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Sector Namether, en la frontera del Segmentum Ultima. 1: Sub-sector Capital. 2: Sub-sector Atria. 3: Sub-sector Cynus.

Desde que fue colonizado, Namether siempre ha estado amenazado por los Kraglok, cuyos remanentes se esconden en el espacio ignoto más allá de Cynus, y por las incursiones orkas que agreden con frecuencia Atria, y en menor medida, Capital. Sin embargo, ningún conflicto que los nametherianos hayan afrontado -ni siquiera la sangrienta conquista del sector- ha traído una desolación comparable a la invasión del Archiprofanador Vaathor en 904M39, y que duró hasta el 34M40 ahogando las estrellas en la sangre de billones. Posteriormente esta desesperada pugna contra la aniquilación total pasaría a ser denominada como la Gran Invasión desde las Estrellas Muertas.

La intensidad apocalíptica de esta despiadada guerra sólo puede compararse a la era actual, a la Campaña Crepusculum Última.


904-933M39: Los años de la miseria[]

Sección 1: El implacable Archienemigo[]

Arton esclavizado

Las huestes del Archienemigo diezmaron y esclavizaron a la población de los mundos conquistados.

En el 904M39 una flota de invasión caótica de procedencia extrasectorial llegó a Cynus y tomó en un brevísimo espacio de tiempo siete de sus mundos periféricos, convirtiéndolos en inexpugnables fortalezas desde donde lanzaron sus ataques posteriores. Poco se sabe del destino de los habitantes de estos desafortunados mundos. Algunos historiadores y expertos mantienen que fueron esclavizados y eventualmente mutaron por las energías siniestras que los invasores traían consigo. Otros dicen que, además, muchos de los habitantes fueron forzados a ingresar en las filas del Archiprofanador mediante brujería y métodos más mundanos y despiadados.

El Alto Mando Nametheriano, en vista de la amenaza, envió peticiones de auxilio al Imperio al mismo tiempo que organizaba una flota de cruzada para liberar a estos mundos del control del Archienemigo. La negativa Imperial llegó tarde, cuando todas las esperanzas de los nametherianos ya habían sido alimentadas por la desesperación y el miedo. Namether estaba incomunicado del resto de sectores vecinos en aquel momento: invasiones alienígenas, la guerra que estaba teniendo lugar en Alraquis contra los orkos, y, más poderosamente, la voracidad desmedida que la venida del Archienemigo estaba produciendo en las cuasi constantes tormentas disformes que acechan el sector. Los nametherianos no podían esperar ayuda inmediata. 

La respuesta imperial significó un duro golpe para la moral nametheriana, que ya estaba afectada por las masacres de los Siete Desgraciados, sobrenombre que algunos soldados ya habían puesto a los mundos de Cynus esclavizados por el Archienemigo.

La cruzada marchó a la guerra bajo auspicios de mala suerte. El que el sector estuviera incomunicado de aquella manera en el momento exacto de la invasión era una funesta señal. Algunos decían que las estatuas del Paseo de los Héroes (en Capital, dedicado a los héroes de la conquista del sector) lloraron lágrimas de sangre durante tres días y tres noches, y que los cuervos cubrieron por completo la torre más alta de la catedral del Trono Victorioso en Lachrima. 

A pesar de todo, el despliegue militar fue formidable y extremadamente eficiente en su ejecución. La cruzada dividió a sus fuerzas entre los tres mundos que más próximos estaban al resto de Cynus y los invadieron. 

La flota del Caos era muy superior a lo estimado, pero aún así, las naves de la cruzada plantaron cara y lograron cierto éxito. A pesar de tener pérdidas, pareciera que el enemigo también sufría graves bajas, lo cual contribuyó a reforzar la moral nametheriana. Cuando lograron abrir un camino para las naves de desembarco, cincuenta millones de soldados descendieron hacia los planetas esclavizados, dispuestos a liberarlos.

Caida de la cruzada

Las tropas de la cruzada son aniquiladas en Vher.

En el primer día se perdió contacto con una de las fuerzas de liberación, la que había descendido sobre Vher. Más tarde se descubrió que había sido aniquilada por completo. Dos millones de laxianos, cinco millones de Amazonas de Andrómaca y Helhestitas, tres millones de Nov-mar y un millón de skianos desaparecieron de un plumazo, aniquilados bajo el peso del enemigo junto a todo el personal de apoyo que los acompañaba. La cruzada no hizo públicas las cifras para no afectar a la moral, pero los rumores se encargaron de engrosar los números y extender la preocupación entre las tropas nametherianos. La moral de los defensores imperiales inició entonces un descenso vertiginoso que se mantendría en picado durante las primeras tres décadas de guerra.

Los otros dos grupos de liberación se encontraron con una resistencia implacable que obligó a uno de ellos a retirarse a la semana y mantuvo un violento y tenso pulso con el otro grupo durante dos largos y terroríficos meses. Los supervivientes, apenas siete millones de los cincuenta que se embarcaron en los navíos de la cruzada punitiva, trajeron de vuelta consigo cicatrices y recuerdos que nada podría hacer sanar nunca jamás. Las diezmadas tropas habían pasado por una tortura del más inefable calado, cuyos relatos despertaron en muchos, aquellos al borde de la desesperación, un terror histérico hacia un enemigo cuyo único idioma era la erradicación más absoluta de todo lo que era puro y correcto.

La cruzada había sido derrotada, y la información que trajo consigo pintaba un retrato de locura poblado por demonios desatados y cíclopeos avatares de todo aquello que era venenoso para el ser humano. Esta, única, amarga victoria, descubrió a los nametherianos el rostro de la pesadilla por llegar.


Sección 2: Atria, el retraso de lo inevitable[]

Falange adamantina de Shorik

Guerrero de la Falange Adamantina de Shorik, una de las unidades de infantería más temidas y famosas del Archienemigo durante la invasión de Namether.

Animadas por su apabullante victoria, las hordas del Archienemigo marcharon sobre Cynus. Los restos de la cruzada, reforzados por docenas de regimientos de milicias, refugiados y veteranos reclutados apresuradamente, defendieron los mundos más fortificados y seguros con el objetivo de crear un cordón defensivo, pero fueron inexorablemente superados por un enemigo sin duda ni fin. Pese a todo, los nametherianos plantaron una feroz resistencia al invasor, y los campos de batalla de estos mundos se convirtieron en verdaderos infiernos. En algunos la esperanza de vida era de días. En otros, de horas. Estudiantes de Scholam que aún no eran adultos morían en las trincheras y reductos junto a sus propios maestros, obreros de Manufactorum empuñaban las mismas armas que habían ensamblado y perdían sus vidas debajo de los uniformes y armaduras que también habían confeccionado. Viejos guardias imperiales dedicaban febrilmente sus últimas energías a adiestrar y proteger a sus camaradas soldados reclutados por leva, inevitablemente viendo morir una a una todas las piezas que una vez construyeron una vida que era la recompensa por incontables sacrificios en el nombre del Imperio. Madres quitaban vidas en campos de batalla por todo el sub-sector mientras sus hijos, en sus mundos hogar, vivían sin ternura la dureza de las cadenas de montaje y macroplantaciones, produciendo los suministros y equipamientos que mantendrían a sus progenitores sumergidos en el infierno de la guerra contra el Archienemigo. Distritos enteros en ciudades colmena, ranchos en mundos agrícolas y niveles de Manufactorum quedaron completamente vacíos en cuestión de meses, todos aquellos que entonces no eran más que un recuerdo venerados como una suerte de trágicos héroes.

