tres ataques se encontraron con la esperada fuerte resistencia. A pesar del denso humo y las explosiones, los Gorgon atrajeron ríos de balas. El transporte líder de la 7ª compañía recibió un golpe directo en el costado de una pieza de artillería oculta. El proyectil de estremecedor atravesó la bodega, destrozando a los soldados de su interior, antes de salir del otro lado, dejando un agujero irregular. Un segundo disparo le golpeó después, una ojiva explosiva que convirtió a los supervivientes en un puzzle de cadáveres desmembrados.
La 1ª compañía no tardó en llegar a un campo minado y aunque los Gorgon avanzaron, varios quedaron en llamas. Desde lo alto, un silo de defensa láser abrió fuego, desgarrando tierra y creando grandes marcas de quemaduras en la tierra con cada impacto. Primero uno, luego un segundo, luego un tercer Gorgon desaparecieron en una atronadora explosión de luz y metal fundido.
Para la 15ª compañía, un fuego fulminante también estaba afectando a los Gorgon. Uno vio su cabina de conductor arrancada por el proyectil de un tanque. Girando salvajemente, las orugas de otro fueron destrozadas por el fuego de artillería, dejándolo varado. Sus guardias desembarcaron bajo fuego pesado y de inmediato se dispersaron para cubrirse o yacían muertos.
Cuando las rampas de asalto cayeron, todos los otros pelotones experimentaron el mismo trato. Fuego de bólter y ametralladoras pesadas barrieron el suelo, amén de más campos minados ocultos que bloquearon el avance. El fuego de mortero defensivo se estaba cebando en coordenadas prefijadas con una precisión terrible. Los escuadrones fueron aniquilados en un incendio de explosiones y balas asesinas. El capitán Attas, líder de la 7ª compañía, estaba muerto, al igual que todo su escuadra de mando, asesinados cuando un búnker que se creía destruido abrió fuego a quemarropa. Sus hombres se arrastraron hacia la carretera de servicio que conducía a la Puerta Inferior, con los cadáveres amontonándose a su paso. Más cadáveres y Gorgon abandonados ensuciaron la ruta hacia adelante.
Ante la 1ª compañía, el enemigo contraatacó y peleó cuerpo a cuerpo hasta que vio a la primera oleada de infantería imperial arrojada hacia atrás; apenas habían comenzado a subir la cuesta hasta la Puerta Cardinal. La segunda oleada de infantería Krieg cargó, bayonetas caladas, contraatacando a su vez y cambiando el signo de la marea, pero aún no habían llegado a las laderas y ya habían agotado dos oleadas. La tercera oleada obtuvo otras decenas de metros en una lucha apresurada, pero no estaban muy cerca de la Puerta Cardinal cuando el fuego de artillería y mortero arrasó sus posiciones y convirtió el ataque en una chusma. El capitán Zolyan, de la 19ª compañía, intentó avanzar cuesta arriba, pero su compañía sufrió el mismo destino que las primeras oleadas. Menos de 100 guardias regresaron de una unidad completa de 740 cuando partieron. El capitán no estaba entre ellos.
Mientras se estancaban los asaltos del norte y el oeste, el ataque a la Gran Puerta estaba yendo un poco mejor. No menos valiente, no tuvo más éxito. Los Grogon habían recibido la peor parte del fuego enemigo, y ocho de los quince eran ahora cementerios. Los otros retrocedieron, escupiendo fuego de ametralladoras pesadas hacia la colina hasta que se gastaron sus cargadores. La infantería se arrastró cuesta arriba en un huracán de fuego furioso, perdiendo su cohesión en el tumulto de la batalla.
En la carretera de regreso que ascendía a la Gran Puerta, los vehículos de recuperación Atlas habían avanzado lentamente, creando un camino a través de las minas, antes de que las ráfagas de cañón láser de las murallas convirtieran al convoy en un osario de metal, cuyas tripulaciones se dispersaron por las escotillas y huyeron de regreso cuesta abajo. Detrás de los ingenieros, había una columna de tanques Leman Russ de la 5ª compañía de tanques del 261º regimiento, alineados. Estos arrastraron hacia arriba, golpeando las torres de las puertas con todas sus armas. Uno por uno, los tanques fueron destruidos; el último alcanzó el cuarto giro antes de que la tripulación abandonara su vehículo inmovilizado. Los restos de los tanques en llamas salpicaron la ruta y sus restos bloquearían el camino para futuros asaltos.
Ante el asalto principal, el bombardeo se había concentrado, golpeando la Ciudadela. El diluvio de proyectiles, como se predijo, había abrumado los escudos de vacío aunque no podían destruir los generadores. Estos estaban enterrados muy por debajo en las bóvedas de la Ciudadela, por lo que cualquier daño hecho solo podría ser temporal. La artillería ahora estaba pulverizando los edificios, los cuales explotaron de maravilla. El plan de ataque para despejar el barranco era muy complejo, pero todas las unidades involucradas habían sido informadas exhaustivamente, estudiado los mapas y se les dieron sus órdenes. Su primer objetivo era cruzar un barranco natural que cruzaba la línea de avance. A partir de ahí, el ataque se dividiría, con dos fuerzas atacando los puntos fuertes del enemigo a la cabeza de la hondonada y una tercera fuerza girando a la derecha para atacar un silo de defensa láser que se creía destruido por un fuerte bombardeo hace meses, pero cuyos muros de ferrocemento en ruinas aún proporcionaban a los defensores una excelente cobertura con la que enfilar la ruta de avance: tenía que ser asaltado y tomado. Una cuarta fuerza se adelantaría para avanzar por el barranco y asaltar el vendaval y los muros en conjunto con el asalto en cápsulas de desembarco de los Cazadores Rojos. Una vez que se abriera brecha, un asalto renovado despejaría el resto del barranco y conduciría el ataque hasta su final y las puertas de los arsenales. Una vez allí, la misión sería entregada a las compañías de ingenieros para atravesar las puertas blindadas y comenzar a despejar el complejo de más allá. A medida que se tomara cada objetivo, se liberarían nuevas compañías para hacerse cargo del ataque. En total, Hector Rex esperaba que el asalto durara de tres a cuatro días de lucha sostenida. Como siempre, el progreso sería lento y difícil.
Cuando llegó la orden de ataque, los guardias salieron de sus posiciones de salida y comenzaron a avanzar en buen orden. Al principio todo salió bien, con los tanques y la infantería avanzando hacia el humo que flotaba sobre el paisaje después de otro bombardeo de ablandamiento por la artillería de campaña justo detrás. La lluvia hizo acto de presencia, profundizando el lodo bajo los pies y orugas. Pero a pesar del buen comienzo, los planificadores habían pasado por alto algo. En sus mapas tácticos, el barranco natural aparecía como una sola línea y se creía que contaba con unas defensas ligeras, un obstáculo menor que sería superado por la primera oleada. Lo que el personal del regimiento había pasado por alto era el hecho de que el barranco era en realidad una trinchera natural, empinada en su ladera norte y en muchos lugares intransitable para vehículos blindados. El enemigo había hundido sus raíces profundamente en las paredes de la quebrada, intocable por la artillería, pero en sus mapas de concentración para las defensas del barranco y la amenaza de refuerzos desde la Ciudadela, la artillería del regimiento sólo había designado a la quebrada para un breve bombardeo por varias baterías de lanzadores cuádruples. Desde este barranco, el enemigo podría salir para atacar a los guardias que avanzasen y luego volver rápidamente a sus refugios. El enemigo también había escondido tanques en la base del barranco, y preparó posiciones de disparo para ellos en el borde. A medida que los tanques Krieg avanzaran, los blindados enemigos rodarían hasta sus posiciones y atacarían, antes de retroceder para cambiar de posición antes de que cualquier fuego de retorno pudiera encontrarlos. Tomar el barranco iba a ser una pelea mucho más difícil de lo que nadie había planeado.
Así fue. El enemigo fue paciente y solo abrió fuego a corta distancia con un repentino granizo fulminante que desoló a los pelotones de infantería avanzados. Los Leman Russ detonaron de repente por disparos sorpresa de tanques enemigos invisibles flanqueándoles. Cinco tanques ardieron en segundos, y los otros retrocedieron en lugar de arriesgarse al mismo destino. El ataque se detuvo en seco. El fuego de mortero comenzó a aterrizar, liberando metralla sobre las cabezas de los guardias. El comandante de la 3ª compañía fue asesinado en un tiroteo de fuego pesado. Seis de sus once comandantes de pelotón morirían en el ataque inicial. A pesar de las pérdidas, el ataque debía seguir adelante, por lo que ante la imposibilidad de flanquear el barranco, la única opción era seguir avanzando en un ataque frontal, pero los centímetros se comprarían con litros de sangre.
Fuego contrabatería de urgencia saturó la hondonada con altos explosivos, pero el enemigo estaba bien protegido y encontró refugio bajo el borde de la hondonada. Los tres tanques Macharius desplegados allí no encontraron forma de cruzar la hondonada, para después perder dos a causa de cargas de demolición lanzadas por enemigos invisibles desde dentro de la hondonada. Se solicitaron más compañías de infantería, pero no fue sino hasta el segundo día que, por números, los guardias de Krieg se abrieron paso hacia la hondonada y comenzaron a despejarla con granadas y bayonetas. Dentro encontrarían mutantes degenerados, hombres bestia y milicianos renegados unos al lado de los otros, junto con escuadrones de marines espaciales traidores, sobre todo de la Hermandad de Acero, los cuales habían convertido este accidente geográfico menor en otro campo de exterminio. En el flanco derecho del ataque, el primer cruce fue realizado por guardias de la 16ª compañía. Originalmente, su misión había sido atacar el silo de defensa láser, pero la mayoría de sus diez pelotones habían sido devorados en la lucha de barrancos. Al carecer de la potencia de fuego para suprimir el puesto avanzado enemigo, sus asaltos posteriores fallaron.
Solo al final del tercer día se había logrado un objetivo que debería haberse asegurado en las primeras horas a manos de los soldados de Krieg, con la llegada de más hombres para convertirlo en una base de fuego sólida para el próximo ataque. La boca del barranco estaba custodiada por puntos fuertes gemelos, cada uno un complejo de fortines, bunkers, trincheras y pozos de tirador. La artillería imperial ya estaban apuntando a cada uno, complementados por el fuego directo de los tanques desde la quebrada, pero debido a los retrasos no había tiempo para un bombardeo largo. Era hora de atacar de nuevo, y nuevas filas de guardias Krieg surgieron de la hondonada y se dirigieron hacia el sur.
La batalla de tres días por el barranco esperada por el alto mando llegó a su quinto día antes de que cualquiera de las fuerzas del Emperador llegara al barranco. A la derecha, el ataque contra el silo de defensa láser había fallado de nuevo, y el comandante del regimiento había solicitado la ayuda de los titanes para su tercer asalto. Incluso la llegada del Reaver Astor Tyrannis no pudo lograr que la infantería alcanzara su objetivo.
En el barranco, los atacantes se encontraron en un laberinto de trincheras y campos minados con trampas antitanques gruesas como árboles en un bosque que impedían el apoyo de los tanques. La Hermandad del Acero habían hecho su labor y el progreso hacia la puerta se midió en metros. El fuego de las torres y muros de la puerta barrieron el camino de servicio, ahora poco más que una colección de cráteres. El enemigo luchó por cada posición. En retaguardia, la munición de artillería se estaba agotando, dado que la base había superado sus suministros designados. El fuego supresor en la Ciudadela tuvo que aflojarse. El resultado fue un fuego asesino desde los acantilados ante los que no había cobertura. Las compañías se desangraron sin ganancias en el barranco, el cual se ganó el apelativo de "Pozo de la Muerte".
Pasaron siete días antes de que el gran inquisidor diera la orden para que comenzara el asalto astartes. Originalmente programado para el día dos, fue retrasado una y otra vez. Cuando por fin obtuvieron permiso, los inquisidores del Ordo Malleus y la fuerza de ataque de los Cazadores Rojos se sumergió en el barranco precedido por una lluvia de Cápsulas de Desembarco Tormenta de Muerte que barrieron la zona de desembarco con fuego aleatorio. Con las nubes negras bajas y el borde del barranco bloqueando su vista, los oficiales de Krieg no pudieron ver llegar a los astartes, por lo que no lograron hacer el empuje coordinado planeado contra la muralla y la puerta para atacar desde dos direcciones a la vez. Los cuatro inquisidores y casi 150 hermanos de batalla de los Cazadores Rojo cayeron en una trampa. Aislados de todo apoyo y atrapados en un caldero de fuego sin ruta de escape, se hizo evidente que el enemigo esperaba tal movimiento y preparado un contraataque.
Fuera de las enormes puertas del arsenal marchaban un Reaver, alrededor de sus pies zumbaba un enjambre de criaturas degeneradas y escoria subhumana, todos implorando sangre y desesperados por obtener las recompensas de su señor. Las hordas se arrojaron contra los Cazadores Rojos, quienes los mataron sin piedad con el fuego purificador de sus bólters. Cientos murieron, pero no fueron más que la primera acometida, carne de cañón que permitió a los marines traidores acercarse. De nuevo, fueron las partidas de guerra de Khorne y sus Berserkers quienes atacaron, liderados por Zhufor y sus guardaespaldas.
Contra el Reaver de la Legio Vulcanum, incluso el blindaje de ceramita o adamantium proporcionaron poca protección. Atrapados en su propia lucha, los Cazadores Rojos solicitaron asistencia y por fin los guardias Krieg recibieron la orden de atacar la puerta en un intento desesperado. La puerta en sí fue vaporizada por múltiples explosiones de plasma de un Stormblade, pero los guardias no pudieron forzar la entrada. Una carga heroica de las 35ª y 36ª compañías de jinetes de la muerte acabó con su destrucción; ahora las últimas reservas disponibles para el asalto estaban agotadas.
