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Veredicto del Certamen de Relatos Wikihammer + Voz de Horus ¡Léelos aquí!

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Artellus Numeon color

Artellus Numeon

"Todos hemos ardido. Bien fuera abajo, en los pozos de fuego, o mediante las planchas de marcado en el solitorium, todos hemos tocado el fuego. Deja cicatrices, incluso en nosotros. Las llevamos con orgullo, con honor. Pero las cicatrices que recibimos ese día, en aquel campo de batalla, las cargamos con vergüenza y arrepentimiento. Son un monumento en carne, un recordatorio físico de todo lo que hemos perdido, una quemadura que incluso nos, los nacidos-del-fuego, no podemos soportar sin dolor."

Artellus Numeon

Artellus Numeon fue un Marine Espacial nacido en Terra que sirvió como el Primer Capitán de la 1ª Compañía de la Legión de los Salamandras, conocida como los Dracos de Fuego, durante la Gran Cruzada y la Herejía de Horus. También  desempeñó el papel de palafrenero y comandó la Guardia de Honor de Vulkan, la Guardia de la Pira, la cual estaba compuesta por veteranos. Habiendo jurado proteger al Primarca, estos guerreros vivían separados del resto de la XVIII Legión. Nacidos en Terra como su comandante, no siempre apreciaron por completo los sentimientos terrenales de la cultura nocturneana en la que se había criado Vulkan, pero aceptaban su deber hasta lo más profundo de sus huesos.

Numeon fue protagonista de la Masacre del Desembarco en Istvaan V, donde su legión fue casi diezmada. Sobrevivió al holocato y finalmente escapó de tal lugar de infamia, para continuar la guerra contra las Legiones Traidoras y Horus. Artellus Numeon se convirtió en el Señor y mascarón espiritual de la Legión de los Salamandras, liderando a varias bandas de supervivientes, durante los meses oscuros donde tanto el Imperio como ellos creyeron que su Primarca estaba muerto. Desde las profundidades de la desesperación a los rescoldos de la esperanza, Numeon se embarcó en un viaje heroico, una verdadera odisea, para reunir a Vulkan con su Legión en su planeta natal, Nocturne. Sin perder nunca la fe en el renacimiento de su padre, Numeon admitiría hacer el último sacrificio para que su Legión y su señor renacieran de las cenizas.

Historia[]

Primeros años[]

Artellus Numeon fue uno de los primeros candidatos en ingresar a la naciente XVIII Legión. Al igual que su padre, los legionarios engendrados por el legado genético de Vulkan eran volátiles y de temperamento ardiente. En los primeros años de la Gran Cruzada la XVIII Legión fue casi destruida, ya que su intenso deseo de demostrar su valía les llevaba a acciones cada vez más suicidas durante las batallas. El solo hecho de que quedaran tan pocos Salamandras terranos vivos cuando Vulkan fue a su encuentro es testimonio de lo cerca que estuvieron del desastre. Reunirse con su Primarca les había salvado, y con los refuerzos de Nocturne, que ya eran estudiantes de las enseñanzas del Culto Prometeano, no pasó mucho tiempo antes de que su número creciese notablemente. El Emperador sabía que Vulkan era el hijo perfecto para reforjar a la XVIII Legión. Aprendiendo disciplina y paciencia, los Salamandras terranos y nocturneanos comenzaron a marcar en carne y hueso juramentos y hazañas de batalla como recordatorios de su deber. La templanza frente a la guerra no solo era prudente, sino que también salvaba vidas.

Guardia de la Pira[]

Cuando Vulkan se reunió con su Legión, vio potencial en sus pocos hijos terranos. De entre estos eligió a los guerreros más estoicos e independientes; aquellos que habían sufrido lo peor de las pruebas y tribulaciones de la XVIII Legión durante los primeros años de la Gran Cruzada antes de reunirse con ellos. Con estos pocos elegidos, el Primarca fundó la Guardia de la Pira, su Guardia de Honor personal. Ellos serían los encargados de proteger a su señor y actuar como su círculo interno de asesores. Numeon fue uno de los elegidos.

Separados del resto de la XVIII Legión, su habilidad marcial no tenía parangón. Siempre listos para el combate y al igual que los dracos del planeta natal de Vulkan, eran salvajes y feroces, de garras y dientes afilados. Tenían más fuego, más furia. Al igual que los volcanes y las grandes cadenas montañosas de Nocturne, estaban perpetuamente al borde de la erupción, supreando incluso a los Piroclastas.

Los elegidos mostraban un nivel de autosacrificio y autosuficiencia que superaba a todos los demás. Al igual que el saburai del viejo Nihon, eran luchadores que podían combinarse en una unidad o funcionar por sí mismos. También eran líderes, y cada Guardia comandaba un Capítulo de la Legión además de sus deberes como guerreros del círculo interno del Primarca. Aunque nacidos en Terra, esta élite mostraba los rasgos físicos de la piel de ónice y ojos rojos, una reacción irreversible a la combinación de radiación de Nocturne con la herencia genética de su padre, independientemente de su origen. La Guardia siempre tendría siete miembros, un número de gran importancia cultural para la gente de Nocturne. Cuando marchaba a la guerra con Vulkan, todas y cada una de sus armas era forjada por su portador, y todos podían escupir fuego como si de dragones se tratasen.

Isstvan V[]

Muchos se ha hablado de la Masacre del Desembarco en Istvaan V, pero el relato de Numeon fue el epítome de la lealtad a su Primarca, hasta una explosión que le separó de él y dejó inconsciente. Con el telón caído y su señor en paradero desconocido, Numeon vio que la única estrategia viable era la retirada. Él y los pocos leales supervivientes huyeron de nuevo a sus zonas de desembarco, tratando de subir a bordo de sus naves para lanzarse desesperadamente hacia el cielo y superar la tormenta. Muchas fueron derribadas, incluida la suya, en cuanto los traidores enhebraron el aire con suficientes proyectiles y misiles antiaéreos como para derriba a una flota. Gimiendo, sintiendo el alcance de cada una de sus muchas heridas e ignorando la cascada de informes de daños que se desplazaban por el lado izquierdo de la única lente aún funcional de su casco, Numeon salió tambaleante del lugar del accidente.

Después de vagar un tiempo indeterminado halló un emblema, uno que conocía bien y había visto antes: el sigilo de Vulkan, el cual metió en su cinturón. Su hermano de la Guardia, Leodrakk, estaba con él, pero no podía ver a Vulkan ni al resto de la Guardia de la Pira. El humo cubría la cresta y la lluvia de ceniza se había intensificado. La neblina producida por el calor de los fuegos que aún quedaban nublaban su visión. A continuación vieron el cráter y los cientos de cuerpos retorcidos que había dentro. Hanían sido incinerados, fusionados con sus armadura. Algunos todavía seguían moribundos. Numeon sabía que tenía que llegar a una nave, salvarse a sí mismo y a Leodrakk.

Finalmente llegaron a la zona de desembarco, donde Numeon descubrió que la visibilidad era casi nula. Envueltos en una negrura similar al del alquitrán convertido en aire, la oscuridad era absoluta. Los auto-sentidos de sus servoarmaduras apenas servían, pero Numeon logró intuir la silueta de una nave. Entre tanto Leodrakk vomitaba tan vil humo, tan espeso que habría matado a un soldado humano, pero su fuerza de voluntad mantuvo su agarre al hombro izquierdo de Numeon, su guía. Pero Numeon también estaba sumido en su propia guerra. La nave estaba lo suficientemente cerca como para tocarla, pero la inmundicia que les asediaba hacía imposible descubrir la ubicación de la rampa de entrada o de si estaba abierta. De pronto, una mano los alcanzó en le oscuridad y juntos tropezaron y cayeron en la cubierta de una Stormbird abarrotada. La negrura llenaba el compartimento; la inmundicia estaba llenando la bodega y la luz interna estaba apagada. Numeon se desplomó y rodó sobre su espalda, con su ojo ardiendo como si alguien le hubiera clavado un cuchillo y retorcido la hoja. Sus heridas eran más graves de lo que se había dado cuenta al principio, recibiendo varios golpes durante el descenso mientras protegía a su hermano de cualquier daño. Leodrakk estaba de rodillas, tosiendo el miserable humo de sus pulmones. Entonces la inconsciencia lo tomó para sí.

Verud Pergellen, uno de los Guardias de Honor de los Manos de Hierro conocidos como los Morlocks, había salvado las vidas de Numueon y Leodrakk en las llanuras de Istvaan V. Pocos Morlocks habían escapado, así que muy pocos miembros del Clan Avernii podrían continuar su gran y noble legado. Cuando las bombas cayeron y se reveló todo el horror de la traición, Pergellen se abrió camino a las naves de desembarco mientras otros Manos de Hierro perdían la cabeza ante la muerte de su Primarca, Ferrus Manus. Los supervivientes de Istvaan V eran retales de unidades y legiones dispares. Algunos simplemente estaban muy mal heridos o habían muerto cuando fueron arrastrados a bordo. De los cuarenta y siete legionarios que tomaron vuelo en esa nave, solo veintiséis sobrevivieron.

Vivieron lo suficiente como para reunirse en el Arca de Fuego, uno de los pocos Cruceros de Ataque de los Salamandras que había escapado de la carnicería, pero no sin sufrir. Muchos de los tripulantes durante tan desesperada huida. No había legionarios a bordo. Todos los guerreros disponibles habían sido desembarcados para combatir en pie al Señor de la Guerra Horus. En el Arca de Fuego, nada más tomar el mando de una tripulación  valiente pero agotada, perdieron a otros tres legionarios. Numeon los unió y les devolvió algo parecido a un propósito. Mas su empresa no estaría exenta de riesgos y una vena de fatalismo creció en la nave.

Tal sentimiento era previsible en los Manos de Hierro, pero soportaron la pérdida de su Primarca con una determinación tranquila y acerada propia de los Medusanos. Eran los hijos de Vulkan los que más sufrían. De todos las Salamandras, solo Numeon creía en lo imposible. En su corazón, sabía que su padre había sobrevivido. El resto, a pesar de sus arengas apasionantes, no estaban tan convencidos y lucharon por venganza en lugar de la esperanza y el deseo de servir. Numeon sabía que estos hombres estaban rotos. Desprovistos de liderazgo, se habrían destruido mutuamente y sin forma de regresar a sus legiones, quedarían a la deriva.

Su nave, la Arca de Fuego, había sido dañada gravemente en el éxodo de Istvaan V. Algunos sistemas de armas todavía eran funcionales, aunque estos eran insuficientes para durar mucho tiempo contra una nave completamente operacional del mismo calibre. El soporte vital, el poder de iluminación en ciertas cubiertas, los motores y la unidad de salto todavía funcionaban, aunque con una capacidad reducida y poco fiable. Sin embargo, las comunicaciones eran otro asunto. Los augures de larga distancia y las matrices de sensores no podían repararse. El capitán Halder había logrado lo imposible, pero cojeaban desde entonces y no sabían nada de la guerra. Numeon se negó a creer los peores delirios de los tripulantes y legionarios. Seguirían luchando, esperando que otros también lo hicieran.

