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"Triste es el día en que un Marine Espacial debe luchar contra otro Marine Espacial"

Capitán Virgilio, 5ª Compañía de los Ángeles Sangrientos


Tras décadas de dudosas acciones en el campo de batalla, extraños ritos que aparentaban ser simples tradiciones y numerosas muertes de Guardias Imperiales calificadas como "daños colaterales"; finalmente el Ordo Hereticus decidió investigar a los Ejecutores Negros y, tras meses de deliberaciones, se les condenó al ostracismo como Capítulo Renegado.

Teniendo en cuenta que los Ejecutores no eran uno de los capítulos más renombrados, y que el Imperio estaba siendo presionado por todos los frentes, desde Ultramar hasta Cadia, poca importancia hubiera tenido el acontecimiento si no hubiera sido porque en 005.M42 los Ejecutores atacaron el Mundo Forja de Thorax, asesinando a todos aquellos que se cruzaron en su camino y saqueando armamento de alto valor.


Por alguna razón ésto preocupó sobremanera a los Altos Señores de Terra, y solicitaron a los Ángeles Sangrientos, el Capítulo más cercano, un asalto inmediato a Kadar IV, mundo selvático natal de los Ejecutores, para recuperar el material robado. Una petición extraña y un tanto exagerada teniendo en cuenta que se ponía en peligro a docenas de hermanos de batalla sólo a cambio de recuperar un cargamento de armas.

Sin embargo, el Comandante Dante consideró que era imprescindible acabar con los Ejecutores no solo por el material robado sino por el peligro que suponía para todo el Sector tener activo un Capítulo Renegado en sus inmediaciones.


El problema radicaba en que la inmensa mayoría de las Compañías de Batalla, de la Primera a la Cuarta, estaban demasiado ocupadas luchando contra la rama de la Flota Enjambre Kraken que se dirigía directamente hacia Baal; y contra Ka'Bandha y sus seguidores, que habían vuelto para sembrar el caos una vez más. Estaban teniendo muchas bajas y por ello la mayor parte de las Compañías de Apoyo, de la Sexta a la Novena, se mantenían como refuerzo en éstos y otros conflictos.

Por ello la misión fue encomendada a la 5ª Compañía, la llamada Castigademonios, comandada por el Capitán Virgilio, Guardíán del Arsenal, ascendido al cargo sólo 11 años antes para suceder al caído Sendini.

Virgilio había impuesto importantes cambios en la forma de luchar de su Compañía, que incluso habían irritado a algunos veteranos; y tras varias escaramuzas de mayor o menor importancia, ésta era la primera prueba seria de la Compañía bajo su mando.


En cuando el acorazado Exanguinador entró en el Subsector Kadar; Virgilio, consciente de la amplia superioridad numérica de los Ejecutores, viajó a Selio. Selio era una luna de Kadar IV casi tan grande como el propio planeta y también selvática, marcada como mundo letal y habitada por la autodenominada Fuerza Wolfensiger, una fuerza humana mercenaria que era virtualmente ignorada por el Imperio debido al poco valor estratégico de la luna.

Era sobradamente conocida la rivalidad de la Fuerza Wolfensiger con los Ejecutores Negros, teniendo en cuenta que éstos soldados habían sido unos de los que más habían sufrido los "daños colaterales" de los Ejecutores.

Por ello, a Virgilio no le fue particularmente difícil convencerles de que se unieran a la hora de purgar Kadar IV pese a la desconfianza de éstos soldados hacia todo Marine Espacial; y de hecho una considerable cantidad de Wolfensigers se embarcaron hacia Kadar IV.


Una vez hechos los preparativos, los Ángeles Sangrientos entraron en órbita en torno a Kadar IV y se apresuraron a desembarcar cerca del espaciopuerto donde supuestamente se hallaba el armamento robado.

Había órden explicita de no hacer nada que pudiera dañar los cargamentos robados, y la rapidez era fundamental puesto que el resto de fuerzas de los Ejecutores volverían pronto a su mundo capitular atacado.


Las cartas estaban echadas. No había marcha atrás.


Listas de ejército []

EQUIPO 1[]

SMR (Ejecutores Negros) 1.100 puntos aproximados

Capitán + Bolter asalto + Cuchillas Relampago

5 Exterminadores + Misiles Ciclón

2 Escuadras Tácticas con 2 lanzacohetes y 2 Lanzallamas

1 Escuadra de 5 Devastadores con 2 cañones láser y 1 Cañón de Plasma

1 Escuadra de 5 Marines de Asalto

1 Rhino

1 Razorback + Cañón laser acoplado

1 Dreadnought + Cañón laser + Lanzamisiles



JMG (Orkos) 555 puntos

Kaudillo + Garra de Combate

Escuadra de 5 Noblez

2 Peñaz de Guerreroz Orkoz

3 Kopteroz

1 Vehiculo Zakeado kon Kañón Bumm

EQUIPO 2[]