Sin socorro, la fuerza de ataque de los Cazadores Rojos fue aniquilada, incluidos los cuatro inquisidores que lideraron el asalto con ellos. Aquellos que no tuvieron la suerte de ser asesinados por los seguidores de Khorne se enfrentaron a un destino peor que la muerte. Los heridos y prisioneros fueron llevados por Zhufor y entregados a Los Santificados, con un conocimiento íntimo y profundo de la demonicidad. Los prisioneros serían ofrecidos como recipientes para Daemons o para saciar su hambre. En un tiempo volverían a los campos de batalla, deformados e irreconocible como Poseídos.
Las malas noticias para el 269º no terminaron con el fracaso del asalto al barranco, o el fracaso del asalto al bastión láser de defensa, o la aniquilación del asalto en cápsulas. En el noreste, durante uno de los muchos ataques de diversión que habían apoyado los esfuerzos principales, el desastre también llegó a ellos. La 17ª compañía de infantería, escabulléndose por las afueras del manufactorum ahora en ruinas, había avanzado hacia una emboscada. La partida de guerra de Arkos el Desleal se había infiltrado de alguna manera en el manufactorum bombardeado, probablemente usando pasajes subterráneos desconocidos, y preparado una trampa. Los traidores de la Legión Alfa lograron rodear, abrumar y aniquilar a toda la compañía antes de que se pudieran enviar fuerzas de socorro. Se perdieron más de 700 guardias, muchos sin duda capturados y enviados a la Ciudadela para un destino horrible. Tales tácticas de terror eran el sello distintivo de la Legión Alfa.
La ofensiva fue suspendida un día después. El 269º regimiento había sufrido el mismo destino que el 261º. Inmolados, la mayor parte de su fuerza de infantería yacía muerta en los campos, el barranco estaba ahogado con cadáveres de guardias imperiales y los corceles de los jinetes de la muerte, junto con los restos de tanques y armas. El regimiento se retiró, pero dejó una fuerte fuerza ad-hoc de supervivientes para acuartelar los dos puntos fuertes capturados y formar una fuerza de bloqueo al final del barranco para evitar una brecha del enemigo. Era la única victoria de todo el ataque. Ocho días de lucha infernal habían devastado un segundo regimiento, el cual ya no era una fuerza de combate efectiva. Hector Rex no tenía otra alternativa que disolver el regimiento y trasladar a sus supervivientes a los dos regimientos restantes de 30º Korps de Línea. Esto vio su fuerza de combate reducirse a la mitad en los dos ataques.
Primera victoria de la última batalla[]
En el 081830.M41, cuando el ataque al barranco estaba en su cresta, el inquisidor Rex estiró el cuello y miró hacia el cielo cuando la primera docena de unos 68 bombarderos Marauder pasaron por encima, haciendo retumbar sus cuatro motores y pasando como crucifijos oscuros a medida que avanzaban. voló por encima en ruta hacia su objetivo. Mientras el inquisidor observaba, los bombarderos arrojaron sus cargas sobre la estribación de la Puerta Inferior, que desapareció instantáneamente de su vista en un caldero de humo y llamas que hirvieron desde la ladera. La siguiente oleada ya estaba entrando, y más bombas siguieron a las primeras. Cientos de ojivas de artillería se unieron al bombardeo cuando la estribación de la Puerta Inferior fue golpeada con todos los explosivos que el 88° Ejército de Asedio pudiera arrojarle. Cinco oleadas de bombarderos más siguieron a la primera.
Cuando el último bombardero se alejó y los ruidos del motor se desvanecieron, el humo y el polvo del bombardeo de saturación comenzaron a aclararse. El inquisidor recibió un topógrafo de un ayudante y escaneó las murallas. Había conseguido al menos cuatro brechas en las murallas. Dos torres habían sido convertidas en pilas humeantes de escombros, cuyos fuegos aún ardían en lo profundo de sus estructuras. La Puerta Inferior en sí permanecía desafiante, aunque chamuscada. Arriba, los parapetos habían sido destrozados y las murallas derrumbadas. Dentro de sus bunkers, muchos de los defensores fueron aplastados por los escombros, mientras que otros quedaron sordos por el bombardeo. Otros más se arrastraron desde las brechas, cavando su pasaje a la superficie.
El intenso bombardeo había sido una vista impresionante, y los guardias de Krieg de la primera oleada se levantaron para comenzar su asalto. Su objetivo seguía siendo la muralla, incluso si era poco más que escombros en muchos lugares, mas aún habían sobrevivido suficientes secciones para convertirla en una buena posición defensiva para aquellos defensores aún en pie. ¡Y vaya si lucharon! A pesar de la destrucción, el bombardeo en realidad fue un desastre. Los defensores comenzaron a excavar en los escombros, creando nuevas posiciones de tiro. Las armas pesadas que quedaban operativas y enclavadas en la mampostería, mas sus artilleros y francotiradores se posaron en los restos. El bastión sur del silo de defensa láser, la más fuerte de las defensas de la estribación, también había sobrevivido casi intacto y pronto volvería a estar operativo.
A la orden, las compañías de asalto del 269° regimiento surgieron con compañías de tanques de batalla y superpesados junto a los pelotones, amén del titán del Alto Princeps Rand Drauca Praetorian y otros dos Reavers, Tritus e Invictorus. También había cuatro Warhounds, los cuales fueron vistos por el inquisidor Rex al tiempo que las primeras oleadas partían hacia la estribación de la Puerta Inferior, subiendo la pendiente cada vez más pronunciada mientras se desvanecían en el polvo y la niebla de cordita.
Desafiando el ataque aéreo, los defensores siguieron luchando, y pronto la primera oleada se empantanó. Mas la potencia de fuego blindada (casi 100 vehículos se habían dedicado solo a esta oleada) y de los Reaves estaban destrozando las paredes restantes y las líneas de defensa en pedazos. Era solo cuestión de tiempo hasta que la potencia de fuego imperial abrumara a los defensores atrincherados y abriera un camino que la infantería explotaría. Aún así, a los tanques les resultó difícil, pues el terreno había sido fuertemente vapuleado por el ataque aéreo y muchos quedaron anclados en tierra, convirtiéndose en fortines hasta que sus depósitos de municiones quedaron vacíos. Desde el puesto de mando de Hector Rex, el ataque parecía estar funcionando, aunque lentamente. Los primeros pelotones de infantería ahora luchaban en los escombros de las murallas, despejándolos sección por sección. Invictorus se había retirado para rearmarse, mientras que Praetorian estaba apoyando el impulso principal. A la derecha, Tritus dirigió el ataque contra el bastión del sur. Entonces se toparon con el primer obstáculo. El bastión podía parecer acabado merced al ataque aéreo, pero en su interior su armamento había sobrevivido. Cuando el Reaver lanzó salvas de misiles al silo es, de repente, devolvió el fuego. El primer disparo abrumó los escudos de vacío restantes del Tritus; el segundo fue un impacto directo: penetró a través de la armadura frontal del Reaver y dañó el reactor de plasma de forma crítica. Tritus se tambaleó bajo los impactos, se detuvo y sus armas callaron ominosamente. Entonces el reactor de plasma detonó espectacularmente. Con la fuerza de un pequeño sol, el reactor explotó en una bola iridiscente de gases sobrecalentados, tan brillante que su imagen que se grabó en las retinas de quienes lo vieron, y con tanto calor que no sobrevivió nada en un radio de 100 metros. Después se alzó una nube en forma de hongo, y cuando los gases se disiparon no quedaba nada del titán de batalla. Solo el suelo negro y chamuscado durante cien metros en todas direcciones marcaba su tumba, además de pequeños fragmentos ardientes o derretidos que fueron todo lo que se pudo recuperar. Otra de las venerables máquinas de la Legio Astorum había desaparecido.
Rex desvió más artillería contra el bastión, y su deseo de más ojivas pesadas no tardó en desencadenarse en la zona. Luego, con su séquito de batalla detrás de él, el inquisidor dejó su puesto de mando para unirse a la línea del frente.
En la vanguardia, los guardias de Krieg avanzaban. En algunos lugares casi habían llegado a las murallas, mientras que en otros habían sido detenidos e inmovilizados. Rex tomó el mando directo del ataque contra el silo de defensa láser, cancelando el bombardeo de artillería pesada mientras ordenaba a los pelotones más adelantados y a sus granaderos de apoyo cargar. Al anochecer estarían adentro, peleando en los túneles y galerías. Rex y su séquito lideraron la lucha de cerca y fue él quien activó las cargas de demolición que deshabilitaron al fín el láser de defensa.
Mientras tanto, a medida que los guardias de Krieg obligaban al enemigo a salir de sus agujeros y, sección por sección, capturaban la muralla de la estribación de la Puerta Inferior, el enemigo contraatacó. Como ocurriera con el primer asalto a la Gran Puerta, el enemigo se volcó esta vez desde la Puerta de San Leonis en lo alto y cargó por el Camino del Peregrino. Blindados, Dreadnoughts, Masacradores Sangrientos, Profanadores y otras grandes y aparatosas máquinas de guerra, chillaron y gritaron su odio al Falso Emperador mientras se unieron a la batalla. Además fueron reforzados por los Hermanos Negros de Ayreas, la partida de guerra de la Legión Negra, en tiempos la legión personal del propio Horus. No había tropas en la galaxia más dedicadas a la ambición de derrocar al Emperador que estas.
Al principio, su contraataque barrió a los soldados Krieg de la muralla, solo para que los supervivientes se unieran y junto a nuevas oleadas de infantería, apoyadas por el fuego de cañones de batalla en masa, surgieran nuevamente sobre el pico de escombros y volvieran a la refriega. La lucha por la murala fue amarga. Seis veces cambió de manos mientras la batalla diurna se prolongaba a la noche. Y fue una noche de combate infernal contra ingenios de guerra propulsados por Daemons. El aire se llenó con sus chillidos, gritos atormentados de los sacrificados para dar vida a cada máquina. Al amanecer, la pila de escombros volvió a estar en manos de los traidores y cuatro compañías de infantería completas habían sido destruidas en los repetidos contraataques. Los cuerpos cubrían los escombros y llenaban los cráteres.
El segundo día, mientras la infantería imperial intentaba nuevamente recuperar el control de su objetivo, Rex convocó a sus propias reservas. Los escuadrones de los Caballeros Grises corrieron en su ayuda. Aún en el centro de la lucha, Rex organizó a los supervivientes a su alrededor para el siguiente empujón, mientras la fuerza de ataque de los Caballeros Grises entraría en la batalla. Los Land Raider plateados adornados por su exposición a la atmósfera sulfurosa de Vraks llegaron atacando de frente en una ola de fuego de cañón láser y bólter pesado. Las rampas de asalto cayeron y los astartes de élite cargaron con alabardas de energía que brillaban con una corona de luz azul. Fuerzas psíquicas brillaron y chispearon cuando los cazadores de Daemons desataron sus poderes. Destruyendo y cortando con una ira imparable, se abrieron paso a través del enemigo.
Declamando invocaciones contra las corrupciones del Caos, Rex se unió a ellos, atacando los escombros con la infantería Krieg muy cerca. Una vez más llegaron a la cima de los montículos, más allá de los cuales estaba la ladera del acantilado de la cara sur de la montaña, a través de la cual corría el Camino del Peregrino, ascendiendo por debajo de los muros de la Ciudadela hasta la Puerta de San Leonis. Ahora era el turno del enemigo de retirarse en masa, pero disparando salvajemente mientras tanto. El repentino golpe de los Caballeros Grises había inclinado la balanza y destrozado a los traidores. En un repentino holocausto de furia, los ingenios daemónicos habían sido exorcizados de vuelta a la disformidad. Mientras Rex inspeccionaba el campo de batalla, todo a su alrededor era una escena de devastación total. La estribación de la Puerta Inferior casi había desaparecido, las torres ya no existían y las murallas habían sido pulverizadas. Tanques destrozados y máquinas de guerra yacían en un suelo de cráteres, muchos aún ardiendo ferozmente como faros naranjas entre el polvo, arrojando humo negro. Los muertos de ambos bandos cubrían el suelo, pero después de dos días de lucha, lo que quedaba de la estribación de la Puerta Inferior estaba en sus manos. Aquí el contraataque enemigo había sido derrotado y las fuerzas del Emperador habían obtenido su ansiada cabeza de puente para el asalto a la Puerta de San Leonis.
Era la primera victoria de la última Batalla por Vraks.
Donde acechan los daemons[]
"Mejor lisiado en cuerpo que corrupto en mente."
- —Inquisidor Thor Malkin.
El regreso de los Escorpiones Rojos[]
En el 159830.M41, los esfuerzos diplomáticos pretéritos del inquisidor Rex para asegurarse unidades adicionales del Adeptus Astartes para la guerra en Vraks al fin dieron sus frutos. Su emisario había sondeado al capítulo de los Escorpiones Rojos según lo ordenado, viajando desde Terra hasta el sistema Zaebus y plantó la solicitud del gran inquisidor directamente en manos del Alto Lord Comandante Verant Ortys. A su vez, Ortys se lo había llevado a sus propios oficiales de confianza para consultarles. Ningún capítulo de astartes se lanza al combate a la ligera. Cuentan con solo 1000 hermanos, los mejores que tiene el Imperio, por lo que debían usarse con prudencia y cuidado. Por supuesto, en este caso el Alto Lord Comandante Ortys ya tenía algún conocimiento de los acontecimientos en la distante Vraks. Una fuerza de ataque bajo del comandante Ainea había regresado de su primera operación con graves pérdidas pero victoriosa. Ahora, el gran inquisidor le pedía que continuara tan inestimable asistencia con un segundo despliegue. El enemigo aún no había sido derrotado y por tanto ganado la guerra. Como inquisidor, Rex podría haber exigido la presencia de los Escorpiones Rojos y haber enviado a uno de sus inquisidores para requisar una fuerza de ataque, pero los capítulos de los marines espaciales son célebres por su feroz independencia, y sus señores no aceptan la interferencia en sus asuntos de la burocracia del Imperio o la Inquisición. Su historial de servicio era suficiente como para comprarles la confianza para operar más allá de las muchas restricciones del Administratum. Los capítulos están vinculados directamente al Imperio mediante un juramento sagrado de lealtad al Emperador. Para muchos marines espaciales, aquellos que han roto ese juramento son los peores enemigos conocidos. Su mancha de deslealtad podría, y se vería, como una mancha que contaminaría a todos. La destrucción de fuerzas de marines traidores es una de las más altas prioridades y el servicio más glorioso que cualquier capítulo puede hacer por el Imperio.