Persecución[]

Los meses que siguieron vieron al Arca de Fuego embarcarse en una serie de ataques de emboscada contra las fuerzas traidoras. Durante su campaña de golpes relámpago, los supervivientes del Arca de Fuego se encontraron con el planeta Viralis. El planeta entero estaba lleno de calles atestadas de cadáveres; cuerpos profanados y mutilados en servicio a los Poderes Oscuros. Pero los traidores también habían dejado algo más atrás. Los humanos se habían convertido en otras cosas. Los leales pronto descubrieron que el autor de esta horrenda atrocidad no era otro que los Portadores de la Palabra, específicamente, un Apóstol Oscuro llamado Valdrekk Elias, el cual había prestado juramento al servicio del Primer Capellán Erebus. No tardaron en ratrear el paradero del clérigo hasta el planeta Traoris. Para entonces habían descubierto que los Portadores de la Palabra habían estado rastreando a un arqueólogo de frontera llamado Caeren Sebaton en una antigua fortificación. Estaban decididos a adquirir un objeto desconocido del sitio de su excavación. Aunque los leales no estaban seguros del propósito de la presencia de los Portadores de la Palabra en el planeta, tenían la intención de salvar a Traoris de sufrir el mismo destino que Viralis.

Veintitrés legionarios conformaban la dispar compañía de Numeon, incluido él mismo; apenas más de dos escuadrones. La mayoría eran Salamandras, principalmente guerreros de línea junto con algunos Piroclastas, así como él y Leodrakk de la Guardia de la Pira. Un par de hermanos de batalla y el codiciario Hriak representaban a la Guardia del Cuervo. De los Manos de Hierro solo estaban Domadus y Pergellen, y desde la evacuación de los campos de exterminio de Istvaan V no habían tenido contacto con ninguna otra fuerza de su legión. Eventualmente, los guerreros de Numeon salvaron a Caeren Sebaton. Después de un intenso escrutinio y la invasiva lectura psíquica de Codicier Hriak, el arqueólogo reveló que él era el misterioso individuo conocido como John Grammaticus, un operativo humano de la misteriosa organización xenos llamada La Cábala y que además era un Perpetuo, un ser que era capaz de una regeneración absoluta y por lo tanto era virtualmente inmortal.

La Cábala le había encomendado venir a Traoris para obtener una reliquia de las antiguas ruinas de una fortaleza construida por Cultistas del Caos milenios atrás. Dentro de la fortaleza estaba enterrada una lanza, aunque no una como tal. Esta "lanza" era una pieza de fulgurita, una pieza de relámpago cristalizada en roca. Tan sublime artefacto se había formado a partir del poder infinito del Emperador cuando aniquiló a los servidores de los Poderes Ruinosos en el pasado. El Apóstol Oscuro esperaba obtenerlo para utilizar el poder divino en su interior para ascender a la demonícidad. Grammaticus también informó a Numeon que la reliquia tenía algo que ver con Vulkan, pero en cuanto a qué no podía decirlo. Aunque inicialmente desconfió del extraño mortal, Numeon cedió e intentó ayudar a Grammaticus a escapar del planeta.

Los leales restantes fueron cazados por el incansable Barthusa Narek, un sirviente de Valdrekk Elias, así como también por los cultistas de Traoris. La Guardia del Cuervo había escondido su Thunderhawk dentro de los campos de rayos ubicados en las altas cumbres que rodeaban el puerto espacial, mas algunos de los leales atacaron inútilmente el puerto espacial con el fin de atraer a la mayor parte de los Portadores de la Palabra, dejando a Numeon, Grammaticus y Hriak pista libre hacia la cañonera. Desafortunadamente, Narek y dos de los Portadores de la Palabra les siguieron tras haber rastreado el rastro psíquico del Guardia del Cuervo. Hriak se sacrificó para ganar tiempo al resto, pero cuando Numeon fue a ayudar a Grammaticus a entrar en la cañonera el mortal utilizó un arma digital láser oculta y le disparó a una de las lentes retinales de Numeon, quemándole el ojo y su cara.

Medio ciego, Numeon arremetió contra el humano. Grammaticus tomó la fulgurita de la funda de Numeon, evitando hábilmente el agarre del Salamandra. Antes de que el humano se fuera, este le reveló que Vulkan seguía vivo. De repente, el Numeon convulsionó cuando recibió un disparo de una pistola bólter desde atrás. Grammaticus se congeló en su lugar cuando fue detenido por Valdrekk Elias, quien estaba parado en la rampa de la cañonera. Sin previo aviso, se formó una grieta en forma lágrima en la realidad ante ellos, de la surgió la figura de Erebus. Elias pensó que su señor había venido a ayudarle a alcanzar su ascensión. Tras recoger la fulgurita, Erebus arremetió con esta y le cortó la garganta a su siervo. Erebus había matado a su sirviente por intentar traicionarle, si no ahora, en un futuro. A continuación tendió la fulgurita a Grammaticus y le dejó partir de Traoris.

Por su parte, y recuperando la consciencia a pesar de sus heridas y la pérdida de su ojo derecho, Numeon intentó alcanzar la Arca de Fuego, la cual había sobrevivido milagrosamente hasta el momento, solo para ser capturado por otra compañía de los Portadores de la Palabra.

Liberación[]

Encarcelado a bordo del Demagogo, un Destructor clase Cazador perteneciente a la flota del Apóstol Oscuro Quor Gallek, Numeon fue torturado durante varios meses por el teniente del Apóstol Oscuro, un Portador de la Palabra poseído por un Daemon que respondía al nombre de Xenuth Sul. La mente de Numeon se extendió hasta sus propios límites y más allá. Pronto se hizo evidente que los traidores buscaban información sobre el paradero de la fulgurita y de Barthusa Narek, desaparecido desde el inicio de su misión.

Numeon fue testigo de primera mano de las profundidades a las que había llegado la locura de Portadores de la Palabra, pues el Demagogo se asemejaba más a un altar de sacrificios volante para que Xenuth Sul y Quor Gallek llevaran a cabo sus sangrientos ritos que a una nave de guerra. Afortunadamente para Numeon, el Demagogo y su nave gemela, la Sacramento Oscuro, fueron atacadas por un Crucero de ataque de los Ultramarines, más tarde identificada como la Desafío de Calth. Su ataque interrumpió el rito blasfemo de Quor Gallek, permitiendo a Numeon liberarse de las cadenas que lo encadenan al altar del sacrificio y, aunque muy débil, buscar venganza y recuperar el sello de Vulkan de las manos muertas de Xenuth Sul.

Mientras la Sacramento Oscuro ardía, los Ultramarines apodados "Marcados en Rojo", liderados por el sargento Aeonid Thiel, abordaron la Demagogo. Al descubrir los altares dentro de la celda de tortura, Thiel se dio cuenta rápidamente de que uno de los prisioneros había escapado. Thiel condujo a su escuadrón hacia el puente, dándose cuenta de que quienquiera que hubiera sido encarcelado trataría de ajustar cuentas con el comandante de la nave. Después de haber conseguido una pistola bólter y una espada de combate de Portadores de la Palabra muertos, Numeon logró dirigirse al puente sin oposición, pero allí quedó bloqueado por un legionario de guardia. Medio desnudo y mal equipado, Numeon se preparó para una carga fútil, aunque gloriosa, cuando el Portavoz de la Palabra fue asesinado por el disciplinado fuego de bólter de los hombres de Thiel. En el puente, Numeon encontró a Xenuth Sul solo y preparado para enfrentarse a él, pero Thiel y sus Ultramarines le interrumpieron, capturaron a Xenuth Sul y recuperaron el sello de Vulkan sin luchar. Numeon fue transferido al Apothecarion de la Desafío de Calth para tratar sus heridas, al tiempo que la nave regresaba al corazón de Ultramar, a Magna Macragge Civitas y a la Fortaleza de Hera, donde el cuerpo de Vulkan había sido sepultado desde su aparente muerte.

Durante el breve viaje, algo parecido a la amistad se desarrolló rápidamente entre Thiel y Numeon. El sargento de los Ultramarines informó a Numeon de los acontecimientos ocurridos desde la Batalla de Calth, de los retos a los que se enfrentaba el Reino de Ultramar y de la iniciativa de Roboute Guilliman de declarar que, ante la caida de Terra, se proclamaría el Imperium Secundus. Más importante aún, le contó a Numeon la aparente locura de Vulkan tras su llegada no menos extraña y su eventual muerte. A pesar de tan nefastas noticias, Numeon se negó a creer en la muerte de Vulkan, convencido de que vivía y que, en última instancia, aún podría ser devuelto a la vida. Sin embargo, Thiel advirtió a Numeon de que los Ultramarines tenían al presunto asesino bajo custodia y que su nuevo prisionero, Xenuth Sul, pronto sufriría un destino similar.

Imperium Secundus[]

Al llegar a Macragge, Numeon descubrió que no era el único hijo de Vulkan que había llegado al mundo natal de la XIII Legión, ni éstas las únicas Legiones destrozadas presentes. Elementos de los Manos de Hierro y Guardia del Cuervo también estaban presentes, así como algunos Cicatrices Blancas e incluso Lobos Espaciales. Mas la presencia predominante era el triunvirato de los Ultramarines, los Ángeles Oscuros y los Ángeles Sangrientos: las legiones de los fundadores del nuevo Imperio. Aunque el regreso de Numeon fue celebrado con el debido regocijo, la certeza de la muerte de Vulkan eclipsó la reunión entre Numeon y sus hermanos. Nada más pisar tierra, Numeon exigió que lo llevaran al lugar de descanso de su Primarca. Escoltado por dos de sus hermanos, Numeon llegó a la bóveda donde el cuerpo de Vulkan había sido enterrado en un ataúd dorado adornado, solo para descubrir que los restos mortales del Primarca habían desaparecido misteriosamente. Ni Numeon ni la guardia de honor que la custodiaba habían visto u oído nada, lo que solo sirvió para profundizar el misterio del verdadero estado del Primarca.

Casi de inmediato, se enviaron grupos de búsqueda de la Guardia Invictus de los Ultramarines para cubrir toda la fortaleza y la ciudad, pero en la fase inicial se impidió intencionalmente que los Salamandras se unieran a la búsqueda. Numeon se vería obligado a tener una audiencia personal con los líderes de este Imperium Secundus,  pues se consideraba el señor de facto de la  XVIII Legión al no haber otro oficial de alto rango. Numeon argumentó su caso con carisma, y ​​aunque fracasó en convencer a los tres semidioes reunidos del regreso de Vulkan a la vida, a los Salamandras se les permitió buscarle. Sus esfuerzos serían, en gran medida, en vano. Mas este episodio marcó un giro decisivo para los hijos de Vulkan, pues sirvió para fortalecer y renovar los lazos de hermandad entre estos supervivientes y, en segundo lugar, para consolidar la posición Numeon como líder y guía espiritual. Incluso algunos de los legionarios habían empezado a creer en el mantra de Numeon: Vulkan vive. Pero este nuevo espíritu edificante pronto fue puesto a prueba cuando Titus Prayto, uno de los bibliotecarios más veteranos de los Ultramarines, reveló a Numeon y sus asesores más cercanos la horrible verdad sobre la llegada de Vulkan a Macragge; que había muerto de verdad al estrellarse en Macragge desde la órbita y poco después había vuelto a la vida para luchar contra el demente Konrad Curze, amén del trauma que había experimentado y que le había privado de su cordura. Finalmente, Titus Prayto reveló el secreto final que Roboute Guilliman no había compartido con los hijos de Vulkan: el hombre detrás del asesinato de Vulkan, Barthusa Narek, estaba encarcelado dentro de la Fortaleza de Hera y que Xenuth Sul también había sido transferido allí.