Lord Eledan (Ángeles Sangrientos) 747 puntos

Capitán + Pistola Plasma + Cuchillas Relámpago

6 Exterminadores + Misiles Ciclón + Puño Sierra

1 Escuadra Táctica con 1 Cañón Láser y 1 Lanzallamas

1 Dreadnought con Cañón Automático +  Cañón de Plasma

ELDARS 147 puntos

10 Vengadores Implacables



Ismael Romeral (Guardia Imperial) 751 puntos

2 Escuadras de 10 Soldados de Catachán y una de 8 Soldados de Catachan 
con 2  Rifles de Fusión, 1 Rifle de Plasma y 5 Lanzallamas

1 Tanque Hellhound + Misil Buscador



Una vez que las Stormravens les dejaron en superficie, Virgilio analizó la situación:

Su contingente estaba situado en un claro a la entrada del Espaciopuerto, que era una construcción no muy grande atendida por civiles pero usada a veces por los Ejecutores. El Espaciopuerto presentaba daños serios fruto del bombardeo y del intercambio de artillería, y Virgilio se maldijo por no haberlo conservado en perfecto estado. Si el cargamento había sido dañado sería responsabilidad exclusivamente suya.

En vista de que los Ejecutores marchaban rápidamente desde su fortaleza monasterio para recuperar el Espaciopuerto, Virgilio decidió permitir que los Wolfensigers asegurasen el recinto y el cargamento bajo supervisión de algunos sargentos Marines mientras que el grueso de los Ángeles protegía la entrada del espaciopuerto del inminente contraataque Ejecutor.

Sin embargo, los Orkoz nativos de otro planeta del sistema tenían sus propios planes: Su Kaudillo había decidido aprovechar el caos del despliegue para asaltar el Espaciopuerto y saquear todo lo posible. Cayeron con unos Piedroz al lado de las instalaciones, sus Gretchings construyeron a toda prisa un improvisado fortín y asaltaron el Espaciopuerto matando a cuanto civil se interpuso. De hecho, ya estaban entrando cuando los Wolfensiger pusieron el pie en él.

Virgilio no podía ir en socorro de los Wolfensiger, pero confiaba en que no fuera necesario. De modo que desplegó a sus hombres y espero la llegada de los Ejecutores.


Cuando ya se oía claramente el chirriar de los transportes Ejecutores acercandose, un pequeño grupo de guerreros eldars salió de entre la maleza. Muchos Hermanos de Batalla alzaron sus armas, y hubieran disparado de no ordenar Virgilio con voz potente lo contrario en ése mismo momento.

Medió un simple asentimiento de cabeza entre el Capitán y el líder de ésos guerreros, y los eldars se dirigieron hacia las fortificaciones exteriores del Espaciopuerto, entre la zona de despliegue de los Wolfensigers y los Ángeles. Tanto el Capitán como el xeno parecían conocerse de tiempo atrás y confiar uno en el otro por alguna razón que ninguno de los Ángeles conocía, pero todos asumieron como buena la actitud de su Capitán y aceptaron respetar a esos xenos... al menos ése día.


El rugido de los vehiculos Ejecutores era atronador ya, y los primeros disparos empezaron a volar por encima de las cabezas de los Ángeles sin suponer aún un peligro. Virgilio ordenó mantener posición, y los Hermanos de Batalla apretaron la mandíbula. Pelear contra otros Marines Espaciales nunca podría ser una tarea fácil, y menos si eran más numerosos; pero el Emperador y Sanguinius los asistirían.


-¡Recordad que ésos Astartes ya no son nuestros hermanos! - Tronó Virgilio entre el ruido imperante - ¡Han atacado un mundo del Sagrado Emperador y lo han saqueado como vulgares piratas! Y da igual que éste sea su mundo y que sean más. ¡Qué importa! ¡El Emperador tiene sus ojos sobre nosotros!

¡Por la sangre de Sanguinius!

¡¡Por la Sangre de Sanguinius!! - Bramaron todos.


Virgilio dió la orden y tanto el Cañón Laser como el Lanzamisiles Ciclón lanzaron su carga mortal contra la primera línea de Ejecutores, compuesta por un transporte Rhino, un Dreadnought y un Razorback. El Venerable Hermano Franciscus, sepultado en su armadura Dreadnought, apoyó éste fuego con su Cañón Automático y su Cañón de Plasma.

Como resultado, toda la línea de blindados de los Ejecutores se paro, intimidada. Ninguno de los vehiculos enemigos tenía daños serios, pero no fueron capaces de responder a tal salva de fuego. Como resultado, los Exterminadores Ejecutores que iban detrás de los vehiculos vieron entorpecida su marcha y su línea de tiro, y no pudieron disparar. El espacio entre la vegetación y las fortificaciones era estrecho, y los blindados formaron un tampón que entorpeció a cuantos iban detrás.


Mientras tanto, los Vengadores Eldars siguieron avanzando a través de las fortificaciones exteriores en dirección a las líneas Ejecutoras. Elerion, el Exarca, había divisado a una escuadra de Marines de Asalto Ejecutores ocupando una posición ventajosa en una torre. Si se abalanzaban desde ella sobre los Ángeles, tendrían un problema.

Tras tantos años, Virgilio seguía sin saber cubrirse los flancos...


