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Por orden de su Santísima Majestad, el Dios-Emperador de Terra. La Sagrada Inquisición declara este artículo En Construcción por el Supremo Inquisidor Tass'a. Si encuentra algún problema o falta de devoción por su parte, notifíquelo, un acólito del Ordo Hereticus estará encantado de investigarlo. Aviso: la manipulación del contenido sin las debidas referencias a informes inquisitoriales (fuentes) supondrá la purga automática de dicha edición.
"No es el poder, si no lo que haces con él."
—Horus Lupercal
El Asedio de Terra, también llamada Primera Batallade Terra o el Asedio del Palacio Imperial en los registros imperiales, fue a la confrontación final de la Herejía de Horus que se desarrolló en la mismísima Terra, entre las Fuerzas del Caos dirigidas por el Señor de la GuerraHorus y los ejércitos leales al Imperio de la Humanidad dirigidos por el Emperador de la Humanidad. Las fuerzas leales salieron finalmente victoriosas, aunque por muy poco, y Horus fue derrotado por el Emperador en la cubierta de su enorme Barcaza de Batalla, el Espíritu Vengativo, aunque el Señor de la Humanidad fue mortalmente herido y tuvo que ser encerrado dentro de los mecanismos cibernéticos de soporte vital de la pieza modificada de avanzada tecnología de aumento psíquico conocida como el Trono Dorado. El resultado de la Batalla de Terra decidió el destino de la Humanidad durante los siguientes 10.000 años.
"Podía recordar, hace años, cuando habían llegado las noticias de la rebelión del Señor de la Guerra contra el Emperador. Hubo disturbios. Se había traído a los agentes de la paz. Hubo muertes, arrestos. Después de eso, la mano del pretoriano había caído firmemente sobre todo y no se había soltado. El orden severo y la regla implacable se habían asentado en ellos: incómodos al principio, pero luego familiares. Vek había visto algunos de sus activos incautados, las reservas de mineral de metal requisado por decreto y dos de las naves de transporte de su familia puestas en servicio como transporte de tropas. Otros habían sufrido peor, también, pero la incomodidad no era la pérdida.
El tiempo había pasado, y el temor de que la guerra llegara al Sistema Solar se había convertido en una promesa que nunca se cumpliría. Se produjeron incidentes: el cierre de la operación minera Ariel, la alerta y el encierro, una ola de detenciones, pero las mentiras expresadas para explicarlos fueron suficientes para devolver a la gente la sensación reconfortante de que el conflicto estaba muy lejos. Ese estado, como los buques de guerra que pasaban a través de la órbita, los controles del movimiento y el ojo siempre atento de la autoridad, se habían convertido en la forma en que eran las cosas. La vida había continuado."
—Pensamientos de Cadmuk Vek
La Herejía de Horus fue el evento galáctico más importante de los últimos tiempos hasta la Caída de Cadia. Fue la guerra civil galáctica que por primera vez en la historia de la humanidad, partió la galaxia en dos; poniendo de cuerdas al propio Emperador de la Humanidad en su lucha contra el Caos. Horus, el Señor de la Guerra, y el hijo favorito del Emperador, ha traicionado al Imperio llevando a la galaxia a una sangrienta guerra civil que duró 7 años. Desde Davin hasta la Tecnocracia Auretiana, desde Istvaan hasta Calth, desde Deliverance hasta Signus Prime. El largo viaje que inició Horus con su traición llegaba a su fin, en Terra.
Terra fue el planeta que vio nacer a la humanidad, y Horus planeaba hacer de Terra el lugar en el que caería la humanidad. Y la victoria en Beta-Garmon le abrió las puertas del Sistema Sol a Horus.
Horus y los traidores más importantes viajan hacia Terra
Beta Garmon fue un cúmulo de sistemas estelares que permitieron el tráfico disforme más directo y seguro a Terra, como la intersección de una carretera que lleva directo hacia tu destino. La Batalla de Beta Garmon fue un conflicto bastante reñido que enfrentó a varios Primarcas leales contra traidores. Una gran pérdida para el Imperio como para el Caos, ya que innumerables Titanes de la Collegia Titanica de ambos bandos fueron destruidos en la batalla, lo que se conocería posteriormente como Muerte Titánica.
La batalla resultó en una victoria dura y pírrica para Horus, perdió numerosos titanes y mucho tiempo valioso que no debía perder, pues las flotas de Guilliman y de Lion El'Jonson se acercaban rápidamente pisándole los talones. Pero esto no impidió a Horus seguir avanzando.
Tan grandes fueron las pérdidas titánicas imperiales que los tecnosacerdotes leales a Zagreus Kane resintieron profundamente de la decisión del Pretoriano de Terra de enviar a los Titanes leales a luchar contra los titanes traidores en Beta-Garmon.
Otra posible consecuencia positiva para los leales al Trono fue que los traidores perdieron tantísimos titanes y caballeros renegados que ya no tendrían la capacidad ni supondrían la amenaza antaño tuvieron de poder desgarrar y destruir por completo a Terra, un temor que el propio Rogal Dorn creía posible. Aunque eso tampoco significa que no le faltasen titanes a los traidores para hacer temblar no la tierra, si no los propios muros del palacio, tal y como se demostraría más tarde.
El regreso del Hijo Descarriado[]
"—Estoy de vuelta —viene la voz del lobo en la oscuridad.
—Te niego —dice el hombre, mientras la imagen se desvanece con el eco de un sueño y una risa que no termina."
—Regreso de Horus a Terra
En el primero de Primus, las sirenas sonaron a través de Terra.
0000014.M31 fue cómo los registros sobrevivientes marcarían el primer momento de ese día, sellados y corregidos para la precisión temporal, estandarizados y despojados de cualquier significado. Pero aquí, en el mundo cuya noche y día y estaciones le habían dado a la humanidad su concepto del tiempo, el viejo conteo todavía significaba algo y también lo hizo el momento en que un año murió y otro nació: la Fiesta de las Dos Caras, el Día de Nueva luz, la renovación, una y otra vez fueron sus nombres. Pero durante más tiempo que el recuerdo, fue el primero de Primus, el primogénito de los trescientos sesenta y cinco días que siguieron, un día de esperanza y nuevos comienzos.