Numeon finalmente cedió a la tarea de liderazgo que nunca había deseado de esta manera y liderar lo que quedaba de la XVIII Legión. Como símbolo exterior de sus nuevas responsabilidades, a Numeon se le presentó una nueva servoarmadura, una propia de un Capitán de la y provista de las mejores armas a su disposición. El capellán Var'kir había renunciado a su ornamentada pistola bólter, Basilysk, engalanado con bronce y una cabeza de serpiente, mientras que el Sargento Zytos le regaló su propia espada, forjada con los dientes de la poderosa salamandra de nocturne Draukoros. Así armado, Numeon lideraría a sus hermanos en su primera misión: el interrogatorio de Barthusa Narek.

En el momento en que una Thunderhawk fue convocada para llevar al pequeño grupo a la Fortaleza Oriental de la Fortaleza de Hera, estalló el caos. Desconocido para sus captores, Xenuth Sul era uno de los temidos "Sin Alma", guerreros de élite poseídos por Daemons de los Portadores de la Palabra, el cual había utilizado sus poderes antinaturales para liberarse en la prisión. El sacrificio de la Demagogo y la Sacramento Oscuro, su propia captura y traslado; todo había sido hecho de buena gana para acercarse a su objetivo, el renegado Barthusa Narek, del que su sombrío maestro, Quor Gallek, esperaba aprender los secretos y poderes de la fulgurita. En compañía de Aeonid Thiel y varios de sus hombres, Numeon persiguió a Xenuth Sul, pero el Daemon fue más rápido y llegó primero a la celda de Narek. Thiel, uno de sus guerreros y Numeon irrumpieron en la celda para enfrentarse al legionario de los Portadores de la Palabra dentro de la celda, solo para darse cuenta de que estaban ante Xenuth Sul y no a Barthusa Narek. Revelando su verdadera naturaleza daemónica, Xenuth Sul atacó a los leales, dejando inconsciente a Thiel y matando a su compañero. Numeon arremetió con su nueva espada e hirió gravemente a Sul, pero la espada quedó atrapada en la carne daemónica de su oponente, desarmándolo. Numeon se vio obligado a retroceder y utilizar su espada secundaria, una gladius regalo de Thiel, para luchar desesperadamente por su vida. Xenuth Sul aprovechó su ventaja y buscó una muerte fácil, pero dudó cuando se enfrentó con el sello de Vulkan, lo cual dio a Zytos, Var'kir y dos guardias de los Ultramarines tiempo más que suficiente para golpear al poseído con mortíferos disparos de bólter. Arrojado hacia atrás por el diluvio de proyectiles, Xenuth Sul se tambaleó, dándole al sargento Thiel el tiempo suficiente para recuperar sus sentidos y lanzar otro ataque. Presionado por Thiel y Numeon, Xenuth Sul finalmente fue vencido cuando Artellus Numeon recuperó a Draukoros de su carne profana y decapitó a la asquerosa criatura.

La fuga de Barthusa Narek resultó en una renovada búsqueda en toda la ciudad, al igual que la de Vulkan, pero tanto Ultramarines como Salamandras regresaron con las manos vacías. Con su única ventaja sobre el paradero de Vulkan perdida, los Salamandras se reunieron en consejo. La nueva hermandad de los sesenta y seis hijos de Vulkan tomó el nombre de la Pira y ahora, más que nunca, miraron a Numeon en busca de guía. La fuga de Narek y la desaparición del cuerpo de su padre les dejaba una amarga razón para quedarse en Macragge, mas la mayoría de ellos deseaba emprender el peligroso viaje de vuelta a Nocturne. Se negaban a ser tratados como una mera herramienta de propaganda para el nuevo Imperio de los Ultramarines. Sin embargo, Numeon, abrumado por el dolor de la pérdida de Vulkan, rechazó la posición que se le ofreció y se aisló para llorar en uno de los antiguos cementerios de Magna Macragge. Buscando la soledad, Numeon se encontró con el Primarca de los Ángeles Oscuros, Lion El'Jonson, flamante nuevo Lord Protector del Imperium Secundus. Lejos de tratar de convencer a Numeon de que permaneciera en Macragge, el León confesó sus dudas sobre la caída de Terra y le recordó a Numeon sus deberes como el nuevo Señor de los Salamandras. Aún reacio, Numeon le contestó que no tenía ningún deseo ni voluntad de reclamar dicho título, sobre lo cual Lion respondió que el de Numeon era el único cargo legítimo verdadero. Aunque sus causas parecían perdidas o fútiles, seguían siendo guerreros del Imperio y sus juramentos y honor exigían que se llevara a cabo su búsqueda. A solas con sus pensamientos y sueños rotos, Numeon vagó por el cementerio hasta que encontró una estatua honoraria de Ferrus Manus. Numeon dejó que su amargura fluyera, pero fue golpeado por el silencio cuando sus ojos se posaron en otra estatua: allí, en las sombras, sentado sobre un trono de mármol, estaba el cuerpo de Vulkan. Reunido con su padre, las convicciones de Numeon se fortalecieron: Vulkan sería despertado, no en Macragge, sino en Nocturne.

Odisea[]

Con la milagrosa recuperación del cuerpo de Vulkan, los Salamandras aceleraron sus planes y partieron de Macragge para intentar el peligroso viaje a Nocturne. En circunstancias normales, este ya habría sido un largo y arduo viaje, pero desde la formación de la Tormenta de Perdición en Calth, el viaje por la Disformidad resultaba errático en el mejor de los casos y mortal en el peor. La tormenta no solo era peligrosa debido a las poderosas turbulencias que traía consigo, sino porque la luz del Astronomicón apenas era distinguible y, por lo tanto, hacía que los navegantes prácticamente fueran a ciegas, lo que impedía con éxito todo el tráfico estelar. Macragge era la única excepción conocida, ya que, a falta de una palabra mejor, estaba siendo "iluminada" por el artefacto xenos conocido como Pharos, ubicado debajo del pico más grande del planeta Sotha. Como a Nocturne le faltaba tanto la luz del Pharos como la del Astronomicón, la búsqueda de los Salamandras por llegar a su mundo natal no solo era intrínsecamente peligrosa, sino que probablemente también sería fatal. No fue una sorpresa que Roboute Guilliman pareciera reacio a permitir que los Salamandras abandonaran tan fácilmente Macragge y su nuevo Imperio.

Sin embargo, la posición de Roboute Guilliman había quedado severamente debilitada por la incapacidad de sus guerreros en recapturar al Barthusa Narek y localizar el cadáver de su hermano. Además, Macragge en particular y Ultramar en general necesitaban consolidar sus fronteras; media compañía de Salamandras apenas marcaría la diferencia. Sin líder, los Salamandras habían estado sometidos fácilmente, pero con la llegada de Artellus Numeon su renombrada obstinación sería difícil de superar. En una audiencia privada con el Guilliman, Numeon dejó en claro que los Salamandras tenían la intención de abandonar Ultramar, con o sin las bendiciones de Guilliman. Aunque trataría de convencer a Numeon de que se quedaran en Macragge, Guilliman finalmente accedió.

La Caribdis era una nave venerable, una Barcaza de Batalla, y más importante que eso, era una superviviente. Pocas naves de la XVIII Legión escaparon a la atrocidad en Isstvan V. Sus flancos estaban cubiertos de heridas. Las quemaduras marcaban la mayor parte de su dorsal. Las grietas en su casco habían sido selladas y reparadas con nuevas planchas de blindaje. Había sido golpeada y herida, pero al igual que su Legión, la Caribdis perduró. Aunque su anterior capitán también había muerto en Istvaan V, su nueva tripulación bajo el mando del capitán Kolo Adyssian y el teniente Arikk Gullero tenía experiencia. Guilliman ofreció naves para escoltarla hasta los límites de Ultramar, pero Numeon se negó: la Caribdis comenzaría su viaje y desafiaría los peligros del Immaterium sola. Poco antes de su partida, mientras Numeon seguía contemplando la nave que le llevaría de regreso a Nocturne, este se reunió con Aeonid Thiel. Al igual que su señor, Thiel no creía que Vulkan pudiera volver a la vida, pero en Numeon veía a un digno sucesor.

En la frontera del sistema, los Salamandras encontraron evidencias de que se había producido una gran batalla naval, un inmenso campo de escombros a través del cual la Caribdis tuvo que navegar para llegar al punto Mandeville. En el corazón de esta desolación yacía una gigantesca nave, enormemente superior en tamaño a los Acorazados de la clase Gloriana; uno de los temidos Acorazados de la clase Abismo de los Portadores de la Palabra. Mientras la Caribdis sondeaba el campo de restos, recibieron un código de socorro imperial que emanaba de una base de combustible civil, la Baluarte, que estaba sido asaltada por la Guardia de la Muerte. Se identificó un Crucero Ligero de la clase Gladius enemigo, el Necrotor, el cual ya había lanzado cañoneras para asaltar la estación civil. Esto colocó a los Salamandras en una situación precarea: aunque la Caribdis superaba con creces a la Necrotor en tamaño y potencia de fuego, la primera estaba muy desprovista de personal, haciéndola vulnerable a eventuales acciones de abordaje. Sin embargo, Zytos y Xathen no dejarían pasar una oportunidad como esta para castigar a quienes les habían traicionado en Istvaan V. Otras comunicaciones interceptadas revelaron la presencia de un Marine Espacial desconocido que operaba solo en la Baluarte y se oponía a la Guardia de la Muerte. A pesar de la más que probable inferioridad numérica, los Salamandras organizaron un grupo de desembarco que sería dirigido por Numeon. Ambos sargentos acordaron este curso de acción, ya que Numeon había estado vigilando el cuerpo de su primarca y no había tomado decisiones de importancia desde entonces.