Los Wolfensiger avanzaban lentamente dentro de las instalaciones, con cautela. Progresaban lentamente, cobertura a cobertura. Ya oían los disparos del exterior, pero éso no era cosa suya. Lo único que les importaba era devolverle el golpe a los idiotas de hojalata negra, y demostrarle a ésos engreídos de hojalata roja que ninguno de ellos era mejor que un nativo de Selio. Ellos sacarían de ahí la mercancía... y ya verían que hacer después. No habían movido el culo hasta Kadar para nada.

Otra vez ésa maldita peste. Peste a Orko. Ya se les oia.

Kurtz, Sargento del 8º Regimiento Wolfensiger, sonrió mostrando varios huecos en su dentadura, trofeos de muchas peleas.

Le encantaba patearle el culo a ésos monos verdes.


Los Ejecutores articularon una respuesta: Sus transportes siguieron avanzando bajo el fuego Sangriento aún sin poder disparar y desembarcaron una escuadra Táctica cerca de la posición enemiga, y a otra de Devastadores más atrasada. Los Devastadores prepararon sus armas y abrieron fuego, pero sin producir bajas. La escuadra Táctica salió para ver, intimidada, como Virgilio y seis exterminadores, acompañados de varios marines armados con un lanzallamas, avanzaban a buen paso hacia ellos.

Los Ejecutores, como cualquier marine, no conocían el miedo; pero aquellos Exterminadores no actuaban como los de su capítulo. Marchaban rápido sin apartar su vista de ellos, ignorando completamente el fuego cruzado. Furiosos. Enajenados.

Si llegaban hasta ellos, los destrozarían.

Olot, sargento Ejecutor de la 3ª Escuadra, tragó saliva. Aún estaban lejos.


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Virgilio había notado como, tras la primera salva de disparos, la escuadra de Exterminadores había caído presa de una de las maldiciones de los Hijos de Sanguinius, la Sed Roja. Se maldijo, enojado. Sería una ventaja... si tanto él como Erasmo, el Sargento de la escuadra Exterminadora, podían mantener a sus Hermanos bajo control... Ya vería después, si todo salía bien, como atajar el incidente.


Virgilio lideró el avance sobre las líneas Ejecutoras, mientras los Exterminadores disparaban sus Bolters de Asalto y sus Misiles Ciclón sobre las líneas enemigas. Una escuadra táctica les flanqueaba a su izquierda. Virgilio deseaba acabar con los vehiculos enemigos cuanto antes, pero pese a que los impactos anticarro de sus hombres les golpeaban duro, no lograban daños de importancia.

Especialmente peligroso era el dreadnought desplegado por los Ejecutores, armado con un lanzamisiles y un Cañón Laser. Ambas armas suponían un serio peligro para el Venerable Hermano Franciscus, que desde detrás seguía cubriendoles y causando bajas. Virgilio rugió cuando el disparo del Cañón de Plasma del viejo guerrero pasó sobre sus cabezas y cayó sobre la escuadra de Devastadores Ejecutores, acabando con ellos.

Siglo tras siglo, el hermano Franciscus seguía sirviendo fiel al Emperador. ¿Podría él siquiera acercarse a su ejemplo?



El Kaudillo Rutz Rajazezoz gritó, pletórico. Sus Chikoz entraban en el Espaciopuerto sin resistencia. Sólo tocaba entretenerlos disparando contra algún blandengue humano sin armas que intentaba huir.

Pronto todas ésas armas serían suyas ¡Y podría iniciar un Waaagh que acabase con todo el sector!



Elerion detuvo al resto de Vengadores con un gesto de la mano. Habían avanzado en absoluto silencio a través de los muros, acercandose a la posición de los Ejecutores de Asalto. Ya estaban a tiro.

Su escuadra avanzó unos metros más, lista para salir de su cobertura y disparar.

Elerion intentaba no pensar en los humanos como "Mon Keigh" por ser despectivo, pero en ésta ocasion no había forma de excusar la torpeza de ésos Marines. Tan ansiosos estaban por encontrar el momento de saltar sobre los Ángeles Sangrientos que habían olvidado todas las demás cuestiones.

No habían vigilado sus flancos. No se habían ocultado. Estaban en cobertura, pero expuestos. Habían olvidado todas las sutilezas de la guerra que un Eldar aprende durante siglos. Habían olvidado tener en cuenta lo desconocido.

Y sus Vengadores eran lo desconocido.

Elerion dió órden de atacar usando la Tormenta Afilada y, con un grito, todos los Vengadores abrieron fuego a discrección sobre los Marines de Asalto hasta que sus armas quedaron sobrecalentadas y sin munición.

Los Ejecutores de Asalto, sorprendidos, no tuvieron tiempo de reaccionar: Dos de ellos cayeron acribillados antes de saber lo que estaba pasando y los otros tres se retiraron precipitadamente hasta la retaguardia enemiga.

Objetivo cumplido. Ahora tocaba recargar las armas y pasar al siguiente objetivo.