Fue este argumento tan persuasivo el que usaron los diplomáticos de Rex para convencer al Alto Lord Comandante Ortys de que regresara a Vraks. Ortys reunió a todo su capítulo para hacer el anuncio de que, después de pensarlo mucho, había decidido enviar una gran fuerza de ataque de vuelta a Vraks; Ainea había comenzado la misión, pero él lideraría ahora personalmente una fuerza lo suficientemente grande como para terminarla. Quedaban muchos traidores a la humanidad en Vraks, viles Daemons que buscaban provocar la caída del gobierno del Emperador. Por ende, debían prepararse cuatro compañías completas para unirse a la guerra. Así mismo, la barcaza de batalla Espada de Ordon debía prepararse para el largo viaje de regreso al Segmentum Obscurus.
Con la precisión de una máquina bien engrasada, el capítulo entró en acción. Era una rutina que se había practicado miles de veces antes de que el capítulo se preparara para la guerra. El Señor de la Flota tomaría el mando de su barcaza de batalla, y 400 hermanos de batalla deberían estar preparados para el crisol de batalla contra un enemigo terrible, tanto física como espiritualmente. Los capellanes advirtieron a todos bajo su cargo de que Vraks se había convertido en una guarida de Daemons, y que criaturas viles codiciarían las almas de cada individuo. Se enfrentarían no solo a las armas del enemigo, y eran muchas, sino también a las falsas promesas y las tentaciones crueles ofrecidas por los poderes de la disformidad. Todos tendrían que recurrir al poder del Emperador para resistir las tentaciones y falsedades moralmente corruptas que tratarían de romper su voluntad de luchar y alejarlos de su verdadera misión como el escudo de la humanidad. Cada uno sería probado espiritual y moralmente. El combate contra las fuerzas del Caos debía ganarse no solo en el campo de batalla, sino dentro del corazón y la mente de cada hermano de batalla.
En cuestión de días, se completaron los rituales de armado y despertaron a Dreadnoughts de las criptas de estasis del Capítulo. El Señor de la Fragua tenía cada vehículo del arsenal bendecido y parcheado de letanías y sellos de pureza para proteger sus espíritus-máquina. Todo estaba listo. Los hermanos de batalla se subieron a bordo de su barcaza de batalla, con sus dos naves de escolta ya en posición. El Alto Lord Comandante dio la orden de soltar amarras, y la Espada de Ordon marchó a toda velocidad hacia el sistema Vraks.
La fuerza de ataque llegó a su destino en el 159830.M41. Tras alcanzar una órbita segura, la Espada de Ordon desembarcó a toda su fuerza de ataque en Vraks mediante thunderhawks y cápsulas de desembarco. El Alto Lord Comandante Ortys se reunió con el inquisidor Rex sin demora y puso su fuerza de ataque al servicio de la Inquisición. Había venido para completar la misión que su hermano comandante había comenzado hace cuatro años. Después de una sesión informativa táctica, los dos hombres entraron en un consejo privado para discutir la mejor forma de utilizar a los Escorpiones Rojos. El comandante Ortys estudió los holomapas en detalle. La Ciudadela era un objetivo formidable, pero el deber marcial y el orgullo exigían que su fuerza de ataque tomara la misión más dura que el inquisidor pudiera ofrecerle. Sería un honor para los Escorpiones Rojos forzar la primera brecha en la Ciudadela.
Se acordó que los Escorpiones Rojos harían un ataque en fuerza por el Camino de los Peregrinos desde la otrora Puerta Inferior hasta la ladera del acantilado para capturar y mantener la Puerta de San Leonis. El ataque tendría que ser directamente a lo largo del camino, bajo los ojos y las bocas de los cañones de los muros del sur de la Ciudadela a cada paso. La puerta de San Leonis era un bastión de piedra con sus propias torres de vigilancia. La puerta exterior conducía a través de un largo túnel, sin duda otra zona de exterminio, a una puerta interior, y luego a lo largo de una procesión con columnas hasta la Basílica de San Leonis. Hasta ahora, debido a los escudos de vacío que lo protegían, el fuego de artillería solo había dañado la superficie del punto fuerte de la puerta de entrada. Las defensas estarían intactas y sin duda llenas de herejes, y cosas peores...
El comandante Ortys y su personal se reunieron para planear el ataque. Llevaría consigo todas las armas que tenían a su disposición para tener éxito. El primer objetivo sería despejar un punto fuerte en la ladera que bloqueara el Camino del Peregrino. Esta tarea se asignaría a las escuadras de asalto de la 3ª y 8ª compañías, dirigidos por el escuadrón de asalto de vanguardia de la 1ª compañía bajo el mando del hermano sargento Culln, un veterano de la primera misión en Vraks. Una vez que los bunkers fueran capturados, Ortys lideraría la fuerza de ataque principal en Rhinos, Razorbacks y Land Raiders por el Camino del Peregrino a gran velocidad. Serían cubiertos por los bombardeos de Whirldwind y todos los Land Speeders que tenía la fuerza de ataque. Estos pequeños vehículos antigravitatorios no tenían precios, ya que no estarían restringidos por el terreno y podrían atacar los muros de la Ciudadela y mantener a los defensores suprimidos mientras la fuerza de ataque blindada avanzaba. Las thunderhawk también atacarían las paredes y la puerta con bombas y cohetes. Cuando la fuerza principal comenzar el ataque en la puerta de entrada, apoyada por Dreadnoughts, la Espada de Ordon maniobraría hasta una órbita baja y comenzaría un bombardeo orbital de la Ciudadela, incluida la Basílica. El Señor de la Flota tendría que volcar cada arma que la barcaza de batalla tuviera para abrumar los escudos de vacío y evitar que los refuerzos enemigos llegaran a la puerta de entrada. El enemigo aún tenía unos pocos silos de defensa láser operativos, pero ya no poseían suficiente potencia de fuego para amenazar seriamente al enorme acorazado astartes. A bordo de la misma estaría una fuerza de intervención de escuadras de exterminadores de asalto, dirigida nuevamente por el comandante Ainea de la 3ª Compañía. Por orden de Orty, los hermanos de batalla veteranos se teletransportarían directamente al bastión de la puerta de entrada justo cuando la fuerza principal atacara desde afuera. El poder combinado del ataque debería bastar para superar el complejo defensivo de la Puerta de San Leonis.
Aquellos hermanos de batalla no dedicados al asalto serían utilizados para un ataque secundario contra la Gran Puerta, principalmente como tripulación para Predators y Vindicators.
Los Escorpiones Rojos no atacarían solos. El 158º regimiento lanzaría otro ataque masivo desde el norte, mientras que el inquisidor Rex, sus seguidores y una fuerza de ataque compuesta por más inquisidores, soldados de asalto, los Cazadores Rojos y los Caballeros Grises de la Fuerza de ataque Arturus serían lanzados simultáneamente contra la Puerta del Cardenal.
Batalla por la Puerta de San Leonis[]
El sargento veterano Culln observó desde el borde de una pila de escombros de tres pisos de altura que una vez había sido parte de la muralla de la Ciudadela. Detrás y debajo de él se reunieron las escuadras de asalto de tres compañías. Su propia escuadra de vanguardia también estaba cerca, cada uno un veterano de al menos 100 batallas y equipados según sus preferencias; unos de los mejores guerreros de su capítulo. Se habían entrenado para misiones como esta todos los días. El objetivo era una colección de bunkers bajos excavados profundamente en el acantilado.
Desde aquí podía ver las troneras de sus armas. Todos estaban construidos de ferrocemento grueso, resistente al fuego de artillería, pero cada escuadra de asalto había recibido bombas de fusión que demolerían rápidamente tales defensas y permitirían a sus hombres acceder a los subhumanos degenerados que esperaban dentro. Todos estaban a punto de ser eliminados de la galaxia.
Mientras Culln observaba a la primera thunderhawk rugiendo a baja altura sobre su posición, el calor de sus propulsores se apoderó de él al tiempo que la nave liberó su cargamento de bombas de plasma directamente en el punto fuerte. Las lentes fotocromáticas de Culln se atenuaron cuando el objetivo se desvaneció en un brillante infierno de hidrógeno sobrecalentado que derritió la roca y absorbió el aire circundante en un remolino de polvo y humo. En cuanto el infierno se apagó, llegó la hora de irse. Culln dio la orden mediante su enlace de comunicación activado por el pensamiento. ¡Por el Capítulo! ¡Por el Emperador! ¡Atacad! Su propulsor de salto al ralentí estalló en vida, impulsándole por el aire en un solo salto largo. Detrás de él, sus hombres lo seguían como ángeles del cielo, armas en mano, martillando el suelo con pared de micro explosiones. La batalla de la Puerta de San Leonis había comenzado.
Cuando la fuerza de Culln se lanzó al ataque, el comandante Ortys subió a bordo de su Rhino de mando y ordenó a la columna de vehículos blindados que avanzara hasta su punto de partida, la antigua Puerta Inferior. Por el canal de comunicaciones escuchó a la tripulación de vuelo de una segunda thunderhawk mientras se acercaba a la Ciudadela, fijada en el bastión de la puerta de entrada y descargó una salva de misiles Hellstrike antes de alejarse y subir de nuevo hacia la Espada de Ordon. Pasando por los canales notó que los escuadrones de Land Speeder, su cobertura aérea cercana, ya estaban en camino, a tiempo y en el blanco. Moviendo canales nuevamente, dio la orden a los Whirlwinds de abrir fuego. Con sus típicos chillidos, sus misiles gritaron en los cielos, arrastrando fuego propelente e impactando a lo largo de las murallas de la Ciudadela, donde los escudos de vacío chispearon y brillaron mientras absorbían la energía de los repetidos impactos. Ortys sostuvo los rieles de agarre dentro del compartimiento de mando mientras su Rhino Damocles se sacudía y saltaba violentamente a través del paisaje lunar. El camino que una vez había conducido a la puerta había desaparecido, destruido en miles de fragmentos por los repetidos bombardeos de artillería, pero con sus motores a toda potencia los transportes astartes sobrellevaron el barro y las rocas hacia la posición desde donde comenzar su parte en el ataque.
Comprobando las imágenes de las cámaras de las servoarmaduras, el Alto Lord Comandante pudo ver que los hombres de Culln estaban dentro, despejando el punto fuerte en una sangrienta lucha cuerpo a cuerpo. Las comunicaciones eran intermitentes, como en toda batalla, y sin duda el veterano sargento no tenía tiempo para informes. La revisión de las lecturas biológicas de Culln mostraba que estaba bajo un gran estrés, manifestado en las pulsaciones de sus corazones, sin duda por el hecho de que más herejes estaban siendo limpiados de la galaxia por la espada de energía del sargento.
Satisfecho de que todo estaba en su lugar, y con el punto fuerte fuerza de juego y siendo invadido gradualmente, era hora de que la columna principal avanzara, con tres Land Raiders liderando el camino. El alto comandante Ortys ordenó a los escuadrones de Land Speeder que realizaran sus pasadas de ataque, luego caminó hasta su Rhino Damocles y se unió a la línea de vehículos blindados hasta el Land Raider líder. Subió por la puerta lateral y entró en la penumbra carmesí, donde sus hermanos de batalla estaban listos y armados. Después tomó su lugar en la vanguardia de la escuadra, sacó su espada y su pistola y le ordenó al conductor que avanzara a toda velocidad.
El enorme tanque de batalla se tambaleó hacia adelante, cuyas orugas arrojaron grandes terrones de tierra, mezclados con gases de escape azules mientras sobrepasaba la colina de escombros y descendía hacia los restos del Camino del Peregrino. Uno por uno, los vehículos mantuvieron la formación, aumentando gradualmente la velocidad conforme ascendieron. Ahogado por las planchas de blindajes del tanque, los disparos tronaban en el exterior. La cacofonía de la batalla estaba en aumento: los estallidos de cañones láser montados en torretas, el chirrido desgarrador de los cañones de asalto y los truenos de los impactos de misiles.
El avance blindado de los Escorpiones Rojos fue rápido, con los Land Raiders pasando a toda carrerea por el punto fuerte donde la fuerza de Culln seguía combatiendo. Cada arma que los vehículos tuvieran estaba disparando por la empinada cuesta rocosa a su izquierda, martilleando las paredes y el bastión de la Puerta de San Leonis. En origen, la ruta era estrecha; solo una carretera utilizada por archivos de peregrinos durante milenios. A la izquierda había acantilados hasta las murallas de la Ciudadela. A la derecha, una caída corta hasta el suelo del valle. El camino subía la colina abruptamente, y ocasionalmente se convertía en amplios escalones. Aquí, los conductores astartes aceleraron aún más sus motores y empujaron sus vehículos hacia adelante, chocando contra los escalones y devorándolos con sus orugas, pues pocas cosas podían resistirse a las setenta toneladas de peso de un Land Raider. Los marines se mantuvieron apretados en sus vehículos mientras sobrepasaban los obstáculos, el fuego y las explosiones que impactaban a su alrededor, oyendo la lluvia de impactos de cañones automáticos como si estuvieran sentados en un porche una noche de tormenta. Entonces el Land Raider en cabeza fue golpeado, volviéndose a detener en la carretera y eructando humo y lenguas de llamas anaranjadas desde la cubierta del motor que lamieron el cielo. El compartimento de la tropa se llenó rápidamente de humo aceitoso. El comandante Ortys se colocó su casco activó la visión nocturna y golpeó el accionador de la rampa de asalto en el muro. No pasó nada. El mecanismo había sido dañado. Abrió el panel de control y desactivó el mecanismo, rompiendo las cerraduras magnéticas que sostenían la enorme rampa de asalto blindada. Ordenando a los que estaban a su lado que le ayudaran, se apoyó en la rampa y empujó con todas las fuerzas que su cuerpo y armadura pudieron dar. Tres marines se agitaron y volvieron a agitarse mientras el humo se espesaba. Detrás del Land Raider, la columna blindada estaba estancada, ni siquiera a mitad de camino. La rampa se movió una pizca, después otro poco, luego abandonó su resistencia y se derrumbó, aplastándose bajo su propio peso. El alto comandante Ortys condujo a su escuadra, saliendo del humo y el fuego para subir por la carretera a pie, extendiéndose a través de la carretera con los bólters listos.