Pero finalmente los diezmados y extenuados restos de la cruzada se vieron obligados a retroceder sus agotadas fuerzas cada vez más hacia el interior de Cynus, si bien sus audaces maniobras y desafiantes defensas ganaron tiempo a algunos de los otros mundos del sub-sector para que evacuasen o se prepararan. Los planetas que plantaron cara fueron brutalmente aplastados en cuestión de meses, y en muchos de esos casos ni siquiera llegó a producirse una sola evacuación exitosa. Por todo el subsector los esclavos de un mundo, envenenados y retorcidos por la purria del Caos, eran los mismos soldados fanáticos que conquistaban y ocupaban el siguiente.

Atria pasó a ser, inesperadamente, el siguiente escenario de la infame guerra. Evitando las fronteras con Capital, la masiva flota de Vaathor descendió sobre Atria en un claro intento de maniobra de pinza. Estos mundos, al igual que los de Capital, estaban bajo alerta máxima y muchos de ellos servían como asilo a los miles de millones de refugiados supervivientes de Cynus. El caso más famoso fue el de Ogygia, un popular y exótico mundo paraíso de exuberante belleza que durante todo el conflicto se convirtió en un campo de refugiados a escala planetaria. Los ogygianos, de naturaleza hospitalaria y horrorizados por las cruentas consecuencias de la invasión, se dedicaron sin protesta alguna ni demora a la labor de ocuparse de los refugiados, los heridos y los enfermos, no dudaron en compartir sus propios alojamientos y los lujosos hoteles se convirtieron en hospitales y albergues. Los placeres y lujos reservados a la crema de la sociedad nametheriana y sus más altas esferas durante siglos se volvieron un reflejo sucio, miserable, de humanidad rota y humillada. Las oleadas de suicidios entre refugiados durante los primeros años de la guerra fueron afortunadamente paliadas gracias a la calidez y el solaz ofrecidos por los ogygianos, recursos tan vitales para corazón y mente como suministros y cuerpos lo eran para la guerra, pero prácticamente extintos.

El Alto Mando, bajo el colosal peso de la crisis, forzó el reclutamiento de multitud de regimientos de la Guardia Imperial en todos los mundos de Atria y Capital al mismo tiempo que se redoblaba la insistencia de sus peticiones de auxilio al Adeptus Mechanicus, que de momento sólo había velado por la defensa de sus mundos forja. Los siervos del Dios-Máquina se negaban a prestar ayuda, pues durante los combates de Cynus una poderosa y milenaria máquina de guerra Ordinatus había caído en manos del Archienemigo justo dos semanas después de que una de sus naves más veneradas, el Cruzado del Omnissiah, se perdiera en combate. Aquello había tensado las relaciones entre Namether y el Adeptus Mechanicus hasta un punto crítico en el que toda petición de ayuda era rechazada de inmediato, cuando no abiertamente ignorada. Lucio Scinna, el gobernador del sector tras el suicidio de Aland Velel-Shifra, forzó la creación de la Cohors Arcani en liga con mandos del Ordo Namether, con la intención de construir una fuerza de élite capaz de llevar a cabo operaciones simultáneas de gran importancia allí donde el Archienemigo desacralizara el estoico suelo de Namether. El recién constituido cuerpo de operaciones especiales contaba con recursos y libertad de acción casi ilimitados, demostrando ser extremadamente eficaz desde sus primeros despliegues. Sin embargo, sus éxitos no eran más que pequeñas piedras en el camino del gigante del Caos. Sus valientes operativos de élite y el mejor material bélico que el Alto Mando pudo conseguir palidecían en comparación a las dimensiones apocalípticas del invasor, pero ningún obstáculo ni sacrificio hizo jamás retroceder a la Cohors Arcani. Tal llegó a ser su eficacia y la profundidad de los conocimiento que habían adquirido sobre las doctrinas militares y personalidades del Archienemigo que docenas de caudillos y señores del Caos ofrecían jugosas recompensas por estos agentes, llegando a atraer a mercenarios alienígenas de los más oscuros orígenes. Muy destacables son las acciones de la Cohors Arcani en los mundos forja de Decimus Tercia y Septima, donde consiguieron salvaguardar intactas las cámaras de PCE y bancos de cogitadores ante el asalto de delirantes demonios y Astartes traidores, aún al coste de horribles bajas y sacrificios legendarios. Como ejemplo, la capitana Baen atrajo a toda una horda de Desangradores y Aplastadores hasta las cámaras de desintegración de deshechos del Manufactorum Sigma Siete-Trece, en Septima. Su audaz sacrificio permitió a los apenas diez agentes supervivientes de su unidad defender las cámaras interiores hasta que los tecnoadeptos consiguieron restituir los espíritus máquina del nexo defensivo automatizado, traumatizados por un criptovirus desplegado por el Mechanicum Oscuro al inicio de los asaltos planetarios.

A pesar del gran número de tropas destinadas a defender Atria las fuerzas del Archienemigo avanzaron con paso lento pero seguro; la sangrienta, amarga dinámica hasta entonces incólume hendiendo cada vez más las ya profundas heridas de Namether. Hordas demoníacas consumían ciudades enteras surgidas de las mismas murallas y las huestes de guerreros mortales y Astartes caídos luchaban sin descanso contra las valerosas tropas de la Guardia Imperial mientras sobre sus cabezas se desataban feroces luchas espaciales entre la armada de diabólicos navíos semi-conscientes del Caos y la machacada Flota Imperial.

Todo esto sólo logró estancar el imparable avance del Archienemigo durante algo menos de cinco años. Al ver que las tropas nametherianas estaban siendo superadas en prácticamente todos los frentes de Atria, Scinna ordenó una retirada paulatina pero general a Capital, donde los mundos frontera se habían fortalecido enormemente. En ellos los nametherianos esperaban con templada, fúnebre resolución a luchar su última y desesperada batalla.

El final era inevitable. Sólo podían caer luchando con el nombre del Emperador en los labios y el corazón henchido de orgullo por el deber honrado hasta las últimas consecuencias, aún cuando el Imperio se había olvidado del eviscerado Namether.


933-951M39: La muerte de la esperanza[]

Sección 3: Capital, enemigo a las puertas[]

Abismo

Las huestes de Vaathor descienden sobre Atria.

Scinna y los miembros del Alto Mando Nametheriano eran conscientes de que estaban plantando cara a un enemigo extremadamente astuto y de un poder abrumador. No les quedaba más remedio que combatir el fuego con fuego. Y en ese campo no estaban en inferioridad. En todos los campos de batalla los nametherianos habían demostrado una astucia increíble, y muchos de sus éxitos y victorias habían sido logrados mediante el juego sucio, la guerra psicológica más cruel y fría concebible y tácticas revolucionarias salidas de las prodigiosas mentes del Alto Mando Nametheriano y su Departmento Frumentarium.