Kurtz también se mantenía en silencio, y por las mismas razones. Sin embargo, no era que ésos monos verdes estuvieran siendo torpes: Al revés, su estilo era olvidar todas las sutilezas. Corrían gritando como locos por el Espaciopuerto, entrando y asaltando los hangares, disparando sobre los civiles que huían.

El 8º Regimiento Wolfensiger siguió avanzando en silencio hasta alcanzar una pasarela superior, que llevaba a un puente semiderruído. Una vez que se situasen arriba, podrían disparar alegremente a los Orkos de abajo.

Una emboscada perfecta.

Kurtz volvió a sonreír. Sus muchachos seguían siendo zorros astutos.



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Pero entonces un idiota estuvo a punto de estropear todo el plan: Jerkyns, el piloto del Hellhound, se había empeñado en meter su vehiculo dentro de las instalaciones y, al hacerlo derribó un buen trozo de pared.

El ruido bastó para alertar a los Orkos, que rugieron con su ¡WAAAGH! habitual y se lanzaron contra las posiciones Wolfensiger. Los hombres no estaban aún en posición.

- ¡¡Moved el culo!! - Gritó Kurtz - ¡¡Subid a ése maldito puente y disparad!! - ¡Jerkyns! ¡Qué demonios haces! ¿Pretendes freirnos a todos aquí dentro con ese trasto infernal? ¡¡Sácalo de aquí!!

- ¿Y a donde lo meto, señor? - Preguntó socarrón Jerkyns - ¡Paso de quedarme parado sin disparar ésta preciosidad!

- ¡¡Llevalo a donde están ésos idiotas de hojalata!! ¡Quizá así consigan hacer algo y no moriremos todos por tu culpa!

Jerkyns sacó el Hellhound de las instalaciones y llevó hasta las posiciones de los Ángeles Sangrientos, maldiciendo y rezongando. Al menos podría cargarse a unos cuantos hojalatas negras.



Asmaroth, Capitán de la 4ª Compañía de los Ejecutores Negros, tenía la mandíbula apretada y el ceño fruncido. Las cosas no estaban saliendo precisamente bien.

La escuadra de Devastadores, uno de sus puntos fuertes para atajar ésta ilícita invasión de su suelo sagrado, habían sido pulverizada por aquel Dreadnough bastardo. La escuadra de Asalto, su puntal para retrasar a los Exterminadores Sangrientos o para acabar con ésos bárbaros de Selio, habían sido atacados por sorpresa por lo que el sargento había creído identificar como Eldars, y la unidad había quedado muy debilitada. ¿Eldars? ¿Cómo era posible?

Para colmo de males, el Anciano Isereth, en su sarcófago de adamantium, no podía ver ni reaccionar ante la increíble andanada de disparos que los Ángeles le propinaban, pero seguía resistiendo con valor. ¿¡Cómo se atrevían a maltratar así a tan venerable guerrero!?

Además, la tripulación del Rhino, al parecer confundida por el combate, había desembarcado a la escuadra táctica que transportaba demasiado cerca de los Exterminadores Sangrientos. Y de sus puños de combate. Y de su locura.

Asmaroth había oído algunos rumores sobre la maldición de los Ángeles Sangrientos. Si la mitad de lo que había oído era cierto, ésos Exterminadores nunca debían de llegar a distancia de cuerpo a cuerpo.

Asmaroth ordenó inmediatamente a todos sus Hermanos que disparasen a la Escuadra de Exterminadores en cuanto estuviera a tiro. A todos salvo a la escuadra de Olot, la asignada al Rhino.

El sargento de asalto les había indicado la posición del los eldars.

- Por la Gran Roca, no sufriré el deshonor de ser derrotado en mi propio mundo...



-Entendido señor, tenemos la posición a tiro - Respondió Olot por el intercomunicador.

Les acababan de comunicar la posición de los Eldars, en un edificio cercano de las fortificaciones exteriores. Se habían mantenido ocultos tras su ataque a la escuadra de asalto, pero ahora machacarían su posición. Olot informó al devastador que portaba el Lanzamisiles, que cargó una ojiva de dispersión y la disparó contra el edificio.

Olot sudaba. Sentía frío. Su posición era ya insostenible. El Rhino estaba ya inmobilizado pero seguía en pie, y pese a que su escuadra seguía casi entera, los Exterminadores Sangrientos estaban casi encima y un Hellhound de los salvajes de Selio avanzaba con su lanzallamas inferno amenazandoles.

Olot sabía que iba a morir. Pero moriría con honor.



Elerion se encontró en el suelo. Lo veía todo borroso. Cascotes por todas partes. Le pitaban los oídos.

Se levantó y aclaró su mente.

Todos sus guerreros seguían ahí salvo uno. Salvo Urian.

Un misil de dispersión de los Ejecutores Negros había entrado por la ventana del lugar donde los Vengadores se habían reagrupado. Sus armas ya estaban listas para disparar, pero justo cuando iban a volver a ponerse en marcha sucedió.

La metralla había alcanzado, al parecer, a Garad y a Urian, pero mientras que el primero sólo tenía leves heridas, el segundo había abandonado su cuerpo destrozado.

Resultaba vulgar que un eldar con tantos siglos de minucioso entrenamiento en las sendas del guerrero pudiera caer bajo algo tan vulgar como la metralla, pero así era.