El segundo Land Raider embistió al vehículo afectado, conduciéndolo hacia un lado de la carretera. Luego retrocedió, giró con fuerza alrededor del tanque noqueado y comenzó a avanzar nuevamente, solo para golpear una mina oculta que le arrancó su oruga derecha y dejarle inmovilizado. Detrás, los Razorbacks y Rhinos no podían ir más allá. Las rampas cayeron y desde la parte trasera de cada vehículo se arrojaron escuadra tras escuadra, todos siguiendo a su comandante cuesta arriba, hasta donde se podía ver el estandarte del capítulo avanzando a través de la espesa oscuridad salpicada de llamas.
A pie, los Escorpiones Rojos corrieron y desde la Puerta de San Leonis el enemigo salió a su encuentro. De nuevo, las oscuras figuras blindadas de los Hermanos Negros de Ayreas lideraron a las hordas degeneradas de los dioses del Caos. Ortys levantó su espada e indicó a todas las escuadras que cargaran. La lucha en el camino y subiendo los escalones fue salvaje. Ortys levantó a uno de los marines traidores y le lanzó por el borde de la carretera; luego cortó un a segundo hereje en dos con un arco de su espada de energía. En lo alto, los Land Speeders estaban vadeando y buceando, reduciendo a la horda con sus cañones de asalto. Tras Ortys llegaron sus hermanos y los Dreadnoughts. Ahora demostrarían su valía, alcanzado las posiciones que los blindados no podían. Su llegada hizo retroceder la marea, diluyendo al enemigo ante ellos con salvas fulminantes de fuego de armas pesadas. En minutos, cientos de cuerpos destrozados yacieron esparcidos por el camino. El avance de los Escorpiones Rojos continuó hasta que, bajo los muros de la torre de la puerta, se detuvo para reagruparse. El enemigo se había retirado a su interior y había bloqueado la primera puerta detrás de ellos. El alto comandante reunió a sus hombres a su alrededor, incluido el venerable Dreadnought-Capellán Nalr. Habían alcanzado el objetivo; era turno de asaltar el bastión.
El enemigo podría haber sido expulsado pero aún no había sido derrotado. Dentro del bastión esperaban más guerreros del Caos, y a la menor llamada estaban las legiones daemónicas. Los ritos habían sido completados con los sacrificios oportunos, y ahora podían elegir cuándo liberar a sus aliados, creando un roto en el universo material. Las puertas se abrieron de nuevo y, desde un charco de oscuridad, asaltaron: Desangradores y Mastines de Khorne, grandes Juggernauts de Khorne con las cabeza bajas como toros dementes a la carga. Con ellos llegaron los Poseídos, seres horriblemente deformados, engendros del Caos y mutantes; toda la inmundicia lloriqueante de la disformidad uniéndose a la batalla.
La lucha disminuyó y fluyó arriba y abajo por los amplios escalones a la sombra del bastión. Presionado, Ortys desplegó a sus exterminadores, y en segundos, con un destello de luz, aparecieron, chisporroteando descargando energía al tiempo que llegaban en auxilio de su señor. Las cuchillas relámpago rasgaron y rastrillaron. Los martillos de trueno chocanro con el latón forjado por la disformidad de las espadas de los desangradores. Muchos Escorpiones Rojos cayeron, despedazados, pues sus servoarmaduras ofrecían poca protección contra el poder daemónico que ejercía el enemigo. El portaestandarte del capítulo cayó, se estrelló y luego fue pisoteado por la carga de un Juggernaut, cuyo jinete gritaba en un frenesí asesino antes de que una explosión de una pistola de plasma le devolviera a la disformidad. El venerable capellán Narl también cayó, de espaldas y por las escaleras. La sangre manchaba las piedras mientras los Escorpiones Rojos luchaban con todas sus fuerzas contra un enemigo inhumano. Los bólters disparaban al rojo vivo, segando las filas daemónicas mientras el capellán de la 2ª Compañía cantaba sus liturgias de odio y oraciones contra la corrupción, Crozius Arcanum en alto para que todos lo vieran. No cederían.
Ortys cayó herido, pero un apotecario lo sacó del cuerpo a cuerpo, sin el casco y sus armas. Parecía que sus hermanos debían retroceder o ser destruidos. Entonces, cuando la victoria se estaba escapando de sus manos, llegaron más refuerzos.
Completada su misión en el punto fuerte, el sargento Culln y sus hermanos de batalla restantes accionaron sus propulsores de salto y se lanzaron en picado hacia la puerta. Cayeron del cielo sin oposición y se estrellaron contra las filas enemigas. La carga sorpresa de Culln hizo vacilar a los Daemons y huir a sus seguidores mortales. Las cargas de fusión restantes de los marines de asalto realizaron un gran agujero a través de la puerta exterior y los Escorpiones Rojos penetraron, con Culln liderando una vez más.
Mientras tanto, el alto comandante Ortys hizo caso omiso de las atenciones de su apotecario y se unió a la refriega, cojeando pero agarrando una espada-sierra caída en su camino.
Dentro, los hermanos de batalla lo estaban limpiando, nivel por nivel. No hubo piedad para los defensores y pronto toda la instalación estuvo sus manos. Golpeados y chamuscados, heridos y sangrando, los hombres de los Escorpiones Rojos sellaron las entradas y establecieron su defensa. La mayoría de los hermanos que habían comenzado el ataque ahora estaban en paz con el Emperador, desmembrados y esparcidos a lo largo del Camino del Peregrino y amontonados contra las paredes de la puerta de entrada donde luchaban y morían. Aquellos que sobrevivieron se comprometieron a mantener la posición y resistir cualesquier horrores que pudieran venir; demasiados hermanos de batalla habían muerto como para permitir que sus conquistas se perdieran ahora. Entonces un Ortys cansado se subió al techo del bastión, con la bandera del capítulo hecha jirones en la mano y la plantó encima, una señal a todos de que el asalto había tenido éxito. Mientras lo hacía, las primeras salvas del bombardeo orbital de la Espada de Ordon comenzaron a impactar en las defensas del escudo de vacío.
Mientras el alto comandante Ortys y sus escuadrones atacaban y morían por la Puerta de San Leonis, sus otros hermanos estaban librando su ataque de distracción contra la Gran Puerta. Liderados por Predators y Vindicators, se encontraron con los ingenios caminantes del enemigo y los ingenios daemónicos, intercambiando fuego y manteniendo al enemigo ocupado mientras supervisaban todo el tiempo el progreso del asalto principal.
Batalla por la Puerta del Cardenal[]
Entre tanto, mientras el alto comandante Ortys y sus hermanos se abrían paso a lo largo del Camino del Peregrino hacia la Puerta de San Leonis, la fuerza de asalto de Hector Rex estaba lista y reunida para su propio ataque contra la Puerta del Cardenal. Hacia el oeste, el aluvión de artillería que precedió al nuevo ataque del 158º regimiento estaba golpeando la ladera, cubriendo la Ciudadela en una niebla de polvo gris espeso.
La fuerza de asalto de Lord Rex estaba lista, un equipo cuidadosamente seleccionado de las mejores tropas que tenía disponibles para él: ocho inquisidores del Ordo Malleus y sus séquitos completos, apoyados por los hermanos del Capítulo de los Cazadores Rojos, compañías de soldados de asalto inquisitoriales y reforzados por escuadrones de granaderos de Krieg de los 150º y 158º regimientos. Además estaba la fuerza de ataque de los Caballeros Grises liderada por el hermano-capitán Arturus, cuyas escuadras de exterminadores y Purificadores irían montados en Land Raiders. Las Thunderhawk ya estaban en el aire y en espera para proporcionar cobertura aérea mientras el ataque se acercara a la puerta.
El sonido de la batalla corría cuesta abajo mientras Lord Rex avanzaba entre sus tropas a la espera, sabedores del respeto a su rango. Los sacerdotes personales de Rex siguieron su estela brindando una bendición a cada hombre, un voto final contra el terrible enemigo al que debían enfrentarse y vencer. El inquisidor inspiraba coraje, una cabeza más alto que incluso los astartes merced a su armadura artesanal, adornada con símbolos y sellos bellamente ornamentados. En una mano llevaba la sagrada espada de energía Arias, de un color blanco plateado brillante. La leyenda decía que había sido bendecida por el propio Emperador. Por otro lado, llevaba sin esfuerzo un enorme escudo tormenta, demasiado grande para que lo llevara un hombre normal, y mucho menos en batalla, esculpido en la forma del símbolo de la Inquisición. Su figura le convertía en un hombre gigante, un goliat, y parecía que ningún enemigo podía enfrentarse a él. Incluso los Daemons debían acobardarse ante tal hombre.
A una la palabra del gran inquisidor, sus hombres se levantaron como uno. El enemigo esperaba en la larga colina; un enemigo que les detestaba y odiaba; un enemigo que solo existía para despreciarles y al Emperador al que servían. Aquí había una prueba digna para los héroes, pues hoy se forjarían grandes nombres en el fragor de la batalla, se obtendrían grandes honores y se crearían leyendas.
La ordalía comenzó. Rex indicó que comenzara el avance, y los hombres se internaron en sus vehículos blindados. Los Land Raiders y los Rhino iniciaron su cabalgada a paso ligero, mezclando los caparazones rojo bruñido de los Dreadnoughts de los Cazadores Rojos con los grises polvorientos y el negro de los granaderos de Krieg. Comenzaron a subir mientras los cielos se ennegrecieron como un presagio de la tormenta que se avecinaba. Delante de los escuadrones principales, las primeras rondas de artillería comenzaron a aterrizar, evolucionando en flores de color amarillo y naranja ardientes alrededor de la Puerta del Cardenal.
Arriba, la tormenta de rayos estalló con un trueno que hizo temblar el suelo. Grandes rayos de luz centellearon en el cielo: la ira de los dioses se había desatado sobre Vraks. Pero no había lluvia, solo olas de relámpagos que saltaban entre las nubes mientras Rex y sus hombres se dirigían hacia arriba, siempre hacia su objetivo. Ahora la oscuridad era antinatural, y había una gran sensación de presentimiento en el aire. La mente sintonizada psíquicamente de Rex sintió que la fatalidad había descendido sobre Vraks y que grandes obras estaban en marcha, tal vez incluso su muerte. Que así fuera: iría con su Emperador voluntariamente, pero solo después de que el enemigo hubiera sido vencido.
Y luego, de repente, el enemigo apareció, vomitadas de la Puerta del Cardenal para encontrarse con ellos en una marea de rojo y latón, cantando su grito de guerra “Sangre, sangre, sangre, sangre…” mientras los hombres del inquisidor abrieron fuego. Pero siguieron llegando, atravesando las explosiones, haciendo resonar su canto a su alrededor. Desangradores Mastines y Juggernauts de Khorne y Escorpiones de Bronce cargaron y gimotearon, embadurnados de sangre, escupiendo muerte con sus cañones de latón fundido. El inquisidor envió a sus hombres hacia adelante para recibirlos, con Arias sostenida en alto y el escudo ante él. Los dos lados chocaron. Desmembrados o destripados, gruñendo y gritando, los Daemons lloraron cuando Rex los arrojó de vuelta a la disformidad. Su poder psíquico le rodeaba, crepitando sobre su armadura, haciendo que con su sola presencia los Daemons se alejaran de él mientras exorcizaba sus cuerpos blasfemos.
Los Caballeros Grises desembarcaron de sus transportes directamente a la batalla, utilizando sus cañones psíquicos y unidades incineradoras para purgar grandes franjas de las filas enemigas, mientras el destello azul de sus alabardas se imponía en el frente. En lo alto, una Thunderhawk se abalanzó, soltando su munición infundida psíquicamente para desollar a los Daemons rojos de debajo. Fue una lucha despiadada, con los inquisidores gritando órdenes mientras los escuadrones de tropas de asalto mantenían un fuego constante, pero a los Daemons no se les negaría su cosecha de cráneos. “Sangre, sangre, sangre, sangre…” corearon, y sus espadas infernales dejaron la colina llena de sangre. Rex reforzó su halo de poder sobre él mientras repelía al enemigo. A su alrededor muchos habían caído, asesinados salvajemente por los colmillos insaciables de los grandes sabuesos rojos que cazaban en la ladera en manadas voraces, pero muchos más quedaban con él cuando se acercaron a la puerta. A través de ella salían aún más enemigos, ansiosos por la batalla.
Allí, solo encontraron destrucción a manos de los Caballeros Grises que se habían abierto camino por delante del Inquisidor, barriendo a los Daemons ante ellos. Un gran escorpión de bronce fue enviado entre gritos de agonía de regreso a la disformidad, después de que una alabarda psíquica llegara hasta lo más profundo de su estructura, allí donde los cuerpos de los sacrificados se marchitaban en una tortura inimaginable. Sus Land Raiders estaban detrás, disparando todas las armas hasta que el último de los Daemons fue destruido. La batalla había sido salvaje y bestial, pero breve, y la Puerta del Cardenal yacía ante ellos. Parecía que la victoria era suya, hasta que llegó el Devorador de Almas...