El cambio de ese año comenzó con nieve en las almenas del norte del Palacio Imperial, donde tres hermanos semidioses observaban los cielos nocturnos. Comenzó con la luz del amanecer y el frío helado llegando a una cámara en la parte superior de la torre y revolviendo las cartas pintadas repartidas por un hombre que era más viejo de lo que nadie sabía. Comenzó con el sonido de las sirenas, una al principio, en lo alto de las agujas del Palacio, antes de que otros gritaran el grito. El sonido hizo eco a través de los puertos espaciales del tamaño de una montaña y de los cuernos vox en los estratos profundos de las colmenas atlantes.
Continuó y siguió, deteniendo las manos de las personas mientras comían y trabajaban. Ellos miraron hacia arriba. En las cuevas debajo de la tierra, y en las bóvedas de colmenas, y debajo del smog, miraron hacia arriba. De los que podían ver el cielo, algunos pensaron que podían distinguir nuevas estrellas entre el firmamento y congelarse ante la promesa de cada pinchazo de luz: una promesa de fuego y ceniza y una era de pérdida. Y con el sonido de las sirenas, el miedo se extendió, sin nombre, pero hablándose.
"Él está aquí", dijeron.
La Guerra Solar empieza[]
Artículo principal: La Guerra Solar
Empezó como un parpadeo, y luego el parpadeo se multiplicó una infinidad de veces. Grandes armatostes viejos de metal nacieron de la disformidad, decenas, miles, millones, y todos explotaron en una maravilla de trampas superpuestas unas sobre las otras. Las primeras naves del caos llegaron a través del punto Mandeville de Sol y explotaron gracias a las millones de minas navales imperiales puestas ahí.
Pero aún así seguían llegando. A pesar de las pérdidas sufridas a lo largo de la guerra contra el Imperio, la flota del caos era innumerable. Sobrepasaron las trampas y siguieron adelante, Mientras tanto, las Esferas de Batalla del Imperio estaba avanzando para enfrentarse a la flota traidora lideradas por varios de sus máximos héroes: Sigismund, Halbract, Effried, Camba Díaz, y Fafnir Rann.
Los traidores siguieron avanzando enfrentándose contras las fuerzas imperiales en la órbita de Urano. Mientras las fuerzas de defensa del imperio luchaban valientemente contra lo que se creía era la flota principal del enemigo, una alerta de proximidad empezó a sonar cuando la Puerta Elísea empezó a activarse: Alguien venía a través de él.
Dorn no era estúpido, era claro que los traidores intentarían capturar la Puerta Elísea de alguna u otra forma. Así que preparó unas defensas gigantescas que destrozasen vivo todo lo que saliese de la Puerta. El problema para el Pretoriano era que Perturabo tampoco era tonto. A una gigantesca nave lo fortificó más allá de lo imaginable, cientos de planchas de blindaje fueron soldadas e innumerables escudos de vacío fueron instalados en su inmenso caparazón de guerra. Perturabo lanzó este armatoste blindado a través de la Puerta Elísea y cuando salió fue bombardeado sin piedad por las defensas imperiales. Pero lamentablemente no lograron destruirlo y la nave suicida traidora se estrelló contra las defensas imperiales haciendo que exploten en serie.
Con el camino libre, las fuerzas del Caos lanzaron una segunda flota traidora a través de la Puerta Elísea. Luchando en dos frentes, las Esferas de Batalla Imperiales se replegaron poco a poco mientras trataban de ralentizar a las dos flotas traidoras.
A lo largo que la Guerra Solar se desarrollaba, sucedieron diversos hechos en todo el Sistema Sol. En la colmena Actinus, en Terra, diez mil personas se suicidaron sellando una zona de la colmena y cortando el aire que los mantenía con vida. El último mensaje desde el interior de la zona decía que podían oír el aullido de los lobos cuando soñaban y cuando despertaban.
Hay otros, también, más pequeños en escala pero que se multiplican por hora. Los traidores en Marte han callado. El fuego y el miedo se esparce. Triton y las colonias lunares de Neptuno están desesperados. Pueden ver la luz de las batalla en la órbita de Plutón. Están pidiendo que las naves tomadas de sus órbitas sean devueltos. Ellos quieren ayuda. Quieren que el pretoriano de Terra los salve.
[En construcción, disculpe las molestias]
Defensa desesperada[]
Una trampa desesperada[]
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El momento de gloria de la Primera Esfera[]
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La Batalla de Luna[]
Momento de duda, momento de otra traición[]
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Los Traidores llegan a Terra[]
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La Batalla de Terra[]
Los Perdidos y Condenados - La Batalla Comienza[]
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El Primer Muro - La Caída de las Defensas Exteriores[]
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Saturnine - El Gambito de la Muralla Saturnina[]
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Mortis - La Muerte Camina hacia la Muralla Mercury[]
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Warhawk - El Berkut se alza en vuelo[]
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Ecos de la Eternidad - La Unidad yace en ruinas[]
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El Fin y la Muerte: El Trono[]
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El Fin y la Muerte: Sanguinius[]
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El Fin y la Muerte: El Emperador[]
Operación Anábasis[]
[En construcción, disculpe las molestias]
Duelo entre Horus y el Emperador[]
"—Entiendo que tienes una historia... —dijo ella. El lobo estaba de pie ante ella, la piel de su espalda plateada bajo la luz de la luna— Una particularmente entretenida. Me gustaría recordarlo, para la posteridad.
El lobo se volvió, sus dientes formaron una sonrisa de tristeza.
Horus estaba perplejo, el Emperador, aquel mítico y cariñoso padre de antaño, se mostraba frío y sin emociones.
Intentó hablar, encausar el encuentro a como él quería.
Pero el Emperador seguía repitiendo.
Has matado a mi Hijo.
Si, padre, maté a Sanguinius, me dolió, pero se resistió a pesar de mi ofrecimiento.
Pero el Emperador una vez más exclamó: Has matado a mi Hijo.
Fue ahí cuando Horus se dio cuenta: No le hablaba a él, si no a alguien detrás de él. Se giró solo para observar como los Cuatro Antiguos observaban, mirando directamente al Emperador. A eso se refería, no se digna en hablar contigo porque no eres nada.