Elerion se inclinó hacia él, cerró sus ojos, cantó una breve plegaria y recogió sus joyas espirituales. Él las llevaría al Mundo Astronave. Aún había mucho que hacer.

Con una señal, los Vengadores siguieron a Elerion hacia el interior del Espaciopuerto, donde empezaron a oír los gritos y disparos de Orkos y humanos.



- De acuerdo señor, los pulverizaremos.

El Hermano Arhman, artillero del Razorback que los Ejecutores habían desplegado para el contraataque, operó con los controles del cañón laser acoplado del vehiculo. Su misión normalmente era disparar contra otros blindados enemigos, pero el Alto Mando de la Compañía estaba preocupado por el avance de los Exterminadores de los Ángeles Sangrientos y le habían ordenado acabar con ellos.

Un disparo laser simplemente pulverizaría al objetivo.

Como siempre, Arhmam apuntó con cuidado y disparó. Los sensores indicaron un impacto directo contra uno de los enemigos.

- ¡Buen tiro! - Rugió el conductor.

Arhmam sonrió, pero la sonrisa se le quedó helada en la cara. El auspex indicaba con total claridad que el Exterminador objetivo seguía avanzando y disparando.

Tenía que ser un error.

Arhmam se asomó por la escotilla y vió como la escuadra de Exterminadores Sangrientos, a no muchos metros ya de las líneas Ejecutoras, seguía íntegra y operativa. Al Exterminador que había recibido el impacto le faltaba la hombrera izquierda casi entera, pero parecía indemne.

No podía ser.

Instantes antes de que el Razorback sufriera un impacto interno del cañón automático del Dreadnought enemigo que lo lanzó por los aires; Ahrmam, con la boca abierta, sólo tuvo tiempo de pensar que había sido un grave error haber invadido Thorax y asesinar a todos aquellos siervos del Mechanicum.



Jerkins miró desde la escotilla a todos aquellos hojalatas rojas. Por el Emperador, ¿Como no se asan con éste calor dentro de ésas latas de armadura?

Jerkins maniobró hasta ponerse seguro tras las líneas de los Ángeles Sangrientos, y miró a los Ejecutores con una sonrisa torcida y maliciosa. Ahí estaban los cerdos que habían matado a West y a Lambard, disparandoles por la espalda como a perros. Los que impedían que los cargamentos de medicinas llegasen a Selio.

- ¡Ruperth! - le gritó al artillero - ¡Fríelos a todos!

Una enorme lengua de fuego salió disparada del cañón Inferno del Hellhound y alcanzó a Olot y a la mayor parte de su escuadra, calcinandolos hasta los huesos. Los supervivientes sólo vivieron unos segundos más para ver como la escuadra Táctica de los Ángeles llegaba hasta su posición y les hacía compartir el mismo destino que a sus hermanos con otro lanzallamas.

Jerkins sintió como las miradas resentidas de todos los Ángeles Sangrientos se posaban sobre él, como si fuera un sacrilegio que un hombre normal hubiera matado a tantos Astartes, o como si les hubiera robado la gloria.

- Besadme el culo, marines -Pensó Jerkins - ¡Bienvenidos a Selio!



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Cuando vió arder a su segunda escuadra entera, Asmaroth se dió cuenta definitivamente de que las cosas estaban mal. El Razorback había sido destruído, la Escuadra de Devastadores había sido pulverizada con un cañón de plasma, la Escuadra de Asalto estaba en las últimas y el Rhino estaba inmobilizado y aislado, siendo presa fácil para los Ángeles.

Y aquellos Exterminadores locos tenían aún sus puños de combate limpios de sangre.


Asmaroth se obsesionó con ellos. No podía dejar de mirarlos. No podía permitir que se acercasen.

Al precio que fuera.


La Escuadra de Asalto estaba en las últimas, pero aún tendría la oportunidad de morir con honor sirviendo a la Gran Roca.



Gharon, el Hermano de Batalla Sangriento que portaba el Cañón Láser, maldijo para sus adentros. Le había impactado ya muchas veces al Rhino enemigo, pero sólo había conseguido destrozarle las orugas e impedirle devolver el fuego. Era hora de acabar ya con él.

Una vez más, esperaría a que el sistema refrigerase el arma para volver a intentarlo.



A Zesel le habían robado la gloria unos sucios xenos. Habían matado a dos de sus hombres y herido al resto de la escuadra. Esos xenos habían dejado a la Gloriosa Escuadra Ejecutora de Asato Talabus hecha un despojo.

Las cosas no tenían que haber salido así. No, la Talabus, bajo su mando, tenía que haber entrado a sangre y fuego entre las líneas de Ángeles Sangrientos, vencerles y haber pasado a la historia. Y Zesel a las escuadras de Veteranos de Vanguardia.

Y sin embargo habian sido apaleados como perros por unos orejas picudas antes siquiera de haber lanzado el primer ataque.

El Glorioso Asmaroth le concedía, al menos, la oportunidad de redimirse.