Un gran daemon llega...[]
El cielo oscuro de Vraks fue desgarrado por un rayo y del mismo emergió An'ggrath el Desatado, el Devorador de Almas más poderoso, guardián del Trono de los Cráneos, el servidor más querido de Khorne, llegado a Vraks para deleitarse con su paisaje de destrucción y muerte. Se zambulló desde los cielos cubiertos por la tormenta con sus alas negras como si fuera un hijo del trueno y se plantó sobre las murallas de la Puerta del Cardenal, encaramado para examinar su campo de batalla, con sus brillantes ojos rojos barriendo de un lado a otro, buscando un objetivo digno de su poderosa habilidad marcial. No prestó la menor atención a los proyectiles que explotaron a su alrededor, fragmentos de metralla al rojo vivo que chisporroteaban en el aire tan inofensivamente como la lluvia.
Con un gran batir de sus alas extendidas, An'ggrath se levantó y por primera vez gritó el nombre de su amo como un grito de guerra al cielo que anunció su llegada. Sus pies hendidos se estrellaron contra el suelo, partiendo piedras mientras levantó su hacha por encima de su cabeza y la aplastó con todas sus fuerzas. El casco rojo de un Dreadnought se astilló, para después abrir su sarcófago, listo para que un segundo golpe destrozara al Dreadnought de los Cazadores Rojos en mil pedazos cuando este hizo explotar su reactor.
El fuego enemigo llovía alrededor de An'ggrath cuando se lanzó de nuevo contra el enemigo, barriendo a un lado todo lo que estaba al alcance de su ira imparable. Su hacha se clavó en un Land Raider de los Caballeros Grises que no pudo retroceder lo suficientemente rápido, atravesando su blindaje con los dientes del hacha, impulsada por la vasta fuerza de An'ggrath. El Land Raider explotó en una bola de fuego que envolvió a ambos. Cubierta en llamas anaranjadas, la bestia bramó de alegría y saltó nuevamente sobre sus alas batientes, arrastrando parte del fuego con sus crines y sus alas. Aún cubierto de humo An’ggrath aterrizó, sacudiéndose con su látigo envuelto en fuego para reclamar dos almas más para Khorne.
Al ver tal destrucción, el hermano-capitán Arturus cargó con sus hermanos a su lado y alabardas psíquicas niveladas hasta que se toparon con la gran bestia. Las energías de las armas némesis se liberaron, y por primera vez An'ggrath rugió de dolor. El grupo de Arturus añadió su ración al aluvión psíquico, desatando sus poderes mentales contra el Daemon con ondas de rayos de fuerza que se convirtieron en una tormenta furiosa sobre él de rayos de luz y llamas abrasadoras. An'ggrath se retorció en agonía y arremetió violentamente, enviando con su primer golpe a un caballero gris volando por los aires. Su segundo ataque partió a un caballero gris por el torso. “¡Muere!” exigió Arturus. El esfuerzo mantener sus ataques psíquicos le estaban agotando en mente y cuerpo. Pero sus reacciones aún eran rápidas, y su alabarda hizo un barrido que se encontró con el hacha de An'ggrath. Las armas chocaron y chispearon, pero ninguna cedió.
El feroz vórtice psíquico alrededor del combate cuerpo a cuerpo se estaba disipando, pero los caballeros grises supervivientes atacaron de nuevo. An'ggrath contraatacó, desviando los ataques de las alabardas y respondiendo con una serie de ataques masivos que resultaron en otro hermano muerto, pisoteado y empalado por sus pezuñas. Arturua reunió sus últimas fuerzas y sintió que el poder volvía a atravesarlo y que, dentro de su alabarda, esta se revitalizó, estallando en vida con un halo azul. An'ggrath se balanceó de nuevo, realizando un golpe para dividir una ladera de la montaña, y Arturus la detuvo, gritando de agonía por el esfuerzo. De nuevo ambas armas se encontraron, pero energías oscuras obraron y esta vez su alabarda fue destruida en una explosión de energía psíquica que iluminó la zona. Arturus se tambaleó hacia atrás, desarmado, gravemente herido y completamente agotado. Los últimos dos hermanos de su escuadra saltaron en su defensa cuando An'ggrath gritó de ira. Un golpe rápido envió a un caballero gris herido a caer colina abajo, y luego agarró a la última de sus víctimas con un puño enorme y volvió a batir sus alas. El caballero gris capturado luchó pero no pudo romper el agarre de la bestia mientras fue elevado al cielo hirviente y atronador. Lo mejor de los Caballeros Grises había sido derrotado. En verdad todo estaba perdido y Vraks sería An'ggrath...
El Inquisidor y el Devorador de Almas[]
Mientras An'ggrath estaba compartiendo su locura con los Caballeros Grises, Hector Rex se estaba acercando a la Puerta del Cardenal, habiendo reunido alrededor de él a todos los supervivientes que pudo. La mayor parte de la puerta y sus dos torres yacían en ruinas, ya que el bombardeo de artillería no había dejado piedra sobre piedra pero sí cráteres y escombros. Los proyectiles incendiarios también habían limpiado los muros circundantes de defensores.
En ese instante, el devorador de almas se zambulló de los cielos como un meteorito, extendiendo sus alas oscuras al aterrizar en los restos de la puerta de entrada, bloqueando su paso. An'ggrath rugió desafiante, agrietando su látigo en un desafío a cualquiera que quisiera dar un paso y luchar contra él. Los guardias se amedrentaron ante él y retrocedieron. Ante ellos había una criatura procedente de sus pesadillas más oscuras: toda la malevolencia y violencia del alma humana unidas en una máquina de matar perfecta. Solo el Ordo Malleus podía hacerle frente y así lo hizo Hector Rex.
Devorador de almas e inquisidor lucharon, espada sagrada contra hacha daemónica, voluntad inquebrantable y la bendición del Dios Emperador contra una lujuria insaciable por la batalla y la fuerza del Dios de la Sangre. Fue una batalla que se había librado durante los últimos 10000 años, con el Emperador protegiendo a la humanidad de los dioses oscuros de la disformidad y de los rincones más oscuros de la psique humana. Rex estaba bañado en luz sagrada, mientras un fuego blanco crepitaba de su espada y frente, azotando al Daemon con el poder de su mente, conectando golpes psíquicos invisibles. El devorador de almas era furia y fuerza, ¡pero qué fuerza! Sus golpes destrozaron piedra y desgarraron la tierra cuando Rex esquivó y paró una y otra vez, hasta que su escudo tormenta se convirtió en restos inútiles. Ambos intercambiaron heridas, pero An'ggrath nunca se cansaba de batallar y derramar sangre, y el inquisidor estaba siendo agotado por el esfuerzo de detener o esquivar golpe tras golpe que podría haber cortado en dos un tanque.
Al final parecía que el gran inquisidor se había encontrado con su némesis. Al podría cumplir su destino, como Malphius había profetizado. Hector Rex estaba cansado más allá de los límites de un hombre mortal, y An'ggrath brincaba de alegría ante su inminente victoria y la matanza que provocaría a su paso. ¿Quién podría detener ahora su reino de destrucción?
Pero con sus últimas fuerzas, el gran inquisidor introdujo a Arias profundamente en el pecho del devorador de almas, hundiéndolo en el corazón del Daemon y canalizando todo su poder psíquico a través de él. Chillando de rabia y dolor, An'ggrath desapareció y regresó a la disformidad.
Expulsión de los herejes[]
"Para aquellos que evocan a los más malvados de entre los demonios medio domesticados que se aprovechan del alma humana, sólo la muerte será suficiente"
- —Capellán-Interrogador Belphegor.
Ángeles descendiendo[]
En el momento en que parecía que el asedio casi había terminado, con la Ciudadela invadida y las fuerzas del inquisidor Rex presionando para un último esfuerzo para despejarla de sus últimos y estoicos defensores, llegaron nuevos refuerzos: la barcaza de batalla Liberatorii Delictum, acompañada por el crucero de ataque Repentant y sus dos escoltas. Todas eran naves del capítulo de los Ángeles de Absolución, y habían acudido a Vraks a petición del Gran Maestre Supremo Azrael de los Ángeles Oscuros.
Los Ángeles de Absolución era un capítulo con estrechos lazos con sus progenitores y organizados para reflejar exactamente a sus creadores. A petición del Gran Maestre Supremo, el Capellán Interrogador Belphegor también había sido vinculado a la fuerza de ataque. Por su parte, tenía una cuenta personal que resolver, mas al mando de la fuerza de ataque estaba Yafrir, Maestre de Compañía de los Ángeles de Absolución. Ambos oficiales bajaron a tierra para reunirse con Hector Rex y solicitar permiso para unirse a la batalla. Sin embargo, su realidad era que habían venido con una misión específica: encontrar, capturar y regresar con Arkos el Desleal. Belphegor explicó que los Ángeles Oscuros no lograron capturarlo durante su misión a Vraks hace nueve años. Dado que no volvería a ser evadido tan fácilmente, parecía que Azrael había seguido de cerca los desarrollos en Vraks. Es más, recibió informes regulares del Alto Mando del Segmentum Obscurus en Cadia de tal forma que el capítulo y sus sucesores se mantuvieran al día con cualquier crisis urgente en zonas de guerra alrededor del Ojo del Terror.
El Gran Maestre Supremo había esperado al final del asedio y planeaba intervenir en un segundo intento de hacerse con Arkos y destruir a su peligrosa partida de guerra. Pero ahora que había llegado el momento, los Ángeles Oscuros ya estaban fijados en otros lugares y no podían prescindir de las fuerzas requeridas para la misión. Así pues, Azrael había recurrido a su capítulo sucesor más fiable. Los Ángeles de Absolución siempre habían trabajado estrechamente con los Ángeles Oscuros y, a veces, incluso habían emprendido despliegues combinados. Aceptaron la misión con gusto. Antes de que llegaran, el Maestre Yafrir ya había sido completamente informado sobre la situación actual en Vraks, al igual que sus comandantes de escuadra.
Rex preguntó por qué el Gran Maestre Supremo Azrael quería que Arkos fuera capturado en lugar de muerto, pero el capellán interrogador no pudo responder. El inquisidor saber debía conformarse sabiendo que Arkos era un traidor al Emperador y debía ser detenido. Hector Rex no podía estar en desacuerdo, pero sentía que un premio como un comandante de la Legión Alfa de alto rango, con toda la inteligencia sensible que pudiera revelar, sería más útil en manos del Ordo Malleus. Los interrogadores del inquisidor no podrían parar de extraer información interminable sobre espías y traidores dentro de las filas del Imperio y la usarían para atacar a cultistas y traidores en el Segmentum Obscurus; no debería ser reservada para un solo capítulo de astartes. Temía que en las manos de los Ángeles Oscuros, Arkos desapareciera en las profundidades de la Roca y nunca más se sabría de él.
La posición del Belphegor era inamovible. Tenía órdenes explícitas de Azrael, al igual que el Maestre Yafrir de su propio señor del capítulo: Arkos debía ser devuelto a la Roca, o de lo contrario Yafrir se vería obligado a retirar sus naves y hermanos de la batalla de Vraks. Los Ángeles de Absolución tenían autoridad para unirse al final del asedio, pero solo con la estricta condición de que se les permitiera buscar a la Legión Alfa y cualquier prisionero, en particular Arkos, sería solo suyo. No se permitiría ninguna interferencia inquisitorial en el cumplimiento de su misión.
Las negociaciones dejaron a Hector Rex en una posición difícil. Por un lado, aquí estaba la oportunidad de desplegar una fuerza de ataque fresca y poderosa en la Ciudadela, pero el precio era perder el control de cualquier información que la Legión Alfa pudiera revelar en el futuro. Se reunió con sus asesores más cercanos. Al final tendría que decidir, ¿Confiaba en los Ángeles Oscuros? ¿Azrael haría un buen uso de la información que adquiriera? ¿Lo usaría su capítulo exclusivamente para sus propios fines, o para el bien del Imperio? Acabado el consejo, Belphegor y Yafrir tuvieron su respuesta: podrían desplegarse en Vraks, con la bendición del Emperador. Tendrían libertad para planificar y ejecutar cualquier operación que necesitaran. Lord Rex debería mantenerse informado, pero permitiría que cualquier prisionero de la Legión Alfa que fuera tomado fuese entregado a los Ángeles de Absolución. El trato estaba cerrado. Los oficiales astartes regresaron al Liberatorii Delictum para preparar el ataque. Los Ángeles de Absolución lucharían.
Los hermanos del maestre Yafrir lanzarían un asalto de cápsulas directamente sobre la Ciudadela. La zona de desembarco designada sería la plaza principal del muro exterior. Este sería precedido por una oleada de cápsulas tormenta de muerte para despejar el área, y luego Belphegor y sus hermanos de batalla descenderían sobre el enemigo en un asalto relámpago. Su objetivo sería la Basílica de San Leonis, el corazón de la Ciudadela. Lo barrerían y luego presionarían más en el interior de la Ciudadela según fuera necesario. Las fuerzas terrestres de apoyo serían desplegadas antes del ataque y avanzarían a través de la Puerta del Cardenal para unirse a la fuerza aerotransportada. El maestre Yafrir comandaría su fuerza. Mientras la gran mayoría de sus hermanos de batalla estuvieran comprometidos con los herejes, la Liberatorii Delictum y la Repentant comenzarían su propia operación para encontrar y destruir al acorazado Corazón de la Anarquía. Su destrucción, donde fuera que se escondiera, era el segundo objetivo de la fuerza de ataque.
Cuando Rex recibió estos planes y los revisó, decidió maximizar la ventaja que había obtenido de los refuerzos inesperados. Los Ángeles de Absolución formarían el núcleo de su asalto final para despejar la Ciudadela y poner fin al asedio. Rex volvería a ponerse su armadura, desenvainaría a Arias y lideraría su propia fuerza de ataque. Los Escorpiones Rojos también se unirían a la matanza, surgiendo de cada brecha en la Puerta de San Leonis para despejar el Palacio del Cardenal. También se convocaría a los guardias imperiales. Era más que justo que después de tanto tiempo y tantos muertos que los hombres de Krieg estuvieran en el acto final de la guerra. El 150º regimiento recibiría la orden de unirse al asalto y el último de los titanes del Alto Princeps Drauca los apoyaría. Por fin había llegado la batalla final de esta larga guerra.