Intentas una vez más dirigirte al Emperador, a ese padre arrogante que cree saberlo todo, pero en realidad solo es un maldito improvisador, que trata de tapar los agujeros en su Gran Obra con sus manos, con planes improvisados.
Pero alguien se interpone en tu camino. Ah, claro, era lógico que no vendría solo, pero estos seres eran tan insignificantes y pequeños que no los notaste para nada.
El que se interpone en tu camino es un pequeño gigante dorado, que según por sus marcas es un Proconsul. Siempre los tuviste por arrogantes, pequeños y arrogantes.
Con cada una de tus palabras lo desprecias, está interrumpiendo el esperado encuentro. Pero alguien más interviene.
Oh, Garviel. Mi pobre Garviel, aquel que fue mi favorito, y mi hijo más amado.
Fue el reemplazo de mi querido Sejanus, pero pronto se convirtió en algo más que un reemplazo. Se ganó mi amor a pulso.
Maldito era el Emperador, utilizaba a mi hijo más preciado para herirme emocionalmente. Lo que solo demuestra que es alguien sin emociones, frío, bastardo y maldito.
Le harás pagar cada una de sus arrogantes acciones, te rechazó una vez tu misericordia, era hora de hacerle ver la verdad de sus acciones.
Preparas tu mazo.
Caecaltus Dusk grita advirtiendo a su señor.
Loken alza a Mourn-it-all, listo para enfrentar a su padre.
Leetu, templado, está listo para cumplir con la promesa de su ama.
Horus avanza, y el tiempo se quema.
Malcador el Sigilita, Malcador el Héroe, Malcador el Regente.
Malcador lo veía todo desde su trono.
Vio como el Rey de las Eras blandía su prístina espada atacando por primera vez a Horus.
Horus contraatacó con un ataque de energía psíquica enviando al Emperador a volar. Pero el Emperador no era débil, ni tonto. Era astuto. Con su propia energía psíquica desvió gran parte del ataque psíquico, aunque absorbió gran parte de la energía cinética. Aterrizó en el otro extremo de la Corte.
Loken, Caecaltus Dusk y Leetu se enfrentaron a continuación contra el architraidor.
Loken provoca a Horus, este, perdiendo la paciencia, le lanza un haz de energía, pero es desviado al último momento por el Proconsul Caecaltus Dusk, quién usa su lanza guardiana para desviar la garra de Horus, y al mismo tiempo Leetu empuja a Loken contra el suelo.
A continuación, el Emperador regresa a la batalla, pero Caecaltus Dusk es incapacitado de gravedad y enviado a volar lejos del foco de la batalla. Y Leetu de igual forma es despachado por Horus, pero sale mejor parado. Su cuerpo se deslizó lejos chocando contra un muro metálico. Leetu, muy mal herido, palpa sus alrededores. Asombrado de este frío acero, mira hacia arriba. Solo para encontrar que un ser sin nombre, y de una altura inmedible, desliza su cabeza mirándolo durante una fracción de segundo. El alma de Leetu se congela por un segundo, y escapa lejos de la mirada del Dios de la Sangre Kharnet.
Solo quedaba Loken.
Con otro haz de energía, Horus intenta despachar a quién fue su hijo más amado luego de la muerte de su querido Sejanus. Pero es protegido por un escudo de energía del propio Emperador. Por lo tanto, para que no estorbe, Horus manda a su hijo a una dimensión paralela para que sea retenido hasta que se acabe todo esto.
Ahora son solo Horus contra el Emperador.
Malcador siguió observando, mientras él mismo se convertía en fuego, se convertía en nada, y se convertía en todo.
La Espada del Emperador, hecho de un metal brillante y duradero, y potenciado por el propio poder del Emperador se enfrenta contra la Maza de Horus: Rompemundos. Se mueven a una velocidad increíble, luchando por el destino de la humanidad.
[...]
Observó como ambos usaban todo su poder peleando en cada plano de la realidad y de la disformidad, observó a una versión del Emperador cojeando y sangrando mientras escapaba por las colinas de un primitivo Himalazia mientras un Lobo lo perseguía.
Vio en otra realidad como Horus era evaporado por los rayos de energía de un agotado Emperador.
Vio como un falso ídolo mecánico despedazaba y destruía a un Dios Máquina primitivo.
Vio como los reinos del Caos temblaban y caían mientras a cada paso cada versión de Horus y el Emperador se mataban en múltiples realidades.
Observó como el conflicto llegó a su clímax cuando ambos sacaron sus propias cartas del Tarot para enfrentarse en un épico duelo final. Los muros se alzaban y caían, los bufones y arlequines asesinos lucharon al son de sus amos, los lobos fueron asesinados mientras los dioses observaban.
Malcador apreció con horror como Horus explotó la puerta de irrealidad que los mantenían separados en el reino del Caos Indiviso, noqueando con esta explosión al propio Emperador.
El Emperador había perdido.
Malcador se disculpó con nosotros, pero sospechaba en lo profundo de lo que quedaba de su alma que el Emperador iba a perder, y ese miedo se estaba haciendo realidad.
Pero mientras seguía observando, vio como un movimiento discreto en las manos de su Rey de las Edades invocaba unas últimas cartas.
El Emperador invocó la carta de la Lámpara. Y una luz parpadeó en la oscuridad, dio un sentido de dirección en un planeta donde arriba ni abajo existía. El Astronomicón, que había sido conquistado y apagado por los traidores, volvió a parpadear en la oscuridad. Esa chispa pronto se convirtió en una llama, la llama de la fe y de la lealtad. Un contingente de más de 40.000 Ángeles Oscuros, liderados por el Primer Capitán Corswain, aterrizó en Terra y reconquistó la Montaña Hueca, y junto con la fe de los civiles imperiales liderados por Euphrati Keeler, y gracias al apoyo del Alto Astrópata Nemo Zhi-Meng, lograron reactivar el Faro del Astronomicón.