Estruendo, disparos, gritos, adrenalina. Todo éso era lo que sentía Kurtz mientras su vozarrón luchaba con el ruido del interior del Espaciopuerto para hacerse oír, un ruido amplificado hasta el infinito dentro de ésos hangares.

Sus muchachos habían conseguido afianzarse sobre el puente derruído a tiempo, y disparaban desde la pasarela superior hacia los orkos, que se habían encontrado con una emboscada en toda regla y ahora debían retroceder bajo el fuego enemigo.

Ésos monos tenían una puntería tan nefasta que apenas podían responder al fuego, pero eran tantos y tantos los disparos perdidos que de cuando en cuando Kurtz oía algún grito desgarrado y se encontraba a uno de sus hombres sin un brazo, o con las tripas fuera, o desangrandose.

Aún así, había sido una maniobra redonda. Los orkos de atrás empujaban a los de delante, los de delante morían bajo su fuego y no podían retroceder.

Una ratonera.


Pero entonces Kurtz vió llegar al mono más grande, un mono con un tamaño enorme.

-¡Eztúpidoz! ¡Moveoz de akí! ¡Retrozedez y zubid por ezaz ezcaleraz, o ezparzire vueztraz tripaz por el zuelo!

Para demostrarlo, arremetió con su garra de combate contra el guerrero orko que tenía más cerca y lo partió en tres partes.

Ningún orko se lo pensó dos veces y todos retrocedieron casi organizadamente, empezando a subir por las escaleras que llevaban directamente hasta el puente y la pasarela donde estaba los Wolfensigers.

Aún eran demasiados, los rifles láser no eran gran cosa. Y los Orkos no serían tan torpes cuerpo a cuerpo como disparando.


Kurtz apretó los dientes. Quizá ninguno volvería a Selio... ¡Pero patearían unas cuantas bocas antes!


¡Eztúpido! ¡No tokez ézo! - Pero el orko lo tocó, y el vehiculo zakeado salió disparado hacia delante, atropellando a algunos de los Chikoz de las últimas filas.

-¡Oh oh! ¡Ezo no lo guztará al jefe!

Y no le gustó. Rajazezoz se volvió y propinó un violento puñetazo sobre la chapa del tanque, que lo abolló.

-¡Malditoz ezkrementoz de garrapato! ¡Zi volveiz a atropellar a los chicoz oz zacaré de eze cazcarón y ezparramaré vueztraz tripaz! ¡Zacad ezte trazto de aki antez de que lo zake yo!

-Pero Jefe... No zabemoz donde ir.

- ¿¡No me habeiz oído!? ¡Zacadlo de aki! ¡¡Que no oz vuelva a ver hazta que acabe con ezto!!

Asustados, los tripulantes del vehiculo zakeado salieron de las instalaciones y pusieron rumbo hacia el exterior, hacia la retaguardia de las líneas de los Ejecutores Negros.



Duregon, sargento de la escuadra táctica Sangrienta que flanqueaba por la izquerda a los Exterminadores de su Capitán, vió como tres Marines de Asalto Ejecutores avanzaban a toda velocidad hacia su posición. Tuvo poco tiempo:

- ¡Sables! ¡¡Ahora!! ¡Listos para recibir asalto!

Los marines tácticos tuvieron el tiempo justo para guardar sus bólters, desenvainar sus sables de combate y ver como ésos Marines de Asalto pasaban por delante de los Exterminadores, ignorandolos, y se lanzaban directos hacia ellos.


Duregon sabía que su escuadra no estaba especializada en el combate cuerpo a cuerpo, y que sólo él tenía una espada sierra. Su Capitán vendría en seguida a rescatarles, pero para entonces ésos renegados podían haber acabado con sus hombres.

- ¡¡Por el Emperador!! - Gritó Duregon justo antes de que la carga se le echase encima.


A partir de ahí, el tiempo pareció detenerse una eternidad en cada segundo; pero al mismo tiempo todo sucedió increíblemente deprisa.

Los Ejecutores de Asalto llegaron tronando con sus retroreactores, haciendo rugir sus espadas sierra. Dregon esquivó el primer envite de uno de ellos, y en el segundo golpe entrechocaron sus espadas sierra.

Otro de sus hombres no tuvo tanta suerte. El Ejecutor le rebasó arrancando su brazo izquierdo, y le remató en el suelo.

Lleno de furia, Duregon lanzó dos demoledores pero predecibles ataques contra su oponente, que le obligaron a cubrirse. Como una centella, usó el tercero, mucho más rápido y certero, para aprovecharse de la posición de defensa del brazo de su rival para desequilibrarlo, y con el cuarto incó su sierra en el casco Ejecutor. El atacante había sido herido antes de ése combate, notó Duregon, y por éso era lento.

Levantó la vista y vió como otro de los Ejecutores machacaba a un Hermano de Batalla en el suelo, pero como otro de sus hombres aprovechaba la distracción del ejecutor para golpear con su sable en la parte posterior de la rodilla, hacerlo caer y clavar la punta con una fuerza descomunal en su hombro.

La escuadra táctica de Duregon, con tres supervivientes y dos caídos, se recompuso con mirada fiera en torno al único atacante que quedaba con vida; que los miró estupefacto.