Las batallas finales[]
Antes de que el ataque final pudiera comenzar, la Ciudadela fue nuevamente sometida a un bombardeo de artillería pesado y sostenido. Las bocas de las compañías de artillería Krieg arrojaron proyectiles sobre la colina, sobrecargaron los escudos de vacío restantes y destrozaron los edificios con fuego concentrado que les golpeó día y noche. Los edificios aún en pie fueron destrozados y las torres se derrumbaron en un infierno de destrucción. Los bombarderos marauders se agregaron a la fiesta que ahora aplastaban a una Ciudadela en ruinas. El bombardeo tuvo como objetivo reducir gran parte de la Ciudadela a escombros con la esperanza de evitar a la infantería atacante la tarea de limpiar los edificios habitación por habitación. Para cuando llegó el asalto, se esperaba que quedara poco de la Ciudadela, salvo restos irregulares de estructuras en mitad de montañas de mampostería y cantería hecha dunas de polvo. Escondidos bajo tierra, los defensores soportarían el castigo y emergerían para hacerles frente cuando llegara el ataque. La Ciudadela, que durante tanto tiempo había sido su objetivo final, el corazón de la resistencia del enemigo, y que brillaba desde su cima como si fuera un ojo maligno, protegiendo a sus viles ocupantes y equipos dentro de sus impenetrables paredes, ya no existía. Incluso la sagrada Basílica de San Leonis fue atacada hasta que los bombardeos derribaron la gran aguja. Los hombres vitorearon cuando la aguja se inclinó y luego se desplomó lentamente, convirtiéndose en más ruinas esparcidas por la plaza de las salas interiores.
Mientras continuaba la destrucción, y cumpliendo la promesa de Rex de no dejar ninguna piedra sobre otra en la cima de esa colina, los muchos elementos necesarios para la batalla final se estaban preparando. La Liberatorii Delictum fue inmovilizada en órbita, sumanso sus cañones de bombardeo al aluvión que estaba preparando el terreno para el desembarco orbital. Sus objetivos estaban el gran patio y requeriría una planificación cuidadosa y una ejecución precisa. En tierra, los vehículos blindados de la columna de apoyo estaban en su lugar junto con sus escuadras.
Las escuadras restantes de los Escorpiones Rojos también estaban listos. Rearmados y reforzados, Rex inspeccionó a las tropas antes de sancionar su plan de ataque. El capítulo había sufrido grandes pérdidas para ganar su cabeza de puente, pero la guerra aún no se había ganado, por lo que debían luchar nuevamente. En consecuencia, la Puerta de San Leonis había sido reforzada masivamente por guardias de Krieg para que los Escorpiones Rojos pudieran retirarse en preparación para su próxima misión.
Bajo tierra, los ingenieros estaban listos para el empuje final y el avance hacia el subsuelo. Su asalto requeriría que cada compañía de ingenieros disponible realizara un esfuerzo sostenido para despejar la Ciudadela desde abajo. Rex esperaba que los escuadrones de exterminadores se unieran a esa misión una vez fueran liberados de las operaciones en la superficie. Esta vez Rex lideraría una fuerza de ataque de los Caballeros Grises personalmente. Su primer objetivo sería el antiguo Priorato del Sudario de Plata, seguido del castillo interior con la torre del censorium y el Aedificium.
Rex sabía que lo que les esperaba sería un enemigo infernal: los últimos engendros disformes convocados, calificados por sus amos como escoria pero que lucharían con una ferocidad nacida de la desesperación. La Ciudadela era ahora la guarida de Daemons y mutantes, ingenios de guerra daemónicos y poseídos y horrores sin nombre que se derramaban del éter para deleitarse con almas humanas. Era el corazón de la oscuridad, un tumor, un géiser de corrupción y blasfemia en ebullición que estaba a punto de explotar. El resultado sería sucio y sangriento, pero una vez que se hiciera, esta guerra terminaría.
Las primeras cápsulas de los Ángeles de Absolución brillaron en su travesía por los cielos negros de Vraks, convertidos en pequeños cometas ardientes y brillantes cuando entraron en la atmósfera, ajustando su rumbo a medida que se acercaban a sus objetivos y disparando sus retrorreactores para frenar el descenso antes del impacto. Sus sistemas de guía inercial cumplieron su misión, permitiendo a cada cápsula abrirse y desatar un torrente de balas y misiles, ahogando la plaza en llamas mientras las Tormentas de Muerte despejaban la zona. La siguiente oleada ya estaba muy cerca, al igual que la tercera. Llegaron como sus predecesores, chocando contra los escombros y desembarcando una escuadra tras otra de marines con servoarmaduras pintadas de color hueso, con las armas preparadas y listas antes incluso de que las rampas descendieran del todo. Las escuadras se dividieron y se dirigieron hacia sus objetivos con el primer paso.
A medida que comenzaron los disparos, el Alto Lord Comandante de los Escorpiones Rojos, Ortys, dio la orden de atacar. Liderados por sus escuadras de asalto, sus hermanos de batalla avanzaron, usando los restos destrozados de la columnata como cobertura mientras se acercaban al Palacio del Cardenal.
Bajo tierra, los taladros de Hades se pusieron en acción, devorando los últimos metros de roca hasta llegar al subsuelo, tras los cuales los primeros escuadrones de ingenieros avanzaron paso a paso, precedidos por un aluvión de granadas y cargas de demolición antes de que ellos también comenzaran su propia y horrible batalla en la más absoluta oscuridad.
Las compañías de vanguardia de la 150º Regimiento de Asedio, montados en Gorgon, se dirigieron a la Puerta del Cardenal, subiendo lentamente la ladera una vez más antes de embestir contra las ruinas que quedaban de la puerta y sus paredes circundantes, las cualesles impedían el paso. Su misión era limpiar las salas exteriores y sus bloques de guarnición, reducidos principalmente a simples cascarones por la artillería y los incendios. La infantería vestida de gris se hundió en la Ciudadela, con sus bayonetas caladas una vez más, los tanques Demolisher en apoyo cercano y detrás las pisadas del titán.
Rex sabía que limpiar la Ciudadela llevaría días, tal vez semanas de dura lucha. Los Daemons no tardaron en llegar, usando las grietas de disformidad para derramarse más y más en Vrakas para gritar y cantar, brincando entre las pilas de escombros, cortando y azotando con alegría a los astartes y los guardias de Krieg. Durante días, la batalla fue un desastre confuso y sangriento, pero el enemigo ya no era un ejército coordinado, bien equipado y decidido; ahora era solo una chusma de desesperados que sabían que su fin estaba ante sus ojos. Quedaban pocos legionarios traidores. La mayoría había abandonado Vraks, incluso Zhufor, cumplida su matanza.
Dentro del Palacio del Cardenal, los Escorpiones Rojos encontraron los restos de los guardias del cardenal apóstata. Ya no humanos, se habían vuelto bestias enloquecidas o animales psicóticos. La disciplina y el orden no existían,y solo peleaban porque no sabían hacer nada más y no podían rendirse. Muchos se habían convertido en mutantes, mientras que otros se ofrecieron a la posesión. En los restos destrozados y quemados de su antiguo esplendor arquitectónico, los Escorpiones Rojos avanzaron con precisión nacida de la experiencia. Cada escuadra conocía su papel, moviéndose y cubriéndose, abriéndose camino hacia el corazón del palacio, mientras que las escuadras de asalto realizaban incursiones según las necesidades para despejar puntos de resistencia enemigos en un brutal combate cuerpo a cuerpo, con los Dreadnoughts en labores de apoyo cercano. Los Escorpiones Rojos tardaron cuatro días en purgar el Palacio del Cardenal de los herejes restantes que lo defendieron. No se tomaron prisioneros.
Última defensa de los sin fe[]
Entre tanto, El capellán-interrogador Belphegor condujo a sus hermanos de batalla hacia la entrada arqueada masiva de la basílica en ruinas. Ahora era una sombra de su antiguo ser, ahogado con escombros y con fuegos aún ardiendo en su interior, espesando aún más el aire con su humo. Los Ángeles de Absolución habían planeado el ataque en detalle, y cada escuadra tenía sus propios objetivos. Belphegor lideraba a los veteranos de la 1ª compañía. Serían ellos quienes se enfrentarían a Arkos cuando, o si, lo encontraran. Un cuidadoso trabajo de reconocimiento desde la órbita había revelado que la Legión Alfa permanecía en la Ciudadela y formaba la columna vertebral de las defensas de la Basílica. La partida de guerra de Arkos había quedado muy reducida por la larga guerra, pero su poderoso Señor del Caos no estaría muy lejos y seguía siendo un oponente peligroso incluso para los astartes.
Los proyectiles de bólter ya estaban silbando, resonado en los alrededores de la Ciudadela. Una salva de misiles ciclónicos estalló alrededor de la entrada de la Basílica cuando los hombres de Belphegor subieron los amplios escalones hasta el arco, directos hacia el fuego enemigo que ahora los azotaba. Al subir los escalones, Belphegor sintió el fuego de las balas que retumbaban de su propia armadura de exterminador, haciéndole tambalearse mientras los veteranos a su alrededor se desplegaron, ocuparon posiciones de disparo y desencadenaron una lluvia de disparos precisos contra sus enemigos, cubiertos detrás de las barricadas y los escombros en la entrada. A su izquierda, una escuadra de exterminadores avanzó, sumando su fuego a la tormenta de explosiones y la metralla burbujeante que envolvió al enemigo. Tomar ese arco era el primer objetivo que Belphegor agitó a sus escuadras hacia adelante con su crozius arcanum, apuntó su arma de plasma y disparó. Instantáneamente, una barricada fue vaporizada junto con sus defensores por el impacto del hidrógeno sobrecalentado. El capellán cargó, con sus hermanos a su lado. El enemigo se puso en descubierta en respuesta y cargó. De repente, el lugar era un remolino de mêlée entre los escombros. Aplastando y fracturando, Belphegor estrelló su crozius contra la cara de un mutante y vio su cráneo romperse como un cristal de película. Su balanceo hacia atrás barrió a otro mutante, antes de pisotear a su víctima entre gritos y hacer astillas sus huesos con su inmensa bota. Desde algún lugar, una llama desencadenó un resplandor de promethium ardiente, un chorro de líquido anaranjado que se apoderó de él, pero dentro de su armadura Belphegor apenas sintió el intenso calor. Todavía ardiendo, el capellán cargó, lanzándose la cabeza hacia una enorme criatura mutante, toda la piel viscosa y heridas supurantes, cuya cara era insectoide con mandíbulas y ojos de mosca. De nuevo, el crozius se levantó y se balanceó, rompiendo el hueso de la rodilla de la criatura. Un segundo golpe acertó en su pecho, dejando al descubierto costillas rotas y derramando sus órganos internos. La criatura se agitó violentamente, golpeando inútilmente la armadura del capellán con sus garras mientras Belphegor maniobraba y se detenía para dispararle un proyectil en la cabeza, haciendo explotar su cabeza en una lluvia de sangre y trozos de cerebro que salpicaron las piedras.
A no más tardar, el enemigo estaba retrocediendo, pues el asalto los había roto. La escuadra de élite los mantuvo en desbandada con más proyectiles bólter que les obligaron a tomar refugio. La entrada de la Basílica había sido capturada. Belphegor ordenó un alto; necesitaba sus refuerzos.
No se hizo esperar. La columna blindada había subido la colina rugiendo, Land Raiders y Vindicators en vanguardia mientras escalaban los restos de la Puerta del Cardenal y se sumergían en la Ciudadela. Los blindados no podían desplegarse en cápsulas, y por lo tanto aterrizaron hace días. Cuando comenzó el asalto órbita, ellos ya estaban en camino. Ahora sus armas pesadas volvieron a atacar al enemigo. Los cañones de Vindicator retumbaron, destrozando los restos de edificios y abriendo agujeros para los hermanos de batalla que vomitaban los Rhinos a su alrededor. En este momento, toda la fuerza de ataque estaba dentro de la Ciudadela. El Maestre Yafrir estaba al mando aquí y dirigió su propio Land Raider hacia la entrada de la Basílica. El vehículo subió los anchos escalones al lado de Belphegor, pero las orugas se bloquearon y tuvo que parar. La rampa de asalto cayó y Yafrir apareció con su escuadra de mando junto a él. Después de una breve pausa para evaluar el progreso del asalto, llegó el momento de avanzar.
En el interior, las escuadras de los Ángeles de Absolución se dispersaron y comenzaron a buscar entre los escombros. La basílica era vasta. Se habían formado montañas de escombros en el interior donde el techo y las paredes interiores se habían derrumbado. Los hermanos de batalla se abrieron paso hacia el crucero, el cual se componía de más restos destrozados, pero aquí los infieles plantaron cara. Vestidos con sus servoarmaduras verde azulado, adornados con el símbolo de la hidra de su capítulo, la Legión Alfa se alzó.
Con pistolas y bólteres, espadas-sierras y de energía, granadas, cuchillos y puños de combate, los marines espaciales lucharon. Ambos eran viejos enemigos. La Legión Alfa había traicionado al Emperador diez mil años atrás. Su desaparición sería otro paso en el camino hacia la salvación para los No Perdonados. Aquellos que podrían ser tomados vivos, incluso estando gravemente heridos, serían mantenidos vivos por los apotecarios de los Ángeles de Absolución hasta llegar a la Roca. La mayoría murió peleando. Impulsados por su señor y el capellán-interrogador, los Ángeles de Absolución golpearon a los traidores y los aniquilaron.
En la niebla de la batalla, Yafrir encontró su objetivo. Arkos el Desleal fue arrinconado, rodeado por los últimos de su unidad. Aún agarraba su espada oscura en su puño blindado, pero estaba herido y la sangre se filtraba a través de un pinchazo en la placa del pecho. Estaba sin aliento, mostrando desesperación en sus ojos. Su servoarmadura también estaba ennegrecida y rota, y le faltaba el brazo derecho.