Horus chasqueó la lengua fastidiado por la estratagema improvisada del Emperador, ya que ahora Guilliman y la flota de retribución saben a dónde ir. Además, los restos de la Flota Solar liderados por la Gran Almirante Niora Su-Kassen salió de su escondite y empezó a entablar combate con los traidores. La flota combinada del Imperio despedazaría a la Flota Traidora de Horus.
Malcador se inquietaba en el Trono, tal vez podrían ganar.
El Emperador invoca la carta del Guardia y la Linterna, y una herida en la realidad se abrió de par en par. Dos hombres, casi tan ancianos como el Emperador, salieron de la herida infernal a los pies del casi inconsciente Amo de la Humanidad. Ollanius Persson, el viejo amigo del Emperador, y John Grammaticus, el Falso Perpetuo.
Horus chasqueó la lengua, otra estratagema apresurada de su padre. Pero ante el horrible terror que sentía John al estar en presencia de Horus, soltó un ataque en Enuncia, enviando a Horus al otro lado de la Corte de Lupercal, dejándolo inconsciente por un breve momento.
Ollanius aprovechó y le dio el Ovillo Rojo a Grammaticus para que retroceda sobre sus pasos y lo deje en el camino, cerrando el bucle temporal que los ayudó a ellos y al Emperador a llegar hasta aquí.
Grammaticus se despidió de su viejo amigo Oll, y a continuación abrió una nueva herida en la realidad por el cuál escapó.
Persson corrió al lado del Emperador quién no tenía un ojo, y una de sus manos estaba reventada, con los tendones destrozados.
Le rogó que despertase, los viejos amigos por fin se habían reunido después de tantos milenios. Le rogó que se levantase, que usase el Athame que Oll le trajo y matase a Horus. Le rogó, y le rogó y le lloró.
Oll vio entonces dos de las cartas del tarot del Emperador junto a él: El Guardián y la Linterna, una al lado de la otra. Oll lo reconoció como el Emperador hablándole, los dos amigos finalmente reunidos en ese momento. Oll se dio cuenta entonces de que Horus se estaba recuperando y pronto se acercaría a ellos. Oll comenzó de nuevo a rogar al Emperador que se levantara, antes de volverse para defenderlo.
Totalmente desesperado, proclamó sus intenciones: Horus no tocará al Emperador. Cargó, apuntó y disparó en modo automático total su viejo y confiable rifle láser. Disparó desesperadamente contra el pecho del Architraidor que se acercaba mientras los 4 Antiguos observaban.
Pero sin miramientos, Horus con un gesto despedazó y redujo a Ollanius Persson a simples gotas de sangre, dándole una muerte definitiva.
El viaje del Perpetuo finalizó como todo un héroe.
A continuación, tú te diriges dónde tu padre.
Le destrozaste la cara, los tendones de su brazo, lo despedazaste en un duelo sin igual.
Era hora de acabar con todo esto.
Alzas tu mazo de energía, alzas a Rompemundos para destrozar la cabeza de tu padre.
Lo bajas, y todo se acaba.
Los sesos, el pelo, la sangre sale disparado por todos lados. La sangre mancha tu armadura, el piso, y sus alrededores. El cabello se enreda en Rompemundos. Finalmente está hecho.
Lo mataste.
Mataste a tu padre.
Respiras de manera agitada, finalmente se acabó. Ahora una nueva Era Dorada y de Amanecer para la Humanidad podrá comenzar. Tendrás que enderezar a algunos de tus hermanos descarriados, como Perturabo, que no te escuchó y se retiró del conflicto. Tendrás que matar a Guilliman, al León, a Corax. Son demasiado testarudos e intentarán mantener vivo el sueño del cadáver que es ahora el Emperador. Los susurros de los Nunca Nacidos empiezan a resonar con intensidad mientras ven lo que estás haciendo.
Te sientes agitado. Dejas Rompemundos a un lado. Lo mataste, pero era tu padre. Le darás el descanso que se merece.
Merece eso al menos.
Los susurros se vuelven insoportables.
¿Por qué no te dejan en paz?, no han cesado de murmurar tras tu espalda. Desde que Maloghurst te despertó de tu sueño.
No, Maloghurst no. Fue el joven Kinor Argonis. Es tan difícil concentrarse luego de haber pasado lo que pasé. Matar a mi padre, los susurros de los Nunca Nacidos, el shock, la agitación, la compasión. Te lamentas, toda esta sangre pudo haberse evitado si todos hubiesen estado unidos antes de Ullanor, y hubiesen apartado a su padre antes del mar de sangre que desató su Gran Cruzada.
Escuchas algo.
Escuchas a un hombre llorar detrás de ti. Eso, a diferencia de los susurros, puedes perdonarlo.
Entiendes el dolor de Loken, porque es el mismo que sientes tú luego de haber matado a tu padre.
Le pides ayuda... Le pides ayuda a Garviel para cargar el cuerpo de tu padre.
Mientras oyes a Loken levantarse del suelo, cargas el cuerpo de tu padre. O por lo menos lo que queda de él. Es tan liviano, tan frágil; ya no queda nada de su ser.
Loken te pide que te detengas. No le escuchas, le pides ayuda para darle paz a tu padre.
No es demasiado tarde, insiste Loken. Garviel te pide por favor que dejes el poder. Ya cumplió su propósito, ya mataste al Emperador, ya ganaste.
¿Por qué Horus haría eso?
Para probar que eres Horus. Para demostrar que eres un hombre, no una marioneta.
Sus mentiras te engañan, tienen sus garras clavadas en ti. Demuestra que se equivocan. Ahora que ya alcanzaste este fin, la muerte del Emperador, puedes dejar ir el poder. Si tus palabras fueron sinceras, ya no necesitas el poder. Muéstrale al mundo de los hombres que todavía eres uno de ellos, fiel a tu palabra. Demuestra a esos dioses despreciables que no eres su títere.
Estos aspectos, luz y oscuridad, se acabaron.
Loken le pide a Horus que deje esta oscuridad que lo envuelve. Que se libere de este corazón negro, de este palacio de terror. Le pide a su padre que utilice lo único que tenía y que el Emperador no tenía.
Y eso es un corazón sensible.
Sus palabras me hieren. ¿Realmente piensa eso de mí? ¿No comprende? Quizás...