Vaathor parecía poseer tropas ilimitadas, ya fueran aullantes cultistas, sombríos Marines del Caos o demenciales ingenios demoníacos, pero la tenacidad y el estoicismo nametherianos tampoco tenían fin, más aún así encontrándose al borde de la extinción y el olvido. A pesar de que Atria había caído, las bajas habían sido menos catastróficas que en Cynus, y la mayoría de las tropas del sector se habían congregado en Capital dentro de tres flotas formadas por los últimos estertores de la Flota de Batalla Namether. Las unidades que no lo lograron quedaron aisladas en medio de la marea del Caos y fueron aniquiladas, no sin antes dar su último golpe al Archienemigo. El caso más famoso fue el del 442º de Infantería de Laxis, que quedó atrapado en la ciudad colmena Loreaux, en Vetalis, resistiendo altivamente el asedio de las fuerzas al completo del Archienemigo durante tres días. Al tercero, cuando las tropas caóticas entraron en el círculo interior de la ciudad, se produjo una despiadada batalla calle a calle que duraría seis horas, dejando trescientos mil muertos, entre caóticos e imperiales. A esas alturas, sólo quedaban menos de diez mil laxianos en el regimiento.

Con Capital repleta de tropas y el Archienemigo a escasas semanas de viaje de los mundos frontera del sub-sector, el Alto Mando Nametheriano organizó una férrea defensa en un puñado de mundos clave y preparó a la Flota de Batalla Namether para reaccionar de inmediato a cualquier frente. La Cohors Arcani recibió la orden de operar por su cuenta, y dividió a sus agentes en los Mundos-mártir (pues así fueron apodados estos planetas) para apoyar a las tropas imperiales con operaciones encubiertas y campañas de sabotaje a fin de causar todo el daño posible al Archienemigo, que no podía responder bien a los ataques relámpago de la Cohors Arcani, cada vez más fugaces e incisivos. Numerosos fueron los caudillos, brujos y atamanes del Caos que cayeron ejecutados por las ráfagas llenas de inquina justiciera de un comando de la Cohors Arcani, y sus historias de martirio, más allá de todo límite de una mente cuerda.

Última batalla de Emaren Prime

La última y mayor batalla en Emaren Prime. Las pérdidas caóticas se estimaron en un 86% aproximadamente, frente a un 63% imperial.

Emaren Prime, Skia, Saleris y Relicario fueron los Munds-mártir que recibieron el envite de las hordas del archidemonio. Emaren Prime y Relicario cayeron a los cinco y siete meses respectivamente, costándole muy cara la victoria al Archienemigo. También fue la primera vez en la guerra que las tropas nametherianas sufrían menos bajas que su oponente, a pesar de haber sido derrotadas de manera casi constante.

Skia aguantó once meses, aunque la presión invasora había sido muy superior ahí. Sin embargo, los elementos en fuga de Emaren Prime, y posteriormente de Relicario se unieron a la defensa logrando mantener el mundo bajo control imperial hasta que el empuje caótico fue demasiado para los defensores. Skia había sido escenario de una guerra extremadamente intensa, marcada por la astucia y las tácticas de engaño, una realidad cruda y traicionera que le ganó el sobrenombre de "Guera de los espejos". Pese a todo, los caóticos superaron a los nametherianos finalmente cuando Astra'Thiel, uno de los lugartenientes de Vaathor, se unió al ataque. El príncipe demonio descendió sobre Skia con una fuerza de cien millones de dementes guerreros bárbaros, Astartes del Caos y demonios, además de cinco Titanes de la infame Legio Caterva, perdida en la Disformidad durante diez mil años, combatiendo en decenas de miles de campos de batalla imaginados por la entropía febril del Empíreo. Al término de la campaña, los últimos asaltos a las ciudades colmena de Saltivar, Dorantino y Velantia, últimos reductos imperiales, se llegaron a librar sobre decenas de metros de cadáveres, chatarra y escombro sobre escombro de aquel mundo condenado. Las fuerzas de la Guardia Imperial, extenuadas y torturadas hasta la más desesperada locura, lucharon y murieron en cada zanja y recodo, cada calle, cada plaza, cada bulevar, en los jardines muertos y los templos violados. La intensidad del fuego láser imprimió por siempre sombras macabras en las ruinas, un testimonio del ardor guerrero nametheriano ante el rostro desnudo de la muerte. En Dorantino, el bombardeo final del 66º Regimiento de Artillería Nov-mar hundió tres cuartos de la ciudad colmena, sus propias posiciones incluidas, pero los altivos Basilisk siguieron atronando aún cuando se precipitaban kilómetros hacia la perdición, sus disciplinadas tripulaciones encadenadas a sus puestos para no dejar de disparar hasta el momento el que toda la ciudad colmena colapsó sobre sí misma.

El último Mundo-mártir que restaba bajo control imperial era Saleris, y multitud de tropas de ambos bandos procedentes de todos los frentes del sector fueron desviadas para nutrir un pulso definitivo, haciendo de este conflicto algo superlativo como nunca antes se había visto en Namether. Las cotas de miseria, desolación y crudeza alcanzaron unos límites que marcaron a Namether para siempre.

Saleris era la última esperanza. Si es que acaso quedaba en Namether algo del cadáver descompuesto y olvidado de la esperanza.


Sección 4: Interludio, leyendas del Vagabundo[]

Divergiremos en esta sección hacia otro área diferente al de la atroz pérdida sin control de vida, recursos y planetas de los primeros y babélicos compases de la Gran Invasión, pero ambas están intrínsecamente conectadas. Namether es un sector joven para los estándares del Imperio, pero tres milenios como el único oasis de orden en uno de los rincones más oscuros y demenciales de la Galaxia propician suficientes leyendas como para extraer algunas verdades, pues es regla que el ser humano construya sus propios monstruos y héroes mitificando lo incomprensible, lo desconocido, para darle una forma que los ojos de la cordura puedan comprender sin cerrarse.

Una de las figuras más antiguas (y, por ello, más olvidadas) en la mitología nametheriana es la del Vagabundo, un solitario y misterioso viajero de portentos increíbles y cualidades legendarias, cuyos avistamientos pueden contarse con los dedos de una mano en los milenios previos al M40. Con la invasión del Archiprofanador, no obstante, los testimonios de su presencia brotaron como necrófitas en un cuerpo abotargado de gusanos en aquellos lugares donde la esperanza moría primero y el cuerpo languidecía en un calamitoso limbo sin más escapatoria que una muerte rápida.

El primer avistamiento del Vagabundo, aunque esta información se perdería para siempre por lo delicado de sus circunstancias, fue en M36, cuando las últimas y asediada fuerzas de los Catafractos Fulminantes aguardaban su final a manos de las fuerzas del neonato Namether. Engañado por la nobleza conspirante, el capítulo Astartes afrontaba una extinción indigna y los colonos nametherianos un coste inhumano en amarga sangre. Y empero, la confrontación final no cesaba de pender inmisericorde por encima de sus cabezas. En el día del último asalto a las arruinadas fortificaciones de los Astartes, antes de que se asentase la niebla temprana, las fuerzas nametherianas divisaron a un extraño solitario quien, por su robustez y porte, aún estando escondido debajo de humildes túnicas y mantos, parecía uno de los Ángeles del Emperador. Los guardias imperiales tenían orden de disparar a matar a la menor oportunidad, pero algo les detuvo, una sensación que solo pudieron describir como "paz" (una palabra rara vez murmurada en el sector). El encapuchado, caminando a través de los parapetos, búnkeres y columnas de infantería preparada para marchar hacia la carnicería, gesticuló al general nametheriano quien, contra las expectativas de todos sus soldados, accedió sin reserva, descubriendo poco después que el líder de los Astartes se encontraba con él. Lo que el Vagabundo les dijo sólo lo saben el Emperador y las leyendas, pero ese mismo día una veintena de Marines Espaciales abandonaron el mundo, ignorados por la flota nametheriana y consagrados así a su suerte y a las leyendas futuras.