Arkos gritó un desafío y maldijo a sus enemigos cuando los Ángeles de Absolución se movieron, rodeando a sus enemigos, con las armas apuntadas y listas para la orden de ataque. Arkos no tenía ninguna posibilidad, atrapado en su guarida. Suya era la peor acusación en Vraks. Su conspiración había provocado esta larga guerra y millones habían muerto por ella. Pero no tendría escapatoria.
Viejos enemigos[]
Atrapado, Arkos atacó a toda prisa. Yafrir igualó su carga, saltando hacia adelante y empujando con fuerza con su espada de energía agarrada con ambas manos. Pero Arkos rodó a un lado, dejando que la hoja resbalara por su pecho e impactara en su hombrera. Luego, en un ataque rápido como un golpe de serpiente, empujó su propia espada hacia adelante y hacia arriba en la placa frontal de Yafrir. La visera se quebró, hundiendo la punta de la espada disforme en la carne, convirtiéndola en una ruina sangrienta. Entonces Arkos cargó con el hombro, golpeando al herido Yafrir hacia atrás, desbalanceándolo, antes de que un segundo golpe de la espada oscura enviara a su enemigo al suelo. Arkos se detuvo sobre el herido y apenas consciente de Yafrir, matando a cualquiera que viniera a rescatarlo. Uno tras otro, los marines fueron abatidos con tajos disformes que destrozaron servoarmaduras, carne y huesos mientras luchaban por salvar a su comandante.
El capellán Belphegor llegó cuando Arkos se paró sobre Yafrir, con un pie sobre la espalda del marine espacial caído, anclándolo al suelo mientras la sangre se acumulaba debajo de él. Los dos últimos supervivientes de la partida de guerra de Arkos lo flanquearon, desechando pistolas bólter vacías pero con espadas-sierra salpicadas de sangre en la mano. “¡Rendíos!” Bramó Belphegor. “¡Rendíos o sereis destruidos!” Arkos se rió con desprecio. ¿Ceder ante qué, la captura y posterior tortura? El no lo haría. Volvía a estar rodeado, pues más Ángeles de Absolución habían acudido en ayuda de su maestre, aunque fuera demasiado tarde, pero Arkos no podría escapar. Este levantó su espada desafiante y el Belphegor dio un paso adelante, a cuyo lado llegaron los veteranos de la 1ª compañía, listos para entrar en acción. Los dos campeones se conocían de antes. La intervención de Belphegor había salvado la vida de Azrael. Si Arkos reconocía a su antiguo enemigo, no mostró señales. Ahora se cobraría justa venganza por las heridas infligidas a los Ángeles Oscuros de manos de la Legión Alfa. “¡Ven y muere!”, gritó Arkos, y Belphegor atacó. Su crozius se balanceó con una fuerza aplastante, pero Arkos lo paró con reflejos felinos. A su lado, los dos últimos hombres de Arkos estaban usando sus espadas-sierra, atacando a los Ángeles de Absolución que se acercaban a ellos.
Pero Belphegor giró y giró de nuevo, conectando golpes masivos e implacables que bloqueó, uno tras otro, pero con tiempo de reorientar su espada para su propio golpe mortal. Belphegor sabía que el Emperador estaba con él y que los dioses oscuros estaban siendo expulsados de este lugar; era su momento. El crozius brilló con una pátina de poder cuando aplastó las debilitadas paradas de Arkos a un lado y luego empujó el adornado mango del arma contra la cara de su enemigo. Arkos se tambaleó aturdido, bajó la guardia y Belphegor volvió a golpear el crozius, impactando contra el cráneo de Arkos, el cual se arrodilló, con sangre cayendo por su cuello y al suelo, donde corría en riachuelos hacia las dunas de polvo. Noqueado y gravemente herido, Arkos intentó levantar su espada, pero el capellán-interrogador se paró ante él y la apartó con desprecio. “¡Atrapadlo!”, ordenó a los hermanos de batalla cercanos, volviéndose para ver que el último guardaespaldas de Arkos también había sido despachado. “Encontrad un apotecario. Es imperativo que este hombre siga vivo. Y desarmadlo”.
A continuación, Belphegor fue hacia Yafrir y le dio la vuelta. El maestre de compañía ya estaba muerto, con la mitad inferior de su rostro destrozada. Murió desangrado, pues sus órganos internos no pudieron compensar la pérdida de sangre masiva y repentina causada por los golpes de Arkos. El capellán recitó una breve oración por el alma del valiente oficial antes de que llegaran los apotecarios para abrirle su cuerpo y recuperar su preciosa glándula progenoide. Belphegor consideró cumplida su misión. Al instante de dio la orden a los Ángeles de Absolución de retirarse y evacuar.
La destrucción del Corazón de la Anarquía[]
Con su carga de cápsulas de desembarco y thunderhawks lanzados a la superficie de Vraks, la Liberatorii Delictum se dispuso a buscar al Corazón de la Anarquía. Visto por última vez en el sistema en 824.M41, el acorazado enemigo estaría acechando sin dudarlo en los campos de asteroides exteriores, esperando la llamada de su maestro. Seguía siendo una gran amenaza para las rutas imperiales por el sistema Vraks y circundantes. Solo por esa razón, su destrucción ayudaría en gran medida a la guerra, pero los Ángeles de Absolución esperaban que el ataque en la superficie y el final del asedio hicieran desistir al acorazado. Durante esta misión, el crucero de ataque Repentant actuaría como explorador y cebo, junto con una sola escolta buscando en los campos de asteroides, mientras que la barcaza de batalla y su escolta se posicionaron listos para responder en caso de que se hiciera algún contacto o si el enorme acorazado corriera hacia Vraks
Como se esperaba, la batalla final en el terreno sacó al acorazado de su escondite. La guerra en la superficie se perdía y Arkos y sus supervivientes necesitaban un plan de escape. En el 288830. M41, los augures de largo alcance del Repentant detectaron un pico de energía cuando el acorazado encendió sus motores. Inmediatamente, la Liberatorii Delictum maniobró para interceptar y las dos colosales naves capitales estaban a punto de encontrarse con una potencia de fuego titánica. Tanto las naves traidoras como las leales erizaron su armamento masivo detrás de capas de escudos de vacío y enormes planchas de blindaje. Los dos leviatanes podían batirse con casi cualquier otra cosa en la galaxia, y por supuesto entre pares.
Con los motores a velocidad de flanqueo, la Liberatorii Delictum se acercó al Corazón de la Anarquía. Las primeras salvas del enemigo comenzaron a detonar contra su casco blindado y escudos de vacío que gritaron en protesta por las energías titánicas de los impactos de las baterías de lanzas. El capitán ordenó que las baterías delanteras devolvieran el fuego, y el duelo comenzó.
El Corazón de la Anarquía no corrió, sino que viró para mostrar su costado. La nave astartes era rápida, y aunque seguían decididos a combatir, no había escapatoria para el acorazado en campo abierto. Debía luchar. Mientras los dos leviatanes se alineaban, la Repentant corría para unirse a la batalla, cuya potencia de fuego sería suficiente para inclinar la balanza. Mientras tanto, las dos naves de escolta se retiraron a un lugar seguro. No serían de utilidad en este choque, abrumadas rápidamente por la potencia de fuego enemiga sin sentido. Solo podían esperar y observar cómo las naves capitales intercambiaban andanadas.
Ambas naves desataron salvas masivas, desgarrando los cascos blindados del otro. Las cubiertas de armas retumbaron, chillaron y gritaron cuando las grandes armas se descargaron disparo tras disparo, costado tras costado. La barcaza de batalla resultó dañada, y varios fuegos nacieron cuando explotaron algunos pañoles de municiones, pero el acorazado clase saqueador también resultó herido. Sus motores estaban dañados, lo que dificultaba su maniobrabilidad y permitía que el Repentant, que ya estaba en su alcance, atacara desde popa. Los cañones del crucero de ataque transformaron el duelo. Los proyectiles atravesaron las salas de máquinas y las cámaras del reactor de plasma del acorazado. El Corazón de la Anarquía ahora perdía energía, y la Liberatorii Delictum recortó distancia. Dado que sus hermanos de batalla estaban Vraks, no podía arriesgarse a una acción de abordaje, pero sus órdenes no eran capturar la nave enemiga sino destruirla. Sus baterías de lanza rastrillaron los flancos del enemigo nuevamente y abrieron una gran brecha en su casco, del que sangró oxígeno al espacio, y que pronto se convirtió en una bola de fuego repentina que brilló en el vacío.
La nave de guerra traidora se estaba muriendo. Herida de muerte sus baterías restantes seguían devolviendo el fuego, pero las explosiones le sacudían de proa a popa al tiempo que se producían incendios incontrolables. Entonces un reactor de plasma se sobrecalentó y detonó en la popa, arrancándole más motores y dejando un rastro de escombros a su paso. El Repentant se alejó con el trabajo hecho. La barcaza de batalla astartes terminó el trabajo.
El Corazón de la Anarquía murió. Una por una, sus armas callaron mientras la Liberatorii Delictum giraba sus cañones de bombardeo sobre la superestructura del enemigo, impactando en el enemigo una y otra vez. Fue una tormenta de fuego que vaporizaría a cualquier nave en la galaxia. Indefenso, el acorazado fue destrozado por explosiones internas y se convirtió en un casco ardiente. La Liberatorii Delictum se alejó, cuyos propios equipos de control de daños luchaban por controlar los incendios. La antigua nave de guerra traidora nunca más amenazaría las rutas marítimas del Imperio.
Entrando en la cripta[]
Mientras el asalto se extendía por las ruinas de la Ciudadela, muy por debajo de este los ingenieros de los regimientos de Krieg comenzaron su propia batalla. Estos habían socavado la roca de la Ciudadela; les había llevado más de seis años de trabajo, cavando, cavando, siempre cavando, hasta que habían recorrido cuarenta kilómetros desde la línea de defensa interior hasta la Ciudadela. Sus taladros Hades y sus cargas de ruptura atravesaron los últimos metros de roca y penetraron en las profundidades de la Ciudadela y su arsenal.
Al igual que un iceberg, lo que era visible de la Ciudadela de Vraks era solo una pequeña parte del conjunto. La basílica y otros edificios de la superficie eran ejemplos de una arquitectura impresionante al más puro estilo del Imperio; una declaración física de gran poder, pero el corazón de la Ciudadela estaba bajo tierra. Aquí estaban kilómetros de pasillos oscuros y turbios y galerías, almacenes y archivos, amén de los grandes pozos de calor geotérmico que extraían energía de las cámaras de transformadores masivos del planeta y que vibraban de energía mientras aprovechaban la energía y luego la distribuían a través del cables subterráneos al resto del planeta. En la base de la roca, la Ciudadela era en realidad una estación de energía, junto a la cual se encontraban los bancos de generadores de escudos de vacío que absorbían ese poder para generar las capas defensivas de la Ciudadela. También formando parte de esta ciudad subterránea estaba el arsenal central. Aquí, durante miles de años, se habían acumulado equipos militares de todo tipo, vehículos y armamento que no habían visto un campo de batalla en milenios. Muchos habían vuelto a entrar en servicio cuando la guerra se cernió sobre la Ciudadela, como los Malcador y los aún más raros los Cazatanques Valdor. Los cazadores de tanques eran vehículos antiguos equipados con el potente pero peligroso láser de neutrones, un arma de tecnología avanzada y ahora perdida para el Adeptus Mechanicus. Los niveles superiores se habían convertido en gigantescos cuarteles y refugios para el personal ante los bombardeos y las incursiones aéreas incesantes, así como enormes instalaciones médicas y laboratorios que habían sido utilizados de manera atroz.
Ahora miles y miles de ingenieros de Krieg se dedicaron a la tarea de limpiar los subterráneos de la Ciudadela. Corredor por corredor, cámara por cámara, lucharon con granadas y escopetas. El enemigo había convertido las profundidades de la Ciudadela en una visión del infierno, liberando todo tipo de criaturas retorcidas y mutadas; algunos fueron humanos, otros mucho menos; engendros que se arrastraban y se deslizaban, mutantes que aullaban y gritaban, bestias de la disformidad y los sabuesos de Xaphan. Alguna vez fueron perros guardianes, grandes mastines comúnmente utilizados por la guarnición para mantener en orden a las pandillas de trabajo rebeldes. Había cientos en Vraks pero ahora ya no eran reconocibles como tales. Habían sido utilizados como anfitriones para la posesión de voraces espíritus daemónicos, y ahora eran enormes criaturas caninas sedientas de sangre con enormes colmillos y garras que vivían solo para saborear la sangre mortal. Tan grandes eran que solo la fuerza bruta de un Ogryn los frenaba. Ahora acechaban y cazaban por los pasillos, cuyos aullidos eran un sonido que congelaba la sangre.
Los ingenieros de Krieg tuvieron que enfrentarse a enemigos tan imprudentes e indiferentes como estos en cada esquina y en cada cámara. El progreso fue lento, y los corredores se convirtieron en un pozo de cadáveres, amigos y enemigos por igual. Cientos murieron el primer día y los ingenieros solo habían ganado una pequeña cabeza de playa en los niveles más bajos. Más escuadrones siguieron a los primeros al pozo infernal, y más hombres murieron gritando ante los colmillos y las garras de las bestias engendradas por la disformidad. Los ingenieros se defendieron, usando sus granadas de gas venenoso para limpiar las habitaciones. En la oscuridad, la lucha fue agotadora, pero merced a su superioridad numérica y una amarga determinación, los ingenieros de Krieg avanzaron hacia la superficie. Les llevaría semanas de lucha.
El Priorato del Sudario de Plata[]
Mientras los Ángeles de Absolución luchaban por la Basílica de San Leonis y los Escorpiones Rojos limpiaban el Palacio del Cardenal, Héctor Rex condujo a sus soldados de asalto y caballeros grises al Priorato del Sudario de Plata. Construida como una fortaleza achaparrada y sólida por derecho propio, había sido una vez una base para las Hermanas de la Orden del Sudario de Plata, y la misión del inquisidor era limpiar el priorato y, si era posible, encontrar evidencia de las hermanas desaparecidas. Fue aquí donde el gran inquisidor encontró a Xaphan, el cardenal apóstata, encorvado, a cuyo nombre tantos habían luchado y muerto. El hombre que, por su ambición equívoca y su fe retorcida, puso en marcha la serie de eventos que llevaron a una incursión daemónica en Vraks. El hombre que se había proclamado a sí mismo el mesías del apocalipsis. Y ya no era un hombre.