Baluarte[]

Xathen y Zytos no arriesgarían al todos sus hermanos, por lo que escogieron a doce hermanos y embarcaron en la cañonera Draconis, con la cual descenderían para ayudar a los civiles sitiados. Estos doce incluían a Numeon, Xathen y Zytos, el Epistolario Ushamann y al Tecnomarine Far'kor Zonn. Usando sus dones psíquicos reprimidos, Ushamann examinó la estación telepáticamente, confirmando la presencia del miserioso astartes y a la Guardia de la Muerte, la cual habría liberado agentes tóxicos que con toda probabilidad. Mas abrumado por el desgaste psíquico, Ushamann comenzó a perder el control, lo que provocó que orto legionario le noqueara por precaución. Privados de tal vez su activo más poderoso dentro de su pequeño grupo, los Salamandras llegaron a la Baluarte. Justo antes de aterrizar, Xathen y Zytos intercambiaron sus opiniones sobre la capacidad de Numeon para dirigir. Aunque se había recuperado por completo físicamente, Numeon no había tomado el mando de las operaciones o asumir el verdadero liderazgo como ambos sargentos habían esperado. Esta escaramuza no sería simplemente un acto de venganza; sería el yunque sobre el que Artellus Numeon se rompería definitivamente o volvería a forjarse en el fuego de la batalla.

Los Salamandras encontraron la zona de aterrizaje desolada, sin ningún Guardia de la Muerte presente. Las pocas esperanzas de Xathen y Zytos quedaron evaporadas cuando Numeon dejó el mando a Zytos. Ocultando su ira lo mejor que pudo, Zytos ordenó a su escuadrón dividirse en grupos de combate de cinco hombres. Aunque pudiera haberles parecido una novedad, todos y cada uno de los legionarios presentes habían sobrevivido a Istvaan V y estaban acostumbrados a tales tácticas de guerrilla. Desde que ingresaron a la estación propiamente dicha, los Salamandras descubrieron rastros y evidencia de utilización de agentes tóxicos o virales por parte de la Guardia de la Muerte. Ignorando por completo las profundidades a las que había caído la Guardia de la Muerte, los Salamandras suponían que se enfrentaban a una formación de Destructores. Avanzando más en el complejo, Zonn, que se había quedado atrás, anunció que había encontrado muertos a los tripulantes de la Guardia de la Muerte, asesinados por disparos precisos de proyectiles bólter a través del dosel de sus Thunderhawks; quien se oponía a la Guardia de la Muerte era un tirador nato. Aún sin haber encontrado al enemigo, los Salamandras reevaluaron su posición, acercándose a la estación principal de la instalación, donde sin lugar a dudas estarían ubicados los supervivientes. Los métodos de guerra de la Guardia de la Muerte siempre habían sido deliberadamente lentos, moliendo sin piedad a su enemigo hasta destruirlo por completo.

Al encontrarse con el enemigo, los Salamandras cayeron sobre la retaguardia de la Guardia de la Muerte, un escuadrón de siete hombres que murió luchando. Inicialmente retenidos por el fuego de armas pesadas de un cañón volkite, los Salamandras rociaron todo el corredor con llamas. Numeon lideró la carga, pronunciando su grito de batalla personal, "¡Vulkan vive!", mató a dos legionarios y se enfrentó a un tercero antes de que el resto de los Salamandras pudiera llegar al combate cuerpo a cuerpo. Tras despachar fácilmente a un legionario de la Guardia de la Muerte con un golpe de su martillo trueno, Zytos vio que el único legionario enemigo sin atacar agarraba una bomba en su cintura. Advirtiendo a Numeon del peligro, colocó al Guardia de la Muerte con el que estaba luchando como escudo, absorbiendo éste gran parte de la explosión. Fue entonces cuando Numeon se dio cuenta de que ahora estaba rodeado por una nube de vapores tóxicos y ácidos, devorando los sellos herméticos de su armadura. Aunque menos cerca de la explosión, la servoarmadura de Zytos registró daños similares y no tuvo más remedio que dar la orden de quemar el miasma tóxico. Una vez más, Vorko dio un paso adelante, rociando todo el corredor con llamas purificadoras, pero esta vez la explosión también fue dirigida contra su capitán.

Mientras los horrorizados Salamandras miraban a su líder, ahora completamente rodeado de llamas, pocos dudaban de que estaban presenciando la pira funeraria de Artellus Numeon. Pero para su asombro, la voz de Numeon aún podía escucharse en el canal de vox del escuadrón, invocando el nombre de Vulkan, seguido por el silencio. Cuando el infierno cesó, pudieron ver la figura doblada de Numeon agarrando el sello de Vulkan en su mano. Los servos de la armadura de Numeon habían quedado sellados y la orgullosa librea había sido quemada y reemplazada por hollín. Su casco era una ruina, mientras que en algunos lugares la ceramita de su servoarmadura estaba desnuda y brillaba por el calor, pero Numeon había sobrevivido. Justo cuando los Salamandras empezaban a tomar concienca, un legionario de la Guardia de la Muerte atacó desde el flanco de Numeon, apretando la garganta de su capitán con las manos e intentando asfixiarlo. Numeon se aferró al gladius de su costado y clavó el arma en el cráneo de la Guardia de la Muerte, acabando así la lucha. Galvanizados por este nuevo milagro, los Salamandras siguieron adelante.

Eliminado el factor sorpresa, un pequeño destacamento de la Guardia de la Muerte que había estado listo para recibir a los Salamandras actuó, siendo antes meros espectadores: tres líneas de defensa Aegis fueron invadidas por los catorce legionarios restantes de la XIV Legión, los cuales marcharon sin impedimentos a través de un diluvio de fuego láser y balas. Mas el legionario desconocido eligió ese mismo momento para volver a actura, derribando enemigos con fuego de precisión desde una de las torres de armas. Con Vorko impedido por una herida en la pierna, los cuatro Salamandras restantes se separaron en equipos de dos y utilizaron los restos para cubrirse de la retaguardia de la XIV Legión. Siguiendo a Numeon, los Salamandras se trabaron rápidamente en un combate mano a mano donde su marcialidad marcaría la diferencia, con Zytos aplastando al enemigo con su martillo trueno y Numeon atacando con Draukoros. El legionario se servoarmadura gris y de modelo desconocido también atacó, matando a dos en rápida sucesión.

Con la Guardia de la Muerte derrotada, Numeon finalmente dio un paso al frente y le preguntó al desconocido por su nombre. Tras una inspección más cercana, Numeon se dio cuenta de que la armadura del legionario no estaba totalmente desprovista de iconografía, como habían pensado anteriormente, sino que estaba adornada con la runa de Malcador el Sigilita. Levantando las manos en señal de rendición, el legionario se presentó como el Hermano Kaspian Hecht y Caballero Errante de Malcador. Tras ello, los Salamandras organizaron un plan de evacuación para los supervivientes de la Baluarte.

Mas la reunión fue interrumpida por la comunicación urgente de Zonn, informando al grupo de aterrizaje que una tercera cañonera de la Guardia de la Muerte había aparecido y que ahora estaban tratando de destruir a la Draconis. Rápidamente redesplegados, los Salamandras tenían pocas esperanzas de dañar seriamente a la cañonera, ya que no portaban armas pesadas, pero un disparo afortunado del bólter de Xathen apagó la turbina del lado de babor, lo que desestabilizó considerablemente la cañonera. Casi en el momento justo, la rampa trasera de la Draconis bajó y el epistolario Ushamann salió, cuya servoarmadura estaba iluminada por fuego disforme azul verdoso. A continuación dirigió las puntas de sus dedos hacia la nave en ciernes, lanzó una serpiente de fuego sobre el vehículo, destripó a la cañonera antes de que sus reservas de combustible se encendieran y esta explotó en pleno vuelo. La Guardia de la Muerte no había tenido tiempo de evacuar la nave, y aquellos que sobrevivieron a la explosión y la caída fueron despachados rápidamente. Ushamann, agotado por el uso de sus poderes, cayó de rodillas, explicando a Zytos que había visto una visión de Vulkan obligándole a levantarse y ayudar a sus hermanos. Tras acoger a los supervivientes de la Baluarte en sus bodegas, la Caribdis reanudó su azaroso viaje.

Atravesando la tormenta[]

Tan gratificante como había sido la erradicación del grupo de comabte de la Guardia de la Muerte, el encuentro había puesto un foco no deseado en la Caribdis. Los Salamandras temían que las naves de desembarco de la Guardia de la Muerte hubieran podido transmitir una señal de socorro no solo a la Necrotor, sino a una flota mayor. De hecho, otros traidores habían estado siguiendo el progreso de la Caribdis: Quor Gallek, a cuyo servicio había estado Xenuth Sul. Tanto él como como los hijos de Mortarion ya habían tomado interés en su preciada carga. Otra variable desconocida había sido introducida en la ecuación llamada Kaspian Hecht. Como medida de precaución, fue interrogado por el sargento Zytos, pero en vano. Como Caballero Errante, Kaspian Hecht actuaba con la aprobación de una de las más altas autoridades del Imperio y pudo testificar que Terra aún permanecía en pie; sin embargo, no tenía la libertad de divulgar los detalles de su misión.

La fe de Numeon en el renacimiento de Vulkan había empezado a medrar lentamente en más y más guerreros de la Pira. Sin embargo, este optimismo pronto se desplomó cuando el primer salto disforme falló. Quor Gallek había trabajado con éxito en rituales para perturbar aún más la Disformidad y rastrear a la Caribdis. A pesar de las medidas tomadas por Ushamann, el navegante casi se vio abrumado.

Ahora estaban a la deriva, indefensos en el espacio, lo que motivó a la tripulación de la Necrotor a lanzar un asalto. Peor aún, el fallo del salto también había abierto todas las puertas del crucero, liberando a Kaspian Hecht de su confinamiento en las celdas de interrogatorio. Cuando la Pira fue movilizada para defender su nave, el mando fue para el Sargento Zytos; Numeon permanecería al lado de Vulkan. En primer lugar, Zytos fue a buscar a Kaspian Hecht, quien, como se sospechaba, había abandonado la celda de interrogatorio. Sin luchar, Hecht convenció a Zytos para que le ayudara a repeler a los invasores y dejarlo en libertad.

El asalto traidor, cuando llegó, estaba bien organizado, enfocado a los compartimentos clave de la Caribdis. Sin embargo, no contaron con la tenacidad de los Salamandras. En el Enginarium, Far'kor Zonn había establecido una línea de defensa estrecha que contuvo con éxito el primer asalto. Cuando la Guardia de la Muerte avanzó más por los corredores, activó un grupo de minas de proximidad que cerraron eficazmente el Enginarium. Asegurada su fortaleza, Zonn pudo trabajar sin impedimentos en restaurar la potencia de la nave. Mientras tanto, el verdadero objetivo del asalto de la Guardia de la Muerte fue identificado cuando Numeon se enfrentó a un escuadrón de Exploradores que intentaba alcanzar el ataúd de Vulkan. Mató al primero, dejándolo empalado en Draukoros y a un segundo con su pistola, usando al Guardia de la Muerte empalado como escudo de carne para cubrirse del fuego de retorno de los restantes. Numeon estaba desarmado a excepción del sello de Vulkan, que aunque tenía forma de martillo, era un arma pobre. Al no oír ningún sonido de persecución, Numeon se dio cuenta de que los dos Guardias de la Muerte que quedaban habían aprovechado el impas para erigir una baliza de teleportación.