Posteriores apariciones se han dado únicamente en M38, ambas durante la Guerra del Waaagh del Kaudillo Kuásar. Muy pocos son los datos conservados sobre estos avistamientos, pero se produjeron de forma simultánea con dos acontecimientos clave para el conflicto: la destrucción del Piedro de la Muette y la evacuación, completamente misteriosa, de los refugiados en la Basílica Esperantia de Relicario. El Piedro de la Muette había sido un colosal pecio arqueotecnológico reconvertido en mortífera estación de combate, y su presencia en la vanguardia Orka supuso un desastre tras otro para los nametherianos. En un último esfuerzo desesperado, la flota atacó con todos los navíos de los que disponía y los Astartes de los Rapaces Imperiales abordaron el Piedro de la Muette. Suyos son los testimonios del poder del Vagabundo:

''Tomamos uno de los generadores y nos dirigíamos al puente de disparo cuando vimos a aquella misteriosa figura. Era un gigante, cuatro metros de poder envueltos en sencillas telas de peregrino maltratadas por el tiempo. Sus movimientos eran fugaces, su brazo infalible, cada uno de sus pasos dotados de una perfección matemática, artística, que sólo se encuentra en los guerreros especialistas Eldar de mayor destreza. Y aún así el gigante estaba dotado de más gracia e ímpetu, sin esfuerzo aparente, y su fuerza física humilló incluso a los xenos más monstruosos de cuantos mató en esos pasillos. Seguimos su rastro, nada podía detenerlo y ni siquiera nuestros hermanos de batalla consiguieron alcanzarle. Como una tormenta, sus golpes no dejaron más que cuerpos quebrados y una desolación particular nunca antes presenciada. Pocos minutos después empezamos a oír la rudimentaria vocograbación alienígena avisando de la destrucción inminente de la estación de combate.''

Sargento Lucern Sunfall, de la 6ª Compañía de los Rapaces Imperiales


Las defensas orbitales de Relicario cayeron poco después de que la Flota de Batalla Namether al completo hubiera sido machacada en la victoria pírrica sobre el Piedro de la Muette y su vanguardia. Durante dos años las FDP y milicias de fieles y refugiados mantuvieron a raya al alienígena sufriendo una derrota tras otra, matando y muriendo en los miles y los millones en las ciudades santuario y las catedrales profanadas con sangre y lágrimas sin remedio. Una catástrofe milagrosamente evitada fue la de los ciudadanos atrapados en la Basílica Esperantia, que habiendo sufrido el asedio Orko durante cuatro meses, se encontraba al borde de sucumbir a la carnicería desatada por los alienígenas. Múltiples testimonios aseguran haber visto cómo, surgida de la nada, una figura colosal de por lo menos doce metros de alto masacró a los alienígenas que asaltaban las brechas abiertas en la muralla, aparentemente hendiendo sus filas con la fuerza de un escuadrón acorazado, cada uno de sus ataques segando Orkos como si no fueran más que trigo. Días después los traumatizados defensores de la Basílica fueron hallados a salvo en las líneas imperiales, pero muy pocos pudieron siquiera intentar explicar cómo habían llegado allí.

Naturalmente, aquellos que todavía conservaban esperanza murmuraron la palabra "milagro", pero las descripciones del Vagabundo no concuerdan con esta idea, sino más bien, quizá si nos aferramos a lo estrictamente superficial, con algunos de las abominaciones demoníacas del Archienemigo. Sus rasgos no están documentados con exactitud unánime, sólo se conoce el color de sus ojos: tales como brasas y doblemente brillantes. Rumores hablan de su piel como una noche cerrada, dura como el fulgor del sol sobre el ojo desnudo, pero son estos muy escasos testimonios para que se les otorgue confianza, y de su altura se ha dicho demasiado como para establecer una aproximación probable. Su poder, empero, es el único aspecto que no varía independientemente del lugar o el momento en el que fue divisado: mucho más veloz que un Astartes ágil, incontables veces más fuerte y el tiempo, la realidad y la lógica son combados a sus designios sin dificultad aparente. Las teorías de los inquisidores más radicales de Namether sostienen la posibilidad de un ''ángel'' enviado por el Trono Dorado a sus súbditos más lejanos, y los más doctos en lo arcano de la historia imperial proponen explicaciones que desafían la realidad conocida.

Pero la situación del sector durante la Gran Invasión de Vaathor era muy diferente a su precario y huérfano pasado atormentado por los Orkos y piratas espaciales.

El Vagabundo no hallaría sino anarquía y miseria devorando un cadáver que una vez fuera floreciente. En algunos mundos el Archienemigo no había terminado de erradicar la luz del Imperio, y sus remanentes agonizaban años y décadas, degenerando cada vez más hasta convertirse en algo no muy diferente a aquello que estaba a punto de romperles el cuello con la bota de la opresión, o transformando el benévolo gobierno imperial en racimos de feudos que en el espacio de pocos meses olvidaban la luz del Emperador. Vadeando entre las desgracias y miserias que abarrotaron este capítulo de la historia de Namether, el Vagabundo se encontró con cuerpos que no era sino huesos y piel tendidos en calles y calzadas, dentro de los mismos templos donde suplicaban la salvación, allí donde protegían unos reductos que ya no defendían a nadie, su propósito perdido bajo los escombros de ciudades-colmena y millones de vidas. Ruina y un lánguido presente eterno asfixiado por un futuro oscuro, eso fue todo lo que el Vagabundo halló en el Namether de finales de M39.

Pero él una vez soñó con otro Imperio e incontables otros formaban parte de ese sueño. Él una vez amó un jardín floreciente cuya exuberancia prometía el paraíso, y entonces ante él no había más que esa carcasa casi seca y disputada por los carroñeros. En sus viajes presenció demasiadas veces las ruinas de mundos y las ruinas de vidas reflejadas en los ojos sin brillo de hileras de desposeídos sucios de sus propias lágrimas, seres humanos reducidos a nada y, en ocasiones, a menos. Y por primera vez en milenios, el Vagabundo volvió a sentir su sangre fluir con un propósito superior y digno, empujando con energías que una vez pensó extintas hacia un rumbo que se presentó solo:

Había vagado lo suficiente, había observado demasiado.

Pero serían necesarias mucho más que leyendas para salvar a Namether de la voluntad del Archiprofanador.

951-990M39: Namether Victo[]


Sección 5: Saleris, dulce derrota[]

Saleris

Saleris, el último mundo-escudo.

Entre las tropas imperiales que defendían Saleris se encontraba el Capítulo Astartes de los Rapaces Imperiales, así como docenas de millones de soldados de la Guardia Imperial, la mayoría de los cuales estaban organizados en regimientos combinados por las horrorosas bajas sufridas en Cynus y Atria. En el bando caótico se encontraba un número indeterminado de tropas humanas y mutantes (estimaciones conservadores sugieren que podía haberse tratado perfectamente de trescientos millones, e incluso más), así como un número aterrador de Marines Espaciales del Caos y demonios cuya invocación pretendía ejecutar un papel clave en los planes del Archienemigo. Las máquinas de guerra se contaban en ambos bandos por cientos de miles, y en el primer día de combates la atmósfera del planeta sencillamente quedó herida de muerte.