- ¡Somos la Ira del Ángel! ¡Vas a morir!



¡Calad las bayonetas y tened a mano los machetes! - Rugió Kurtz - ¡Los vais a necesitar! Y nos os preocupéis, ¡Hay monos verdes para todos!

Los Wolfensiger rugieron, feroces. Todos habían estado en suficientes combates como para saber lo que iba a pasar. No eran rival en cuerpo a cuerpo para tantos orkos. Sin embargo, en todos ellos ardía una fatal determinación.

No es que los hombres de Selio fueran unos descerebrados. Kurtz había pensado en retirarse, pero haciendolo abandonaría el cargamento a los orkos, cosa que supondría un fracaso absoluto; y dejaría expuesto todo el flanco derecho de los hojalatas rojas. No había posiciones de tiro más retrasadas en las que pudieran reagruparse. Sólo podían luchar,y retrasar a los monos para que los hojalatas rojas pudieran acabar su trabajo y regresar al interior; e intentar que cuando lo hicieran no encontrasen muchos orkos vivos.

-¡Y recordad! ¡Si veis al mono grande, corred! ¡O os mataré yo mismo por tocar lo que es mío!

Una carcajada corrió por todos los hombres, que ya blandían largos machetes en sus musculosos brazos.

-¡Vaciad los cargadores sobre ellos y seguidme! - Gritó Kurtz.


Todos los Wolfensigers dispararon sus armas láser, que seguían sin ser eficaces. Derribaban orkos o les hacian heridas, pero volvían a levantarse. Era difícil matarlos con aquellos trastos.

Pero entonces ocurrió:

Tras ellos, en completo silencio, una decena de seres altos y delgados con trajes azules corrieron hacia su posición, con las armas bajadas, sin intención de disparar.

Se metieron entre los hombres de Selio, dirigiendose hacia el borde de la pasarela.

- ¿Pero qué...?

Los Wolfen, estupefactos pero sin sentirse amenazado por ésos extraños, vieron como ésos soldados, con la precisión de un reloj, se parapetaban contra el borde de la pasarela y abrían fuego contra los orkos.

¡Y éso si que era disparar! Con una mecánica de disparo precisa y sistemática, esos larguiruchos lanzaron un mar de proyectiles contra los orkos; que, ahora sí, caían como moscas. Eran armas brutales, alargadas, que disparaban proyectiles sólidos increíblemente rápido. El jefe de ésos seres disparaba incluso una en cada mano.


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La munición se les acabó y se replegaron a retaguardia ordenadamente. Los orkos supervivientes se movían entre las tripas y la sangre de sus compañeros. Kurtz fue capaz de articular palabra.

-¡Gracias, esmirriados! - Y se dirigió a sus hombres - ¡A partir de aquí nos ocupamos nosotros!

Todos los Wolfensigers corrieron con nuevos bríos hacia los orkos, mientras Kurtz deseaba con toda su alma hacerse con una de ésas metralletas de los esmirriados.



El Ejecutor de Asalto, intimidado por los tres tácticos supervivientes, dió un paso atrás; pero se recompuso, alzó su espada y la hizo rugir.

Éso fue todo.

Lo siguiente que pasó fue que sintió un golpe en la espalda, se sintió mareado y al mirar para abajo vió un Puño de Combate salir de su pecho, brillando de energía. El mundo se volvió negro.

El Exterminador de los Ángeles Sangrientos alzó a su enemigo y lo despanzurró en el suelo. La Sed Roja era fuerte en él, y se había incrementado al no haber hecho otra cosa que recibir disparos durante los últimos minutos.

Duregon vió a su Capitán, rodeado por ésas violentas moles de metal. En ése momento el rhino Ejecutor averiado que estaba a su lado voló por los aires. Al parecer Gharon había conseguido destuirlo al fin.

- Me alegro de verle, señor.

- Y yo a tí, Duregon. Habéis luchado con valor contra ésos infieles. Aún hay mucho que hacer hoy.

- Seguiremos cubriendo su flanco, señor.

Virgilio sonrió. Era algo innato en él, aún en plena batalla era capaz de sonreirle a sus hombres.

Duregon se sintió confiado. Todo iba a salir bien.



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- ¡¡Fuego a discrección!! - Gritó Asmaroth a voz en cuello - ¡¡Que no sobrevivan!! ¡¡Condecoraré al que derribe a su Capitán!!

A Asmaroth las opciones se le acababan: Estaba ya prácticamente en desventaja numérica, sus dos blindados habían sido destruídos y había perdido a varios de los más valiosos de sus hombres. La batalla estaba casi perdida. Sólo tenía una oportunidad: Acribillar a todos ésos Marines Espaciales antes de que llegasen a su posición, matarlos a todos y lanzar un contraataque.

Asmaroth se negaba a creer que ésto pudiera estar pasando. Él, un condecorado Ejecutor Negro, ungido a los pies de la mismísima Gran Roca, a punto de ser derrotado en su propia tierra, su propio mundo natal.

No podía pasar. No debía pasar. Yorik no permitiría que pasase.