Quizás haya algo de cierto en sus palabras. El trabajo está terminado. Sería un alivio. Librarme de este peso en mis miembros, de la culpa en mi corazón por matar a mi padre. Podría volver a respirar, sentir dolor, lamentarme por lo hecho, y vestir de blanco y oro en señal de duelo. Eso aliviaría el dolor. Justificaría mis actos.
El futuro puede verme. No me atrevo a imaginar un futuro que solo me conozca así.
Suelto el poder.
Solo por un instante, lo libero.
Solo un segundo.
Lo dejo escapar de mi, como una capa se desliza al suelo.
Los susurros se alzan de nuevo, horrorizados. Me gritan.
Pero no respondo ante nadie.
¿Qué susurran? Es exasperante. Casi puedo distinguir... las palabras...
El nombre..., no, una frase... Una frase amplificada por la fuerza psicoacústica. Una frase formada de luz blanca, dicha al unísono por un millón de voces, dos millones, una especie entera.
El Emperador debe vivir...
¡NO!
¡MALDITO!
¡UNA ÚLTIMA ESTRATAGEMA DE UN ETERNO CONSPIRADOR Y MENTIROSO!
Aparto el supuesto cadáver de mi padre y encaro a Loken, o a quién tomó la forma de Loken.
Lo peor de todo es que mi corazón humano, aún palpitante y expuesto, siente un profundo alivio. Una especie de alegría. Mi padre no está muerto. No lo maté. El vive.
El verdadero Loken mira de cerca, aterrado, o asombrado.
Las heridas del Emperador son profundas, su brazo destrozado y su cara están cubiertas por sangre seca. Pero una luz brota de su interior y lo envuelve en una luz cálida y reparadora.
Es la fe de una especie entera que confía y cree en Él más allá de lo imaginable, más allá de toda lógica. Cree en Él como su protector, como su escudo, y ese acto de imaginación se convierte en realidad, Estar ausente en el cuerpo significa estar presente en el Emperador. Así rezan los susurros. Toda una especie, su voluntad unificada en una entidad, no un hombre, no un padre, sino un Rey de todas las Eras.
Parece un dios... Un dios herido, pero un dios al fin. Con una fuerza no propia, si no derivada.
Somos uno.
La humanidad y el Emperador.
El Emperador y la Humanidad, almas entrelazadas.
Unidos como uno o no somos nada.
¡NO ERES UN DIOS!
Entonces será una lucha equitativa, responden los susurros.
El Emperador ataca violentamente contra ti, pero desvías sus estoques. Contraatacas rápidamente cortándole el cuello y abriendo su carótida. Un chorro de roja sangre emana violentamente empapándote.
Con el único ojo bueno que le quedaba al Emperador, te ataca con un rayo de luz. Fuerza pura de un blanco azulado.
A diferencia de los demás ataques que te lanzó, este es diferente.
Este contiene la voluntad concentrada de toda la Humanidad, como el brillante Faro que ilumina la galaxia desde la Montaña Hueca.
El dolor es...
El dolor es...
El dolor es insoportable para un hombre. Y tu sigues siendo solo un hombre.
No es el poder, si no lo que haces con él, y tú, imprudente, lo has soltado todo.
Caes de rodillas, consumido por el fuego tanto por dentro como por fuera. Su rayo psíquico sigue quemándote-
"Por favor... Devuélvemelo... Devuélveme el poder..."
Oh, ellos lo harán. Los Cuatro Antiguos te lo devolverán porque sirve a sus fines. Pero te harán sufrir un dolor inimaginable como advertencia por haber rechazado sus obsequios, y por toda la eternidad. El Emperador, su único adversario real, no puede matarte después de todo. A pesar de todo el poder recuperado, de todas las estratagemas usadas, no puede matarte. No tiene las herramientas para matar a lo que te has convertido. El Instrumento Encarnado del Caos.
De rodillas, atrapado en el torrente de las llamas de tu padre, lo observas. Ahora lo ves, quizás como Él siempre lo ha visto. Una verdad simple. Un secreto que debió permanecer oculto a pesar de todo. Algunas verdades son demasiado peligrosas para conocer, por eso Él os ocultó todo lo relacionado con la Disformidad.
A través del interminable dolor ves todo... todo lo que arruinaste, todo lo que traicionaste... No puedes pedirle perdón. No te atreves, y aunque quisieras, no puedes hablar al ser consumido por las llamas. Eras demasiado débil entonces, y serás demasiado débil de nuevo cuando vuelvan a poseerte.
Tus ojos le suplican clemencia. Un hijo a su padre.
Termina con esto. Hazlo ahora, si es posible. Antes de que sea demasiado tarde. Si tú no puedes, nadie lo hará. El ardor se detiene. El rayo psíquico se desvanece. Te tambaleas, jadeando.
Tu padre sostiene un cuchillo. Una antigua pieza de piedra. ¿Qué es eso? Luce tan pequeño en su mano, tan insignificante. Eso no será suficiente.
Parece dudar, reticente.
Se crispa, en un repentino espasmo y convulsión, y grita. El poder está regresando. Fluye hacia ti con gran rapidez, como si los Cuatro Antiguos estuvieran desesperados por reclamar sus dones. ¿Qué saben? ¿Qué han visto que les hace actuar con tal urgencia?
Tu padre mira el cuchillo.
"Te espero y te perdono."
Y lo hunde en tu corazón. Y entonces la galaxia arde.
El Fin y la Muerte: Kairos y Chronos[]
Es el Fin y la Muerte.
Es el Fin de los sueños de un niño que soñó con una humanidad libre.
Es la Muerte de la inocencia de un joven Imperio.
Redacción antigua[]
El asedio de Terra por las fuerzas traidoras de Horus comenzó con un bombardeo orbital llevado a cabo por la flota del Señor de la Guerra como preludio a la invasión. Aunque las flotas leales y los defensores resistieron y las enormes defensas orbitales de Luna barrieron más de una cuarta parte de las naves de la flota traidora. Pero como los soldados leales en la superficie eran demasiado pocos para enfrentarse a las fuerzas combinadas de tantas Legiones Traidoras, fueron aplastados sin piedad.