En un repentino destello de luz cegadora, un monstruo apareció en medio de la bodega de carga, una aberración que se asemejaba a uno de los temidos Sudarios de la Muerte, equipado con garras de energía. El monstruo cargó, dirigiéndose hacia el ataúd. Numeon hizo lo mismo, esperando que Vulkan pudiera levantarse cuando lo amenazaran o pudiera ser capaz de manejar el legendario martillo de guerra de su padre. Llegando antes, Numeon se interpuso en la trayectoria de su enemigo, esperando sello en mano el golpe fatal. Segundos antes de que esto se produjera, el exterminador fue golpeado por un proyectil en la parte posterior, arrancándole un trozo de armadura. Otro disparo hizo saltar el servo de la rodilla, haciéndole tropezar. Entonces el sello de Vulkan le golpeó en el plexo solar del exterminador, haciendo crujir la ceramita. Blindaje, músculos, huesos y órganos fueron destruidos por el golpe. La monstruosidad murió incluso antes de que cayera al suelo. El sello de Vulkan quedó inmaculado.

Zytos, que había sido testigo de la escena, quedó fascinado. Rápidamente, Kaspian Hecht salió de las sombras, colocando dos tiros que rozaron a Numeon antes de matar a los dos exploradores de la Guardia de la Muerte que se le acercaban sigilosamente desde atrás. Con la cámara de Vulkan ahora asegurada, el asalto quedó bajo control. Poco después, Far'kor Zonn señaló desde el Enginarium que la energia había sido restaurada, permitiendo a la Caribdis atacar y aniquilar a la Necrotor con una sola andanada. Los sesenta y seis miembros de la Pira se reunieron en solemne comunión dentro del Igneum: el salón de las reliquias de la Caribdis. Allí se debatió el destino de Kaspian Hecht. Este les había sorprendido con una idea poco común: en lugar de buscar el Pharos o la del Astronomicón para guiarles debían mirar por sí mismos, forjando a través de su esperanza y fe su propio camino. Mientras las lealtades de Hecht aún se estaban discutiendo, Numeon se unió a la reunión y resolvió el asunto. El asalto de la Guardia de la Muerte había logrado que Numeon aceptara el liderazgo que le habían otorgado sus hermanos. Hasta el regreso de Vulkan, Numeon lideraría a los guerreros de la Pira.

La destrucción de la Necrotor, aunque pequeña, era una victoria importante, un renacimiento espiritual para los guerreros de la Pira. Sin embargo, su fin también anunciaba la hora más oscura de la Caribdis. Antes de su destrucción, esta había informado a su señor de su intento de destruir la Barcaza de Batalla enemiga, manteniendo así a Maelig Laestygon informado de la posición de los Salamandras. Peor aún, el siniestro líder de guerra de la Guardia de la Muerte estaba aliado con Quor Gallek, que también había estado siguiendo la huella de la Caribdis incluso dentro de la Disformidad. Los viles ritos dirigidos tanto por Xenut Sul como por é habían creado un vínculo psíquico imposible de encontrar entre Quor Gallek y Artellus Numeon, convirtiendo a este último en un faro para los Portadores de la Palabra y el objetivo de su siguiente plan; un asalto daemónico cuando la nave volviera a entrar en el espacio disforme.

Cuando no era presionado por asuntos urgentes, Numeon meditaba sobre el ataúd de Vulkan. El capellán Var'kir interrumpió una de estas meditaciones de Numeon para tratar el milagro que había ocurrido durante el asalto. A pesar de los hechos, Var'kir seguía dudando de que Vulkan realmente viviera y la fe inquebrantable de Numeon le dolía. Acaba la discusión, Numeon se dirigió al puente, dejando a dos hermanos de batalla de los Dracos de Fuego para vigilar a Vulkan.

Habían empezado a suceder sucesos extraños y apariciones fantasmales. El sargento Zytos coordinó el esfuerzo de búsqueda, pero serían Far'kor Zonn e Igen Gargo los primeros en encontrar una de estas apariciones. Supervisando a los trabajadores de la Caribdis que reparaban la nave, se sintieron alertados por la incomodidad de los siervos humanos y se dispusieron a rastrear lo que tentativamente identificaron como fantasmas. Cuando llegaron los informes, pronto descubrieron que el fantasma que rastreaban Zonn y Gargo no era la única manifestación de la Disformidad a bordo. Uno de estos había intentado matar al capellán Var'kir durante sus meditaciones, tratando de empujarle a las llamas, un intento que se vio frustrado gracias a la intervención oportuna de Kaspian Hecht. Mientras tanto, el equipo de búsqueda formado por los pocos piroclastas restantes también fue atacado por uno de estos fantasmas, el cual alteró la mente del sargento Xathen, llevándole a atacar y matar accidentalmente a dos de sus compañeros. Se informaba de otras apariciones en las cubiertas inferiores, hasta que uno de estos fantasmas se manifestó en el puente.

A medida que estas se volvían más poderosas y se manifestaban como verdaderos Daemons, los Salamandras trataron de defenderse, optando por el combate cuerpo a cuerpo que Kaspian Hecht les había indicado. Con las comunicaciones en silencio, Zytos y Numeon corrieron hacia el puente, solo para descubrir los restos sacrificados de la tripulación. El puente se había convertido en un matadero, con tripulantes muertos colgando del techo por las cuerdas de sus propios intestinos. Uno de los Daemons todavía permanecía allí. Se manifestaba con la forma de una niña humana que llevaba un vestido blanco prístino y cabello negro aceitoso que cubría su rostro. Se burló de Numeon por su fe en el renacimiento de Vulkan y después desapareció rápidamente. El único tripulante vivo del puente confirmó que el capitán de la Caribdis, Solon Adyssian, había dejado el puente poco antes. El capitán también perseguía una de las apariciones, creyendo que ella era el fantasma de su hija muerta. Al sospechar la verdad, Adyssian había huido, lo que probablemente le salvó la vida. Afortunadamente para él, su pánico lo había llevado directamente al epistolario Ushaman, cuyas habilidades psíquicas eran las mejores armas contra los Daemons.

Con los guerreros de la Pira dispersados, los Portadores de la Palabra atacaron; su nave, la Monarchia, surgió junto a la Caribdis. Var'kir trató de enfrentarse a ellos, pero al ser incapaces de organizarse, los Salamandras retrocedieron. Mas los Portadores de la Palabra no aprovecharon su ventaja, retirándose a los corredores, deseosos de evitar los tiroteos prolongados. Sería Hecht quien reconocería la verdadera intención de los Portadores de la Palabra: destruir los generadores del Campo Geller y llenar la Caribdis con Daemons. Mas la prisa de los Portadores de la Palabra tenía otra razón. Quor Gallek, dirigiendo personalmente el asalto, podía sentirlo: algo se acercaba desde de la Disformidad, algo grande y poderoso; algo que no había invocado.

En otra parte de la nave, Numeon y Zytos estaban siguiendo otra aparición, pero una que no habían previsto: ¡Vulkan! Hipnotizados, ambos Salamandras le siguieron, convencidos de que el milagro de Macragge finalmente había ocurrido. Sin embargo, algo no encajaba en la mente de Numeon: un olor extraño, como el de un metal fundido. Zytos simplemente murmuró: "No es posible", antes de apresurarse detrás de Vulkan. Considerando la aparición de Vulkan con más cuidado, Numeon descubrió que faltaba la fulgurita, un pequeño detalle que Zytos había pasado por alto. A medida que las dudas de Numeon aumentaban, notó que el olor procedía de su propia servoarmadura. El sello de Vulkan estaba ardiendo, quemando la pintura. Esto hizo que Numeon se detuviera, justo cuando la visión cambiaba. Vulkan ya no estaba solo en el pasillo, sino que había otra figura detrás de él: su torturador, Konrad Curze. Angustiado, Zytos comenzó a correr, gritando el nombre de Vulkan para advertir a su padre del peligro que se avecinaba. Mientras tanto, los dedos de Numeon rozaban el sello y la mentira se desenredaba. Numeon agarró la pistola y disparó, pero antes de que las detonaciones sonaran, la expresión de Vulkan cambió de una señal de temor a uno de terror. Al instante, Zytos redujo la velocidad, antes de que la descarga de Numeon lo hiciera detenerse por completo, evitando por poco caer en un profundo abismo en el suelo del corredor. Levantando la vista de la trampa, Zytos vio que Vukan había desaparecido, reemplazado por la aparición de una niña que se reía, el mismo fantasma que habían visto en el puente. Aprovechando la red comunicaciones, Numeon y Zytos se enteraron de la desaparición de Solon Adyssian y se unieron rápidamente al esfuerzo de búsqueda. Aún sin saber de la presencia de los Portadores de la Palabra a bordo de la Caribdis, Numeon y Zytos se dirigieron hacia el puente de mando.

Mientras tanto, en otra parte de la nave, Zonn y su compañero Igen Gargo defendieron tenazmente el generador del Campo Geller contra los Portadores de la Palabra que se aproximaban. Liderados por el propio Quor Gallek, los Portadores de la Palabra, inmensamente superiores en número, avanzaron. Incapaces de colapsar el corredor detrás de ellos, los dos Salamandras lucharon con uñas y dientes. Muchos traidores cayeron ante los dos valientes legionarios y por un momento, pareció que los Salamandras podrían mantener la posición, mas un luchador emergió de la multitud carmesí. Degat, un gigantesco guerrero que había luchado y sangrado en los pozos de combate de los Devoradores de Mundos, atacó a Igen Gargo, amputándole un brazo. Con su otro brazo biónico, Gargo presionó exitosamente al oficial de los Portadores de la Palabra, destrozando su peto, y dándole a Far'kir Zonn una amplia oportunidad de intervenir. El tecnomarine y el oficial continuaron el duelo, pero a pesar de su resistencia, Zonn simplemente no podía parar a Degat. Cuando el cortador de plasma de Fa'rkir Zonn se negó a disparar, su destino fue sellado, y el victorioso Degat pronto mostró la cabeza cortada de Zonn como trofeo espeluznante. Con solo Igen Gargo malherido, la victoria de los Portadores de la Palabra parecía asegurada, hasta que un disparo de alta precisión voló la cabeza de un astartes. Kaspian Hecht había retrocedido con éxito y encontrado una ruta alternativa al generatorium para ayudar a Zonn y Gargo.

No muy lejos de allí, la llegada oportuna de Zytos y Numeon salvó la vida de Adyssan, atacando al Daemon con sus bolters. Adyssan había tratado de proteger en vano la forma inconsciente del Ushamann, recitando pasajes del Lectitio Divinitatus. Afortunadamente para él, Numeon y Zytos no habían venido solos, sino que lideraban una congregación de cuatro Salamandras. El Daemon desapareció rápidamente, dejando solos a los mortales y a los astartes. Consciente de la situación de Adyssan, Numeon decidió seguir el plan original de Ushaman, llevando al capitán al sanctasanctórum del epistolario, donde las guardas de protección mantendrían a raya a los Daemons. De repente, la red de comunicación volvió a la vida y se restableció el contacto con el capellán Var'kir, quien rápidamente informó a Numeon del ataque de los Portadores de la Palabra y la calamitosa situación en que se encontraban. La intervención de Hecht dio a los Salamandras el tiempo necesario para reorganizars. Para entonces, los Piroclastas estaban atacando a los Portadores de la Palabra, pero cuando Igen Gargo se arrastró fuera del peligro, un pequeño detalle saltó a sus ojos; el Predicador que lideraba el asalto no estaba por ningún lado. Quor Gallek había abandonado discretamente a sus guerreros y dirigido a la cámara funeraria de Vulkan. Su plan,  recuperar la fulgurita antes de esa cosa de la Disformidad llegase. Donde Numeon había fallado, pensaba, él triunfaría, ya que tenía en su poder un arma de poder terrible: la espada Asirnoth, modelada a partir de los huesos de Ferrus Manus.