Los acribillaría hasta la muerte.


Virgilio oyó el rugir de docenas de bólters, y sintió sus disparos. Golpearon su servoarmadura como puños de hierro que en cualquier momento podían abrir una fisura fatal.

Si se quedaban parados, morirían.

-¡El Ángel nos protegerá! ¡Adelante! ¡Están muy cerca ya! ¡No temáis su ira, el Emperador está con nosotros!

Los Ángeles Sangrientos avanzaron bajo el fuego enemigo, devolviendolo en la medida en que podían.

Todos y cada uno de los cañones enemigos apuntaba hacia su posición, y disparaba proyectil tras proyectil en una mortal cadencia. El enemigo intentaba alcanzar a los Exterminadores, pero la Escuadra Duregon también recibía fuego.

Un disparo láser alcanzó a Virgilio en el vientre. El Capitán sintió el amargo sabor de la sangre en su garganta, pero su cuerpo mejorado cerró la hemorragia en la medida que pudo, y la servoarmadura mitigó el dolor.

La herida era grave, sin duda. Pero sin duda había seguido luchando con otras peores que ésta.

-¡Seguid avanzando!



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Mientras los rudos humanos cargaban contra los Orkos, dos Kópteros pasaron volando; zumbando por el espacio entre la pasarela y la torre. Ésas locas criaturas habían metido dos vehiculos voladores dentro del hangar, y disparaban sus misiles sin órden ni concierto entre carcajadas dementes.

Si embargo, un golpe de mala suerte podía hacer que alguno de ésos erráticos disparos acabase con algún humano o con los guerreros de Elerion.

El Exarca no estaba dispuesto a tener más bajas.


- Agacháos todos. Que nadie se levante para disparar - Dijo Elerion cuando los Kópteros pasaban por delante de su posición, sin saber de su presencia.


Justo cuando llegaron a su altura, Elerion se levantó y acribilló a ambos vehiculos voladores con sus dos Catapultas Shuriken. Uno tras otro, y sin tener tiempo siquiera para reaccionar, perdieron altura, se desestabilizaron soltando una bocanada de humo y se estrellaron contra el suelo del hangar.

El Exarca se volvió hacia sus guerreros, con ambas armas humeantes en las manos.

- Nuestra misión aquí ya ha terminado. Volvamos al mundo astronave.


Los Guerreros miraron a Elerion con reverencia.

Ése era su maestro. Ése era su Exarca.




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Kurtz y el resto de su Regimiento Wolfensiger cargaron contra los orkos a voz en cuello y entraron a sangre y fuego entre sus líneas, repartiendo golpes de machete en todas direcciones.

Los Orkos respondieron con su habitual fiereza, rugiendo con sus potentes pulmones.

Mucha sangre orka y mucha sangre de Selio se derramó en cuestión de segundos. No había táctica alguna en la frenética carga, solo bestias salvajes contra curtidos soldados mano a mano, matando y procurando sobrevivir en una sangrienta melé.

Los Orkos eran más fuertes, y entre ellos había algunos aún más grandes y más fuertes que el resto. Sin embargo los hombres de Selio, con músculos de puro acero y cuerpos llenos de cicatrices tras una vida de combate, eran más ágiles y sabían preveer mejor los golpes del rival.

Tras unos frenéticos instantes en los que Kurtz, cegado de adrenalina, no vió ni oyó nada que no fuera el orko más cercano, mientras tajaba brazos y piernas verdes y se salpicaba la cara con su sangre, oyó por fin un tumúlto entre las filas orkas.

-¡Er Jefe! ¡Er Jefe la ha diñado! ¡Eztamoz muertoz!

-¡¡Correz Eztúpidoz!!


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Los Orkos se retiraron unos metros hacia atrás; y Kurtz pudo ver por fin el balance del combate. Varios de sus hombres yacían en el suelo con brazos y piernas destrozados o con las tripas esparcidas, mientras sus compañeros llamaban a gritos a los médicos.

Pero una cifra parecida de orkos había sufrito el mismo destino.

Selio dió un paso al frente, todos hombres chorreantes de sangre propia y ajena; mientras los heridos eran trasladados a rastras a retaguardia.

Pero los orkos dieron un paso atrás.

Al parecer el Kaudillo Rutz Rajazezoz había caído en algún momento del tiroteo o de la carga; y sin él el resto de orkos no se atrevían a avanzar.

Tenían miedo.

-¡¡Muchachos!! ¡Mandemos a ésas bestias al infierno!

- ¡¡POR SELIO!!


La fuerza Wolfensiger se lanzó de nuevo contra los Orkos mientras éstos retrocedían de forma atropellada, dando la espalda a los humanos, siendo ensartados en su huída.

Kurtz corrió tras ellos bajando las escaleras y siguió con sus hombres hasta que los orkos abandonaron con el rabo entre las piernas el hangar y se internaron en la selva.

-Maldita basura - Pensó Kurtz en voz alta - ¡Esos monos no valen una mierda!

Sus hombres rieron ruidosamente. Habían vencido: El hangar y su cargamento eran suyos.



























[EN CONSTRUCCIÓN]

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