Tras días de bombardeo, los Marines Espaciales del Caos aterrizaron en Terra con Cápsulas de Desembarco y avanzaron sobre los dos espaciopuertos más cercanos a la localización del Palacio Imperial para asegurarlos en preparación para los desembarcos principales de las fuerzas traidoras. Elementos de cinco de las Legiones Traidoras participaron en la batalla, apoyados por las fuerzas traidoras ya en la superficie. A pesar de los valientes esfuerzos de los ejércitos leales, los espaciopuertos del Muro de la Eternidad y de la Puerta del León cayeron en cuestión de horas en manos de las Fuerzas del Caos. Los oscuros Cultistas del Caos realizaron muchas invocaciones, llamando a los Grandes Daemons del Caos desde la Disformidad directamente en suelo terrano.
Con los espaciopuertos asegurados, las restantes tropas de Horus de las Legiones Traidoras, el Ejército Imperial rebelde y las fuerzas de apoyo del Mechanicus Oscuro aterrizaron en masa, y los inmensos transportes cargaron miles de tropas cada uno, así como los terribles Titanes Traidores que servían a la causa del Señor de la Guerra y habían sido infectados por las daemonícas fuerzas del Caos. El tremendo tamaño de los transportes los convirtió en objetivos prioritarios para los lásers de defensa de Terra. Aunque muchas naves de desembarco traidoras fueron destruidas en la atmósfera, muchas más lograron llegar a la superficie, desembarcando aún más soldados, tanques pesados y Titanes para apoyar a la fuerza de los asediantes. Encontrando una dura resistencia por parte de los leales, ya que los defensores imperiales sabían que era supervivencia de su mundo, la de su Emperador, y que toda la raza humana dependía de ellos.
Los Traidores abren brecha en los muros exteriores del Palacio
Los asediantes del Caos forzaron a los defensores imperiales a retroceder a los muros del Palacio Imperial, donde miles murieron ralentizando el asalto. El Primarca Angron de la Legión de los Devoradores de Mundos, convertido en un Príncipe Daemon del Dios del Caos Khorne, se adelantó ante las murallas del Palacio y exigió la rendición de las fuerzas leales, diciendo que estaban aislados, superados en número, y que defendían a un gobernante indigno de su lealtad. Muchos se hubieran rendido ante Angron tras ver el terrible poder de las Fuerzas del Caos que permanecían desplegados ante ellos, de no ser por el Primarca Sanguinius, el alado y aparentemente angelical líder de la Legión de los Ángeles Sangrientos. Los dos Primarcas, una vez hermanos, se miraron el uno al otro, quizás comunicándose telepáticamente. Finalmente Angron se retiró de las puertas del Palacio Imperial, diciendo a sus fuerzas, no sin cierto placer ante la perspectiva de la matanza, que no habría rendición.
El asedio del Palacio Imperial comenzó entonces a toda prisa. Tres veces las Fuerzas Caóticas escalaron los muros, y tres veces fueron rechazados por Sanguinius y sus Ángeles Sangrientos. Fuera de los muros del Palacio, Marines Espaciales y fuerzas del Ejército Imperial dirigidas por Jaghatai Khan intentaron, sin éxito, atraer al grueso del ejército asediante lejos del Palacio. Pronto los defensores fueron rechazados al laberinto de pasillos y bastiones del interior de los muros del Palacio. Frustrado con el lento avance de sus tropas, Horus ordenó a la Legio Mortis (la Legión de los Cráneos de Muerte), una Legión Titánica Traidora, que demoliera secciones enteras del muro. A pesar de sufrir terribles bajas, los Titanes, dirigidos por el infame Titán ImperatorDies Irae, abrieron brechas en las defensas del Palacio Imperial, por las cuales luego los traidores se lanzaron al interior.
El Ejército Imperial trata de detener a los Traidores junto a los muros interiores del Palacio
Viendo las brechas y el potencial derrumbe de las defensas imperiales, Jaghatai Khan decidió cambiar de planes. En lugar de asaltar los casi invencibles flancos del ejército del Caos, Khan redirigió a sus Cicatrices Blancas, que conformaban una fuerza móvil y muy flexible, y a las Divisiones Blindadas supervivientes del Ejército Imperial hacia el espaciopuerto de la Puerta del León. Al amanecer el ataque relámpago de Jaghatai pilló a la guarnición traidora del espaciopuerto totalmente por sorpresa, y reconquistaron el espaciopuerto para el Imperio. El Khan ordenó a sus tropas reactivar los láseres de defensa del espaciopuerto para evitar que la flota traidora desembarcase más tropas o suministros, y formar un perímetro defensivo para asegurar el territorio recién reconquistado. Las fuerzas del Khan rechazaron varios frenéticos contraataques de los traidores, y comenzaron a disparar sobre las desprotegidas naves de desembarco de Horus. El plan del Khan funcionó perfectamente: el flujo de traidores y maquinaria hacia el Palacio Imperial había sido cortado por la mitad de un solo golpe. Inspirados por este éxito, las fuerzas leales intentaron también hacerse de nuevo con el espaciopuerto del Muro de la Eternidad, pero fueron repelidos sin dificultad por las fuerzas del Caos, ya que habían reforzado la guarnición tras la pérdida de la Puerta del León.
Sanguinius venciendo al Daemon
Dentro del Palacio, los defensores se habían visto forzados a retroceder hasta la Puerta de la Eternidad, el único punto de entrada al santuario interior del Palacio. Los Ángeles Sangrientos y los Puños Imperiales intentaron retener a las tropas del Caos, mientras los restantes soldados leales cruzaban la Puerta. Pronto el poderoso Gran Daemon Devorador de Almas, Ka'bandha, se adelantó y dirigió un reto a Sanguinius en el nombre de su señor Khorne. El Daemon se lanzó contra el Ángel de Baal, dándole apenas tiempo para parar sus golpes. Ya cansado por el asedio, Sanguinius fue derribado por el Daemon, pulverizando el cemento bajo el impacto. Las fuerzas leales parecieron quejarse colectivamente.