Saleris, otrora un mundo verde y puro, enriquecido por el comercio, la razón y la fe en la promesa humana, moría emponzoñado sin ninguna piedad hacia su belleza o, de lo contrario, su brillante futuro.

El asedio de Saleris duró doce meses y diecinueve días, y durante ese tiempo tanto caóticos como nametherianos echaron mano de sus mejores tácticas, sus estratagemas más eficaces y de todo el conocimiento bélico que poseían no para derrotar a su oponente, sino para hundirlo, quebrarlo, aniquilar su huella de las maneras más despiadadas imaginables. No bastaría con vencer en Saleris, uno de los dos bandos se alzaría sobre los jirones del otro, y ningún precio de sangre ni cordura podía cambiar este final.

Los agentes de la Cohors Arcani realizaban sabotajes, emboscadas y operaciones de asesinato que tenían como objetivo a los líderes enemigos, sembrando la confusión e inseguridad entre los herejes, retrasando cada uno de sus pasos con una decena de diminutas puñaladas hasta el ponzoñoso hueso del Caos. Cientos de miles de sacerdotes y sacerdotisas del Adeptus Ministorum bendijeron día y noche armas y municiones, soldados y carros de combate sin apenas descanso. Los diferentes regimientos de la Guardia Imperial plantaban cara al Archienemigo como mejor sabían: a su propia manera, aplicando sus tradiciones y experiencias a la vorágine de muerte que fue Saleris. Los Marines Espaciales de los Rapaces Imperiales llevaban a cabo ataques quirúrgicos en el propio corazón de su odiado enemigo y arrasaban con convoyes enteros de tropas y suministros en un abrir y cerrar de ojos. Los oficiales, con sus consejeros tácticos, forzaban cuerpo y mente sin apenas descanso hasta que ya era demasiado tarde para muchos de ellos. Cientos de oficiales y tácticos imperiales murieron de fatiga en sus puestos, con el nombre del Emperador en sus labios y una última oración por su hogar moribundo y sus camaradas condenados a seguir expulsando a la pesadilla.

Pero el Archienemigo también empleó todos los métodos a su alcance. Hordas de demonios eran invocadas mediante el sacrificio de cautivos y otros odiosos rituales profanos. Los Astartes caídos usaban su fuerza bruta y monstruosa furia para arrollar las defensas imperiales mientras mutantes y guerreros mortales batallaban contra la Guardia Imperial sin tregua ni piedad en oleadas que predecían la muerte del planeta. La brujería del Caos impregnó el planeta en pocos días, tiñendo el desangrado cielo de colores dementes y provocando efectos aún más descabellados en los cuerpos y las mentes de los imperiales, que sólo mantuvieron estas maldiciones a raya por la entereza de sus corazones y la incansable labor del Ministorum y los comisarios.

Finalmente todo quedaría reducido a una batalla final. Un cara a cara que decidiría quién ganaría en Saleris. Los imperiales asaltaron la fortaleza del Caos, la ciudad colmena de Niäde, dispuestos a acabar con aquello. 

Fue una masacre en cada nivel de la colmena. La batalla duró una semana, y durante ese espacio de tiempo los imperiales perdieron un 58% de sus fuerzas, y los caóticos, un 77%. A pesar de las monumentales bajas y del hecho de haber estado al borde de la derrota, el Archienemigo jugó su última carta y trajo a la ciudad colmena a Astra'Thiel a través de un portal disforme en el que los hechiceros de Vaathor llevaban trabajando esos siete días. Murieron todos de agotamiento, y la onda psíquica trajo a la realidad al gran demonio, quien encabezó una ofensiva contra los nametherianos, obligándoles a retirarse. Docenas de psíquicos murieron en la creación de la barrera que impidió a Astra'Thiel aniquilar a los elementos en fuga. 

A pesar de la derrota, los nametherianos habían reforzado su moral al ver que podían hacer verdadero daño al enemigo. Las huestes de Vaathor estaban muy desgastadas, y cada vez cometían más errores mientras que ellos mismos se volvían más astutos, pétreos y despiadados con cada día que pasaba. Pero, a pesar de todo, la victoria no llegaba, ese milagro que los corazones en las últimas de los nametherianos deseaban con murmullos mudos, temerosos de dar alas a una esperanza condenada a morir sin alzar el vuelo.

Para los nametherianos no se trataba del éxito, la gloria. Ya no había victoria posible, solo un sueño en ruinas y un sector anegado de devastación cuyos miserables restos debían ser defendidos hasta el último aliento. Se encaminaban a la muerte, hacia el final absoluto, todos, pero la fiera nametheriana, vapuleada y mutilada, aún podía desafiar al gigante del Caos a pagar su sangre con el precio más alto.

990M39-05M40: El Santo[]


Sección 6, Lachrima, un ardiente corazón de cristal[]

Las tropas nametherianas se retiraron al corazón de Capital. Una importante fuerza se dirigió a Lachrima, donde el Alto Mando había recibido avisos sobre un suceso increíble.

Muchos lo calificaban de milagro.

La sorpresa de los baqueteados soldados fue suma al encontrarse con la población orando y celebrando. Su estupor aumentó al encontrarse con que los Lachrimae, la impasible guardia armada de Lachrima, lloraban de júbilo sin sus siniestras e inexpresivas máscaras doradas. 

La noticia corrió como un incendio de esperanza, impulsando la moral y sumando a los recién llegados a la alegría de los lachrimanos. Los sacerdotes decían que el Emperador, bendito mil veces su nombre, se había manifestado en uno de los clérigos que habían llegado desde Relicario. Los ciudadanos lo llamaban Santo y clamaban su nombre. 

Nadie supo dónde se encontraba el Santo hasta que el Archienemigo invadió Lachrima unos meses tras la caída de Saleris. 

La invasión no era particularmente grande, ya que Lachrima carecía de defensas y fuerzas armadas más allá de los Lachrimae, pero aún así contaba con fuerza suficiente para suponer una seria amenaza incluso estando protegido el planeta por los refuerzos imperiales. 

Él apareció en la primera batalla al frente de un ejército de doscientos mil Lachrimae, cubierto por una armadura decorada con intrincadas filigranas y mosaicos de transpadamantio, blandiendo en su mano un formidable mandoble de energía. Nunca se elaboraron registros fiables de la defensa de Lachrima debido a la falta de observadores imperiales, pero los agentes del Alto Mando y el Ordo Namether dieron a recabar infinidad de testimonios atribuyendo verdaderas proezas al Santo: todos los que lo vieron mantenían haberle visto partir en dos máquinas de guerra del Archienemigo con su espada, aniquilar a unidades enteras de mutantes en cuestión de segundos e incendiar los cuerpos de los infieles con su tacto. Algunos decían que era intocable, otros que al luchar junto a él sus energías regresaban a sus miembros y eran infundidos por un coraje implacable salido del más profundo interior.

El milagro se llamaba Adrastos, y Namether le entregó su futuro como elegido del Emperador.


Sección 7: Helhest, el comienzo de la reconquista[]

Los mundos forja del Adeptus Mechanicus en Namether habían estado prácticamente incomunicados del resto de mundos del sector tras su negativa a ayudar a los nametherianos. 