El Rey Tuerto[]

La llegada del Rey Tuerto interrumpió la lucha. Xathen, empeñado en su redención después de sus fracasos previos, se batió en duelo con Degat después de haber asesinado a seis de sus hombres. Justo cuando apuntó su arma para un tiro en la cabeza perfecto, la presa de Xathen desapareció, retirándose a la Disformidad. Quor Gallek, que había alcanzado el cuerpo de Vulkan después de haber despachado a Kaspian Hecht, también fue interrumpido en sus intentos de recuperar la fulgurita, aunque su Asirnoth le permitió escapar con un pequeño fragmento de la piedra. Tras sentir tan enorme oleada de poder, el Apóstol Oscuro anuló su hechizo y se transportó a sí mismo y a sus guerreros de regreso a la Monarchia. Tal era el poder de la entidad recién llegada que los Daemons, para entonces identificados como Diablillas de Slaanesh, huyeron. Nadie sabía realmente lo que estaba sucediendo, y mientras el tiempo se detenía, algunos de ellos se preguntaban qué había sucedido; todos excepto Artellus Numeon.

Aún apretando a Draukoros en su puño, Numeon permanecía desafiante ante esta nueva aparición, más terrible y poderosa que todas las que había visto antes. Pero mientras que los fantasmas y los Daemons habían sido un enemigo desconocido para él, Numeon sabía perfectamente a quién se enfrentaba ahora: el omnipotente ser cuya arrogancia causaría su propia caída, el Rey Carmesí de la XV Legión; Magnus el Rojo.

No tardó en hacerse evidente que este no era el Magnus sino un simulacro, una proyección mental a través del Inmaterium. Magnus dirigió su atención a un Numeon arrodillado, reprendiéndolo por su descuido y su ignorancia acerca del reino que navegaban y los peligros que conllevaba. Sintiendo que nada se podía ganar luchando, Numeon aceptó el hecho de que estaban completamente perdidos y que sin la ayuda de Magnus perecerían. Numeon argumentó que si Magnus realmente hubiera venido a destruirlos, ya lo habría hecho, lo que implicaba que su presencia obedecía a otras razones. Con esto en mente, Numeon confesó su fe en la resurección de Vulkan, que su padre podría ser restaurado en Nocturne. Así pues hizo lo único sensato: pidió ayuda a Magnus.

Este le preguntó por qué debería ayudarle antes de burlarse de él, desvelando que todos los milagros que había presenciado no habían ocurrido merced al poder de Vulkan, sino a través del suyo. Una vez más Numeon negó estas palabras; esto no era más que otra prueba de su fe y determinación, una que él pasaría. La aparición le hizo una última pregunta: "¿Qué sacrificarías por volver a ver a Vulkan?". Numeon respondió que daría todo por llegar a Nocturne. Disgustado por esta respuesta, y en un último arranque de generosidad, culpa o arrepentimiento, la aparición se sumió en luz y envió a la Caribdis de regreso a la realidad.

La vuelta al materium no fue fácil, y casi milagroso que la Caribdis no sufriera por ello. Los Daemons desaparecieron rápidamente, dejando a los Salamandras ensangrentados y confundidos. Los Portadores de la Palabra estaban desorganizados y también se encontraban en una posición difícil. La Sábana del Segador, el navío de Maelig Laestygon, tenía una solución de disparo sobre la Monarchia para garantizar la lealtad de Quor Gallek. A pesar de las dudas de Degat sobre mantenerse alejado de un prometedor duelo, la misión de los Portadores de la Palabra había tenido éxito para Quor Gallek, pues había recuperado una astilla de la fulgurita e incluso aseguró que  Barthusa Narek estaba a bordo de la Caribdis, enmascarado como Kaspian Hecht. Seguro de que Vulkan ya estaba muerto y con pocas razones para dudar de que Magnus el Rojo no destruiría a los Salamandras, Quor Gallek supuso que había alcanzado todos sus objetivos. Sin embargo, la intención de Magnus había sido bastante diferente: no solo seguían vivos y capaces de viajar, sino que se encontraban en las proximidades de Terra.

Nocturne[]

Contrariamente a lo que muchos dentro del Imperium Secundus creían, Terra resistía. Cuando la Caribdis reapareció en la realidad recibió casi de inmediato el grito de guerra emitido por Rogal Dorn, el cual se emitía continuamente desde el Palacio Imperial. Esto afectó profundamente a los Salamandras, ya que todos habían sido inducidos a creer que la guerra ya había sido decidida. Numeon comprendió rápidamente las implicaciones de esto; la información errónea de Guilliman significaba que tres legiones completas estaban ociosas en Macragge mientras Terra aguardaba el inevitable asalto.

Esto puso a los Salamandras en una posición incómoda: el deber exigía que se unieran a las fuerzas del Emperador en Terra; la inteligencia estratégica les exigiría tratar de llegar a Macragge e informar a las fuerzas allí estacionadas del estado de Terra; el honor exigía algo más. Con toda la responsabilidad descansando sobre sus hombros, Numeon se retiró una vez más a para vigilar el cuerpo de Vulkan. Reflexionando sobre las palabras de Magnus, Numeon tuvo una epifanía: la Llama Desatada, un potente símbolo en la mitología de Nocturne que Numeon seguía viendo, no era un signo de fatalidad, sino de renacimiento. Fuego Letal, la montaña sagrada de Nocturne. Fortalecido por esta nueva revelación, Numeon convocó una reunión de emergencia con el capellán Var'kir y le instruyó sobre su nueva visión: Vulkan podría ser restaurado si lo llevaban al Monte del Fuego Letal y le permitían unirse al Círculo de Fuego. Con esta pieza del rompecabezas ahora revelada, Var'kir quedó completamente convencido.

Una reunión de los supervivientes de la Pira se llevó a cabo bajo la autoridad gemela de Numeon y Var'kir en la cubierta de carga de la Caribdis. Allí recordaron a los muertos de acuerdo con los principios del Culto Prometeano. Apenas quedaban la mitad de los que habían salido de Macragge, pero Numeon no veía la derrota en ellos. Lo que vio fue una hermandad renovada y unida, una legión con un nuevo propósito: navegar hacia Nocturne y resucitar a su amado Vulkan. Uno por uno, los Salamandras reunidos inscribieron el signo de la resurrección en sus frentes, utilizando las cenizas aún calientes del carbón encendido. Todos salvo uno: Rek'or Xathen. Dirigiéndose a Var'kir, a quien siempre había confesado que no creía en la fe de Numeon, el sargento se negó a consentir esta locura, alegando que su deber era para con Terra y el Emperador, no con el cadáver de su padre. Volver a la tormenta sería su muerte, afirmó, creyendo que Var'kir, solo para sentirse decepcionado cuando el Capellán afirmó haber visto un camino en las llamas. Ante la presión de sus hermanos, Xathen accedió pero se marchó rápidamente una vez que concluyeron. Los Salamandras habían decidido su destino: se zambullirían de nuevo en la tormenta y, mediante la fe y la hermandad, llegarían a Nocturne. Reconectando a su más que agotada navegante, Circe, con los recuerdos y fe de Xathen, todo ello con el apoyo de Ushamann, pusieron rumbo al hogar.

A medida que se acercaban a su destino, Numeon, que había estado vigilando siempre el puente, notó que algo andaba mal. Gesticulando con el sargento Zytos, ambos se acercaron a Ushamann, creyendo que el bibliotecario estaba poseído por uno de los Daemons de la Disformidad. Justo cuando Numeon estaba a punto de golpearlo, se detuvo, mientras la cabeza de Ushamann se sacudía violentamente, como empujada por un cable, con los ojos derramando una luz cerúlea. La navegante, agotada más allá de sus posibilidades, habia sido poseída, y se internaba en el puente de mando. Gracias a la rápida y ya planeada respuesta del capitán Adyssian, ambos hayaron un final emotivo y casi digno a la altura de su sacrificio.

Privados de navegante, Ushamann tuvo que soportar toda la presión de guiar a la Caribdis sobre sus hombros. El poderoso cuerpo del Epistolario se secó ante los ojos de Numeon, mientras el poder funesto de la Disformidad se posaba en él a cada segundo que pasaba. A pesar de su destino, Ushaman sonrió al ver que los Salamandras finalmente habían llegado a su destino: Nocturne.

Mientras Nocturne llenaba las ventanas de proa, la mirada de Artellus Numeon cayó sobre el devastado puente. No quedaba nada del epistolario Ushamann sino un montón de cenizas: ni los huesos ni las placas de ceramita de su armadura permanecían. El capellán Var'kir también había pagado un alto precio por el éxito de los Salamandras, ya que sus ojos habían sido reducidos a dos esferas ennegrecidas. Esto le ahorró la visión funesta que ahora se le presentaba ante Zytos y Numeon: dos naves de guerra que emergían de la Disformidad, la más pequeña con la librea de los Portadores de la Palabra y la otra, mucho más grande, resplandeciente en los colores blancos y sucios de la Guardia de la Muerte. Tras el sacrificio de Adyssian, el mando de la nave cayó en la teniente Esenzi, quien inmediatamente tomó el asiento de su predecesor, ennegrecido por el hollín y manchado de sangre. Con una autoridad natural, tomó el mando de su improvisada tripulación e identificó las naves que se aproximaban como la Sudario del Segador y la Monarchia. Tan pronto como hizo traslación, la Sudario del Segador lanzó una gran cantidad de naves de abordaje, la mayoría Thunderhawk. Ante la posibilidad de enfrentarse a medio capítulo enemigo, todos a bordo del puente de la Caribdis sabían que estaban condenados. Las fuerzas traidoras formaron un cordón entre la Caribdis y su destino, un último esfuerzo para frustrar los esfuerzos de los Salamandras.

Muerte de la Caribdis[]

Al darse cuenta de que moriría sin importar el resultado del combate, la teniente Esenzi se atrevió a sugerir lo que ninguno de los Salamandras había hecho: sacrificar a la Caribdis y a todas las personas a bordo en un esfuerzo desesperado por comprar a Numeon el tiempo suficiente para transportar el cadáver de Vulkan a Nocturne. Var'kir se decidió a permanecer a bordo y ayudar a defender el puente con su último aliento. Reconociendo la última petición de Esenzi y de Var'kir, Numeon honró sus sacrificios y se dirigió a la zona de carga.