Con la guerra claramente perdida, Zhufor se había marchado, pero no antes de haber tenido su venganza final sobre el cardenal. Zhufor despreciaba a Xaphan por ser un mortal débil, por lo que había sacado al cardenal personalmente de su miserable mazmorra y lo había entregado a los hechiceros de Nurgle. Estos a su vez aplicaron un final terrible sobre el cardenal. Gritando de terror, Xaphan fue ofrecido a su dios y, para el placer de Nurgle, fue convertido en engendro: una masa gigante de tentáculos y garras, babeante y estúpido. Loco, los restos de su razón y voluntad le fueron arrancados, moldeado como una criatura idiota. Tal era el destino de aquellos que se alejaran demasiado de la luz del Emperador. Entonces los caballeros grises desataron esa luz purificadora para purgar al engendro de la galaxia para siempre. Entre golpes y gemidos, el engendro que una vez había sido el cardenal Xaphan fue destruido por la luz emitida por sus armas némesis.
Lord Rex y sus hombres limpiaron sistemáticamente el resto del priorato de hasta el último de sus desesperados defensores. Nada podría detener a Héctor Rex, con Arias brillando en su puño mientras mataba, mataba y mataba de nuevo en nombre del Emperador. En las mazmorras de los niveles inferiores, el escuadrón del Prior Justicar Ophia informó haber encontrado supervivientes. Lord Rex se unió a él para descubrir dentro los terribles y arruinados restos de seis prisioneras. Todas habían sido hermanas del Sudario de Plata, capturadas durante el levantamiento de Xaphan. Habían pasado dieciocho años en las mazmorras, sometidos a torturas indescriptibles. Ahora estaban medio muertas de hambre y dementes. Silenciosos por los horrores infligidos sobre ellas, sus ojos estaban vacíos y sin vida. Atontadas, las Hermanas ya no reconocían a amigos o enemigos. Bajo un celoso secreto, los Caballeros Grises se llevaron a las hermanas de la batalla, transportándolas a su crucero de ataque. Los prisioneros podrían haber sido utilizados en ceremonias de posesión daemónica o como recipientes de Daemons. No se les podía permitir regresar a su orden, pues ¡quién sabía qué influencia daemónica podrían tener dentro de ellos! El Ordo Malleus las retendría como prisioneras de guerra y aprendería lo que pudieran de ellas. En el futuro cercano su cautiverio debía continuar, solo que ahora dentro de una celda inquisitorial.
Después de dos días de combate, el priorato, ahora reducido a una cáscara quemada, fue limpiado. Se ordenó a los soldados de asalto inquisitoriales que guardasen los restos mientras que Rex dirigió su atención al último de los edificios de la superficie de la Ciudadela que permanecía sin registro: la fortaleza interior.
Lo que había sido antes el centro neurálgico de la Ciudadela, la torre del censorium del astrópata se extendía hacia las nubes y la inquisición mantenía su propia fortaleza interior, el Aedificium, desde donde los inquisidores y sus fuerzas de ataque podían equiparse y donde los prisioneros podían permanecer detenidos e interrogados. También había contenido las celdas de detención para el diezmo del sector de psíquicos capturados, destinados a las Naves Negras que los transportarían a Terra. Xaphan había vaciado esas celdas y los psíquicos habían sido liberados sobre Vraks, otro de los actos criminales del cardenal apóstata. El acceso a la fortaleza interior había sido muy restringido. Estaba separado de la Ciudadela por el barranco hundido, atravesado por un puente estrecho y fortificado. Los proyectiles de artillería habían destruido ese puente, aislando así a la fortaleza interior. También dentro de los muros de la fortaleza, Rex sospechaba que los herejes habían intentado abrir un portal de disformidad. Fue a partir de aquí que los Daemons pudieron marchar sobre Vraks. Incluso si el portal estaba sellado ahora, debía destruirse para que no se volviera a abrir en una fecha futura desconocida. Rex también sabía que el portal no solo se había abierto, sino que su monstruoso poder también había causado el debilitamiento de la realidad, el punto neural desde donde las grietas habían comenzado a aparecer y hacer más intensa la lucha en Vraks. Destruir el portal sería peligroso, incluso para unos marines espaciales endurecidos por la batalla. Era una tarea exclusiva para los Caballeros Grises. Así pues Rex convocó nuevamente al hermano-capitán Stern en su ayuda. Debían planear y ejecutar un asalto teletransportado contra la fortaleza interior. Rex y una fuerza escogida a mano de sus mejores inquisidores del Ordo Malleus les acompañarían. La destrucción del supuesto portal disforme sería el penúltimo acto en la guerra de Vraks. Cuando desapareciera, todo lo que quedaría sería el exterminio de los restantes adoradores del Caos.
El guardián del Portal[]
Parecía probable que Zhufor y sus hombres hubieran usado el portal para escapar, arrojándose a los caprichos de sus dioses. Surgirían donde Khorne lo considerara apropiado, tal vez llamados a algún mundo daemónico en lo profundo del Ojo del Terror, o tal vez lanzados a alguna otra zona de guerra para luchar nuevamente por su maestro. Los marines traidores no se habían ido sin dejar a sus enemigos un enemigo final. Los hechiceros habían convocado y atado a una criatura para proteger el portal. Era Uraka Az'baramael, un príncipe daemon de Khorne. Sus legiones ahora esperaban dentro de la fortaleza interior, enviados como centinelas para proteger el portal por toda la eternidad.
No tuvieron que esperar tanto. En el 411830.M41, el Ordo Malleus y sus escuadrones de Caballeros Grises se teletransportaron desde la Honors-Amentum al Aedificium para despejar la última fortaleza del enemigo y destruir el portal en Vraks para siempre. Precedidos por el bombardeo orbital de torpedos de fusión y bombas que golpearon aún más los escombros y las ruinas, las cámaras de teletransporte zumbaron con un poder apenas contenido antes de chisporrotear, lanzando a los inquisidores y caballeros a través de la disformidad para reaparecer segundos después dentro de la fortaleza interior.
Al instante fueron acosados por las legiones Daemons que los esperaban. Como si de la nada aparecieron los desangradores, mastines y Juggernauts, gritando el nombre de su dios mientras cargaban imprudentemente contra la furia justa de las armas de fuego de bólter y de cañones psíquicos, que los devolvió al abismo. Hector Rex estaba nuevamente en mitad de la lucha. Arias se deslizaba entre las filas de enemigos carmesíes, y sus ojos se convirtieron en pozos de fuego blanco mientras la energía psíquica fluía por su mente, emanando un aura de poder lo suficiente como para repeler a los Daemons ante él.
Mezclando armas némesis, cañones psíquicos e incineradores, los Caballeros Grises recorrieron el Aedificium. El hermano-capitán Stern los condujo, cuya propia espada ardía con llamas psíquicas que destruyeron a los Daemons al tocarlos. Rajó y cortó, paró y volvió a rajar junto a sus hermanos, cantando oraciones de exorcismo contra los odiados habitantes de la disformidad.
Entonces, el propio Uraka Az'baramael se topó con el héroe de los Caballeros Grises. Una bestia masiva que gruñía y escupía, cuyo colmillos estaban cubiertos de la sangre coagulada de sus víctimas pasadas. Encerrado en una armadura de latón de horne forjada en la disformidad, sostenía en sus manos un enorme hacha, un cruel arma de verdugos. Con ella, gritó que tomaría la cabeza del capitán Stern y Khorne la montaría como trofeo en la pared de su sala del trono, y arrojaría su cuerpo a los mastines para darse un festín.
La voluntad indomable de Stern no podría romperse con simples palabras jactanciosas. Uraka podría ser un campeón de Khome, pero Stern era el instrumento de la justicia del Emperador imbuido de la ira divina del verdadero dios de la humanidad, y desencadenó esa ira. El poder surgió a través de él, un rayo saltó de su frente y se estrelló contra Uraka, quien se tambaleó herido, para luego cargar. Con su gran hacha balanceándose en ocho sobre su cabeza, la hizo caer. Stern la esquivó, ágil pese a su volumen y a continuación levantó su espada de energía, empujándola hacia arriba, buscando una debilidad en la armadura de la bestia roja. Su espada giró. Stern sintió la fuerza impía de Uraka mientras giraba, pues la pinza en el extremo de su hacha se clavó en el revestimiento de ceramita e hizo sangrarle. Herido, Stern se alejó tambaleándose, sus signos vitales fluctuamdo salvajemente y los sistemas de su traje dañados. Uraka avanzó en pos su enemigo, con la larga hacha colocada hacia atrás, lista para atacar de nuevo y ansiosa por matar. Después se balanceó y Stern se detuvo, bloqueando el hacha, pero la fuerza de la bestia lo envió al suelo y su espada escapó de su agarre.
El justicar Ophia llegó con su escuadra y vio a su comandante abatido y herido. El guardián del portal estaba parado sobre Ster, trayendo su hacha de regreso para el golpe mortal. Al instante, Ophia disparó, al igual que sus hombres, una ráfaga de bólter con carga psíquica que detonó alrededor del príncipe daemon, arrancando trozos de su armadura. Herido y enfurecido, Uraka vio a sus nuevos enemigos y se lanzó hacia ellos. Mas vio al capitán Ster demasiado tarde, cuya espada había recuperado, lanzándose tras él. El filo candente de su arma de energía encontró un nuevo nicho en la armadura de bronce y Stern lo introdujo con todas sus fuerzas. Uraka bramó su último rugido de dolor y rabia que retumbó en la fortaleza. Luego, desapareció en un instante, desterrado al oscuro reino de su amo. Ese ataque fue la última acción de la campaña del capitán de los Caballeros Grises. Aún sangrando, fue devuelto al crucero de ataque para recibir atención médica urgente mientras Hector Rex y sus hombres destruyeron al último de los guardianes. Con los Daemons destruidos, se reunieron ante las runas grabadas en columnas que rodeaban el portal sellado y combinaron el poder de sus mentes psíquicas en un retorcido holocausto de destrucción que vaporizó el portal. Se acabó.
Epílogo[]
En el 414830.M41, el Asedio de Vraks fue declarado oficialmente finalizado. Los escribas del Administratum que lo habían registrado desde los primeros proyectiles disparados ahora completaban su informe, cerraron el grueso tomo en el que habían garabateado cada detalle de la guerra y lo sellaron con sus sellos, para que no se volvieran a abrir antes de que llegara al cuartel general del Lord Militante Obscurus Él a su vez vería copias hechas para sus propios archivos y luego reenviaría el Liber Vraks Obsidius a los grandes archivos centrales del Administratum en Terra.
La campaña proyectada de doce años había durado casi dieciocho. Había visto el despliegue de 34 regimientos de Krieg y la pérdida de aproximadamente catorce millones de guardias de Krieg. Las pérdidas enemigas fueron igualmente masivos. Ocho millones de almas en Vraks quedaorn atrapadas en las ambiciones fuera de lugar del cardenal-apóstata Xaphan, y ahora casi todas habían sido purgadas de la galaxia. Nunca se pudo conocer el número exacto de pérdidas enemigas, pero la gran mayoría se encontraban en los pozos del horror y fosas comunes de los Páramos Van Meersland. También había decenas de miles de prisioneros. Todos debían ser examinados por los interrogadores del Ordo Malleus. Aquellos que fuesen encontrados más allá de la redención se enfrentarían la ejecución por sus crímenes. Otros serían enviados a colonias penales y campos de trabajo lejanos, donde ayudarían al Emperador con su arduo trabajo.
Vraks mismo había quedado arruinado por la guerra. Nada de valor había sobrevivido al asedio. La infraestructura del planeta había sido destruida en el interminable duelo de artillería. La Ciudadela en sí era historia. Más tarde, los ingenieros de Krieg se encargaron de que todo lo que hubiera sobrevivido de alguna manera a la batalla fuera destruido.
El paisaje circundante era una visión de pesadilla de la guerra total, plagada de los detritos de muchas batallas pasadas. Los cascos de los tanques se convertirían gradualmente en óxido y lentamente se hundirían en el suelo, al igual que miles de kilómetros de alambre de púas. De las trincheras permanecían sus refugios y bunkers. Bajo tierra, el laberinto de túneles excavados por los ingenieros también permanecería abandonado, desierto y en silencio.
Cruzar los Páramos Van Meersland siguió siendo peligroso mucho después de que los ejércitos se hubieran ido. Todavía había muchos campos minados ocultos y proyectiles sin explotar enterrados en el barro. Peor aún eran las armas químicas aún sin explotar, o una tormenta repentina que podría revitalizar el suelo empapado en sustancias químicas venenosas que se hincharían para formar nuevas nieblas de gas verdoso mortal, saturadas en ácido que podría arrancar la carne de los huesos. Los restos destrozados de las tres líneas de defensa exteriores también permanecieron: búnkers y fortines en ruinas, testimonio de la ferocidad de la lucha que los había destruido. Vraks era ahora un mundo irrecuperable. Si el Departamento Munitorum alguna vez esperaba rescatar el mundo arsenal, quedaría decepcionado. Los arsenales originales ya no existían, destruidos durante la lucha. Los suministros también se habían ido, usados por la guerra. Poco quedaba por recuperar.
En los años venideros, el Ordo Malleus realizaría una larga revisión de lo sucedido en Vraks y la conclusión del Gran Inquisidor Hector Rex fue que el sistema Vraks debía ser puesto en cuarentena. Se colocarían centinelas automáticos para advertir a las naves, y las patrullas de la Armada Imperial psarían por el lugar periódicamente, asegurándose de que el sistema no se convirtiera en un refugio para piratas y alienígenas, pero tanto el planeta como el sistema ya no eran de ningún valor para el Emperador.
Saber más[]
Fuentes[]
- Imperial Armour V-VII.