Cada uno se había dedicado a reforzar sus defensas y reactivar sus milenarias armas y máquinas de guerra para recibir a los invasores. La gran parte de la población trabajaba casi sin descanso en los Manufactorums, produciendo armas y municiones para las Fuerzas de Defensa Planetaria y las legiones mecánicas del Mechanicus, que luchaban sin descanso en una guerra perdida desde el principio contra el invasor del Caos. 

El mundo forja más sobresaliente y venerado del sector, Helhest, fue invadido años antes de la aniquilación de la fuerza de invasión de Lachrima. La población había resistido cerca de seis años incomunicada y en un estado de alerta continua, viendo con rabiosa impotencia cómo las vastas ciudades y forjas dedicadas al Dios Máquina caían una tras otra bajo las hordas sin final del archidemonio. A pesar de la ferocísima resistencia de skitarii y FDP, lo único que podían hacer era posponer la inevitable y amarga conclusión. Ni siquiera la cuasi-divina fuerza de los Titanes de guerra podía salvar el mundo forja, pues cuatro de los seis Titanes presentes en Helhest cayeron presa de la Legio Caterva y sus monstruos arqueotecnológicos.

El octavo mes del sexto año llegó un mensaje proveniente del Alto Mando Nametheriano, informando de que una flota de liberación se encontraba en camino, tanto si estaban dispuestos a aceptar ayuda como si no. El Alto Fabricante de Helhest entró en cólera; habían enviado un mensaje alto y claro. No estaban pidiendo permiso.

Estaban avisando.

A pesar de la mala sangre que había surgido entre el Adeptus Mechanicus y los nametherianos a raíz de la destrucción de sus valiosísimas y preciadas reliquias tecnológicas, los helhestitas sintieron alivio de la mano de esa profunda indignación. Sin embargo no pusieron trabas a la llegada de la flota nametheriana, y de hecho prepararon una gran cantidad de suministros para las tropas de liberación.

Victoria de Hellhest

La carnicería de Syndirae.

La flota llegó un mes después, cuando Abismo Ferrazán, uno de los últimos y más poderosos bastiones del Adeptus Mechanicus, había caído, defendida por uno de los últimos Titanes hasta que sus motores de plasma se fundieron a sí mismos en una deflagración que se resolvió con el destierro del príncipe demonio de Tzeentch Maarut y la pérdida irreparable de toda la ciudadela y sus secretos. En una apuesta calculada, el Alto Mando eligió no desplegar a toda la primera oleada al mismo tiempo, sino de Manofactorum en Manofactorum.

Syndirae, que más tarde pasaría a llamarse Adrasteia como gesto de agradecimiento por parte del Alto Fabricantesería el primer objetivo. Este fue un despiadado campo de batalla cuyos fuegos duraron tres días y cuatro noches. La última noche fue el momento en el que la guarnición caótica fue derrotada tras una carnicería sin parangón por toda la ciudad, y a un ritmo vertiginoso.

A Syndirae le siguieron las ciudades-forja de Ochlock y Tethinnia, cuyos asedios habían durado meses de costosas batallas y desquiciantes tensiones antes de la victoria imperial.

Con una sólida línea de defensa establecida y la moral de los helhestitas recuperada, nametherianos y adeptos del Omnissiah se reunieron para dialogar y planear el siguiente paso. Los soldados helhestitas se sorprendieron al ver que el comandante de la flota de liberación era un monumental hombre de rostro sereno. Su melena castaña estaba decorada con finas trenzas de las que pendían colgantes plateados en forma de Aquila, y su voz era tan imponente y a la vez tranquilizante como la certeza del poder del Trono.

Los rumores sobre el misterioso hombre se extendieron con rapidez entre los helhestitas. Habían oído que los arindaranos le llamaban Etr (la traducción directa para este vocablo es caballero, o señor, pero también campeón o victorioso), los skianos, Salvatore, en las unidades Nov-mar, Sevyah, y tantos otros nombres que cada regimiento le daba en su idioma propio. 

Sin embargo, todos le conocían también por otro nombre; el Santo.

El personaje suscitó gran interés y curiosidad entre los habitantes del mundo forja, y fue a más cuando Adrastos capitaneó la reconquista de Helhest con una resolución y un fervor que impresionó a tecnosacerdotes y humanos corrientes por igual. No era un estratega o un táctico, pues de eso se ocupaban otros más cualificados para ello, pero muchos lo consideraban el líder más capaz, decidido y carismático que había bendito Namether con su pericia. Todos coincidían en que, desde luego, era uno de los mejores guerreros jamás conocidos.

La liberación de Helhest duró dos años y cuatro meses, y para entonces la fama de el Santo ya se había extendido por todo el sector. También sus hazañas, e incontables rumores, la mayoría de ellos verdaderos, el resto sólo una exageración de la realidad.

Como agradecimiento, y para aliviar las relaciones entre el Adeptus Mechanicus y Namether, el Alto Fabricante de Helhest obsequió a Adrastos con una servoarmadura hecha a mano por sus mejores artesanos. También envió parte de su flota y tropas para que contribuyeran en la reconquista, además de garantizar el funcionamiento de los vitales corredores logísticos necesarios para alimentar la máquina de guerra.

Este fue el primer paso como tal en la reconquista nametheriana. Incontables escritores e historiadores han recogido este glorioso y alentador hecho en sus obras, y se ha llegado a idealizar hasta límites exagerados en el mundo del arte y la literatura. Quizá la obra más famosa sobre Helhest y su liberación sea "Y todo empezó en Helhest", del historiador jacobita Urius Vhelessis.


Sección 8: El ardid del inquisidor Thalos Nume[]

A tope de power

La flota nametheriana aniquila a las naves de invasión de Vaathor en los mundos-quimera.

Mientras la flota de liberación comandada por Adrastos se dirigía a Helhest, el inquisidor Thalos Nume del Ordo Xenos irrumpió en el Tacticiarium Arcani con una propuesta para Scinna y su cámara de mando.

Su plan, que más tarde sería celebrado por el Alto Mando Nametheriano y recogido en multitud de libros de táctica, consistió en permitir que las flotas del Caos, desesperadas por establecer una cabeza de playa sólida en Capital, entrasen en el sector e invadieran ciertos planetas... que llevaban décadas en guerra.

Shariq, Aqratine y 566 Lhedd eran estos mundos (los Mundos-quimera, fueron denominados) Los kraglok los habían invadido años atrás, y, a pesar de sus esfuerzos, los nametherianos habían sido incapaces de expulsarlos. Las flotas del Caos atacaron estos tres mundos, ansiosas por tomarlos y lanzar ataques al resto del sub-sector desde ahí. Destrozaron a la flota de los kraglok en un período breve de tiempo, aunque no sin sufrir pérdidas.

Se dice que los ecos psíquicos de la furia del pavoroso señor demoníaco se oyeron en toda la Galaxia cuando las naves de la Flota Imperial surgieron de las nebulosas y campos de asteroides para acabar con sus flotas de conquista. Desgastadas por los combates contra los kraglok y confiadas por su victoria, fueron vencidas en un esfuerzo audaz y de gran fuerza por parte de los imperiales, quedando las tropas de tierra caóticas incomunicadas y atrapadas junto a los alienígenas.

Sin más suministros que los que pudieron rescatar de los restos humeantes de las naves que se estrellaban en aquellos mundos, kragloks y caóticos iniciaron una lenta y ardua guerra de guerrillas entre ellos, desmoralizados y condenados. 