Kaspian Hecht se había encerrado en uno de los solitoriums de la nave. Su encuentro con Quor Gallek lo había sacudido considerablemente. La creciente sensación de inquietud que había sentido se había agudizado, una sensación de no ser él mismo, o más bien, de no saber quién era. Su piel, sus manos e incluso su cara parecían desconocidas para él, como si pertenecieran a otra persona. Tomando su cuchillo pulido, Hecht hizo un corte en su mejilla, fascinado por la falta de sangre fluyendo de la herida. Cavando más profundo, encontró una segunda piel debajo de la cara: su verdadera carne. Mostraba una escritura cuneiforme colchisiana tatuada. Se dio cuenta de que él era Barthusa Narek. Sin embargo, también era Kaspian Hecht, el verdadero Caballero de Malcador que de alguna manera había impuesto una parte de su personalidad en la psique de Narek.

Mientras su verdadero yo se reasentaba, Re'kor Xathen se enfrentó al Portador de la Palabra, indiferente a las verdaderas lealtades de Narek. Xathen solo tenía una intención: matar al legionario a quien percibía como un traidor. Incluso cuando Narek declaró que el poder del Emperador lo había cambiado y lo había devuelto a su seno, Xathen no se dejaría convencer. Confiado en sus propias habilidades de combate, Narek se preparó para luchar contra su antiguo hermano cuando la voz de la capitana Esenzi atravesó la nave. Desconcertado, Xathen dudó, algo más que suficiente para que Narek golpeara al Salamandra y lo dejara inconsciente. Temiendo el regreso de su antiguo superior, Degat, Barthusa Narek comenzó a buscar una forma de escapar de la nave condenada.

En las bahías de lanzamiento, una única nave de combate esperaba su preciosa carga: los últimos veinte guerreros restantes de la Pira y su primarca. El ataúd dorado de Vulkan se deslizó lentamente a bordo de la Thunderhawk que esperaba sobre sus impulsores antigravitatorios. Mu'gara y Zarak, los dos últimos piroclastos restantes de Xathen, se habían ofrecido voluntarios para quedarse y defender el puente. Numeon intercambió una última palabra con el capellán Var'kir. Por mucho que doliera a todos los guerreros a bordo de la cañonera, su misión tenía que tener éxito.

En cuanto la cañonera de los Salamandras despegó con éxito, Esenzi consideró sus opciones. Su misión era simple: centrar la atención del enemigo en la Caribdis con el fin de distraer a las dos naves traidoras. Esenzi ordenó apuntar todas las armas disponibles a la Monarchia. El crucero no tardó en sucumbir a las brutales andanadas de la Caribdis. Sin embargo, mientras sus restos se desmenuzaban, las partidas de abordaje enemigas llegaron a la Caribdis. Los legionarios atacaron a los valientes tripulantes mortales, restos de la tripulación y habitantes de la Baluarte, y para cuando la Monarchua desapareció en una enorme bola de fuego, los asaltantes ya habían roto dieciséis bloqueos.

Era evidente que el enemigo aún creía que Vulkan estaba a bordo de la Caribdis, pues las unidades de asalto se habían separado y continuaban un barrido de las cubiertas de carga, mientras que otras llegaban al puente. Los traidores no habían llegado ilesos a la Caribdis, ya que varias naves de combate habían sido derribadas y algunas partes de la poderosa barcaza habían sido inundadas intencionalmente con refrigerantes o lanzallamas que se encenderían cuando el enemigo se acercara. Algunos fueron cocinados vivos y otros arrojados al vacío. Esta estrategia indudablemente lastimó a la Caribdis, pero no importaba. Esenzi ordenó desviar toda la potencia a las unidades de plasma, chocando contra los restos destrozados de la Monarchia en un intento de alcanzar y posiblemente embestir a la Sudario del Segador. Con el enemigo a solo dos cubiertas bajo ella, la teniente se aferró a un pequeño colgante del aquila y comenzó a murmurar plegarias por Numeon y sus compañeros.

Muchas cubiertas más abajo, los Traidores finalmente se enfrentaron entre sí. Degat, que había estado dirigiendo un grupo conjunto de Guardia de la Muerte y Portadores de la Palabra en la búsqueda del ataúd de Vulkan, había descubierto que la cubierta de carga estaba vacía. En un arranque de rabia, traicionó a sus aliados antes de que estos pudieran llamar a Maelig Laestygon. Vulkan o el poder del Emperador no le interesaban, ya que su objetivo era mucho más personal: matar a Barthusa Narek. Comenzó a merodear por las plataformas de carga en busca de su presa, solo para ser confrontado por Xathen, quien también estaba buscando a Narek. Reconociéndose el uno al otro, ambos guerreros enfundaron sus armas y desenvainaron sus espadas para reanudar su duelo. Degat estaba a la mitad del pasillo cuando se dio cuenta de su error. Narek había usado a Xathen como cebo vivo y apareció rápidamente detrás de Degat, fundiendo los sesos del Portador de la Palabra con un disparo de alta precisión. Tras ello, Narek desapareció en la oscuridad y dejó que Xathen corriera hacia el puente.

Eventualmente, Laestygon fue informado de que Vulkan había sido evacuado y todos los sensores fueron repasados ​​para encontrar a los fugados. No tardaron en identificar a la Thunderhawk en fuga y se lanzaron cazas para derribar el transporte de Numeon. Enfurecido más allá de lo razonable por este giro de los acontecimientos, Laestygon ordenó que todas las armas fuesen apuntadas hacia la Caribdis, sin tener en cuenta las vidas de sus propios asaltantes. En la moribunda nave, el último capítulo de su trágica historia se estaba desarrollando. Los escuadrones de la Guardia de la Muerte estaban asaltando el puente, incluso cuando la Sudario del Segador lanzó su bombardeo asesino, matando a Esenzi, sus hombres y al par de Piroclastas, antes de que Xathen cargara y salvara así la vida del Capellán Var'kir. Aunque estaba ciego y le faltaba una de sus piernas, el capellán pudo apoyarse pesadamente en el sargento para poder levantarse. En los momentos finales, ambos miraron el orbe de Nocturne y esperaron que su sacrificio hubiera permitido que sus hermanos tuvieran éxito. Entonces, la nave por fin se resquebrajó y el posterior fuego los consumió.

La muerte de la Caribdis no marcó el final. Creyendo que la fuerza de los Salamandras había desaparecido en las arenas de Istvaan, Malig Laestygon no se refrenó. Mutilaría a Vulkan por todos los medios y reclamaría su cráneo trofeo personal. A pesar de las advertencias de Quor Gallek de no hacerlo, la Guardia de la Muerte ordenó a sus guerreros que se prepararan para atacar Nocturne. Estar cerca de la agonía de la Caribdis había dañado severamente la nave y había matado a docenas de guerreros a bordo, incluso al segundo al mando de Laestygon, que se encontraba a escasos metros de él. Sin embargo, Laestygon no cedió. Un par de cazas perseguían a su presa de cerca, su objetivo al alcance.

Batalla por el Portón de Draconius[]

A pesar de los mejores esfuerzos del piloto, la cañonera fue alcanzada y cayó en la Llanura Arridian. En la distancia, una silueta se erguía en el horizonte: el Monte Fuego Letal. Sin embargo, la montaña estaba demasiado lejos como para llegar a pie. Tras el choque, la Pira se había reducido a solo doce guerreros. Afortunadamente, Zytos y Gargo estaban entre los supervivientes, Numeon también, pero su supervivencia era cuestión de minutos. Intentar huir solo terminaría con muertes inútiles bajo los implacables disparos de los cazas. Asimismo, su falta de armas pesadas significaba que no podían contratacar. Todo lo que quedaba era buscar refugio en las ruinas de su cañonera y esperar a que sus asesinos pusieran el pie en Nocturne. A pesar de su terrible situación y que se enfrentaban a una muerte inminente, los supervivientes de la Caribdis encontraron algún consuelo en que al menos morirían en el suelo de su amado Nocturne.

Al extraer el ataúd de Vulkan, los Salamandras se reunieron para dar sus vidas. Uno de los cazas los sobrevoló, para volver a pasar y terminar el trabajo. Los cañones comenzaron a disparar cuando fue golpeado de repente por un misil que envió al caza contra una pared rocosa. Tres naves de combate de los Salamandras, se precipitaron sobre sus cabezas, dispersando las naves de la Guardia de la Muerte, las cuales se retiraron prudentemente.

Desde la cañonera principal, alguien estableció un canal de comunicación, el operador se identificó como el famoso Nomus Rhy'tan, Capellán y Guardián de las Llaves de Prometeo. Al darse cuenta de la importancia de esta nueva llegada, Rhy'tan ordenó que sus cañoneras aterrizaran para buscar a Numeon y los suyos. Al salir de la rampa de la cañonera con sus guardaespaldas personales, Nomus Rhy'tan estrechó la mano de Numeon siguiendo las viejas costumbres y rápidamente preguntó por la condición de Vulkan. "Duerme", respondió Numeon, confesando su creencia en la posible resurrección de Vulkan. Después relató al Lord Capellán las dificultades que habían tenido que soportar para llegar a Nocturne, pero con el enemigo descendiendo a una órbita baja, el tiempo era escaso y cualquier explicación más larga tendría que esperar; la guerra había llegado a Nocturne. Para alivio de Numeon, pronto descubrió que el venerable capellán no había esperado información fiable para actuar en relación con el estado de sus hermanos, pues había seguido sus propios consejos y había fortificado Nocturne tanto como pudo. Varios puestos de avanzada, formidables en todos los aspectos, habían sido erigidos para resistir el peligro, y el continuo entrenamiento de los neófitos significaba que contaban con casi 800 guerreros entrenados y armados. Reuniendo a los supervivientes y a su preciado padre, los Salamandras se embarcaron en las naves de combate y se unieron al más cercano de estos nuevos puestos de avanzada, el Portón de Draconius.

La tarea de comandar la defensa de la Puerta de Draconius recayó en Nomus Rhy'tan, mientras Numeon, sabiamente, decidió no desafiar la autoridad del Lord Capellán. De acuerdo con las intenciones de Rhy'tan, los veteranos de la Pira fueron diseminados a lo largo de la línea para que los neófitos pudieran beneficiarse de su experiencia. Iden Gargo se unió a los tecnomarines que asistían los generadores de escudo de vacío del puesto avanzado, dejando a Zytos y Numeon para acompañar a Nomus Rhy'tan en su bunker de mando. El Lord Capellán esperaba que reuniendo la fuerza de su Legión en Draconius atraería a la Guardia de la Muerte para atacarles de frente, en lugar de arrasar los asentamientos civiles de Nocturne. Era una táctica que Numeon estaba seguro que funcionaría, pues el comandante enemigo quería reclamar el cuerpo de Vulkan. La pelea sería desalentadora: apenas 800 Salamandras, la mayoría de ellos novatos, contra una fuerza probablemente superior y veterana. Sin embargo, los Salamandras lucharían en su mundo natal, en las inmediaciones de uno de sus terrenos más sagrados y por proteger a su padre.