Aun así el Primarca de los Ángeles Sangrientos no estaba vencido, sólo aturdido por la fuerza del impacto. Sanguinius se aclaró la cabeza, se obligó a volver a ponerse de pie, y una vez más despegó. El Ángel agarró al burlón Daemon, sujetándolo por el tobillo y el brazo derechos. El Primarca alzó a la criatura y le partió la columna sobre su rodilla, antes de arrojar el cadáver del daemon a los asediantes, que aullaron desesperados mientras los últimos leales retrocedían y se metían en el santuario interior antes de que el gran portal de la Puerta de la Eternidad fuera cerrado tras ellos. Por supuesto, al ser Daemon, Ka'bandah no podía ser realmente matado, solo expulsado a la Disformidad por 1000 años estándar, pero el espíritu del Devorador de Almas fue enviado aullando de vuelta al Inmaterium para encontrarse con el disgusto de su amo el Dios de la Sangre.
La Puerta de la Eternidad estaba cerrada.
El asedio de Terra tras el asalto inicial al Palacio Imperial duró 55 días. Ambos bandos sabían que la derrota del Imperio del Hombre no estaba cerca tras la defensa de la Puerta de la Eternidad. Sintiendo esto, y sabiendo que debía completar el asedio antes de la llegada de refuerzos leales de las otras Legiones de Marines Espaciales que ya estaban en marcha, Horus se preparó para teleportarse a la superficie desde su nave insignia, el Espíritu Vengativo, para dirigir a sus tropas en persona. Antes de que esto pudiera ocurrir, el Primer Capellán de los Portadores de la Palabra, Erebus, trajo nuevas noticias para Horus: sus aliados daemónicos en la Disformidad les habían informado de que las Legiones de los Ángeles Oscuros y los Lobos Espaciales se aproximaban a Terra, y que los Ultramarines iban apenas por detrás de ellos.
En este momento, Horus se desesperó; su jugada había fallado, harían falta semanas de conflicto continuado para destruir a los defensores y los refuerzos del Emperador llegarían en cuestión de horas. Lo que ocurrió a continuación es discutido en la historiografía imperial de la Herejía; algunos creen que Horus desactivó sus escudos de vacío al experimentar un último momento de remordimiento por su traición a su padre y su paso al Caos, mientras que otros creen que fue un reto personal al Emperador. En cualquier caso, Horus bajó los escudos de vacío de su nave insignia, la barcaza de batalla Espíritu Vengativo. Este hecho fue detectado por las naves leales en órbita y la información fue transmitida al Palacio Imperial.
El Emperador de la Humanidad aceptó el desafío, dirigiendo su guardia personal de élite, los Adeptus Custodes, los Primarcas Sanguinius y Rogal Dorn, y varias compañías de Marines Espaciales veteranos de los Puños Imperiales y los Ángeles Sangrientos en el asalto y teletransportándose a bordo del Espíritu Vengativo. Horus usó sus poderes caóticos para dispersar a la fuerza del Emperador por todo el inmenso navío de guerra cuando atravesaron la Disformidad. Cada uno de ellos luchó una serie de batallas contra las Fuerzas del Caos a bordo de la corrupta nave, intentando reunirse con sus camaradas y enfrentarse a Horus.
Sanguinius rechaza a Horus
Fue Sanguinius quien llegó primero ante su hermano Horus. El Señor de la Guerra intentó convencer al Primarca de los Ángeles Sangrientos, su más antiguo y cercano amigo entre los demás Primarcas, de que se pasara al Caos una última vez.
Cuando Sanguinius se negó a ser corrompido, Horus le atacó. Herido en sus muchas batallas en Terra y en la terrible lucha contra el Daemon Ka'bandha, Sanguinius demostró no ser rival para Horus, quien ahora estaba en el cénit de su daemónico poder tras su larga alianza con los Poderes Ruinosos.
Horus estranguló al Ángel de Baal con facilidad. Una versión alternativa de este hecho que a veces aparece recogida en los archivos imperiales muestra a Sanguinius cortando un pequeño agujero en la servoarmadura del Señor de la Guerra antes de morir, que más adelante ayudó al Emperador a derrotar definitivamente a Horus.
Cuando el Emperador de la Humanidad finalmente entró en la sala del trono del Espíritu Vengativo, vio el alado cadáver del angelical hijo, caído a los pies de Horus. Horus llamó estúpido al Emperador por rechazar el poder que los Dioses del Caos ofrecían a los hombres, y tímido por no domarlos a su voluntad si era verdaderamente el Señor de la Humanidad como afirmaba.
El Emperador se encuentra con su hijo Horus, que acaba de asesinar al Primarca Sanguinius.
Horus proclamó que si el Emperador se arrodillaba ante él, le perdonaría la vida. Pero el Emperador, decenas de miles de años más anciano que su equivocado y una vez amado hijo, conocía bien la trampa que había engañado a Horus. El Emperador le dijo al corrompido Primarca que era el engañado esclavo del Caos, no su amo, pues ningún mortal podía realmente afirmar ser más que un simple peón de los Poderes Ruinosos. Gruñendo, Horus arrojó rayos daemónicos al Emperador, pero Él los eliminó con Sus propias inmensas habilidades psíquicas. La suerte estaba echada. Cada ser casi-divino sabía que el destino de la Humanidad estaba sobre la balanza ahora.
El Emperador y Horus se enfrentaron en la sala del trono de la enorme barcaza de batalla, una lucha que fue tanto física como psíquica. Aunque los dones psíquicos y habilidades marciales del Emperador no tenían igual, se encontró a sí mismo reticente a invocar toda Su fuerza contra Su amado hijo. El Emperador sufrió graves heridas a manos de Horus, y tras una serie de golpes, paradas y contragolpes entre la Espada Rúnica del Emperador y la Garra Relámpago del Señor de la Guerra, este último abrió de un tajo el pectoral del Emperador, para acto seguido abrir su yugular y cortar los tendones de su muñeca derecha, desarmándole. Un rayo psíquico abrasó la piel de la cara del Emperador, destruyendo uno de sus ojos. Después de dislocar el brazo derecho del Emperador, Horus alzó a su padre por encima de su cabeza, y le partió la columna sobre su rodilla.