Kraglok vs demonio

Un cacique kraglok y un demonio se enfrentan en Aqratine.

Más tarde los nametherianos enviaron una fuerza de búsqueda y eliminación formada por regimientos skianos y gargantúanos expertos en rastreo para dar caza a los deteriorados restos de los supervivientes.

Gracias a esta ingeniosa maniobra, los nametherianos lograron dar un golpe importante a Vaathor y librarse de los kragloks que infestaban Shariq, Aqratine y 566 Khedd con pérdidas mínimas. A partir de este hecho, los nametherianos empezaron a emplear popularmente la expresión "le acompaña Nume" para referirse a una persona de gran astucia.


Sección 9: Abismo, la última cabeza de playa en Capital[]

Antes de que Adrastos liberara Helhest y el Alto Mando pusiera en marcha el plan de Nume, una fuerza imperial de gran tamaño se dirigió a Abismo para defenderlo y usarlo como cabeza de playa para lanzar expediciones y flotas de liberación sobre Atria.

Abismo había sido anteriormente Artion, un mundo civilizado de Capital que fue arrasado por las hordas de Vaathor a su entrada en el sub-sector. Entonces sólo quedaban las ruinas de lo que antes el planeta había sido. Un entorno viciado y tremendamente castigado, carente de vegetación y sembrado de tétricos restos de ciudades. Vaathor había aniquilado Artion por pura guerra psicológica. No había nada en él que suscitase su interés, ni siquiera como puesto militar. Aquel fue un grave error.

Ceresitas en las trincheras

Tropas ceresitas en las trincheras de Abismo.

Las tropas nametherianas enviadas a Abismo (principalmente Kampfers y soldados ceresitas, dada su experiencia como defensores) se instalaron en él con suma rapidez y levantaron formidables defensas con la ayuda de un puñado de tecnosacerdotes. Para cuando el Archienemigo llegó a Abismo, éste se había convertido en una sólida fortaleza ocupada por expertos en guerra de trincheras y asedios, equipados de manera envidiable con colosales piezas de artillería súperpesada e infinidad de maquinaria de guerra. El desembarco de las tropas heréticas fue sangriento y extremadamente arduo para ellos, pero finalmente lograron establecer una serie de pequeñas posiciones donde guarecer sus tropas y prepararse para el contraataque imperial. La respuesta de las tropas nametherianas no se hizo esperar, y se envió un gran cuerpo de infantería apoyado por multitud de vehículos de artillería y una punta de lanza de carros de combate. El contraataque, pese a todo, fue un fracaso y tuvo que ser abortado al no lograr nada. El Archienemigo había perdido mucho fuelle, pero estaba muy lejos de estar bajo peligro de derrota.

Los defensores imperiales se atrincheraron entonces en sus posiciones y se inició una lenta y pesada guerra de trincheras en la que ambos bandos sufrieron un importante desgaste. Miles de carcasas humeantes de vehículos invadían los campos de batalla al final del primer año, rodeados de cadáveres putrefactos y enterrados en el cieno. 

Los imperiales sufrían una preocupante escasez de carros de combate, pues habían perdido casi todos los que poseían durante los asaltos a las trincheras y fortalezas del enemigo, viéndose obligados a abandonar muchos blindados para salvar a sus tripulaciones, que a esas alturas por su experiencia y las horrendas bajas nametherianas, eran más importantes. Los caóticos, sin embargo, gozaban de un inacabable depósito de tanques lanzallamas, andadores y carros de combate ligeros que lanzaban en terroríficas oleadas sobre las trincheras nametherianas, causando estragos cuando lograban superar las defensas. Por suerte para los nametherianos, su artillería era tremendamente potente y poseía un amplísimo alcance, aunque no siempre era aquello suficiente para impedir la llegada del enemigo a sus posiciones.

La situación quedó en un amargo y costoso empate durante varios años, hasta que Adrastos liberó Helhest. Entonces la flota del Santo se dirigió hacia Abismo para expulsar a las huestes del archidemonio de una vez por todas. Lo que los nametherianos no sabían era que Astra'thiel, lugarteniente del propio Vaathor, se dirigía a Abismo con el mismo objetivo.

La llegada de ambos personajes, grandes héroes para sus fuerzas, reforzó la moral de las tropas de los dos bandos en Abismo. Los refuerzos que recibieron también contribuyeron a la restauración de la moral, y se desataron varios choques entre los Kampfers Nov-mar y los soldados del Caos en las ciudades fantasma para establecer ahí nuevas bases. Estas luchas resultaron en una serie de pequeñas victorias para las fuerzas del Archienemigo, que sacaron ventaja de la falta de carros de combate de los imperiales. Tras la llegada de los líderes y sus refuerzos, los combates se alargaron cinco meses hasta que dos grandes fuerzas, comandadas en persona por Adrastos y Astra'thiel respectivamente, se disputaron el control de las Estepas Cenicientas, un punto estratégico donde se podían establecer unas defensas casi inexpugnables. La batalla duró treinta y siete horas y pasó a la historia como una de las más sangrientas y brutales del conflicto. 

Kampfers en Abismo

Los Kampfers cargan sobre una trinchera caótica.

Los nametherianos salieron victoriosos cuando Adrastos, enfurecido por la muerte de su escudero a manos del demonio Astra'thiel, se enzarzó con éste en combate singular y lo mató, a pesar de sufrir graves heridas. Adrastos, furioso y sintiendo que aún no había vengado a su amigo y hermano de armas, envolvió el mango de su espada con una serie de tiras de pergamino y escribió en ellas una maldición con la sangre de Astra'Thiel, condenándolo a la agonía eterna, con aquella espada como nexo y testigo de la maldición del Santo. 

Mientras tanto, sus tropas vitoreaban.

La muerte de su amigo y escudero había afectado seriamente a Adrastos. El afamado comandante se volvía más iracundo e impaciente a cada batalla, llevando sus métodos a una crueldad dedicada puramente al sufrimiento del Archienemigo, física y psicológicamente. A pesar de conservar la calma y su imponente porte fuera del fragor del combate, sus tropas empezaron a advertir un atisbo de hastío en la mirada del Santo. Adrastos se refugió en su fe para mantener a raya el odio y la sed de venganza, consciente de que podrían acabar con él y con la reconquista que lideraba.

Y este peso demostraría ser central para el futuro de Adrastos. El peso de la supervivencia nametheriana, de proteger aquellos ignotos dominios olvidados por el Imperio de la Humanidad, de la talla que el momento exigía y la misma carga de sanar sus propias heridas cuando todo lo que le rodeaba era acero y un sector en ruinas, terminarían arrastrándole a sus límites antes de que la locura de pesadilla desatada por Vaathor lo consiguiera.


05-23M40: La Cruzada[]

Sección 10: Nippa, el retorno a Atria[]

La entrada en el sub-sector por parte de los nametherianos se produjo de manera casi inmediata tras la pírrica victoria en Abismo. La flota de reconquista se dividió en varios planetas fronterizos y los invadió. La campaña más destacable de esta etapa fue la conquista de Nippa, uno de los mundos salvajes más peligrosos del sector.

Traje de vacío M40 ''Abismo''

Soldado vorogradano portando uno de los primeros modelos del Jacket MkIV.