Fiel a su brutal método de guerra, la Guardia de la Muerte comenzó la batalla con un prolongado bombardeo orbital. El bombardeo no fue convencional, sino que se compuso únicamente de armas biológicas, bacterias devoradoras de carne y otros agentes nerviosos mortales. Mientras los proyectiles explotaban inofensivamente en los escudos de vacío del puesto de avanzada, su carga mortal no era tan fácil de ignorar. Cualquier otro mundo habría muerto ante tal bombardeo y sus ejércitos reducidos a lodo, sus máquinas de guerra convertidas en pedazos corroídos e inútiles de basura radioactiva o contaminada, pero Nocturne no era cualquier mundo, Nocturne era un Mundo letal, un mundo que acababa con la vida por sí mismo. Tan pronto como fueron liberados, los agentes víricos ardieron en contacto con la atmósfera volcánica de Nocturne. Sin embargo, tal fue el diluvio de proyectiles que esto no fue suficiente y pronto un miasma amarillo comenzó a arrastrarse cada vez más cerca de los bunkers exteriores de la Puerta Draconius. Sin embargo, Rhy'tan detectó el peligro y ordenó que se encendieran los quemadores: baterías de depósitos que liberaban un infierno que sanaba la superficie de Nocturne para siempre. Después de veinte minutos de descarga continua, la Guardia de la Muerte se dio cuenta de que su estratagema había fallado y detuvo el bombardeo.

Cuando la Guardia de la Muerte comenzó a desembarcar sus tropas, las armas antiaéreas y orbitales del puesto se cobraron un alto precio, derribando a algunos de los Raptors y Thunderhawks mientras que otros se estrellaron contra la superficie del planeta, con sus turbinas estranguladas por las cenizas volcánicas. Mas la Guardia de la Muerte no se sometería tan fácilmente. Malig Laestygon estaba decidido a reclamar el honor de ser el primer astartes en matar realmente a un Primarca.

A medida que las bajas de la Guardia de la Muerte aumentaban y sus batallones se reunían en el llano, pronto se hizo evidente que los Salamandras estaban en inferioridad numérica de potencia de fuego. La XVIII Legión solo tenía tres cazas que ni siquiera habían salido al aire y no había apoyo pesado. Mientras tanto, la Guardia de la Muerte había desplegado varios batallones blindados, propios de su idiosincracia, capaces de aplastar los escudos de vacío mediante su poderío mecánico. Sin embargo, los Salamandras se mantuvieron inactivos. Zytos sugirió tratar de extraer discretamente el ataúd de Vulkan a Prometheus Prometeo, pero Numeon no lo consideró. Todo había empezado en Nocturne y terminaría en Nocturne.

Las zonas de desembarco elegidas por la Guardia de la Muerte representaron las primeras bajas, ya que no pocas cañoneras y las cápsulas de desembarco aterrizaron en trincheras de magma o desaparecieron al abrirse abismos. Los menos afortunados fueron cocinados vivos dentro de su propio transporte, atrapados en ardientes géiseres de vapor supercalentado que surgieron del suelo de Nocturne. Cualquier señor de la guerra que tratara de asaltar un Mundo letal estaba loco, incluso si era astartes, pero la Guardia de la Muerte siempre había alardeado de su tenacidad y resistencia, y confiaba en su eventual victoria. Simplemente sería más difícil de lo que inicialmente habían previsto. Por el contrario, los Salamandras sabían muy bien qué peligros acechaban debajo de la tierra y anticiparon con placer el momento en que la Guardia de la Muerte se diera cuenta.

Nada más concentrarse los batallones acorazados de la Guardia de la Muerte, la perturbación sísmica creada por tantos blindados despertó a la agresiva fauna de Nocturne. Pronto, toda su megafauna reptiliana fué convocada, salieron de sus dominios terrenales y corrieron rampantes contra las tropas de la Guardia de la Muerte. Los más masivos atacaron a los Sicaran y Land Raiders, cuyos cuernos eran más que capaces de atravesar el blindaje de los tanques, mientras que los más ligeros y que exhalaban fuego quemaron o trozearon a los legionarios. Para entonces, el asalto de la XIV Legión había sido desbaratado, tal como había predicho Nomus Rhy'tan.

Al ver a la Guardia de la Muerte asediada y en desorden gracias a los monstruos nativos, Rhy'tan, como comandante general de las Salamandras, ordenó bajar los escudos y atacar. Liderando el ataque frontal, Nomus Rhy'tan y Artellus Numeon tomaron velocidad y cargaron contra las filas de la Guardia de la Muerte. Cuando ambas formaciones estaban a punto de encontrarse, y sintiendo un cambio en el ambiente, los dragones de Nocturne soltaron a sus presas y volvieron a sus oscuras moradas. Desde la Puerta Draconius bombardearon las líneas de retaguardia de la Guardia de la Muerte para desorganizarlas aún más mientras la carga golpeaba el frente. Estas fueron rápidamente abrumadas, pero no se desharían con tanta facilidad; los hijos de Mortarion morirían combatiendo. El duelo de artillería entre las dos fuerzas enfrentadas continuó sin cesar hasta que un gran abismo de magma se abrió y se tragó una gran parte del tren de artillería de la Guardia de la Muerte. Con la batalla cambiando inexorablemente a favor de los Salamandras, el único asunto restante era el comandante enemigo, Maelig Laestygon y sus exterminadores. Aún convencido de que podía arrebatar la victoria a las manos de la derrota, Laestygon se anunció a sí mismo de manera pomposa, pero su enojada diatriba fue rápidamente cortada por Numeon y su espada. Con la muerte de su comandante, el asalto de la Guardia de la Muerte fue destruido y los que quedaban se enfrentaron la aniquilación total. Pronto Nocturne se tragaría y destruiría cada señal del pasaje de la Guardia de la Muerte y el nombre del señor de la guerra que había creído que podría conquistar el planeta natal de los Salamandras se perdería en el tiempo.

Última Esperanza[]

Con la Guardia de la Muerte vencida, el cadáver de Vulkan regresó sin peligro a Nocturne. Numeon no tenía razón para creer que Vulkan no renacería. Con la ayuda de Nomus Rhy'tan, el Señor de Dragones finalmente resucitaría. Sin embargo, Numeon no podía haber anticipado que el respetado Lord Capellán se opondría a él, pues no creía que Vulkan se alzaría. Como su alumno, Var'kir antes que él, Rhy'tan carecía de la creencia de que el estado de Vukan fuera otro que el eterno letargo de la muerte. Por supuesto, había oído hablar de los milagros que habían presenciado aquellos pocos de los que quedaban de la Pira, pero no los creyó. Las lecciones de inmolación y renacimiento del Círculo de Fuego eran solo espirituales, pero al colocar a Vulkan en el corazón del Monte Fuego Letal, otro líder podría emerger; Artellus Numeon.

Por el bien del futuro de su legión, Rhy'tan no desafiaría el reclamo de liderazgo de Numeon sobre la XVIII Legión, confiando en las habilidades de Numeon para liderar y forjar de nuevo a los Salamandras. Todavía quedaba la esperanza de que guarniciones estacionadas en Gerreon y otros lugares pudieran salvarse y ser llamadas a Nocturne. Sin embargo, Numeon rechazó la oferta del Lord Capellán, pues en su opinión solo Vulkan era apto para llevar a los Salamandras a la guerra. Vulkan reviviría. A pesar de sus dudas, Nomus Rhy'tan aceptó llevar a cabo los rituales funerarios adecuados para su señor, ya que era lo suficientemente sabio como para ver que sus hermanos necesitaban urgentemente una sensación de paz. Los últimos hijos de Vulkan, ahora menos de 800, fueron testigos del evento.

Todos y cada uno de ellos habían recibido la marca que conmemoraría la muerte de su Primarca. Acorazados pero desamparados, con sus capas de piel de dragón revoloteando ocasionalmente por el calor, los Salamandras portaron el féretro que transportaba a Vulkan a su lugar de descanso final. Vulkan volvería al corazón del planeta, en un féretro de granito con Portador del Amanecer, su poderoso martillo de guerra, aún apretado en sus manos y la fulgurita que había reclamado su vida inmortal aún sobresaliendo de su pecho, ya que nadie había sido capaz de extraerla. Cadenas ceremoniales se envolvieron alrededor de los brazos, piernas, torso y cuello para unir su espíritu a su cuerpo, permitiendo que ambos fueran consagrados a la llama.

El féretro avanzó hacia el monótono golpeteo de los martillos sobre los yunques, y los Salamandras reunidos golpearon sus pechos al unísono. Ante el féretro marchó el Lord Capellán Nomus Rhy'tan. Al llegar al cráter de la montaña, Rhy'tan levantó su puño y el silencio cayó mientras el Lord Capellán empezaba a recitar los versos tradicionales en la antigua lengua de Noturne. Un grupo de cuatro Dracos de Fuegos se reunieron alrededor de su padre, sosteniéndolo en alto mientras las cadenas que lo dejarían descender al corazón del horno se tensaron lo suficiente como para sostenerlo. Con las palabras finales del discurso de Rhy'tan aún sonando en sus oídos, el cuerpo de Vulkan fue bajado a la caldera. Cuando este desapareció en el humo del magma, los Salamandras pintaron con sus dedos la ceniza ardiente y trazaron el sigilo nocturneano del renacimiento en sus frentes desnudas. Entonces, los Dracos de Fuego soltaron las cadenas y Nomus Rhy'tan destruyó el féretro que había llevado a Vulkan hasta allí con un golpe de su poderoso martillo de guerra. Estaba hecho; Vulkan había sido enviado al fuego de su mundo natal. Los minutos se convirtieron en horas, horas en días y no había señales de que Vulkan fuera a volver.

Después de nueve días de espera, el espíritu de Numeon estaba afligido. Aquello era una causa sin recompensa, un camino de penurias infinitas para nada. A medida que se acercaba el Tiempo de la Prueba, Numeon abandonó sus armas y armadura. Mucho tiempo había estado meditando sobre sus visiones, vivencias y las palabras de Magnus el Rojo. Caminó por la tierra, con un cuerpo azotado por su odisea (tuerto, quemado, atravesado) y un corazón lleno de tristeza. No aceptaba su destino, ni el de Vulkan. Gritó al cielo:  "¿Qué quieres de mí? Lo he dado todo. ¿Qué más tengo que dar?". Nocturne le dió la respuesta; el Monte Fuego Letal. Allí se dirigió, al origen y el final del camino para cerrar el círculo. Descendiendo a uno de los respiraderos de magma del volcán, entre nieblas, Artellus Numeon se marchó del mundo de los vivos. Y, con ello, realizó el ultimo sacrificio, destinado a un bien superior. Cuando sus compañeros fueron a buscarlo y creyeron encontrarlo, su sorpresa fue mayúscula: Vulkan vivía.

Fuentes[]

  • Nacidos del Fuego (Antología):
    • Sol de Prometeo (Novella), por Nick Kyme. Capítulos 1.
    • Hijos de la Forja (Novella), por Nick Kyme. Capítulos 1, 6 y 8-9.
  • Vulkan Vive, por Nick Kyme.
  • Fuego Letal, por Nick Kyme.
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