En ese momento, un solitario Adeptus Custodes entró en el puente. Horus mostró al guardaespaldas imperial la forma rota del Emperador y se rio del Custodio. El valiente guerrero imperial rugió y cargó contra el Señor de la Guerra. Fue despellejado vivo por un ataque psíquico de Horus. En otros registros de esta batalla final, es un Exterminador Puño Imperial quien ataca a Horus, y en otros más raros, el condenado es un soldado del Ejército Imperial llamado Ollanius Pius.
La brutalidad casual del acto del Señor de la Guerra endureció al Emperador al darse cuenta de lo que esperaba a la Humanidad bajo el dominio de Horus y los Dioses del Caos. Viendo que Su hijo favorito estaba verdaderamente perdido en la corrupción del Caos, el Emperador finalmente reunió su completo e impresionante poder psíquico en el Inmaterium y liberó una lanza de pura energía disforme que atravesó las defensas psíquicas del burlón Horus y destrozando su cuerpo. En algunas versiones de la historia, este disparo sólo fue capaz de herir el cuerpo del Señor de la Guerra a través del agujero que había sido hecho por Sanguinius antes de su muerte. Justo antes de morir, Horus miró a su padre en el ojo, derramando una sola lágrima, rogándole que le perdonara por su traición. El Emperador vio remordimiento en los ojos de su hijo caído. El Emperador también sabía que los Poderes Ruinosos podían intentar volver a poseer a Horus, y que Él no podría estar ahí para detenerlos si lo hacían. Apartando las casi infinitas reservas de compasión de su mente por el bien de la Humanidad que Él había servido y amado todos los años de su larga vida, el Emperador destruyó a Horus completamente, su esencia quemada de la existencia para que los Dioses del Caos no pudieran resucitarlo como un Príncipe Daemon al reclamar su alma.
La destrucción del alma de Horus envió una onda expansiva psíquica a través del Sistema Solar, expulsando a los Daemons del Caos de vuelta a la Disformidad, y extendiendo el pánico en masa entre las Legiones Traidoras y otras fuerzas rebeldes en la superficie de Terra en segundos, al quedar los poderes de los Dioses del Caos perturbados temporalmente por la muerte de su vasallo mortal favorito. Una terrible furia berserker, conocida después como la Rabia Negra, se había apoderado de los Ángeles Sangrientos en el momento de la muerte de su Primarca, y estaban avanzando para dispersar a los atacantes. La retirada se convirtió en huida, y la huida pronto se convirtió en un baño de sangre; miles y miles de Marines Espaciales Traidores y Titanes cayeron intentando huir. El suelo ante el Sanctum Imperialis se volvió rojo por la sangre de traidores y herejes.
Mientras tanto, el Primarca Rogal Dorn finalmente encontró la forma de llegar al puente del corrompido navío, sólo para encontrar a su hermano caído, Sanguinius, y el destrozado cuerpo del Emperador, quien estaba ahora al borde de la muerte, con su energía psíquica gastada en la batalla contra Horus. Entonces el Emperador susurró instrucciones a Dorn, urgiéndole a llevarle al aparato conocido como el Trono Dorado en el santuario interior del Palacio Imperial. Los soldados leales supervivientes se teleportaron de vuelta a las mazmorras imperiales bajo el Palacio Imperial.
Malcador
Allí Malcador el Sigilita, el Regente de Terra, que era por sí mismo un muy poderoso psíquico, había brevemente tomado el lugar del Emperador en el Trono Dorado, manteniendo así la Puerta a la Telaraña que el Emperador había estado construyendo para beneficio de la Humanidad cerrada por seguridad.
El cuerpo de Malcador se deshizo en polvo del terrible esfuerzo realizado para mantener a raya los peligros de la Disformidad e impedir que cruzaran la Puerta de la Telaraña y asaltaran Terra cuando fue retirado y el Emperador colocado en su lugar. A pesar de todo, el Sigilita entregó sus últimas energías psíquicas antes de morir al Emperador, para recuperar la conciencia del Señor de la Humanidad por una última vez.
De este modo, el Emperador pudo dar sus instrucciones finales a sus sirvientes antes de ser enterrado en el aparato mientras los Adeptos del Mechanicus trabajaban a toda prisa para modificar el artefacto siguiendo las especificaciones del Emperador.
El Emperador pronunció sus últimas palabras a sus seguidores. Les urgió a seguir luchando para liberar a la Humanidad de las fuerzas del Caos y de las maquinaciones de los Poderes Ruinosos, así como de la ignorancia que continuaba asediándola. Y entonces el Emperador ya no habló más, con su cuerpo enterrado en los mecanismos de soporte vital del Trono Dorado, y con su espíritu atrapado entre la Disformidad y un cuerpo mutilado y decadente por milenios. Incapaz de completar el proyecto de la Telaraña que el Trono Dorado había sido diseñado para proteger y mantener, el Emperador decidió ahora usar sus mecanismos de aumento psíquico tanto para mantener su destrozado cuerpo vivo, como para proyectar su mente en el Inmaterium, donde crearía y mantendría el faro de navegación llamado Astronomicón para mantener el Imperio unido y combatir a los Dioses del Caos en su propio terreno, siempre buscando proteger a la Humanidad de su corrupción y depredaciones.
El Imperio del Hombre había sobrevivido a la Herejía de Horus, pero se convertiría en el bastión de la represión y la brutalidad contra las que el Emperador había luchado tanto, sin su dirección personal sobre él. En esto, al menos, los Dioses del Caos habían logrado una victoria parcial, pues este estado de cosas aseguraría que sus tentaciones siguieran corrompiendo a los miembros más débiles de la raza humana, e impediría el establecimiento final del Orden en la galaxia. Aun así, a pesar de todos sus terribles y cada vez mayores fallos, a lo largo de los siguientes diez milenios el Imperio ofrecería igualmente a la Humanidad su mejor y quizás la única esperanza de supervivencia en un universo cada vez más hostil.
Galería[]
Mapas del Asedio de Terra[]
Asedio de Terra[]
Sigismund, el primer Paladín del Emperador, durante el Asedio de Terra.
Imágenes antiguas[]
Versión antigua del mapa del Palacio Imperial.
Puños imperiales durante el Asedio en armadura Mark III.