El desafío más importante de esta campaña no eran las hostiles condiciones y letal fauna y flora del mundo salvaje, sino su luna, Aelphis, donde las hordas de Vaathor habían establecido una poderosa base desde donde lanzar bombardeos a la propia Nippa. Tomar Aelphis era vital para poder descender a Nippa. 

Aelphis sólo poseía gravedad en el interior de las fortalezas del Caos, lo que suponía el uso de trajes de vacío por parte de ambos bandos, y que entorpecían tremendamente la eficacia en combate de las tropas. Los voluminosos y pesados trajes complicaban el movimiento más básico, y poseían poco blindaje. Combatir con ellos puestos era una verdadera pesadilla para todo soldado. Por suerte para los nametherianos, tras dos frustrantes meses en los que no se obtuvieron prácticamente resultados de ningún tipo, la división de desarrollo de la Casa Sebka ideó un traje de vacío pensado para el combate: el Jacket MkIV. la Casa Sebka había intentado crear trajes de vacío de combate en anteriores ocasiones, pero el proyecto siempre fracasaba cuando el Mechanicus recibía noticias de estas intenciones. Al tratarse de un momento de necesidad, el Mechanicus no sólo permitió (si bien a regañadientes) el desarrollo y la producción del Jacket MkIV, sino que además proporcionó cierta ayuda a la Casa Sebka.

El Jacket MkIV consistía en un traje de vacío ligero y mucho menos engorroso que muchos de sus homólogos, más grandes y pesados. Poseía un sistema de soporte vital, recicladores de aire y un depósito de oxígeno, pero además estaba reforzado con placas de caparazón ligero para mantener al usuario a salvo de posibles daños en su traje, terriblemente problemáticos en el vacío. Además, el casco estaba equipado con un yelmo blindado con pictocapturadoras enlazadas directamente al visor.

Se entregó a los vorogradanos, principales tropas imperiales destacadas en Aelphis, una gran cantidad de los nuevos trajes de vacío de combate, con los que lograron sacar una gran ventaja a las fuerzas del Archienemigo en la luna de Nippa. En un breve espacio de tiempo, los vorogradanos tomaron las bases de artillería orbital y dieron la señal a la flota para que la invasión empezase. 

Pero en Nippa, la manera de hacer la guerra era muy distinta. Todo el mundo estaba cubierto por húmedas y tupidas junglas, pobladas por letales depredadores. Incluso los árboles y las plantas eran dañinos. De hecho, que los colonos de Catachán escogieran Nippa como su nuevo hogar durante la etapa colonizadora del sector es un testimonio a la letalidad de este planeta.

Las tropas caóticas desplegadas en el mundo letal eran expertas en el combate de jungla, verdaderos veteranos en aquel entorno. El Alto Mando conocía Nippa de sobra, y se imaginaba que el Archienemigo habría desplegado expertos en combate en la jungla, por lo que envió varios regimientos natales del propio mundo letal, así como charybdianos (habitantes de otro mundo letal de similares características) y un reducido número de laxianos, soldados duros y merecedores de su herencia cadiana, capaces de adaptarse a cualquier entorno a través de la disciplina pura. En Nippa no había grandes fortalezas ni carreteras, por lo que la infantería fue la indiscutible protagonista del conflicto, compartiendo escena con el escaso apoyo aérero, pues las bases aéreas que se establecieron fueron mínimas dada la orografía del planeta. 

CADIANOS PARA MEGAROL

Una patrulla del 39º Laxiano avanza por las junglas de Nippa.

Nippa ya era un infierno incluso sin luchas, y los combatientes que participaron en los combates de la campaña, tanto caóticos como imperiales, sufrieron lo indecible. Las horas de sueño eran mínimas, el desgaste extremo y el peligro acechaba en cada esquina. Las patrullas enemigas eran la menor preocupación de los soldados.

Finalmente, Nippa fue retomada a los tres años. Cuando llegó la victoria imperial enormes parches de la jungla habían quedado calcinados, y harían falta siglos para que el planeta se recuperase.


23-34M40: Final[]

Sección 11: Cynus, la última frontera[]

Con el apoyo de la flota de la familia Tiralde de comerciantes independientes y su ejército de mercenarios, así como otras familias de comerciantes independientes nametherianas, la flota de reconquista hizo retroceder a las fuerzas de Vaathor hacia Cynus tras dos décadas de intensas luchas. 

Tanto caóticos como imperiales habían sufrido un desgaste desastroso durante toda la guerra, y estaban al límite de sus fuerzas. Por consecuente, la de Cynus fue una campaña breve que no alcanzaría la década. Hacia el 02M41, Vaathor apareció para comandar en persona a los castigados restos de sus fuerzas. Consciente de que su principal problema era Adrastos, y que, si acababa con él, los nametherianos verían su moral mortalmente dañada, el archidemonio atacó Relicario, mundo natal del Santo y donde él se encontraba recuperándolo para el Imperio.

Cuando se enteró de la llegada del archidemonio, Adrastos comprendió que con él se acercaba la batalla más importante de toda la campaña. También comprendió que, probablemente, se acercaba su final.

La comprensión de aquella amarga pero ineludible realidad cambió al Santo.

Deseoso de redimirse a sí mismo por su ira ciega y la sed de venganza que había padecido desde la muerte de su escudero, se sumergió en el manantial de Laethia antes de la batalla y pasó toda la noche orando en aquellas sagradas aguas. Hoy día, el manantial de Laethia es un importante centro de peregrinación, y se dice que puede causar un dolor inenarrable a los agentes del Caos y proteger de la entropía ruinosa a los fieles.

Habiendo hecho las paces consigo mismo y con el Emperador, Adrastos se dirigió a la batalla con la certeza de que sería la última para él, pero no para los nametherianos. Tras enardecer a las tropas con un discurso cargado de pasión y la más abnegada fe en el Emperador y el futuro, marchó a la batalla. 

Adrastos murió tras derrotar al archidemonio en un legendario combate singular. Sus restos fueron llevados a Lachrima, donde se construyó el Adrasteión, dedicado a él, que pasaría a convertirse en San Adrastos, patrón de Namether. 

La muerte de su comandante y héroe más preciado fue devastadora para los nametherianos. Cuentan que los Lachrimae, sus hombres más devotos, lo lloraron durante una noche entera. También se dice que las estatuas del Paseo de los Héroes lloraron lágrimas de verdad, y no de sangre, y que la torre más alta de la principal catedral de Lachrima fue cubierta por una bandada de palomas blancas.

Pero aquel fue el último empujón que necesitaban.

Desgastadas tras décadas de lucha y desmoralizadas por la muerte de su amo, las huestes del Caos fueron retrocediendo frente a los nametherianos hasta ser expulsados del sector dos años después, refugiándose en los Siete Desgraciados, que posteriormente pasarían a llamar El Érebo, la última frontera de las Estrellas Muertas. 

Aunque los nametherianos no pudieron retomar los mundos de El Érebo la amenaza había sido derrotada. Pero, ¿a qué precio? Miles de millones de vidas se habían perdido, planetas enteros habían quedado inhabitables y el sector estaba en ruinas. Y esta debilidad sería aprovechada por otros. Pero unidos por el sacrificio y el ejemplo del Santo, de los mártires y veteranos de esta cruenta guerra por la supervivencia, los nametherianos resurgirían acerados y con su fe incendiada, sabedores de que el Emperador siempre permanecería a su lado incluso si jamás pudieran retomar el contacto con sus otros vástagos.

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